Jueves III Tiempo de Adviento – Homilías
/ 12 diciembre, 2016 / Tiempo de AdvientoLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Is 54, 1-10: Como a mujer abandonada te llama el Señor
Sal 29, 2y 4. 5-6. 11-12a y 13b: Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
Lc 7, 24-30: Juan es el mensajero que prepara el camino del Señor
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
La entrada de la misa hoy suplica: «Tú, Señor, estás cerca y todos tus mandatos son estables; hace tiempo comprendí tus preceptos, porque Tú existes desde siempre» (Salmo 118,151-152). En la oración colecta (Gelasiano), pedimos al Señor que alegre con la venida salvadora de su Hijo a los que somos sus siervos indignos, afligidos por nuestros pecados.
–Isaías 54,1-10: El amor de Dios para con su pueblo es indefectible. Dios mismo será quien redima a su pueblo, ofreciéndole una Alianza de paz. El tema de los desposorios ha sido en algunos profetas signo de la unión del alma con Dios. Por el pecado, la esposa se ha mostrado infiel. Esta ruptura con Dios es, por tanto, como un adulterio. Pero el Señor, en su gran amor misericordioso, reanuda ese lazo de amor esponsal. Es bien conocida la historia de los pactos entre Dios e Israel, la infidelidad de éste, y la restauración del pacto por parte de Dios, siempre fiel a la Alianza.
Así también sucede con cada alma rescatada. Redimida por el bautismo, rechaza luego el amor de Dios por el pecado. Pero Dios la atrae de nuevo con el perdón de su misericordia. Los místicos han vivido a fondo esos desposorios del alma con Dios. Escribe Santa Teresa:
«Ya tendréis oído muchas veces que se desposa Dios con las almas espiritualmente. ¡Bendita sea su misericordia que tanto se quiere humillar! Y, aunque sea grosera comparación, yo no hallo otra que más pueda dar a entender lo que pretendo, que el sacramento del matrimonio. Porque, aunque de diferente manera, porque en esto que tratamos jamás hay cosa que no sea espiritual –esto corpóreo va muy lejos, y los contentos espirituales que da el Señor, y los gustos, al que deben tener los que se desposan , van mil leguas lo uno de lo otro), porque todo es amor con amor, y sus operaciones son limpísimas y tan delicadísimas y suaves, que no hay cómo se decir; mas sabe el Señor darlas muy bien a sentir» (5 Moradas 4,3).
«Gran misterio es éste, pero entendido de Cristo y de la Iglesia» (Ef 5,32). El desposorio da acceso al alma a un estado superior y lo prepara a la unión perfecta con Dios.
–Ante el anuncio de la salvación, cantamos al Señor con el Salmo 29: «Te ensalzaré, Señor, porque me has librado y no has dejado que mis enemigos se rían de mí. Señor, sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa. Tañed para el Señor, fieles suyos, dad gracias a su nombre santo; su cólera dura un instante, su bondad de por vida; al atardecer nos visita el llanto, por la mañana el júbilo. Escucha, Señor, y ten piedad de mí». Mis deseos son estar siempre contigo, unido siempre a ti con un inmenso amor que solo Tú puedes darme.
–Lucas 7,24-3: La misión de Juan fue abrir el camino a Jesucristo. Vivió la tragedia de los perseguidos por confesar la verdad. Solo los humildes y los pecadores entendieron su mensaje. Juan vivió solamente para anunciar al que había de venir. Es nuestro modelo en el seguimiento de Cristo. Vivamos solo para Él. Comenta San Agustín:
«Reconózcase, pues, el hombre humilde: reconozca por la confesión del pecado que el Dios excelso se ha humillado, y así sea exaltado por la consecución de la justicia. Hay, por tanto, dos realidades: el Señor y Juan, la humildad y la grandeza. Dios, humilde en su grandeza; y el hombre humilde en su debilidad. Dios humilde por el hombre, y el hombre humilde por sí mismo. Dios hecho humilde en beneficio del hombre, y el hombre humilde para no hacerse daño... Disminuya, pues, la honra del hombre y aumente la de Dios, para que el hombre encuentre su honra en la honra de Dios» (Sermón 380,7-8).
