Jueves después de Ceniza Tiempo de Cuaresma – Homilías
/ 2 marzo, 2017 / Tiempo de CuaresmaLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Dt 30, 15-20: Mira: yo os propongo hoy bendición y maldición
Sal 1, 1-2. 3. 4 y 6: Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor
Lc 9, 22-25: El que pierda su vida por mi causa la salvará
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Francisco, papa
Homilía (19-02-2015): Detenernos hoy y ver por qué camino vamos
jueves 19 de febrero de 2015Acabamos de escuchar lo que Dios dice a Moisés: «Mira: hoy pongo delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal. Pues yo te mando hoy amar al Señor, tu Dios, seguir sus caminos, observar sus preceptos, mandatos y decretos, y así vivirás y crecerás» (Dt 30,15ss).
La decisión de Moisés es la que el cristiano debe hacer cada día. Y es una decisión difícil. Porque es más fácil dejarse llevar por la inercia de la vida, de las situaciones, de las costumbres. Es más fácil, en definitiva, convertirse en siervos de otros dioses. Así que debemos elegir entre Dios y los demás dioses, esos que no tienen el poder de darnos nada, solo tonterías que pasan. Y no es fácil elegir, ya que siempre tenemos la costumbre de ir adonde va la gente, como hacen todos. Como todos. ¡Todos y ninguno! Pues hoy la Iglesia nos dice: ¡Detente! ¡Párate y elige! Es un buen consejo. Nos vendría bien detenernos y, durante la jornada, pensar un poco: ¿Cómo es mi estilo de vida? ¿Por qué caminos voy?
Junto a esa pregunta, excavemos más a fondo y preguntémonos también cómo es mi trato con Dios, con Jesús. El trato con los padres, con los hermanos, con la mujer o con el marido, con los hijos.
Como dice el Evangelio, Jesús pregunta a sus discípulos: «¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se arruina a sí mismo?» (Lc 9,25). Un camino equivocado es el de buscar siempre el propio éxito, el beneficio propio, sin pensar en el Señor, sin pensar en la familia. Esas dos preguntas: ¿Cómo es mi trato con Dios, y cómo es mi trato con la familia? Uno puede ganarlo todo, pero al final acaba siendo un fracasado. Ha fracasado. Esa vida es un fracaso. Pues no lo parece, porque hasta le han hecho un monumento y le han pintado un cuadro... ¡Pero has fracasado!: no has sabido elegir bien entre la vida y la muerte.
Preguntémonos cuál es la velocidad de mi vida, si reflejo en las cosas que hago. Y pidamos a Dios la gracia de tener ese pequeño valor necesario para elegirlo a Él cada vez. Nos ayudará el consejo tan bonito del Salmo 1: «Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor». Cuando el Señor no de ese consejo —¡Quieto! ¡Escoge hoy, elige!— no nos deja solos. Está con nosotros y quiere ayudarnos. Solamente tenemos que confiar, tener confianza en Él. «Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor». Hoy, cuando nos detengamos a pensar en estas cosas y en tomar decisiones o elegir algo, sepamos que el Señor está con nosotros, está a nuestro lado, para ayudarnos. Jamás nos deja ir solos, nunca. Siempre está con nosotros. También a la hora de elegir está con nosotros.
Homilía (07-03-2019): En Cuaresma, despertar la memoria. La salvación de Dios es presente
jueves 7 de marzo de 2019En la primera lectura (Dt 30,15-20) Moisés prepara al pueblo para entrar en la tierra prometida, poniéndolo ante un reto: elegir entre la vida y la muerte. Es una llamada a la libertad, y me gustaría fijarme en tres expresiones de Moisés: «si tu corazón se aparta», «si no escuchas» y «si te dejas arrastrar y te postras ante otros dioses». Cuando el corazón se aparta, cuando toma un camino equivocado –ya sea porque va para atrás o porque va por otra senda que no es la adecuada–, se desorienta, pierde la brújula con la que debe avanzar. ¡Y un corazón sin brújula es un peligro público!: es un peligro para la persona y para los demás. El corazón toma la senda equivocada cuando no escucha, cuando se deja arrastrar por otros dioses, cuando se vuelve idólatra. Y somos capaces de no escuchar: ¡hay tantos sordos del alma! También nosotros, en algún momento, podemos volvernos sordos del alma y no escuchar al Señor. Atentos a esos «fuegos artificiales» que nos engatusan, a esos dioses falsos que llaman a la idolatría. Es un peligro que podemos encontrar en el camino hacia la tierra que se nos ha prometido: la tierra del encuentro con Cristo resucitado.
