Martes II Tiempo de Adviento – Homilías
/ 5 diciembre, 2016 / Tiempo de AdvientoLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Is 40, 1-11: Dios consuela a su pueblo
Sal 95, 1-2. 3 y 10ac. 11-12. 13: Aquí está nuestro Dios, que llega con fuerza
Mt 18, 12-14: Dios no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Francisco, papa
Homilía (09-12-2014)
martes 9 de diciembre de 2014Abrir las puertas al consuelo del Señor. Así nos aconseja la primera lectura, en la que el profeta Isaías habla del fin de la tribulación de Israel después del exilio en Babilonia. El pueblo necesita consuelo. La misma presencia del Señor consuela. Un consuelo que está también en la tribulación. Sin embargo, habitualmente huimos del consuelo; desconfiamos; estamos más cómodos en nuestras cosas, más cómodos incluso en nuestras faltas, en nuestros pecados. ¡Esa es tierra nuestra! En cambio, cuando viene el Espíritu, y viene el consuelo, nos lleva a otro estado que no podemos controlar: es precisamente el abandono en el consuelo del Señor.
El consuelo más fuerte es el de la misericordia y el perdón. Recordemos el final del capítulo 16 de Ezequiel cuando, tras la lista de los muchos pecados del pueblo, dice: Pero yo no te abandono; te daré más; esa será mi venganza: el consuelo y el perdón. ¡Así es nuestro Dios! Por eso, es bueno repetir: dejaos consolar por el Señor, es el único que puede consolarnos. Aunque estemos acostumbrados a buscarnos consuelos pequeños, hechos por nosotros mismos, luego no nos sirven. Por eso, el Evangelio de hoy, de san Mateo, habla de la parábola de la oveja perdida. Yo me pregunto cuál es el consuelo de la Iglesia. Así como cuando una persona es consolada cuando siente la misericordia y el perdón del Señor, la Iglesia celebra, es feliz cuando sale de sí misma. En el Evangelio, aquel pastor que sale y va a buscar la oveja perdida, podía hacer las cuentas de un buen comerciante: tengo 99, y si se pierde una no hay problema; el balance: ganancias, pérdidas... Sí, podría hacer eso. Pero no, porque tiene corazón de pastor, sale a buscarla hasta que la encuentra y entonces lo celebra, está contento.
La alegría de salir a buscar a los hermanos y hermanas que se han alejado: esa es la alegría de la Iglesia. Ahí la Iglesia se vuelve madre, se hace fecunda. Cuando la Iglesia no hace eso, cuando la Iglesia se queda en sí misma, se cierra en sí misma, quizá esté muy bien organizada, con un organigrama perfecto —todo en su sitio, todo listo—, pero falta alegría, falta fiesta, falta paz, y se vuelve una Iglesia desconfiada, ansiosa, triste, una Iglesia que parece más una tía solterona que una madre, y esa Iglesia no sirve: ¡es una Iglesia de museo! La alegría de la Iglesia es «dar a luz»; la alegría de la Iglesia es salir de sí misma para dar vida; la alegría de la Iglesia es ir a buscar las ovejas que se han perdido; la alegría de la Iglesia es precisamente la ternura del pastor, la ternura de la madre.
El final del texto de Isaías retoma esta imagen: como un pastor, apacienta el rebaño y con su brazo lo reúne. Esa es la alegría de la Iglesia: salir de sí misma y ser fecunda. Que el Señor nos dé la gracia de trabajar, de ser cristianos alegres en la fecundidad de la madre Iglesia y nos guarde de caer en la actitud de esos cristianos tristes, impacientes, desconfiados, ansiosos, que lo tienen todo perfecto en la Iglesia pero «no tienen hijos». Que el Señor nos consuele con el consuelo de una Iglesia madre que sale de sí misma, con el consuelo de la ternura de Jesús y su misericordia en el perdón de nuestros pecados.
Homilía (06-12-2016): Oveja perdida
martes 6 de diciembre de 2016Hemos leído el Evangelio de la oveja perdida (Mt 18,12-14), con la alegría por el consuelo del Señor que nunca deja de buscarnos. Él viene como juez, pero un juez que acaricia, un juez lleno de ternura: ¡hace lo que sea para salvarnos! No viene a condenar sino a salvar, nos busca a cada uno, nos ama personalmente, no ama la masa indeterminada, sino que nos ama por el nombre, nos ama como somos. La oveja perdida no se perdió porque no tuviera la brújula en la mano. Conocía bien el camino. Se perdió porque tenía el corazón enfermo, cegado por una división interior, y huye para alejarse del Señor, para saciar ese vacío interior que la llevaba a la doble vida: estar en la grey y escapar en la oscuridad. El Señor sabe esas cosas y va a buscarla.
