Martes III Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 23 enero, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Heb 10, 1-10: Aquí estoy, ¡oh Dios! , para hacer tu voluntad
Sal 39, 2 y 4ab. 7-8a. 10. 11: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad
Mc 3, 31-35: El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Francisco, papa
Homilía (27-01-2015): El sacrificio que agrada a Dios
martes 27 de enero de 2015Érase una vez una ley hecha de prescripciones y prohibiciones, de sangre de toros y machos cabríos, de sacrificios antiguos que no tenían fuerza para perdonar pecados ni para hacer justicia. Luego vino al mundo Cristo y, al subir a la Cruz —el acto que nos ha justificado de una vez para siempre—, Jesús demostró cuál era el sacrificio más agradable a Dios: no el holocausto de un animal, sino el ofrecimiento de la propia voluntad para hacer la voluntad del Padre.
Las lecturas y el Salmo del día (Hb 10,1-10; Sal 39,2.4ab.7-8a.10.11; Mc 3,31-35) nos llevan de la mano a reflexionar sobre uno de los fundamentos de la fe: la obediencia a la voluntad de Dios. Ese es el camino de la santidad, del cristiano, es decir, que se cumpla el plan de Dios, que la salvación de Dios se realice. Lo contrario comenzó en el Paraíso, con la no obediencia de Adán. Y esa desobediencia trajo el mal a toda la humanidad. También los pecados son actos de no obedecer a Dios, de no hacer la voluntad de Dios. En cambio, el Señor nos enseña que ese es el camino, no hay otro. Empieza ya con Jesús en el Cielo, con su voluntad de obedecer al Padre. Pero, en la tierra comienza con la Virgen. ¿Qué le dijo al Ángel? Hágase en mí según tu palabra (Lc, 1,38), o sea, hágase la voluntad de Dios. Y con ese sí a Dios, el Señor comenzó su vida entre nosotros.
¡No es fácil cumplir la voluntad de Dios! No fue fácil para Jesús que, en esto fue tentado en el desierto y también en el Huerto de los Olivos donde, con agonía en el corazón, aceptó el suplicio que le esperaba. No fue fácil para algunos discípulos, que lo abandonaron por no entender qué era hacer la voluntad del Padre (Jn 4,34). No lo es para nosotros, desde que cada día nos ponen en bandeja tantas opciones. Entonces, ¿qué hago para hacer la voluntad de Dios? Pidiendo la gracia de quererla hacer. ¿Pido que el Señor me dé ganas de hacer su voluntad, o busco componendas porque me da miedo la voluntad de Dios? Y otra cosa: rezar para conocer la voluntad de Dios para mí y para mi vida, qué decisión debo tomar ahora, cómo gestionar mis cosas, etc. O sea, oración para querer hacer la voluntad de Dios, y oración para conocer la voluntad de Dios. Y cuando conozco la voluntad de Dios, otra vez oración, por tercera vez: para hacerla, para cumplir esa voluntad que no es la mía, sino la de Él. ¡Y no es fácil!
Resumiendo, rezar para tener ganas de seguir la voluntad de Dios, rezar para conocer la voluntad de Dios y rezar —una vez conocida— para sacar adelante la voluntad de Dios. Pues que el Señor nos conceda la gracia, a todos, para que un día pueda decir de nosotros lo que dijo de aquel grupo, de esa gente que le seguía y que estaban sentados a su alrededor, como acabamos de escuchar en el Evangelio: Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre (Mc 3,35). Hacer la voluntad de Dios nos hace ser parte de la familia de Jesús, nos hace madre, padre, hermana, hermano.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Hebreos 10,1-10: Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad. Desde la Encarnación Cristo ha llevado a la práctica estas palabras del salmista (39,7-8), en las que se anuncia que Él había de cumplir en todo la voluntad de Dios, en lo cual consiste el sacrificio perfecto. Así establece Jesucristo un nuevo y definitivo culto, en el que hay ofrenda de la voluntad interna y oblación externa. Una vez más, la Antigua Alianza aparece como figura de la Nueva. Cristo es la Víctima perfecta por la oblación total de su naturaleza humana. San León Magno enseña:
«Para reconciliar a los hombres había de ser ofrecida una víctima que fuera de nuestra raza, pero ajena a nuestra corrupción. Por eso, el plan de Dios, que era borrar el pecado del mundo, había de extenderse a todas las generaciones, a todos los siglos y a los misterios, según las diversas épocas» (Sermón 23,3).
