Miércoles III de Pascua – Homilías
/ 11 abril, 2016 / Tiempo de PascuaLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Hch 8, 1b-8: Al ir de un lugar para otro, iban difundiendo el Evangelio
Sal 65, 1-3a. 4-5. 6-7a: Aclamad al Señor, tierra entera
Jn 6, 35-40: Esta es la voluntad del Padre: que todo el que ve al Hijo tenga vida eterna
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Hechos 8,1-8: Al ir de un lugar para otro iban difundiendo la buena noticia. La violencia de la persecución contra el grupo de Esteban –en la que tuvo parte activa Saulo– obligó a la dispersión de sus miembros por Samaria, en donde de este modo se expandió el mensaje cristiano. Felipe, uno de los siete, proclama la Palabra y obra curaciones. En la celebración eucarística, reunidos en torno al altar del Señor, proclamamos el mensaje personal que trae Cristo y recibimos la fuerza del Espíritu, que confirma nuestra unidad eclesial y alienta nuestro testimonio de vida cristiana.
San Juan Crisóstomo, en su Homilía sobre los Hechos dice que los cristianos continúan la predicación, en vez de des-cuidarla. Y San León Magno:
«La religión, fundada por el misterio de la Cruz de Cristo, no puede ser destruida por ningún género de maldad. No se disminuye la Iglesia por las persecuciones, antes al contrario, se aumenta. El campo del Señor se viste entonces con una cosecha más rica. Cuando los granos que caen mueren, nacen multiplicados» (Homilía sobre los Santos Apóstoles Pedro y Pablo).
–La acción redentora de Cristo despliega su poder salvador en nuestra vida: el cristiano recibe y proclama esta salvación en la comunidad eclesial. Que toda la tierra aclame al Señor que obra maravillas. Así lo proclamamos con el Salmo 65: «Aclama al Señor, tierra entera, tocad en honor de su nombre, cantad himnos a su gloria; decid a Dios: «Qué terribles son tus obras. Que se postre ante Ti la tierra entera, que toquen en tu honor, que toquen para tu nombre». Venid a ver las obras de Dios, sus temibles proezas en favor de los hombres. Transformó el mar en tierra firme, a pie atravesaron el río. Alegrémonos con Dios, que con su poder gobierna eternamente».
–Juan 6,35-40: La voluntad de mi Padre es que todo el que ve al Hijo tenga vida eterna. Tras haberse manifestado a Sí mismo como Pan de vida, Jesús hace hincapié en la necesidad de la fe que conduce a la vida eterna y a la futura resurrección. La vida eterna y la resurrección en el último día son dos aplicaciones concretas del don de la Vida al creyente. Pero no agotan todo el don de Cristo-Vida. San Agustín comenta este pasaje evangélico:
««No he venido a hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió». Ésta es la mejor recomendación de la humildad. La soberbia hace su voluntad, la humildad hace la voluntad de Dios. Por eso, «al que se llega a Mí no lo arrojaré fuera». ¿Por qué? «No he venido a hacer mi voluntad sino la voluntad del que me envió». Yo he venido humilde, yo he venido a enseñar la humildad, yo soy el maestro de la humildad. El que se llega a Mí se incorpora a Mí; el que se llega a Mí será humilde, porque no hace su voluntad, sino la de Dios.
«Esa es la causa de que no se le arroje fuera; estaba arrojado fuera cuando era soberbio... Se entrega Él mismo al que conserva la humildad y Él mismo lo recibe; y, en cambio, el que no la conserva está distantísimo del Maestro de la humildad. «Que no se pierda nada de lo que me dio». No es, pues, voluntad de mi Padre que perezca uno solo de estos pequeñuelos. De entre los que se engríen no dejará de haber alguien que perezca; en cambio, de entre los humildes no se dará el caso de perecer uno solo... El que se llega a Mí resucita ahora hecho humilde, como uno de mis miembros; pero yo lo resucitaré también en el día postrero según la carne» (Tratado 25,16 y 19 sobre el Evangelio de San Juan).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Hechos 8,1-8
a) Empieza la tercera persecución contra los cristianos -de nuevo con la intervención, esta vez más activa, de Saulo-, y la dispersión de parte de la comunidad de Jerusalén, tal vez sus grupos más liberales, los de habla griega. Los apóstoles se quedan.
Parecía que esto iba a ser un golpe mortal para la Iglesia, y no lo fue. La comunidad se hizo más misionera y la fe en Cristo se empezó a extender por Samaría y más lejos: «los prófugos iban difundiendo la Buena Noticia». El día de la Ascensión Jesús les había anunciado que iban a ser sus testigos primero en Jerusalén, luego en toda Judea, en Samaría, y hasta los confines del mundo (Hch 1,8). Ahora lo empiezan a realizar.
