Martes I de Pascua (Semana in albis) – Homilías
/ 27 marzo, 2016 / Tiempo de PascuaLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Hch 2, 36-41: Convertíos y sea bautizao cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo
Sal 32, 4-5. 18-19. 20 y 22: La misericordia del Señor llena la tierra
Jn 20, 11-18: He visto al Señor y ha dicho esto
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
-Hechos 2,36-41: Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo. Ante el mensaje apostólico sólo cabe una actitud por parte de los judíos y para los paganos que sean de recto corazón: dejar la senda descarriada por medio de la conversión, la fe y el bautismo, que confiere el perdón de los pecados y el don del Espíritu. Para todos es necesario estar en estado de conversión permanente, pasar de un grado menos perfecto a un grado más perfecto en la vida cristiana. Esto es para nosotros vivir continuamente en misterio pascual. Sobre esta permanente conversión, Rabano Mauro dice:
«Todo pensamiento que nos quita la esperanza de la conversión proviene de la falta de piedad; como una pesada piedra atada a nuestro cuello, nos obliga a estar siempre con la mirada baja, hacia la tierra, y no nos permite alzar los ojos hacia el Señor» (Tres libros a Bonosio 3,4).
Y Juan Pablo II ha escrito: «El auténtico conocimiento de Dios, Dios de la misericordia y del amor benigno, es una constante e inagotable fuente de conversión, no solamente como momentáneo acto interior, sino también como disposición estable, como estado de ánimo. Quienes llegan a conocer de este modo a Dios, quienes lo ven así, no pueden vivir sino convirtiéndose sin cesar a Él. Viven, pues, en un estado de conversión, es este estado el que traza la componente más profunda de la peregrinación de todo el hombre por la tierra en estado de viador» (Dives in misericordia 13).
-En el plan salvador de Dios, fruto de su misericordia, la resurrección ocupa un lugar central. Dios resucitó a Jesús y resucitará a todos los que creen en Él, en una resurrección de gloria, porque de su misericordia está llena la tierra. Así lo proclamamos con el Salmo 32: «La palabra del Señor es sincera, y todas sus acciones son leales; Él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra. Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre. Nosotros aguardamos al Señor: Él es nuestro auxilio y escudo. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de Ti».
-Juan 20,11-18: He visto al Señor y ha dicho esto. Jesús se aparece a María Magdalena, que ha venido a llorar junto al sepulcro. Tras un momento de duda, ella reconoce al Maestro y recibe de éste la orden de anunciar a los discípulos que va a subir al Padre. Comenta San Agustín:
«Al volverse los hombres, un afecto más fuerte sujetaba al sexo más débil en el mismo lugar. Y los ojos que habían buscado al Señor, sin encontrarlo, se deshacían en lágrimas, sintiendo mayor dolor por haber sido llevado del sepulcro que por haber sido muerto en la Cruz, porque ya no quedaba recuerdo de su excelente Maestro, cuya vida les había sido arrebatada. Este dolor sujetaba a la mujer al lado del sepulcro» (Tratado 121,1 sobre el Evangelio de San Juan).
Y San Gregorio Magno dice también:
«Llorando, pues, María se inclinó y miró en el sepulcro. Ciertamente había visto ya vacío el sepulcro, ya había publicado que se habían llevado al Señor. ¿Por qué, pues, vuelve a inclinarse y renovar el deseo de verle? Porque al que ama, no le basta haber mirado una sola vez, porque la fuerza del amor aumenta los deseos de buscar. Y, efectivamente, primero le buscó, y no le encontró; perseveró en buscarle y le encontró. Sucedió que, con la dilación, crecieron sus deseos, y creciendo, consiguió encontrarle» (Homilía 25 sobre los Evangelios).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Hechos 2,36-41
Pedro termina su discurso de Pentecostés ante el pueblo reunido, con claridad y valentía. El que antes de la Pascua aparecía con frecuencia lento en entender los planes de Jesús, ahora está lúcido y ha madurado en la fe, conducido por el Espíritu. Pedro proclama el acontecimiento de la Pascua desde la perspectiva mesiánica: al Jesús a quien sus enemigos han llevado a la muerte, Dios, al resucitarle, le ha constituido Señor y Mesías, le ha «autentificado» ante todos en el acontecimiento de la Pascua.
