Viernes III Tiempo de Adviento – Homilías
/ 12 diciembre, 2016 / Tiempo de AdvientoHomilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
Comenzamos con la siguiente aclamación en el canto de entrada: «El Señor viene con esplendor a visitar a su pueblo con la paz y comunicarle la vida eterna». En la colecta (Veronense), pedimos al Señor que su gracia nos disponga y nos acompañe siempre; así los que anhelamos vivamente la venida de su Hijo, a su llegada encontremos auxilio para el tiempo presente y para la vida futura.
–Isaías 56,1-3.6-8: El Señor salva a judíos y a extranjeros. En un oráculo, en el que se anuncia que Dios acepta como fieles suyos a todos los pueblos, se proclama que su salvación está para llegar ya y su victoria a punto de revelarse. Según el Nuevo Testamento, es Cristo quien trae esta anunciada salvación de Dios, el mismo que, en expresión de San Pablo, es justicia de Dios (1 Cor 1,30) para salvación de todo el que cree, sea judío o gentil (Rom 1,16). Basta practicar el derecho, hacer justicia, reconocer a Dios y someterse a Él, entregarse a Él con todo el corazón, mediante la fe en Cristo Jesús y ser recibido en el bautismo.
La observancia del derecho divino y de modo particular del sábado, tiene su fundamento en la espera de la salvación y del juicio de Dios. Y esto no tanto porque la observancia constituya un título merecedor de la salvación futura, cuanto porque en la celebración del sábado, según la teología de Israel, se anticipa y se pregusta el sábado eterno, la presencia definitiva de Dios gozada en su Casa.
Israel sabe vivir en una realidad provisional, en la cual es llamado al trabajo y a la fatiga. Pero el sábado, el cese del trabajo, es indicio de la presencia de Dios entre su pueblo; es dar lugar a Dios, a su obra de orden y de armonía, de justicia y de paz. Es obra aún velada e inicial, pero que lleva consigo la promesa del cumplimiento. En ese cumplimiento es donde está realmente la salvación que el Antiguo Testamento añora y anhela.
Es un gran misterio que cuando llegó a Israel la verdadera salvación, la realidad que esperaba, solo un grupo reducido la aceptó. Pero sigue siendo verdad que él fue el pueblo elegido. Por eso hemos de orar mucho por ese pueblo, para que se entregue a Cristo.
–Pronto va a venir la salvación, pero se trata de una salvación universal y sin fronteras, que abarca a todos los hombres que buscan a Dios con sincero corazón. Este misterio no fue entendido por la mayoría de los judíos, y a veces tampoco por algunos cristianos. Sin embargo, el Salmo 66 canta abiertamente: «Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. El Señor tenga piedad y nos bendiga. Conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación. Que canten de alegría las naciones, porque riges el mundo con justicia, riges los pueblos con rectitud y gobiernas las naciones de la tierra. La tierra ha dado su fruto, nos bendice el Señor nuestro Dios. Que Dios nos bendiga; que le teman hasta los confines del orbe» con santa devoción.
–Juan 5,33-36: Juan es la lámpara que arde y brilla. Entre los testigos de Cristo, uno de los más fidedignos es Juan el Bautista. Pero el testimonio más apodíctico de Cristo son sus propias obras. Para los judíos de su tiempo el Bautista era una lámpara que ardía y brillaba. Él era el precursor. Su misión era mostrar oficialmente a Cristo. El prestigio que el Bautista tuvo entonces en Israel fue excepcional. No solo se refleja en los Evangelios, sino que es recogida también por el historiador judío Josefo.
Juan negó que él fuera el Mesías. Solo tenía la misión de señalarlo. Tenían que haberlo recibido, ya que apelaban a un testimonio humano. Mas aquella embajada de los judíos al Bautista fue una frivolidad sin efecto alguno. Juan era la lámpara, que arde y alumbra en la noche a falta del sol. Buena era la lámpara, la misión del Bautista, como buena es la luz de la lámpara al anochecer. Pero no quisieron verla. Cerraron los ojos. No supieron seguirla para encontrar el camino que conduce a Cristo. Solo unos pocos judíos reconocieron a Cristo y lo siguieron.
