Jueves IV de Cuaresma – Homilías
/ 7 marzo, 2016 / Tiempo de CuaresmaLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Ex 32, 7-14: Arrepiéntete de la amenaza contra tu pueblo
Sal 105, 19-20. 21-22. 23: Acuérdate de mí, Señor, por amor a tu pueblo
Jn 5, 31-47: Hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Bastin-Pinckers-Teheux
Dios cada día
Éxodo 32,7-14. Para muchos pueblos del antiguo Oriente próximo, el becerro era el símbolo de la divinidad. El dios de la tormenta solía ser representado de pie sobre un novillo, imagen de la fuerza y la fecundidad. El animal era concebido, pues, como el soporte de la divinidad, algo así como los querubines del templo de Jerusalén. Pero, evidentemente, el peligro estaba en confundir en una misma adoración la imagen de dios y su pedestal. Es lo que ocurrió en Israel cuando Jeroboam l introdujo el culto de los becerros de oro en Dan y Betel, con el fin de competir con el culto de Jerusalén.
¿Aluden a este acontecimiento las tradiciones de Ex 32-34? Algunos así lo han pretendido. En todo caso, son una reflexión sobre la alianza rota y restablecida. Al solidarizarse con el pueblo pecador, Moisés actúa como un verdadero profeta. Su intercesión no se apoya en los méritos del pueblo, sino en el mismo Yahvé y su fidelidad a las promesas.
Relacionado con las súplicas nacionales, el salmo 105 evoca ampliamente la historia de las infidelidades de Israel.
Juan 5,31-47. Jesús es presentado como mediador de la vida eterna: las obras que hace el Padre, también las hace él. ¿Qué pruebas puede aportar? Cuenta, en primer lugar, con el testimonio de un hombre, Juan Bautista, al que muchos judíos habían acogido bien durante un tiempo. Pero el testimonio decisivo está en otra parte. Es el mismo testimonio de Dios, que se ha entregado a los hombres por medio de sus obras y de las Escrituras. En efecto, puesto que las obras de Jesús son las del Padre, los que son capaces de reconocer la actuación divina reconocerán también la verdadera naturaleza de la misión de Jesús. En cuanto a las Escrituras, anuncian la venida del Mesías.
Pero los judíos no recibieron el testimonio ni de unas ni de otras. No tienen en ellos el amor de Dios, es decir, la actitud interior de acogida que les habría permitido reconocer la verdad. Sólo buscaban su propia gloria; sólo escuchaban lo que les apetecía. ¿Entonces...?
Jesús está dispuesto, pues, a llegar hasta el final para testimoniar que su mensaje es Palabra de Dios. Por otra parte, la muerte violenta de los profetas es, a sus ojos, una constante de la historia de la salvación. El pueblo y sus jefes siempre trataron así a aquellos cuya palabra contradecía la forma que ellos tenían de entender la ley de Moisés. Pero incluso le han arrebatado su propia muerte. No sólo le han quitado la vida por medio de un asesinato legal, sino que han contrarrestado el significado que él daba a su muerte. Quería que su muerte fuese el anuncio de la Buena Nueva —Dios salva independientemente de las obras de la ley—, y va a aparecer como el destino miserable de un agitador político. «Se mostró obediente hasta la muerte, y muerte de cruz».
«Cuando levantéis al Hijo del Hombre, sabréis...». La única defensa del acusado consistirá en llegar hasta el final, pues sólo en este supremo abandono se manifestará lo que verdaderamente es: el Hijo abandonado al amor que le hace vivir, el Hijo nacido de Dios.
* **
He aquí que se acerca la hora
en que el Amor triunfará sobre la muerte.
Hermanos, mantened los ojos fijos en el Hijo del Hombre, Jesús.
Seguid sin desviaros la huella del amor, y estad preparados para la hora
en la que el Amor os pida
que lo deis todo hasta el final,
para que triunfe la vida.
