Sábado II Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 11 enero, 2018 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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2 S 1, 1-4. 11-12. 17. 19. 23-27: ¡Cómo cayeron los valientes en medio del combate!
Sal 79, 2-3. 5-7: Que brille tu rostro, Señor, y nos salve
Mc 3, 20-21: Su familia decía que no estaba en sus cabales
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–2 Samuel 1,1-4.11-12.19.23-27: Lealtad de David ante la muerte de Saúl y Jonatán. Emotiva y bella elegía de David: «¡cómo cayeron los valientes!»... Saúl es y sigue siendo el ungido del Señor, y es gravemente escandaloso que un hombre elegido por Dios tenga semejante destino. Serán necesarios todavía muchos siglos antes de que la humanidad aprenda a unir en Jesucristo unción divina y muerte escandalosa. Pero, en realidad la muerte de Jesús no es vergonzosa, sino sublime. Reina Cristo desde la Cruz. Destruye en ella el pecado y la muerte. San Teodoro Estudita escribe:
La Cruz es el madero al cual subió Cristo, como un Rey a su carro de combate, para desde allí, vencer al demonio, que ostentaba el poder de la muerte, y librar al género humano de la esclavitud del tirano» (Sobre la Cruz).
–Israel entendió siempre sus desgracias como castigo de Dios por sus infidelidades. La voz de los elegidos se alza entonces en un grito de socorro. El mismo pueblo, aunque humillado y castigado, continúa siendo el pueblo de Dios. La misericordia de Dios prevalecerá sobre la miseria de su pueblo, y lo sacará de la desgracia. Su misericordia y fidelidad son eternas, como lo cantamos en el Salmo 79:«
Que brille tu rostro, Señor, y nos salve. Pastor de Israel, escucha; Tú que guías a José como a un rebaño; Tú que te sientas sobre querubines, resplandece, ante Efraín, Benjamín y Manasés. Despierta tu poder y ven a salvarnos. Señor, Dios de los Ejércitos ¿hasta cuándo estarás airado mientras tu pueblo te suplica? Le diste a comer llanto, a beber lágrimas a tragos: nos entregaste a las contiendas de nuestros vecinos, nuestros enemigos se burlan de nosotros».
Así oraba Israel. Pero nosotros sabemos que Cristo vence y que con Él venceremos también nosotros en todos nuestros peligros.
–Marcos 3,20-21: Su familia decía que no estaba en sus cabales. Un grupo de familiares de Jesús sale a su encuentro, porque corría la voz de que estaba loco. Esa misma calumnia vuelve a ser aludida en ese mismo Evangelio. Oigamos a San Gregorio Magno:
«Un sector del pueblo enjuicia peyorativamente la obra y el mensaje de Cristo. Al no aceptar con sencillez su excelsa doctrina lo juzgan como a un iluso. Hasta allí llegó la humillación del Salvador, que se agrandará en la hora de la Pasión y Muerte. Hemos de aprender de la entereza de Cristo al sufrir tan gran difamación y calumnia.
«¿Qué importa que los hombres nos deshonren, si nuestra conciencia nos defiende? Sin embargo, de la misma manera que no debemos excitar intencionadamente las lenguas de los que injurian para que no perezcan, debemos sufrir con ánimo tranquilo las movidas por su propia malicia, para que crezca nuestro mérito. Por eso se dice: «gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es muy grande en los cielos» (Mt 5,12)» (Sermones sobre el Evangelio 17).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. II Samuel 1,1-4.11-12.19.23-27
a) Con un desastre militar termina el reinado y la vida de Saúl, y también la de sus hijos, entre ellos Jonatán, el amigo de David. Desde luego Saúl no tuvo suerte en la vida. Ocho años de reinado, para dejar a la historia una imagen bien patética.
Es conmovedora la reacción de David, que siempre había respetado al ungido de Dios, al rey, aunque éste le persiguiera. Valdría la pena hoy coger la Biblia y leer entero -aquí está resumido- el poema que el segundo libro de Samuel pone en labios de David, cantando los méritos del rey Saúl y de su amigo Jonatán y doliéndose de su triste final.
