Viernes III Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 23 enero, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Heb 10, 32-39: Soportasteis múltiples combates. No renunciéis, pues, a vuestra valentía
Sal 36, 3-4. 5-6. 23-24. 39-40: El Señor es quien salva a los justos
Mc 4, 26-34: Echa simiente, duerme, y la semilla va creciendo sin que él sepa cómo
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Francisco, papa
Homilía (30-01-2015): Amar nos libra de caer en la tibieza
viernes 30 de enero de 2015No ama en serio quien no recuerda los días del primer amor. Y un cristiano sin memoria de su primer encuentro con Jesús es una persona vacía, espiritualmente inerte, como suelen ser los tibios. Es lo que nos dice el comienzo de lectura de hoy, en la que el autor nos invita a recordar aquellos primeros días, en los que fuisteis —dice— iluminados por Cristo (cfr. Hb 10,32). El día del encuentro con Jesús no se puede olvidar nunca porque es el día de la gran alegría, de las ganas de hacer cosas grandes. Y, junto a la memoria, no podemos perder tampoco la valentía de los primeros tiempos y el entusiasmo y la franqueza, que nacen del recuerdo del primer amor.
La memoria es muy importante para recordar la gracia recibida, porque si perdemos el entusiasmo que proviene del primer amor, caemos en ese peligro tan grande para los cristianos: la tibieza. Los cristianos tibios: están ahí, quietos; sí, son cristianos, pero han perdido la memoria del primer amor. Y también han perdido el entusiasmo. Incluso han perdido la paciencia, no toleran las cosas de la vida con el espíritu del amor de Jesús; tolerar, llevar sobre los hombros las dificultades. ¡Los cristianos tibios —pobrecillos— están en grave peligro!
Cuando pienso en los cristianos tibios, me vienen a la cabeza dos imágenes tan expresivas como desagradables. La que evoca Pedro, del perro que vuelve a su vómito (2Pe 2,22), y la de Jesús, para quien hay personas que, al seguir el Evangelio, expulsan al demonio, pero cuando éste vuelve con más fuerza, le abren la puerta por no estar en guardia, y el demonio toma posesión de aquella casa (Mt, 12,45) inicialmente limpia y aseada. Que es como decir volver al vómito de aquel mal en un primer tiempo rechazado. Sin embargo, el cristiano tiene dos parámetros: la memoria y la esperanza. Retener la memoria para no perder la experiencia tan hermosa del primer amor, que alimenta la esperanza. Muchas veces la esperanza puede parecer oscura, pero se sigue adelante. Cree y va a encontrar a Jesús, porque sabe que la esperanza no defrauda.
Estos dos parámetros son el marco en el que podemos conservar la salvación de los justos que viene del Señor. Una salvación, dice el Evangelio, que hay que proteger para que el pequeño grano de mostaza crezca y dé su fruto (cfr. Mc 4,32). Dan pena y hacen daño al corazón tantos cristianos a medias, tantos cristianos fracasados en el camino hacia el encuentro con Jesús, partiendo del encuentro con Jesús. Ese camino en el que han perdido la memoria del primer amor y la esperanza. Pidamos al Señor la gracia de proteger este regalo, el don de la salvación.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Hebreos 10,32-39: Soportasteis múltiples combates con gran valentía. No desfallezcáis en ella. El motivo para perseverar en la lucha es la seguridad que tenemos de que la Promesa de Dios se cumplirá, y se cumplirá pronto. Es la eternidad divina la que sostiene y dirige el curso de los tiempos. Por tanto, valentía y confianza en el Señor. Dice Orígenes:
«Lo que falta a causa de la debilidad humana, lo completa Dios, que «hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman» (Cf. Rom 7,28) (Tratado sobre la oración 29,19).
Y San Bernardo:
«Entre los éxitos y fracasos de los momentos inestables, conservarás, como imagen de la eternidad, una sólida ecuanimidad. Bendecirás al Señor en todas las ocasiones y así, en medio de un mundo vacilante, encontrarás la paz, una paz inquebrantable» (Sermones sobre el Cantar de los Cantares 21,4-6).
–Con el Salmo 36 proclamamos que toda nuestra fuerza viene de Dios: «El Señor es quien salva a los justos. Confía en el Señor y haz el bien, habita tu tierra y practica la lealtad; sea el Señor tu delicia, y Él te dará lo que pide tu corazón. Encomienda tu camino al Señor, confía en Él y Él actuará, hará tu justicia como el amanecer, tu derecho, como el mediodía. El Señor asegura los pasos del hombre, se complace en sus caminos; si tropieza no caerá, porque el Señor lo tiene de la mano. El Señor es quien salva a los justos. Él es su alcázar en el peligro; el Señor los protege y los libra, los libra de los malvados y los salva, porque se acogen a Él».
–Marcos 4,26-34: De día y de noche, la semilla va creciendo sin que el sembrador sepa cómo. La obra de Dios se realiza no obstante las limitaciones humanas. Tiene fuerza eficaz por sí misma. ¿Cómo es posible que la Iglesia se extienda rápidamente por todo el mundo a través de medios personales e instrumentales tan pobres? ¿De dónde le viene su fuerza para resistir y vencer tan grandes persecuciones como las que en un principio sufre de los judíos, luego de los romanos y ahora de tantos enemigos del Evangelio de Cristo? Responde San Ambrosio:
«Es cosa normal que, en medio de este mundo tan agitado, la Iglesia del Señor, edificada sobre la piedra de los Apóstoles, permanezca estable y se mantenga firme sobre esta base inquebrantable contra los furiosos asaltos de la mar (Mt 16,18). Ella está rodeada por las olas, pero no se bambolea, y aunque los elementos de este mundo retumban con un inmenso clamor, ella, sin embargo, ofrece a los que se fatigan la gran seguridad de un puerto de salvación» (Carta 2,1-2).
