Viernes después de Ceniza Tiempo de Cuaresma – Homilías
/ 2 marzo, 2017 / Tiempo de CuaresmaLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Is 58, 1-9a: Este es el ayuno que yo quiero
Sal 50, 3-4. 5-6ab. 18-19: Un corazón quebrantado y humillado, oh Dios, tú no lo desprecias
Mt 9, 14-15: Cuando les sea arrebatado el esposo, entonces ayunarán
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Francisco, papa
Homilía (20-02-2015): Conversión real hacia Dios y hacia el prójimo
viernes 20 de febrero de 2015El pueblo se queja ante el Señor porque no escucha sus ayunos, acabamos de leer en Isaías (cfr. 58,1-9a). Hay que distinguir entre lo formal y lo real. Para el Señor, no es ayuno no comer carne, y luego pelearse y abusar de los obreros. Por eso, Jesús condena a los fariseos, porque cumplen muchas observancias exteriores, pero sin la verdad del corazón. El ayuno que quiere Jesús, en cambio, es el que abre las prisiones injustas, hace saltar los cerrojos de los cepos, deja libres a los oprimidos, ...parte el pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que ves desnudo y no se cierra a su propia carne (cfr. Ibidem.) Ese es el ayuno auténtico, que no es solo exterior, de observancia externa, sino un ayuno que sale del corazón.
En las tablas de la Ley se recogen tanto las leyes respecto a Dios como las leyes respecto al prójimo, y las dos van juntas. No puedo decir: Yo cumplo los tres primeros mandamientos, y los otros... más o menos. No, si no cumples éstos, no cumples aquellos, y si cumples éstos, tienes que cumplir los otros. Van unidos: el amor a Dios y el amor al prójimo son una unidad y si quieres hacer penitencia real y no formal, debes hacerla ante Dios y también con tu hermano, con el prójimo.
Se puede tener mucha fe, pero —come dice el Apóstol Santiago— ¿de qué sirve si uno dice que tiene fe, y no tiene obras? (St 2,14). Así, si uno va a Misa todos los domingos y comulga, se le puede preguntar: ¿Cómo es el trato con tus empleados? ¿Les pagas en negro? ¿Les pagas el salario justo? ¿Estás pagando la Seguridad Social y el seguro médico? ¡Cuántos hombres y mujeres tienen fe, pero separan las tablas de la Ley! —¡Sí, sí, yo cumplo! Pero, ¿das limosna? —Sí, sí, siempre hago un donativo a la Iglesia. Ah, bueno, eso está bien, pero, ¿en tu Iglesia, en tu casa, con los que dependen de ti —ya sean hijos, abuelos o empleados—, eres generoso, eres justo? ¡No puedes dar donativos a la Iglesia si no eres justo con tus empleados! Eso es un pecado gravísimo: ¡es usar a Dios para tapar una injusticia! Y eso es lo que el profeta Isaías, en nombre del Señor, nos dice hoy: no es un buen cristiano el que no hace justicia con las personas que dependen de él. Ni es buen cristiano el que no se desprende de algo necesario para dárselo a otro que le haga falta.
El camino de la Cuaresma es, pues, doble: con Dios y con el prójimo: o sea real, no meramente formal. No es no comer carne los viernes, o dar algo, pero luego ser egoísta, explotar al prójimo o ignorar a los pobres. Hay quien, si necesita curarse, va al hospital y, como es socio de una mutua, le atienden enseguida. Eso es bueno: ¡dale gracias a Dios! Pero, dime, ¿has pensado en los que no tienen esa prestación social en el hospital y, cuando llegan, tienen que esperar 6, 7, 8 horas, incluso para una urgencia? Hay gente aquí, en Roma, que vive así, y la Cuaresma sirve para pensar en ellos: ¿qué puedo hacer por los niños, por los ancianos, que no tienen la posibilidad de ser atendidos por un médico, y que quizá esperan ocho horas y luego les dan cita para no se sabe cuándo? ¿Qué haces por esa gente? ¿Cómo será tu Cuaresma? —Bueno, ¡gracias a Dios, yo tengo una familia que cumple los mandamientos, y no tenemos problemas. Ya, pero, en esta Cuaresma, ¿en tu corazón hay sitio para los que no han cumplido los mandamientos, para los que se han equivocado y están en la cárcel? —¡Con esa gente no! Pues mira: ellos están encerrados, y si tú no estás en la cárcel es porque el Señor te ha ayudado a no caer. ¿En tu corazón caben los encarcelados? ¿Rezas por ellos, para que el Señor les ayude a cambiar de vida?
