Sábado I de Pascua (Semana in albis) – Homilías
/ 27 marzo, 2016 / EvangeliosLecturas
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Hch 4, 13-21: No podemos menos de contar lo que hemos visto y oído
Sal 117, 1 y 14-15. 16-18. 19-21: Te doy gracias, Señor, porque me escuchaste
Mc 16, 9-15: Id al mundo entero y proclamad el Evangelio
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
Entrada: «El Señor sacó a su pueblo con alegría, a sus escogidos con gritos de triunfo. Aleluya» (Sal 104,43).
Colecta (compuesta con textos del Gelasiano y del Gregoriano) : «Oh Dios, que con la abundancia de tu gracia no cesas de aumentar el número de tus hijos, mira con amor a los que has elegido como miembros de tu Iglesia, para que, quienes han renacido por el Bautismo, obtengan también la resurrección gloriosa».
Ofertorio: «Concédenos, Señor, darte gracias siempre por medio de estos misterios pascuales; y ya que continúan en nosotros la obra de tu redención, sean también fuente de gozo incesante».
Comunión: «Los que os habéis incorporado a Cristo por el Bautismo, os habéis revestido de Cristo. Aleluya (Gál 3,27)».
Postcomunión: «Mira Señor con bondad a tu pueblo, y ya que has querido renovarlo con estos sacramentos de vida eterna, concédele también la resurrección gloriosa».
–Hechos 4,13-21: No podemos menos de contar lo que hemos visto y oído. Pedro y Juan se niegan a hacer caso a las prohibiciones de los jefes del Sanedrín, para que no hablen más que de Jesús, puesto que, como ellos mismos dicen, tienen que obedecer a Dios antes que a los hombres. A pesar de todas las amenazas, prosiguen proclamando el mensaje de la resurrección de Jesús. Así manifiesta el nombre de Jesús toda la plenitud de su poder salvífico; no sólo salva de la enfermedad, sino que es la única fuente de salvación, que infunde una valentía, un poder superior, contra el que chocan todos los planes humanos que intentan destruirlo.
Nuestra participación eucarística nos pone en contacto experimental con la situación de Jesús resucitado. Adquirimos de este modo un compromiso de obediencia y de testimonio y recibimos la fuerza del Espíritu para vivir y proclamar libre y valientemente la salvación que hemos experimentado.
La profundidad y amplitud del misterio de Cristo se expresa en la inefable riqueza de los nombres con que es designado el Salvador. Así se expresa Nicetas de Remesiana:
«Se llama Verbo, porque ha sido engendrado sin pasión alguna por Dios Padre... O bien porque por su medio habló Dios Padre a los ángeles y a los hombres. Se dice Sabiduría, porque por medio de Él se ordenó todo sabiamente al principio. Se llama Luz, porque Él iluminó las primeras tinieblas del mundo y con su venida hizo desaparecer la noche de los corazones de los hombres. Se llama Potencia, porque ninguna criatura lo puede vencer. Se dice Diestra y Brazo, porque por su medio fueron creadas todas las cosas y Él las abarca todas. Se llama Ángel del Gran Consejo, porque Él es personalmente nuncio de la Voluntad paterna. Se llama Hijo del Hombre, porque por nosotros los hombres se dignó nacer como hombre. Se dice Cordero, por su inocencia singular. Se llama Oveja para que quede patente su Pasión. Se dice Sacerdote, bien porque ofreció a Dios Padre en favor nuestro su Cuerpo como oblación y sacrificio, bien porque se digna ofrecerse cada día por nosotros. Se dice Camino, porque por medio de Él llegamos a la salvación. Verdad, porque rechazó la mentira. Se llama Vida, porque destruye la muerte. Se llama Vid, porque al extender los ramos de sus brazos en la Cruz proporcionó al mundo el gran fruto de la dulzura... Se llama Médico, porque con su visita curó nuestras enfermedades y heridas... Se dice Paz, porque reunió en la unidad a los que estaban dispersos y nos reconcilió con Dios Padre. Se llama Resurrección, porque resucitará todos los cuerpos... Se llama Puerta, porque por su medio se abre a los fieles la entrada del Reino de los cielos» (Catecumenado de adultos B P 16,32-38).
–El salmo responsorial es el mismo que ayer.