Francisco, papa
Homilía (30-03-2017): A la falta de esperanza, sucede la perversión
jueves 30 de marzo de 2017Dios soñó con su pueblo, pero este le desilusionó. Es lo que nos narra hoy el Libro del Éxodo (32, 7-14): el sueño y las desilusiones de Dios. El pueblo es el sueño de Dios. Soñaba porque lo amaba. Pero ese pueblo traiciona los sueños del Padre y Dios comienza a sentir la desilusión e incluso pide a Moisés que baje del monte adonde había subido para recibir la Ley. El pueblo no ha tenido la paciencia de esperar a Dios ni siquiera 40 días. Se hicieron un becerro de oro, un dios para divertirse, y se olvidaron del Dios que les salvó.
El profeta Baruc tiene una frase que dibuja bien a este pueblo: Os habéis olvidado del Dios que os sustenta (cfr. Bar 4,8). Olvidar al Dios que nos ha creado, que nos ha hecho crecer, que nos ha acompañado en la vida: esa es la desilusión de Dios. Ya Jesús, en las parábolas, habla de aquel hombre que planta una viña y luego fracasa, porque los obreros quieren quedársela para ellos (cfr. Mc 12,1-12). ¡En el corazón del hombre siempre está esa inquietud! No está satisfecho de Dios, del amor fiel. El corazón del hombre está siempre inclinado a la infidelidad. Y esa es la tentación.
Así pues, Dios, por medio de un profeta, reprocha a este pueblo que no tiene constancia, que no sabe esperar, que se ha pervertido, que se aleja del verdadero Dios y se busca otro dios. Y viene la desilusión de Dios: la infidelidad del pueblo. Pues también nosotros somos pueblo de Dios y conocemos bien cómo es nuestro corazón, y cada día debemos recomenzar el camino para no deslizarnos lentamente hacia los ídolos, las fantasías, la mundanidad, la infidelidad. Creo que hoy nos vendría muy bien pensar en el Señor desilusionado: Dime Señor, ¿estás desilusionado conmigo? En algo sí, seguro. Pues pensarlo y haceros esa pregunta.
Dios tiene un corazón tierno, un corazón de padre. Recordemos, por ejemplo, cuando Jesús lloró sobre Jerusalén (cfr. Lc 19,41). Preguntémonos si Dios llora por mí, si está desilusionado conmigo y si yo me he alejado del Señor. ¿Cuántos ídolos tengo que no soy capaz de quitármelos de encima, que me esclavizan? Es la idolatría que llevamos dentro. Y Dios llora por mí. Pensemos hoy en esta desilusión de Dios que nos hizo por amor y, en cambio, nosotros vamos a buscar amor, bienestar, pasarlo bien en otras partes y no en el amor de Él. Nos alejamos de este Dios que nos ha criado. Esto es un buen pensamiento para la Cuaresma, que nos hará bien. Haced todos los días un pequeño examen de conciencia: Señor, tú que has tenido tantos sueños sobre mí, yo sé que me he alejado, pero dime dónde, cómo, para volver... Y la sorpresa será que Él siempre nos espera, como el padre del hijo pródigo, que lo vio venir de lejos, porque lo estaba esperando.
Homilía (15-03-2018): Aprender la oración de intercesión
jueves 15 de marzo de 2018La primera lectura que acabamos de escuchar (Ex 32,7-14) recoge la conversación entre Dios y Moisés acerca de la apostasía del pueblo de Israel, y nos enseña el poder de la oración, siempre con valentía y paciencia, que son las características de esa oración, y que debe ser elevada a Dios con libertad, como hijos de Dios.