Lucas nos describe el camino de la iniciación cristiana, con sus diversas etapas:
- - muchos oyentes se dejan convencer por el testimonio de Pedro y preguntan: ¿qué hemos de hacer?,
- - Pedro les dice que se conviertan, que abandonen su camino anterior, equivocado, propio de una «generación perversa»,
- - o sea, que crean en Cristo Jesús,
- - y los que crean, que reciban el bautismo de agua en nombre de Jesús, bautismo que les dará el perdón de sus pecados y el don del Espíritu,
- - bautismo que es universal, para todos los que se sientan llamados por Dios,
- - y así se incorporen a la comunidad eclesial, a la comunidad del Resucitado, que empieza a crecer nada menos que con tres mil nuevos miembros
Este programa, que va desde la evangelización hasta el bautismo y la vida eclesial, se irá repitiendo generación tras generación, con más o menos énfasis en cada una de sus etapas.
Podemos cantar, con el salmo, que «la misericordia del Señor llena la tierra».
2. Juan 20,11-18
a) Esta vez es Juan el que nos cuenta el encuentro de María Magdalena con el Resucitado.
Es una mujer llena de sensibilidad, decidida, que ha sido pecadora, pero que se ha convertido y cree en Jesús y le ama profundamente. Ha estado al pie de la cruz. Ahora está llorando junto al sepulcro.
Se ve claramente que tanto las mujeres como los demás discípulos no estaban demasiado predispuestos a tomar en serio la promesa de la resurrección. La única interpretación que se le ocurre a la Magdalena, ante la vista de la tumba vacía, es que han robado el cuerpo de su Señor, y está dispuesta a hacerse cargo de él, si le encuentra: «yo lo recogeré».
En las diversas apariciones del Señor sus discípulos no le reconocen fácilmente: unos lo confunden con un caminante más, otros con un fantasma, y Magdalena con el hortelano. El Resucitado no es «experimentable» como antes: está en una existencia nueva, y él se manifiesta a quien quiere y cuando quiere. Eso sí, los que se encuentran con él quedan llenos de alegría y su vida cambia por completo.
Magdalena le reconoce cuando Jesús pronuncia su nombre: «María». Es la experiencia personal de la fe. Jesús había dicho que el Buen Pastor conoce a sus ovejas una a una. La fe y la salvación siempre son nominales, personalizadas, tanto en la llamada como en la respuesta.
Magdalena recibe una misión: no puede quedarse allí, no puede «retener» para sí al que acaba de encontrar resucitado, sino que tiene que ir a anunciar la buena noticia a todos. Se convierte así, como vimos ayer de las demás mujeres, en «apóstol de los apóstoles».
b) Ojalá también nosotros, ante el acontecimiento de la Pascua, nos dejemos ganar por Cristo.
La Pascua que hemos empezado a celebrar nos interpela y nos provoca: quiere llenarnos de energía y de alegría. Se tendrá que notar en nuestro estilo de vida que creemos de verdad en la Pascua del Señor: que él ha resucitado, que se nos han perdonado los pecados, que hemos recibido el don del Espíritu y pertenecemos a su comunidad, que es la Iglesia.
Ayudados por la fe, seguramente hemos «oído» que también a nosotros el Señor nos ha mirado y ha pronunciado nuestro nombre, llamándonos a la vida cristiana, o a la vida religiosa o sacerdotal. El popular canto de Gabarain, lleno de sentimiento, está inspirado por tantas escenas del evangelio, además del caso de la Magdalena: «me has mirado a los ojos, sonriendo has dicho mi nombre». Y nosotros nos hemos dejado convencer vitalmente por esa llamada. Como los oyentes de Pedro a los que les llega su predicación al alma y preguntan qué deben hacer.
Somos enviados a anunciar la buena noticia. Pero sólo será convincente nuestro anuncio si brota de la experiencia de nuestro encuentro con el Señor.
Como Pedro y la Magdalena y las demás mujeres han quedado transformados por la Pascua, nosotros, si la celebramos bien, seremos testigos que la contagiamos a nuestro alrededor. Y los demás nos verán en nuestra cara y en nuestra manera de vida esa «libertad verdadera» y esa «alegría del cielo que ya hemos empezado a gustar en la tierra», como ha pedido la oración del día.
Claro que nosotros no acabamos de «ver» ni reconocer al Señor en nuestra vida, mucho menos que los discípulos a quienes se apareció. Pero tenemos el mérito de creer en él sin haberle visto con los ojos de la carne: «dichosos los que crean sin haber visto», como dijo Jesús a Tomás.
