Lunes II de Pascua – Homilías
/ 3 abril, 2016 / Tiempo de PascuaLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Hch 4, 23-31: Al terminar la oración, los llenó a todos el Espíritu Santo, y predicaban con valentía la palabra de Dios
Sal 2, 1-3. 4-6. 7-9: Dichosos los que se refugian en ti, Señor
Jn 3, 1-8: El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Hechos 4,23-31: Al terminar la oración, los llenó a todos el Espíritu Santo y anunciaban con valentía la Palabra de Dios. Después de la liberación de Pedro y de Juan, la comunidad cristiana ora rememorando las palabras del Salmo 2, interpretadas como una profecía de la pasión y de la resurrección del Mesías. Se trata de la primera oración comunitaria de la Iglesia. La persecución provoca y acentúa una mayor unión de sentimientos y el recurso a Dios, que escucha la súplica de la Iglesia reunida. En la acción eucarística, al hacer presente la actuación salvífica de Dios en Cristo, pedimos y recibimos la fuerza del Espíritu, que se ha de manifestar en el testimonio valiente de nuestras palabras y de nuestras obras.
San Agustín habla muchas veces sobre la oración pública y privada, sobre sus cualidades y eficacia:
«Cuando nuestra oración nos es escuchada es porque pedimos aut mali, aut male, aut mala. Mali, porque somos malos y no estamos bien dispuestos para la petición. Male, porque pedimos mal, con poca fe y sin perseverancia, o con poca humildad. Mala, porque pedimos cosas malas, o van a resultar, por alguna razón, no convenientes para nosotros» (La Ciudad de Dios 20,22).
«Hablar mucho en la oración es como tratar un asunto necesario y urgente con palabras superfluas. Orar, en cambio, prolongadamente es llamar con corazón perseverante y lleno de afecto a la puerta de Aquél que nos escucha. Porque con frecuencia la finalidad de la oración se logra más con lágrimas y llantos que con palabras y expresiones verbales» (Carta 130 a Proba).
–Cristo resucitado, sentado a la derecha del Padre, lleva a plenitud el significado del salmo 2. Todo se lo ha dado el Padre. Su herencia: las naciones; su posesión: los confines de la tierra. Él intercede por nosotros como Pontífice supremo de nuestra fe. Es el Mediador y presenta al Padre nuestra oración. Con el Salmo 2 cantamos a la grandeza de Jesucristo:
«¿Por qué se amotinan las naciones y los pueblos planean un fracaso? Se alían los reyes de la tierra, los príncipes conspiran contra el Señor y contra su Mesías: “Rompamos sus coyundas, sacudamos su yugo”. El que habita en el cielo sonríe, el Señor se burla de ellos. Luego les habla con ira, los espanta con su cólera: “Yo mismo he establecido a mi rey en Sión, en mi monte santo”. Voy a proclamar el decreto del Señor: Él me ha dicho: “Tú eres mi Hijo. Yo te he engendrado hoy; pídemelo: te daré en herencia las naciones; en posesión, los confines de la tierra. Los gobernarás con cetro de hierro, Los quebrarás como jarro de loza”».
–Juan 3,1-8: El que no nazca del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Jesús manifiesta a Nicodemo el misterio del bautismo, como nuevo nacimiento a la vida divina y como entrada en el Reino de Dios. Todo está relatado en orden al Bautismo. Comenta San Juan Crisóstomo:
«En adelante nuestra naturaleza es concebida en el cielo con Espíritu Santo y agua. Ha sido elegida el agua y cumple funciones de generación para el fiel... Desde que el Señor entró en las aguas del Jordán, el agua no produce ya el bullir de animales vivientes (Gén 1,20), sino de almas dotadas de razón, en las que habita el Espíritu Santo» (Homilía sobre el Evangelio de San Juan 26,1).
Y San Agustín:
«No conoce Nicodemo otro nacimiento que el de Adán y Eva, e ignora el que se origina de Cristo y de la Iglesia. Sólo entiende de la paternidad que engendra para la muerte, no de paternidad que engendra para la vida. Existen dos nacimientos; mas él sólo de uno tiene noticia. Uno es de la tierra y otro es del cielo; uno de la carne y otro del Espíritu; uno de la mortalidad, otro de la eternidad... Los dos son únicos. Ni uno ni otro se pueden repetir» (Tratado 11,6 sobre el Evangelio de San Juan).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Hechos 4, 23-31
a) La primera comunidad cristiana nos da un ejemplo magnífico de oración a partir de los hechos de la vida.
Cuando Pedro y Juan volvieron a donde estaban reunidos «los suyos» y contaron lo que había pasado en su encuentro con las autoridades, todos se pusieron a orar. Podían haber tenido otras reacciones: preparar subterfugios para escapar de la persecución, apelar a otras influencias. Pero se pusieron a orar a Dios, a partir de las circunstancias que estaban viviendo.