Refleja un corazón noble. Aunque el hecho de la desaparición de Saúl en el fondo le favoreciera -dejó de ser un perseguido y se le abrió el camino para el trono-, parecen sinceros y muy finos los sentimientos que aquí expresa David.
b) Tendríamos que revisar nuestro corazón. ¿Somos capaces de sentir este profundo dolor ante la desgracia de los demás? ¿incluso cuando le sucede algo malo a alguien que no nos mira bien? ¿solemos reconocer los valores que tienen los otros y alabarlos en público? Jesús sí, era un hombre que mostraba estos sentimientos de amor y amistad, de tristeza y lágrimas. Lloró por la muerte de su amigo Lázaro: «Ved cómo lo amaba». Lloró por la suerte de Jerusalén, la ciudad que amaba por encima de las demás.
Además, ¿no nos enseñó Jesús el perdón a los enemigos? ¿y no nos dio él mismo un ejemplo magnífico en su muerte, perdonando a los que le crucificaban? ¿somos capaces de perdonar, aunque sepamos que hablan mal de nosotros? El ejemplo de David nos estimula a tener sentimientos más nobles en nuestra vida.
El salmo apunta hacia otra lección. En situaciones catastróficas para el pueblo, el salmista nos invita a poner nuestra confianza en Dios, «que guía a José como un rebaño», que conduce nuestra historia. Y con valentía se atreve a interpelarle: «despierta tu poder y ven a salvarnos», «¿hasta cuándo estarás airado, mientras tu pueblo te suplica?», «que brille tu rostro y nos salve».
2. Marcos 3,20-21
a) El evangelio de hoy es bien corto y un tanto paradójico. Sus mismos familiares no comprenden a Jesús y dicen que «no está en sus cabales», porque no se toma tiempo ni para comer.
Ciertamente no lo tiene fácil el nuevo Profeta. Las gentes le aplauden por interés. Los apóstoles le siguen pero no le comprenden en profundidad. Los enemigos le acechan continuamente y le interpretan todo mal. Ahora, su clan familiar -primos, allegados, vecinos- tampoco le entienden. Además de su ritmo de trabajo, les deben haber asustado las afirmaciones tan sorprendentes que hace, perdonando pecados y actuando contra instituciones tan sagradas como el sábado. Se cumple lo que dice Juan en el prólogo de su evangelio: «Vino a los suyos y los suyos no le recibieron». Algunos le aplaudieron mientras duró lo de multiplicar los panes. Pero luego se sumaron al coro de los que gritaban «crucifícale».
Entre estos familiares críticos, no nos cabe en la cabeza que pudiera estar también su madre, María, la que, según Lucas, «guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» y a la que ya desde el principio pudo alabar su prima Isabel: «dichosa tú, porque has creído». Pero a Jesús le dolería ciertamente esta cerrazón de sus paisanos y familiares.
b) También en el mundo de hoy podemos observar toda una gama diferente de reacciones ante Cristo. Más o menos como entonces. Desde el entusiasmo superficial hasta la oposición radical y displicente.
Pero, más que las opiniones de los demás, nos debe interesar cuál es nuestra postura personal ante Cristo: ¿le seguimos de verdad, o sólo decimos que le seguimos, porque llevamos su nombre y estamos bautizados en él? Seguirle es aceptar lo que él dice: no sólo lo que va de acuerdo con nuestra línea, sino también lo que va en contra de las apetencias de este mundo o de nuestros gustos.
Si es el Maestro y Profeta que Dios nos ha enviado, tenemos que tomarle en serio a él, como Persona, y lo que nos enseña. Y eso tiene que ir iluminando y cambiando nuestra vida.
Podemos recordar además otro aspecto de este evangelio: que también nosotros podemos ser objeto de malas interpretaciones por llevar en medio de este mundo una vida cristiana, que muchas veces puede despertar persecuciones o bien sonrisas irónicas. Eso nos puede pasar entre desconocidos y también en nuestros círculos más cercanos, incluidos los familiares. Deberíamos seguir nuestro camino de fe cristiana con convicción, dando testimonio a pesar de las contradicciones. Como hizo Cristo Jesús. Con libertad interior.
«Que brille tu rostro, Señor, y nos salve» (salmo, II)
«¿Hasta cuándo estarás airado, mientras tu pueblo te suplica?» (salmo, II)
«Habiendo entrado una vez para siempre en el santuario del cielo, ahora intercede por nosotros» (prefacio después de la Ascensión).