Pero, además de la luz de esta lámpara, existía el resplandor mucho mayor de las obras de Cristo. Y tampoco los judíos quisieron abrir los ojos a esas espléndidas realidades que Cristo manifestaba con su doctrina y sus milagros. San Juan Crisóstomo afirma que la soberbia y la incredulidad les cegaron:
«Hay motivo sobrado para maravillarse y quedar perplejo si se considera que quienes habían sido educados con los libros proféticos y escuchado a diario a Moisés y a los profetas de las épocas siguientes, que tantas cosas habían predicho acerca de la venida de Cristo, cuando vieron a Cristo mismo obrar prodigios constantemente... después de que fueran obrados tantos prodigios en su provecho, a pesar de haber escuchado a diario la lectura de los profetas y la propia voz del mismo Cristo, que les enseñaba sin concederse reposo, fueran ciegos y sordos hasta el punto de no permitir que ninguna de esas cosas les llevara a aceptar la fe en Cristo...
«Escuchad a San Pablo, que nos da la explicación: «ignorando la justicia de Dios, buscaron establecer su propia justicia sin someterse a la justicia de Dios» (Rom 10,3)... O sea, que la causa de sus males fue la incredulidad. Y la incredulidad, por su parte, era resultado de su soberbia y obstinación... Nada aleja tanto de la benevolencia de Dios y nada arrastra tantas almas a la eterna condenación como la tiranía de la soberbia. Cuando nos domina, toda nuestra vida se hace impura, por mucho que practiquemos la castidad, la virginidad, el ayuno, la plegaria, la limosna y el resto de las virtudes... El Dios de los humildes, mansos y bondadosos os dé a vosotros y nosotros un corazón contrito y humillado» (Homilía IX sobre el evangelio de San Juan)
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos 1
1. La página del profeta comienza por una invitación a vivir según Dios, porque se acerca, «porque mi salvación está para llegar y se va a revelar mi victoria». Dichoso aquél que prepara los caminos del Señor practicando la justicia y «guarda su mano de obrar el mal».
Pero hay otra idea que todavía se subraya más: para Dios no hay extranjeros. Nadie se tiene que sentir excluido de su plan salvador. Todos los hombres de buena voluntad, sean de la raza que sean, serán admitidos: «No diga el extranjero: el Señor me excluirá de su pueblo». Aunque no pertenezca a Israel, toda persona dispuesta a obrar bien se salvará. El monte Sión, la nueva Jerusalén, será centro universal de salvación. Para todos «mi casa es casa de oración». Porque Dios quiere reunir a los dispersos y formar con todos la nueva comunidad.
No es cuestión de raza, sino de conducta. Por eso el salmo 66 nos ha hecho cantar: «que todos los pueblos te alaben... conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación». Porque Dios está cerca y «la tierra ha dado su fruto». Dios ama a todos. Ama libremente. Hacia el final de la Navidad celebraremos explícitamente la manifestación del Salvador a los paganos, representados en los magos que vienen de Oriente.
2. También hoy es Juan Bautista el que nos anuncia que ya ha llegado este tiempo en que Dios se nos quería acercar definitivamente en el Mesías. Juan «ha dado testimonio a la verdad» y ha señalado claramente con su dedo al que viene a salvar a la humanidad, Jesús de Nazaret.
Juan no es la luz, pero sí «la lámpara que ardía y brillaba». No es la Palabra salvadora, pero si la voz que la proclama en el desierto.
Aunque a Jesús le avala Dios mismo, con sus obras, pero también es válido el testimonio que ante el pueblo de Israel da de él el Bautista, profeta recio, testigo creíble, hombre íntegro. Jesús quiere que crean en él también por la palabra del Bautista.
3. a) Las lecturas se vuelven hoy y aquí preguntas interpelantes para nosotros.
Invitándonos a pensar, ante todo, si nosotros, a ejemplo de Juan, somos lámparas que dan luz, que iluminan a otros, punto de referencia creíble por el que se puedan orientar en su vida y descubrir a Cristo Jesús, el que quita el pecado del mundo. El Bautista es un admirable modelo de los que a lo largo de los siglos recibimos el encargo de ser testigos de Cristo en medio del mundo, con nuestras palabras y nuestras obras.
b) Pero con obras. El Bautista, y por tanto cada Adviento, pone en cuestión seguridades y estilos de vida. Denuncia. Despierta a los dormidos. Invita a que algo cambie en nuestras actitudes. Por ejemplo, la actitud universalista que la primera lectura nos proponía, y que Juan el Bautista practicaba, predicando a todos, pecadores o no, fariseos y publicanos, judíos o romanos, la cercanía del Salvador.
c) Para Dios no hay extranjeros. ¿Y para nosotros? Él no hace acepción de personas. ¿Y nosotros? Si Dios está preparando, de nuevo en esta Navidad, la manifestación de su amor para con todos los de buena voluntad, ¿es así de universalista también nuestra actitud ante las personas? Según el profeta, el Templo será casa de oración para todos, sin discriminación. ¿No hacemos ninguna clase de discriminación nosotros en nuestra vida, social o eclesial?
