Martes III de Pascua – Homilías
/ 11 abril, 2016 / Tiempo de PascuaLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Hch 7, 51—8, 1a: Señor Jesús, recibe mi espíritu
Sal 30, 3cd-4. 6ab y 7b y 8a. 17 y 21ab: A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu
Jn 6, 30-35: No fue Moisés, sino que es mi Padre el que da el verdadero Pan del cielo
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Hechos 7,51-59: Señor Jesús, recibe mi espíritu. La defensa de Esteban ante sus acusadores se transforma en una acusación, ante la incredulidad de los jefes del pueblo, y le acarrea el martirio por medio de la lapidación. Al morir Esteban ruega al Señor en términos similares a los que Éste se dirigió al Padre desde la Cruz. Es el testimonio más antiguo de una oración dirigida a Cristo en la gloria del Padre. La celebración eucarística configura progresivamente nuestra vida cristiana a la imagen ideal de Cristo. Al mismo tiempo nos hace testigos del Señor: nos pone en contacto experiencial con la Palabra de Vida y nos empuja a una actividad apostólica, fruto de la libertad del Espíritu. Comenta San Efrén:
«Es evidente que los que sufren por Cristo gozan de la gloria de toda la Trinidad. Esteban vio al Padre y a Jesús situado a su derecha, porque Jesús se aparece sólo a los suyos, como a los Apóstoles después de la resurrección. Mientras el Campeón de la fe permanecía sin ayuda en medio de los furiosos asesinos del Señor, llegado el momento de coronar al primer mártir, vio al Señor, que sostenía una corona en la mano derecha, como si se animara a vencer la muerte y para indicarle que Él asiste interiormente a los que van a morir por su causa. Revela, por tanto, lo que ve, es decir, los cielos abiertos, cerrados a Adán y vueltos a abrir solamente a Cristo en el Jordán, pero abiertos también después de la Cruz a todos los que conllevan el dolor de Cristo y en primer lugar a este hombre. Observad que Esteban revela el motivo de la iluminación de su rostro, pues estaba a punto de contemplar esta visión maravillosa. Por eso se mudó en la apariencia de un ángel, a fin de que su testimonio fuera más fidedigno» (Sermón sobre los Hechos 7).
–En tus manos encomiendo mi espíritu. Palabra que en Cristo encuentran plenitud de sentido: el abandono, el sufrimiento, la confianza, la liberación. Invitación a todos los creyentes a una apertura total a Dios que revela los prodigios de su misericordia protectora. Por eso empleamos el Salmo 3, en el que se insertan estas palabras: «Señor, sé la Roca de mi refugio, un baluarte donde me salve, Tú que eres mi Roca y mi baluarte, por tu nombre dirígeme y guíame. A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu; Tú el Dios leal, me librarás; yo confío en el Señor. Tu misericordia sea mi gozo y mi alegría. Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, sálvame por tu misericordia. En el asilo de tu presencia nos escondes de las conjuras humanas».
–Juan 6,30-35: No fue Moisés, sino que es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo. Como en otros pasajes del Evangelio, Jesús hace pasar a sus oyentes del sentido material al espiritual. De este modo llegamos al culmen de la revelación de Jesús, cuando éste proclama: «Yo soy el Pan de Vida». Comenta San Ambrosio:
«¿A qué fin pides, oh judío, que te conceda el pan Aquél que lo da a todos, lo da a diario, lo da siempre? En ti mismo está el recibir este pan: acércate a este pan y lo recibirás. De este pan está dicho: «Todos los que se alejan de ti perecerán» (Sal 72,27). Si te alejares de Él, perecerás. Si te acercares a Él, vivirás. Este es el pan de la vida; así pues, el que come la vida no puede morir. Porque, ¿cómo morirá aquél para quien el manjar es la vida? ¿Cómo desfallecerá el que tuviere sustancia vital?
«Acercaos a Él y saciaos, porque es pan. Acercaos a Él y bebed, porque es fuente. Acercaos a Él y seréis iluminados (Sal 33,6), porque es luz (Jn 1,9). Acercaos a Él y sed libres, porque donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad (2 Cor 3,17). Acercaos a Él y sed absueltos, porque es perdón de los pecados (Ef 1,7). ¿Preguntáis quién es éste? Oídle a Él mismo que dice: «Yo soy el Pan de Vida; el que viene a Mí no tendrá hambre; y el que cree en Mí no pasará nunca sed» (Jn 6,35). Le oísteis y le visteis y no le creísteis; por eso estáis muertos; ahora siquiera, creed para que podáis vivir» (Exposición sobre el Salmo 118,28).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Hechos 7, 51-59
a) Esteban, el protagonista de la lectura de ayer, lo sigue siendo hoy, esta vez en su testimonio final del martirio. Delante del Sanedrín en pleno, pronuncia con entereza un largo discurso, del que sólo escuchamos aquí el final. Es una pieza de catequesis muy estructurada de la Historia de la Salvación, a partir del AT, con sus grandes personajes Abrahán, José, Moisés, David y Salomón, para llegar al Mesías esperado en la plenitud de la historia.
