Jueves II de Pascua – Homilías
/ 4 abril, 2016 / Tiempo de PascuaLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Hch 5, 27-33: Testigo de esto somos nosotros y el Espíritu Santo
Sal 33, 2 y 9. 17-18. 19-20: El afligido invocó al Señor, y él lo escuchó
Jn 3, 31-36: El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Hechos 5,27-33: Testigo de esto somos nosotros y el Espíritu Santo. El Consejo y los sacerdotes se inquietan ante la obstinación de los Apóstoles en hablar de Jesús de Nazaret. Y el mismo interrogatorio ofrece a los Apóstoles ocasión para proclamar una vez más el mensaje fundamental del cristianismo: «Cristo muerto y resucitado. De Él viene toda la salvación». Los Apóstoles eran consecuentes con su fe y la vocación a la que habían sido llamados, sin importarles que esto fuese mal visto de los demás. Esto mismo decía San Juan Crisóstomo en el siglo V:
«Lo que hay que temer no es el mal que digan contra nosotros, sino la simulación de nuestra parte; entonces sí que perderíais vuestro sabor y seríais pisoteados. Pero, si no cejáis en presentar el mensaje con toda su austeridad, si después oís hablar mal de vosotros, alegraos. Porque lo propio de la sal es morder y escocer a los que llevan una vida de molicie. Por tanto, estas maledicencias son inevitables y en nada os perjudicarán, antes serán pruebas de vuestra firmeza. Mas, si por el temor de ellas, cedéis en la vehemencia conveniente, peor será vuestro sufrimiento, ya que entonces todos hablarán mal de vosotros y os despreciarán; en esto consiste en ser pisoteados por la gente» (Homilía sobre San Mateo 15).
Por eso dice San Gregorio Magno:
«Así como el hablar indiscreto lleva al error, así el silencio imprudente deja en su error a quienes pudieran haber sido adoctrinados» (Regla Pastoral 2).
–Jesús pasó por la Cruz para llegar a la Resurrección. Es necesario que el grano de trigo muera para que pueda dar fruto. Los sufrimientos de todo apóstol, de todo creyente, pues todos hemos de ser apóstoles en nuestro ambiente, están marcados con vida. El Señor está cerca de los que sufren. Así nos lo dice el Salmo 33: «Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca. Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a Él. El Señor se enfrenta con los malhechores para borrar de la tierra su memoria. Cuando uno grita el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias. El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos. Aunque el justo sufra muchos males, de todos lo libra el Señor».
–Juan 3,31-36: El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en sus manos. El que es de la tierra se opone a Cristo, que procede del cielo y da testimonio de cuanto ha visto. El que cree en el Hijo posee la vida eterna. Hay que defender la fe no obstante los contradictores y las dificultades de propios y extraños. San Agustín advierte:
«En otros tiempos se incitaba a los cristianos a renegar de Cristo; en nuestra época se enseña a los mismos a negar a Cristo. Entonces se impelía, ahora se enseña; entonces se oía rugir al enemigo, ahora, presentándose con mansedumbre insinuante y rondando, difícilmente se le advierte. Es cosa sabida de qué modo se violentaba entonces a los cristianos a negar a Cristo; procuraban atraerlos así para que renegasen; pero ellos, confesando a Cristo, eran coronados. Ahora se enseña a negar a Cristo y, engañándoles, no quieren que parezca que se les aparta de Cristo» (Comentario al Salmo 39).
«Como ciego que oye las pisadas de Cristo que pasa, le llamo... pero cuando haya comenzado a seguir a Cristo, mis parientes, vecinos y amigos comienzan a bullir. Los que aman el siglo se me ponen enfrente: “¿Te has vuelto loco? ¡Qué extremoso eres! ¿Por ventura los demás no son cristianos? Esto es una tontería. Esto es una locura”. Y cosas tales clama la turba para que no sigamos llamando al Señor los ciegos» (Sermón 88).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Hechos 5, 27-33
a) Valiente el testimonio de Pedro y los apóstoles delante del Sanedrín. Las autoridades les habían mandado callar, no hablar de Jesús. Pero la Palabra no conoce obstáculos: los apóstoles tienen que obedecer a Dios y no a los hombres. No pueden dejar de predicar la Buena Noticia.
