Sábado I Tiempo de Adviento – Homilías
/ 27 noviembre, 2016 / Tiempo de AdvientoLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Is 30, 19-21. 23-26: Se apiadará de ti al oír tu gemido
Sal 146, 1bc-2. 3-4. 5-6: Dichosos los que esperan en el Señor
Mt 9, 35–10, 1. 6-8: Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
En el canto de entrada decimos anhelantes: «Despierta tu poder, Señor, Tú que te sientas sobre querubines, y ven a salvarnos» (Sal 79,4.2). Y en la comunión se nos asegura que viene en seguida y que trae consigo su salario, para pagar a cada uno, según su propio trabajo (Ap 22,12). Pedimos, pues, al Señor que, ya que para librar al hombre de la antigua esclavitud envió a su Hijo a este mundo, nos conceda a los que esperamos con devoción su venida la gracia de su perdón y el premio de la libertad verdadera (colecta, Rótulus de Rávena, siglo V).
–Isaías 30,18-21.23-26: Apenas el Señor te oiga, te responderá. El profeta anuncia la misericordia de Dios, que proporcionará a su pueblo consuelo y gozo. Dios tiene paciencia con el pecador, en espera de su conversión. Está siempre atento a intervenir apenas gima en su búsqueda. Hasta cuando aparece lejano y silencioso, dejando al pueblo en la prueba, está siempre presente para indicar el camino justo. Y cuando el pueblo lo sigue, Yahvé lo colma de bendiciones, cura sus heridas.
Todo esto se realiza principalmente en Cristo, a cuya venida en la Noche de Navidad nos preparamos. La certeza de la consolación final no está separada del dolor que habitualmente nos acompaña. El «pan de la aflicción» y «el agua de la tribulación» son el alimento diario del hombre. Nos resulta difícil aceptar de la misma mano el sufrimiento y la alegría, pero no podemos olvidar que todo se nos da para nuestro bien (Rom 8,28). El Señor es el gran Maestro que no se cansa de indicarnos el camino, a pesar de que nosotros nos inclinemos a perderlo por nuestra malicia.
Hemos de levantar la mirada para leer los acontecimientos; entonces, seremos dóciles a las enseñanzas divinas y caminaremos por la única dirección por la que encontraremos al Señor, «que curará nuestras heridas». ¡Cuántos están todavía en las tinieblas del error, incluso los que se llaman cristianos, pero no viven como tales! Desechemos las obras de las tinieblas, de la vida pagana, infiel, y empuñemos las armas de la luz. Caminemos a la luz de Cristo. Él cura todas nuestras enfermedades.
–El Salmo 146 fue cantado al Señor por Israel, al salir del destierro: «El Señor sostiene a los humildes». También nosotros lo hacemos ahora, pues se acerca nuestra liberación: «Dichosos los que esperan en el Señor. Alabad al Señor que Él merece todo nuestro canto y nuestra acción de gracias. Él sana los corazones destrozados, venda nuestras heridas», como el Buen Samaritano. «Nuestro Dios es grande y poderoso, conoce el número de las estrellas y a todas las llama por su nombre. Su sabiduría no tiene medida... Dichosos los que esperan en el Señor».
Para vivir esto debemos morir a nosotros mismos, con nuestros gustos, nuestros intereses particulares, nuestros deseos pecaminosos, nuestras malas inclinaciones. Debemos resucitar a una vida nueva conforme al espíritu de Cristo. «Revestíos del Señor Jesús», nos dice el Apóstol. Saturados de ese espíritu, animados por Él, respirando su mismo aliento, ya no ambicionemos más que a Dios, ya no deseemos más que cumplir su voluntad. Él nos basta. ¡Solo Dios!
–Mateo 9,35–10,1.6-8: Jesús se compadece de la muchedumbre. Y la misión de Jesús se prolonga por medio de sus discípulos. Es para Cristo y para ellos la hora de la compasión con los hermanos, los hombres y mujeres de todos los tiempos. ¡Cuántos marchan por la vida como ovejas sin pastor! Necesitan de nuestra ayuda. Todo cristiano ha de ser necesariamente misionero, aunque en esto existan grados y modos diversos. Todos estamos obligados a difundir el mensaje de salvación, con nuestras oraciones y sacrificios, con nuestra palabra y con nuestro ejemplo.