Cristo hace ver que Juan Bautista no solo es un profeta, sino más que cualquiera de ellos, porque es el Precursor del Mesías. Los otros vieron al Mesías desde lejos en sus vaticinios, pero el Bautista lo presenta oficialmente al pueblo. Por eso se cumple la profecía de Malaquías, interpretado por los Rabinos: que Elías en persona presentaría y ungiría al Mesías. Ésta fue la obra de Juan: presentarlo y ungirlo en el bautismo que lo proclamaba Mesías. Preparó Juan los caminos morales para la venida de Cristo. Pero el ingreso en el reino es superior que la preparación al mismo. En el Nuevo Testamento tenemos la realización del Antiguo. Por lo mismo, aquél es superior a éste, como la Ley de Cristo lo es con respecto a la de Moisés.
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Isaías 54,1-10
En la presente profecía Isaías presenta a Sión, es decir, la comunidad engendrada por la muerte del Siervo del Señor (Is 53), que es la que experimenta la renovación de la alianza, el reflorecer un amor conyugal y el alegrarse de una íntima, amorosa relación que une a Dios con su pueblo redimido.
El profeta repasa la historia del pueblo elegido, sirviéndose del simbolismo del amor esponsal entre Dios y Sión. Así el destierro se parangona con la viudez o repudio (v. 4), y la tragedia que había convulsionado a los habitantes de Jerusalén se presenta como la triste condición de esterilidad de una mujer ansiosa de tener numerosos hijos (v. 1). Pero el Señor cambia la suerte de su pueblo y así Jerusalén, con la vuelta de los desterrados y la repoblación de la ciudad, puede experimentar sensiblemente la vitalidad de un amor que parecía irremediablemente acabado. La nueva milagrosa fecundidad será signo de la bendición del esposo divino que, en realidad, nunca rechazó la propia esposa, aunque en los momentos dolorosos y sombríos afrontados por el pueblo hizo pensar a Sión que estaba olvidada y hasta castigada por el mismo Dios. Como, tras el diluvio, Dios se comprometió con Noé en una alianza eterna (d. Gn 9,9ss), ahora al pueblo de los desterrados les promete una alianza incondicional, eterna, porque no se basa en posibles infidelidades de Sión, sino en el indefectible amor divino (vv. 9-10).
Evangelio: Lucas 7,24-30
Cuando se marcharon los mensajeros de Juan, Jesús comienza a hablar del Bautista a la gente, haciendo preguntas para suscitar el asentimiento de los oyentes. Quiere llevarles a que reconozcan en Juan no sólo un profeta, sino sobre todo el que ha abierto camino a Cristo. Juan es el profeta auténtico que busca a Dios en el desierto, en la penitencia, con fe firme, no vacilante y ajena a cualquier compromiso con el mundo del poder, del aparentar (vv. 24-25). Y, sin embargo, esta interpretación de la figura de Juan, como profeta que ha dedicado toda su vida a la causa de Dios, no llega al nivel más profundo del significado de su misión. Jesús indica a Juan como el mensajero prometido por Malaquías (Mal 3,1), esto es, el que abre camino al Mesías, el que señala una etapa radicalmente nueva de la historia de la salvación, cuando reclama que debemos reconocer la necesidad de conversión.
Pero el elogio del Bautista por parte de Jesús es también una seria reprobación para el que se tiene por justo, sin necesidad de conversión. La sentencia evangélica final es particularmente severa (v. 30). Va dirigida a los hombres de religión que, presumiendo de justos, no han acogido la predicación de Juan ni su bautismo de purificación. Pues bien, según Jesús, éstos han frustrado, con su comportamiento, el mismo designio salvífica de Dios para con ellos.
MEDITATIO
La lectura de Isaías nos lleva a meditar en el amor esponsal del Señor y en el papel positivo que la prueba puede asumir en el camino de la fe. Se nos invita a reconocernos en la figura femenina de Sión, que si bien se sentía «abandonada y con el ánimo afligido», ahora experimenta la alegría de sentirse amada por un esposo fiel, que no repudia a la compañera de la juventud, sino que la ama con mayor ternura. Una vez más debemos reconocer que la prueba de la fe nos abre a una acogida de comunión más profunda, simbolizada en la unión de hombre y mujer, y a una confianza más arraigada en la fidelidad divina.
La lectura evangélica, por su parte, nos estimula al testimonio, por medio de la meditación de la figura de Juan, testigo de Cristo. La firmeza de su persona apunta a la cualidad que requiere nuestro testimonio, que exige fortaleza, valentía y perseverancia.
Finalmente, la condena última de Jesús, dirigida a los que hacen vanos los designios de Dios (Lc 7,30), es un aviso saludable para nosotros en el caso de que dejemos pasar la escucha de la Palabra de Dios como ocasión de sincera conversión.
