Sábado III de Pascua – Homilías
/ 11 abril, 2016 / Tiempo de PascuaLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Hch 9, 31-42: La Iglesia se iba construyendo y se multiplicaba, animada por el Espíritu Santo
Sal 115, 12-13. 14-15. 16-17: ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?
Jn 6, 60-69: ¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Hechos 9,31-42: La Iglesia se iba construyendo y se multiplicaba animada por el Espíritu Santo. La actividad apostólica de Pedro se desarrolla en un principio dentro de un período de paz para la Iglesia. El Apóstol cura a un paralítico de Lidia y resucita a una mujer en Jafa, provocando con ello nuevas conversiones. La asamblea eucarística realiza y construye continuamente la comunidad de salvación, que es la Iglesia. En ella encontramos la paz del Espíritu Santo y el aliento para una vida al servicio del Señor y de los hermanos. San Cipriano comenta:
«En los Hechos de los Apóstoles está claro que las limosnas no sólo ayudan al pobre. Habiendo enfermado y muerto Tabita, que hacía muchas buenas obras y limosnas, fue llamado Pedro y apenas se presentó, con toda diligencia de su caridad apostólica, le rodearon las viudas con lágrimas y súplicas... rogando por la difunta más con sus gestos que con sus palabras. Creyó Pedro que podría lograrse lo que pedían de manera tan insistente y que no faltaría el auxilio de Cristo a las súplicas de los pobres en quienes Él había sido vestido... No dejó, en efecto, de prestar su auxilio a Pedro, al que había dicho en el Evangelio que se concedería todo lo que se pidiera en su nombre. Por tal causa se interrumpe la muerte y la mujer vuelve a la vida y con admiración de todos se reanima, retornando a la luz del mundo el cuerpo resucitado. Tanto pudieron las obras de misericordia, tanto poder ejercieron las obras buenas» (Sobre las obras y limosnas 6).
–Con su resurrección Cristo ha vencido a la muerte. Las cadenas que nos ataban han quedado definitivamente rotas. Jesús nos ha salvado ¿Cómo pagar tan inmenso bien? La Santa Misa es la acción de gracias más agradable al Padre. Con el Salmo 115 decimos: «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombres. Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo. Mucho le cuesta al Señor la muerte de su fieles. Señor, yo soy tu siervo, siervo tuyo, hijo de tu esclava: Rompiste mis cadenas. Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor».
–Juan 6,61-70: ¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. Algunos discípulos abandonan a Jesús ante sus llamativas afirmaciones, pero Simón Pedro proclama su fe en Él, el Mesías, el Hijo de Dios. Comenta San Agustín:
«¿Nos alejas de Ti? Danos otros igual que Tú. ¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Mirad cómo comprendió esto Pedro con la ayuda de Dios y confortación del Espíritu Santo. ¿De dónde le viene esta inteligencia sino de su fe? Tú tienes palabras de vida eterna. Porque Tú das la vida eterna en el servicio de tu cuerpo y de tu sangre y nosotros hemos creído y entendido. No entendimos y creímos, sino creímos y entendimos. Creímos, pues, para llegar a comprender; porque si quisiéramos entender primero y creer después, no nos hubiera sido posible entender sin creer. ¿Qué es lo que hemos creído y qué lo que hemos entendido? Que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, es decir, que Tú eres la misma vida eterna y que no comunicas en el servicio de carne y sangre sino lo que Tú eres» (Tratado 27,9 sobre el Evangelio de San Juan).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Hechos 9, 31-42
a) En la historia de la primera comunidad de Jerusalén llegamos ahora a una época de paz. Y aprovechando la ocasión, el protagonista de hoy, Pedro, sale de Jerusalén y hace un recorrido por las comunidades cristianas, a modo de visita pastoral, para reanimarlas en su fe.
Su presencia va acompañada por dos hechos milagrosos: la curación de un paralítico llamado Eneas, en Lida, y la resurrección de una discípula que había fallecido en Jafa, Tabita. La fuerza curativa de Jesús se ha comunicado ahora a su Iglesia, en la persona de Pedro, que explícitamente invoca a Jesús: «Eneas, Jesucristo te da la salud, levántate». Y también al resucitar a la mujer, primero se arrodilla y se pone a rezar, antes de mandarle: «Tabita, levántate». Es lo que habían hecho él y Juan a la puerta del Templo cuando curaron al paralítico «en el nombre de Jesús».