Saben «orar la vida», viéndola desde los ojos de Dios. Lo hacen sirviéndose del salmo 2. Por esto lo rezamos hoy como responsorial. Este salmo se refería a otra etapa de la historia, en que unos reyes y príncipes conspiraban contra «el ungido», o sea, el rey de Israel. Aquí la comunidad de Jerusalén lo reza aplicándolo a su propia historia: son Pilato y Herodes y los judíos los que han tramado la muerte del Ungido por excelencia, Jesús de Nazaret («Mesías» en hebreo, y «Cristo» en griego, significan lo mismo: el «Ungido»).
Y piden a Dios una cosa que tal vez nosotros no hubiéramos puesto en primer lugar. Nos hubiera resultado más espontáneo pedir que Dios nos liberara de la persecución. Ellos pidieron «valentía para anunciar la Palabra». Querían, como expresaría otras veces san Pablo, la libertad para la Palabra. Sea lo que sea lo que nos pase a nosotros -podemos perder la libertad e ir a parar a la cárcel- lo que pedimos es que la Palabra nunca se vea maniatada. Que pueda seguirse anunciando la Buena Noticia del Evangelio a todos. Si para ello hacen falta carismas y milagros, también los pedimos a Dios, para que todos sepan que se hacen en el nombre de Jesús.
El temblor del lugar de la reunión se interpreta en la Escritura como asentimiento de Dios: Dios escuchó la oración de aquella comunidad. Los llenó de su Espíritu, como en un renovado Pentecostés. Y así pudieron seguir predicando la Palabra, a pesar de los malos augurios de la persecución.
b) Ojalá supiéramos interpretar y «rezar» nuestra historia desde la perspectiva de Dios. Por ejemplo, a partir de los salmos.
Los salmos que rezamos y cantamos se cumplen continuamente en nuestras vidas. Con ellos no hacemos un ejercicio de memoria histórica. Cuando los rezamos pedimos a Dios que salve a los hombres de nuestra generación, alabamos a Dios desde nuestra historia, meditamos sobre el bien y el mal tal como se presentan en nuestra vida de cada día, protestamos del mal que hay ahora en el mundo, no por el que existía hace dos mil quinientos años.
Como la primera generación aplicaba el salmo 2 a su historia (y el salmo 21, a Cristo en la cruz: ¿por qué me has abandonado?), nosotros los tendríamos que hacer nuestros, con su actitud de alabanza, de súplica o de protesta.
Una oración así da intensidad y a la vez serenidad a nuestra visión de la historia, la eclesial, la social, la personal.
Otra lección que nos da la comunidad de Jerusalén: ¿tenemos ese amor a la evangelización que tenían ellos? ¿estamos dispuestos a ir a la cárcel, o soportar algún fracaso, o entregar nuestras mejores energías para que la Buena Nueva de Cristo Jesús se vaya extendiendo en torno nuestro? ¿andamos preocupados por nuestro bienestar, o por la eficacia de la evangelización en medio de este mundo a veces hostil?
2. Juan 3,1-8
a) A partir de hoy, durante todo el Tiempo Pascual, leeremos el evangelio de Juan. Empezando durante cuatro días por el capítulo tercero, el diálogo entre Jesús y Nicodemo. El fariseo, doctor de la ley, está bastante bien dispuesto. Va a visitar a Jesús, aunque lo hace de noche. Sabe sacar unas conclusiones buenas: reconoce a Jesús como maestro venido de Dios, porque le acompañan los signos milagrosos de Dios. Tiene buena voluntad.
Es hermosa la escena. Jesús acoge a Nicodemo. A la luz de una lámpara dialoga serenamente con él. Escucha las observaciones del doctor de la ley, algunas de ellas poco brillantes. Es propio del evangelista Juan redactar los diálogos de Jesús a partir de los malentendidos de sus interlocutores. Aquí
Jesús no habla de volver a nacer biológicamente, como no hablaba del agua del pozo con la samaritana, ni del pan material cuando anunciaba la Eucaristía. Pero Jesús no se impacienta. Razona y presenta el misterio del Reino. No impone: propone, conduce.