–Marcos 16,9-15: Id al mundo entero y predicad el Evangelio. La fe de los apóstoles se basa en la experiencia directa y en una renovación de la convivencia con el Señor. Así quedan constituidos en testigos y reciben el homenaje del Resucitado para difundirlo por todo el mundo. San Juan Crisóstomo dice:
«El mensaje que se os comunica no va destinado a vosotros solos, sino que habéis de transmitirlo a todo el mundo. Porque no os envío a dos ciudades, ni a diez, ni a veinte; ni tan siquiera os envio a toda una nación, como en otro tiempo a los profetas; sino a la tierra, al mar y a todo el mundo, y a un mundo, por cierto muy mal dispuesto. Porque al decir: “Vosotros sois la sal de la tierra”, enseña que los hombres han perdido su sabor y están corrompidos por el pecado. Por ello exige a todos sus discípulos aquellas virtudes que son más necesarias y útiles para el cuidado de los demás» (Homilía sobre San Mateo 15, 6).
Lo único importante es que Cristo sea anunciado, conocido y amado. Él es el que actúa por medio de los apóstoles de entonces y de ahora. Así lo expresa San Agustín:
«Podemos amonestar con el sonido de nuestra voz, pero si dentro no está el que enseña, vano es nuestro sonido... Os hable Él, pues, interiormente, ya que ningún hombre está allí de maestro» (In 1 Jn. 2,4).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Hechos 4,13-21
Continúa la escena de ayer: los apóstoles están delante de las autoridades, después de haber pasado la noche en la cárcel.
Los miembros del Sanedrín no saben qué hacer. No acaban de entender la valentía y el aplomo de unas personas incultas que dan testimonio de Jesús a pesar de todas las prohibiciones. Los que se creen sabios no han captado la voluntad de Dios, y los sencillos sí. Pero de por medio está el milagro que acaban de hacer los apóstoles con el paralítico, que les ha dado credibilidad ante todo el pueblo.
La nueva prohibición se encuentra, de nuevo, con la respuesta de Pedro, lúcido y decidido a continuar con su testimonio sobre Jesús. «No podemos menos de contar lo que hemos visto y oído». Los apóstoles muestran una magnífica libertad interior: los acusados responden acusando al tribunal por no querer entender los planes de Dios y el mesianismo de Jesús. Nadie les podrá hacer callar a partir de ahora.
Éste es el fin del primer enfrentamiento con las autoridades de Israel. Luego vendrán otros, hasta que se consume la dispersión de los cristianos fuera de Jerusalén.
De nuevo el salmo 117, mesiánico y pascual, nos ayuda a entrar aún más en la gozosa convicción de esta semana: «hay cantos de victoria en las tiendas de los justos... no he de morir, viviré para contar las hazañas del Señor».
2. Marcos 16, 9-15
a) Hoy leemos el final del evangelio de Marcos.
Desde luego, los apóstoles no están muy dispuestos a creer fácilmente la gran noticia de la resurrección de Jesús. Parece como si el evangelista quisiera subrayar esta incredulidad.
Primero es una mujer, María Magdalena, la que les anuncia su encuentro con el Resucitado. Y no le creen. Luego son los dos de Emaús, y tampoco a ellos les dan crédito. Finalmente se aparece Jesús a los once, y les echa en cara su incredulidad.
La palabra final que les dirige es el envío misionero: «id al mundo entero y predicad el evangelio a toda la creación».
b) También nosotros, los cristianos de hoy, hemos recibido el mismo encargo: predicad la buena noticia de Cristo Jesús por toda la tierra.
Pudiera ser que también nosotros, en alguna etapa de nuestra vida, sintiéramos dificultades en nuestra propia fe. A todos nos puede pasar lo que a los apóstoles, que tuvieron que recorrer un camino de maduración desde la incredulidad del principio hasta la convicción que luego mostraron ante el Sanedrín.
Ojalá tuviéramos la valentía de Pedro y Juan, y diéramos en todo momento testimonio vivencial de Cristo. Ojalá pudiéramos decir: «no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído». Para eso hace falta que hayamos tenido la experiencia del encuentro con el Resucitado.
La evangelización, el anuncio de la Buena Noticia de Cristo, ha sido siempre difícil. Desde la primera generación hay quien no quiere escuchar el anuncio de Cristo Resucitado, que comporta un estilo de vida especial y un evangelio que abarca toda la existencia y revoluciona los criterios familiares y sociales. Los profetas que osan dar el testimonio van a parar a la cárcel o a la muerte.
