Viernes II de Pascua – Homilías
/ 4 abril, 2016 / Tiempo de PascuaLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Hch 5, 34-42: Salieron contentos de haber merecido aquel ultraje por el Nombre
Sal 26, 1bcde. 4. 13-14: Una cosa pido al Señor: habitar en su casa
Jn 6, 1-15: Repartió a los que estaban sentados todo lo que quisieron
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Hechos 5,34-42: Salieron contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús. Una notable intervención de Gamaliel –el maestro de Saulo– inclina a los sanedritas a dar libertad a los Apóstoles. Pero, no obstante esto, fueron azotados y amenazados. Sin embargo, ellos salieron gozosos por haber sufrido a causa del nombre de Jesús. La situación es dispar: para los judíos sanedritas el nombre de Jesús se convierte en causa de rabia, fracaso, envidia y venganza; pero para los fieles seguidores de Cristo es fuerza, valentía, liberación y gozo en el sufrir por Él. El sentido de la alegría de los Apóstoles por padecer por Cristo nos lo da Juan Pablo II:
«La alegría cristiana es una realidad que no se puede describir fácilmente, porque es espiritual y también forma parte del misterio. Quien verdaderamente cree que Jesús es el Verbo Encarnado, el Redentor del hombre, no puede menos de experimentar en lo íntimo un sentido de alegría inmensa, que es consuelo, paz, abandono, resignación, gozo... ¡No apaguéis esa alegría que nace de la fe en Cristo crucificado y resucitado! ¡Testimoniad vuestra alegría! ¡Habituaros a gozar de esta alegría!» (Alocución de 24-III-1979)
–El cristiano es hombre que vive su presente proyectado hacia el futuro; salvación consumada que es vida eterna. Gozo de esperar la patria celeste. Espera vivida con la ayuda del Señor. Así lo proclamamos con el Salmo 26: «El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la Casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor contemplando su Templo. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor».
–Juan 6,1-15: Jesús repartió los panes; todo lo que quisieron. La multiplicación de los panes y de los peces renueva el prodigio del maná en el desierto; Jesús se muestra en el presente caso como un nuevo Moisés, a quien aventaja en todo. Pero el milagro conecta también con la Última Cena y con las comidas con el Resucitado. La consignación de este episodio por seis veces en los cuatro Evangelios, evidencia el entusiasmo que debió despertar en la catequesis primitiva, sin duda por el valor simbólico que esta multiplicación tuvo desde muy pronto. Comenta San Agustín:
«Ciertamente es mayor milagro el gobierno de todo el mundo que la alimentación de cinco mil hombres con cinco panes. Y con todo de aquello nadie se admira. De esto nos admiramos, no porque sea mayor, sino porque es rara. Y a la verdad, ¿quién ahora alimenta a todo el mundo sino Aquél que con pocos granos produce los alimentos? Jesucristo obró, pues, como Dios. Con el mismo poder con que multiplica pocos granos produciendo las mieses, hizo que en sus manos se multiplicasen los cinco panes. El poder estaba en las manos de Cristo. Aquellos cinco panes eran como semillas, no puestas en la tierra, sino multiplicadas por Aquél que hizo la tierra. Presentó, pues, este milagro a nuestros sentidos para ejercitar nuestra mente. Quiso que admirásemos al Dios invisible a través de sus obras visibles, a fin de que, robustecidos en la fe y purificados por ella, deseáramos ver a aquel Dios cuya invisible realidad nos manifiestan las cosas visibles... Preguntemos a los mismos milagros qué nos predican de Cristo, pues también ellos tienen un lenguaje para quien sabe comprenderlos. En efecto, siendo Cristo el Verbo de Dios, todo lo que hace el Verbo es también una Palabra para nosotros» (Tratado 24 sobre el Evangelio de San Juan).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Hechos 5,34-42
a) Sensato razonamiento el que propone Gamaliel a sus compañeros del Sanedrín, indignados por el discurso de Pedro.
Gamaliel era doctor de la ley, y sabemos que fue maestro de Pablo. Era de la escuela de Hillel, conocida por su talante más liberal y una interpretación más humana y amplia de la ley.
Las autoridades de Israel no se tienen que precipitar en su juicio: no vayan a oponerse a la voluntad de Dios. Por muy incómoda que sea la actitud de estos discípulos de Jesús, los miembros del Sanedrín no se deberían dejar guiar de motivaciones viscerales, sino de una sensatez hecha de fe en Dios y de prudencia humana.