Aquí es donde empalma el pasaje de hoy, en que Esteban echa en cara a los judíos que se han resistido una vez más al Espíritu y no han sabido reconocer al Mesías: al contrario, le han traicionado y asesinado. La reacción de sus oyentes es furiosa. Sobre todo cuando oyen lo que a ellos les parece una blasfemia: que Esteban afirma que ve a Jesús, el Hijo del Hombre, en la gloria, de pie a la derecha de Dios. Entonces le sacan de la ciudad y se abalanzan sobre él para matarle. Con la intervención de «un joven llamado Saulo».
Parece como si Lucas quisiera subrayar el paralelismo entre la muerte del diácono y la de Jesús: a los dos les acusan ante el Sanedrín unos testigos falsos y les tachan de blasfemos, los dos son ajusticiados fuera de la ciudad, los dos mueren entregando su espíritu en manos de Dios y perdonando a sus enemigos.
b) Es admirable el ejemplo de Esteban, el joven diácono. Y admirable en general el cambio de la primera comunidad cristiana a partir de la gracia del Espíritu en Pentecostés.
Esteban da testimonio de Cristo Resucitado y Victorioso. Celebramos su fiesta en Navidad, pero la lectura de hoy nos lo sitúa muy coherentemente en el clima de la Pascua.
También nosotros, en la Pascua que estamos celebrando, somos invitados, no sólo a creer teóricamente en la Resurrección de Cristo, sino a vivir esa misma Pascua: o sea a estar dispuestos a experimentar en nosotros la persecución o las fatigas del camino evangélico, e imitar a Cristo no sólo en las cosas dulces, sino también en la entrega a la muerte y en el perdón de nuestros enemigos. A vivir el doble movimiento de la Pascua, que es muerte y vida.
Las dificultades nos pueden venir cuando con nuestras palabras y nuestras obras seamos testigos de la verdad, que siempre resulta incómoda a alguien. Como el discurso de Esteban. O cuando nosotros mismos nos cansemos o sintamos la tentación de abandonar el seguimiento de Cristo. Entonces es cuando podemos recordar como estímulo el valiente ejemplo de Esteban.
2. Juan 6, 30-35
a) En el evangelio, la gente sencilla pide «signos» a Jesús. Y casi como provocándole le dicen que Moisés sí había hecho signos: el maná que proporcionó a los suyos en la travesía del desierto. Así ha construido literariamente la escena el evangelista para dar lugar a continuación al discurso de Jesús sobre el pan verdadero.
Todo el discurso siguiente va a ser como una homilía en torno al tema del pan: el pan que multiplicó Jesús el día anterior, el maná que Dios dio al pueblo en el desierto, y el Pan que Jesús quiere anunciar. La frase crucial es una cita del salmo 77, 24: «les diste pan del cielo» (lo que cantábamos antes en latín en la Bendición con el Santísimo: «panem de coelo praestitisti eis»).
Se establece el paralelismo entre Moisés y Jesús, entre el pan que no sacia y el pan que da vida eterna, entre el pan con minúscula y el Pan con mayúscula. A partir de la experiencia de la multiplicación y del recuerdo histórico del maná, Jesús conduce a sus oyentes hacia la inteligencia más profunda del Pan que Dios les quiere dar, que es él mismo, Jesús. Si en el desierto el maná fue la prueba de la cercanía de Dios para con su pueblo, ahora el mismo Dios quiere dar a la humanidad el Pan verdadero, Jesús, en el que hay que creer. Siempre es parecido el camino: de la anécdota de un milagro hay que pasar a la categoría del «yo soy». Aquí, al «yo soy el pan de vida».
b) Nosotros tenemos la suerte de la fe. E interpretamos claramente a Jesús como el Pan de la vida, el que nos da fuerza para vivir. El Señor, ahora Glorioso y Resucitado, se nos da él mismo como alimento de vida.
Aquella gente del evangelio, sin saberlo bien, nos han dado la consigna para nuestra oración. Podemos decir como ellos, en nombre propio y de toda la humanidad: «danos siempre de este Pan». Y no sólo en el sentido inmediato del pan humano, sino del Pan verdadero que es Cristo mismo.