Con gran corazón, con inmenso amor hagámonos solidarios de todos los males y sufrimientos de los hombres que nos rodean y de los que viven a mucha distancia de nosotros. Todos son hermanos nuestros y a todos debe llegar nuestra ayuda. «A Ti levanto mi alma». Tal es el clamor que debe brotar de nuestro corazón en este tiempo de Adviento al contemplar tanta miseria moral en nosotros y en todos los hombres. Ningún poder humano puede darnos la redención verdadera, la liberación que en realidad necesitamos todos los hombres. Únicamente Jesucristo, el Hijo de Dios humanado, nos puede salvar. San Buenaventura lo afirma orando:
«Clama, alma devota, cercada de tantas miserias, clama a Jesús y dile: «¡Oh Jesús, Salvador del mundo, sálvanos, ayúdanos, oh Señor Dios Nuestro!, esforzando a los débiles, consolando a los afligidos, socorriendo a los frágiles, consolidando a los vacilantes»... ¡Alégrate, viendo que Jesús ahuyenta los demonios en la remisión del pecado, alumbra a los ciegos infundiendo el verdadero conocimiento, resucita a los muertos al conferir la gracia, cura los enfermos, sana los cojos, endereza a los paralíticos y contraídos, robusteciendo su espíritu, a fin de que sean fuertes y varoniles por la gracia los que antes eran flacos y cobardes por la culpa» (Las cinco festividades del Nacimiento de Jesús, fest. III, 3)
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos 1
1. Toda la semana estamos escuchando a Isaías, el maestro de la esperanza. Él nos va proponiendo el programa que tiene Dios, lleno de gracia salvadora. Nos sigue llamando cada día a dejar el pesimismo y mirar con ilusión hacia el futuro.
Los símiles están tomados de la vida agrícola, que todos entendían y entendemos fácilmente: Dios quiere que ya no haya lloros ni hambre, que no falte la lluvia para los campos, que las cosechas sean abundantes y no le falten pastos al ganado.
El profeta nos asegura que nuestro Dios es un Dios cercano, que nos escucha y nos conoce por nuestro nombre: «Apenas te oiga, te responderá». Si andamos desorientados, oiremos muy cerca su voz que nos dice: «éste es el camino, caminad por él». «No se esconderá tu Maestro». «Cuenta el número de las estrellas, a cada una la llama por su nombre» (salmo). Y si estamos heridos, o nuestros corazones están destrozados, él vendará nuestras heridas y reconstruirá lo que estaba destruido.
El profeta tiene permiso para soñar. Habla a un pueblo que está desanimado, destrozado política y religiosamente. Es a los pobres y a los afligidos a quienes se dirige su palabra de ánimo, para anunciarles que Dios no les olvida, que se apiada de ellos, porque es rico en misericordia.
2. El anuncio de esperanza del profeta se cumple en Cristo Jesús. Como en tantas otras páginas del evangelio, en la de hoy se ve cómo él está muy cercano y camina con su pueblo, ayuda a todos, no sólo a los que están llenos de vida, sino a los cansados, a los sumergidos en enfermedades y dolencias, a los que andan como ovejas sin pastor, y de modo particular si se trata de ovejas perdidas. Como su Padre, Jesús es rico en misericordia. Su corazón se compadece de los que sufren.
No pretende aportar soluciones políticas ni económicas: lo que da Jesús a los que se encuentran con él es esperanza, sentido de la vida. Les predica la Buena Noticia. Orienta a los desorientados, como prometía Isaías.
Y es éste precisamente el encargo que transmite a sus discípulos: les envía como trabajadores a la mies para que hagan lo mismo que él, que expulsen demonios, curen enfermedades y proclamen a todos la Buena Nueva de la salvación. Y que lo hagan gratis, como gratis lo han recibido. Que comuniquen esperanza a los que la han perdido.
3. a) Ese Dios que sana corazones destrozados, ese Cristo que se apiada de los que sufren, es quien hoy nos invita a nosotros a tener y a repartir esperanza.
La humanidad sigue igual, hambrienta, desorientada, desilusionada. Si estamos desanimados, o más o menos hundidos en una situación de pecado o de tibieza, la llamada del Adviento, o sea, el anuncio de la venida de Jesús a nuestra historia, va dirigida preferentemente a nosotros. Son nuestras lágrimas las que quiere enjugar, y nuestras heridas las que quiere vendar con solicitud.