«La sangre inocente vertida en favor de los culpables fue, en efecto, tan poderosa para conseguir la gracia, tan rica para pagar la deuda, que, si todos los cautivos creyesen en su Redentor, ninguno se vería retenido por las cadenas del tirano... Digan ellos con qué sacrificio han sido reconciliados, con qué sangre han sido redimidos... ¿Qué sacrificio fue alguna vez más sagrado que aquel que el auténtico Pontífice realizó sobre el altar de la cruz, inmolando sobre ella su propia carne?... Podemos, pues, gloriarnos del poder del que, en la debilidad de nuestra carne, se ha enfrentado con un enemigo soberbio, y ha hecho partícipe de su victoria a aquellos en cuyo cuerpo ha triunfado» (Sermón 64,3).
–Oremos, pues, con Cristo las palabras del Salmo 39: «Yo esperaba con ansia al Señor; Él se inclinó y escuchó mi grito: me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios. Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y en cambio me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo: «Aquí estoy». He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios, Señor, tú lo sabes. No he guardado en el pecho tu defensa, he contado tu fidelidad y tu salvación, no he negado tu misericordia y tu lealtad, ante la gran asamblea. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad». Éste Salmo señala el que es también nuestro camino. Así seguimos a Cristo en todo, para hacer en todo la voluntad del Padre.
–Marcos 3,31-35: El que cumple la voluntad de Dios ése es mi hermano y mi hermana y mi madre. Éste fue un elogio grande que Jesús hizo de la Virgen María, pues ninguna persona humana ha cumplido la voluntad de Dios como Ella. Su fiatfue sumamente meritorio y eficaz para la salvación de los hombres. Dice San Bernardo:
«Ya que en Su voluntad está la vida, no podemos dudar lo más mínimo de que nada encontraremos que nos sea más útil y provechoso que aquello que concuerda con el querer divino. Por tanto, si en verdad queremos conservar la vida de nuestra alma, procuremos con solicitud no desviarnos en lo más mínimo de la voluntad de Dios» (Sermón 5)
Y San Agustín afirma:
«El Señor conoce mejor que el hombre lo que conviene en cada momento, lo que ha de otorgar, añadir, quitar, aumentar, disminuir, y cuándo lo ha de hacer» (Carta 138).
El abandono en Dios lleva consigo una confianza en Él sin límites. Por él se ve a Dios, como un Padre providente, en todos y en cada uno de los momentos de la propia existencia, también en la cruz y en la tribulación. Eso es lo único que puede guardar siempre nuestras vidas en una gran paz y alegría.
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Hebreos 10,1-10
a) Una vez más, la carta a los Hebreos afirma que las instituciones del AT eran una sombra y una promesa, que en Cristo Jesús han tenido su cumplimiento y su verdad total.
Los sacrificios de antes no eran eficaces, porque «es imposible que la sangre de los animales quite los pecados». Por eso tenían que irse repitiendo año tras año y día tras día. Esto pasaba en Israel y también en todas las religiones, porque en todas el hombre intenta acercarse y tener propicio a su Dios.
Mientras que Cristo Jesús se ofreció en sacrificio a sí mismo. El Salmo 39 le sirve al autor para describir la actitud de Jesús ya desde el momento de su encarnación: «Tú no quieres sacrificios ni holocaustos, pero me has dado un cuerpo: aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad». Es una de los salmos que mejor retratan a Cristo y su actitud a lo largo de su vida y de su muerte.