Los apóstoles, por su parte, siguen sorprendentemente valientes, impertérritos en su propósito de seguir anunciando a Cristo Jesús, a pesar de todas las prohibiciones. Al pie de la cruz casi todos habían huido cobardemente. Ahora, después de recibir los azotes, aparecen «contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús».
b) Una primera lección nos la da Gamaliel a los cristianos de hoy. No tendríamos que asustarnos demasiado de los varios movimientos, más o menos «mesiánicos», que van apareciendo también en nuestros tiempos. Es difícil ejercitar lúcidamente un discernimiento de estos casos. Cuántas veces en la historia, personas que habían sido perseguidas y tachadas de heterodoxas en su tiempo, luego resultaron ser proféticas -por tanto incómodas- y claramente movidas por el Espíritu para bien de su Iglesia. Y viceversa: movimientos que parecían brillantes se demostraron vacíos de Espíritu y cayeron por su propio peso.
El problema ha sido de siempre. En el libro de los Hechos, en días sucesivos, encontraremos momentos en que los responsables de la comunidad tuvieron que ejercitar -casi siempre comunitariamente, con el parecer de todos- el discernimiento sobre las situaciones que se iban creando, por ejemplo de los cambios que se iban a dar en la nueva comunidad de Antioquía.
No es que haya que ignorar los hechos o las direcciones nuevas que van surgiendo, que en efecto pueden ser o muy beneficiosas o perjudiciales para la vida de la comunidad. Pero el discernimiento hay que hacerlo sin angustias, sin prisas y comunitariamente. Y con la finalidad de ser fieles a la voluntad del Espíritu, no a nuestros gustos o intereses: discerniendo, por tanto, también nuestras propias motivaciones en el apoyo o en el rechazo de los varios casos.
Es lo que Jesús recomendó a sus discípulos, con la parábola del trigo y la cizaña, para que no se precipitaran ni en sus juicios ni en sus decisiones.
c) De nuevo el ejemplo de los apóstoles nos pone en evidencia.
Ellos están dispuestos no sólo a seguir predicando, sino a asumir los sufrimientos que su misión comporte. Siguiendo el ejemplo de su Maestro, ya saben que van a ser perseguidos. Y hasta son capaces de entender ahora la bienaventuranza que en su tiempo tal vez les pareció extraña: «bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa: alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos» (Mt 5, 11-12).
2. Juan 6,1-15
a) A partir de hoy, y durante ocho días, escuchamos el capítulo 6 del evangelio de Juan, el discurso del Pan de Vida.
Los evangelistas cuentan repetidas veces el milagro de la multiplicación de los panes. El relato de Juan es importante y programático para entender la persona de Jesús, y en concreto el lugar que el binomio Fe y Eucaristía ocupan en la comunidad cristiana.
La escena cuenta con detalles expresivos: la iniciativa del mismo Jesús, conmovido por la fidelidad de la gente, a pesar del no excesivo entusiasmo de sus apóstoles por la idea; su protagonismo, más subrayado en Juan que en los relatos de los otros evangelistas; la cercanía del día de Pascua, matiz simbólico recordado por Juan; la simpática aportación de los cinco panes y los dos peces por parte de un joven; la reacción humana y «política» de la gente que quiere a Jesús como rey, entendiendo mal su mesianismo; la terminología «eucarística» del relato, aunque evidentemente no sea una Eucaristía: el milagro va a ser interpretado -como leeremos los próximos días- como un «signo» revelador de la persona de Jesús, y en último término referido claramente a la Eucaristía que celebra la comunidad cristiana.
b) En un mundo también ahora desconcertado y hambriento, Cristo Jesús nos invita a la continuada multiplicación de su Pan, que es él mismo, su Cuerpo y su Sangre.
También ahora la Eucaristía se puede entender como relacionada a los dones, humanos y limitados, pero dones al fin, que podemos aportar nosotros. Los cinco panes y dos peces del joven pueden compararse a los deseos de justicia y de paz por parte de la humanidad, el amor ecologista a la naturaleza, la igualdad apetecida entre hombres y mujeres, y entre razas y razas, los progresos de la ciencia: Jesús multiplica esos panes y se nos da él mismo como el alimento vital y la respuesta a las mejores aspiraciones de la humanidad.
Nosotros, los que podemos gozar de la Eucaristía diaria, apreciamos más todavía el don de Cristo que se nos da como Palabra iluminadora y como Pan de vida.
