Miércoles I de Pascua (Semana in albis) – Homilías
/ 27 marzo, 2016 / Tiempo de PascuaLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Hch 3, 1-10: Te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo, levántate y anda
Sal 104, 1-2. 3-4. 6-7. 8-9: Que se alegren los que buscan al Señor
Lc 24, 13-35: Lo reconocieron al partir el pan
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
Entrada: «Venid vosotros, benditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde la Creación del mundo. Aleluya» (Mt 25,34).
Colecta (del Misal anterior y antes de los Sacramentarios Gelasiano y Gregoriano): «Oh Dios, que todos los años nos alegras con la solemnidad de la resurrección del Señor; concédenos, a través de la celebración de estas fiestas, llegar un día a la alegría eterna».
Ofertorio: «Acepta, Señor, este sacrificio, con el que has redimido a todos los hombres, y concédenos bondadosamente la salud del alma y del cuerpo».
Comunión: «Los discípulos conocieron al Señor Jesús al partir el pan. Aleluya» (Lc 24,35).
Postcomunión: «Te pedimos, Señor, que la participación en los sacramentos de tu Hijo nos libre de nuestros antiguos pecados y nos transforme en hombres nuevos».
?Hechos 3,1-10: Te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo, echa a andar. Lo que actúa en San Pedro al curar a este lisiado de la Puerta Hermosa del Templo en Jerusalén, es el Nombre de Jesucristo, esto es, su Persona y su fuerza.
Sobre el Nombre de Jesús dice San Bernardo:
«El nombre de Jesús no es solamente Luz, es también manjar. ¿Acaso no te sientes confortado cuantas veces lo recuerdas? ¿Qué otro alimento como él sacia así la mente del que medita? ¿Qué otro manjar repara así los sentidos fatigados, esfuerza las virtudes, vigoriza la buenas y honestas costumbres y fomenta las castas afecciones? Todo alimento del alma es árido si con este óleo no está sazonado; es insípido si no está condimentado con esta sal. Si escribes, no me deleitas, a no ser que lea el nombre de Jesús. Si disputas o conversas, no me place, si no oigo el nombre de Jesús. Jesús es miel en la boca, melodía en los oídos, alegría en el corazón. ¿Está triste alguno de vosotros? Venga a su corazón Jesús, y de allí salga a la boca. Y he aquí que apenas aparece el resplandor de este nombre desaparecen todas las nubes y todo queda sereno» (Sermón 15 sobre el Cantar 1.2).
?Las grandes maravillas de Dios en favor de su pueblo culminan con la resurrección de Jesús, primicia de los que resucitaremos. Cantemos con el Salmo 104 al Señor, que ha sido fiel a sus promesas, haciendo maravillas con su pueblo al nombre de Jesús: «Dad gracias al Señor, invocad su nombre, dad a conocer sus hazañas a los pueblos, cantadle al son de instrumentos, hablad de sus maravillas. Gloriaos de su nombre santo, que se alegren los que buscan al Señor. Recurrid al Señor y a su poder, buscad continuamente su rostro. ¡Estirpe de Abrahán, su siervo; hijos de Jacob, su elegido! Él Señor es nuestro Dios, Él gobierna toda la tierra».
?Lucas 24,13-35: Reconocieron a Jesús al partir el pan. Aparición a los discípulos de Emaús. A Jesús se le sigue encontrando en su Palabra, en la Eucaristía, en los hermanos, en los pobres y necesitados. Comenta San Gregorio Magno:
«En verdad les dirigió la palabra, les reprendió su dureza de entendimiento, les descubrió los misterios de la Escritura Sagrada que a Él se referían... Fingió ir más lejos. Convenía probarlos por si podían amarle, al menos como extraño, los que como a Dios no le amaban todavía. Pero, como no podían ser extraños a la caridad los hombres con quienes la Verdad caminaba, le ofrecen hospitalidad... Ponen pues la mesa, presentan pan y manjares; y en el partir el pan conocen a Dios, a quien en la explicación de la Sagrada Escritura no habían conocido. Al escuchar, por lo tanto, los preceptos de Dios, no fueron iluminados; pero sí lo fueron al cumplirlos, porque escrito está: ?No son justos ante Dios los oyentes de la ley, sino que serán justificados los que la observen?. Así pues, todo el que quiera entender lo que ha oído, apresúrese a poner por obra todo lo que ha podido oir. He aquí que el Señor no es conocido mientras habla, y se digna ser reconocido cuando le sustentan» (Homilía 23 sobre los Evangelios).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Hechos 3,1-10
Pedro y Juan curan en nombre de Jesús al paralítico del templo, a la hora del sacrificio de la tarde.