Confírmanos, Señor, en el espíritu de penitencia con que hemos empezado la Cuaresma, y que la austeridad exterior que practicamos vaya siempre acompañada por la sinceridad de corazón, le hemos pedido. ¡Pues que el Señor nos conceda esta gracia!
Homilía (16-02-2018): Practicar un ayuno coherente
viernes 16 de febrero de 2018La primera lectura, del Libro del profeta Isaías (Is 58,1-9a), nos dice cuál es el ayuno que quiere el Señor: «desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos». El ayuno es uno de los deberes de la Cuaresma. Si no puedes hacer un ayuno total, ese que hace tener hambre hasta los huesos, haz un ayuno humilde, pero de verdad. Isaías advierte tantas incoherencias en la práctica de la virtud: cuidar de los propios negocios, del dinero, etc., mientras que el ayuno es despojarse un poco.
Hay que hacer penitencia, pero en paz: no puedes, por una parte, hablar con Dios y por otra hablar con el diablo, porque es incoherente. No ayunéis más como lo hacéis hoy, que se entera todo el mundo: «Sí, nosotros ayunamos, somos católicos, practicamos y además pertenezco a tal asociación, donde ayunamos siempre y hacemos penitencia». ¡No! Ayunad con coherencia. No hagáis penitencia incoherentemente, como dice el Señor, con ruido, para que todos la vean y digan: «Mira qué persona tan justa, qué hombre tan justo...». Eso es un disfraz; es maquillar la virtud. Hay que maquillarse, pero en serio, con la sonrisa, es decir, que no se note que se está haciendo penitencia. Ayuna para ayudar a los demás, pero siempre con una sonrisa.
El ayuno consiste también en humillarse y eso se hace pensando en los propios pecados y pidiendo perdón al Señor. «Pero si ese pecado que he hecho se supiera, si saliera en los periódicos, ¡qué vergüenza!». Pues eso, ¡avergüénzate! Pienso en tantas empleadas del hogar que se ganan el pan con su trabajo, pero que son humilladas, despreciadas... Nunca olvidaré una vez que fui a casa de un amigo siendo niño. Y vi a su madre darle una bofetada a la criada, ¡que tenía 81 años! No se me olvida eso. «No, Padre, yo nunca doy una bofetada». Ya, pero, ¿cómo las tratas: como personas o como esclavas? ¿Les pagas lo justo, les das vacaciones, es una persona o es un animal que ayuda en tu casa? Solo pensad eso. En nuestras casas, en nuestras instituciones, las hay. ¿Cómo me comporto yo con la empleada doméstica que tengo en casa, con las que están en casa? Hablando con un señor muy culto que explotaba a las empleadas, le expliqué que se trataba de un pecado grave, porque son como nosotros, imagen de Dios, mientras que él sostenía que era gente inferior.
El ayuno que el Señor quiere –como recuerda también la primera Lectura– consiste en «partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo y no desentenderte de los tuyos». Así pues, durante la Cuaresma hay que hacer penitencia, sentir un poco de hambre, rezar más y preguntarse cómo nos comportamos con los demás. ¿Mi ayuno sirve para ayudar a los demás? Si no, es fingido, es incoherente, y te lleva por la senda de la doble vida: aparento ser cristiano, justo..., como los fariseos, como los saduceos, pero, por dentro no lo soy. Pide humildemente la gracia de la coherencia. ¡La coherencia! Si no puedo hacer una cosa, no la hago. Pero no hacerla incoherentemente. Hacer solo lo que puedo hacer, pero con coherencia cristiana. Que el Señor nos dé esa gracia.
Homilía (08-03-2019): Contra la hipocresía, presentarnos sin máscaras ante Dios
viernes 8 de marzo de 2019En la primera lectura (Is 58,1-9a) hemos oído: «En realidad, el día de ayuno hacéis vuestros negocios y apremiáis a vuestros servidores; ayunáis por querellas y litigios, y herís con furibundos puñetazos». El Señor reprocha a su pueblo, y explica la diferencia entre lo real y lo formal, condenando toda forma de hipocresía. «No ayunéis de ese modo, si queréis que se oiga vuestra voz en el cielo». Lo formal es una expresión de lo real, pero deben proceder juntos; si no, se acaba viviendo una existencia de apariencias, una vida sin verdad en el corazón.