Ya les había anunciado Jesús que les llevarían ante los tribunales, y que el Espíritu les inspiraría qué decir y cómo defenderse. En efecto, de un modo muy vivo, y movido por el Espíritu, Pedro aprovecha de nuevo la ocasión para proclamar con nuevos matices su convicción sobre Cristo Resucitado:
- - el «Dios de nuestros padres», el del AT, el que conocen bien las autoridades de Israel, es el mismo que ha actuado ahora,
- - al Jesús a quien «vosotros matasteis colgándolo de un madero», la muerte más infamante de la época,
- - Dios le ha resucitado,
- - le ha constituido jefe y salvador,
- - y por él concede el perdón de los pecados.
Por tanto, Jesús ha pasado de la ignominia de la cruz a la gloria de la resurrección.
La afirmación final es concreta y atrevida: «de esto somos testigos nosotros y el Espíritu Santo». Realmente están llenos de Espíritu estos discípulos de Jesús. No sólo dicen lo que han visto: lo interpretan desde la luz y la fuerza del Espíritu.
Es un magnífico resumen de la fe pascual y de la predicación sobre Jesús en la primera comunidad.
b) De nuevo los apóstoles nos han dado ejemplo de valentía y coherencia. A lo largo de los siglos, cuántos cristianos los han imitado dando testimonio, incluso con sus vidas, de su fe en el Resucitado.
Si también nosotros estuviéramos llenos de fe, se volvería a repetir el hecho. Seríamos pregoneros valientes en medio del mundo -en nuestras familias, en medio de los jóvenes, en los diversos campos de nuestra actuación social- de cuál es nuestra fe, de quién es el Salvador que el mundo espera y necesita.
Por grandes que fueran las dificultades o las persecuciones, si nosotros fuéramos en verdad personas «pascuales», llenas de fe pascual, y nos dejáramos guiar por el Espíritu, se nos notaría en todo momento, en las palabras y en las obras. Seríamos independientes en relación a las modas o a las corrientes ideológicas o a los intereses humanos, económicos y sociales. Nadie podría poner trabas a la Palabra, a la evangelización.
Nunca se nos ha prometido que esto sería fácil. Como no lo fue para Pedro y los suyos. «Su respuesta exasperó alas autoridades y decidieron acabar con ellos». No nos extrañen las reacciones de muchos contemporáneos nuestros ante el testimonio evangélico del Papa, o de los episcopados, o sencillamente de familias y personas cristianas que viven coherentes su fe en un barrio o en su ambiente concreto.
2. Juan 3, 31-36
a) Las palabras con las que concluye el diálogo de Jesús con Nicodemo son el resumen de todo el evangelio de Juan:
- Jesús ha venido del cielo, es el enviado de Dios, nos trae sus palabras, que son la verdadera sabiduría y las que dan sentido a la vida: son Ja mejor prueba del amor que Dios tiene a su Hijo y a nosotros;
- el que acoge a Jesús y su palabra es el que acierta: tendrá la vida eterna que Dios le está ofreciendo a través de su Hijo; el que no le quiera aceptar, él mismo se excluye de la vida.
b) Nosotros seguramente hemos hecho hace tiempo la opción, en nuestra vida, de acoger a Jesús como el enviado de Dios. Hemos considerado que es él quien da sentido pleno a nuestra existencia, y nos esforzamos por seguir su estilo de vida. Estamos guiándonos, no con los criterios «de la tierra», sino los «del cíelo», como decía Jesús a Nicodemo.
Esto supone que nos esforzamos, día tras día, en ir asimilando vitalmente las categorías evangélicas, para no dejarnos llevar de las categorías humanas que se respiran en este mundo, que son «de la tierra» y a veces opuestas a las «de arriba».
Pedro nos ha dicho que Jesús es el Jefe y Salvador, que en él encontramos el perdón de los pecados. El evangelio nos ha repetido que el que cree y sigue a este Jesús posee la vida eterna. Esto nos llena de alegría y a la vez de compromiso.
Si tenemos la posibilidad y la opción de una Eucaristía diaria, ella nos da la mejor ocasión de acudir a la escuela de Jesús, de escuchar su Palabra, de dejarnos iluminar continuamente por los criterios de Dios. Para que nuestra categoría de valores y nuestra manera de pensar y de interpretar a las personas y los hechos de la historia vayan coincidiendo plenamente con la de Dios. Y además, la Eucaristía nos da la fuerza diaria para que podamos realizar esto en la vida.