Uno de los diáconos helénicos, Felipe, es el que asume la evangelización en Samaría, y «la ciudad se llenó de alegría». Aunque no lo leemos hoy, sabemos que la predicación de Felipe atrajo a muchos al Bautismo, y entonces los apóstoles Pedro y Juan bajaron de Jerusalén a completar esta iniciación, imponiendo las manos y dando el Espíritu a los bautizados por Felipe.
b) No habría que asustarse demasiado, con visión histórica, por las dificultades y persecuciones que sufre la comunidad cristiana. Siempre las ha experimentado y siempre ha prevalecido.
Para aquella comunidad de Jerusalén, lo que parecía que iba a ser el principio del final, fue la gran ocasión de la expansión del cristianismo. Así ha sucedido cuando en otras ocasiones cruciales de la historia se han visto cerrar las puertas a la Iglesia en alguna dirección: con las invasiones de los pueblos bárbaros y el hundimiento del imperio romano, o con la pérdida de los Estados Pontificios el siglo pasado. Siempre ha habido otras puertas abiertas, y el Espíritu del Señor ha ido conduciendo a la Iglesia de modo que nunca faltara el anuncio de la Buena Noticia y la vida de sus comunidades como testimonio ante el mundo.
Si tenemos fe y una convicción que comunicar, la podremos comunicar, si no es de una manera de otra. Como sucedía en la primera comunidad con los apóstoles y demás discípulos: nadie les logró hacer callar. Si una comunidad cristiana está viva, las persecuciones exteriores no hacen sino estimularla a buscar nuevos modos de evangelizar el mundo. Lo peor es si no son los factores externos, sino su pobreza interior la que hace inerte su testimonio.
Lo que a nosotros nos puede parecer catastrófico -los ataques a la Iglesia y sus pastores, la falta de vocaciones, la progresiva secularización de la sociedad, los momentos de tensión- será seguramente ocasión de bien, de purificación, de discernimiento, de renovado empeño de fe y evangelización por parte de la comunidad cristiana, guiada y animada por el Espíritu. Eso sí, también una llamada a la renovación de nuestros métodos de evangelización. Dios escribe recto con líneas que a nosotros nos pueden parecer torcidas.
2. Juan 6, 35-40
a) El «discurso del Pan de la vida» que Jesús dirige a sus oyentes el día siguiente a la multiplicación de los panes, en la sinagoga de Cafarnaúm, entra en su desarrollo decisivo.
Esta catequesis de Jesús tiene dos partes muy claras: una que habla de la fe en él, y otra de la Eucaristía. En la primera afirma «yo soy el Pan de vida»: en la segunda dirá «yo daré el Pan de vida». Ambas están íntimamente relacionadas, y forman parte de la gran página de catequesis que el evangelista nos ofrece en torno al tema del pan.
Hoy escuchamos la primera. Repetimos la última frase de ayer, el v. 35: «yo soy el pan de vida», que es el inicio de este apartado, que tiene como contenido la fe en Jesús. Se nota en seguida, porque los verbos que emplea son «el que viene a mí», «el que cree en mí», «el que ve al Hijo y cree en él». Se trata de creer en el enviado de Dios. Aquí se llama Pan a Cristo no en un sentido directamente eucarístico, sino más metafórico: a una humanidad hambrienta, Dios le envía a su Hijo como el verdadero Pan que le saciará. Como también se lo envía como la Luz, o como el Pastor. Luego pasará a una perspectiva más claramente eucarística, con los verbos «comer» y «beber».
El efecto del creer en Jesús es claro: el que crea en él «no pasará hambre», «no se perderá», «lo resucitaré el último día», «tendrá vida eterna».
b) La presentación de Jesús por parte del evangelista también nos está diciendo a nosotros que necesitamos la fe como preparación a la Eucaristía. Somos invitados a creer en él, antes de comerle sacramentalmente.
Ver, venir, creer: para que nuestra Eucaristía sea fructuosa, antes tenemos que entrar en esta dinámica de aceptación de Cristo, de adhesión a su forma de vida.
Por eso es muy bueno que en cada misa, antes de tomar parte en «la mesa de la Eucaristía», comiendo y bebiendo el Pan y el Vino que Cristo nos ofrece, seamos invitados a recibirle y a comulgar con él en «la mesa de laPalabra», escuchando las lecturas bíblicas y aceptando como criterios de vida los de Dios.