Qué bien cuenta Lucas el episodio: el pobre mendigo a la puerta del templo -como se ve, fenómeno antiguo-, la mirada fija del mendigo que espera algo, la mirada también fija de Pedro, el contacto de la mano, las palabras breves y solemnes: «en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar», y la curación progresiva del buen hombre hasta seguirles dando brincos al Templo, ante la admiración de la gente.
La fuerza salvadora, que en vida de Jesús brotaba de él, curando a los enfermos y resucitando a los muertos, es ahora energía pascual que sigue activa: el Resucitado está presente, aunque invisible, y actúa a través de su comunidad, en concreto a través de los apóstoles, a los que había enviado a «proclamar el Reino de Dios y a curar» (Le 9,2). No tendrán medios económicos, pero sí participan de la fuerza del Señor.
2. Lucas 24,13-35
a) Otro magnífico relato de Lucas, ahora en su evangelio, con la descripción psicológicamente magistral del «viaje de ida y vuelta» de los dos discípulos desde la comunidad a su casita propia y desde la casita propia de nuevo a la comunidad, desde Jerusalén a Emaús y desde Emaús a Jerusalén, que es donde tenían que haberse quedado, porque no hay que abandonar a la comunidad sobre todo en momentos difíciles.
El viaje de ida es triste, en silencio, con sentimientos de derrota y desilusión: «nosotros esperábamos...». No reconocen al caminante que se les junta. Siempre es difícil reconocer al Resucitado, como en el caso de laMagdalena, sobre todo cuando los ojos están tristes y cerrados. Se ha desmoronado su fe, que estaba mal fundamentada. No creen en la resurrección, a pesar de que algunas mujeres van diciendo que han visto el sepulcro vacío.
El viaje de vuelta es exactamente lo contrario: corren presurosos, llenos de alegría, los ojos abiertos ahora a la inteligencia de las Escrituras, comentando entre ellos la experiencia tenida, impacientes por anunciarla a la comunidad.
En medio ha sucedido algo decisivo: el Señor Jesús les ha salido al encuentro -Buen Pastor que quiere recuperar a sus ovejas perdidas-, dialoga con ellos, les deja hablar exponiendo sus dudas, les explica las Escrituras sobre cómo el Mesías había de pasar por la muerte para cumplir su misión, y finalmente le reconocen en la fracción del pan, aunque luego recuerdan que ya ardía su corazón cuando les explicaba las Escrituras. En el momento en que, como la Magdalena con el hortelano, le quieren retener -«quédate con nosotros»-, Jesús desaparece.
Dicen los expertos que Lucas, sin pretender contarnos que la escena fuera celebración eucarística -impensable todavía, antes de Pentecostés- ha querido dejarnos en este último capítulo de su evangelio como una catequesis historizada de esta importante convicción: Cristo Jesús sigue también presente a las generaciones siguientes, los que no hemos tenido la suerte de verle en su vida terrena. Y está presente en los tres grandes momentos en que los discípulos de Emaús le encontraron: en la fracción del pan, en la proclamación de su Palabra y en la Comunidad. Que son precisamente los tres momentos primordiales de nuestra celebración: la Comunidad reunida, la Palabra escuchada y la Eucaristía recibida como alimento: los tres «sacramentos» del Señor Resucitado.
b) Pascua no es un recuerdo. Es curación, salvación y vida hoy y aquí para nosotros. El Señor Resucitado nos las comunica a través de su Iglesia, cuando proclama la Palabra salvadora y celebra sus sacramentos, en especial la Eucaristía.
También a nosotros nos puede pasar que experimentemos alguna vez la parálisis del mendigo y la desesperanza de los dos discípulos: enfermedades que nos pueden afectar, y que en Pascua el Señor Resucitado quiere curar, si le dejamos.
Muchos cristianos, jóvenes y mayores, experimentamos en la vida, como los dos de Emaús, momentos de desencanto y depresión. A veces por circunstancias personales. Otras, por la visión deficiente que la misma comunidad puede ofrecer. El camino de Emaús puede ser muchas veces nuestro camino. Viaje de ida desde la fe hasta la oscuridad, y ojalá de vuelta desde la oscuridad hacia la fe. Cuántas veces nuestra oración podría ser: «quédate con nosotros, que se está haciendo de noche y se oscurece nuestra vida». La Pascua no es para los perfectos: fue Pascua también para el paralítico del templo y para los discípulos desanimados de Emaús.
En medio, sobre todo si alguien nos ayuda, deberíamos tener la experiencia del encuentro con el Resucitado. En la Eucaristía compartida. En la Palabra escuchada. En la comunidad que nos apoya y da testimonio. Y la presencia del Señor curará nuestros males. ¿Nos ayuda alguien en este encuentro? ¿ayudamos nosotros a los demás cuando notamos que su camino es de alejamiento y frialdad?