«Que los dones recibidos en esta Pascua den fruto abundante en toda nuestra vida» (oración)
«Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha» (salmo)
«Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (aleluya)
«En la resurrección de Jesucristo nos has hecho renacer a la vida eterna» (comunión)
«Que el alimento que acabamos de recibir fortalezca nuestras vidas» (comunión)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 5,27-33
Es el cuarto discurso de Pedro, también delante del Sanedrín. En él responde a la doble acusación de haber desobedecido la prohibición terminante de «enseñar en nombre de ése» y haber hecho a los notables del pueblo responsables de la muerte de Jesús. Es preciso señalar la alergia que sienten los miembros del Sanedrín hacia «el nombre de ése», nombre en torno al cual se está llevando a cabo el giro decisivo.
Las características de este breve discurso pueden ser resumidas de este modo: en primer lugar, Pedro reafirma el deber de someterse a Dios antes que a los hombres, porque sólo a quien se somete a Dios se le concede el Espíritu Santo (v 32). En segundo lugar, a Jesús se le vuelve a llamar, una vez más, «Príncipe» (o autor o iniciador) y «Salvador». Jesús es el nuevo Moisés que guía al pueblo hacia la liberación y la salvación. En tercer lugar, la obra propia y originaria de este Príncipe y Salvador consiste en «dar a Israel la ocasión de arrepentirse y de alcanzar el perdón de los pecados». Se trata de una alusión a Jeremías: «Pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (31,33). Gracias a Jesús, Príncipe y Salvador, han llegado los tiempos de este don sublime. Por último, el Espíritu Santo es el garante de la autenticidad del testimonio tanto en favor de la vida nueva como de la certeza y el valor que infunde y de los prodigios que realiza.
La reacción, de rabia, es preocupante: tras la eliminación física del Nazareno, se piensa también en la de los apóstoles.
Evangelio: Juan 3,31-36
La perícopa con que concluye Jn 3 recoge en una síntesis la reflexión del evangelista, expresada con una sucesión de dichos de Jesús muy estimados por la Iglesia joanea. El tema central sigue siendo la figura de Jesús, único revelador del Padre y dador de vida eterna a través del Espíritu. El discípulo está invitado por la Palabra de Dios a comprobar su propia relación con Jesús. Esto se lleva a cabo a la luz del ejemplo del Bautista, que renunció a sí mismo y se abrió con alegría a Cristo. Cristo es «el que viene de lo alto» (v 31a): pertenece al mundo divino y es superior a todos los hombres. El hombre, sin embargo, aun cuando sea un gran profeta como el Bautista, «es terreno» (v 31b) y sigue siendo un ser terreno y limitado. En consecuencia, sólo Jesús puede hablar de Dios al hombre por experiencia directa. Ahora bien, incluso ante estas palabras de vida eterna que revela Jesús, se niegan los hombres a creer.
Con todo, existe un «resto» que vive de la fe: son los creyentes que confiesan «que Dios dice la verdad» (v 33). Su fe es la que confirma que el obrar de Jesús forma unidad con el del Padre. Ahora bien, Cristo no es sólo la revelación de la Palabra de Dios: es la Palabra misma, es «Espíritu y vida» (Jn 6,63). Esta realidad profunda del ser de Jesús hace que no sólo sea el que recibe todo del Padre, sino también el que transmite a su véz cuanto posee. Es el canal a través de cual se da el Espíritu. ¿Cómo comunica Jesús este don? A través de su Palabra, cuando se deja que ella penetre en el interior del hombre, es como se da el Espíritu de Dios de una manera sobreabundante. Las palabras de Jesús y el Espíritu de Dios están en perfecta correspondencia.
MEDITATIO
Todos los discursos de Pedro concluyen con la promesa de la remisión de los pecados para aquellos que se conviertan. La obra de Jesús se presenta aquí como la del iniciador y salvador destinado a dar a Israel la gracia de la conversión y de la remisión de los pecados.
Esto nos hace pensar: ¿por qué este tema está desapareciendo de la predicación y de la conciencia de no pocos cristianos? Presentar la salvación como perdón de los pecados está, por lo menos, fuera de moda. No se usa mucho. Sin embargo, para quien tiene el sentido de Dios, para quien se da cuenta de la importancia decisiva que tiene estar en comunión con él, para quien siente la experiencia de la tragedia que supone estar lejos de él, para quien se toma en serio el hecho de que, en definitiva, lo que cuenta es estar en amistad y en comunión con Dios, el perdón de los pecados se presenta como el hecho decisivo de la vida.
