Lunes II Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 11 enero, 2018 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
Para ver el texto completo de las lecturas haz clic aquí.
1 S 15, 16-23: Obedecer vale más que un sacrificio. El Señor te rechaza hoy como rey
Sal 49, 8-9. 16bc-17. 21 y 23: Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios
Mc 2, 18-22: El novio está con ellos
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Francisco, papa
Homilía (18-01-2016): La obstinación es idolatría
lunes 18 de enero de 2016En la primera lectura (1Sam 15,16-23), Saúl es rechazado por Dios como rey de Israel porque prefiere escuchar al pueblo más que la voluntad del Señor, y desobedece. El pueblo, tras una victoria en la batalla, quería ofrecer un sacrificio a Dios con las mejores piezas del ganado porque, dice, siempre se ha hecho así. Pero Dios, esta vez, no quería. El profeta Samuel regaña a Saúl: ¿Quiere el Señor sacrificios y holocaustos, o quiere que obedezcan al Señor? Lo mismo nos enseña Jesús en el Evangelio (Mc 2,18-22): los doctores de la ley le reprochan que sus discípulos no ayunan como siempre se ha hecho hasta ahora.Y Jesús responde con este principio de vida: Nadie le echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto, lo nuevo de lo viejo, y deja un roto peor. Nadie echa vino nuevo en odres viejos; porque revienta los odres, y se pierden el vino y los odres; a vino nuevo, odres nuevos.
¿Qué significa esto? ¿Qué cambia la ley? ¡No! Que la ley está al servicio del hombre que está al servicio de Dios y, por eso, el hombre debe tener el corazón abierto. Elsiempre se ha hecho así es corazón cerrado y Jesús nos dijo: Os enviaré al Espíritu Santo y Él os guiará hacia la verdad plena (cfr. Jn 15,26; 16,13). Si tienes el corazón cerrado a la novedad del Espíritu, jamás llegarás a la verdad plena. Y tu vida cristiana será una vida mitad y mitad, una vida andrajosa, remendada de cosas nuevas, pero en una estructura que no está abierta a la voz del Señor. Un corazón cerrado, porque no eres capaz de cambiar los odres.
Ese fue el pecado del rey Saúl, por el que fue rechazado. Es el pecado de tantos cristianos que sea ferran a lo que siempre se ha hecho, y no dejan cambiar los odres. Y acaban con una vida a medias, andrajosa, remendada, sin sentido. El pecado es un corazón cerrado que no escucha la voz del Señor, que no está abierto a la novedad del Señor, al Espíritu que siempre nos sorprende. La rebelión –dice Samuel– es pecado de adivinación, la obstinación es idolatría. Los cristianos obstinados en el siempre se ha hecho así, pecan de adivinación. Es como si fuesen a una adivina: es más importante lo que se ha dicho y no cambia; lo que yo siento –en mí, en mi corazón cerrado– que la Palabra del Señor. Y es pecado de idolatría la obstinación: ¡el cristiano que se obstina, peca de idolatría! ¿Y cuál es el camino? Abrir el corazón al Espíritu Santo, discernir cuál es la voluntad de Dios.
Era costumbre en el tiempo de Jesús que los buenos israelitas ayunasen. Pero hay otra realidad: está el Espíritu Santo que nos conduce a la verdad plena. Y para eso, necesita corazones abiertos, corazones que no estén obstinados en el pecado de idolatría de sí mismos, donde es más importante lo que yo pienso que la sorpresa del Espíritu Santo. Este es el mensaje que hoy nos da la Iglesia. Esto es lo que Jesús dice tan fuerte: Vino nuevo en odres nuevos. Ante las novedades del Espíritu, ante las sorpresas deDios, también las costumbres deben renovarse. Que el Señor nos dé la gracia de un corazón abierto, de un corazón abierto a la voz del Espíritu, que sepa discernir lo que no debe cambiar, porque es fundamental, de aquello que debe cambiar para poder recibir la novedad del EspírituSanto.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–1 Samuel 15,16-23: Obedecer vale más que un sacrificio. El Señor rechaza como rey a Saúl, que le ha sido infiel. San Agustín dice:
«La obediencia con toda verdad ha de decirse la virtud propia de la criatura racional, que actúa bajo la potestad de Dios. Y también ha de decirse que el primero y el mayor de todos los vicios es el orgullo, que lleva al hombre a querer más potestad para su ruina, y tiene el nombre de desobediencia» (Tratado sobre el Génesis 8).