ORATIO
«Por un breve instante te abandoné, pero ahora te acojo con inmenso cariño. En un arrebato de ira te oculté mi rostro por un momento, pero mi amor por ti es eterno -dice el Señor, tu libertador-» (Is 54,7-8).
Hoy, Señor, quiero cantar tu fidelidad, tu amor invencible, tu ternura ilimitada. Tú eres el Dios cercano, cuyos caminos son todos verdad, tú el esposo de Sión, tú el redentor de Israel. Tú te has inclinado a nuestra pobreza y nos has enriquecido de ti, has bajado a nuestro pecado y nos has curado, has alejado nuestro sonrojo y nos has revestido de ti mismo.
Tú nos has abierto las puertas del Reino en el que el más pequeño es inmensamente grande porque es tu hijo, por el que tu mismo Hijo unigénito se ha hecho hombre y ha muerto en cruz.
Tú por nosotros has rasgado el cielo y en la plenitud de los tiempos nos has enviado a tu Hijo, que se ha constituido en nuestro compañero de viaje, nuestro hermano y nuestro Señor.
CONTEMPLATIO
En el hombre todo era luminoso, sin tinieblas; hermoso, sin fealdad; puro, sin mancilla... Pero ¡oh desgracia sin igual! Ese vaso del todo divino se quiebra en mil pedazos; esta hermosa estrella cae; este hermoso sol se cubre de lodo; el hombre peca, y pecando, pierde la inocencia, la hermosura y la inmortalidad. En fin, pierde todos los bienes recibidos y se ve asaltado por una infinidad de males (...) La Sabiduría eterna conmuévese vivamente ante la desgracia del pobre Adán y de toda su posteridad. Contempla con suma pena el vaso de honor hecho pedazos, rasgado su retrato, aniquilada su obra maestra. Queriendo salvar al hombre desventurado, a quien se sentía inclinada a amar, halló un remedio admirable.
¡Proceder asombroso, amor incomprensible llevado hasta el exceso! Su ofrecimiento es aceptado; su consejo, tomado y decretado: el Hijo de Dios se hará hombre en el momento conveniente y en las circunstancias de antemano señaladas. La Sabiduría eterna, durante todo el tiempo que transcurrió antes de su encarnación, testimonió de mil maneras a los hombres el amor que les profesaba. Ella misma se ha difundido por diversas naciones, en las almas santas, para formar en ellas amigos de Dios y profetas (Luis María Grignion de Montfort, El amor de la Sabiduría eterna, Madrid 1954, 38-47, passim).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Mi amor por ti es eterno, dice el Señor» (Is 54,8).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
¿Pertenecemos al grupo de los que sufren por este mundo? ¿De los que miran más allá de lo invisible, hacia lo ¿Pertenecemos a los que esperan, aguardan al que debe venir? Estas son las preguntas del adviento. Si somos de éstos, nuestra pregunta, como la del Bautista, se dirige a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir?». Es de verdad él, el que trae consigo el reino de la paz? Si fuese él ya se debería haber efectuado. Si es él quien debe venir, ya ha existido desde hace más de 1.900 años. ¿Se ha transformado el mundo? Esto es lo que afirma la comunidad cristiana: él ya ha venido y ha traído con él el mundo nuevo y, sin embargo, él es todavía uno que debe venir.
Gracias a su venida se ha transformado totalmente nuestro modo de ver el mundo y el tiempo. Su venida no es un acontecimiento de la historia de mundo que aconteció y pasó sin más; se trata más bien de un acontecimiento que significa el final de la historia. Los que creen en él se sustraen a la corriente del tiempo para sumergirse en la eternidad; poseen la verdad, la pureza, la vida; como la miseria es la muerte, ya no pueden caer en desesperación, ni el mal puede espantarnos ni fuera ni dentro de nosotros: ha desaparecido, absorbido por la gracia de Dios.
De todo esto el cristianismo está seguro por la fe. Y la peculiar situación de los cristianos es tal que, mientras estén en la tierra, deben recorrer su camino en la fe y no en la visión. Esos, que en Cristo no pertenecen a este mundo ni a este evo, aunque continúan estando en el tiempo. Y dado que la venida de Jesús no es un mero acontecimiento del pasado, sino el fin de toda la historia, el que ha venido es a la vez el que debe venir y será así hasta el fin del mundo y del tiempo. Para nosotros, que continuamos viviendo en la historia, él es siempre el que Viene, el que siempre nos arranca, nos levanta más arriba de la vida y de la actividad temporal y de cuanto en ello existe de perecedero y mísero, del pecado y la muerte (R. Bultmann, Prediche di Marburg, Brescia 1973,221-222).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos 1
1. El poema que leemos hoy en Isaías está lleno de imágenes sorprendentes.
Dios es el esposo siempre fiel. Israel, la esposa casquivana que ha sido infiel y ha tenido que vivir, en castigo, como esposa abandonada, estéril, llena de vergüenza. Ahora Dios la invita a volver a su amor.