¿Quién no es pecador? ¿Quién no tiene necesidad de perdón? ¿Quién es más «salvador» que aquel que, al perdonar, restablece la amistad con Dios? Presentar la obra de Jesús como ligada al perdón de los pecados, significa presentarla como la de alguien que restablece la comunión filial, amistosa, tranquilizadora, beatificante, con Dios. Ese es el inicio de cualquier otro bien mesiánico. ¿Qué se puede construir sin este fundamento? Estar lejos de Dios, sentirnos no aceptados por él, sentirnos ajenos a nuestro origen y a nuestro fin: ¿se puede llamar a eso vida? Por eso anuncia Pedro a Jesús como alguien que ha sido exaltado por Dios con el poder de ofrecer el don del restablecimiento de la amistad entre el angustiado corazón del hombre y el ardiente corazón del Padre.
ORATIO
Te doy gracias, Señor, por haber hecho que me encontrara hoy con esta Palabra que me recuerda el don del perdón de los pecados. Me olvido demasiado pronto de las veces que me has perdonado, de la alegría de sentirme reconciliado por ti y contigo. En el intento de «actualizar» la palabra salvación para hacerla comprensible y aceptable por los otros, por los hermanos que considero distraídos por las excesivas cosas de este mundo, corro el riesgo de olvidarme de que la salvación, si bien se refleja también en este mundo, consiste fundamentalmente en estar y en sentirse en comunión contigo. Para nosotros, pecadores, eso incluye y presupone que tú perdonas nuestros pecados.
Señor, ilumíname para que sepa hablar de tu salvación en términos comprensibles, pero, al mismo tiempo, no me olvide del núcleo insustituible de esta realidad que es estar unido contigo. Haz, sobre todo, que no pierda la esperanza de tenerte como amigo benévolo cuando, oprimido por mis culpas, me dirija tembloroso a ti: muéstrame entonces tu rostro benigno de salvador y dame tu Espíritu «para el perdón de los pecados».
CONTEMPLATIO
El vigor de la conversión es el ardor de la caridad derramada en nuestros corazones con la visita del Espíritu Santo. Está escrito de este mismo Espíritu que es el perdón de los pecados. En efecto, cuando se digna visitar el corazón de los justos, los purifica con gran poder de toda la impureza de sus pecados, porque, apenas se derrama en el alma, suscita en ella de manera inefable el odio a los pecados y el amor a las virtudes. Hace que el alma odie de inmediato lo que amaba, ame ardientemente aquello por lo que sentía horror y gima intensamente por lo uno y lo otro, porque se acuerda de haber amado -para su condena- el mal y odiado el bien que ama. En efecto, ¿quién se atreverá a decir que un hombre, aunque esté cargado con el peso de todo tipo de pecados, pueda perecer si es visitado por la gracia del Espíritu Santo? (Gregorio Magno, Comentario al libro primero de los reyes, II, 107).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Bienaventurado el hombre que se refugia en el Señor» (cf. Sal 2,12c).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
¿De qué modo trabajamos para la reconciliación? En primer lugar y sobre todo, reivindicando para nosotros mismos el hecho de que Dios nos ha reconciliado consigo en Cristo. Pero no basta con creer esto con nuestra cabeza. Debemos dejar que la verdad de esta reconciliación penetre en todos los rincones de nuestro ser. Hasta que no estemos plena y absolutamente convencidos de que hemos sido reconciliados con Dios, de que estamos perdonados, de que hemos recibido un corazón nuevo, un espíritu nuevo, unos ojos nuevos para ver y unos nuevos oídos para oír, continuaremos creando divisiones entre la gente, porque esperaremos de ella un poder de curación que no posee.
Sólo cuando confiemos plenamente en el hecho de que pertenecemos a Dios y podemos encontrar en nuestra relación con Dios todo lo que necesitamos para nuestra mente, nuestro corazón, nuestra alma, podremos ser libres de verdad en este mundo y ser ministros de la reconciliación. Esto es algo que no resulta fácil; muy pronto volvemos a caer en la duda y en el rechazo de nosotros mismos. Necesitamos que se nos recuerde constantemente a través de la Palabra de Dios, de los sacramentos del amor al prójimo que estamos reconciliados de verdad (H. J. M. Nouwen, Pane per il viaggio, Brescia 1997, p. 385 [trad. esp.: Pan para el viaje, PPC, Madrid 1999]).