Miércoles III Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 18 enero, 2018 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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2 S 7, 4-17: Estableceré después de ti a un descendiente tuyo, y consolidaré su reino
Sal 88, 4-5. 27-28. 29-30: Le mantendré eternamente mi favor
Mc 4, 1-20: Salió el sembrador a sembrar
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–2 Samuel 7,4-17: Consolidaré tu reino. Es el oráculo del profeta Natán sobre el futuro Mesías. El reino del Mesías será eterno. Cristo vino para fundar el Reino de la verdad y de la vida, el Reino de la gracia y de la santidad, el Reino de la justicia, del amor y de la paz. Escribe San Juan Crisóstomo:
«Ya nos ha preparado el Señor para la guerra con el recuerdo de nuestro enemigo, ya ha eliminado de nosotros toda indolencia; ahora nos anima y nuevamente levanta nuestros pensamientos al recordarnos al Rey bajo cuyas órdenes luchamos y al mostrarnos que Él es más potente que todos. Porque, dice, «tuyo es el reino y el poder y la gloria».
«Por tanto, si Suyo es el reino, a nadie hay que temer, como quiera que nadie puede enfrentarse con Él, ni interferir en el mando. Porque cuando se dice: «Tuyo es el reino», ponemos de manifiesto que también el enemigo que nos hace la guerra le está sometido, por más que aparentemente se le enfrente, en cuanto así lo permite Dios temporalmente. Pero en realidad, también él es uno de sus siervos, aunque de los deshonrados y reprobados, y no se atrevería él jamás a atacar a ninguno de los que son siervos Suyos, como él lo es, de no recibir para ello potestad de lo alto» (Homilías sobre San Mateo 19,6).
–Cantamos con el Salmo 88 la alianza de Dios con David. La misericordia del Señor jamás le retirará su favor. Pero esto se realiza plenamente en Cristo, y en los miembros de su Cuerpo místico: «Le mantendré eternamente mi favor. Sellé una alianza con mi elegido, jurando a David, mi siervo. «Te fundaré un linaje perpetuo, edificaré tu trono para todas las edades». Él me invocará: «Tú eres mi Padre, mi Dios, mi Roca salvadora». Y yo lo nombraré mi primogénito, excelso entre los reyes de la tierra. Le mantendré eternamente mi favor; y mi alianza con él será estable, le daré un trono duradero como el cielo».
Nuestro Señor Jesucristo es Rey, «Rey del Universo». Él dirige y gobierna con poder su reino, la santa Iglesia, nuestra almas. Todo será finalmente sometido a Él. Seamos fieles súbditos de este Reino, sirvamos a nuestro Rey, vivamos para Él. Reconozcamos con gozo que Jesús es nuestro Señor. Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera.
–Marcos 4,1-20: Salió el sembrador a sembrar. Todo cuanto se menciona en esta parábola es muy valioso: el Sembrador, la semilla que se siembra, que es la Palabra de Dios, y la forma y generosidad con que es acogida en el corazón humano. Comenta San Agustín en un sermón, al comienzo de su episcopado:
«Ved cómo salió el sembrador a sembrar. Sale el sembrador y siembra sin pereza. Pero ¿cómo es que parte cae en el camino, parte en tierra pedregosa, parte entre las espinas? Si hubiera temido a esas tierras malas, no hubiera venido tampoco a la tierra buena. Por lo que toca a nosotros, lo único que nos atañe es no ser camino, no ser piedras, no ser espinas, sino tierra buena, para dar el treinta, el sesenta, el ciento, el mil por uno. Sea más, sea menos, pero siempre demos fruto de trigo.
«No seamos camino, donde el enemigo, cual ave, arrebata la semilla pisada por los transeúntes; ni seamos pedregal, donde la escasez de tierra hace germinar pronto lo que luego no puede soportar el calor del sol; ni seamos espinas, que son las ambiciones terrenas y los cuidados de una vida viciosa y disoluta. ¿Y qué cosa peor que la preocupación por la vida no permita llegar a la Vida? ¿Qué cosa más miserable que perder la Vida por preocuparse por la vida? ¿Hay algo más desdichado que caer, por temor a la muerte, en la misma muerte?
«Extírpense las espinas, prepárese el campo, siémbrese la semilla, llegue la hora de la recolección, suspírese por llegar al granero y desaparezca el temor del fuego» (Sermón 101,3).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. II Samuel 7,4-17
a) David no se conformaba con haber traído el Arca a Jerusalén. Llevado de su espíritu religioso y también seguramente buscando la unidad política de las diversas tribus en torno a Jerusalén, quería construir a Dios un Templo, y así se lo hizo saber al profeta Natán. Este, le da hoy la respuesta.