Deberíamos descubrir la sencillez de las «apariencias» sobre todo en este periodo de Cuaresma, a través del ejercicio del ayuno, la limosna y la oración. Los cristianos deberían hacer penitencia mostrándose alegres; ser generosos con quien lo necesita, sin tocar la trompeta; dirigirse al Padre casi a escondidas, sin buscar la admiración de los demás. En tiempos de Jesús el ejemplo era evidente en la conducta del fariseo y del publicano; hoy hay católicos que se sienten justos porque pertenecen a tal o cual asociación, van a misa todos los domingos y no son «como esos desgraciados que no entienden nada». Los que buscan las apariencias, jamás se reconocen pecadores y si les dices: «Pero tú también eres pecador» –«Bueno, sí, pecados tenemos todos», lo relativizan todo y vuelven a sentirse justos. Hasta intentan aparecer con cara de estampita, de santo: pura apariencia. Y cuando hay esa diferencia entre la realidad y la apariencia, el Señor usa un adjetivo: hipócrita.
Todo individuo es tentado por la hipocresía, y el tiempo que nos lleva a la Pascua puede ser ocasión para reconocer las propias incoherencias y distinguir las capas de maquillaje aplicadas para esconder la realidad. De la hipocresía también se habló en el Sínodo de los jóvenes. Los jóvenes no se dejan engañar por los que intentan aparentar y luego no se comportan en consecuencia, sobre todo cuando esa hipocresía la visten «profesionales de la religión». El Señor pide, en cambio, coherencia. Muchos cristianos, también católicos, que se llaman católicos practicantes, explotan a la gente: «apremiáis a vuestros servidores». ¡Cómo explotan a los obreros! Los mandan a casa al inicio del verano para volver a contratarlos al final, y así no tienen derecho a la pensión, ni tienen derecho a seguir adelante. Y muchos de esos se dicen católicos: van a misa el domingo..., pero hacen eso. ¡Y eso es pecado mortal! ¡Cuántos humillan a sus empleados!
En este tiempo de Cuaresma, invito a todos a redescubrir la belleza de la sencillez, de la realidad que debe estar unida a la apariencia. Pide al Señor la fuerza y ve humildemente adelante, con lo que puedas. Pero no te maquilles al alma, porque si te retocas el alma, el Señor no te reconocerá. Pidamos al Señor la gracia de ser coherentes, de no ser vanidosos, de no aparecer más dignos de lo que somos. Pidamos esa gracia en esta Cuaresma: la coherencia entre lo formal y lo real, entre la realidad y las apariencias.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Isaías 58,1-9: ¿Es ése el ayuno que el Señor desea? El ayuno no solo ha de consistir en comer menos, sino también y principalmente en no cometer pecados y hacer actos de caridad. Esto es constante en los profetas y también en las enseñanzas de Cristo (cf. Mt 6,1-6.16-18; 25,34-40). Dice San León Magno:
«No hay cosa más útil que unir los ayunos santos y razonables con la limosna. Ésta, bajo la única denominación de misericordia, contiene muchas y laudables acciones de piedad; de modo que, aunque las situaciones de fortuna sean desiguales, pueden ser iguales las disposiciones de ánimo de todos los fieles. Porque el amor que debemos tanto a Dios como a los hombres no se ve nunca impedido hasta tal punto que no pueda querer lo que es bueno...
«El que se compadece caritativamente de quienes sufren cualquier calamidad es bienaventurado no solo en virtud de su benevolencia, sino por el bien de la paz. Las realizaciones del amor pueden ser muy diversas, y así, en razón de la misma diversidad, todos los buenos cristianos pueden ejercitarse en ellas, no solo los ricos y pudientes, sino incluso los de posición media y aun los pobres. De este modo, quienes son desiguales por su capacidad de hacer la limosna, son semejantes en el amor y en el afecto con que la hacen» (Sermón 6 de Cuaresma 1-2).
Y San Agustín:
«Vuestros ayunos no sean como los que condena el profeta (Is 58,5). Él fustiga el ayuno de la gente pendenciera; aprueba el de los piadosos; condena a quienes aprietan y busca a quien aflojan; acusa a los cizañeros, aprecia a los pacificadores. Éste es el motivo por el que en estos días refrenáis vuestros deseos de cosas lícitas, para no sucumbir ante lo ilícito. De esta forma, nuestra oración, hecha con humildad y caridad, con ayuno y limosnas, templanza y perdón, practicando el bien y no devolviendo mal por mal..., busca la paz y la consigue» (Sermón 206,3).
