Jueves III de Pascua – Homilías
/ 11 abril, 2016 / Tiempo de PascuaLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
Para ver el texto completo de las lecturas haz clic aquí.
Hch 8, 26-40: Mira, agua. ¿Qué dificultad hay en que me bautice?
Sal 65, 8-9. 16-17. 20: Aclamad al Señor, tierra entera
Jn 6, 44-51: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Hechos 8,26-40: Mira, agua. ¿Qué dificultad hay en que me bautice? Felipe interpreta en favor de un peregrino llegado a Jerusalén un pasaje del libro de Isaías acerca del Siervo de Yahvé, mostrándole su cumplimiento en Jesucristo. El etíope recibe el bautismo y Felipe prosigue su obra de evangelización hasta Cesarea. La expansión de la Iglesia es obra del Espíritu Santo y se lleva a cabo mediante el anuncio de la Buena Noticia de Jesús. Él es quien, con su muerte y su resurrección, ya anunciada proféticamente, ha conseguido la salvación universal que es la única fuente de alegría. La alegría del recién bautizado es lógica por las muchas gracias que confiere el bautismo. San Juan Crisóstomo dice:
«Los nuevos bautizados son libres, santos, justos, hijos de Dios, herederos del cielo, hermanos y coherederos de Cristo, miembros de su Cuerpo, templos de Dios, instrumentos del Espíritu Santo... Los que ayer estaban cautivos son hoy hombres libres y ciudadanos de la Iglesia. Los que ayer estaban en la vergüenza del pecado se encuentran ahora en la seguridad de la justicia; y no sólo libres sino santos» (Catequesis bautismales 3,5).
Y San León Magno:
«El sacramento de la regeneración nos ha hecho partícipes de estos admirables misterios, por cuanto el mismo Espíritu, por cuya virtud fue Cristo engendrado, ha hecho que también nosotros volvamos a nacer con un nuevo nacimiento espiritual» (Carta 31).
–El creyente puede testimoniar lo que Dios ha hecho con él: le ha devuelto la vida. Por esto invita a todos los pueblos a que bendigan al Dios que tan portentosamente le ha salvado y lo hacemos con el Salmo 65: «Bendecid, pueblo, a nuestro Dios, haced resonar sus alabanzas: Porque Él nos ha devuelto la vida y no dejó que tropezaran nuestros pies. Fieles de Dios, venid a escuchar, os contaré lo que ha hecho conmigo; a Él gritó mi boca y lo ensalzó mi lengua. Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica, ni me retiró su favor».
–Juan 6,44-52: Yo soy el Pan vivo que ha bajado del cielo. El Pan de vida, que es Cristo, hay que comerlo ante todo con fe. Mas la revelación avanza aún más cuando Jesús afirma que el pan que Él dará es su propia carne, como sacrificio para la vida del mundo. Comenta San Agustín:
«El maná era signo de este pan, como lo era también el altar del Señor. Ambas cosas eran signos sacramentales: como signos son distintos, más en la realidad hay identidad... Pan vivo, porque desciende del cielo. El maná también descendió del cielo; pero el maná era sombra, éste la verdad... ¡Oh qué misterio de amor, y qué símbolo de la unidad y qué vínculo de la caridad! Quien quiere vivir sabe donde está su vida y sabe de dónde le viene la vida. Que se acerque y que crea, y que se incorpore a este cuerpo, para que tenga participación de su vida...» (Tratado 26,12 y 15 sobre el Evangelio de San Juan).
Y San Ambrosio:
«Cosa grande, ciertamente, y de digna veneración, que lloviera sobre los judíos maná del cielo. Pero, presta atención. ¿Qué es más: el maná del cielo o el Cuerpo de Cristo? Ciertamente que el Cuerpo de Cristo, que es el Creador del cielo. Además, el que comió el maná, murió; pero el que comiere el Cuerpo recibirá el perdón de sus pecados y no morirá para siempre. Luego, no en vano dices tú «Amén», confesando ya en espíritu que recibes el Cuerpo de Cristo... Lo que confiesa la lengua, sosténgalo el afecto» (Sobre los Sacramentos 24-25).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Hechos 8,26-40
a) El episodio del eunuco a quien evangeliza y bautiza el diácono Felipe es un relato típicamente lucano, bastante paralelo al de los discípulos de Emaús: entonces la catequesis la hizo el mismo Jesús y desembocó en la fracción del pan. Ahora es un diácono el que anuncia la fe y termina con el Bautismo.
La escena parece que tiene la intención de presentar cómo es el camino de la iniciación cristiana: el anuncio de Jesús, la fe, la celebración sacramental y la vida cristiana. Evangelización, conversión, sacramento, vida.
