Lunes II Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 15 enero, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Heb 5, 1-10: Siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer
Sal 109, 1bcde. 2 .3 .4: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec
Mc 2, 18-22: El esposo está con ellos
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Hebreos 5,1-10: A pesar a ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. La perfecta humanidad de Cristo entre los hombres se subraya ahora con la definición de «sacerdote», que solo en Él se verifica plenamente. En efecto, Jesucristo, elegido por Dios entre los hombres, los representa en el culto a Dios, y ofrece dones y sacrificios por los pecados. El sacrificio de Cristo fue en realidad el que consiguió el perdón de los pecados, y Él no lo ofreció por Sí mismo, pues no tenía pecado alguno. Oigamos a Orígenes:«Fijémonos en nuestro verdadero y sumo sacerdote, el Señor Jesucristo. Él, habiendo tomado la naturaleza humana, estaba con el pueblo todo el año, aquel año, a saber, del cual dice Él mismo: «Me envió a evangelizar a los pobres y a proclamar el año de gracia del Señor». Y una vez durante este año, el día de la expiación, «entró en el Santuario»; es decir, cumplida su misión, penetró en los cielos, y entró en la presencia del Padre, para hacerle propicio al género humano y para interceder en favor de todos los que creen Él...
«En el Antiguo Testamento se celebraba el rito de la propiciación ante Dios; pero tú, que has venido a Cristo, verdadero sumo sacerdote, que con su sangre te hizo a Dios propicio y te reconcilió con el Padre, transciende con tu mirada la sangre de las antiguas víctimas y considera más bien la sangre de Aquél que es la Palabra, escuchando lo que Él mismo te dice: «Esta es mi sangre, que será derramada por vosotros para el perdón de los pecados».
«El hecho de rociar el lado oriental tiene también su significación. De Oriente nos viene la propiciación, pues de allí procede el varón cuyo nombre es Oriente, el que ha sido constituido Mediador entre Dios y los hombres. Ello te invita a que mires siempre hacia el Oriente, de donde sale para ti el sol de justicia, de donde te nace continuamente la Luz para que no camines nunca en tinieblas, ni te sorprenda en tinieblas aquel día último; para que no se apodere de ti la noche y la oscuridad de la ignorancia, sino que vivas siempre en la Luz de la Sabiduría, en el pleno día de la fe, bajo la Luz de la caridad y de la paz» (Homilía 9 sobre el Levítico 5,10).
–Con el Salmo 109 proclamamos el sacerdocio de Cristo. Constituido por Dios Sumo y Eterno Sacerdote, Él ha realizado en su vida, compartida con la de sus hermanos, los hombres, el puente de unión entre el cielo y la tierra. Él, víctima de su propio ofrecimiento, se ha convertido para todos en autor de la salvación eterna:
Dios le dice por eso: ««tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec». Desde Sión extenderá el Señor el poder de su cetro: somete en la batalla a los enemigos. «Eres príncipe desde el día de tu nacimiento; entre esplendores sagrados yo mismo te engendré como rocío, antes de la aurora»», antes de la aurora del mundo, desde toda la eternidad.
Cuanto más miserables seamos por nosotros mismos, más debemos volvernos hacia Él, más debemos unirnos a sus súplicas, a su alabanza, a su acción de gracias. Y el Señor, haciéndonos suyos, nos escuchará y nos librará. Depositemos todo en Él: nuestro yo, nuestra esperanza y nuestros temores, nuestro presente, nuestro pasado y nuestro porvenir... Él es Sacerdote eterno.
–Marcos 2,18-22: El novio está con ellos. La observancia de la ley mosaica no está ya vigente para los discípulos de Cristo, que son amigos del Esposo. El ministerio salvador de Jesús proclama unos principios fundamentales de vida, que no encajan en el sistema religioso entonces vigente entre los judíos.
La doctrina de Jesús tiene una gran fuerza renovadora. Cristo declara aquí su divinidad y llama a sus discípulos «los amigos del Esposo», sus amigos. Están con Él y por eso no necesitan ayunar. Sin embargo, cuando no esté Él presente visiblemente, será necesario el ayuno y la mortificación para poder verle con los ojos del alma. Dice San Agustín:
«La penitencia purifica el alma, eleva el pensamiento, somete la propia carne al espíritu, hace al corazón contrito y humillado, disipa las nebulosidades de la concupiscencia, apaga el fuego de las pasiones y enciende la verdadera Luz de la castidad» (Sermón 73).
Y San Basilio:
«Al ser nocivo para el cuerpo el demasiado cuidado y un obstáculo para el alma, es locura manifiesta servirle y mostrarse sumiso con él» (Discurso a los jóvenes 3).
Con razón, pues, dice la Iglesia al Señor en un prefacio de Cuaresma: «con el ayuno corporal refrenas nuestras pasiones, elevas nuestro espíritu, nos das fuerza y recompensa».