Pero la dificultad mayor no viene de fuera, sino de dentro. Si un cristiano no siente dentro la llama de la fe y no está lleno de la Pascua, no habla, no da testimonio. Mientras que cuando uno tiene la convicción interior no puede dejar de comunicarla. El que tiene una buena noticia no se la puede quedar para sí mismo. El río que lleva agua, la tiene que conducir hacia abajo, por más diques que le pongan. Lo peor es si el río está seco y no lleva agua: entonces no hace falta que le pongan diques, y no podrá dar origen a ningún pantano. Si el cristiano no tiene convicciones ni ha experimentado la presencia del Señor, entonces no hace falta ni que le amenacen: él mismo se callará porque no tiene ninguna noticia que comunicar.
Cada vez que celebramos la Eucaristía, después de haber escuchado la Palabra salvadora de Dios y haber recibido a Cristo mismo como alimento, tendríamos que salir a la vida - a nuestra familia, a nuestro trabajo, a nuestra comunidad religiosa- con esta actitud misionera y decidida: aunque, como a la Magdalena o a los de Emaús, no nos crean. No por eso debemos perder la esperanza ni dejar de intentar hacer creíble nuestro testimonio de palabra y de obra en el mundo de hoy.
«Nosotros no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído» (I lectura)
«El Señor es mi fuerza y mi energía, él es mi salvación» (salmo)
«No he de morir, viviré para contar las hazañas del Señor» (salmo)
«Este es el día en que actuó el Señor,sea nuestra alegría y nuestro gozo» (aleluya)
«Que estos misterios pascuales sean para nosotros fuente de gozo incesante» (ofrendas)
«Los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo, os habéis revestido de Cristo» (comunión)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 4,13-21.
Pedro y Juan han recibido en verdad, según la promesa de Jesús, «una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios»: estos últimos se encuentran, evidentemente, con dificultades. El fragmento está dominado, por una parte, por la fuerza de los hechos que se imponen y, por otra, por la voluntad de ocultarlos. Los hechos son la curación constatada y clamorosa; son todo lo que Pedro y Juan han visto y oído. Por otra parte, está el poder que quiere defenderse de la irrupción de los hechos, con su poder de desestabilización. Los hechos están acreditados por «hombres del pueblo y sin cultura», que pasan de acusados a acusadores.
Frente a la idea de prohibir «enseñar en el nombre de Jesús» -y en esto se muestra perspicaz el sanedrín, porque el peligro procede de ese «nombre», la verdadera novedad-, la respuesta de Pedro y Juan es la apelación a la evidencia: no pueden callar lo que han visto y oído. Se trata de la conciencia de que hablar de estas cosas era voluntad de Dios, un mandato divino frente al cual los preceptos humanos pierden su consistencia. No hay amenaza humana que pueda oponerse a la fuerza del testimonio de los apóstoles, porque está con ellos la fuerza irresistible de Dios.
Evangelio: Marco 16,9-15
El texto es un añadido que sirve de conclusión al evangelio de Marcos. Está redactado por otra mano, aunque pertenece a la época apostólica. Incluye la aparición de Jesús resucitado a María Magdalena, que fue a anunciar a los discípulos incrédulos el acontecimiento de la resurrección (vv. 9-11); la aparición del Señor con aspecto de peregrino a los dos discípulos de Emaús, que se volvían a su pueblo (vv. 12s) y, por último, la aparición del Resucitado a los Once, reunidos en torno a la mesa, esto es, recogidos en la celebración eucarística, a quienes reprocha su incredulidad y su actitud refractaria ante el testimonio de algunos discípulos (vv 14s).
Sólo la presencia directa de Jesús liberará a los apóstoles de su dureza de corazón y los transformará en verdaderos creyentes. Al subrayar la incredulidad de los discípulos, típica de todo el evangelio de Marcos, el evangelista pretende poner de relieve que la resurrección no es fruto de una imaginación ingenua o de alguna sugestión colectiva de los seguidores del Nazareno, sino don del Padre en favor de aquel que se había hecho obediente hasta la muerte para la salvación de toda la humanidad.
Como conclusión, el Resucitado envía a los discípulos al mundo para que prolonguen su misión y desarrollen la actividad evangelizadora junto con el Señor: «Id por todo el mundo y proclamad la buena noticia a toda criatura» (v 15).