El que nos prepara a «comer» y «beber» con fruto el alimento eucarístico es el mismo Cristo, que se nos da primero como Palabra viviente de Dios, para que «veamos», «vengamos» y «creamos» en él. Así es como tendremos vida en nosotros. Es como cuando los discípulos de Emaús le reconocieron en la fracción del pan, pero reconocieron que ya «ardía su corazón cuando les explicaba las Escrituras».
La Eucaristía tiene pleno sentido cuando se celebra en la fe y desde la fe. A su vez, la fe llega a su sentido pleno cuando desemboca en la Eucaristía. Y ambas deben conducir a la vida según Cristo. Creer en Cristo. Comer a Cristo. Vivir como Cristo.
«Concédenos tener parte en la herencia eterna de tu Hijo resucitado» (oración)
«Aclama al Señor, tierra entera: alegrémonos con Dios» (salmo)
«Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre» (evangelio)
«Resucitó el Señor y nos iluminó» (comunión)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 8, 1b-8
Nos encontramos aquí en presencia de otro giro decisivo en la historia de la frágil comunidad cristiana: su difusión fuera de los muros de Jerusalén. Se pasa de la persecución a la dispersión y de la dispersión a la difusión de la Palabra. Son los helenistas, los seguidores de Esteban, quienes reciben los golpes. Tienen que huir y dispersarse por las regiones de Judea y Samaría. Con ello inician la carrera de la Palabra por el mundo, «hasta los confines de la tierra».
Está también el contraste entre el «gran duelo» por la muerte de Esteban y la «gran alegría» por la acción de Felipe, otro de los Siete. Saulo «se ensañaba contra la Iglesia», pero ésta se expande precisamente entre los que están al margen del judaísmo: la salida de Jerusalén es un hecho no sólo geográfico, sino también cultural. Cristo es predicado también a los samaritanos. El fragmento da la impresión de que se ha producido un nuevo Pentecostés, una nueva primavera de la Iglesia, después de la que tuvo lugar en Jerusalén y antes de la que se produjo entre los paganos. El conjunto va acompañado de poderosos gestos de liberación: es un mundo que se renueva al contacto con la difusión de la Palabra.
Evangelio: Juan 6,35-40
La muchedumbre ha visto y escuchado la Palabra de Jesús en el fragmento precedente, pero no ha reconocido en él al Hijo de Dios bajado del cielo, como el maná del desierto. Entonces denuncia Jesús, con amargura, esta difundida incredulidad de los judíos (v. 36), a pesar de que la iniciativa amorosa del Padre se sirva de la obra del Hijo para darles la salvación y la vida (cf. Jn 3,14s; 4,14.50; 5,21.25s).
La Iglesia primitiva era consciente de este conflicto con la Sinagoga y, a través del evangelista, expresa su profundo vínculo con el Maestro, subrayando que el designio de Dios se realiza mediante la acogida que todo creyente reserva a Jesús. El ha tomado carne humana no para hacer su propia voluntad, sino la de aquel que le ha enviado. El plan de Dios es un plan de salvación, y el Padre, confiándolo al Hijo, proclama que los hombres se salvan en Jesús, sin que se pierda ninguno. Más aún, aquellos que han sido confiados por el Padre al Hijo, quiere que los «resucite en el último día» (v. 39). La expresión «último día» tiene un significado preciso en Juan: es el día en que termina la creación del hombre y tiene lugar la muerte de Jesús, es el día del triunfo final del Hijo sobre la muerte; en él, todos podrán probar «el agua del Espíritu» que será entregada a la humanidad. En ese día, Jesús dará cumplimiento a su misión mediante la resurrección y dará la vida definitiva. Esta última tiene su comienzo aquí en la fe, y su plena realización en la resurrección al final de los tiempos. Los que crean en Jesús, Hijo de Dios, no experimentarán la muerte, sino que disfrutarán de una vida inmortal.
MEDITATIO
El fragmento de los Hechos de los Apóstoles pone claramente de manifiesto que una de las causas de la difusión del Evangelio a través del mundo es la persecución. Son objeto de la misma los irreductibles, los «extremistas» compañeros de Esteban, los que no aceptaban componendas con el judaísmo. Los apóstoles se libran por ahora, posiblemente porque todavía confían en encontrar una solución a los delicados problemas planteados con la tradición judía. La persecución le ha ayudado a la Iglesia a no dormirse y a encontrar o reencontrar sus propias raíces misioneras. Estas han sido después el secreto de su perenne juventud. La Revolución francesa, por poner un solo ejemplo, supuso una fuerte prueba para la Iglesia, pero le hizo salir de la tormenta más delgada y más dispuesta a reemprender su itinerario misionero por el mundo.