El profeta intenta disuadir al Señor de sus propósitos iracundos contra el pueblo que ha dejado la gloria del Dios vivo para adorar un becerro de oro. En el diálogo audaz que lleva adelante, Moisés se acerca con argumentos y recuerda al Padre todo lo que ha hecho por su gente, salvándola de la esclavitud en Egipto, y le recuerda la fidelidad de Abraham, de Isaac y Jacob. En sus palabras, en ese cara a cara, se nota la implicación del profeta, su amor por el pueblo. Moisés no teme decir la verdad, no entra en componendas, no cede ante la posibilidad de vender su conciencia. Y eso gusta a Dios. Cuando Dios ve un alma, una persona que reza y reza y reza por algo, se conmueve.
Nada de apaños: yo estoy con el pueblo y estoy contigo. Esta es la oración de intercesión: una oración que argumenta, que tiene el coraje de decir al Señor las cosas a la cara, y que es paciente. Hace falta paciencia en la oración de intercesión: no podemos prometer a alguien que vamos a rezar por él y luego rezar solo un Padrenuestro y un Avemaría y ya está. No. Si dices que vas a rezar por otro, debes ir por este camino. Y hace falta paciencia.
En la vida diaria, desgraciadamente, no son raros los casos de dirigentes dispuestos a sacrificar la empresa con tal de salvar sus intereses, de obtener una ventaja personal. Pero Moisés no entra en esa lógica de los amaños; él está con el pueblo y lucha por el pueblo. Las Sagradas Escrituras están llenas de ejemplos de constancia, de esa capacidad de ir adelante con paciencia: la cananea, el ciego de las afueras de Jericó.
Para la oración de intercesión hacen falta dos cosas: coraje, es decir, parresía, valentía, y paciencia. Si quiero que el Señor escuche lo que le pido, debo ir, e ir, e ir, llamar a la puerta, y llamo al corazón de Dios, y llamo aquí y allá..., ¡pero porque mi corazón está implicado en eso! Pero si mi corazón no se involucra en esa necesidad, con aquella persona por la que debo rezar, no será capaz ni del valor ni de la paciencia.
El camino de la oración de intercesión, pues, requiere implicarse, luchar, perseverar, ayunar. Que el Señor nos dé esta gracia. La gracia de rezar ante Dios con libertad, como hijos; de rezar con insistencia, de rezar con paciencia. Y, sobre todo, rezar sabiendo que estoy hablando con mi Padre, y mi Padre me escuchará. Que el Señor nos ayude a progresar en esta oración de intercesión.
Homilía (04-04-2019): Orar unidos a Cristo
jueves 4 de abril de 2019La Primera Lectura de hoy recoge la oración de intercesión que Moisés hace a Dios por su pueblo. A causa del becerro de oro, Dios le dice: «déjame: mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos». Moisés suplica al Señor que no lo haga y habla con Dios como un maestro al discípulo. Intenta persuadir a Dios, con mansedumbre pero también con firmeza, de que abandone el propósito de castigarlos. Recuerda al Señor —hace memoria— las promesas hechas a Abrahán, Isaac, Israel. Es como si dijese: «Pero Señor, no quedes mal, que tú has hecho todo esto».
El Señor dice a Moisés: «Y de ti haré un gran pueblo». Pero Moisés intercede por el pueblo: ¡o con el pueblo o nada! En la Biblia hay bastantes ejemplos de intercesión. Uno es cuando el Señor dice a Abrahán que quiere destruir Sodoma. Y Abrahán, que tenía un sobrino que vivía allí, quiere salvarlo y pide al Señor: si hubiera 30 justos..., luego 20..., luego 10. Y el Señor respondió diciendo que, por respeto a esos, no la destruiría. Al final, solo la familia de su sobrino era justa. Abrahán negocia como hace una mujer cuando va a comprar al mercado. También intercede en la Biblia por ejemplo Ana, la madre de Samuel que, en silencio, balbucea en voz baja, mueve los labios, y está ahí rezando, rezando, rezando ante el Señor, y hasta el sacerdote que la ve de cerca pensaba que estaba borracha. Ana estaba rezando para tener un hijo. ¡La angustia de una mujer que intercede ante Dios! En el Evangelio hay también una mujer valiente que no usa la persuasión, ni el regateo, ni la insistencia silenciosa. Es la Cananea que pide la curación de su hija, atormentada por un demonio. Jesús al principio le dice que ha sido enviado solo al pueblo de Israel: «no está bien tomar el pan de los hijos para echárselo a los cachorros». Y ella insiste diciendo a Jesús que «hasta los cachorros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos». Esa mujer no se asusta y obtiene lo que quiere.