MEDITATIO
Es mejor obedecer a Dios que a los hombres: se trata de un criterio que hemos de desenterrar frente a la prepotencia del mundo. Este, a través de los medios de comunicación y de otros medios todopoderosos, pretende nivelar el modo de pensar y de valorar típico del cristianismo, tomando como rasero el nivel del consumo y de los horizontes exclusivamente intramundanos. La identidad cristiana está padeciendo una agresión cada vez más abierta, aunque la mayoría de las veces soft y solapada, que hace pasar por normal y obvio lo que con frecuencia no es más que un comportamiento detestable.
En nombre de la voluntad superior de Dios es preciso entablar un verdadero «combate cultural» destinado a desenmascarar el peligro de la homologación pagana. Pero éste presupone un «combate espiritual» en nombre de una experiencia fuerte de Cristo. No se puede acallar la experiencia de la salvación, la experiencia de ser amados y acompañados en la vida por el amor de Dios. No se puede vivir como si este amor no existiera ni actuara en la historia. Hay aquí una invitación ulterior al testimonio abierto y valiente, que no quiere imponer nada, pero que tampoco quiere recibir imposiciones para ocultar lo más querido, lo más dulce, lo más importante que mueve nuestra vida.
ORATIO
Ilumina, Señor, mi mente y mi corazón, para que me dé cuenta de con cuánta frecuencia obedezco en realidad más a los hombres que a ti, de lo contaminado que estoy por la mentalidad de este mundo, de la gran cantidad de seducciones de que soy víctima, de la gran cantidad de sirenas que me fascinan. A veces me doy cuenta, casi de improviso, de que, de hecho, estoy pensando y juzgando según los criterios del mundo y no según los tuyos. Descubro que me inclino a los ídolos fáciles, ligeros, envolventes, omnipresentes.
Ilumina las profundidades de mi ser, los estratos más escondidos de mi personalidad, los puntos menos conscientes de mi sensibilidad, para que tenga el valor de proceder a una revisión, de revisar mi modo de situarme frente a la mentalidad corriente. Haz, Señor, que tu Palabra descienda a los subterráneos de mi psique, a las sinuosidades de mi corazón, para que piense siguiendo tus criterios, para que te obedezca, para que nunca -por inconsciencia o por temor, por homologación o debilidad- tenga yo que obedecer a los hombres más que a ti o en contra de ti.
CONTEMPLATIO
Podemos preguntarnos: ¿pienso acaso, en conciencia, como cristiano? ¿Se inspira mi estado de ánimo en la verdad que Cristo nos ha enseñado? ¿No estamos inclinados más bien a tomar como guía de nuestros pensamientos, de nuestros juicios, de nuestras acciones, nuestro estado de ánimo personal, con una autonomía que con mucha frecuencia no admite consejos ni comparaciones? ¿Podemos afirmar de verdad, siendo celosos como somos de nuestra independencia, de nuestra libertad, que tenemos el ánimo libre? ¿No deberíamos admitir más bien que hay una gran cantidad de otros elementos que se sobreponen a nuestro juicio consciente para forjar nuestra mentalidad? Ciertamente, no podemos escapar de su influencia, pero debemos permanecer con una actitud crítica frente a todo esto y preguntarnos con una vigorosa libertad interior: ¿es cristiano todo esto? ¿Pienso verdaderamente como cristiano? El cristiano es un ser nuevo, original, feliz, como afirma también Pascal: «Nadie es feliz como un verdadero cristiano, nadie es tan razonable, virtuoso, amable» (Pensamientos, 541) (Pablo VI, Audiencia general del 8 de enero de 1975, passim).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres» (Sal 118,8).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Nosotros, hombres de hoy, aunque nos consideremos en comunión con la religión cristiana -una comunión que muy a menudo se calla, se minimiza o se seculariza, poseemos rara vez o de forma incompleta el sentido de la novedad de nuestro estilo de vida. A menudo nos mostramos conformistas.
El miedo al «qué dirán» nos impide presentarnos por lo que somos, esto es, como cristianos, como personas que libremente han optado por un determinado estilo de vida, austero ciertamente, aunque superior y lógico. La Iglesia nos dice entonces: «Cristiano, sé consciente, coherente, fiel, fuerte. En una palabra: sé cristiano». «Renovad el espíritu de vuestra mente» (Ef 4,23). La palabra espiritual se refiere a la gracia, esto es, al Espíritu Santo. Por eso diremos con san Ignacio de Antioquía: «Aprendamos a vivir según el cristianismo» (Ad Magnesios, 10). En esto consiste la renovación del Concilio. «Quien tenga oídos para oír, que oiga» (Pablo VI, Audiencia general del 8 de enero de 1975, passim).