El proceso está bien descrito. El eunuco, pagano, tiene buena disposición religiosa. No puede ser admitido al pueblo de Israel, pero lee sus Escrituras. Tiene curiosidad por saber quién es el Siervo de Yahvé. Felipe, a partir de esa situación -sube a la carroza del eunuco: todo un símbolo-, entra en diálogo con él, le explica las Escrituras. Del AT le ayuda a pasar al NT y le da a conocer a Jesús como el Mesías, el Siervo y el Salvador. También Jesús, a los de Emaús, les invitó a entender los hechos actuales a partir del AT.
El eunuco es bautizado, y sigue su camino lleno de alegría. ¿Fue el primer pagano que recibió el Bautismo? ¿dónde fue a parar? ¿fundó alguna comunidad en su tierra? Por su parte, el diácono es conducido por el Espíritu a seguir evangelizando en otro lugar.
No es extraño que el salmo responsorial de hoy sea misionero: «aclama al Señor, tierra entera. Bendecid, pueblos, a nuestro Dios»
b) El diácono Felipe -siempre guiado por Dios, que lleva la iniciativa- nos da una espléndida lección de pedagogía en la evangelización: ayudar a las personas, a partir de su curiosidad, de sus deseos, de sus cualidades, a que encuentren la plenitud de todo ello en Cristo Jesús y le acepten en su vida.
Felipe ayudó al eunuco a partir del AT que estaba leyendo. Cada una de las personas que encontramos tiene su particular AT, su formación, su sensibilidad, sus dones, sus ansias, sus miedos. Nosotros tendríamos que ser el diácono Felipe que sube a su carroza, les acompaña en su camino y les ayuda a descubrir a Cristo. Como el mismo Jesús, que también se hizo compañero de camino de los de Emaús y con paciencia les iluminó para que entendieran los planes de Dios.
El AT, leído desde Cristo. Los deseos humanos, leídos desde Cristo. Muchos siguen buscando y preguntando dónde está el Mesías y el Salvador: ¿en las sectas? ¿en las religiones orientales? ¿en los mil medios de huida de la vida hacia mundos utópicos?
¿Quién les anuncia a estas personas, jóvenes o mayores, que la respuesta está en Cristo Jesús? De un encuentro y un diálogo con nosotros, ¿suelen marchar las personas con una chispa de fe y con alegría interior?
2. Juan 6,44-52
a) El discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm sigue adelante, progresando hacia su plenitud.
La idea principal sigue siendo también hoy la de la fe en Jesús, como condición para la vida. La frase que la resume mejor es el v. 47: «os lo aseguro, el que cree tiene vida eterna». Ahora bien, a los verbos que encontrábamos ayer -«ver», «venir» y «creer»- hoy se añade uno nuevo: «nadie puede venir a mí si el Padre que me ha enviado no le atrae». La fe es un don de Dios, al que se responde con la decisión personal.
Dentro de este discurso sobre la fe en Jesús hay una objeción de los oyentes -que no se lee en la selección de la Misa- que refleja bien cuál era la intención de Jesús. Murmuraban y se preguntaban: «¿cómo puede decir que ha bajado del cielo?» (v. 42). Lo que escandalizaba a muchos era que Jesús, cuyo origen y padres creían conocer, se presentara como el enviado de Dios, y que hubiera que creer en él para tener vida.
Al final de la lectura de hoy parece que cambia el discurso. Ha empezado a sonar el verbo «comer». La nueva repetición: «yo soy el pan vivo» tiene ahora otro desarrollo: «el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo».
Donde Jesús entregó su carne por la vida del mundo fue sobre todo en la cruz. Pero las palabras que siguen, y que leeremos mañana, apuntan también claramente a la Eucaristía, donde celebramos y participamos sacramentalmente de su entrega en la cruz.
b) Nosotros, cuando celebramos la Eucaristía, acogiendo la Palabra y participando del Cuerpo y Sangre de Cristo, tenemos la suerte de que sí «vemos, venimos y creemos» en él, le reconocemos, y además sabemos que la fe que tenemos es un don de Dios, que es él que nos atrae.
Tenemos motivos para alegrarnos y sentir que estamos en el camino de la vida: que ya tenemos vida en nosotros, porque nos la comunica el mismo Cristo Jesús con su Palabra y con su Eucaristía. La vida que consiguió para nosotros cuando entregó su carne en la cruz por la salvación de todos y de la que quiso que en la Eucaristía pudiéramos participar al celebrar el memorial de la cruz.
