31 de Diciembre: Día VII dentro de la Octava de Navidad – Homilías
/ 26 diciembre, 2016 / Tiempo de NavidadLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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1 Jn 2, 18-21: Estáis ungidos por el Santo, y todos vosotros lo conocéis
Sal 95, 1-2. 11-13: Alégrese el cielo, goce la tierra
Jn 1, 1-18: El Verbo se hizo carne
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos 1
1. Ante el momento final, «la última hora», Juan da una consigna a sus lectores: que permanezcan fieles a la verdad, y no se dejen seducir por falsas doctrinas.
Aplicando la creencia judía de que al final de los tiempos vendrá el «anticristo», el «antiungido», Juan señala que ya está presente esta personificación de las fuerzas del mal: se trata de los falsos doctores, seductores, que habían pertenecido a la comunidad, pero que «no han permanecido con nosotros». Mientras que los creyentes deben seguir siendo «ungidos», fieles al Ungido por excelencia, Jesús (las palabras Cristo y Mesías significan lo mismo: el Ungido).
Se trata de la antítesis entre la verdad y la mentira. Cristo es la verdad, la Palabra que Dios nos ha dirigido. Todo lo que no sea Cristo es mentira, embuste y anticristo.
2. Terminamos el año escuchando el prólogo de san Juan, el magnífico resumen de todo el misterio de Cristo y de nuestra fe.
La página que nos introduce a los grandes temas que luego va a desarrollar su evangelio.
La presentación teológica que Juan nos hace de Cristo nos lleva al mayor nivel de profundidad en nuestra celebración de la Navidad:
- estaba junto a Dios, era Dios desde toda la eternidad,
- era la Palabra viviente de Dios, la luz, la vida: y por él fueron hechas todas las cosas,
- un profeta, Juan Bautista, fue enviado por Dios como precursor y testigo de la luz, para preparar sus caminos,
- y al llegar la plenitud del tiempo, el Verbo, la Palabra que existía antes, se hizo hombre, se encarnó, y acampó entre nosotros, para iluminar con su luz a todos los hombres,
- pero los suyos no le recibieron, vino a su casa y no le reconocieron; siempre la contradicción que anunciara Simeón: el contraste entre la luz y las tinieblas,
- eso sí: los que creyeron en él, los que le acogieron, han recibido gracia sobre gracia, lo más grande que pueden pensar: el ser hijos de Dios, nacidos del mismo Dios.
Es la mejor teología de la Navidad, y a la vez el mejor estímulo para una vida cristiana llena de valores positivos.
3. a) Las dos lecturas nos han centrado en lo principal que estamos celebrando en la Navidad: el misterio de Cristo Jesús, el Dios encarnado.
Así podemos acabar bien el año y disponernos a empezar el siguiente, porque Cristo es el centro de la historia. Como dice la oración del dra, «has establecido el principio y la plenitud de toda religión en el nacimiento de tu HiJo Jesucristo... porque sólo en él radica la salvación del mundo».
Dios, por la encarnación de su Hijo, se ha introducido en la historia del hombre para redimirnos y comunicarnos su propia vida. Eso es lo que ha dado sentido a toda la historia y al correr de los años, que ha quedado impregnado de la presencia de Cristo Jesús.
Terminar el año y empezar otro en el ambiente de la Navidad... nos invita a pensar en la marcha de nuestra vida, cómo estamos respondiendo al plan salvador de Dios. Para que no vayamos adelante meramente por el discurrir de los días, atropellados por el tiempo, sino dueños del tiempo, conscientes de la dirección de nuestro camino.
b) Es bueno que terminemos lúcidamente el año. «Es la última hora», decía la carta de san Juan, y nos invitaba a vigilar para que no se mezcle el error y la mentira en nuestra fe, a saber discernir entre el Cristo y los anticristos, entre el embuste y la verdad. En fechas como el fin de año necesitamos sabiduría para que nuestra historia personal y comunitaria no se desvíe de ese Cristo que, además de Niño nacido en Belén, se nos presenta como la Palabra y la Verdad y la Vida.