Eso es Adviento y eso es Navidad. Que se repite año tras año. Si Isaías podía decir que Dios está cerca, ahora, con Cristo, esta cercanía es mucho mayor.
b) Esto, en primer lugar, nos da confianza a nosotros. Pero a la vez que buscadores de Dios, se nos invita a ser anunciadores de Dios, a comunicar nuestra esperanza a los demás. ¿Haremos el papel de Isaías en medio de nuestra sociedad? ¿anunciaremos a alguien, cerca de nosotros, la Buena Noticia de la salvación a través de nuestra cercanía y de la esperanza que le contagiamos? ¿seremos «adviento» para alguien, porque comunicamos alegría, porque cuidamos de los enfermos o de los abandonados, porque nos acercamos al que sufre o está solo? Y eso no sólo a los que son de trato agradable, sino también a los que han sido menos agraciados por la vida, menos simpáticos y cultos, menos fáciles de tratar.
c) Dios quiere vendar nuestras heridas. Pero a la vez nos encarga que nosotros también vendemos heridas a nuestro alrededor. Ahora Cristo no va por las calles curando y liberando a los posesos. Pero sí vamos los cristianos, con el encargo de que seamos adviento y profeta Isaías en nuestra familia, en nuestra comunidad, en la parroquia, en la sociedad. Y eso lo cumpliremos si a nuestro alrededor crece un poco más la esperanza, y las personas que conviven con nosotros se sienten amadas y ven cómo se les curan las heridas y se va remediando su desencanto. Si inspiramos serenidad con nuestra actitud, y sabemos quitar hierro a las tensiones, y aliviar el dolor de tantas personas, cerca de nosotros, que sufren de mil maneras.
Eso es lo que hacia Cristo Jesús hace dos mil años. Y será Adviento y Navidad si vuelve a suceder lo mismo, ahora por medio de los cristianos que estamos en el mundo.
d) La Virgen María también nos da ejemplo, en las páginas del evangelio, de saber mostrarse cercana a los que la necesitan. Está contenta con el anuncio del ángel, pero corre a ayudar a su prima en los trabajos de su casa. En Caná está al quite del apuro de los novios e intercede ante su Hijo para que les proporcione vino. La Virgen creyente, y a la vez, la Virgen servicial.
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Isaías 30,19-21.23-26
El profeta, dirigiéndose a la comunidad que ha experimentado momentos de gran tribulación y está reunida para el culto, desea reafirmarla en la eficacia de la oración dirigida al Señor. Si sabe esperar en Dios, confiando totalmente en su Palabra, él sin duda escuchará los ruegos (v. 19). El hecho de orar al Señor no supone que éste preserve al pueblo de las dificultades, sino que en sus angustias experimentará al Dios del éxodo.
La comunidad podrá vivir la presencia del Señor en medio de ella como el don de una enseñanza de vida: será como su «Maestro», le enseñará como hizo frecuentemente en el pasado. La enseñanza del Señor no excluye una severa disciplina «pan de aflicción» y «agua de tribulación»: v. 20), recordando la pedagogía divina manifestada en las pruebas del desierto. La ley de Dios no será un peso o imposición, sino un guía seguro del camino de la vida (v. 22), y como experiencia de verdadera libertad y plenitud, manifestada con la imagen de la abundancia de pastos yagua.
La instrucción divina al corazón de la comunidad llevará a comprender lo saludable que resultó la corrección divina que no abandona al pueblo de la alianza en las tinieblas de la falsedad sino que lo cura y sana con la luz de su amor (v. 26).
Evangelio: Mateo 9,35-10,1.6-8
Jesús prepara la misión de los Doce con su ejemplo de compasión con la gente manifestado en el curar sus enfermedades, yen el cargar con sus sufrimientos. Pero además de su ejemplo de verdadera misericordia, invita a los Doce a la oración (Mt 9,37). La exhortación a rogar al dueño de la mies que mande obreros a su mies es, ante todo, una invitación a compartir la pasión profunda, total, que Jesús tiene por el plan recibido del Padre. La oración les recordará que no son más que discípulos, no dueños de la mies. Su corazón estará libre de presunción y desaliento, porque sólo el dueño de la mies es quien dispone de los tiempos y de la fecundidad de la misión.
Y, después de elegir a los enviados (cf. Mt 10,2-5), con vistas a la misión, Jesús les imparte algunas instrucciones sobre su actividad. Si el campo de acción de los Doce se limitará a Israel durante el tiempo de su vida terrena, es porque de este modo se significa la prioridad teológica de Israel pueblo de la promesa y que la Iglesia debe reconocer. En cuanto al estilo de comportamiento, deberá ser como el de Jesús, es decir, de generosidad sin límites (v.8b), en total sintonía con su Maestro. Se les manda proclamar la cercanía del reino de los cielos (v. 7), con signos concretos (curaciones, exorcismos: v. 8a) de liberación integral del hombre en nombre del que ejecuta la venida del reino de Dios a la vida de la humanidad.
MEDITATIO
El profeta Isaías me recuerda que la súplica dirigida a Dios siempre es escuchada y Jesús me invita a llenar de contenido mi petición, no con mis sueños, sino con los deseos de su corazón.