El cristiano ha de rechazar la tentación de interpretar la obediencia como un sometimiento indigno del hombre, propio de personas con escasa madurez. Quienes piensan así no han considerado que Cristo «se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz» (Flp 2,8).
–La sinceridad de vida es el mejor sacrificio. La Escritura y los Padres insisten una y otra vez en que el culto externo sin interioridad de corazón no es por Dios querido, sino rechazado. Por eso el Señor nos dice en el Salmo 49: «No te reprocho tus sacrificios, pues siempre están tus holocaustos ante Mí. Pero no aceptaré un becerro de tu casa, ni un cabrito de tus rebaños. ¿Por qué recitas mis preceptos y tienes siempre mi alianza en tu boca, tú que detestas mis enseñanzas y te echas a la espalda mis mandatos? Esto haces ¿y me voy a callar? ¿Crees que soy como tú? Te acusaré, te lo echaré en cara. El que me ofrece acción de gracias ése me honra; al que sigue el buen camino le haré ver la salvación de Dios».
Es verdad que nuestra ofrenda, Cristo, es infinitamente más preciosa que todos los costosos sacrificios del Antiguo Testamento; pero no olvidemos aquellas palabras: «no todo el que dice: «Señor, Señor»...» Hemos de sacrificar a Dios todo lo que no sea compatible con Su voluntad. Hemos de ofrecerle sacrificios que nos cuesten algo real y sensible. Hemos de morir a nosotros mismos, al pecado, y procurar «tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús» (Flp 2,5).
–Marcos 2,18-22: El novio está con ellos. La observancia de la ley mosaica no está ya vigente para los discípulos de Cristo, que son amigos del Esposo. El ministerio salvador de Jesús proclama unos principios fundamentales de vida, que no encajan en el sistema religioso entonces vigente entre los judíos.
La doctrina de Jesús tiene una gran fuerza renovadora. Cristo declara aquí su divinidad y llama a sus discípulos «los amigos del Esposo», sus amigos. Están con Él y por eso no necesitan ayunar. Sin embargo, cuando no esté Él presente visiblemente, será necesario el ayuno y la mortificación para poder verle con los ojos del alma. Dice San Agustín:
«La penitencia purifica el alma, eleva el pensamiento, somete la propia carne al espíritu, hace al corazón contrito y humillado, disipa las nebulosidades de la concupiscencia, apaga el fuego de las pasiones y enciende la verdadera Luz de la castidad» (Sermón 73).
Y San Basilio:
«Al ser nocivo para el cuerpo el demasiado cuidado y un obstáculo para el alma, es locura manifiesta servirle y mostrarse sumiso con él» (Discurso a los jóvenes 3).
Con razón, pues, dice la Iglesia al Señor en un prefacio de Cuaresma: «con el ayuno corporal refrenas nuestras pasiones, elevas nuestro espíritu, nos das fuerza y recompensa».
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. I Samuel 15,16-23
a) La figura de Saúl, el primer rey de Israel, es en verdad patética. Ni siquiera cuando triunfa militarmente, como es el caso de hoy, acierta. Desde luego, Samuel no le ha mirado nunca con buenos ojos y aquí le viene a anunciar que Dios le ha retirado su favor.
No entendemos bien el motivo por el que Samuel le recrimina tan duramente y por el que Dios le rechaza. Es verdad que Saúl no exterminó a los amalecitas -personas y posesiones-, sino que por debilidad o sencillamente porque no veía la necesidad de ser tan cruel, permitió que sus soldados tomaran parte del botín, presuntamente para ofrecerlo en sacrificio a Dios. A nosotros ahora no nos parece mala la conducta de Saúl, aplicando flexiblemente una ley tan sangrienta. Además expresó su arrepentimiento. No le valió.
Tal vez es una manera que tiene el autor del libro de interpretar la historia, dando una cierta justificación religiosa al fracaso de Saúl: no triunfó porque no actuó según la voluntad de Dios. Saúl no ha fracasado porque Dios le ha abandonado, sino porque primero él ha abandonado a Dios. Lo que debería considerarse como lección para los reyes siguientes.
La tesis que aquí se defiende es repetida muchas veces por los profetas: lo que vale ante Dios es la obediencia, el sacrificio interior y personal. y no la ofrenda de sacrificios materiales.
b) Saúl, con sus defectos -inseguridad, desconfianza, depresiones, debilidad- hubiera podido ser un mejor rey si alguien le hubiera ayudado.