Jesús ayuda a Nicodemo a profundizar más en el misterio del Reino. Creer en Jesús -que va a ser el tema central de todo el diálogo- supone «nacer de nuevo», «renacer» de agua y de Espíritu. La fe en Jesús -y el bautismo, que va a ser el rito de entrada en la nueva comunidad- comporta consecuencias profundas en la vida de uno. No se trata de adquirir unos conocimientos o de cambiar algunos ritos o costumbres: nacer de nuevo indica la radicalidad del cambio que supone el «acontecimiento Jesús» para la vida de la humanidad.
b) El evangelio, con sus afirmaciones sobre el «renacer», nos interpela a nosotros igual que a Nicodemo: la Pascua que estamos celebrando ¿produce en nosotros efectos profundos de renacimiento? El día de nuestro Bautismo recibimos por el signo del agua y la acción del Espíritu la nueva existencia del Resucitado. Celebrar la Pascua es revivir aquella gracia bautismal. La noche de Pascua, en la Vigilia, renovamos nuestras promesas bautismales. ¿Fueron unas palabras rutinarias, o las dijimos en serio? ¿hemos entendido la fe en Cristo como una vida nueva que se nos ha dado y que resulta más revolucionaria de lo que creíamos, porque sacude nuestras convicciones y tendencias?
Nacer de nuevo es recibir la vida de Dios. No es como cambiar el vestido o lavarse la cara. Afecta a todo nuestro ser. Ya que creemos en Cristo y vivimos su vida, desde el Bautismo, tenemos que estar en continua actitud de renacimiento, sobre todo ahora en la Pascua: para que esa vida de Dios que hay en nosotros, animada por su Espíritu, vaya creciendo y no se apague por el cansancio o por las tentaciones de la vida.
«Cristo ya no muere más: la muerte
ya no tiene dominio sobre él» (entrada)
«Acrecienta en nosotros el espíritu de hijos» (oración)
«Anunciaban con valentía la Palabra de Dios» (Ia lectura)
«Cristo ha resucitado, él nos él nos ilumina» (aleluya)
«Paz a vosotros» (comunión)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 4,23-31
La pequeña comunidad donde se refugiaron Pedro y Juan no reaccionó a la primera persecución de la que fue objeto preparando estrategias humanas, sino con la oración. Esa oración -la más detallada del Nuevo Testamento- tiene una clara impronta veterotestamentaria. Como en muchas oraciones de los profetas, aparece, primero, la invocación a Dios creador; a continuación, el recuerdo de las maravillas y de los beneficios, y, por último, la petición.
Interesa señalar, en primer lugar, que lo que se pide es poder anunciar la Palabra con toda libertad, es decir, sin estar condicionados por las amenazas. No es que les falte valor -no tienen miedo a la persecución-; lo que piden es poder difundir la Palabra sin impedimentos. Hemos de señalar también, en segundo lugar, que la oración gira en torno al Sal 2, donde se habla de la conspiración de los poderosos de la tierra -paganos, como es natural- contra el rey ungido. Una persecución que tuvo lugar, en principio, contra Cristo, el Mesías; Dios se ríe de estas persecuciones con su trepidante victoria de la resurrección. Los perseguidores son los poderosos, y entre ellos hay «gente de Israel» que se ha vuelto aliada de los paganos.
La oración agrada a Dios, que la acoge con un signo visible, con un envío renovado del Espíritu y con la audacia del anuncio.
Evangelio: Juan 3,1-8
El encuentro de Jesús con Nicodemo contiene el primer discurso del ministerio público del Señor y tiene una gran importancia en Juan. El tema fundamental es el camino de la fe. El evangelista lo presenta a través de un personaje, representante del judaísmo, que, en realidad, por ser un verdadero israelita, cree sólo en los signos-milagros y, en virtud de esta débil fe, le resulta difícil elevarse para acoger la revelación del amor que propone Jesús (v 11). Estamos frente a la doctrina de Jesús sobre el misterio del «nuevo nacimiento», sobre la fe en el Hijo unigénito de Dios y sobre la salvación o la condena del hombre que recibe o rechaza la Palabra de Jesús.
La composición del fragmento se fija primero en la ambientación del coloquio (vv 1s) y, a continuación, presenta el diálogo sobre el misterio del «nuevo nacimiento» (vv. 3-8). El itinerario de fe de Nicodemo empieza en su disponibilidad, que llega incluso a captar algunas consecuencias a partir de los signos realizados por Jesús. Con todo, anda todavía muy lejos de captar su significado interior y el misterio de la persona de Cristo. Jesús, con una primera y una segunda revelaciones, desbarata la lógica humana del fariseo y lo introduce en el misterio del Reino de Dios, que está presente y obra en su persona: «El que no nazca de lo alto... Si no nace del agua y del Espíritu...» (vv. 3.5). Se trata de un nacimiento del Espíritu que sólo Dios puede poner en marcha en el corazón del hombre con la fe en la persona de Jesús (cf. Jn 1,12; Ez 36,25-27; Is 32,15; Jl 3,1s). Para entrar en el Reino hacen falta dos cosas: el agua, esto es, el bautismo, y el Espíritu que permite hacer brotar la fe en el creyente. Nicodemo, para pasar de la fe endeble a la fe adulta, debe aprender antes a ser humilde ante el misterio, a hacerse pequeño ante el único Maestro, que es Jesús.