Vemos los protagonistas de la historia de la Iglesia: Jesús, su Espíritu y la comunidad misma, con sus ministros. Jesús, desde su existencia gloriosa, sigue presente a su Iglesia, la llena de fuerza por su Espíritu y sigue así actuando a través de ella. Se explica que Lucas pueda describir un panorama tan optimista: «la comunidad se iba construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor, y se multiplicaba animada por el Espíritu Santo».
b) Como Pedro en su tiempo, deberíamos ser cada uno de nosotros «buenos conductores» de la salud y de la vida del Resucitado.
Celebrar la Pascua es dejarnos llenar nosotros mismos de la fuerza de Jesús, y luego irla transmitiendo a los demás, en los encuentros con las personas. ¿Curamos enfermos, resucitamos muertos en nombre de Jesús? Sin llegar a hacer milagros, pero ¿salen animados los que sufren cuando se han encontrado con nosotros? ¿logramos reanimar a los que están sin esperanza, o se sienten solos, o no tienen ganas de luchar? Todo eso es lo que podríamos hacer si de veras estamos llenos nosotros de Pascua, y si tenemos en la vida la finalidad de hacer el bien a nuestro alrededor, no por nuestras propias fuerzas, sino en el nombre de Jesús.
La Eucaristía nos debería contagiar la fuerza de Cristo para poder ayudar a los demás a lo largo de la jornada. Salir de nosotros mismos -fue un buen símbolo que Pedro saliera de Jerusalén- y recorrer los caminos de los demás -saberles «visitar»-para animarles en su fe, podría ser una buena consigna para nuestra actuación de cristianos en la Pascua.
2. Juan 6, 61-70
a) En el evangelio leemos hoy el pasaje final del capítulo 6 de san Juan, con las reacciones que produce en sus oyentes el discurso de Jesús sobre el Pan de la vida.
Para algunos resulta «duro», imposible de admitir. No se sabe qué les ha escandalizado más: el que Jesús -en definitiva, para ellos, un obrero del pueblo de al lado, aunque se haya mostrado buen predicador y haga milagros- afirme con decisión que él es el enviado de Dios y hay que creer en él para tener vida; o bien que afirme que hay que «comer su carne y beber su sangre», con una alusión al sacramento eucarístico que ellos, naturalmente, no podían entender todavía.
Jesús trata de darles pistas para que sepan entender su doble manifestación. Tanto la afirmación de que «ha bajado del cielo», como la de que hay que «comer su carne», sólo tendrán su sentido después de laPascua: cuando Jesús haya «subido» glorioso al Padre, resucitado por el Espíritu, completando así su camino mesiánico, y cuando haya descendido el mismo Espíritu sobre los discípulos, dándoles los ojos de la fe para entender la donación del Jesús pascual como Pan verdadero. Pero no parece bastar: «desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él».
Menos mal que el grupo de discípulos, cuyo portavoz es -una vez más- Pedro, le permanecen fieles. Tal vez no han entendido del todo sus afirmaciones. Pero creen en él, le creen a él: «¿a quién vamos a acudir? tú tienes palabras de vida eterna».
b) También en el mundo de hoy, como para los oyentes que tenía en Cafarnaúm, Jesús se convierte en signo de contradicción, como había anunciado el anciano Simeón, cuando María y José presentaron a su hijo en el Templo.
Cristo es difícil de admitir en la propia vida, si se entiende todo lo que comporta el creer en él. Es pan duro, pan con corteza. No sólo consuela e invita a la alegría. Muchas veces es exigente, y su estilo de vida está no pocas veces en contradicción con los gustos y las tendencias de nuestro mundo. Creer en Jesús, y en concreto también comulgar con él en la Eucaristía, que es una manera privilegiada de mostrar nuestra fe en él, puede resultar difícil.
Nosotros, gracias a la bondad de Dios, somos de los que han hecho opción por Cristo Jesús. No le hemos abandonado. Como fruto de cada Eucaristía, en laque acogemos con fe su Palabra en las lecturas y le recibimos a él mismo como alimento de vida, tendríamos que imitar la actitud de Pedro: «¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna».
