Sábado II de Pascua – Homilías
/ 4 abril, 2016 / Tiempo de PascuaLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Hch 6, 1-7: Eligieron a siete hombres llenos de Espíritu Santo
Sal 32, 1-2. 4-5. 18-19: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti
Jn 6, 16-21: Vieron a Jesús caminando sobre el mar
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Hechos 6,1-7: Eligieron siete hombres llenos del Espíritu Santo. La elección de los siete abre un nuevo apartado de los Hechos de los Apóstoles, en el que ocupan el primer plano cristianos procedentes de mundo griego. Tendrán éstos una parte importante y activa en la difusión misionera del cristianismo entre las naciones paganas. Al frente de los siete, consagrado por la imposición de las manos, destaca Esteban. Aparece así un embrión de estructura eclesial, fundada en el servicio y en el amor. Es muy expresivo lo que dicen los Apóstoles: «nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de la Palabra». Es todo un programa de apostolado. Sin vida interior, sin oración, no es posible una verdadera evangelización. Así lo ve San Agustín:
«Al hablar haga cuanto esté de su parte, para que se le escuche inteligentemente, con gusto y docilidad. Pero no dude de que, si logra algo y en la medida en que lo logre, es más por la piedad de sus oraciones que por sus dotes oratorias. Por tanto, orando por aquellos a quienes ha de hablar, sea antes varón de oración, que de peroración y cuando se acerque la hora de hablar, antes de comenzar a proferir palabras, eleve a Dios su alma sedienta, para derramar de lo que bebió y exhalar de lo que se llenó» (Sobre la Doctrina Cristiana, 4). Y también: «Si no arde el ministro de la Palabra, no enciende al que le predica» (Sermón 21)
–Jesús resucitado es signo manifiesto de que Dios quiere salvarnos de todo lo que es negativo en nuestra vida. Se nos exige una confianza absoluta en la misericordia del Señor. Así nos lo dice el Salmo 32: «Que la misericordia del Señor venga sobre nosotros, como lo esperamos de Él». A esto se llega por medio de la oración constante: «Aclamad, justos, al Señor, que merece la alabanza de los buenos; dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor el arpa de diez cuerdas. La palabra del Señor es sincera y todas sus acciones son leales; El ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra. Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte, y reanimarlos en tiempo de hambre».
–Juan 6,16-21: Vieron a Jesús andando sobre el lago. Lo mismo que la multiplicación de los panes, manifiesta su dominio sobre los elementos y prepara a sus discípulos para recibir la doctrina del Pan de la vida. Con sus prodigios Jesús busca el bien de la gente que lo contempla. Así lo afirma Orígenes:
«Mas Jesús llevaba, por los milagros que hacía, a los que contemplaban aquel hermoso espectáculo a que mejorasen en sus costumbres. ¿Cómo no pensar entonces en que se ofrecía a sí mismo como ejemplo de la vida más santa, no sólo ante sus auténticos discípulos, sino también ante los otros? Ante sus discípulos, para moverlos a enseñar a los hombres conforme a la voluntad de Dios; ante los otros, para que enseñados a la par por la doctrina, vida y milagros cómo habían de vivir, todo lo hicieran con intención de agradar a Dios sumo» (Contra Celso 1,68),
Los milagros han continuado durante toda la vida de la Iglesia hasta nuestros días. No hay beatificación ni canonización sin verdaderos milagros, muy comprobados minuciosamente.
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Hechos 6,1-7
a) Por muy buena que sea una comunidad, no es nada extraño que en su vida haya momentos de tensión.
La primera comunidad de Jerusalén, al crecer, también conoció dificultades internas, además de las externas. No era una comunidad ideal. Los varios grupos de lengua diferente -aramea y griega- se ve que tenían problemas en la convivencia. La lengua no es sólo una gramática y un vocabulario: es reflejo de una cultura y de una formación. La fe en Cristo une a todos los grupos, pero la sensibilidad no cambia fácilmente y puede dar lugar a tensiones como la que aquí leemos.