Si vuelve, el suyo ya no será un futuro sin esperanza: ya no será estéril, tendrá muchos hijos, y se verá obligada a ensanchar la tienda para que quepan todos en ella. Ya no pasará vergüenza como si siguiera siendo soltera o estéril o viuda. «El que te hizo te tomará por esposa». «Como a mujer abandonada y abatida te vuelve a llamar el Señor». «Por un instante te abandoné, pero con gran cariño te reuniré, con misericordia eterna te quiero, dice el Señor». Es un lenguaje entrañable, que muestra los planes de salvación que Dios tiene para con su pueblo. Dios ofrece el perdón a Israel, le muestra su afecto, le invita a retornar a su vera.
Jesús en el evangelio se comparará a sí mismo con el novio. Su Reino será como el banquete de bodas del Novio, del Cordero, que es él mismo. El que estuvo en las bodas de Caná y convirtió el agua en el vino bueno de la alegría y del amor. El Esposo que se entregó en la cruz por su Esposa la Iglesia.
Es una imagen valiente y hermosa, que se aplica en el A.T. a la relación de Dios con su Pueblo, y en el N.T. a la de Cristo con su Iglesia.
Dios nos asegura su amor eterno: «aunque se retiren los montes y vacilen las colinas, no se retirará de ti mi misericordia ni mi alianza de paz vacilará, dice el Señor que te quiere». La iniciativa es de él. Él es el que ama primero.
2. De nuevo una alabanza del Bautista en labios de Jesús.
Juan no es una caña agitada por el viento. No se doblega ni ante las presiones ni ante los halagos. Ha mostrado su reciedumbre hasta el testimonio de la muerte.
No usa vestidos delicados ni lleva una vida de lujo. Da un ejemplo admirable de austeridad.
Éste sí que puede ser un auténtico profeta, un mensajero de Dios que prepara los caminos de Cristo, como había anunciado el profeta Malaquías, a quien cita Jesús. Pero una vez más, Jesús tiene que quejarse de que a un profeta así le han escuchado la gente sencilla, los más pecadores, pero «los fariseos y los letrados, que no han aceptado su bautismo, frustraron el designio de Dios para con ellos».
3. a) En este Adviento se repite la invitación de Dios, ahora a su Iglesia, o sea, a cada uno de nosotros. La invitación a volver más decididamente a su amor, como esposa fiel, dispuesta a abandonar sus distracciones extramatrimoniales.
¿Quién puede decir que no necesita esta llamada? ¿a quién no le crece más, a lo largo del año, «el hombre viejo» que el nuevo? ¿quién puede asegurar que no ha habido desvíos y olvidos en su vida de fe y en su fidelidad a Dios?
b) La figura del Bautista también nos interpela: ahí tenemos, según Cristo, el modelo de un seguidor recio y fiel de los planes de Dios. Comparados con él, ¿podemos asegurar que somos personas de carácter, que no obran siguiendo la moda, lo fácil, lo que halaga, lo que hacen todos? ¿que somos sinceros para con Dios, fieles a su amor? Esta pregunta nos la podemos hacer los sacerdotes y los religiosos, y cada uno de los fieles cristianos. Porque nuestra relación de amor y fidelidad con Dios puede conocer en cada caso episodios de ida y de vuelta, de pasos adelante y pasos atrás. Y el Adviento, y la próxima Navidad, es una ocasión para revisar nuestra vida y volver al amor primero.
Para que no se pueda decir de nosotros lo que Jesús, con pena, tuvo que decir de los fariseos: que frustraron los planes que Dios tenía sobre ellos. Si no aceptamos la venida de Cristo a nuestras vidas, es un «fracaso de Dios»: su programa de salvación para este año no se cumplirá, por culpa nuestra.
c) Además, de Juan debemos aprender la lección de su honradez de profeta y precursor: no se buscó a si mismo («él tiene que crecer, yo tengo que menguar»), no sintió ninguna clase de envidia ni celos por el éxito de Jesús entre sus discípulos. Nosotros ¿nos buscamos a nosotros, en nuestro trabajo apostólico? ¿nos alegramos del bien, sea quien sea quien lo hace? ¿o la paga que buscamos es el premio de las alabanzas humanas?