Muchas personas que están a nuestro lado podrían tener un poco más de éxito en la vida si nosotros les tendiéramos una mano. Si no estuviéramos siempre prontos para criticarles, sino para comprenderles y ayudarles.
Es verdad que cada uno es responsable de sus actos. Si Saúl abandonó a Dios y no obedeció, inició un camino que sólo le podía llevar al desastre. Lo mismo nos pasa a nosotros. Pero siempre hay un factor que puede resultar decisivo: la ayuda fraterna.
También podemos aplicarnos la otra lección del profeta: somos verdaderos cristianos, no tanto cuando ofrecemos cosas concretas o realizamos actos externos -una oración, un ayuno, una donación- sino cuando vivimos conforme a la voluntad de Dios. Cuando no nos conformamos con ofrecerle algo externo a nosotros, sino nuestra propia existencia y la obediencia a su Palabra. Un acto concreto dura poco. La obediencia, veinticuatro horas al día.
Nos podemos aplicar la crítica del salmo de hoy: «No te reprocho tus sacrificios. ¿Por qué recitas mis preceptos, tú que detestas mi enseñanza y te echas a la espalda mis mandatos?»
2. Marcos 2,18-22
a) Nos encontramos con un tercer motivo de enfrentamiento de Jesús con los fariseos: después del perdón de los pecados y la elección de un publicano, ahora murmuran porque los discípulos de Jesús no ayunan. Los argumentos suelen ser más bien flojos. Pero muestran la oposición creciente de sus enemigos.
Los judíos ayunaban dos veces por semana -los lunes y jueves- dando a esta práctica un tono de espera mesiánica. También el ayuno del Bautista y sus discípulos apuntaba a la preparación de la venida del Mesías. Ahora que ha llegado ya, Jesús les dice que no tiene sentido dar tanta importancia al ayuno.
Con unas comparaciones muy sencillas y profundas se retrata a si mismo:
- él es el Novio y por tanto, mientras esté el Novio, los discípulos están de fiesta; ya vendrá el tiempo de su ausencia, y entonces ayunarán; - él es la novedad: el paño viejo ya no sirve; los odres viejos estropean el vino nuevo.
Los judíos tienen que entender que han llegado los tiempos nuevos y adecuarse a ellos.
El vino nuevo es el evangelio de Jesús. Los odres viejos, las instituciones judías y sobre todo la mentalidad de algunos. La tradición -lo que se ha hecho siempre, los surcos que ya hemos marcado- es más cómoda. Pero los tiempos mesiánicos exigen la incomodidad del cambio y la novedad. Los odres nuevos son la mentalidad nueva, el corazón nuevo. Lo que les costó a Pedro y los apóstoles aceptar el vine nuevo, hasta que lograron liberarse de su formación anterior y aceptar la mentalidad de Cristo, rompiendo con los esquemas humanos heredados.
b) El ayuno sigue teniendo sentido en nuestra vida de seguidores de Cristo.
Tanto humana como cristianamente nos hace bien a todos el saber renunciar a algo y darlo a los demás, saber controlar nuestras apetencias y defendernos con libertad interior de las continuas urgencias del mundo al consumo de bienes que no suelen ser precisamente necesarios. Por ascética. Por penitencia. Por terapia purificadora. Y porque estamos en el tiempo en que la Iglesia «no ve» a su Esposo: estamos en el tiempo de su ausencia visible, en la espera de su manifestación final.
Ahora bien, este ayuno no es un «absoluto» en nuestra fe. Lo primario es la fiesta, la alegría, la gracia y la comunión. Lo prioritario es la Pascua, aunque también tengan sentido el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo como preparación e inauguración de la Pascua. También el amor supone muchas veces renuncia y ayuno. Pero este ayuno no debe disminuir el tono festivo, de alegría, de celebración nupcial de los cristianos con Cristo, el Novio.
El cristianismo es fiesta y comunión, en principio. Así como en el AT se presentaba con frecuencia a Yahvé como el Novio o el Esposo de Israel, ahora en el NT es Cristo quien se compara a si mismo con el Novio que ama a su Esposa, la Iglesia. Y eso provoca alegría, no tristeza.
>«¿Quiere el Señor sacrificios y holocaustos, o quiere que obedezcan al Señor?» (1a lectura, II)
«Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios» (salmo, II)
«Tus palabras, Señor, alegran el corazón» (aleluya).