Cuando existe el peligro de instalarnos cómodamente en un lugar, cuando existe la tentación de considerarnos integrados en un contexto social, cuando estamos demasiado tranquilos, entonces es cuando interviene el Espíritu para dar la alarma a través de diversas pruebas, la más terrible de las cuales -aunque quizás también la más eficaz- es la persecución. Esta última da frutos cuando la Iglesia está viva, como en el caso de la comunidad de Jerusalén. La Palabra se difunde para que los que están dispersos queden impregnados de la novedad cristiana, de la sorprendente realidad de la salvación en la que se sentían implicados y corresponsables. Por eso puede proceder del duelo la alegría, de la diáspora el crecimiento, de la muerte de Esteban la multiplicación de los apóstoles.
ORATIO
Esta Palabra, Señor, me turba una vez más, porque me parece que tú prefieres más bien los medios rápidos para alcanzar tus fines. Querías hacer salir el alegre mensaje de Jerusalén, y surge una violenta persecución. Me siento turbado, lo confieso. Y es que me gusta evitar las desgracias y vivir en paz. En mi paz, que no es exactamente la tuya. Con mi paz no crece la alegría en el mundo; con tu dinamismo, producido de una manera frecuentemente desagradable para mí, crece, en cambio, la alegría en los que están fuera de mis intereses.
Señor, estoy turbado, sobre todo, porque esta Palabra tuya me dice que yo debería estar alegre en las persecuciones, que debería pedírtelas cuando me encuentro demasiado bien y cuando me siento satisfecho de lo que hago y de lo que me rodea. Pero te confieso que me falta valor. Con todo, hay algo que debo pedirte para no morir de vergüenza: que frente a las posibles persecuciones, puedan ver al menos mis ojos que éstas tienen un sentido para ti y para tu Iglesia. Y, por consiguiente, también para mí.
CONTEMPLATIO
Jesús invitaba [con sus palabras] a los judíos a que tuvieran fe, mientras ellos buscaban signos para creer. Sabían que habían sido saciados con cinco panes, pero preferían el maná del cielo a aquel otro alimento. Sin embargo, el Señor decía que era muy superior a Moisés: éste no se había atrevido nunca a prometer el alimento «permanente, el que da la vida eterna» (cf. Jn 6,27). En consecuencia, Jesús prometía algo más que Moisés. Este prometía llenar el estómago aquí en la tierra, aunque de un alimento que perece; Jesús prometía el «alimento permanente».
El verdadero pan es el que da la vida al mundo. El maná era símbolo de este alimento, y todas esas cosas -dice el Señor a los judíos- eran signos que hacían referencia a mí. Os habéis apegado a los signos que se referían a mí, y me rechazáis a mí, que soy aquel a quien se referían los signos. No fue, por tanto, Moisés el que dio el pan del cielo: es Dios quien lo da (cf. Jn 6,32). Ahora bien, ¿qué pan? ¿Acaso el maná? No, no el maná, sino el pan del que era signo el maná, o sea, el mismo Señor Jesús. Porque «el pan de Dios viene del cielo y da la vida al mundo» (Jn 6,33) (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 25,12s, passim).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Grandes son la obras del Señor» (Sal 110,2).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Existe una compenetración entre el sufrimiento —llamémoslo cruz, una palabra que lo resume y transfigura— y el compromiso apostólico, esto es, la construcción de la Iglesia. No es posible ser apóstol sin cargar con la cruz. Y si hoy se ofrece el deber y el honor del apostolado a todos los cristianos de manera indistinta, para que la vida cristiana se revele hoy tal cual es y debe ser, es señal de que ha sonado la hora para todo el pueblo de Dios: todos nosotros debemos ser apóstoles, todos nosotros debemos cargar con la cruz.
Para construir la Iglesia es preciso esforzarse, es preciso sufrir. Esta conclusión desconcierta ciertas concepciones erróneas de la vida cristiana presentada bajo el aspecto de la facilidad, de la comodidad, del interés temporal y personal, cuando su rostro tiene que estar siempre marcado por el signo de la cruz, por el signo del sacrificio soportado y realizado por amor: amor a Cristo y a Dios, amor al prójimo, cercano o alejado. Y no es ésta una visión pesimista del cristianismo, sino una visión realista. La Iglesia debe ser un pueblo de fuertes, un pueblo de testigos animosos, un pueblo que sabe sufrir por su fe y por su difusión en el mundo, en silencio, de modo gratuito ycon amor (Pablo VI, Audiencia general del 1 de septiembre de 1976).