Es admirable la serenidad con que se resolvió el conflicto, con un oportuno diálogo entre los apóstoles y la comunidad. Así se llegó al nombramiento y ordenación, a partir de la propuesta de nombres por parte de todos, de esos siete diáconos del grupo helénico, y luego a una razonable descentralización y división de funciones entre los apóstoles y los diáconos.
Tradicionalmente se ha considerado este pasaje como el de la institución del diaconado en la Iglesia, con la oración y la imposición de las manos por parte de los apóstoles y sus sucesores los obispos. Quedan así asociados como colaboradores del ministerio de los presbíteros y los obispos. Aunque aquí parezca que los diáconos se iban a dedicar a la administración y organización de los bienes de la comunidad -mientras los apóstoles se dedicarían a la palabra y la oración-, los encontramos en seguida también realizando otros ministerios, como el de la evangelización y el bautismo. Así lo veremos en los días sucesivos con Esteban y Felipe.
b) En nuestra comunidad, ya sea la familiar como la religiosa, la parroquial o la eclesial, probablemente conocemos también problemas de convivencia y casos de discriminación, que pueden dar lugar a momentos de tensión y contestación entre laicos y clero, entre hombres y mujeres, entre jóvenes y mayores, entre nativos y emigrantes.
La página de los Hechos nos interpela constructivamente. Tanto para decirnos que no hay que asustarse demasiado por la existencia de estos problemas, como para proponernos los caminos de su solución.
Si también entre nosotros existiera de veras diálogo y serenidad para buscar la voluntad de Dios y el bien de todos, nuestra comunidad viviría en clima de fraternidad, y además irradiaríamos hacia fuera este mismo clima y sucedería también ahora lo que pasó entonces: «la Palabra de Dios iba cundiendo, y en Jerusalén crecía mucho el número de discípulos». La unidad fraterna es la que posibilita el trabajo misionero. El signo que más creíble hace lo que se predica, es la caridad: la caridad hacia dentro y hacia fuera.
¿Resolvemos en nuestra comunidad los problemas que van surgiendo con este espíritu de diálogo y sinceridad? ¿no podría ser la falta de unidad interna la razón de la poca eficacia en nuestro apostolado hacia fuera?
2. Juan 6,16-21
a) Un misterioso suceso en el lago sigue al milagro de la multiplicación de los panes y a la «huida» de Jesús cuando le querían hacer rey.
De noche los discípulos, avezados al trabajo en el lago, experimentan un momento de pánico por la mar encrespada y, además, por la visión de Jesús que se les acerca caminando sobre las aguas. Hasta que oyen las palabras tranquilizadoras: «soy yo, no temáis». Pero el desenlace sigue siendo misterioso: no se nos dice si Jesús sube a la barca o no, sino que llegan a destino y se impone la serenidad. Como en el caso de las pescas milagrosas, cuando no está Jesús con ellos, es inútil MI esfuerzo y no tienen paz. Cuando se acerca Jesús, vuelve la calma y el trabajo resulta plenamente eficaz.
b) También la escena del evangelio se reflejará alguna vez, no sólo en nuestra vida personal, sino en la de la comunidad: la barca puede ser símbolo de nuestra vida o también de la comunidad eclesial.
Cuando se hace de noche en todos los sentidos, cuando arrecia el viento contrario y se encrespan los acontecimientos, cuando se nos junta todo en contra y perdemos los ánimos: cuando pasa esto y a Jesús no lo tenemos a bordo -porque estamos nosotros distraídos o porque él nos esconde su presencia- no es extraño que perdamos la paz y el rumbo de la travesía. Si a pesar de todo, supiéramos reconocer la cercanía del Señor en nuestra historia, sea pacífica o turbulenta, nos resultaría bastante más fácil recobrar la calma.
Cada vez que celebramos la Eucaristía, el Resucitado se nos hace presente en la comunidad reunida, se nos da como Palabra salvadora, y -lo que es el colmo de la cercanía y de la donación- él mismo se nos da como alimento para nuestro camino. Es verdad que su presencia es siempre misteriosa, inaferrable, como para los discípulos de entonces. Pero por la fe tenemos que saber oír la frase que tantas veces se repite con sus variaciones en la Biblia: «soy yo, no temáis». Llegaríamos a la playa con tranquilidad, y de cada Misa sacaríamos ánimos y convicción para el resto de la jornada, porque el Señor nos acompaña, aunque no le veamos con los ojos humanos.