Hay muchos otros ejemplos de oración de intercesión en la Biblia, y hace falta valor para rezar así. En la oración hace falta parresía, la valentía de hablar a Dios cara a cara. A veces, cuando vemos cómo esa gente lucha con el Señor para obtener algo, se piensa que lo hacen como si echaran un pulso a Dios para lograr lo que piden. Pero lo hacen porque tienen fe en que el Señor puede darles esa gracia. Hace falta mucho valor para rezar así. Pero somos tibios tantas veces. Uno nos dice: «Reza por mí porque tengo este problema... —Sí, sí, diré dos Padrenuestros, dos Avemarías, y ya está». No, la oración del papagayo no va. La verdadera oración es con el Señor. Y si debo interceder, debo hacerlo con valentía. La gente, en el lenguaje vulgar, usa una expresión que a mí me gusta mucho: «Echar toda la carne en el asador». En la oración de intercesión, eso también vale: «poner toda la carne en el asador». El valor de ir adelante. Quizá puede venir la duda: «Pues yo lo hago, pero ¿cómo sé que el Señor me escucha?». Nosotros tenemos una seguridad: Jesús; Él es el gran intercesor.
Y Jesús, ascendido al Cielo, está delante del Padre intercediendo por nosotros, como antes de la Pasión prometió a Pedro que rezaría para que su fe no desfalleciera. La intercesión de Jesús: Jesús reza por nosotros en este momento. Y cuando rezo, con la persuasión o con el regateo o balbuceando o discutiendo con el Señor, es Él quien toma mi oración y la presenta al Padre. Y Jesús no necesita hablar ante el Padre: le muestra las llagas. El Padre ve las llagas y da la gracia. Cuando rezamos, pensemos que lo hacemos con Jesús. Cuando hagamos la oración de intercesión valiente, lo hacemos con Jesús: Jesús es nuestro valor, Jesús es nuestra seguridad, y en este momento intercede por nosotros.
Que el Señor nos dé la gracia de ir por ese camino, aprender a interceder. Y cuando alguno nos pida oraciones, no hacerlo con dos oracioncillas de nada; no, hacerlo en serio, en la presencia de Jesús, con Jesús, que intercede por todos ante el Padre.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Éxodo 32,7-14: Arrepiéntete de la amenaza contra tu pueblo. Moisés intercede ante Dios que quiere castigar a su pueblo por haber sido infiel a la alianza, y obtiene el perdón. Dios, que es misericordioso y fiel, perdona la infidelidad de su pueblo por la intercesión de Moisés. En esa gran misericordia se manifiesta de forma máxima su omnipotencia, dice Santo Tomás de Aquino (Suma Teológica, 2-2 30,4). Casiano explica que la misericordia de Dios perdona y mueve a conversión:
«En ocasiones Dios no desdeña visitarnos con su gracia, a pesar de la negligencia y relajamiento en que ve sumido nuestro corazón... Tampoco tiene a menos hacer nacer en nosotros abundancia de pensamientos espirituales. Por indignos que seamos, suscita en nuestra alma santas inspiraciones, nos despierta de nuestro sopor, nos alumbra en la ceguedad en que nos tiene envueltos la ignorancia, y nos reprende y castiga con clemencia. Más aún, su gracia se difunde en nuestros corazones para que ese toque divino nos mueva a compunción y nos haga sacudir la inercia que nos paraliza» (Colaciones, 4).
