Lunes II del Tiempo de Cuaresma – Homilías
/ 13 marzo, 2017 / Tiempo de CuaresmaLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Dn 9, 4b-10: Hemos pecado, hemos cometido crímenes
Sal 78, 8. 9. 11. 13: Señor, no nos trates como merecen nuestros pecados
Lc 6, 36-38: Perdonad, y seréis perdonados
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Francisco, papa
Homilía (02-03-2015): Pon delante tus pecados, no los del otro
lunes 2 de marzo de 2015Las lecturas de hoy nos hablan de misericordia. Todos nosotros somos pecadores —no en teoría, sino de verdad—, y por eso necesitamos una virtud cristiana —que, de hecho, es más que una virtud—: la capacidad de acusarse a uno mismo. Es el primer paso para quien quiera ser buen cristiano. Todos somos unos maestros a la hora de justificarnos: Yo no he sido, no... No es culpa mía... Tampoco es para tanto... No fue así... Siempre tenemos una coartada para justificar nuestros fallos y pecados. Muchas veces somos capaces hasta de poner cara de mosquita muerta —no lo sé; yo no lo he hecho; habrá sido otro—, de hacernos el inocente. Y así no se puede ir por la vida cristiana.
¡Es muy fácil acusar a los demás! En cambio, sucede una cosa muy curiosa si intentamos comportarnos al revés: cuando empezamos a ver de qué somos capaces, al principio nos sentiremos mal, sentiremos asco, pero luego nos dará paz y serenidad. Por ejemplo, si descubro envidia en mi corazón y sé que esa envidia es capaz de criticar a otro y matarlo moralmente, ese conocimiento es la sabiduría de acusarse a uno mismo. Si no aprendemos este primer paso, nunca daremos otros pasos en el camino de la vida cristiana, de la vida espiritual. Es lo primero: acusarse a uno mismo —sin necesidad de ir diciéndolo por ahí: solo yo y mi conciencia—. Por ejemplo, voy por la calle y. al pasad por delante de la cárcel, pienso: ¡Esos sí se lo merecen! ¿No te das cuenta de que, si no fuera por la gracia de Dios, tú estarías ahí? ¿Has pensado que tú eres capaz de hacer lo mismo las mismas cosas que ellos, e incluso peores? Esto es acusarse a uno mismo, no esconder las raíces del pecado que están en nosotros, las muchas cosas que somos capaces de hacer, aunque no se vean por fuera.
También nos viene bien otra virtud: la de avergonzarse delante de Dios, en una especie de diálogo en el que reconocemos la vergüenza de nuestro pecado y la grandeza de la misericordia de Dios: a ti, Señor, nuestro Dios, la misericordia y el perdón. La vergüenza para mí y para ti la misericordia y el perdón (cfr. Dan 9,4b-10). Nos vendría bien tener ese diálogo con el Señor esta Cuaresma: acusarse a uno mismo.
¡Pidamos misericordia! En el Evangelio, Jesús es claro: Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso (Lc 6,36). Cuando uno aprende a acusarse a sí mismo, es misericordioso con los demás: ¿Quién soy yo para juzgarlo, si soy capaz de hacer cosas peores? La frase: ¿Quién soy yo para juzgar a otro? obedece precisamente a la exhortación de Jesús: no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados (Lc 6,37). En cambio, ¡cómo nos gusta juzgar a los demás y hablar mal de ellos!
Pues que el Señor, en esta Cuaresma, nos conceda la gracia de aprender a acusarnos, conscientes de que somos capaces de las cosas más malvadas, y decirle: Ten piedad de mí, Señor, ayúdame a avergonzarme y dame misericordia; así podré ser misericordioso con los demás.
Homilía (26-02-2018): Que su justicia alcance nuestra vergüenza
lunes 26 de febrero de 2018«No juzguéis, y no seréis juzgados». Es la invitación de Jesús en el Evangelio de hoy (Lc 6,36-38), en un momento como el de la Cuaresma en que la Iglesia invita a renovarse. De hecho, nadie podrá escapar al juicio de Dios, el particular y el universal: todos seremos juzgados. En esa óptica, la Iglesia nos hace reflexionar precisamente sobre la actitud que tenemos con el prójimo y con Dios.
Con el prójimo nos invita a no juzgar, e incluso más, a perdonar. Cada uno puede pensar: «Pero si yo nunca juzgo, no hago de juez». ¡Cuántas veces el tema de nuestras conversaciones es juzgar a los demás, diciendo: «eso no va»! ¿Pero quién te ha nombrado juez a ti? Juzgar a los demás es algo feo, porque el único juez es el Señor, que conoce esa tendencia del hombre a juzgar.