La respuesta es que no, que Dios no quiere que David le construya ese Templo. Sí lo hará su hijo Salomón. Pero Natán aprovecha para entonar un canto magnifico sobre cuáles son los planes de Dios para con David y sobre el futuro del pueblo de Israel. Es un canto en que se valora, no lo que David ha hecho para con Dios, sino lo que Dios ha hecho para con David. La «casa-edificio» que el rey quería levantar es sustituida por la «casa-dinastía» que Dios tiene programada, la «casa de David».
Por si acaso había dudas sobre la legitimidad de David, las palabras de Natán aseguran que ha sido voluntad de Dios su acceso al trono después de Saúl. El Salmo 88 recoge estas promesas de Dios: «sellé una alianza con mi elegido, David, mi siervo... le mantendré eternamente mi favor, le daré una posteridad perpetua».
b) Para nosotros los cristianos, leer esta profecía de Natán nos recuerda la línea mesiánica que luego se manifestará en plenitud: el hijo y sucesor de David será Salomón, pero en «la casa de David» brotará más tarde el auténtico salvador del pueblo, el Mesías, Jesús. Por eso se le llamará «hijo de David». Si Salomón construirá el Templo material. luego Cristo se nos manifestará él mismo como el verdadero Templo del encuentro con Dios.
Deberíamos escuchar con interés las palabras que Dios dirige a David. También en nuestro caso la iniciativa la tiene siempre Dios. Ya dijo Jesús a los suyos que no habían sido ellos los que le elegían a él, sino él a ellos. Creemos que somos nosotros los que le hacemos favores a Dios cumpliendo con sus mandatos u ofreciéndole nuestras oraciones o levantándole templos.
Es Dios quien nos ama primero, el que nos está cerca.
2. Marcos 4,1-20
a) En el evangelio de Marcos empieza otra sección, el capitulo 4, con cinco parábolas que describen algunas de las características del Reino que Jesús predica.
La primera es la del sembrador, que el mismo Jesús luego explica a los discípulos: por tanto, él mismo hace la homilía aplicándola a la situación de sus oyentes.
Se podría mirar esta página desde el punto de vista de los que ponen dificultades a la Palabra: el pueblo superficial, los adversarios ciegos, los demasiado preocupados de las cosas materiales. Pero también se puede mirar desde el lado positivo: a pesar de todas las dificultades, la Palabra de Dios, su Reino, logra dar fruto, y a veces abundante. Al final de los tiempos y también ahora; en nuestra historia.
b) Podemos aplicarnos la parábola en ambos sentidos.
Ante todo, preguntémonos qué tanto por ciento de fruto produce en nosotros la gracia que Dios nos comunica, la semilla de su Reino, sus sacramentos y en concreto la Palabra que escuchamos en la Eucaristía: ¿un 30%, un 60%, un 100%?
¿Qué es lo que impide a la Palabra de Dios producir todo su fruto en nosotros: las preocupaciones, la superficialidad, las tentaciones del ambiente? ¿qué clase de campo somos para esa semilla que, por parte de Dios, es siempre eficaz y llena de fuerza? A veces la culpa puede ser de fuera, con piedras y espinas. A veces, de nosotros mismos, porque somos mala tierra y no abrimos del todo nuestro corazón a la Palabra que Dios nos dirige, a la semilla que él siembra lleno de ilusión en nuestro campo.
También haremos bien en darnos por enterados de la otra lección: Jesús nos asegura que la semilla sí dará fruto. Que a pesar de que este mundo nos parece terreno estéril -la juventud de hoy, la sociedad distraída, la falta de vocaciones, los defectos que descubrimos en la Iglesia-, Dios ha dado fuerza a su Palabra y germinará, contra toda apariencia. No tenemos que perder la esperanza y la confianza en Dios. Es él quien, en definitiva, hace fructificar el Reino. No nosotros. Nosotros somos invitados a colaborar con él. Pero el que da el incremento y el que salva es Dios.
«Al hombre, náufrago a causa del pecado, le abres el puerto de la misericordia y de la paz» (prefacio de la Misa de la Penitencia)
«Yo estaré contigo en todas tus empresas» (1a lectura, II)
«El me invocará: tú eres mi padre, mi Dios, mi Roca salvadora» (salmo, II)
«Escuchan la Palabra, la aceptan y dan una cosecha del treinta o del ciento por uno» (evangelio).