Miércoles II Tiempo de Adviento – Homilías
/ 5 diciembre, 2016 / Tiempo de AdvientoLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Is 40, 25-31: El Señor todopoderoso fortalece a quien está cansado
Sal 102, 1bc-2. 3-4. 8 y 10: Bendice, alma mía, al Señor
Mt 11, 28-30: Venid a mí todos los que estáis cansados
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
Entrada: «Ven, Señor, y no tardes. Ilumina lo que esconden las tinieblas y manifiéstate a todos los pueblos» (Hb 2,3; 1Cor 4,5). En la comunión halla respuesta la súplica anterior: «El Señor llega con poder e iluminará los ojos de sus siervos» (Is 40,10).
En la colecta (Rótulus de Rávena), al Señor que nos manda abrir el camino a Cristo, le pedimos que no permita que desfallezcamos en nuestra debilidad los que esperamos la llegada saludable de Aquel que viene a sanarnos de todos nuestros males.
–Isaías 40,25-31: El Señor todopoderoso da fuerza al cansado. Yavé se enfrenta con los ídolos. Nada de lo que hay en el mundo, por grande y sublime que sea, puede compararse con Yavé. Él lo ha creado todo y lo conoce todo. No ignora nuestras situaciones concretas. Todo lo ve, todo lo penetra. Para el que cree, la confianza en Dios no carece de fundamento, no es una alienación que aparta al hombre de la tarea terrena. Dios es la fuerza que continuamente, sin que nunca vaya a menos, nos empuja.
Nuestro tiempo es tiempo de gran prueba para el que tiene fe y confianza en Dios. Todo parece contradecir las convicciones del creyente. Se exalta por doquier y exageradamente el progreso de la técnica. Se ve ese progreso solamente como obra propia de la inteligencia humana; pero, ¿quién da al hombre la inteligencia y quién la mantiene activa? Sin embargo, muchos plantean el dilema falso: o Dios o el hombre. Se aparta así el hombre de Dios y se entrega a idolillos.
Para quien cree ese dilema es falso. De aceptarse, significaría la muerte del hombre, porque el hombre o vive o muere con la vida o con la muerte de Dios. No se niega el progreso humano. La Iglesia lo ha fomentado siempre. Ni tampoco se niega el campo de autonomía del hombre. Pero sí se afirma que el hombre sin Dios queda indescifrable, sin sentido.
Pues bien, hoy y siempre la liturgia de Adviento nos recuerda que ha de realizarse en nuestra alma la obra del amor de Dios, que salva, que ayuda y sana. ¡Abrámonos a su acción bienhechora! ¡Solo Él puede salvarnos totalmente!
–El Salmo 102 nos hace contemplar la grandeza de Dios frente a nuestra debilidad, que, no obstante todo el progreso humano, conocemos por la constante experiencia de nuestras limitaciones. Reconozcamos que el poder salvador de Dios no es solo para el justo. Él no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y que viva. Él viene a buscar lo que estaba perdido:
«Bendice, alma mía, al Señor y todo mi ser a su santo Nombre; bendice, alma mía, al Señor y no olvides sus beneficios. Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; Él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura. El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. No nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas».
–Mateo 11,28-30: Venid a mí todos los que estás agotados. El Señor ofrece paz y sosiego a las personas que está oprimidas por muchas causas. El Maestro bueno opone a esta carga su yugo, hecho de mansedumbre, humildad y amor. Comenta San Agustín:
«Las cargas propias que cada uno lleva son los pecados. A los hombres que llevan cargas tan pesadas y detestables, y que bajo ellas sudan en vano, les dice el Señor: «Venid a Mí todos»... ¿Cómo alivia a los cargados de pecado, sino mediante el perdón de los mismos? El orador se dirige al mundo entero, desde la especie de tribuna de su autoridad excelsa, y exclama: «Escucha, género humano, escuchad, hijos de Adán; oye, raza que te fatigas en vano. Veo vuestro sudor, ved mi don. Sé que estáis fatigados y agobiados y, lo que es peor, que lleváis sobre vuestros hombros pesos dañinos; y, todavía peor, que pedís no que se os quiten esos pesos, sino que os añadan otros... Concedo el perdón de los pecados pasados, haré desaparecer lo que oprimía vuestros ojos, sanaré lo que dañó vuestros hombros. Llevad mi yugo. Ya que para tu mal te había subyugado la ambición, que para tu salud te subyugue la caridad... Esos pesos son alas para volar. Si quitas a las aves el peso de las alas, no pueden volar... Toma, pues, las alas de la paz; recibe las alas de la caridad. Ésta es la carga; así se cumple la ley de Cristo» (Sermón 164, 4ss., en Hipona, el año 411).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos 1
1. En nuestra vida las dificultades nos vienen a veces de fuera. Y otras muchas veces, de dentro: el cansancio, la desilusión, la desorientación.