En las reuniones que tenemos, una comida o cualquier otra cosa, pensemos de unas dos horas: de esas dos horas, ¿cuántos minutos hemos perdido juzgando a los demás? Esto es el «no». ¿Y cuál es el «sí»? Sed misericordiosos. «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso». Más aún: sed generosos. «Dad, y se os dará». ¿Qué me darán? «Una medida generosa, colmada, remecida, rebosante». La abundancia de la generosidad del Señor, cuando estemos llenos de la abundancia de nuestra misericordia al no juzgar. Así pues, sed misericordiosos con los demás, porque del mismo modo el Señor será misericordioso con nosotros.
La segunda parte del mensaje de la Iglesia, hoy, es la invitación a tener una actitud de humildad con Dios, que consiste en reconocerse pecadores. Y sabemos que la justicia de Dios es misericordia. Pero hay que decirlo, como nos recuerda la primera lectura (cfr. Dan 9,4b-10): «A Ti conviene la justicia; a nosotros la vergüenza». Y cuando se encuentran la justicia de Dios con nuestra vergüenza, ahí está el perdón. ¿Yo creo que he pecado contra el Señor? ¿Yo creo que el Señor es justo? ¿Yo creo que es misericordioso? ¿Yo me avergüenzo delante de Dios, de ser pecador? Así de sencillo: a Ti la justicia, a mí la vergüenza. Y pedir la gracia de la vergüenza. En mi lengua materna, a la gente que hace el mal, se le llama «sinvergüenza», y nos conviene pedir la gracia de que nunca nos falte la vergüenza delante de Dios. Es una gran gracia, la vergüenza.
Así pues, recordemos: la actitud con el prójimo, recordar que con la medida con que yo juzgue, seré juzgado: ¡no debo juzgar! Y si digo algo sobre otro, que sea generosamente, con mucha misericordia. Y la actitud ante Dios, ese diálogo esencial: «A Ti la justicia, a mí la vergüenza».
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Daniel 9,4-10: Nosotros hemos pecado, nos hemos apartado de tus mandamientos. En la plegaria de Daniel se reconoce la malicia del pecado con gran sinceridad. Reflexionemos sobre nuestros pecados, en este tiempo de penitencia cuaresmal. De una parte, el amor y la misericordia de Dios; de otra, nuestras caídas e infidelidades. ¿No debiera Él abandonarnos? ¿No lo hemos merecido? ¿Y no parece a veces que Dios deja también abandonada, en su alocado camino, a nuestra generación infiel? Bien merecido lo tenemos.
¿Quién puede salvarnos? Solamente la penitencia, el recogimiento, la conversión. Todos los profetas reclaman, en nombre de Dios, la conversión: «Convertíos a Mí de todo corazón con ayunos, llanto y lágrimas de penitencia... arrepentíos y convertíos de los delitos que habéis perpetrado y estrenad un corazón nuevo y un espíritu nuevo; y así no moriréis, casa de Israel. Pues no quiero la muerte de nadie... arrepentíos y viviréis» (Ez 18,30-32).
«Convertíos a Mí... y yo me convertiré a vosotros... No seáis como vuestros padres, a quienes predicaban los antiguos profetas. Así dice el Señor: Convertíos de vuestra mala conducta y de vuestras malas obras» (Za 1,3-4). «Buscad al Señor, mientras se le encuentra, invocadlo mientras está cerca; que el malvado abandone su camino, y el criminal sus placeres; que regrese al Señor y Él tendrá piedad. Nuestro Dios es rico en perdón» (Is 55,6-7).
–El Salmo 78 nos enseña a reconocer sinceramente nuestros pecados y nos abre a la misericordia de Dios:
«Señor, no nos trates como merecen nuestros pecados. No recuerdes contra nosotros las culpas de nuestros padres; que tu compasión nos alcance pronto, pues estamos agotados. Socórrenos, Dios Salvador nuestro, por el honor de tu nombre. Llegue a tu presencia el gemido del cautivo, con tu brazo poderoso salva a los condenados a muerte. Mientras nosotros, pueblo tuyo, ovejas de tu rebaño, te daremos gracias siempre, cantaremos tus alabanzas de generación en generación».
¿Quién puede salvarnos? La conversión a la ley y a los mandamientos del señor. La ley del Señor es intachable. Ella encamina y reconforta a las almas.
–Lucas 6,36-38: Perdonad y seréis perdonados. Esta es la actitud del verdadero discípulo de Cristo. La grandeza del hombre, la realización auténtica de su ser, consiste en ser imagen de Dios, acercándose a su modelo, Cristo. La misericordia de Dios es necesaria para juzgar como Él, superando todas las medidas humanas. Comenta San Agustín:
«Ved, hermanos, que la cosa está clara y que la amonestación es útil... Todo hombre, al mismo tiempo que es deudor ante Dios, tiene a su hermano por deudor... Por esto el Dios justo estableció que, así como te comportes con tu deudor, se comportará Él contigo... Respecto al perdón, tú no solo quieres que se te perdone tu pecado, sino que también tienes a quién perdonar... Por tanto, si queremos que se nos perdone a nosotros, hemos de estar dispuestos a perdonar todas las culpas que se cometan contra nosotros...» (Sermón 83,2-4).