«Por el bautismo fuisteis sepultados con Cristo y habéis resucitado con él» (entrada)
«Jesucristo, testigo fiel, primogénito de los muertos, nos amaste y lavaste nuestros pecados con tu sangre» (aleluya)
«Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna» (evangelio)
«Padre, que todos sean uno y así crea el mundo que tú me has enviado» (comunión) .
«No ceses de proteger con amor a los que has salvado» (poscomunión)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 9,31-42
El fragmento empieza con una consideración sintética de la situación interna de la Iglesia. La comunidad cristiana «gozaba de paz», se mantenía en el santo temor de Dios y se extendía con el impulso del Espíritu Santo. Saulo ha sido llevado a Tarso, probablemente porque su presencia -discutida- creaba problemas a causa de su temperamento combativo, semejante al de Esteban.
A continuación, se presenta a Pedro no tanto como evangelizador, sino como jefe religioso que -durante sus visitas pastorales- sostiene, ayuda y anima a los discípulos: visita algunas comunidades ya evangelizadas (probablemente por Felipe) y, a su paso, se reproduce el clima primaveral, sorprendente, milagroso, del paso de Jesús. Pedro contribuye con dos prodigios a la difusión del Evangelio. El apóstol se ha convertido ahora en el pastor taumaturgo que representa en la joven Iglesia no sólo la Palabra, sino el poder de curación de Jesús. Lucas no pierde la ocasión de recordar que Jesús vive y continúa obrando en la Iglesia apostólica como cuando estaba vivo en medio de los suyos.
Evangelio: Juan 6,60-69
Tras la extensa revelación de Jesús sobre el pan de vida en la sinagoga de Cafarnaún, sus discípulos le comunican su malestar por las afirmaciones «irracionales» de su Maestro, unas afirmaciones que resultan difíciles de aceptar desde el punto de vista humano. Frente al escándalo y la murmuración de los discípulos, Jesús precisa que no se debe creer en él sólo después de la visión de una subida de él al cielo, como que Elías y Henoc, porque eso significaría la no aceptación de su origen divino. Es algo que no tendría sentido, dado que él, el «Preexistente», viene precisamente del cielo (cf. Jn 3,13-15).
La incredulidad de los discípulos con respecto a Jesús, sin embargo, se pone de manifiesto por el hecho de que «el Espíritu es quien da la vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida» (v. 63). Juan afirma que tan real como la carne de Jesús es la verdad eucarística. Ambas son un don con el mismo efecto: dar la vida al hombre. Con todo, muchos discípulos no quisieron creer y no dieron un paso adelante hacia una confianza en el Espíritu, con lo que no consiguieron liberarse de la esclavitud de la carne.
A Jesús no le coge por sorpresa esta actitud de abandono por parte de los que le siguen. Conoce a cada hombre y sus opciones secretas. Adherirse a su persona y a su mensaje en la fe es un don que nadie puede darse a sí mismo. Sólo el Padre lo da. El hombre, que tiene en sus manos su propio destino, es siempre libre de rechazar el don de Dios y la comunión de vida con Jesús. Sólo quien ha nacido y ha sido vivificado por el Espíritu, y no obra según la carne, comprende la revelación de Jesús y es introducido en la vida de Dios. A través de la fe es como el discípulo debe acoger al Espíritu y al mismo Jesús, pan eucarístico, sacramento que comunica el Espíritu y transforma la carne.
MEDITATIO
La perícopa de los Hechos de los Apóstoles leída hoy presenta otro pequeño cuadro de la jovencísima Iglesia. La comunidad cristiana, extendida ahora en diversas comunidades, se enfrenta con los problemas de cada día: la enfermedad prolongada, la muerte inesperada de personas comprometidas, etc. La vida cotidiana se caracteriza por el santo temor de Dios y por la asistencia reconfortante del Espíritu Santo. Los discípulos viven bajo la mirada de Dios, con el sentido de su grandeza y de su soberanía. Miden su vida a partir de él y de su santa voluntad. Se interesan por los pobres y se preocupan por los enfermos. De este modo se va construyendo la Iglesia interiormente y se vuelve dócil a la acción del Espíritu Santo, que la extiende también exteriormente.