San Gregorio Magno ensalza la misericordia de Dios:
«¡Qué grande es la misericordia de nuestro Creador! No somos ni siquiera siervos dignos, pero Él nos llama amigos. ¡Qué grande es la dignidad del hombre que es amigo de Dios!» (Homilía 27 sobre los Evangelios). «La suprema misericordia no nos abandona, ni siquiera cuando la abandonamos» (Homilía 36 sobre los Evangelios).
–El pueblo pecó adorando a un becerro. La historia de Israel es la historia de su infidelidad a la alianza. Pero Moisés intercede y Dios, rico en misericordia, vuelve a perdonar. El Señor es fiel para siempre.
–Proclamamos esto con el Salmo 105: «En Horeb se hicieron un becerro, adoraron un ídolo de fundición; cambiaron su gloria por la imagen de un toro que come hierba. Se olvidaron de Dios, su salvador, que había hecho prodigios en Egipto, maravillas en el país de Cam, portentos en el Mar Rojo. Dios hablaba de aniquilarlos; pero Moisés, su elegido, se puso en la brecha frente a Él, para apartar su cólera del exterminio. Acuérdate de nosotros por amor a tu pueblo». Y Dios perdona a su pueblo.
–Juan 5,31-47: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza, será vuestro acusador. Juan Bautista había dado testimonio acerca de Jesús. También las Escrituras daban testimonio sobre Él. Pero ahora es Dios mismo quien atestigüe la verdad de las palabras de Jesús, mediante las obras que las acompañan. San Agustín dice:
«¿Por qué creéis que en las Escrituras está la vida eterna? Preguntadle a ellas de quién dan testimonio y veréis cuál es la vida eterna. Por defender a Moisés ellos quieren repudiar a Cristo, diciendo que se opone a las instituciones y preceptos de Moisés.
«Pero Jesús los deja convictos de su error, sirviéndose como de otra antorcha... Moisés dio testimonio de Cristo, Juan dio testimonio de Cristo y los profetas y apóstoles dieron también testimonio de Cristo... Y Él mismo, por encima de todos estos testimonios, pone el testimonio de sus obras. Y Dios da testimonio de su Hijo de otra manera: muestra a su Hijo por su Hijo mismo, y por su Hijo se muestra a Sí mismo. El hombre que logre llegar a Él no tendrá ya necesidad de antorcha y, avanzando en lo profundo, edificará sobre roca viva» (Tratado 23 sobre el Evangelio de San Juan, 2-4).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos 2: Moisés al centro
1. Esta vez es Moisés el que aparece como lazo de unión entre las dos lecturas y como figura de Cristo Jesús. Moisés intercediendo por su pueblo, y Jesús caminando a la cruz para entregar su vida por la salvación de todos.
El diálogo entre Yahvé y Moisés es entrañable. Después del pecado del pueblo, que se ha hecho un becerro de oro y le adora como si fuera su dios (pecado que describe muy bien el salmo de hoy), Yahvé habla a Moisés distanciándose del pueblo: «se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto... Este pueblo es de dura cerviz: déjame que mi ira se encienda contra él».
Pero Moisés le da la vuelta a esta acusación, tomando la defensa de su pueblo ante Dios: «¿por qué se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto»? No es el pueblo de Moisés, sino el de Dios. Ése va a ser el primer argumento para aplacar a Yahvé. Además, le recuerda la amistad de los grandes patriarcas, para que perdone ahora a sus descendientes. También utiliza otra razón: se van a reír los egipcios si ahora el pueblo perece en el desierto.
Yahvé, además, había puesto una especie de «trampa» a Moisés: al pueblo le va a destruir, pero «de ti haré un gran pueblo». Moisés no cae en la tentación: se pone a defender al pueblo. Hoy no lo leemos, pero más adelante le dice a Dios que si no salva al pueblo, le borre también a él del libro de la vida.
El autor del Éxodo parece como si atribuyera a Moisés un corazón más bondadoso y perdonador que a Yahvé. Y concluye: «y el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo».