En la Eucaristía, tenemos cada día un encuentro pascual con el Resucitado, que no sólo nos saluda, sino que se nos da como alimento y nos transmite su propia vida. Es la mejor «aparición», que no nos permite envidiar demasiado ni a los apóstoles ni a los discípulos de Emaús ni a la Magdalena.
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 2,36-41
Pedro concluye su discurso con cierto énfasis: todos los israelitas deben tener la certeza de que Jesús es Señor y Mesías. La fe cristiana se fundamenta en el testimonio apostólico sobre la resurrección, que eleva a Jesús a la condición gloriosa de Señor y Mesías. Lucas usa aquí precisamente los dos títulos del anuncio de la buena noticia que llevaron los ángeles a los pastores (Lc 2,11), títulos plenamente realizados ahora. El testimonio de Pedro toca los corazones y se inicia la larga cadena de las conversiones. El apóstol pide el cambio de mentalidad y de comportamiento (ése es el sentido de metánoia), y el bautismo «en el nombre de Jesús», llamado simplemente «Cristo» (sin artículo): ahora ya es él el Enviado, el Mesías, el Salvador. El bautismo es signo de la conversión y apertura a la nueva vida, hecha de la destrucción del pasado de muerte y de la plenitud de vida que procede del Espíritu Santo. De este modo se cumplen las promesas tanto para los que están presentes como para los «de lejos», es decir, para los que están fuera del judaísmo.
Aparece, por último, la invitación a ponerse «a salvo de esta generación perversa», esto es, de aquellos que con su religiosidad legalista no han sido capaces de acoger la novedad revolucionaria del mensaje y de la realidad de Jesús, y lo hicieron condenar recurriendo a la mentira. La primera pesca del «pescador de hombres» fue verdaderamente milagrosa: tres mil personas recibieron sus palabras y entraron en sus redes, unas redes que llevan a las aguas de la salvación.
Evangelio: Juan 20,11-18
La dinámica narrativa de Jn 20 está guiada por un ritmo creciente que muestra el nacimiento y la consolidación de la fe de los primeros discípulos en Jesús resucitado. Tras el descubrimiento de la tumba vacía (w. 1-10), donde la fe inicial del discípulo amado constituye sólo un primer estadio de la plena fe pascual, el fragmento presenta el segundo estadio, el de la profundización de la fe en el Resucitado a través de la experiencia personal de la Magdalena: de los signos visibles de la ausencia de Jesús se pasa a su presencia viva. El discípulo queda invitado a entrar en la óptica de la fe en la persona del Señor.
El fragmento se compone de dos partes: a) la aparición de los ángeles a María (w. 11-13); b) la aparición de Jesús a la mujer (vv 14-18). María necesita ser liberada de una adhesión aún demasiado sensible al Jesús terreno. La superación de esta visión terrena permite al discípulo encontrar al Señor. María no llega a la fe enel Cristo resucitado a través de los ángeles, que sólo tienen una función de interlocutores: «Por qué lloras?» (v. 13), sino sólo cuando Jesús la llama por su nombre: «¡María!» (v 16), inaugurando en ella una nueva vida. María, una vez ha reconocido al «rabboni» (v. 16), es invitada por Jesús a anunciar a los otros discípulos el acontecimiento de la resurrección. Es ahora cuando se convierte en el símbolo de la fe plena, haciéndose en misionera y evangelizadora de la Palabra de Jesús: «Fue corriendo adonde estaban los discípulos y les anunció: "He visto al Señor"» (v 18). El encuentro de Jesús con María Magdalena y el anuncio llevado por la mujer a los hermanos contiene un gran mensaje para los discípulos de todos los tiempos: el Señor está vivo, y cada uno de nosotros debe buscarlo a través de un camino de fe, con la seguridad de que, si hace lo que le corresponde, el Señor, a su vez, no tardará en salirle al encuentro y en hacerse reconocer.
MEDITATIO
La conversión de una gran muchedumbre es, en verdad, sorprendente y milagrosa. A decir verdad, el discurso de Pedro no tiene nada de extraordinario o, al menos, no parece irresistible. Pero estamos en Pentecostés, y el Espíritu no obra sólo en Pedro, sino también en los oyentes, cuyos corazones se sienten traspasados hasta el fondo de una manera irresistible. Se impone una conclusión clara: quien convierte es el Espíritu, que da fuerza a la Palabra y la convierte en una espada de doble filo capaz de penetrar incluso en los corazones más endurecidos. Todo el libro de los Hechos de los Apóstoles, en especial los primeros capítulos, constituye la demostración de esta verdad elemental: el protagonista de la evangelización es el Espíritu Santo, que toca los corazones cuando y como quiere, según sus designios misteriosos.