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Hebreos 5,1-10
El pasaje cuya lectura se nos propone hoy está construido con un gran esmero. En primer lugar, señala las características del sumo sacerdote del Antiguo Testamento. De él sabemos que estaba llamado a intervenir en favor de los hombres en sus relaciones con Dios (v. 1); los comprende profundamente porque es uno de ellos (v 2); debe recibir este encargo de parte de Dios. A continuación, empezando por la última y ascendiendo hasta la primera, aplica el autor estas características a Jesús, mostrando que él es verdaderamente el único y sumo sacerdote. En cuanto elegido por Dios, es también el Hijo, depositario de un sacerdocio que dura para siempre; es misericordioso con los hombres hasta el punto de ofrecer, aunque no tenía pecado, no sacrificios externos, sino a sí mismo, abriendo así el camino a todos los hombres a la salvación eterna. Nos encontramos en el punto central de la carta a los Hebreos, que nos muestra a Cristo en el momento en que ofrece al Padre su voluntad de compartir el sufrimiento humano hasta la muerte en la cruz. Cristo, con «oraciones y súplicas con grandes gritos y lágrimas» (v. 7a), presentó su ofrenda y agradó al Padre por su respetuosa sumisión a su divina voluntad. Así alcanzó «la perfección».
Evangelio: Marcos 2,18-22
El comportamiento de los discípulos ofrece el motivo para una polémica ulterior de los maestros de la Ley contra Jesús. ¿Por qué no ayunan ellos como hacen, en cambio, los discípulos de Juan y de los fariseos? El ataque lanzado contra Jesús, en vez de perjudicarle, le brinda una nueva posibilidad de revelarnos su misterio. Jesús es «el Esposo», extensamente prefigurado en el Antiguo Testamento (Is 62,5; 61,10; Os; Cant; Ez 16), que, por fin, está en medio de su pueblo. Por consiguiente, ha llegado el tiempo de la salvación, y el tiempo del ayuno ha dejado de tener sentido, puesto que la presencia de Cristo abre el tiempo de la fiesta y de la alegría. Habrá todavía días en que será arrebatado el Esposo, con violencia, a la compañía de sus hermanos (cf. Mc 14,43ss), pero ahora ha hecho irrupción en la historia la novedad absoluta. Con la presencia de Jesús ha entrado en el tiempo algo irreductiblemente diferente. El vestido de la ley no puede tolerar el paño nuevo representado por Jesús. En el banquete de bodas de Dios con la humanidad, del que Cristo nos ha hecho partícipes, está ahora el vino nuevo del Espíritu, que rompe los odres viejos de los corazones endurecidos.
MEDITATIO
Las dos lecturas que nos han sido propuestas constituyen una clara invitación a fijar la mirada de nuestro corazón en Jesús. El es el sumo sacerdote que, verdaderamente, puede sentir justa compasión por nosotros, dado que pagó con «con grandes gritos y lágrimas» su solidaridad con nosotros y «aprendió a obedecer a través del sufrimiento». Por eso permanece ahora siempre vivo en presencia del Padre como memorial santo y agradable a Dios por todos nosotros. Se nos ha abierto, por fin, el camino para acceder al corazón del Padre, con la certeza de que seremos escuchados más allá de nuestro deseo. En efecto, no sólo él nos representa a todos ante Dios, sino que es también la presencia viva de Dios en medio de los hombres, es el Esposo que nos hace sentar a cada uno de nosotros en su banquete de alegría y de fiesta, donde no está permitido ayunar, porque ahora está con nosotros para siempre, hasta el final de los días. Estamos, por tanto, ante una palabra que nos afecta profundamente y constituye un verdadero «evangelio», la Buena Noticia que esperábamos. Nuestra ignorancia y nuestro error -nuestro extravío- han encontrado al final a alguien que está en condiciones de darles un nombre y cambiarlos, con la certeza de que nada de cuanto es nuestro carece de valor. Dios nos ama, Dios me ama. El es quien recoge nuestras lágrimas en su odre -pues son preciosas para él- y cambia nuestro lamento en danza (cf. Sal 55,9; 29,12).
ORATIO
Señor Jesús, tu recuerdo irrumpe en la monotonía de nuestras jornadas como un toque de fiesta. Mientras a nuestro alrededor parece imperar la mordaza de un despiadado egoísmo, tú sabes decir aún la palabra que abre los corazones a la alegría y a la esperanza. Tú eres la novedad absoluta, el vino nuevo y espumoso que rompe los odres endurecidos de nuestras presuntas certezas. Hoy quisiéramos no sentirnos bien en el vestido viejo de nuestras ideas preconcebidas.