«Tú has querido hacernos hijos tuyos: míranos siempre con amor de padre» (oración)
«Alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna» (oración)
«La Palabra de Dios iba cundiendo
y crecía el número de discípulos» (1ª lectura)
«Soy yo, no temáis» (evangelio)
«Que esta Eucaristía nos haga progresar en el amor» (comunión)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 6,1-7
Los problemas cotidianos de la joven comunidad obligan a tomar nuevas decisiones. Se trata de una murmuración, de un descontento: los apóstoles se lo toman en serio y lo resuelven. Hay, en primer lugar, un problema económico: probablemente son las viudas de los hombres de la diáspora, que han venido a pasar los últimos años de su vida a Jerusalén y se han quedado ahora sin apoyo familiar. Se trata de una necesidad real, y tiene que ser afrontada con sano realismo. Pero debía de haber también un problema cultural: los helenistas hablan griego, leen la Biblia en la traducción griega de los Setenta, tienen una sensibilidad diferente. Es preciso disponer una estructura completa para ellos, dotada de asistencia espiritual y material.
El pasaje tiene en cuenta estos dos aspectos: los «Siete», en realidad, son destinados tanto al servicio de la Palabra como al de las mesas. Aparecen como una organización eclesiástica «sectorial», como una especie de «clero indígena» para aquellos que tienen una lengua, una cultura y una situación económica diferentes de los judeocristianos de Palestina.
Evangelio: Juan 6,16-21
Si el milagro de los panes tiene la finalidad de revelar a Jesús como Mesías y profeta escatológico, el signo del Señor caminando sobre las aguas, destinado sólo a los discípulos, tiene como finalidad hacerles comprender la divinidad de Jesús, prevenirles ante el escándalo de la muchedumbre e impedir su defección.
Los discípulos están en la barca, ya es de noche. Han remado fatigosamente y luchado contra las dificultades del momento, cuando ven a Jesús caminando sobre el lago, y les entra mucho miedo (v 19). La confrontación con el Maestro constituye para ellos un examen de conciencia y una llamada a superar sus cortas miras y a confiar en el misterio del hombre-Jesús. Con las palabras «Soy yo. No tengáis miedo» (v 20), Jesús los tranquiliza y se hace reconocer revelándose como el Señor en quien reside la presencia poderosa y salvífica de Dios; es decir, se autorrevela a sus discípulos no sólo como Mesías que sacia su hambre, sino como persona divina que, una vez más, va a su encuentro con amor. A continuación, en el momento en el que los discípulos acogen a Jesús y aceptan reconocer su identidad en un ámbito superior, llegan de inmediato a la orilla a la que se dirigían (v 21). Jesús es el lugar de la presencia de Dios entre los hombres. Bajo el rostro humano de Jesús se ocultan su misterio y su identidad. Quien sabe leer en la persona del Nazareno la manifestación misma de un Dios que ama, se convierte en su discípulo y permanece unido al Profeta de Galilea, a pesar del halo inaccesible que envuelve a su persona.
MEDITATIO
El cuadro idílico de la comunidad «con un solo corazón y una sola alma», dibujado en las primeras páginas de los Hechos de los Apóstoles, parece oscurecerse de improviso. Surgen las primeras tensiones. Pero el realismo de Lucas sale airoso del reto: los problemas existen; hasta en las comunidades más perfectas hay problemas. Las tensiones y los problemas han de ser afrontados de una manera creativa y comunitaria. Pero, sobre todo, no deben bloquear la comunidad con disputas perennes, no deben impedir la difusión del Evangelio. Todo ha de ser considerado con una mirada positiva; hasta el descontento, que ha de ser tomado en serio porque oculta problemas serios.
Los apóstoles no consideran el descontento y la crítica como un gesto de rebelión, sino como el síntoma de un problema al que hay que hacer frente y resolverlo. Es un signo de sabiduría y de prudencia que no siempre se ha repetido en la historia de la Iglesia, con notables consecuencias. Hace falta una gran libertad y un gran desprendimiento, además de clarividencia, por parte de quien posee la autoridad, para hacer frente a las dificultades con espíritu creativo. Es preciso tener el sentido de la fraternidad cristiana, capaz de escuchar, de dialogar, de buscar juntos soluciones más avanzadas, que correspondan mejor a las nuevas situaciones. Los apóstoles nos dan aquí un ejemplo de flexibilidad y de guía sabia de la comunidad.