MEDITATIO
Frente a la persecución, los primeros cristianos se pusieron a orar. No para ser liberados de las molestias de la persecución, sino para no dejarse bloquear por los obstáculos y para no perder el valor de anunciar la Palabra. El resultado es la venida del Espíritu Santo, que les infunde energía y audacia. Para la evangelización se impone la oración, mucha oración. Y es que la evangelización es obra del Espíritu, que toca no sólo los corazones de los oyentes, sino también el corazón, a veces tibio y vacilante, de los anunciadores.
¿Rezo de verdad por la difusión del Evangelio? ¿Rezo para tener la misma parresía de los primeros apóstoles y discípulos? ¿Estoy verdaderamente convencido de que, sin el Espíritu Santo, resuena vacío el anuncio? Los santos oraban antes, durante y después del anuncio para que el Espíritu Santo tuviera libre curso. Otra pregunta: «¿Pertenezco yo también a esos que dedican una gran cantidad de tiempo a confeccionar planes y proyectos pastorales y "pierden" poco tiempo en la oración?».
Hoy debería examinarme sobre el tipo de oración que practico: ¿está más orientada a la segunda o a la primera parte del Padrenuestro? ¿Está más orientada a mis necesidades o a las de las personas que conozco, o a la difusión del Evangelio, al «venga a nosotros tu Reino», a la difusión de la ((Buena Noticia» en el mundo? El tipo de la oración que practico expresa la calidad evangélica de mis preocupaciones. ¿Hay sitio en ella para la difusión de la Palabra? ¿Incluso para la difusión en la que no participa mi grupo o yo mismo?
ORATIO
Debo reconocer, Señor, que mi oración es poca, y ese poco más bien narcisista. Te hablo de mis cosas, de mis preocupaciones, de mi prójimo, de lo que me angustia o de lo que tiene relación conmigo. Pero te hablo poco del Reino, de la Palabra -que debería ser anunciada de modo menos endeble-, de mí y de los cristianos que están a la defensiva, de la evangelización de los pueblos y del pueblo en el que vivo.
¿No será porque me he resignado al ocaso de la fe? ¿No será acaso que me impresiona más la pobreza económica que la pobreza espiritual? ¿No será que también yo me he adecuado a ese modo de pensar, tan difundido en nuestros días, de que lo importante es «hacer el bien»? Señor, sé que eso es verdad, pero dame la profunda convicción de que también es insuficiente. En efecto, si no te anuncio, ¿quién te amará? Y si no te amamos, ¿qué vale la vida? Convénceme, Señor, del primado de la Palabra, de la necesaria prioridad que he de otorgarle a su anuncio, del hecho de que debo participar en la evangelización a partir de mi oración. Oh Señor, que amas a todos los hombres y toda la creación, dirige a ti y a tu Palabra mi pobre oración.
CONTEMPLATIO
La oración, sea personal o eclesial, está preordenada a la acción: no debe ser considerada, en primera instancia, como fuente psicológica de fuerza («beber en las fuentes», «aprovisionarse» y otras fórmulas al uso), sino como el acto de adoración, debido al amor, que da gloria. En este acto busca el hombre, de manera prioritaria, responder desinteresadamente al amor de Dios, y de este modo da testimonio de que ha comprendido la manifestación divina del amor (H. U. von Balthasar, Sólo el amor es digno de fe, Sígueme, Salamanca 1990).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Venga tu Reino, Señor».
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
La Iglesia ha sido llamada a anunciar la Buena Nueva de Jesús a todos los pueblos y a todas las naciones. Además de las muchas obras de misericordia con las que la Iglesia debe hacer visible el amor de Jesús, debe anunciar también con alegría el gran misterio de la salvación de Dios, a través de su vida, del sufrimiento, de la muerte, de la resurrección de Jesús.
La historia de Jesús ha de ser proclamada y celebrada. Algunos la escucharán y se alegrarán, otros permanecerán indiferentes, y otros aún se mostrarán hostiles. La historia de Jesús no siempre será aceptada, pero hemos de contarla. Nosotros, los que conocemos esa historia e intentamos vivirla, tenemos la gloriosa tarea de contarla a los otros. Cuando nuestras palabras nacen de un corazón lleno de amor y de gratitud, dan fruto, tanto si lo vemos como si no (H. J. M. Nouwen, Pane per il viaggio, Brescia 1997, p. 334 [trad. esp.: Pan para el viaje, PPC, Madrid 1999]).