Envía de nuevo al Espíritu del Padre para que permitamos al paño nuevo y robusto de tu divina humanidad revestirnos con los vestidos de la salvación. Será el vestido festivo que nos permitirá sentarnos contigo en el banquete de bodas, saborear el vino de la alegría, comer ese pan que no tiene otra cosa sino la perpetuación de tu entrega de amor por nosotros. Haz que tengamos parte en tu mesa, conscientes del precio de los «gritos y lágrimas» que tú derramaste por nosotros. Haz que también nosotros, viviendo contigo y en el Espíritu en obediencia al Padre, llevemos a cumplimiento su designio de salvación y lleguemos a ser testigos de su amor eterno para todos los hermanos.
CONTEMPLATIO
La mortificación del alma consiste en que uno no desee en su corazón los bienes de este mundo y sus satisfacciones pasajeras, ni se complazca en vagar con su pensamiento en la codicia de las cosas terrenas, sino que su espíritu anhele continuamente, con impaciencia y con una expectativa incesante, la esperanza de las realidades futuras, de la vida nueva. En verdad es ésta la mortificación de quien está muerto con Cristo, nuestra resurrección. Con todo, no es posible alcanzar esta mortificación sin la ayuda del Espíritu Santo.
Oh Cristo, que en tu amor moriste por mí, hazme morir al pecado y despójame del hombre viejo, a fin de que me encuentre en todo momento en novedad de vida ante ti, como en el mundo nuevo. Tú, el Dios a quien los cielos y los cielos de los cielos no pueden contener; tú, que has elegido un templo entre nosotros para morada, hazme digno de convertirme en lugar donde habite tu caridad. Los santos, atraídos por tu amor, se olvidaron de sí mismos, se volvieron locos detrás de ti y, en su ebriedad, se unieron a ti en todo momento sólo por amor, y ya nunca se volvieron atrás. Tú has embriagado, en efecto, con el estupor de tus misterios a quienes habían bebido de esta dulce fuente, para que tuvieran sed de tu caridad (Isaac de Nínive, Capitoli sulla conoscenza di Dio I, 87ss).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Has cambiado mi lamento en danza» (Sal 29,12).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
La eucaristía protege al mundo y , de una manera secreta, lo ilumina. El hombre encuentra en ella su filiación perdida, alcanza su propia vida en la de Cristo, el amigo fiel que comparte con él el pan de la necesidad y el vino de la Fiesta. El pan es su cuerpo, y el vino es su sangre; y en esta unidad ya nada nos separa de nada ni de nadie. ¿Qué puede ser más grande? Es la alegría de la pascua, la alegría de la transfiguración del universo. Y nosotros recibimos esta alegría en comunión con todos nuestros hermanos, vivos y muertos, en la comunión de los santos con la ternura de la Madre. Por eso ahora ya nada puede darnos miedo. Hemos conocido el amor que Dios siente por nosotros, hemos llegado a ser «dioses». Ahora todo tiene un sentido. Tú, tú también, tienes un sentido. No morirás. Aquellos a quienes amas, aunque los creas muertos, no morirán. Todo lo que vive, todo lo que es bello, hasta la última brizna de hierba, incluso ese breve momento en que has sentido palpitar la vida en tus venas, todo estará vivo, para siempre. Hasta el dolor, hasta la muerte, tienen un sentido, se convierten en senderos de la vida. Todo está ya vivo. Porque Cristo ha resucitado. Existe aquí abajo un lugar en el que ya no hay separación, sino sólo el gran amor, la magna alegría. Ese lugar es el cáliz, en el corazón de la Iglesia. Y desde allí también en tu corazón (Patriarca Atenágoras 1, cit. en Dialoghi con Atenagora, entrevista realizada por O. Clément, Turín 1972, p. 337).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Hebreos 5,1-10
a) El autor de la carta está entrando en su tema central, el sacerdocio de Cristo, comparado con el del Templo.
¿Qué cualidades debe tener un buen sacerdote? Ante todo debe ser nombrado por Dios, no es él el que se arroga este honor. Jesús no pertenecía a una familia sacerdotal. Era «laico». El nunca se llamó a si mismo «Sumo Sacerdote». Pero la comunidad cristiana sí, porque a nadie más que a él había dicho Dios: «Tú eres mi Hijo. Tú eres Sacerdote eterno».
Además, un sacerdote debe estar muy unido a los hombres y saberles comprender, ya que los representa en la presencia de Dios. Un «pontífice» es el que hace de puente entre Dios y la humanidad.
Por lo que toca a la cercanía de Jesús a los hombres, hoy leemos uno de los pasajes más impresionantes que se refieren a la pasión de Jesús: «A gritos y lágrimas presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte». Los evangelistas nos hablaban de la tristeza, del miedo, del pavor, del tedio, en la crisis de Jesús ante su muerte. Aquí se habla de gritos y lágrimas.