ORATIO
¡Cuántos problemas surgen, Señor, cada día! ¡Cuántas tensiones! ¡Y qué difícil resulta solucionarlas! A menudo, cuando me siento víctima, tengo la tentación de agredir y de atacar a quien posee la autoridad, mientras que cuando soy yo quien cargo con ella siento la tentación de considerar a los que critican como eternos insatisfechos, como gente imposible de contentar, como gente sedienta de dinero y poder.
Concédeme, Señor, la sabiduría prudente de los Doce, que escuchan, implican a toda la comunidad y disponen. Haz que en nuestras comunidades circule la misma sabiduría, la misma capacidad de escucha y de participación. No dejes que nos falte la misma creatividad, capaz de hacer frente con serenidad y de resolverlas dificultades normales. Aparta de mi corazón la amargura y la agresividad que surgen cuando no me siento comprendido, y dame en cambio el tono justo de la crítica constructiva. Aparta de mi corazón la arrogancia del poder que cree saberlo todo y no presta oídos a lo que no estaba previsto.
Señor, veo que la fraternidad está construida a base de todo y de todos: desde la crítica a la escucha, por la inteligencia y por el deseo de que todo se resuelva con espíritu fraterno. Muéstrame, Pastor eterno, los caminos cotidianos y concretos de la construcción paciente y sabia de la vida fraterna, con los materiales de nuestros límites, de nuestras exigencias, de nuestro amor.
CONTEMPLATIO
El justo, que antes sólo prestaba atención a sus cosas y no estaba disponible para cargar con los pesos de los otros y, como tenía poca compasión de los otros, no estaba en condiciones de hacer frente a las adversidades, va progresando de grado en grado y se dispone a tolerar la debilidad del prójimo, llega a ser capaz de hacer frente a la adversidad. Y, así, acepta con tanto más valor las tribulaciones de esta vida por amor a la verdad, mientras que antes huía de las debilidades ajenas.
Bajándose se levanta, inclinándose se distiende y le fortalece la compasión. Dilatándose en el amor al prójimo, concentra las fuerzas para levantarse hacia su Creador. La caridad, que nos hace humildes y compasivos, nos levanta después a un grado más alto de contemplación. Y el alma, engrandecida, arde en deseos cada vez más grandes y anhela llegar ahora a la vida del Espíritu también a través de los sufrimientos corporales (Gregorio Magno, Comentario moral a Job, VII, 18).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Concédeme, Señor, el don de la escucha y de la creatividad».
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Una comunidad donde se vive con otros puede representar para el individuo el espacio vital en el que se produce un intercambio vivaz y una experiencia que hace madurar, un lugar de confianza en el que cada uno puede crecer en el amor a sí mismo y al prójimo. Una comunidad de mujeres y de hombres maduros estimula continuamente al individuo para que haga frente a las tareas cotidianas y a los conflictos y, a través de éstos, madure como persona y como cristiano.
La crítica fraterna en un círculo de adultos constituye asimismo una fuerza creativa que sirve para mejorar en el conocimiento de nosotros mismos y en vistas a un proyecto propio de vida. Si la ejercemos con respeto y misericordia, nos ayuda a evitar o a protegernos de la tentación de escondernos en la casa de nuestro propio cuerpo. También los conflictos, inevitables en una comunidad espiritualmente viva, sea entre ancianos y jóvenes, o bien entre personalidades que chocan, podría convertirse en materia fértil para una provechosa cultura del conflicto, necesaria sobre todo en los conventos, donde conviven personas que no se han elegido y que no están unidas por vínculos de parentesco o de amistad. Añádase a esto que, en una comunidad de este tipo, el individuo puede y debe confrontarse también consigo mismo de un modo más radical del que lo haría si viviera solo (A. Grün, A onore del cielo, come segno per la terra, Brescia 1999, pp. 129ss., passim).