El relato de Lucas, narrado con evidente lenguaje eucarístico, quiere ayudar a sus lectores -hoy, a nosotrosa que conectemos la misa con la presencia viva del Señor Jesús. Pero a la vez, de nuestro encuentro con el Resucitado, si le hemos sabido reconocer en la Palabra, en la Eucaristía y en la Comunidad, ¿salimos alegres, presurosos a dar testimonio de él en nuestra vida, dispuestos a anunciar la Buena Noticia de Jesús con nuestras palabras y nuestros hechos? ¿imitamos a los dos de Emaús, que vuelven a la comunidad, y a las mujeres que se apresuran a anunciar la buena nueva?
Si es así, eso cambiará toda nuestra jornada.
«Todos los años nos alegras con la solemnidad de la resurrección del Señor» (oración)
«Dad gracias al Señor, invocad su nombre,dad a conocer sus hazañas a los pueblos» (salmo)
«Este es el día en que actuó el Señor,sea nuestra alegría y nuestro gozo» (aleluya)
«Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída» (evangelio)
«Los discípulos conocieron al Señor Jesús al partir el pan» (comunión)
«Que la participación en los sacramentos
nos transforme en hombres nuevos» (poscomunión)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 3,1-10
Pedro continúa la práctica liberadora de Jesús, no sólo con el anuncio, sino también con las obras milagrosas. Éstas manifiestan que ha llegado la salvación al mundo. Este milagro dará ocasión a un nuevo discurso de explicación y de anuncio. También Pedro, gracias al nombre de Jesús, aparece «acreditado por Dios mediante milagros, prodigios y signos» y, en consecuencia, autorizado a anunciar la novedad cristiana.
El relato es vivaz: el templo figura aún en el centro de la piedad de la primera comunidad cristiana, que todavía no ha roto con las costumbres judías. Pedro, ante una de las puertas más famosas del edificio, encuentra a un mendigo paralítico de nacimiento y, como no tiene «ni oro ni plata», le ordena que se levante y camine: «En nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar». Lo que sigue es un relato «de resurrección»: el paralítico entra finalmente en el templo -del que le había excluido su enfermedad- «saltando y alabando a Dios». Es un hombre «reconstruido» física y espiritualmente el que Pedro restituye a la vida. La resonancia que tuvo esta curación fue enorme: la gente, llena «de admiración y pasmo», acudió en gran cantidad junto al pórtico de Salomón, donde Jesús discutía con los judíos y donde se reunían los cristianos de Jerusalén para escuchar las enseñanzas de los apóstoles (Hch 5,12). Aquí se dispone Pedro a dar la explicación del acontecimiento.
Evangelio: Lucas 24,13-35
El episodio de la aparición de Jesús resucitado a los dos discípulos de Emaús presenta el camino de fe de la vida cristiana basado en el doble fundamento de la Palabra de Dios y de la eucaristía. Esta experiencia del Señor aparece descrita a lo largo de dos momentos decisivos: a) el alejamiento de los discípulos de Jerusalén, es decir, de la comunidad, de la fe en Jesús, para volver a su viejo mundo (vv. 13-29); b) la vuelta a Jerusalén con la recuperación de la alegría y la fe por parte de la comunidad de los discípulos (vv. 30-35). En el primer momento de desconcierto, Jesús, con el aspecto de un viajante, se acerca a los discípulos desalentados y tristes, y conversando con ellos les ayuda, por medio del recurso a la Escritura, a leer el plan de Dios y a recuperar la esperanza perdida: «Y empezando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que decían de él las Escrituras» (v 27). Ahora que el corazón se les ha calentado de nuevo, quieren llevarse con ellos al peregrino a la mesa y, mientras parte el pan, reconocen al Señor: «Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron» (v 31).
La catequesis de Lucas es muy clara: cuando una comunidad se muestra disponible a la escucha de la Palabra de Dios, que está presente en las Escrituras, y pone la eucaristía en el centro de su propia vida, llega gradualmente a la fe y hace la experiencia del Señor resucitado. La Palabra y la eucaristía constituyen la única gran mesa de la que se alimenta la Iglesia en su peregrinación hacia la casa del Padre. Los discípulos de Emaús, a través de la experiencia que tuvieron con Jesús, comprendieron que el Resucitado está allí donde se encuentran reunidos los hermanos en torno a Simón Pedro.