La figura que más me ayuda a entender la actitud del Señor con la oveja perdida es el comportamiento del Señor con Judas. La oveja perdida más perfecta en el Evangelio es Judas: un hombre que siempre, siempre tenía algo de amargura en el corazón, algo que criticar de los demás, siempre distante. No conocía la dulzura de la gratuidad de vivir con todos los demás. Y siempre, como esa oveja no estaba satisfecha —¡Judas no era un hombre satisfecho!—, se escapaba. Se escapaba porque era ladrón, y se iba por ahí, él solo. Otros son lujuriosos, otros... Pero siempre se escapan porque tienen esa oscuridad en el corazón que le separa de la grey. Es esa doble vida, la doble vida de tantos cristianos, incluso —con dolor lo digo— curas, obispos... Y Judas era obispo, uno de los primeros obispos. La oveja perdida. ¡Pobrecillo! Pobrecillo ese hermano Judas, como lo llamaba don Mazzolari, en aquel sermón tan bonito: Hermano Judas, ¿qué pasa en tu corazón? Debemos comprender a las ovejas perdidas. También nosotros tenemos siempre alguna cosita, pequeña o no tan pequeña, de las ovejas perdidas.
Lo que hace la oveja perdida no es tanto un error sino una enfermedad que tiene en el corazón y que el diablo aprovecha. Así, Judas, con su corazón dividido, disociado, es la imagen de la oveja perdida que el pastor va a buscar. Pero Judas no entiende y al final, cuando ve lo que su doble vida ha hecho en la comunidad, el mal que ha sembrado con su oscuridad interior, que le llevaba a escapar siempre, buscando luces que no eran la luz del Señor sino luces como adornos de Navidad, luces artificiales, se desesperó. Hay una palabra en la Biblia —el Señor es bueno, incluso con estas ovejas, nunca deja de buscarlas—, hay una palabra que dice que Judas se ahorcó, se arrepintió y se colgó (Mt 27,3). Yo creo que el Señor tomará esa palabra y la llevará consigo, no sé, puede ser, pero esa palabra nos hace dudar. ¿Qué significa esa palabra? Que hasta el final el amor de Dios trabajaba en aquella alma, hasta en el momento de la desesperación. Y esa es la actitud del buen pastor con las ovejas descarriadas. Ese es el anuncio, el alegre anuncio que nos trae la Navidad y que nos pide ese sincero alborozo que cambia el corazón, que nos lleva a dejarnos consolar por el Señor y no por los consuelos que vamos a buscar para desfogarnos, para huir de la realidad, de la tortura interior, de la división interior.
Jesús, cuando encuentra a la oveja perdida no la insulta, aunque haya hecho tanto daño. En el huerto de los olivos llama a Judas «amigo». Son las caricias de Dios. ¡Quien no conoce las caricias del Señor no conoce la doctrina cristiana! ¡Quien no se deja acariciar por el Señor está perdido! Ese es el alegre anuncio, ese es el sincero alborozo que hoy queremos. Esa es la alegría, ese es el consuelo que buscamos: que venga el Señor con su poder, que son las caricias, a encontrarnos, a salvarnos, como a la oveja perdida, y a llevarnos al rebaño de su Iglesia. Que el Señor nos dé esta gracia de esperar la Navidad con nuestras heridas, con nuestros pecados, sinceramente agradecidos, de esperar el poder de ese Dios que viene a consolarnos, que viene con poder, pero que su poder es la ternura, las caricias que nacen de su corazón, de ese corazón tan bueno que dio la vida por nosotros.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
El Señor no solo desea que creamos en su venida: «El Señor vendrá y con Él todos sus santos; aquel día brillará una gran luz» (Za 15,5.7), sino también que la deseemos con ardor: «El juez justo premiará con la corona merecida a todos los que tienen amor a su venida» (1 Tim 4, 8). La oración colecta (Rótulus de Rávena) pide al Señor, que ha manifestado su salvación hasta los confines de la tierra, que nos conceda esperar con alegría la gloria del nacimiento de su Hijo.
–Isaías 40,1-11: El Señor consolará a su pueblo. Dios vendrá en persona a tomar posesión de su trono y a otorgar el perdón a su pueblo. El destierro ha sido solo como un servicio purificador, exigido por el pecado. Pero no se ha roto el pacto. Cumplida su misión, el servicio termina. La vuelta es un prodigio continuado del Señor, como en el primer Éxodo. Un heraldo anuncia la buena noticia.