Pues bien, su deseo es que no se pierda la mies por falta de obreros. Con él debo rogar al Dueño de la mies que envíe obreros a su inmenso campo. Con la oración no pretendo convencer a Dios para que me escuche (él está siempre a la escucha); me abro al encuentro con el Señor que me libera, que actualiza conmigo los prodigios del éxodo y que, en su misericordia, se acerca a todo hombre o mujer para aliviar los sufrimientos, curar las heridas, para inyectar esperanza.
Raramente, como sucede hoy, se tiene la posibilidad de experimentar de veras esta invitación de Jesús de invocar al Padre que mande obreros a su mies. Las necesidades de la evangelización son enormes, mientras los recursos humanos de la comunidad son, con frecuencia, demasiado precarios. Pero si miro la situación con los ojos de Jesús, no me siento impulsado por el desaliento sino por el conocimiento de que la misión cristiana encuentra su fuerza en la oración confiada y perseverante y en la fidelidad al mandato recibido del Señor.
En la oración redescubro el sentido de la misión no como propaganda de ideas o modos de vivir, sino como participación profunda en el anuncio y en la práctica de la liberación de Jesús, quien visibiliza las entrañas de la misericordia del Padre.
ORATIO
«La mies es abundante, pero los obreros son pocos. Rogad por tanto al dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (vv. 37-38).
Señor, hoy tu Palabra nos indica claramente cuál debe ser el objeto de nuestra oración. Nos pides sintonizar con tu compasión por nuestra humanidad que, frecuentemente, busca en vano un camino por recorrer.
Tú nos invitas a mirar con tus ojos la mies ya madura, a preocuparnos profundamente por ella, para que no pierda la buena cosecha. Tú nos animas a creer en la eficacia de nuestra oración cuando nos dirigimos a ti. Confiando en tu promesa y obedientes a tu mandato, hoy te suplicamos que envíes numerosos y celosos obreros a tu mies. Concédenos vivir en plena comunión en el sacrificio de alabanza y en el servicio a los hermanos, para ser misioneros y testigos de tu evangelio.
CONTEMPLATIO
Un fruto de la caridad: no deberíamos ser capaces de ver sufrir a nadie sin sufrir con él; no deberíamos ser capaces de ver llorar a nadie sin que nosotros lloremos. Es un acto de amor que nos hace adentrarnos en el corazón unos de otros y sentir lo que sienten, y no como aquellos insensibles al dolor de los afligidos y al sufrimiento de los pobres. ¡Qué sensible era el Hijo de Dios! Esa ternura le llevó a bajar del cielo; miraba a los hombres privados de su gloria; se conmovió de su desgracia.
También nosotros debemos enternecernos ante los sufrimientos de nuestro prójimo participando en sus penas. ¿Cómo puedo sufrir con su enfermedad sino por una comunión recíproca con el Señor, que es nuestra cabeza? (Vicente de Paúl, Entretiens spirituels aux Missionnaires, París 1960, 689-691).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Gratis lo recibisteis, dadlo gratis» (Mt 10,8).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Tu mayor miedo es no ser bienvenido. Este hecho está vinculado a tu miedo a nacer, a no ser bienvenido a esta vida, yola muerte, a no ser bienvenido a la vida después de la muerte. Es el miedo, profundamente anclado en ti, de que hubiera sido preferible no haber nacido.
Aquí estás enfrentándote al corazón de la lucha espiritual. ¿Te vas a entregar a las fuerzas de las tinieblas que te dicen que no eres bienvenido a la vida, o puedes confiar en la voz del que vino no a condenar sino a salvarte del miedo? Tienes que elegir la vida. En cada momento debes decidir confiar en la voz que te asegura: «Te amo. Tú formaste mis entrañas, me tejiste en el vientre de mi madre» (Sal 139,13).
Todo lo que Jesús te dice puede resumirse en estas palabras: «Sé consciente de que eres bienvenido». Jesús te ofrece su vida íntima con el Padre. Quiere que sepas todo lo que él sabe, y que hagas todo lo que él hace. Sí, quiere prepararte un lugar en la casa de su Padre.
Recuerda constantemente que tus sentimientos de no ser bienvenido no vienen de Dios y no te dicen la verdad. El Príncipe de las Tinieblas quiere que creas que tu vida es una equivocación y que no hay hogar alguno para ti. Pero siempre que consientes que esos pensamientos te afecten, te pones en e camino de tu autodestrucción. Por eso debes desenmascarar sin descanso la mentira y pensar, hablar y actuar de acuerdo con la verdad de que eres absolutamente bienvenido (H. J. M. Nouwen, La voz interior del amor, Madrid 1997, 113-114).