Sábado I del Tiempo de Cuaresma – Homilías
/ 6 marzo, 2017 / Tiempo de CuaresmaLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Dt 26, 16-19: Serás el pueblo santo del Señor, tu Dios
Sal 118, 1-2. 4-5. 7-8: Dichoso el que camina en la ley del Señor
Mt 5, 43-48: Sed perfectos como vuestro Padre celestial
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Deuteronomio 26,16-19: Serás un pueblo consagrado al Señor tu Dios. Para esto es necesario cumplir en todo momento la ley del Señor, su voluntad. Dios exigió a su pueblo elegido, por la alianza, la fidelidad, la adhesión total cuyo signo es la obediencia a sus mandatos. La recompensa a esa fidelidad era precisamente ser el pueblo santo del Señor.
La alianza es una realidad siempre actual. No se trata de vivir dentro de la economía antigua; pero el pasado nos sirve para definir mejor el presente, puesto que las maravillas pasadas no cesan de renovarse en la actualidad.
En cada uno de los fieles vuelve a activarse el drama del desierto, con sus beneficios y sus murmuraciones, sus bendiciones y sus alternativas; a cada uno le corresponde, por tanto escoger entre amar a Dios y obedecerle o desobedecerle y olvidarle. La recompensa prometida por Dios a quienes le sirven y le obedecen es la vida feliz y la gloria. Así pues, la ley no es tanto una serie de preceptos cuanto una actitud religiosa: «Yo seré para ti tu Dios y tú serás para Mí mi pueblo».
El cristiano no puede dar razón de su fe sino poniendo de manifiesto en su comportamiento presente la referencia a un acontecimiento original, que es la gratuidad de la elección de Dios en Jesucristo, lugar de la nueva alianza y cumplimiento de la promesa. San Ireneo dice:
«Quienes se hallan en la luz no son los que iluminan a la luz, sino que es ésta la que los ilumina a ellos; ellos no dan nada a la luz sino que reciben su beneficio, pues se ven iluminados por ella. Así sucede con el servir a Dios, que a Dios no le da nada, ya que Dios no tiene necesidad de los servicios humanos; Él, en cambio, otorga la vida, la incorrupción, la gloria eterna a los que le siguen y le sirven» (Contra las herejías 4,14,1).
–Dios nos pide que guardemos sus preceptos, que sigamos sus caminos, pues ello redunda en bien nuestro. Así nos lo confirma el Salmo 118: «Dichoso el que, con vida intachable, camina en la voluntad del Señor; dichoso el que, guardando sus preceptos, lo busca de todo corazón. Tú promulgas tus decretos, para que se observen exactamente; ojalá esté firme mi camino, para cumplir tus consignas. Te alabaré con sincero corazón, cuando aprenda tus justos mandamientos; quiero guardar tus leyes exactamente, Tú no me abandones».
San Ireneo continúa diciendo:
«Ni nos mandó que lo siguiéramos porque necesitase de nuestro servicio, sino para salvarnos a nosotros mismos. Porque seguir al Salvador equivale a participar de la salvación y seguir a la luz es lo mismo que quedar iluminado... Por eso Él requiere de los hombres que lo sirvan, para beneficiar a los que perseveran en su servicio, ya que Dios es bueno y misericordioso. Pues en la misma medida en que Dios no carece de nada, el hombre se halla indigente de la comunión con Dios.» (Ibid.)