Resida en el alma amansada y humilde la misericordiosa disponibilidad para el perdón. Solicite perdón quien ofendió; concédalo quien lo recibió. Así observaremos el precepto del Señor.
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos 2
1. Empezamos la segunda semana de la Cuaresma con una oración penitencial muy hermosa, puesta en labios de Daniel. Él reconoce la culpa del pueblo elegido, tanto del Sur (Judá) como del Norte (Israel), tanto del pueblo como de sus dirigentes. No han hecho ningún caso de los profetas que Dios les envía: «hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos sido malos, nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus normas, hemos pecado contra ti».
Mientras que por parte de Dios todo ha sido fidelidad. Daniel hace una emocionada confesión de la bondad de Dios: «Dios grande, que guardas la alianza y el amor a los que te aman... Al Señor Dios nuestro la piedad y el perdón».
2. Si la dirección de la primera lectura era en relación con Dios -reconocernos pecadores y pedirle perdón a él- el pasaje del evangelio nos hace sacar las consecuencias (cosa más incómoda): Jesús nos invita a saber perdonar nosotros a los demás.
El programa es concreto y progresivo: «sed compasivos... no juzguéis... no condenéis... perdonad... dad». El modelo sigue siendo, como ayer, el mismo Dios: «sed compasivos como vuestro Padre es compasivo». Esta actitud de perdón la pone Jesús como condición para que también a nosotros nos perdonen y nos den: «la medida que uséis, la usarán con vosotros». Es lo que nos enseñó a pedir en el Padrenuestro: «perdónanos... como nosotros perdonamos».
3. a) Nos va bien reconocer que somos pecadores, haciendo nuestra la oración de Daniel. Personalmente y como comunidad.
Reconocer nuestra debilidad es el mejor punto de partida para la conversión pascual, para nuestra vuelta a los caminos de Dios. El que se cree santo, no se convierte. El que se tiene por rico, no pide. El que lo sabe todo, no pregunta. ¿Nos reconocemos pecadores? ¿somos capaces de pedir perdón desde lo profundo de nuestro ser? ¿preparamos ya con sinceridad nuestra confesión pascual?
Cada uno sabrá cuál es su situación de pecado, cuáles sus fallos desde la Pascua del año pasado. Ahí es donde la palabra nos quiere enfrentar con nuestra propia historia y nos invita a volvernos a Dios. A mejorar en algo concreto nuestra vida en esta Cuaresma. Aunque sea un detalle pequeño, pero que se note. Seguros de que Dios, misericordioso, nos acogerá como un padre.
Hagamos nuestra la súplica del salmo: «Señor, no nos trates como merecen nuestros pecados... Líbranos y perdona nuestros pecados».
b) Pero también debemos aceptar el otro paso, el que nos propone Jesús: ser compasivos y perdonar a los demás como Dios es compasivo y nos perdona a nosotros. Ya el sábado pasado se nos proponía «ser perfectos como el Padre celestial es perfecto», porque ama y perdona a todos. Hoy se nos repite la consigna.
¿De veras tenemos un corazón compasivo? ¡Cuántas ocasiones tenemos, al cabo del día, para mostrarnos tolerantes, para saber olvidar, para no juzgar ni condenar, para no guardar rencor; para ser generosos, como Dios lo ha sido con nosotros! Esto es más difícil que hacer un poco de ayuno o abstinencia.
Ahí tenemos un buen examen de conciencia para ponernos en línea con los caminos de Dios y con el estilo de Jesús. Es un examen que duele. Tendríamos que salir de esta Cuaresma con mejor corazón, con mayor capacidad de perdón y tolerancia.
Antes de ir a comulgar con Cristo, cada día decimos el Padrenuestro. Hoy será bueno que digamos de verdad lo de «perdónanos como nosotros perdonamos». Pero con todas las consecuencias: porque a veces somos duros de corazón y despiadados en nuestros juicios y en nuestras palabras con el prójimo, y luego muy humildes en nuestra súplica a Dios.
«Sálvame, Señor, ten misericordia de mí» (entrada)
«Hemos pecado, hemos sido malos, no hemos escuchado la voz del Señor» (1a lectura)
«Señor, no nos trates como merecen nuestros pecados» (salmo)
«Sed compasivos, no juzguéis, no condenéis» (evangelio).