La construcción interna y la difusión externa van estrechamente unidas. El anuncio más discreto y eficaz de la Buena Nueva procede de la vida de la Iglesia, de la alegría que anima su sufrimiento, de su espíritu de servicio sin cálculos mezquinos y sin reservas. La Palabra y los milagros no caen en el vacío, sino que encuentran un terreno bien dispuesto y producen frutos abundantes. El libro de los Hechos de los Apóstoles, dedicado completamente a la difusión del Evangelio, no se olvida de la vida cotidiana, en su sencillez y sus exigencias, una vida que se va humanizando en contacto con el Evangelio y que se convierte, precisamente gracias a él, en la base de todo anuncio posterior.
ORATIO
Te confieso, Señor, que me gustaría ver, al menos alguna vez, un buen milagro. Tampoco te oculto que, en algunos momentos de debilidad, me gustaría incluso hacer alguno, aunque no fuera más que para mostrar que no estoy diciendo tonterías cuando hablo de tus cosas. Pero tú, aunque no me dejas privado de signos del cielo, prefieres el milagro de la vida serena, trabajadora, de una vida que confía en ti, que te deja tomar las grandes decisiones, que recibe todo de tus manos, que se preocupa de complacerte más a ti que a los hombres y a las mujeres, que expresa la alegría de poder servirles y de sentirse amado por ti.
Perdona mi debilidad que sueña con algún milagro, aunque sea muy pequeño, y refuerza mi convicción de que lo que tú quieres es la transformación de mi vida, el paso del temor al amor, del apego al desprendimiento, de la angustia a la confianza, del pesar a la alegría, del escrúpulo a la confianza ilimitada en ti, de la inclinación sobre mis cosas a la apertura al dolor del otro. Dame tu Espíritu para que me sea posible y apetecible, amable y tranquilizador, un programa tan comprometido como éste.
CONTEMPLATIO
Se ha dicho con acierto de Job: «Era un hombre temeroso de Dios y apartado del mal» (Jb 1,1). La santa Iglesia de los elegidos inicia ahora su camino por la vía de la sencillez y de la rectitud con temor, pero lo lleva a su consumación sólo con el amor. Se aleja verdaderamente del mal aquel que empieza a partir de ahora a no querer pecar nunca más por amor a Dios.
Si alguien realiza todavía el bien por temor, da a entender que no se ha alejado por completo del mal: si está dispuesto a pecar, en caso de que pueda hacerlo con impunidad, con eso mismo peca. Tras haber dicho que Job temía a Dios, añade el texto sagrado que también estaba apartado del mal: cuando el temor es reemplazado por el amor, entonces la culpa que había quedado en el alma queda eliminada por el firme propósito de la voluntad. Así como el temor mantiene a raya el vicio, el amor hace germinar las virtudes (Gregorio Magno, Comentario moral a Job, i, 37).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Señor, yo soy tu siervo» (Sal 115,16a).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
El ejemplo de Tomás Moro demuestra que le es posible a un cristiano vivir en el mundo según el Evangelio y actuar en él a imitación de Cristo; y ello en medio de su propia familia, de sus posesiones y de la vida política: es posible llevar una vida santa en medio de estas distintas situaciones, con sobriedad, sencillez y honestidad, sin caer en fanatismos ni «beaterías», de modo serio y alegre al mismo tiempo.
¿Qué es, pues, lo más importante para un cristiano que vive en el mundo? Realizar, en la fe, una opción radical por Dios, por el Señor y por su Reino, a pesar de todas las inclinaciones pecaminosas, y conservarla intacta a través de los acontecimientos ordinarios de cada día. Conservar, viviendo en el mundo, la libertad fundamental respecto al mundo, en medio de la familia, de las posesiones y de la vida política, al servicio de Dios y de los hermanos. Poseer la alegre prontitud que permite ejercer esta libertad, en cualquier momento, a través de la renuncia, y cuando estemos llamados a hacerlo, a través de la renuncia total. Sólo en esta libertad respecto al mundo, buscada por amor a Dios, es donde el cristiano, que vive en el mundo, pero recibe la libertad como don de la gracia de Dios, encuentra la fortaleza, el consuelo, el poder y la alegría que son su victoria (H. Küng, Libertó nel mondo. Sir Thomas More, Brescia 1966, 44s)