–Mateo 5,43-48: Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. La ley suprema de Dios, que ya vimos se encuentra en el Antiguo Testamento: «sed santos como santo soy yo» se confirma aún más en el Nuevo Testamento, con Jesucristo, que nos dice que imitemos a nuestro Padre celestial, que es perfecto. La perfección de la caridad se manifiesta ante todo en el amor a los enemigos. Comenta San Agustín:
«Comprende las circunstancias y sé prudente. ¿Cuántos blasfeman contra tu Dios? Oyéndolo tú, ¿no lo oye Él? Lo sabes tú, y ¿lo ignora Él? Y con todo hace salir el sol sobre los buenos y los malos, y hace llover sobre los justos e injustos (Mt 5,45). Muestra su paciencia, difiriendo el ejercicio de su poder. Reconoce tú también las circunstancias y no dejes que los ojos se enciendan enojados... Tienes algo que hacer. Evita los altercados y dedícate a la oración. No devuelvas insulto por insulto, antes bien ora por quien te insulta. Ya que le quieres, habla a Dios por él... Abre tú los ojos a la luz; tú, envuelto en tinieblas, reconoce al hermano que está fuera de ellas... Ante el Padre tenemos una sola voz: «Padre nuestro que estás en los cielos...» ¿Por qué no tener también una misma paz?» (Sermón 357,4).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos 2
1. «Te has comprometido con el Señor a ir por sus caminos». La idea del camino describe bien nuestra vida. Moisés se lo dice hoy a su pueblo. A nosotros, en la Cuaresma, se nos recuerda de un modo más explícito que los cristianos tenemos un camino propio, un estilo de vida, el que nos traza la palabra revelada de Dios, que escuchamos cada día.
Son las exigencias internas de la Alianza: nosotros tenemos que portarnos como el pueblo de Dios, siguiéndole sólo a él. Dios, por su parte, nos promete ser nuestro Dios, ayudarnos, hacer de nosotros el «pueblo consagrado», elegido, que da testimonio de su salvación en medio del mundo.
Es el único camino que lleva a la salvación. A la felicidad. A la Pascua. Dios nos es siempre fiel. Nosotros también debemos serle fieles y cumplir su voluntad «con todo el corazón y con toda el alma».
2. El evangelio de hoy nos pone delante un ejemplo muy concreto de este estilo de vida que Dios quiere de nosotros. Jesús nos presenta su programa: amar incluso a nuestros enemigos.
El modelo, esta vez, es Dios mismo (otras veces se presenta Jesús como el que ha amado de veras; esta vez nos propone a su Padre). Dios ama a todos. Hace salir el sol sobre malos y buenos. Manda la lluvia a justos e injustos. Porque es Padre de todos. Así tenemos que amar nosotros. «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo».
3. Varias veces ha aparecido en la primera lectura la palabra «hoy». Es a nosotros a quienes interpela esta palabra, para que en esta Cuaresma, la de este año concreto, revisemos si el camino que llevamos es el que Dios quiere de nosotros o tenemos que reajustar nuestra dirección.
Si los del Antiguo Testamento podían sentirse urgidos por esta llamada, mucho más nosotros, los que vivimos según la Nueva Alianza de Cristo: nuestro compromiso de caminar según Dios es mayor. De modo que pueda decirse también de nosotros, con el salmo de hoy: «dichoso el que camina en la voluntad del Señor... ojalá esté firme mi camino para cumplir tus consignas».
Hoy tenemos que recoger, en concreto, la difícil consigna de Cristo: amar a los enemigos. Su lenguaje es muy claro y concreto (demasiado para nuestro gusto): «si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis?... si saludáis sólo a vuestro hermano, ¿qué hacéis de extraordinario?».
¿Somos de corazón ancho? ¿amamos a todos, o hacemos selección según nuestro gusto o nuestro interés? Según el termómetro que nos propone Jesús, ¿podemos decir que somos hijos de ese Padre que está en el cielo y que ama a todos?
Es arduo el programa. Pero la Pascua a la que nos preparamos es la celebración de un Cristo Jesús que se entregó totalmente por los demás: también a él le costó, pero murió perdonando a los que le habían llevado a la cruz, como perdonó a Pedro, que le había negado. Ser seguidores suyos es asumir su estilo de vida, que es exigente: incluye el ser misericordiosos entregados por los demás, y poner buena cara incluso a los que ni nos saludan.
«La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma» (entrada).
«Dichoso el que camina en la voluntad del Señor» (salmo).
«Si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis?» (evangelio).
«Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (evangelio).
«A los que has iluminado con el don de tu palabra, acompáñales siempre con el consuelo de tu gracia» (poscomunión).