Nosotros, que hemos visto su gloria y hemos cantado nuestra fe en él en estas fiestas de Navidad, los que le hemos acogido en nuestra existencia, nos vemos obligados a que nuestro seguimiento sea más generoso y coherente.
Navidad es luz y gracia, pero también examen sobre nuestra vida en la luz. Cada uno hará bien en reflexionar en este último día del año si de veras se ha dejado poseer por la buena noticia del amor de Dios, si está dejándose iluminar por la luz que es Cristo, si permanece fiel a su verdad, si su camino es el bueno o tendría que rectificarlo para el próximo año, si se deja embaucar por falsos maestros. En este discernimiento nos tendríamos que ayudar los unos a los otros, para distinguir entre lo que es sano pluralismo y lo que es desviación, entre lo que obedece al Espíritu de Cristo 0 al espíritu del mal.
c) Junto a la vigilancia, las lecturas de hoy nos invitan a la alegría: ¿con qué mejor noticia podemos terminar el ano que con la que nos da el evangelio de hoy: que los que creemos en Cristo Jesús somos hijos de Dios, nacidos del mismo Dios? Porque el Hijo de Dios se ha hecho hermano nuestro, nosotros somos hermanos de él y entre nosotros, y a la vez hijos del mismo Padre del cielo, llenos de la gracia de Jesús, iluminados con su luz y fortalecidos con su vida.
d) En la Eucaristía de hoy podemos dar gracias a Dios por todos los beneficios que hemos recibido de él a lo largo del año, sobre todo por habernos hecho hijos en el Hijo y hermanos los unos de los otros.
Y a la vez deberemos pedirle perdón por nuestros fallos, en el acto penitencial de la misa, o con el sacramento de la reconciliación, porque seguramente en el camirio recorrido habrá luces y sombras, éxitos y fracasos, porque nunca acabamos de acoger a Cristo plenamente en nuestra vida y más de una vez nos habrá resultado más fácil seguir los caminos de este mundo que los evangélicos que él nos enseña.
«Has establecido el principio y la plenitud de toda religión en el nacimiento de tu Hijo Jesucristo» (oración)
«Cantad al Señor, bendecid su nombre, proclamad día tras día su victoria, alégrese el cielo, goce la tierra» (salmo)
«La Palabra se hizo hombre y acampó entre nosotros» (aleluya)
«A los que recibieron la Palabra les dio poder de hacerse hijos de Dios» (evangelio)
«Dios mandó al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él» (comunión).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: 1 Juan 2,18-21
Este breve fragmento de Juan debe ser comprendido a la luz de la mentalidad del tiempo en que el Apóstol escribe. Juan exhorta a la comunidad cristiana a la vigilancia por la inminente «última hora» de la historia, (v. 8), marcada por un violento ataque del enemigo del pueblo de Dios llamado «anticristo», símbolo de todas las fuerzas hostiles a Dios y personificado en la figura de los herejes. El tiempo final de la historia, cierto, no debe ser entendido en sentido cronológico sino teológico, es decir, como tiempo decisivo y último de la venida de Cristo, tiempo especialmente de lucha, de persecuciones y de prueba para la fe de la comunidad. Cuando las dificultades se hacen más opresoras, advierte el Apóstol, el fin está cerca, el mundo nuevo se perfila en el horizonte y la señal es dada justamente por los herejes que difunden el error (cf. Mt 24,23-24). Éstos, si bien pertenecieron un tiempo a la comunidad, se han mostrado sus enemigos al abandonar la Iglesia y obstaculizando su camino.
Es una experiencia dolorosa conocer que la voluntad de Dios permite que Satán encuentre a menudo sus instrumentos precisamente dentro de la comunidad eclesial. A éstos, sin embargo, se contraponen los auténticos discípulos de Jesús, aquellos que han recibido la «unción del Espíritu Santo» (v. 20), es decir, la Palabra de Cristo y su Espíritu que, a través del bautismo, les enseña la verdad completa (cf. Jn 14,26). Tal verdad se refiere a la persona de Jesús, el Verbo de Dios hecho carne, como aclara el Apóstol y no a un Jesús aparentemente humano, figura de una realidad sólo espiritual, como dicen los herejes.