–El ayuno que Dios nos concede hacer consiste en una total conversión en obras buenas, y no solo en palabras y ritos externos. Por no haber ayudado así en muchas ocasiones, hemos de confesar nuestra culpa con gran arrepentimiento: el Salmo 50, que ya comentamos el Miércoles pasado, expresa nuestra súplica de perdón. Dice San León Magno:
«Porque es propio de la festividad pascual que toda la Iglesia goce del perdón de los pecados, no sólo aquellos que renacen en el santo bautismo, sino también aquellos que, desde hace tiempo, se encuentran ya en el número de los hijos adoptivos. Pues, si bien los hombres renacen a la vida nueva principalmente por el bautismo, como a todos nos es necesario renovarnos cada día de las manchas de nuestra condición pecadora, y no hay quien no tenga que ser mejor en la escala de la perfección, debemos esforzarnos para que nadie se encuentre bajo el efecto de viejos vicios el día de la Redención» (Sermón 6 de Cuaresma,1-2).
–Mateo 9,14-15: Llegará un día en que se lleven al Esposo y entonces ayunarán. El ayuno está relacionado con el tiempo de la espera. Jesús mismo ha ayunado en el desierto, resumiendo en Sí la larga preparación de la humanidad en la instauración del Reino. Cuando comienza el ministerio público, Jesús puede decir con toda razón que el Reino ya está allí, que ha llegado el Esposo, que sus discípulos no han de ayunar mientras Él viva.
El ayuno del Viernes Santo responde de modo especial a estas palabras de Jesús: es el ayuno en el día en que Jesús, muerto en la Cruz, es arrebatado de entre los suyos.
En nuestros días esperamos la venida definitiva del Esposo, al final de los tiempos, en la plenitud del Reino. La evocación de los misterios redentores del Señor es preparada como lo hicieron sus seguidores. En los primeros tiempos, sólo el Viernes y Sábado Santos. Más tarde, se alargó a una semana y, posteriormente, a los cuarenta días de la Cuaresma.
En esta preparación se intensifican las prácticas ascéticas de ayuno, abstinencia y otras penitencias. La abstinencia actual de los viernes de Cuaresma es por tanto la preparación para la celebración de los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, y también actitud de espera de la llegada gloriosa de Jesucristo y la instauración de su Reino en el fin del mundo.
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos 2
1. La denuncia del profeta Isaías contra un ayuno mal entendido es enérgica . El pueblo de Israel -o sus dirigentes- cree poder aplacar a Dios y reparar sus pecados con un ayuno que el profeta tacha de falso e hipócrita.
El fallo está en que la abstinencia de alimentos no va acompañada de lo que Dios considera prioritario, el amor, la justicia, la misericordia con los demás: «el día del ayuno buscáis vuestro interés... ayunáis entre riñas y disputas». El ayuno se queda en unos formalismos exteriores: «os mortificáis elevando vuestras voces... movéis la cabeza como un junco... os acostáis sobre saco y ceniza: ¿a eso le llamáis ayuno?».
Lo que quiere Dios, el día del ayuno -que no se desautoriza, naturalmente-, es «abrir las prisiones injustas... partir el pan con el hambriento... no cerrarte a tu propia carne (a tu familia)». Entonces sí escuchará Dios las oraciones y ofrendas.
Lo dice también el salmo 50, el «Miserere», que se vuelve a cantar hoy como responsorial. Cuando la conversión es interior y se muestra en obras, no sólo en ritos o palabras, es cuando agrada a Dios. No valen los ritos exteriores si no van acompañados de un amor desde dentro: «los sacrificios no te satisfacen... mi sacrificio es un espíritu quebrantado, un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias».
2. Puede resultar sorprendente la actitud de Jesús ante el ayuno. Parece como si no le diera importancia. En efecto, el estilo de vida que Jesús enseña es sobre todo estilo de alegría: se compara a sÍ mismo con el novio, y esto nos recuerda espontáneamente la fiesta y no precisamente el ayuno.
Pero también anuncia Jesús que «se llevarán al novio y entonces ayunarán».
3. a) Tampoco nosotros tenemos que conformarnos con un ayuno -o con unas prácticas cuaresmales- meramente externos. SerÍa muy superficial que quedáramos satisfechos por haber cumplido todo lo que está mandado en la Cuaresma -colores de los vestidos litúrgicos, cantos, supresión del aleluya, las pequeñas privaciones de alimentos- y no profundizáramos en lo más importante, de lo que todo los ritos exteriores quieren ser signo y recordatorio.