La religión de la Biblia no puede ser reducida a la melancolía porque afirma la condición pasajera de todo. Hay en ella la certeza de una realidad que jamás vendrá a menos en la Palabra de Dios. Su presencia salvífica en la historia humana le coloca junto al hombre, para que éste comparta con Él la vida entera, sea liberado así de la esclavitud de Babilonia, y guiado hacia la salvación de Jerusalén. Dios es siempre fiel a sus promesas y nunca nos dejará solos. Comenta San Agustín:
«Te vence, oh hombre, tu concupiscencia; te vence porque te halló en mal estado; te halló en la carne y por eso te venció. Emigra de ella... Aun viviendo en la carne, no estés en la carne: «Toda carne es heno; en cambio la palabra de Dios permanece eternamente» ( Is 40, 6-8). Sea el Señor tu refugio. Si te acosa la concupiscencia, si te apura, si junta todas sus fuerzas contra ti, habiéndose engrandecido por la prohibición de la ley, teniendo que sufrir a un enemigo más poderoso, sea el Señor tu refugio, tu torre fortificada frente al enemigo. No vivas en la carne, sino en el espíritu. ¿Qué es vivir en el espíritu? Poner la esperanza en Dios... No te quedes en ti; trasciéndete a ti mismo; coloca tu asiento en quien te hizo. La Santa Iglesia es precursora. Ella nos conduce de la mano hasta Cristo, hasta el Salvador, por medio de su fe, de su dogma, de su moral, de sus sacramentos, de su liturgia y de su espíritu» (Sermones 288-289).
Penetrémonos todos del espíritu de la Iglesia, de sus sentimientos, de su liturgia de Adviento. ¡Caminemos guiados por su mano hacia Jesucristo!
–Salmo 95. Los desterrados que vuelven de Babilonia a la libertad de su patria cantaron: «Nuestro Dios llega con poder». Cantemos también nosotros con ellos, pues se acerca nuestra liberación, que nos hará pasar de una vida miserable a una vida más perfecta. Cantemos al Señor un cántico nuevo, que con nosotros cante toda la tierra. Bendigamos el Nombre del Señor, proclamemos día tras día su victoria. Contemos a todos los pueblo su gloria, sus maravillas a todas las naciones. Digamos a todos los pueblos: el Señor es Rey, un Rey que gobierna a los pueblos rectamente. Alégrese el cielo, goce la tierra, retumbe el mar y cuanto contiene, vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, aclamen los árboles del bosque, delante del Señor, que ya llega, ya llega a regir la tierra. ¡Que todos nos sometamos a su imperio!
–Mateo 18,12-14: El Señor no quiere que se pierda nadie. Dios se ha revelado en el Antiguo Testamento como Padre de misericordia, lleno de bondad y tardo a la cólera, que nos ama entrañablemente, que nos escucha y perdona. Este Padre se nos ha revelado plenamente en su Hijo Jesucristo como Amor que se alegra siempre que un pecador vuelve a Él, que busca la oveja perdida. Comenta San Agustín:
«No juzguemos el pensamiento de los otros, al contrario, presentemos a Dios nuestras preces, incluso por aquellos sobre los que tenemos alguna duda. Quizá la novedad que supone comporte en Él alguna duda; amad más intensamente al que duda, alejad con vuestro amor la duda del corazón débil... Confiad a Dios su corazón por el que debéis orar. Sabed que es abandonado por los malos y ha de ser recibido por los buenos. Vuestro amor al hombre sea mayor que vuestro antiguo odio al error... Cristo vino a llamar a los enfermos..., buscó la oveja perdida... He aquí cómo Cristo vino a sanar a los enfermos: así supo vengarse de sus enemigos... Lo encomendamos a vuestras oraciones, a vuestro amor, a vuestra amistad fiel. Acoged su debilidad. Según como vayáis vosotros delante, así irá él detrás. Enseñadle el buen camino» (Sermón 279,11).
Hemos de imitar a Cristo en la solicitud por la oveja descarriada. Despreciar a uno que yerra, que va equivocado, es la antítesis del cristianismo. Dar a todos y a cada uno la certeza de ser buscado, es decir, amado, comprendido, defendido, es la esencia del cristianismo. El Señor vino a salvar a los que estaban perdidos; sigamos también nosotros su ejemplo.
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos 1
1. Se nota que el pasaje pertenece al «libro de la consolación» del profeta Isaías: sea de él en persona o de un discípulo suyo posterior, llamado «el segundo Isaías», que profetizó en tiempos del destierro.
En medio de una historia bien triste para el pueblo de Israel, tanto política como religiosa, resuena un pregón de esperanza, describiendo con fuerza literaria y plástica los caminos que a través del desierto van a conducir al pueblo de vuelta a Jerusalén, como sucedería en efecto, en el siglo VI antes de Cristo, por decisión del rey Ciro.