«Para librarnos del poder del enemigo, quisiste que tu Hijo muriera en la cruz» (oración)
«Ningún día dejaban de enseñar anunciando el evangelio de Jesucristo» (1a lectura)
«El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?» (salmo)
«Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor» (salmo)
«Dios todopoderoso, no ceses de proteger con amor a los que has salvado» (comunión)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 5,34-42
Lucas presenta siempre a los fariseos bajo una luz favorable. De Gamaliel dice que es fariseo, es decir, uno de los que, además de llevar una vida observante, creen en la resurrección. La intervención del doctor de la Ley se muestra prudente y resulta decisiva. A partir de dos ejemplos de rebeliones, citados asimismo por el historiador Flavio Josefo, que acabaron al poco de empezar, enuncia un principio de no intervención, en nombre de la constante intervención de Dios en favor de su pueblo. No se puede ir contra el obrar divino mediante una intervención humana.
Los apóstoles quedan en libertad después de -como Jesús- haber sido azotados. Es digna de señalar la alegría que sienten por haber merecido ese ultraje por amor al Nombre. Aparece aquí un eco de la realización de la bienaventuranza de los perseguidos: «Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo por causa del Hijo del hombre» (Lc 6,22). Pero hemos de señalar también que aquí se habla del Nombre en absoluto para indicar a Jesús. En el judaísmo se empleaba la expresión «el Nombre» para decir «Dios». Los Hechos de los Apóstoles llevan a cabo está atrevidísima sustitución para expresar que Dios obra en Jesús, que Dios se identifica con él.
Más aún: el hecho de que los apóstoles enseñen en el templo significa que, a pesar de las incomprensiones y los abusos de poder de las autoridades, la Iglesia de Jerusalén se consideraba aún en el ámbito del judaísmo. Ahora diríamos: era aún una «corriente», una «secta» del judaísmo. Éste, en aquel período, se mostraba, teniendo en cuenta todos los elementos, más bien tolerante. Hasta que llegó el ciclón Esteban, que obligó a dar un decisivo y doloroso giro, aunque vital.
Evangelio: Juan 6,1-15
El milagro de la multiplicación de los panes introduce, de manera simbólica, en el magno «discurso del pan de vida» y está situado en el centro de la actividad pública de Jesús. Se trata de un signo querido por el Maestro para revelarse a sí mismo. Sin embargo, Juan presenta el signo como el nuevo milagro del maná (cf. Ex 16), hecho por Jesús, nuevo Moisés, en un nuevo Éxodo, y como símbolo de la eucaristía, cuya institución durante la última cena, a diferencia de los sinópticos, no cuenta el cuarto evangelio.
El fragmento manifiesta un significado cristológico y sacramental preciso. Este sentido no es tanto saciar el hambre de la muchedumbre, como revelar la gloria de Dios en Jesús, Palabra hecha carne. El texto está dividido de este modo: a) introducción histórica (vv. 1-4); b) diálogo entre Jesús y los discípulos (vv 5-10); c) descripción del signo-milagro (vv. 11-13); d) incomprensión de la muchedumbre y soledad de Jesús, que se retira a rezar en el monte (vv. 14s).
Para Juan, Jesús es aquel en quien se cumple el pasado y se realizan todas las esperanzas de Israel. En efecto, el pan que el Maestro va a dar al pueblo perfecciona -superándola- la pascua judía y pone el gran milagro bajo el signo del banquete eucarístico cristiano. Jesús habla, en primer lugar, a la gente que le sigue de la nueva alianza con Dios y de la vida eterna (a la que está destinada la humanidad). A continuación, toma la iniciativa y llama la atención del apóstol Felipe sobre la dificultad del momento. La solución humana no basta para saciar las necesidades del hombre (v. 7). Es Jesús quien va a satisfacer en plenitud todas las necesidades. El alimento se multiplica en sus manos. Todos quedan alimentados hasta tal punto que, por indicación de Jesús, se recoge lo que ha sobrado en doce cestos «para que no se pierda nada» (vv. 12s). Con el signo del pan, Jesús se presenta como el Mesías esperado que sacia el hambre de su pueblo sin bajar a compromisos con el proyecto que el Padre ha trazado.