Pero los cristianos no nos tendríamos que conformar con saciarnos nosotros de ese Pan. Deberíamos «distribuirlo» a los demás: deberíamos anunciar a Cristo como el que sacia todas las hambres que podamos sentir los humanos. Deberíamos conducir a todos los que podamos, con nuestro ejemplo y testimonio, a la fe en Cristo y a la Eucaristía. El pan que baja del cielo y da vida al mundo.
«Acrecienta la gracia que has dado a tus hijos» (oración)
«Señor, no les tengas en cuenta este pecado» (1ª lectura)
«A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu» (1ª lectura y salmo)
«Yo confío en el Señor, tu misericordia sea mi gozo y mi alegría» (salmo)
«Haz brillar tu rostro sobre tu siervo» (salmo)
«Cristo ha resucitado: él nos ilumina» (aleluya)
«Señor, danos siempre de este pan» (evangelio)
«Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él» (comunión)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 7,51-8,1a
Primer cuadro: recoge la parte conclusiva del discurso de Esteban, un discurso durísimo. En él lee la historia de Israel como la historia de un pueblo de dura cerviz, de corazón y de oídos incircuncisos, siempre opuestos al Espíritu Santo. Mientras Pedro intenta excusar de algún modo en sus discursos a sus interlocutores, casi maravillándose del error fatal de la condena a muerte de Jesús, Esteban afirma, en sustancia, que no podían dejar de condenar a Jesús, dado que siempre han perseguido a los profetas enviados por Dios. Se trata de una lectura extremadamente negativa de toda la historia de Israel. Una lectura que no podía dejar de suscitar una reacción violenta.
Segundo cuadro: el martirio de Esteban. Éste, frente al furor de la asamblea, que está fuera de sí, aparece ahora situado mucho más allá y muy por encima de todo y de todos, en un lugar donde contempla la gloria de Dios y a Jesús, resucitado, de pie a la derecha del Padre. El primer mártir se dirige sereno al encuentro con la muerte, gozando del fruto de la muerte solitaria de Jesús. Este, ahora Señor glorioso, anima a sus testigos mostrando «los cielos abiertos», que se ofrecen como la meta gloriosa, ahora próxima.
Muere sereno y tranquilo, confiando su espíritu al Señor Jesús, del mismo modo que éste lo había confiado al Padre. La lapidación, que tenía lugar fuera de la ciudad, era la suerte reservada a los blasfemos: Esteban no tiene miedo de proclamar la divinidad de Jesús y, en este clima enardecido, debe morir. Saulo, el que habría de proseguir la obra innovadora de Esteban, extendiéndola a los paganos, resulta que está de acuerdo con este asesinato.
Evangelio: Juan 6,30-35
La muchedumbre, a pesar de las variadas pruebas dadas por Jesús en el fragmento anterior, no se muestra satisfecha aún ni con sus signos ni con sus palabras, y pide más garantías para poder creerle (v. 30). El milagro de los panes no es suficiente; quieren un signo particular y más estrepitoso que todos los que ha hecho ya. La muchedumbre y Jesús tienen una concepción diferente del «signo». El Maestro exige una fe sin condiciones en su obra; las muchedumbres, en cambio, fundamentan su fe en milagros extraordinarios que han de ver con sus propios ojos.
Nos encontramos aquí frente a un texto que manifiesta una viva controversia, surgida en tiempos del evangelista, entre la Sinagoga y la Iglesia en torno a la misión de Jesús. Éste no se dejó llevar por sueños humanos ni se hizo fuerte en los milagros, sino que buscó sólo la voluntad del Padre. La muchedumbre quiere el nuevo milagro del maná (cf. Sal 78,24) para reconocer al verdadero profeta escatológico de los tiempos mesiánicos. Pero Jesús, en realidad, les da el verdadero maná, porque su alimento es muy superior al que comieron los padres en el desierto: él da a todos la vida eterna. Ahora bien, sólo quien tiene fe puede recibirla como don. El verdadero alimento no está en el don de Moisés ni en la Ley, como pensaban los interlocutores de Jesús, sino en el don del Hijo que el Padre regala a los hombres, porque él es el verdadero «pan de Dios que viene del cielo» (v. 33).
En un determinado momento, la muchedumbre da la impresión de haber comprendido: «Señor, danos siempre de ese pan» (v. 34). Pero la verdad es que la gente no comprende el valor de lo que piden y anda lejos de la verdadera fe. Entonces Jesús, excluyendo cualquier equívoco, precisa: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no volverá a tener hambre» (v. 35). El es el don del amor, hecho por el Padre a cada hombre. El es la Palabra que debemos creer. Quien se adhiere a él da sentido a su propia vida y alcanza su propia felicidad.