Creemos en Jesús y le recibimos sacramentalmente: ¿de veras esto nos está ayudando a vivir la jornada más alegres, más fuertes, más llenos de vida? Porque la finalidad de todo es vivir con él, como él, en unión con él.
«Mi fuerza y mi poder es el Señor» (entrada)
«En estos días de Pascua nos has revelado claramente tu amor» (oración)
«Bendecid, pueblos, a nuestro Dios» (salmo)
«El que cree, tiene vida eterna» (evangelio)
«Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo» «Que nuestra vida sea manifestación y testimonio de esta verdad que conocemos» (ofrendas)
«Vivamos, ya desde ahora, la novedad de la vida eterna» (poscomunión)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 8,26-40
Lucas prosigue su esmerada presentación de la difusión del Evangelio a grupos cada vez más alejados del judaísmo oficial. Tras los samaritanos nos encontramos con un representante de la diáspora, probablemente alguien que no era judío desde el punto de vista étnico y que, sin embargo, formaba parte de la comunidad judía en calidad de «prosélito». Se trata de un etíope; por consiguiente, viene de lejos y llevará lejos el Evangelio. Es un eunuco, alguien que, para el Deuteronomio, no puede ser admitido en la comunidad del Señor, aunque para Isaías ya no será excluido. Es un personaje influyente y rico, puesto que dispone de medios para realizar un largo viaje con todo su equipamiento y cuenta con la posibilidad de disponer de un costoso rollo manuscrito de la Biblia.
A este personaje le envía Dios a Felipe a través de su ángel, y por medio del Espíritu le guía hacia la obra que debe llevar a cabo. La ocasión se la brinda la Sagrada Escritura, mientras que la mediación es apostólica. A partir de la profecía de Isaías sobre el Siervo de YHWH lleva a cabo Felipe su misión salvífica de predicador del Evangelio, abriendo los ojos a la inteligencia plena de la Escritura.
El eunuco plantea con claridad la gran pregunta de siempre desde los orígenes: «Te ruego que me digas de quién dice esto el profeta, ¿de sí mismo o de algún otro?». Con la mediación eclesial y con la gracia de Dios es posible disipar la duda de quien, pensativa aunque sinceramente, va buscando la verdad. Al don de la fe le sigue el bautismo, y de ambos brota la salvación.
Evangelio: Juan 6,44-52
Las anteriores revelaciones de Jesús sobre su origen divino -«Yo soy el pan de vida» (v. 35) y «Yo he bajado del cielo» (v 38)- habían provocado el disentimiento y la protesta entre la muchedumbre, que murmura y se vuelve hostil. Resulta demasiado duro superar el obstáculo del origen humano de Cristo y reconocerlo como Dios (v. 42). Jesús evita entonces una inútil discusión con los judíos y les ayuda a reflexionar sobre la dureza de su corazón, enunciando las condiciones necesarias para creer en él.
La primera es ser atraídos por el Padre (v. 44), don y manifestación del amor de Dios por la humanidad. Nadie puede ir a Jesús si no es atraído por el Padre. La segunda condición es la docilidad a Dios (v 45a). Los hombres deben darse cuenta de la acción salvífica de Dios respecto al mundo. La tercera condición es escuchar al Padre (v 45b). De la enseñanza interior del Padre y de la vida de Jesús es de donde brota la fe obediente del creyente en la Palabra del Padre y del Hijo.
Escuchar a Jesús significa ser enseñados por el Padre mismo. Con la venida de Jesús queda abierta la salvación a todo el mundo; ahora bien, la condición esencial que se requiere es dejarse atraer por él, escuchando con docilidad la Palabra de vida. Aquí es donde el evangelista precisa la relación entre la fe y la vida eterna, principio que resume toda regla para acceder a Jesús. Sólo el hombre que vive en comunión con Jesús se realiza y se abre a una vida duradera y feliz. Sólo «quien come» de Jesús-pan no muere. Jesús, pan de vida, dará la inmortalidad a quien se alimenta de él, a quien, en la fe, interioriza su Palabra y asimila su vida.
MEDITATIO
La evangelización es, por encima de todo, obra divina, misteriosa, prodigiosa, por sus inicios y por sus éxitos imprevisibles. En el fragmento de Hechos de los Apóstoles que hemos leído, por ejemplo, nos encontramos muy lejos de una acción humana planificada. Es Dios quien tiene su plan, un plan que nosotros hemos de secundar. Felipe recibe la orden de ir por un camino que cruza por el desierto, a pleno sol, precisamente hacia el sur. A decir verdad, no parece una buena premisa para la evangelización. Pero es aquí donde Dios ha predispuesto un encuentro importante. De él ha hecho partir la tradición la evangelización de Africa. Lo que parece decisivo aquí es la disponibilidad de Felipe, su impulso evangelizador, que no deja perder ninguna ocasión; sucapacidad para interpretar la Escritura. Con otras palabras: su convencida entrega a la causa del Evangelio y a su «preparación». El resto lo ha hecho el Espíritu, que hizo posible el encuentro y favoreció el acercamiento misionero.