Y San Juan Crisóstomo:
«La nave de Jesús no puede hundirse... Las olas no quebrantan la roca, sino que ellas mismas se convierten en espumas. Nada hay más fuerte que la Iglesia... Es inútil pelear contra el cielo. Dios es siempre el más fuerte» (Homilía antes del exilio).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Hebreos 10,32-39
a) La página de hoy nos hace conocer un poco más las circunstancias que rodeaban a los destinatarios de la carta. Se ve que empezaron su vida cristiana con mucho fervor, pero ahora les faltaba constancia.
Eso que al principio no les había sido nada fácil seguir a Cristo: el autor habla de combates y sufrimientos, insultos, tormentos y confiscación de bienes. Pero se ve que lo soportaron muy bien y además eran capaces de compartir el dolor de los demás en una admirable solidaridad.
Ahora el autor les tiene que decir que no pierdan el fervor de los primeros días. Si siguen con valentía verán la salvación. Si se acobardan, lo perderán todo.
b) Se nos invita a nosotros a ser constantes, a ser valientemente cristianos en medio de un mundo hostil. No somos los primeros en sufrir contradicción y dificultad en el seguimiento de Cristo. Con la diferencia de que nosotros no hemos llegado probablemente a esos insultos y torturas, encarcelamientos y confiscación de bienes. Ha habido otros muchos cristianos no sólo valientes. sino héroes en su fidelidad a Cristo.
Todos nos cansamos, y nos disminuye el fervor primero, y los ideales no brillan siempre igual. Nos debe dar ánimos en nuestra lucha de cada día. por una parte, el recordar los inicios (de nuestra vida cristiana, o religiosa, o matrimonial), cuando éramos capaces de soportarlo todo con amor y con ideales convencidos y por otra, mirar hacia el premio futuro.
2. Marcos 4,26-34
a) Otras dos parábolas tomadas de la vida del campo y, de nuevo, con el protagonismo de la semilla. que es el Reino de Dios.
La primera es la de la semilla que crece sola, sin que el labrador sepa cómo. El Reino de Dios, su Palabra, tiene dentro una fuerza misteriosa, que a pesar de los obstáculos que pueda encontrar, logra germinar y dar fruto. Se supone que el campesino realiza todos los trabajos que se esperan de él, arando, limpiando, regando. Pero aquí Jesús quiere subrayar la fuerza intrínseca de la gracia y de la intervención de Dios. El protagonista de la parábola no es el labrador ni el terreno bueno o malo, sino la semilla.
La otra comparación es la de la mostaza, la más pequeña de las simientes, pero que llega a ser un arbusto notable. De nuevo, la desproporción entre los medios humanos y la fuerza de Dios.
b) El evangelio de hoy nos ayuda a entender cómo conduce Dios nuestra historia. Si olvidamos su protagonismo y la fuerza intrínseca que tienen su Evangelio, sus Sacramentos y su Gracia, nos pueden pasar dos cosas: si nos va bien, pensamos que es mérito nuestro, y si mal, nos hundimos.
No tendríamos que enorgullecernos nunca, como si el mundo se salvara por nuestras técnicas y esfuerzos. San Pablo dijo que él sembraba, que Apolo regaba, pero era Dios el que hacia crecer. Dios a veces se dedica a darnos la lección de que los medios más pequeños producen frutos inesperados, no proporcionados ni a nuestra organización ni a nuestros métodos e instrumentos. La semilla no germina porque lo digan los sabios botánicos, ni la primavera espera a que los calendarios señalen su inicio. Así, la fuerza de la Palabra de Dios viene del mismo Dios, no de nuestras técnicas.
Por otra parte, tampoco tendríamos que desanimarnos cuando no conseguimos a corto plazo los efectos que deseábamos. El protagonismo lo tiene Dios. Por malas que nos parezcan las circunstancias de la vida de la Iglesia o de la sociedad o de una comunidad, la semilla de Dios se abrirá paso y producirá su fruto. Aunque no sepamos cómo ni cuándo. La semilla tiene su ritmo. Hay que tener paciencia, como la tiene el labrador.
Cuando en nuestra vida hay una fuerza interior (el amor, la ilusión, el interés), la eficacia del trabajo crece notablemente. Pero cuando esa fuerza interior es el amor que Dios nos tiene, o su Espíritu, o la gracia salvadora de Cristo Resucitado, entonces el Reino germina y crece poderosamente.
Nosotros lo que debemos hacer es colaborar con nuestra libertad. Pero el protagonista es Dios. El Reino crece desde dentro, por la energía del Espíritu.
No es que seamos invitados a no hacer nada, pero si a trabajar con la mirada puesta en Dios, sin impaciencia, sin exigir frutos a corto plazo, sin absolutizar nuestros méritos y sin demasiado miedo al fracaso. Cristo nos dijo: «Sin mí no podéis hacer nada». Sí, tenemos que trabajar. Pero nuestro trabajo no es lo principal.
«No renunciéis a vuestra valentía, que tendrá una gran recompensa» (1a lectura, I)
«Encomienda tu camino al Señor, confía en él y él actuará» (salmo, I)
«La semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo» (evangelio).