Y la Cuaresma nos ayuda a ir por ese camino, porque no escuchar al Señor y sus promesas es perder la memoria: se pierde la memoria de las grandes cosas que el Señor ha hecho en nuestra vida, en su Iglesia, en su pueblo, y nos acostumbramos a ir nosotros con nuestras fuerzas, con nuestra autosuficiencia. Por tanto, comencemos la Cuaresma pidiendo la gracia de la memoria. Por eso, Moisés advierte al pueblo a que, una vez llegue a la tierra que no ha conquistado, se acuerde de todo el camino que el Señor le ha hecho hacer. Pero cuando estamos bien, cuando lo tenemos todo al alcance de la mano, y espiritualmente vamos bien, existe el peligro de perder la memoria del camino. El bienestar, también el espiritual, tiene ese peligro: caer en una cierta amnesia, una falta de memoria: «estoy bien así», y me olvido de lo que ha hecho el Señor en mi vida, de todas las gracias que nos ha dado, y creo que es mérito mío, y así voy adelante. Y ahí el corazón comienza a ir hacia atrás, porque no escucha la voz de su corazón: la memoria. ¡Pedir la gracia de la memoria!
Perder la memoria es muy común. El pueblo de Israel perdió la memoria, también porque ese olvido es selectivo: recuerdo lo que ahora me conviene y no lo que me amenaza. Por ejemplo, el pueblo recordaba en el desierto que Dios lo había salvado, no podía olvidarlo, pero comenzó a quejarse por la falta de agua y carne, y a pensar en las cosas que tenía en Egipto, como las cebollas. Se trata de una memoria selectiva porque se olvida de que todas esas cosas las comían «en la mesa de la esclavitud». Por tanto, la memoria nos pone en el camino correcto. Hay que recordar para avanzar; no perder la historia: la historia de la salvación, la historia de mi vida, la historia de Jesús conmigo. Y no pararse, no volver atrás, no dejarse arrastrar por los ídolos. La idolatría no es solo ir a un templo pagano y adorar una estatua. La idolatría es una actitud del corazón, cuando prefieres eso, porque es más cómodo para ti, y no al Señor, porque te has olvidado del Señor.
Al inicio de la Cuaresma nos vendrá bien a todos pedir la gracia de conservar la memoria, guardar en la memoria todo lo que el Señor ha hecho en mi vida: cómo me ha querido, cómo me ha amado. Y desde ese recuerdo, continuar adelante. Y también nos vendrá bien repetir continuamente el consejo de Pablo a Timoteo, su amado discípulo: «Acuérdate de Jesucristo resucitado de entre los muertos» (2Tim 2,8). Repito: «Acuérdate de Jesucristo resucitado», acuérdate de Jesús que me acompañó hasta ahora y me acompañará hasta el momento en el que deba comparecer ante Él glorioso. Que el Señor nos dé esta gracia de conservar la memoria.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Deuteronomio 30,15-20: Pongo delante de ti la bendición y la maldición. Ante el hombre se alzan dos caminos: el de la felicidad, en el caso de que acate los mandamientos de Dios, y el de la desgracia, si no quiere obedecer. Hemos de elegir uno u otro. La presentación de esta alternativa nos evoca la amonestación de Cristo a caminar por la senda estrecha, que lleva a la vida, y rechazar la ancha, que conduce a la perdición.
¿Por qué no adelantamos en nuestra vida espiritual, después de tanto tiempo como llevamos practicándola? Porque no somos consecuentes con el camino elegido. No terminamos de ser seguidores de Cristo, según sus enseñanzas. Nos sigue atrayendo todavía el otro camino, ancho, venturoso, pero que lleva a la perdición.