La carta añade un comentario sorprendente: «A pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer». Tenemos un sacerdote que ha experimentado el dolor, como nosotros. Hasta la muerte. No es que necesitase ofrecer sacrificios por sus propios pecados, como les pasaba a los sacerdotes de Jerusalén. Pero quiso asumir la muerte y así se convirtió en salvador de todos, glorificado y proclamado Sumo Sacerdote.
El salmo no podía ser otro que el 109, el de las vísperas dominicales, «oráculo del Señor a mi señor». Sus afirmaciones: «tú eres sacerdote eterno, eres príncipe desde el día de tu nacimiento», la comunidad cristiana las aplicó desde el principio a Cristo Jesús.
b) Nosotros por una parte nos alegramos de tener un sacerdote así: que se ha entregado libremente por nosotros y ahora es el Mediador por el que tenemos puerta abierta a Dios. Un sacerdote que sabe lo que es sufrir, porque lo ha experimentado en su propia carne, hasta la muerte trágica de la cruz. Un sacerdote que se ha solidarizado con nuestra condición humana hasta lo más profundo. Eso nos da confianza en nuestro camino.
Por otra parte, cada uno de nosotros podríamos preguntarnos cuál es su propio estilo de ser mediador para con los demás, cómo intentamos colaborar con Cristo en la salvación del mundo. ¿Somos comprensivos como él? ¿aceptamos a los demás tal como son, también con sus defectos, para ayudarles en su camino? ¿estamos dispuestos hasta la renuncia y el dolor para poder hacer el bien a nuestro alrededor? ¿somos pontífices, o sea, hacemos de puente entre las personas y Dios? ¿adoptamos una actitud de condena o de comprensión y ayuda?
2. Marcos 2,18-22
a) Nos encontramos con un tercer motivo de enfrentamiento de Jesús con los fariseos: después del perdón de los pecados y la elección de un publicano, ahora murmuran porque los discípulos de Jesús no ayunan. Los argumentos suelen ser más bien flojos. Pero muestran la oposición creciente de sus enemigos.
Los judíos ayunaban dos veces por semana -los lunes y jueves- dando a esta práctica un tono de espera mesiánica. También el ayuno del Bautista y sus discípulos apuntaba a la preparación de la venida del Mesías. Ahora que ha llegado ya, Jesús les dice que no tiene sentido dar tanta importancia al ayuno.
Con unas comparaciones muy sencillas y profundas se retrata a si mismo:
- él es el Novio y por tanto, mientras esté el Novio, los discípulos están de fiesta; ya vendrá el tiempo de su ausencia, y entonces ayunarán; - él es la novedad: el paño viejo ya no sirve; los odres viejos estropean el vino nuevo.
Los judíos tienen que entender que han llegado los tiempos nuevos y adecuarse a ellos.
El vino nuevo es el evangelio de Jesús. Los odres viejos, las instituciones judías y sobre todo la mentalidad de algunos. La tradición -lo que se ha hecho siempre, los surcos que ya hemos marcado- es más cómoda. Pero los tiempos mesiánicos exigen la incomodidad del cambio y la novedad. Los odres nuevos son la mentalidad nueva, el corazón nuevo. Lo que les costó a Pedro y los apóstoles aceptar el vine nuevo, hasta que lograron liberarse de su formación anterior y aceptar la mentalidad de Cristo, rompiendo con los esquemas humanos heredados.
b) El ayuno sigue teniendo sentido en nuestra vida de seguidores de Cristo.
Tanto humana como cristianamente nos hace bien a todos el saber renunciar a algo y darlo a los demás, saber controlar nuestras apetencias y defendernos con libertad interior de las continuas urgencias del mundo al consumo de bienes que no suelen ser precisamente necesarios. Por ascética. Por penitencia. Por terapia purificadora. Y porque estamos en el tiempo en que la Iglesia «no ve» a su Esposo: estamos en el tiempo de su ausencia visible, en la espera de su manifestación final.
Ahora bien, este ayuno no es un «absoluto» en nuestra fe. Lo primario es la fiesta, la alegría, la gracia y la comunión. Lo prioritario es la Pascua, aunque también tengan sentido el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo como preparación e inauguración de la Pascua. También el amor supone muchas veces renuncia y ayuno. Pero este ayuno no debe disminuir el tono festivo, de alegría, de celebración nupcial de los cristianos con Cristo, el Novio.
El cristianismo es fiesta y comunión, en principio. Así como en el AT se presentaba con frecuencia a Yahvé como el Novio o el Esposo de Israel, ahora en el NT es Cristo quien se compara a si mismo con el Novio que ama a su Esposa, la Iglesia. Y eso provoca alegría, no tristeza.
«Cristo, con gritos.y lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte» (1a lectura, I)
«A pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer» (1a lectura, I)
«Tus palabras, Señor, alegran el corazón» (aleluya).