MEDITATIO
En nuestros días hay hambre y sed de milagros. La gente no sonríe ya con suficiencia, como hace algunos años, con respecto a los presuntos prodigios, sino que los busca y acude a los lugares donde tienen lugar. Los medios de comunicación social los hacen espectaculares y los «obradores de prodigios» corren el riesgo de ser idolatrados. Pero tanto Pedro y Juan como Pablo y Bernabé (Hch 14,14ss) corrigen al pueblo y dicen de manera clara que no debe concentrarse en torno a sus personas, sino en torno al poder del nombre de Jesús. Quien tenga fe en este nombre, quien lo invoque, también podrá obtener hoy milagros.
También hoy es posible realizar prodigios, pero es Dios el que los realiza a través de la oración y la fe. Hay, efectivamente, situaciones tan dolorosas y penosas que nos hacen invocar el milagro y nos impulsan a dirigirnos a personas consideradas particularmente próximas a Dios. Pero esas personas, la mayoría de las veces, no tienen «ni plata ni oro»: viven en medio de la humildad y de la oración. Nosotros, alejados tanto del escepticismo de quienes excluyen la posibilidad o la oportunidad de los milagros, como del fanatismo con los curanderos y el papanatismo más o menos supersticioso, nos confiamos a la oración y a la fe para obtener la intervención extraordinaria de Dios en casos extremos, dejándole a él, que lo sabe todo, la decisión final. Dios no abandona a su pueblo, y lo socorre también con intervenciones extraordinarias, especialmente a través de la oración de sus siervos, que, confiando sólo en él, no tienen necesidad ni de oro ni de plata.
ORATIO
Concédeme, Señor, la actitud justa respecto a tu acción en el mundo. Suprime en mí el papanatismo y la búsqueda de «signos y prodigios», como si tú tuvieras que demostrar que existes. Extirpa en mí el corazón cerrado a admitir que tú puedes intervenir, incluso de forma extraordinaria, cuando y como quieras. Concédeme el espíritu de discernimiento para que sepa reconocer tu presencia y la distinga del papanatismo y la superstición. Concédeme, sobre todo, la fe sencilla de quien no se confía a los prodigios, aunque también la fe ardiente de quienes se atreven a pedírtelos, sin enojarse cuando no los concedes.
Hazme comprender asimismo que no debo poner mi confianza exclusivamente en los medios humanos para la implantación del Reino de Dios, sino que seré eficaz en la medida en que me mantenga alejado del oro y de la plata. Porque el milagro más grande que nos brindas es la existencia de personas que confían en ti de tal modo que viven pobres y humildes. Es a ellas a quienes concedes, normalmente, la obtención de milagros para el alivio y la alegría de tu pueblo.
CONTEMPLATIO
A través del desprendimiento y la pobreza es como podremos volver a encontrar nuestro lugar en el corazón de los pueblos. Cuanto más pobres y desinteresados seamos, menos exigentes seremos, más amigos seremos del pueblo y más fácil nos resultará hacer el bien. La pobreza es hoy más necesaria que nunca para luchar contra el mundo, contra el lujo y contra el bienestar que crece por doquier. Si el cristiano hace como el mundo, ¿cómo podrá guiarlo e instruirlo? Cuanto más grande es el desprendimiento interior y exterior en un alma, más abunda la gracia en ella, más abundan la luz y el Espíritu de Dios en ella.
La conformidad exterior con nuestro Señor es un medio para llegar a la conformidad interior. A través de la pobreza, de la humildad y de la muerte es como Jesucristo engendró a su Iglesia, y de ese mismo modo es como la engendraremos nosotros. Toda obra de Dios debe llevar, por encima de todo, el sello de la pobreza y del sufrimiento (A. Chevrier).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«No tengo plata ni oro, pero ¡en nombre de Jesús, echa a andar!» (cf. Hch 3,6).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
¿Cómo podremos abrazar la pobreza como camino que lleva a Dios cuando todos a nuestro alrededor quieren hacerse ricos? La pobreza tiene muchas modalidades. Debemos preguntarnos: «¿Cuál es mi pobreza?». iEs la falta de dinero, de estabilidad emotiva, de alguien que me ame? ¿Falta de garantías, de seguridad, de confianza en mí mismo? Cada persona tiene un ámbito de pobreza. ¡Ese es el lugar donde Dios quiere habitar! «Bienaventurados los pobres», dice Jesús (Mt 5,3). Eso significa que nuestra bendición está escondida en la pobreza.
Estamos tan inclinados a esconder nuestra pobreza y a ignorarla que perdemos a menudo la ocasión de descubrir a Dios. El mora precisamente en ella. Debemos tener la audacia de ver nuestra pobreza como la tierra en la que está escondido nuestro tesoro (H. J. M. Nouwen, Pane per il viaggio, Brescia 1997, p. 249 [trad. esp.: Pan para el viaje, PPC, Madrid 1999]).