2. Sigue el comentario de Jesús después del milagro de la piscina y de la reacción de sus enemigos.
Les echa en cara que no quieren ver lo evidente. Porque hay testimonios muy válidos a su favor: el Bautista, que le presentó como el que había de venir las obras que hace el mismo Jesús y que no pueden tener otra explicación sino que es el enviado de Dios; y también las Escrituras, y en concreto Moisés, que había anunciado la venida de un Profeta de Dios.
Pero ya se ve en todo el episodio que los judíos no están dispuestos a aceptar este testimonio: «yo he venido en nombre de mi Padre y no me recibisteis», «os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros».
Si Moisés excusaba a su pueblo, ahora no podría hacerlo con los que no creen en Jesús: les acusaría claramente.
3.
a) La primera lectura nos interpela en una dirección interesante: ¿se puede decir que nosotros tomamos ante Dios la actitud de Moisés en defensa del pueblo, de esta sociedad o de esta Iglesia concreta, de nuestra comunidad, de nuestra familia o de nuestros jóvenes? ¿intercedemos con gusto en nuestra oración por nuestra generación, por pecadora que nos parezca? Recordemos esa postura de Moisés: mientras rezaba a Dios con los brazos en alto, su pueblo llevaba las de ganar en sus batallas.
En la oración universal de la Misa presentamos en presencia de Dios las carencias y los problemas de nuestro mundo. Lo deberíamos hacer con convicción y con amor. Amamos a Dios y su causa, y por eso nos duele la situación de increencia del mundo de hoy. Pero a la vez amamos a nuestros hermanos de todo el mundo y nos preocupamos de su bien. Como Moisés, que sufría por los fallos de su pueblo, pero a la vez lo defendía y se entregaba por su bien.
b) Pero todavía es más apremiante el ejemplo del mismo Jesús en su camino a la Pascua. A pesar de la oposición de las personas que acabarán llevándole a la muerte, él será el nuevo Moisés, que se sacrifica hasta el final por la humanidad.
Ciertamente nosotros somos de los que sí han acogido a Jesús y han sabido interpretar justamente sus obras. Por eso creemos en él y le seguimos en nuestra vida, a pesar de nuestras debilidades. Además en el camino de esta Cuaresma reavivamos esta fe y queremos profundizar en su seguimiento, imitándole en su entrega total por el pueblo. El evangelio de Juan resume, al final, su propósito: «estas señales han sido escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre» (Jn 20,31).
Se trata de aceptar a Cristo, para tener parte con él en la vida.
Por eso sentimos todos la urgencia de la evangelización de nuestros hermanos de todo el mundo. Con ocasión del Jubileo del 2000 renovamos este compromiso y hacemos lo posible para que todos se enteren de que la salvación está en ese Jesús que Dios envió hace dos mil años a nuestra historia, y le acepten en sus vidas.
«Veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz» (1a lectura)
«Acuérdate de nosotros, por amor a tu pueblo» (salmo) 88
«Yo he venido en nombre de mi Padre y no me recibisteis» (evangelio)
«Que esta comunión nos purifique de todas nuestras culpas» (comunión).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año -3
LECTIO
>Primera lectura: Éxodo 32,7-14
Dios acaba de establecer su alianza con Israel, confirmándola con una solemne promesa (cf. Ex 24,3). Moisés todavía está en el monte Sinaí en presencia del Señor, donde recibe las tablas de la Ley, documento base de la alianza. Pero el pueblo ya ha cedido a la tentación de la idolatría: se construye un becerro de oro, obra de manos humanas, y se atreve a adorarlo como el Dios que le ha librado de la esclavitud de Egipto (v 8).