Si se viera que los cristianos «aceptamos a los extranjeros», a los de otra raza o de otros gustos, edad y cultura, o a los que la sociedad tiene marginados.
Si fuéramos de veras lámparas de luz por nuestro testimonio de apertura y esperanza: entonces seria un Adviento auténtico para nosotros y para los demás.
d) La celebración de la Eucaristía es siempre abierta, y por tanto, universalista.
Vienen personas de edad y cultura distinta. Todos nos aceptamos, de modo especial con el gesto de la paz que se nos invita a hacer. No podemos ir a comulgar con Cristo si no estamos en actitud de comunión y acogida para con los demás.
El Adviento del Señor se prepara con un adviento de cercanía y mutua aceptación entre las personas. Que es la manera como las dos direcciones tienen más sentido: nuestra aceptación de los demás queda motivada porque todos somos salvados y alimentados por el mismo Cristo, y nuestra aceptación de Cristo se concreta en la aceptación de su mejor sacramento, la persona del prójimo.
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Isaías 56,1-3a.6-8
El mensaje del profeta Isaías cobra un aire universalista y lleno de entusiasmo por la ciudad de Sión, concebida como el centro universal, desde el que Dios irradia su gloria. La profecía comienza con una exhortación a practicar la justicia (v. 1), porque es el camino que indica la sabiduría capaz de conducir a la dicha (v. 2). A continuación se proponen dos casos extremos, el extranjero y el eunuco, que podría pensarse que están excluidos de las promesas de Dios. Después de la respuesta al eunuco, se dirige al extranjero (vv. 6-8) y se indica la necesidad de una síntesis entre culto y vida, como condición para poder acceder al servicio divino.
El profeta Isaías utiliza aquí el mismo lenguaje que el Levítico usa para los levitas, más aún, hace un parangón entre la situación del levita respecto a los sacerdotes de primera fila y la de los extranjeros respecto a la comunidad cultual de Jerusalén. Así como el levita tiene derecho a ser acogido en el cuerpo sacerdotal para servir al Señor, también el extranjero tendrá derecho a entrar en la comunidad cultual. Is 66,21 avanzará más, indicando la elección de sacerdotes y levitas del Señor también entre las naciones.
La única condición para participar en el pueblo de Dios y en la asamblea cultual no es la pertenencia étnica, sino una vida fiel a las exigencias de la alianza, ejemplarizada en el precepto del descanso sabático. Para todos Dios abre su casa, su templo, para que todos los justos experimenten su misericordia (v. 7).
Evangelio: Juan 5,33-36
Estamos inmersos en una controversia de Jesús contra los jefes judíos que lo acusan de haber violado el sábado, curando al paralítico (cf. Jn 5,16-18). El fondo del debate entre Jesús y los jefes es el de la fe contra la incredulidad.
Después de haber probado que su actuar es participación de la acción del Padre, Jesús se enfrenta con el argumento de testimonios contra él y de la importancia de su revelación sobre el Padre. Su revelación es verdadera porque el Padre testimonia a su favor por medio de sus obras. Aunque sus interlocutores no pueden acceder a este nivel de testimonio, sí pueden referirse al testimonio de Juan Bautista. El cuarto evangelio habla muchas veces del Bautista en su calidad de testigo (Jn 1,6.8.15; 1,19-35; 3,22-30), Y aquí también se reconoce, pero a la vez se relativiza. De hecho, aun afirmando que el Bautista fue «lámpara» ardiente y brillante (v. 35), se recuerda que es sólo un hombre cuyo testimonio recibe fuerza de otro, del Padre. Y es el Padre quien testimonia a favor de Jesús, con las Escrituras y con «las obras» mismas de Jesús, mostrando cómo sintonizan su hacer en favor de la vida y de la libertad de la humanidad (cf. v. 17: «Mi Padre trabaja siempre, por eso yo trabajo también»).