Se dibuja aquí como una repetición del éxodo desde Egipto, camino de la tierra prometida. Ahora es la vuelta del destierro de Babilonia. En ambas ocasiones es Dios quien conduce y protege a su pueblo. Pero exigirá esfuerzo por parte de todos: han de ir construyendo el camino, allanando, rellenando, enderezando, como recordará más tarde el Bautista. Un buen símbolo de la colaboración del hombre en la salvación que le ofrece Dios.
El anuncio más consolador es que Dios llega, que llega con poder, que perdona a su pueblo sus pecados anteriores, que quiere reunir a todos los dispersos, como el pastor a sus ovejas. Es un retrato poético y amable de Dios como Pastor: «lleva en brazos los corderos, cuida de las madres». Tiene entrañas de misericordia para con su pueblo. No quiere que permanezcan más tiempo en la aflicción.
No es extraño que el salmo nos haga cantar sentimientos de alegría por la cercanía mostrada en todo tiempo por Dios a su pueblo: «cantad al Señor, bendecid su nombre, delante del Señor que ya llega, ya llega a regir la tierra».
2. Es un mensaje que nosotros acogemos con más motivos todavía al escuchar el evangelio. También Jesús hace un retrato del «Padre del cielo», y lo describe como Pastor con un corazón bueno, comprensivo, que va en busca de la oveja descarriada y se llena de alegría cuando la encuentra. «No quiere que se pierda ni uno de estos pequeños».
Es un retrato que más que con palabras ha manifestado Jesús con su propia vida. A imitación de su Padre, él se preocupa de todas las ovejas, de modo especial por las más débiles, las que se escapan del redil y corren peligros.
No las abandona, las busca, las acoge, las perdona, las devuelve a la seguridad. Es en verdad el Buen Pastor.
Si el Padre es rico en misericordia, Cristo aparece también en las páginas del evangelio como comprensivo, misericordioso, benigno con los pecadores, dispuesto siempre a perdonar. A los dos discípulos «extraviados» que abandonan la comunidad de Jerusalén y, desanimados, se quieren refugiar en su casa de Emaús, el Resucitado les sale al encuentro, los recupera pacientemente y les envía de nuevo a la comunidad. Siempre Buen Pastor.
No ha venido a condenar. sino a salvar.
3. a) A los primeros a quien Cristo Jesús quiere salvar en este Adviento es a nosotros mismos. Tal vez no seremos ovejas muy descarriadas, pero puede ser que tampoco estemos en un momento demasiado fervoroso en nuestro seguimiento del Pastor. Todos somos débiles y a veces nos distraemos del camino recto.
Cristo Jesús nos busca y nos espera. No sólo a los grandes pecadores y a los alejados, sino a nosotros, los cristianos que le seguimos con un ritmo más intenso, pero que también necesitamos el estímulo de estas llamadas y de la gracia de su amor. Somos nosotros mismos los invitados a confiar en Dios, a celebrar su perdón, a aprovechar la gracia de la Navidad. El que está en actitud de Adviento -espera, búsqueda- es Dios para con nosotros.
Y se alegrará inmensamente si volvemos a él.
b) Pero también nos enseñan estas lecturas a mejorar nuestra actitud para con los demás. ¿Ayudamos a otros a volver del destierro o del alejamiento a la cercanía de Dios? ¿estamos siendo en este Adviento, ya en su segunda semana, mensajeros de la Buena Nueva para con otros y pastores ayudantes del Buen Pastor? ¿sabemos respetar a los demás, esperarles, buscarles, ser comprensivos para con ellos, y ayudarles a encontrar el sentido de su vida? ¿tenemos corazón acogedor para con todos, aunque nos parezcan poco preparados, incluso alejados, como lo tiene Dios para con nosotros, que tampoco somos un prodigio de santidad?
Tal vez depende de nuestra actitud el que para algunas personas esta Navidad sea un reencuentro con Dios. Y no por nuestros discursos, sino por nuestra cercanía y acogida.
El profeta puede dirigirse a nosotros y decirnos: «Consolad, consolad a mi pueblo.
¡Grita! ¿Qué debo gritar? ¡Aquí está vuestro Dios!». Hoy las lecturas nos lo han gritado a nosotros. Ahora nosotros podemos ser heraldos de esperanza en medio de un mundo que no abunda precisamente en noticias buenas. Empezando por nuestra propia familia o comunidad.
c) En cada Eucaristía viene Cristo Jesús a nosotros. En la comunidad: «donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio»; en la Palabra que nos dirige: él mismo es la Palabra viviente de Dios que se nos da; en la Eucaristía de su Cuerpo y su Sangre, que son alimento de vida eterna. Ahí está condensada la razón de ser de nuestra confianza y de nuestra actuación misionera durante la jornada.