Dios montó en cólera (las características antropomórficas con las que se describe a Dios en este episodio atestiguan la antigüedad del fragmento). Sin duda, informó a Moisés de lo acaecido (v 7): se ha roto la alianza. Es un momento trágico: Dios está a punto de repudiar a Israel, sorprendido en flagrante adulterio. Aunque Moisés, jefe del pueblo, permaneció fiel. ¿Le rechazará también el Señor? No, pero se pondrá a prueba su fidelidad. ¿Cómo? Mientras el Señor amenaza con destruir al pueblo, propone a Moisés comenzar con él una nueva historia y le promete un futuro rico de esperanza (v 10). Moisés no cede a la "tentación". Ha recibido la misión de guiar a Israel hacia la tierra prometida y no abandona al pueblo. Como en otro tiempo Abrahán (cf. Gn 18), intercede poniéndose como un escudo entre Dios y el pueblo pecador. Con su súplica, trata de "dulcificar el rostro del Señor" (v. 11). Su angustiosa oración, en la que recuerda al Señor las promesas hechas a los patriarcas, es tan ardiente que llega al corazón de Dios.
Evangelio: Juan 5,31-47
Continúa el discurso apologético de Jesús como réplica a las acusaciones de los judíos. A medida que avanza el discurso, se va enconando más y más. Cada vez aparece más clara la distinción entre el "yo" de Jesús y el "vosotros" de los oyentes hostiles. La perícopa llega al punto culminante del proceso del Señor Dios contra su pueblo amado con predilección, pero obstinadamente rebelde, ciego y sordo.
Cuatro son los testimonios aducidos por Jesús que deberían llevar a los oyentes a reconocerlo como Mesías, el enviado del Padre, el Hijo de Dios: las palabras de Juan Bautista, hombre enviado por Dios; las obras de vida que él mismo ha realizado por mandato de Dios; la voz del Padre, y, finalmente, las Escrituras. Estos testimonios, tan diversos, tienen dos características comunes: por una parte, como respuesta a la acusación de blasfemia por los judíos contra Jesús, remiten al actuar salvífico de Dios Padre; por otra, no dicen nada verdaderamente nuevo.
Los judíos se encuentran así sometidos a un proceso. Su ceguera procede de una desviación radical, interior: los acusadores no buscan la "gloria que procede sólo de Dios", revela el riesgo y les pone en guardia: creen obtener vida eterna escudriñando los escritos de Moisés, pero estos escritos son los que les acusan. ¿El intercesor por excelencia tendrá que convertirse en su acusador? El fragmento concluye con una pregunta que pide a cada uno examinar la autenticidad y sinceridad de la propia fe.
MEDITATIO
Llevar una vida auténticamente religiosa significa ante todo sentirse dependiente de Dios, unidos a él con un vínculo indisoluble. Lo demás es secundario. De ahí brotan las actitudes espirituales y prácticas que caracterizan al creyente y le diferencian del no creyente. El creyente es el que, en una situación de prueba, no abandona a Dios como si fuese la causa de su mal, sino que se vuelve hacia él con una insistencia invencible, como hizo Moisés.
Además, el creyente adulto en la fe siente como prueba personal las pruebas de sus hermanos próximos o lejanos: en todos ve a su prójimo. Ora por todos y es un intercesor universal, dispuesto a cargar con las debilidades de los demás, a sufrir para que los otros puedan ser aliviados en su dolor, como hicieron Moisés y, sobre todo, Jesús, el inocente muerto como pecador por nosotros, injustos. En esta humilde, fiel y continua donación de sí está el verdadero testimonio. Frente a una vida entregada al servicio de los más débiles, frente a personas que no acusan, sino que suplican y perdonan, antes o después surgirá la pregunta: "¿Por qué actúa así?". La existencia de un Dios que es amor no se "demuestra" más que dejando transparentar que vive en los corazones de los que le acogen.
ORATIO
Señor, esplendor de la gloria del Padre, ten piedad de nosotros. Hemos buscado la gloria humana vanamente: lo único que sacamos es hacernos más duros de corazón, sin saber dar un sentido a las cosas, a los acontecimientos. Queremos ir a ti para tener vida; a ti, que eres transparencia del rostro del Dios-humildad.