El apóstol San Pablo nos amonesta enérgicamente: «Caminad en espíritu, y no satisfagáis los deseos de vuestra carne. Bien claras son las obras de la carne: fornicación, inmundicia, impudicia, lujuria, enemistades, disputas, envidias, ira, riñas, disensiones, herejías, homicidios, embriagueces, glotonerías. Los que practican tales cosas no pueden entrar en el reino de Dios. Los frutos del espíritu son: caridad, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, afabilidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza. Contra éstos no hay ley» (Gál 5,16-23).
«Caminad en espíritu». A esto tiende la práctica penitencial de la Cuaresma. Su misión consiste en libertar la naturaleza humana de la esclavitud de la sensualidad y de las pasiones, para someterla al dominio de la gracia y de la vida del Espíritu. Siempre hemos de estar en actitud de conversión. San Clemente Romano dice:
«Recorramos todos los tiempos, y aprendamos cómo el Señor, de generación en generación, concedió un tiempo de penitencia a los que deseaban convertirse a Él. Noé predicó la penitencia, y los que le escucharon se salvaron. Lo mismo Jonás... De la penitencia hablaron, inspirados por el Espíritu Santo, los que fueron ministros de la gracia de Dios. Y el mismo Señor de todas las cosas habló también con juramento de la penitencia... Obedezcamos, por tanto, a su magnífico y glorioso designio, e, implorando con súplicas su misericordia y benignidad, recurramos a su benevolencia y convirtámonos, dejadas a un lado las vanas obras, las contiendas, las envidias, que conducen a la muerte» (Carta a los Corintios 7,4-8–8,5-9).
–La Cuaresma es tiempo de renovación cristiana, de reemprender el camino iniciado por nuestro bautismo, de dar, en el seguimiento de Cristo, un nuevo paso a una mayor perfección cristiana. Eso es precisamente el Misterio Pascual, iniciado en nosotros y a cuya celebración anual nos preparamos.
Encaja perfectamente el Salmo 1 a la lectura anterior: «Dichoso el hombre que no sigue el camino de los impíos, ni entra por la senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los cínicos, sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche. Dichoso el hombre que ha puestos su confianza en el Señor. Será como un árbol, plantado al borde de la acequia; da fruto en su sazón, no se marchitan sus hojas. Cuanto emprende tiene buen fin... No así los impíos, no así: serán paja que arrebata el viento...»
–Lucas 9,22-25: El que pierda su vida por mi causa la salvará. El verdadero discípulo de Cristo ha de cargar con su cruz cada día, siguiéndolo. La Cuaresma prepara al cristiano a revivir el misterio de la cruz. Morir a uno mismo es requisito para vivir la vida de la gracia santificante. Es seguir la senda que conduce a la vida eterna. Así exhorta San León Magno:
«Es necesario, amadísimos, para adherirnos inseparablemente a este misterio [el de la cruz de Cristo] hacer los mayores esfuerzos del alma y del cuerpo; porque, si es malo permanecer ajeno a la solemnidad pascual, es aún peor asociarse a la comunidad de los fieles sin haber participado antes en los sufrimientos de Cristo. El Señor ha dicho: «quien no toma su cruz y me sigue no es digno de Mí» (Mt 10,38).
«Y añade San Pablo: «si participamos en sus sufrimientos, también participaremos en su Reino» (Rom 8,17; 1 Tim 2,12). Así, pues, el mejor modo de honrar la pasión, muerte y resurrección de Cristo es sufrir, morir y resucitar con Él... Por eso, cuando alguien se da cuenta que sobrepasa los límites de las disciplina cristiana y que sus deseos van hacia lo que le haría desviar del camino recto, que recurra a la cruz del Señor y clave en ella lo que le lleva a la perdición» (Sermón 70,19 de la Pasión 4).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos 2
1. Moisés dirige a su pueblo un discurso, cuyo resumen leemos hoy. Les dice que les vendrá toda clase de bendiciones si son fieles a Dios. Pero si no lo son les esperan desgracias de las que ellos mismos tendrán la culpa.
Se lo plantea como una alternativa ante una encrucijada en el camino. Si siguen la voluntad de Dios, van hacia la vida; si se dejan arrastrar por las tentaciones y adoran a dioses extraños, están eligiendo la muerte.