MEDITATIO
La intervención de Gamaliel resulta al final favorable a los apóstoles. Su principio de no intervención -si la novedad no es de Dios, no durará; y si es de Dios, es inútil oponerse a ella- se cita con frecuencia como ejemplo de consejo sabio y prudente. Aunque no siempre está dictado por la sabiduría, porque puede meterse por medio la pereza, cierto deseo de vivir tranquilo, de dejar correr las cosas -incluso se podría incurrir en fatalismo-, sin embargo, cuando está dictado por un espíritu de fe en el Dios que obra en la historia, es, a buen seguro, un hecho positivo.
Es preciso poner en circulación, al menos en circunstancias parecidas, el criterio sugerido por Gamaliel, especialmente en Occidente, donde todo parece depender de nosotros y donde, hasta en las cosas de Dios, es el principio de la eficiencia el que dicta la ley. Es necesario adquirir de nuevo el sentido de Dios, que obra de continuo, que puede obrar, que está presente tanto en los fenómenos grandes como en los pequeños. Es necesario que seamos más humildes frente a los problemas de la salvación. En ellos el protagonista es Dios; nosotros somos sólo pobres y pequeños colaboradores. Lo que se nos pide es que no «arruinemos» los planes de Dios, que discernamos más bien, con humildad, su acción, para secundarla, no para ponernos por encima de ella.
ORATIO
¡Qué presuntuoso y ciego soy, Señor, con mis programas, mis planes, mis organigramas, mis proyectos, mis proyecciones, mi organización! Me ocurre a menudo, Señor, que intento administrar tu «empresa» de salvación como si me perteneciera y debiera obtener de ella la mayor utilidad posible. Cautivado del todo por mi afán de eficiencia, me olvido de preguntarme sobre lo que estás haciendo, me olvido de preguntar lo que estás llevando a cabo.
Y así, sin darme cuenta, quisiera que tú entraras en mis planes. Y, así, tus sorpresas -¡que son muchas!- me inquietan y me turban. Concédeme el espíritu de sabiduría y de discernimiento para que sea capaz de encontrar el justo camino entre lo que debo dejarte hacer a tiy lo que a mí me corresponde. Concédeme hoy, sobre todo, la humildad necesaria para aceptar lo que tú quieres y para secundar de corazón tus planes, misteriosos con frecuencia, pero siempre infalibles.
CONTEMPLATIO
Os suplico que os establezcáis totalmente en Dios para todos vuestros asuntos, sin fiaros de vuestro poder o saber, ni tampoco de la opinión humana. Con esta condición, os considero armados contra todas las grandes adversidades espirituales y corporales que os puedan sobrevenir.
En efecto, Dios sostiene y fortifica a los humildes, especialmente a aquellos que, en las cosas pequeñas y bajas, han visto sus debilidades como en un claro espejo y se han vencido. Cuando esos hombres se sienten presa de tribulaciones superiores a todas las que han conocido, nada puede derrumbarlos, porque tienen la seguridad, en virtud de la grandeza de su confianza en Dios, de que nada puede acontecerles sin su permiso y sin su consentimiento (Francisco Javier).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Espera en el Señor y sé fuerte» (Sal 26,14a).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Una lectura espiritual no significa sólo leer sobre personas o cosas espirituales. Es también leer espiritualmente, es decir, de manera espiritual, a saber: leer con el deseo de que Dios venga más cerca de nosotros.
La mayoría de nosotros lee para adquirir conocimiento o para satisfacer su propia curiosidad. El fin de la lectura espiritual, sin embargo, no es apoderarse del conocimiento o de la información, sino dejar que el Espíritu de Dios señoree sobre todos nosotros. Por muy extraño que pueda parecer, la lectura espiritual significa dejar que Dios nos lea. Podemos leer con curiosidad la historia de Jesús y preguntarnos: «¿Ha sucedido de verdad? ¿Quién ha compuesto esta historia y cómo lo ha hecho?». Pero también podemos leer la misma historia con atención espiritual y preguntarnos: «¿De qué modo me habla Dios aquí y me invita a un amor más generoso?». Podemos leer las noticias de cada día simplemente para tener algo de que hablar en nuestro trabajo. Pero también podemos leerlas para hacernos más conscientes de la realidad del mundo, que tiene necesidad de las palabras y de la acción salvífica de Dios. El problema no es tanto lo que leamos, sino cómo leamos. La lectura espiritual es una lectura que se hace prestando una atención interior al movimiento del Espíritu de Dios en nuestra vida exterior e interior. Esta atención permitirá que Dios nos lea y nos explique lo que verdaderamente estamos haciendo (H. J. M. Nouwen, Vivere nello Spirito, Brescia 19984, 64s).