MEDITATIO
Esteban tiene el encanto del testimonio valiente e intrépido, un testimonio que desafía a los adversarios, que no les halaga, que no intenta defenderse, sino que proclama con una lucidez impresionante su propia fe. Tampoco usa -y lo hace adrede- ni pizca de diplomacia. Es posible que quiera despertar y agitar a la misma comunidad cristiana, que, atemorizada por las primeras persecuciones, corría el riesgo de convertirse en una secta judía por amor a la vida tranquila o, al menos, por la necesidad de sobrevivir. Esteban ve también el peligro que supone para la joven comunidad cristiana mirar más al pasado que al futuro, el peligro que supone una Iglesia más preocupada por la continuidad con la tradición que por la novedad cristiana.
El diácono aparece presentado como alguien que ha comprendido a fondo el alcance de la novedad cristiana, la ruptura que implicaba la fe en Cristo con respecto a cierta tradición fosilizada, la necesidad de no dejarse apresar por compromisos de ningún tipo. Por algo será Saulo su continuador en la afirmación de la «diversidad» cristiana, en la acentuación de las peculiaridades de la nueva fe, en el correr los riesgos que traía consigo la ruptura con el pasado. Esteban no está dispuesto a transigir ni a bajar a compromisos... Su sacudida ha resultado beneficiosa, incluso por encima de lo necesario. No se vive sólo de mediaciones, sino que, especialmente en determinados momentos decisivos, se hacen necesarias las posiciones claras. Esteban es el prototipo de la parresía cristiana, siempre necesaria, incluso para evitar los riesgos del concordismo.
ORATIO
Señor mío, cuánto me turba hoy Esteban. ¿Cómo es que hoy me parece excesivo, exagerado, desmesurado? ¿No será que soy yo demasiado moderado, mesurado, equilibrado? Debo confesártelo: ya no estoy tan acostumbrado a ver tamaña seguridad y capacidad de desafío. Por eso debo pedirte hoy que me concedas un suplemento de tu Espíritu, para que comprenda la figura de Esteban, para que también yo pueda tener al menos un poco de su valentía para proclamarte como mi Señor, para no tener miedo de decir, en voz alta, que mis opciones están apoyadas por los «cielos abiertos» y por el hecho de que te contemplo como el Resucitado, glorioso a la diestra del Padre. Para tener el atrevimiento de desafiar a los que querrían borrar las huellas de tu presencia, para tener la luz que necesita una lectura de la historia y de los acontecimientos humanos de un modo no convencional.
Señor, qué tímida es mi fe cuando la comparo con la de Esteban. Qué frágil es mi caminar. Cuántas veces siento la tentación de acusar de intransigencia cualquier actitud de firmeza. Ayúdame a no quedarme prisionero de mi vivir tranquilo. Ayúdame a discernir. Ayúdame a no desertar de la tarea de ser tu testigo.
CONTEMPLATIO
Son los cielos abiertos los que iluminan mi camino. Mirando estos cielos luminosos es como tengo valor para atravesar las tinieblas, para no dejarme atemorizar por el vocerío, para no dejarme intimidar por el altísimo griterío del mundo; para no dejar caer los brazos frente a quien «se tapa los oídos» para no escucharme; para no desistir cuando todos se precipitan en contra de mí. Esos cielos abiertos son mi meta y mi gozo. Sé que debo atravesar la aspereza y la oscuridad para llegar a ellos. Debo mantenerlos de manera constante ante mis ojos: cielos abiertos, cielos acogedores, cielos habitados, cielos patria del Resucitado y de los resucitados, mis cielos.
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Veo los cielos abiertos» (Hch 7,56).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Edith Stein, enviada al campo de concentración, escribía en agosto de 1942: «Soy feliz por todo. Sólo podemos dar nuestra aquiescencia a la ciencia de la cruz experimentándola hasta el final. Repito en mi corazón: «Ave crux, spes unica(Salve, oh cruz, única esperanza)».
Y leemos en su testamento: «Desde ahora acepto la muerte que Dios ha predispuesto para mí, en aceptación perfecta de su santísima voluntad, con alegría. Pido al Señor que acepte mi vida y mi muerte para su gloria y alabanza, por todas las necesidades de la Iglesia, para que el Señor sea aceptado por los suyos y para que venga su Reino con gloria, para la salvación de Alemania y por la paz del mundo. Y, por último, también por mis parientes, vivos y difuntos, y por todos aquellos que Dios me ha dado: que ninguno se pierda».
Edith estaba preparada: «Dios hacía pesar de nuevo su mano sobre su pueblo: el destino de mi pueblo era el mío».