MEDITATIO
Hoy la palabra del profeta Isaías nos abre al asombro y a la gratitud por la ilimitada misericordia divina que quiere la salvación de todos los hombres, rompiendo las
barreras que fácilmente construimos en su nombre. También nos convoca, a nosotros que procedemos de los gentiles y no éramos su pueblo, a entrar como hijos en su casa y poder participar en la intimidad de su vida. Ya no hay razón que valga para pretender vivir alejados de su amor, aduciendo quizás la excusa de nuestra indignidad. Él no nos exige títulos de nuestros méritos, sólo la búsqueda sincera de su voluntad y el deseo de morar en su «casa de oración».
En su casa encontramos la palabra de la Escritura donde late el corazón de Cristo y que da testimonio de él. A través de ella también resuena la voz del Bautista que nos señala al Esposo que está a punto de venir a nuestras vidas, y brilla para nosotros la luz de su testimonio iluminando nuestro camino hacia Cristo. De este modo empezamos a captar algo del profundísimo misterio de amor y comunión que lega el Hijo al Padre y que hace de la persona de Jesús y de sus obras la manifestación perfecta del rostro del Padre. El Padre no quiere juzgamos, sino que apuesta incondicionalmente por la vida y la libertad de todos nosotros.
ORATIO
«Que tu gracia, Señor, nos preceda y nos acompañe siempre; así, a los que anhelamos vivamente la venida de tu Hijo, nos obtenga la salvación para la vida presente y para la futura». Así, Señor, oro también yo con tu Iglesia, en este día, pidiéndote que me aumentes el deseo de ti. Así podré alegrarme con la voz del Bautista que me anuncia la inminente venida de tu Hijo y gozar de la luz de su lámpara que me hace caminar al encuentro de Jesús, Dios que viene.
Pero sobre todo te alabo porque en Cristo me has concedido tantos hermanos y hermanas, que no eran de la estirpe de Israel, unos labios puros para alabarte y un corazón nuevo para adorarte, y con Jesús hemos obtenido un puesto en tu casa, un puesto como el de los hijos e hijas. Ahora con las palabras del profeta Isaías proclamo que «tu salvación está próxima a llegar; tu justicia, a punto de revelarse».
CONTEMPLATIO
El hombre de Dios, el hombre que teme al Señor, no sabe desear otra cosa que la salvación de Dios, que es Cristo Jesús. Es él al que desea ardientemente, hacia él se vuelve con todas sus fuerzas, él caldea el interior de su espíritu, a él abre su corazón y se lo ofrece, y tiene un único temor: el poder perderle. De este modo, cuanto más intensamente se compromete el alma con el anhelo de estar unida a su salvación, tanto más se consume. y atinadamente dice: «He esperado en tu palabra». Ha esperado en la Palabra el hombre que ha dado fe a la palabra celestial que anuncia la venida de nuestro Señor Jesucristo..
Él es la salvación, la verdad, el poder y la sabiduría. Quien se consume por unirse a la verdadera fuerza, pierde lo que es suyo pero adquiere lo que es eterno (San Ambrosio, Comentario al Salmo 118, XI, 5-6, passim).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Así dice el Señor: Guardad el derecho, actuad on rectitud» (Is 56,1).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Señor, también este año nos prometes andar al encuentro de la luz, de la fiesta de Navidad, que pone ante nuestros ojos la mayor realidad existente: tu amor, con el que has amado al mundo hasta darle tu Hijo único, para que el que crea en él no perezca sino que tenga vida eterna.
¿Qué te vamos a llevar, qué te podemos ofrecer? ¡Cuánta oscuridad en nuestras relaciones humanas y en nuestro interior! ¡Cuántos pensamientos confusos, cuánta frialdad y despecho, cuánta vanidad y odio! ¡Qué cantidad de cosas de las que no puedes estar satisfecho, que nos dividen entre nosotros y no son de ningún provecho! ¡Qué de cosas, en clamoroso contraste con el mensaje de Navidad!
¿Qué harás tú con tales dones y con gente como nosotros? Pero es precisamente esto, en Navidad, lo que quieres de nosotros y deseas arrancar toda esta basura y nosotros mismos como somos, para darnos a Jesús, nuestro Salvador, y, en él, un cielo y una tierra nueva, corazones nuevos y nuevas aspiraciones, una nueva claridad y nueva esperanza para nosotros y para todos los hombres.
Sé tú mismo en medio de nosotros, en este último domingo anterior a la fiesta, en la que nos reunimos para preparar a recibir a tu Hijo como don. Concédenos hablar, escuchar, orar, aquí en el asombro y el agradecimiento, por todo lo que nos preparas, por todo lo que ya decidido, por todo lo que ya has hecho, Amén (K. Barth, Preghiere, Turín 1987, 233).