Quizás nos preguntamos hoy, con excesiva frecuencia, por el futuro de la misión, cuando, en realidad, deberíamos preguntarnos por nuestra calidad de evangelizadores, por nuestra disponibilidad para ir a alguno de los muchos «desiertos» de la ciudad secular, precisamente a los sitios donde parece inútil ir, porque son áridos, lugares posiblemente desesperados. Sin embargo, es posible que sea en alguno de estos lugares desiertos donde puedan tener lugar encuentros decisivos. Depende del corazón ardiente del evangelizador, depende de su capacidad para intuir la pregunta religiosa, una pregunta que asume, a veces, una forma extraña. En cualquier lugar, incluso en el más improbable, es posible encontrar una pregunta y una inquietud a las que dar una respuesta, a veces rechazada, y en alguna ocasión acogida como liberadora.
ORATIO
Te pido, Señor, tener más confianza en tu Evangelio. Recuerdo haber sido abucheado o ridiculizado o hecho callar demasiadas veces cuando hablaba de ti como respuesta a los problemas de nuestro tiempo: quizás por eso me he vuelto demasiado cauto, casi me he retirado y ya no me atrevo a hablar de un modo tan abierto de ti, a no ser en los lugares donde pienso que seré escuchado. Ciertamente, me he procurado óptimos motivos para obrar así: es necesario «respetar» los tiempos de maduración y las opciones de los otros, no debemos ser «fanáticos», no debemos «forzar» las cosas y los tiempos; pero el hecho cierto es que cada vez hablo menos de ti. ¡Cuántas ocasiones he perdido para iluminar a corazones inquietos, cuántas situaciones potencialmente abiertas a tu Palabra se me han escapado!
Es posible que tú, Señor, me hayas llevado desde la excesiva seguridad a la desconcertante incertidumbre para traerme a este momento, en el que me siento un humilde servidor de la Palabra, consciente de que no soy yo quien decido las conversiones, sino de que eres tú el dueño de la mies, y de que yo debería estar, como Felipe, sólo dispuesto a introducir en la comprensión de tus caminos.
Gracias, Señor, por haberme indicado este camino.
CONTEMPLATIO
La vida de los predicadores resuena y arde. Resuena con la Palabra y arde con el deseo. Del bronce incandescente se desprenden chispas, porque de sus exhortaciones salen palabras encendidas que llegan a los oídos de quienes las escuchan. Las palabras de los predicadores reciben justamente el nombre de «chispas» porque encienden el corazón de aquellos con quienes tropiezan. Hemos de señalar que las chispas son muy sutiles y delicadas. En efecto, cuando los predicadores hablan de la patria celestial, más que abrir los corazones con las palabras, los hacen arder de deseo. De sus lenguas llegan a nosotros algo así como chispas, puesto que a partir de su voz apenas se puede conocer levemente algo de la patria celestial, aunque ellos no la aman precisamente de una manera leve.
Sin embargo, la divina voluntad hace, ciertamente, que estas menudísimas chispas enciendan una llama en el corazón de quien escucha. Y es que hay algunos que con sólo escuchar unas pocas palabras se llenan de un gran deseo y les basta con las chispas muy tenues de algunas palabras para hacerlos arder con un purísimo amor a Dios (Gregorio Magno, Homilías sobre Ezequiel, 1, 3,5).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Señor, dame un corazón de evangelizador».
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Si el siglo XXI se convierte, será a través de una mirada nueva, por medio de la mirada mística, que tiene la propiedad de ver las cosas, por primera vez, de una manera inédita.
Cuando el ser humano se dé cuenta de que está amenazado en su esencia por la cocina infernal de los aprendices de brujos; en su vida, por el peligro mortal de la polución, sin hablar de la polución moral que acabará por darle miedo, quizás experimente entonces la necesidad de ser salvado; y este instinto de salvación es posible que le lleve a buscar en otra parte, muy lejos de los discursos inoperantes de la política o del murmullo de una cultura exangüe, la razón primera de lo que es él. Ahora bien, no la encontrará más que a través del rejuvenecimiento integral de su inteligencia por medio de la contemplación, del silencio, de la atención más extrema y, para decirlo con una sola palabra, de la mística, que no es otra cosa que el conocimiento experimental de Dios (A. Frossard).