Jesús, testigo fiel y veraz del Padre, ten piedad de nosotros. Hemos rechazado las exigencias de tu Palabra y hemos preferido seguir los ídolos del mundo, viviendo una "espiritualidad de compromiso": ilusiones falaces que apagan el amor interior. Queremos ir a ti para tener vida; a ti, que nos permites oír la voz del Dios-verdad.
Cristo, Hijo obediente enviado por el Padre, ten piedad de nosotros. Hemos olvidado las Escrituras, que nos cuentan la pasión que sufriste por nosotros; hemos apartado la mirada de quien todavía vive la pasión en el cuerpo o en el corazón; intercede por nosotros, pecadores, tú, inocente Cordero de Dios. Queremos ir a ti para tener vida; a ti, que eres la presencia encarnada del Dios-misericordia.
CONTEMPLATIO
¡Oh, cuán bella, dulce y cariñosa es la Sabiduría encarnada, Jesús! ¡Cuán bella es la eternidad, pues es el esplendor de su Padre, el espejo sin mancha y la imagen de su bondad, más radiante que el sol y más resplandeciente que la luz! ¡Cuán bella en el tiempo, pues ha sido formada por el Espíritu Santo pura, libre de pecado y hermosa, sin la menor mancilla, y durante su vida enamoró la mirada y el corazón de los hombres y es actualmente la gloria de los ángeles! ¡Cuán tierna y dulce es para los hombres, especialmente para los pobres y pecadores, a los que vino a buscar visiblemente en el mundo y a los que sigue todavía buscando invisiblemente!
Que nadie se imagine que, por hallarse ahora triunfante y glorioso, es Jesús menos dulce y condescendiente; al contrario, su gloria perfecciona en cierto modo su dulzura; más que brillar, desea perdonar; más que ostentar las riquezas de su gloria, desea mostrar la abundancia de su misericordia (L.-M. Grignion de Montfort, El amor de la Sabiduría eterna, XI, 126-127).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "El que cree tiene la vida eterna" (Jn 6,47).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
La tradición cristiana sostiene que el libro que vale la pena leer es nuestro Señor Jesucristo. La palabra Biblia significa "libro", todas las páginas de este libro hablan de él y quieren llevar a él [...r Es necesario que se dé un encuentro entre Cristo y la persona humana, entre ese Libro que es Cristo y el corazón humano, en el que está escrito Cristo no con tinta, sino con el Espíritu Santo.
¿Por qué leer? Porque Jesús mismo ha leído. Fue libro y lector, y continúa siendo ambas cosas en nosotros. ¿Cómo leer? Como leyó Jesús. Sabemos que Jesús leyó y explicó a Isaías en la sinagoga de Nazaret. Sabemos también cómo comprendió las Escrituras y cómo a través de ellas se comprendió a sí mismo y su misión. Como lector del libro y él mismo como Libro, después de su glorificación concedió este carisma de lectura a sus discípulos, a la Iglesia y también a nosotros. Desde entonces, gracias al Espíritu, que actúa en la Iglesia, toda lectura del Libro sagrado es participación de este don de Cristo. Somos movidos a leer la Escritura porque él mismo lo hizo y porque en ella le encontramos a él. Leemos la Escritura en él y con su gracia.
Y debemos concluir que la lectura cristiana de las Escrituras no es principalmente un ejercicio intelectual, sino que, esencialmente, es una experiencia de Cristo, en el Espíritu, en presencia del Padre, como el mismo Cristo está unido a él, cara a cara, orientado a él, penetrando en él y penetrado por él. La experiencia de Cristo fue esencialmente la conciencia de ser amado por el Padre y de responder a este amor con el suyo. Es un intercambio de amor. A través de nuestra experiencia personal, seremos capaces de leer a Cristo-Libro y, en él, a Dios Padre (J. Leclercq, Ossa humiliata, Seregno 1993, 65-85, passim).