Es lo mismo que dice el salmo responsorial, esta vez con la comparación de un árbol que florece y prospera si sabe estar cerca del agua:
«dichoso el que ha puesto su confianza en el Señor, que no entra por la senda de los pecadores... será como árbol plantado al borde de la acequia»,
«no así los impíos, no así: serán paja que arrebata el viento; porque el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal».
2. También Jesús nos pone ante la alternativa. El camino que propone es el mismo que él va a seguir. Ya desde el inicio de la Cuaresma se nos propone la Pascua completa: la muerte y la nueva vida de Jesús. Ese es el camino que lleva a la salvación.
Jesús va poniendo unas antítesis dialécticas que son en verdad paradójicas: el discípulo que quiera «salvar su vida» ya sabe qué tiene que hacer, «que se niegue a si mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo». Mientras que si alguien se distrae por el camino con otras apetencias, «se pierde y se perjudica a sí mismo». «El que quiera salvar su vida, la perderá. El que pierda su vida por mi causa, la salvará».
3. a) La Cuaresma es tiempo de opciones. Nos invita a revisar cada año nuestra dirección en la vida. Desde la Pascua anterior seguro que nos ha crecido más el hombre viejo que el nuevo. Tendemos más a desviarnos que a seguir por el recto camino. En el camino de la Pascua no podemos conformarnos con lo que ya somos y cómo vivimos.
Esa palabrita «hoy», que la primera lectura repite varias veces, nos sitúa bien: para nosotros el «hoy» es esta Cuaresma que acabamos de iniciar. Nosotros hoy, este año concreto, somos invitados a hacer la opción: el camino del bien o el de la dejadez, la marcha contra corriente o la cuesta abajo.
Si Moisés podía urgir a los israelitas ante esta alternativa, mucho más nosotros, que hemos experimentado la salvación de Cristo Jesús, tenemos que reavivar una y otra vez -cada año, en la Pascua- la opción que hemos hecho por él y decidirnos a seguir sus caminos. También a nosotros nos va en ello la vida o la muerte, nuestro crecimiento espiritual o nuestra debilidad creciente. Ahí está nuestra libertad ante la encrucijada, una libertad responsable, siempre a renovar: como los religiosos renuevan cada año sus votos, como los cristianos renuevan cada año en Pascua sus compromisos bautismales.
Todos tenemos la experiencia de que el bien nos llena a la larga de felicidad, nos conduce a la vida y nos hace sentir las bendiciones de Dios. Y de que cuando hemos sido flojos y hemos cedido a las varias idolatrías que nos acechan, a la corta o a la larga nos tenemos que arrepentir, nos queda el regusto del remordimiento y padecemos muchas veces en nuestra propia piel el empobrecimiento que supone abandonar a Dios.
b) Claro que el camino que nos propone Jesús -el que siguió él- no es precisamente fácil. Es más bien paradójico: la vida a través de la muerte. Es un camino exigente, que incluye la subida a Jerusalén, la cruz y la negación de sí mismo: saber amar, perdonar, ofrecerse servicialmente a los demás, crucificar nuestra propia voluntad: «los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias» (Ga 5,24). Pero es el camino que vale la pena, el que siguió él. La Pascua está llena de alegría, pero también está muy arriba: es una subida hasta la cruz de Jerusalén. Lo que vale, cuesta. Todo amor supone renuncias.
En el fondo, para nosotros Cristo mismo es el camino: «yo soy el camino y la verdad y la vida».
Celebrar la Eucaristía es una de las mejores maneras, no sólo de expresar nuestra opción por Cristo Jesús, sino de alimentarnos para el camino que hemos elegido. La Eucaristía nos da fuerza para nuestra lucha contra el mal. Es auténtico «viático», alimento para el camino. Y nos recuerda continuamente cuál es la opción que hemos hecho y la meta a la que nos dirigimos.
«Que tu gracia inspire, sostenga y acompañe nuestras obras» (oración)
«Elige la vida y vivirás, pues el Señor tu Dios es tu vida» (1a lectura).
«Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor» (salmo).
«El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo» (evangelio).
«Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renúevame por dentro» (comunión).