Las dos lecturas de hoy nos hablan de los que están cansados, y tanto el profeta como Jesús nos aseguran que Dios quiere ayudar a los desfallecidos comunicándoles su fuerza. Podría haber una duda: Dios es todopoderoso, eterno y creador de los confines del orbe.
¿A quién le podemos comparar? Por tanto, podríamos pensar que, perfecto en su omnipotencia, seguramente estará muy lejano. El pueblo de Israel tiene la tentación de pensar: «mi suerte está oculta al Señor, mi Dios ignora mi causa».
Pero el profeta nos dice lo contrario: Dios está cerca, nos conoce, no ignora nuestros problemas. Está siempre dispuesto a dar fuerza a los débiles y a los cansados. Incluso los jóvenes quedan a veces rendidos, y los guerreros tropiezan y caen: pero el que se fía de Dios renueva sus fuerzas, le nacen alas como de águila, y podrá correr sin cansarse, y marchar sin fatigarse.
Esta imagen la completa poéticamente el salmo: Dios se preocupa de los suyos, perdona, cura, rescata de la fosa, está lleno de gracia y ternura. En este salmo encontramos una de las mejores definiciones de Dios que se repite en el A.T.: «el Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia».
2. Pero la cercanía de Dios ha quedado todavía más manifiesta en Cristo Jesús: una cercanía llena de misericordia y comprensión, como en el anuncio del profeta.
Las palabras de Jesús son un pregón de esperanza: «venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré». Es el aspecto principal de la figura de Jesús. Hace milagros, predica maravillosamente, anuncia el Reino: pero sobre todo atiende a los que sufren, a los desorientados, a los que buscan, a los pobres y débiles, a los pecadores y marginados de la sociedad. Tiene buen corazón. Quiere liberar a todos de sus males. Nunca pasa al lado de una persona que sufre sin atenderla. «Venid a mí, yo os aliviaré». Es lo suyo: libera de angustias y da confianza para vivir. Ofrece paz y serenidad a los que han sido zarandeados de cualquier manera por la vida. A él le tuvo que ayudar un día el Cireneo a llevar la cruz. Pero él había ayudado y sigue ayudando a otros muchos a cargar con la cruz que les ha tocado llevar.
3. a) Quién más quién menos, todos andamos un poco agobiados por la vida. Somos débiles y sentimos el cansancio de tantas cosas como llevamos entre manos. La enfermedad del «estrés» es la que más caracteriza al hombre moderno, juntamente con la soledad y la desorientación. Y además nos sentimos muchas veces bloqueados por el pesimismo, el materialismo, la búsqueda de la comodidad, la intransigencia, los rencores, las pasiones, la sensualidad.
El Adviento nos invita a no dudar nunca de Dios. Nos hace el anuncio cargado de confianza: Cristo Jesús vino y sigue viniendo a nuestra historia para curarnos y fortalecernos, para liberarnos de miedos y esclavitudes, de agobios y angustias. No nos sucederán milagros. Pero si de veras acudimos a él, siguiendo su invitación, encontraremos paz interior y serenidad, y fuerza para seguir caminando.
El Adviento es escuela de esperanza y espacio de paz interior. Porque Dios es un Dios que siempre viene, en Cristo Jesús, y está cerca de nosotros y conoce nuestra debilidad.
b) Esta imagen acogedora de Cristo debería ser también la que ofreciera a todos la Iglesia, su comunidad, o sea, cada uno de nosotros. Este tiempo de Adviento nos invita a que seamos personas que acogen, que al dolor o a la búsqueda de las personas no responden con legalismos y exigencias, sino con comprensión; personas que infunden paz y regalan ánimos a tantos y tantos que están desfallecidos por el camino; testigos y heraldos de esperanza, que es lo que más falta hace a este mundo.
En los tiempos actuales, tal vez más que nunca, existe vacío de Dios, poca unidad y armonía en la propia existencia, huida hacia las soluciones más inmediatas y fáciles, olvido de la Buena Noticia de que en Cristo Jesús tenemos la verdadera alegría y la respuesta de Dios a todas nuestras preguntas. Nosotros, los cristianos, deberíamos ser los instrumentos de los que Dios se sirve hoy para infundir más armonía y paz a las personas, recordando nosotros mismos y siendo luego pregoneros para los demás del gran acontecimiento que celebramos, la presencia de Dios en nuestra vida.
El Adviento no es sólo poesía. Es compromiso de colaboración con el Dios liberador que no quiere esclavitud ni ceguera ni sufrimiento en el mundo.