Por esta entrega de Cristo, de una vez para siempre, «todos quedamos santificados».
No es que Dios quisiera la muerte de su Hijo. Pero sí entraba en sus planes salvarnos por el camino de la solidaridad radical de su Hijo con la humanidad, y esta solidaridad le condujo hasta la muerte.
b) También nosotros deberíamos distinguir entre estas dos clases de sacrificios: ofrecer a Dios «algo» -como puede ser un poco de dinero o unas velas o unos exvotos o unas oraciones-, o bien ofrecernos nosotros mismos, nuestra persona, nuestra obediencia, nuestra vida.
En nuestra celebración de la Eucaristía es bueno que nos acostumbremos a aportar explícitamente, al sacrificio único y definitivo de Cristo, también nuestra pequeña ofrenda existencial: nuestros esfuerzos, nuestros éxitos y fracasos, el dolor que a veces nos toca experimentar.
Es interesante que en las tres plegarias eucarísticas de las misas con niños, junto a la ofrenda del único sacrificio de Cristo, se expresa también nuestra ofrenda personal: «acéptanos a nosotros juntamente con él», «para que te lo ofrezcamos como sacrificio nuestro y junto con él nos ofrezcamos a ti», «te pedimos que nos recibas a nosotros con tu Hijo querido». Para que ya desde niños aprendamos a ofrecernos por la salvación del mundo, como Jesús.
Esta entrega personal es la que Cristo nos ha enseñado. El sacrificio externo y ritual sólo tiene sentido si va unido al personal y existencial. El sacrificio ritual es más fácil. Aunque cueste, es puntual. Mientras que el personal nos compromete en profundidad y en todos los instantes de nuestra vida.
2. Marcos 3,31-35
a) Acaba el capítulo tercero de Marcos con este breve episodio que tiene como protagonistas, esta vez en un contexto diferente del anterior, a sus familiares. Los «hermanos» en el lenguaje hebreo son también los primos y tíos y demás familiares. Esta vez sí se dice que estaba su madre.
Las palabras de Jesús, que parecen como una respuesta a las dificultades de sus familiares que leíamos anteayer, nos suenan algo duras. Pero ciertamente no desautorizan a su madre ni a sus parientes. Lo que hace es aprovechar la ocasión para decir cuál es su visión de la nueva comunidad que se está reuniendo en torno a él. La nueva familia no va a tener como valores determinantes ni los lazos de sangre ni los de la raza. No serán tanto los descendientes raciales de Abraham, sino los que imitan su fe: «El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre».
b) Nosotros, como personas que creemos y seguimos a Cristo, pertenecemos a su familia. Esto nos llena de alegría. Por eso podemos decir con confianza la oración que Jesús nos enseñó: «Padre nuestro». Somos hijos y somos hermanos. Hemos entrado en la comunidad nueva del Reino.
En ella nos alegramos también de que esté la Virgen María, la Madre de Jesús. Si de alguien se puede decir que «ha cumplido la voluntad de Dios» es de ella, la que respondió al ángel enviado de Dios: «Hágase en mi según tu Palabra». Ella es la mujer creyente, la totalmente disponible ante Dios.
Incluso antes que su maternidad física, tuvo María de Nazaret este otro parentesco que aquí anuncia Cristo, el de la fe. Como decían los Santos Padres, ella acogió antes al Hijo de Dios en su mente por medio de la fe que en su seno por su maternidad.
Por eso es María para nosotros buena maestra, porque fue la mejor discípula en la escuela de Jesús. Y nos señala el camino de la vida cristiana: escuchar la Palabra, meditarla en el corazón y llevarla a la práctica.
«Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad» (1a lectura, I)
«Yo esperaba con ansia al Señor, él se inclinó y escuchó mi grito» (salmo, I)
«Llevando al altar los gozos y las fatigas de cada día, nos disponemos a ofrecer el sacrificio agradable a Dios» (ofertorio de la Misa)
«El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre» (evangelio).