En estos años se ha reflexionado mucho sobre el papel del Espíritu Santo en la evangelización, lo cual ha representado un progreso. Pero queda aún un enorme camino para considerarlo en su papel absolutamente prioritario en el orden de lo cotidiano. Para llegar lejos por este camino hace falta más oración y más paz, menos carreras y menos afanes. Toda palabra, también la Palabra, traspasa el corazón cuando es el Espíritu quien la lleva con su fuerza irresistible, con su poder a veces arrollador y a veces paciente, siempre misterioso, siempre más allá de nuestra comprensión, siempre digno de adoración.
ORATIO
Oh Espíritu Santo, qué poco te invoco y qué poco me confío a ti y a tu acción misteriosa. Por momentos lo arrollas todo, en otras ocasiones pareces ausente. Pero eres necesario para la evangelización, porque sin ti las palabras suenan vacías, mis esfuerzos son conatos estériles, mis compromisos se quedan vacíos. ¿Cómo puedo llevar la salvación si tú estás ausente? Hazme comprender interiormente tu absoluta necesidad, y la necesidad que tengo de ti, en mi acción de testigo y de evangelizador. Hazme comprender que siempre estás presente, incluso cuando el Evangelio tiene dificultades para ser acogido, dándome paz y no quitándome el valor de sembrar sin tregua. Hazme ver claro que a mí me pides la siembra y te reservas para ti los frutos. Dame, sobre todo, la seguridad de que siempre estás conmigo en cada momento de mi trabajo apostólico, porque así estaré seguro de que nunca será inútil ninguna siembra, aun cuando la mayoría de las veces serán otros los que recojan. Y la seguridad de que, en el cielo, verán mis ojos ciertamente esos frutos tan esperados de mi trabajo y del tuyo.
CONTEMPLATIO
Debemos considerar la resurrección [de Cristo], que es modelo de nuestra resurrección, o sea, de nuestra suerte. Cristo, cabeza y modelo de nuestra resurrección, ha resucitado con este objeto, para asegurarnos a nosotros, sus miembros, nuestra propia resurrección; de otro modo sería una cosa monstruosa: resucitar la cabeza sin los miembros. Por esa razón argumentaba tan bien y con tanta eficacia el Apóstol contra aquellos que negaban la resurrección, diciendo: «Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado». Ahora bien, si es necesario que Cristo haya resucitado, porque lo que sucede ahora es imposible que no haya sucedido, es necesario, en consecuencia, que los muertos resuciten: «En efecto, es necesario que este cuerpo corruptible se vista de incorruptibilidad, y este cuerpo mortal, de inmortalidad». Por consiguiente, para sembrar en los corazones de los fieles la fe en la resurrección y remover la ambigüedad de la desconfianza y de la desesperación, dice: «Si creemos, en efecto, que Jesús ha muerto y ha resucitado, también del mismo modo a aquellos que han muerto los reunirá Dios con él por medio de Jesús». Teniendo, pues, esta firme confianza, con el beato Job, no debemos entristecernos de la muerte de ningún buen cristiano, «como aquellos que no tienen esperanza» (Buenaventura, Sermones, 21,6).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Estas palabras les llegaron hasta el fondo del corazón» (Hch 2,37).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Cuando seamos libres desde el punto de vista espiritual, no deberemos mostrarnos ansiosos sobre lo que hayamos de decir o hacer en situaciones inesperadas o difíciles. Cuando no nos preocupemos de lo que los otros piensan de nosotros o de lo que vamos a ganar con lo que hacemos, entonces brotarán las palabras y las acciones justas desde el centro de nuestro ser, porque el Espíritu de Dios, que hace de nosotros hijos de Dios y nos libera, hablará y obrará a través de nosotros.
Dice Jesús: «Mas cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar. Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento. Porque no seréis vosotros Ios que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros» (Mt 10,19-20).
Continuemos confiando en el Espíritu de Dios, que vive en nosotros, a fin de que podamos vivir libremente en un mundo que sigue entregándonos a quien quiere valorarnos o juzgarnos (H. J. M. Nouwen, Pane per il viaggio, Brescia 1997, p. 121 [trad. esp.: Pan para el viaje, PPC, Madrid 1999]).