El ayuno, por ejemplo, debería conducir a una apertura mayor para con los demás. Ayunar para poder dar a los más pobres. Si la falta de caridad continúa, si la injusticia está presente en nuestro modo de actuar con los demás, poco puede agradar a Dios nuestro ayuno y nuestra Cuaresma. ¿Nos podremos quejar, como los judíos del tiempo de Isaías, de que Dios no nos escucha? Será mejor que no lo hagamos, porque oiríamos su contraataque como lo oyeron ellos por boca del profeta.
La lista de «obras de misericordia» que recuerda Isaías tiene plena actualidad para nosotros: el ayuno cuaresmal debe ir unido a la caridad, a la justicia, a la ayuda concreta a los más marginados, a la amnistía concedida a los que tenemos «secuestrados». Todavía más en concreto: «no cerrarte a tu propia carne», o sea, a los miembros de nuestra familia, de nuestra comunidad, que son a los que más nos cuesta aceptar, porque están más cerca.
b) Nuestro ayuno cuaresmal no es signo de tristeza. Tenemos al Novio entre nosotros: el Señor Resucitado, en quien creemos, a quien seguimos, a quien recibimos en cada Eucaristía, a quien festejamos gozosamente en cada Pascua. Nuestra vida cristiana debe estar claramente teñida de alegría, de visión positiva y pascual de los acontecimientos y de las personas. Porque estamos con Jesús, el Novio.
Pero a la vez esta presencia no es transparente del todo. A Cristo Jesús no le vemos. Aunque está presente, sólo lo experimentamos sacramentalmente. Está y no está: ya hace tiempo que vino y sin embargo seguimos diciendo «ven, Señor Jesús». Y la presencia del Resucitado tiene también sus exigencias. Las muchachas que esperaban al Novio tenían la obligación de mantener sus lámparas provistas de aceite, y los invitados al banquete de bodas, de ir vestidos como requería la ocasión.
Por eso tiene sentido el ayuno. Un ayuno de preparación, de reorientación continuada de nuestra vida. Un ayuno que significa relativizar muchas cosas secundarias para no distraernos. Un ayuno serio, aunque no triste.
Nos viene bien a todos ayunar: privarnos voluntariamente de algo lícito pero no necesario, válido pero relativo. Eso nos puede abrir más a Dios, a la Pascua de Jesús, y también a la caridad con los demás. Porque ayunar es ejercitar el autocontrol, no centrarnos en nosotros mismos, relativizar nuestras apetencias para dar mayor cabida en nuestra existencia a Dios y al prójimo.
Como dice el III prefacio de Cuaresma: «con nuestras privaciones voluntarias (las prácticas cuaresmales) nos enseñas a reconocer y agradecer tus dones (apertura a Dios), a dominar nuestro afán de suficiencia (autocontrol) y a repartir nuestros bienes con los necesitados, imitando así tu generosidad (caridad con el prójimo)».
Muchos ayunan por prescripción médica, para guardar la línea o evitar el colesterol y las grasas excesivas. Los cristianos somos invitados, como signo de nuestra conversión pascual, a ejercitar alguna clase de ayuno en esta Cuaresma para aligerar nuestro espíritu (y también nuestro cuerpo), para no quedar embotados con tantas cosas, para sintonizar mejor con ese Cristo que camina hacia la cruz y también con tantas personas que no tienen lo suficiente para vivir dignamente.
El ayuno nos hace más libres. Nos ofrece la ocasión de poder decir «no» a la sociedad de consumo en que estamos sumergidos y que continuamente nos invita a más y más gastos para satisfacer necesidades que nos creamos nosotros mismos.
No es un ayuno autosuficiente y meramente de fachada. No es un ayuno triste. Pero sí debe ser un ayuno significativo: saberse negar algo a sí mismo, en el terreno de la comida y en otros parecidos, como signo de que queremos ayunar sobre todo de egoísmo, de sensualidad, de apetencias de poder y orgullo. «Tome su cruz cada día y sígame». No hace falta que vayamos buscando cruces raras: la vida de cada día ya nos ofrece ocasiones de practicar este ayuno y este «via crucis» hacia la Pascua.
«Confírmanos, Señor, en el espíritu de penitencia con que hemos empezado la Cuaresma» (oración)
«El ayuno que yo quiero es éste: partir tu pan con el hambriento» (1a lectura)
«Yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado» (salmo)
«Señor, enséñame tus caminos e instrúyeme en tus sendas» (comunión)