Evangelio: Juan 1,1-18
El prólogo de Juan, a diferencia de los relatos de los evangelios de la infancia, no narra las vivencias históricas del nacimiento y primera infancia de Jesús, sino que describe, en forma poética, el origen de la Palabra en la eternidad de Dios y su persona divina en el amplio horizonte bíblico del plan de salvación que Dios ha trazado para el hombre. Esta presentación de Jesús-Palabra se hace en tres momentos.
Primeramente la «preexistencia» de la Palabra (vv. 1- 5), real y en comunión de vida con Dios; él nos puede hablar del Padre porque posee la eternidad, la personalidad y la divinidad (v. 1). Después, la venida histórica de la Palabra entre los hombres (vv. 6-13) de cuya luz fue testigo el Bautista (vv. 6-8); esta luz pone al hombre ante una opción de vida: rechazo o acogida, incredulidad o fe (vv. 9-11); sólo la acogida favorable permite la filiación divina, que no procede ni de la carne ni de la sangre, esto es, de la posibilidad humana (vv. 12-13). Y finalmente la encarnación de la Palabra (v. 14) como punto central del prólogo. Esta Palabra, que había entrado por primera vez en la historia humana con la creación, viene ahora a morar entre los hombres con su presencia activa: «Y el Verbo se hace carne», es decir, se ha hecho hombre en la debilidad, fragilidad e impotencia del rostro de Jesús de Nazaret para mostrar el amor infinito de Dios. En él la humanidad creyente puede contemplar la gloria del Señor (v. 16), no una gloria como la de Moisés, revelador imperfecto de la Ley que puede hacer esclavos, sino la de Jesús, el Revelador perfecto y escatológico de la Palabra que hace libres, el verdadero Mediador humano-divino entre el Padre y la humanidad, el único que nos manifiesta a Dios y nos lo hace conocer.
MEDITATIO
En su historia bimilenaria, la Iglesia ha encontrado siempre falsos profetas y maestros de falsedad, que se han servido del nombre de Cristo para propagar sus propias ideas y doctrinas. Y, muy a menudo, tales adversarios del evangelio han salido de las filas de los creyentes. También hoy la historia se repite porque no faltan doctores de la mentira, que hacen brillar ante muchos las tinieblas como luz, desconociendo la verdadera luz de Cristo, portadora de gozo y paz interior.
Pertenecer a la Iglesia es un don y un misterio que ningún vínculo externo puede garantizar, sino sólo la fidelidad a la Palabra de Cristo en la humilde y constante búsqueda de la verdad. Rechazar a la Iglesia es rechazar a Cristo, la verdad y la vida (cf. Jn 14,6). Rechazar a la Iglesia es no creer en el evangelio y en la Palabra de Jesús, es vivir en las tinieblas y en el absurdo. Por el contrario, el verdadero discípulo de Jesús, habiendo recibido la unción del Espíritu Santo, se deja conducir suavemente por su acción y por su verdad, reconociendo los caminos de Dios y esperando su venida sin alarmismos ni fantasías milenaristas. La encarnación de Cristo ha impregnado toda la historia y la vida de los hombres, porque sólo en él reside toda plenitud de vida y toda aspiración a la felicidad, y el hombre ha entrado a pleno derecho entre los familiares de Dios.
El final de un año civil recuerda al cristiano que la historia humana está guiada por Dios y a él dirigimos nuestro reconocimiento por los dones recibidos y nuestra súplica por la vida nueva que siempre nos ofrece.
ORATIO
Padre, Señor omnipotente que gobiernas con infinito amor la historia y la vida de los hombres, te damos gracias por tu Hijo Jesús que nos has enviado como Palabra de verdad a nuestro pobre mundo, hecho de fragilidad, de debilidad y de pecado. Nosotros sólo queremos acoger esta Palabra tuya hecha carne, pero queremos tenerla constantemente ante los ojos como inmutable y único punto de referencia en nuestro peregrinar terreno. Tú has amado tanto al mundo que nos hablas a través del don de tu Hijo para que el que cree en él tenga la vida (cf. Jn 3,16).
Continúa, Padre, todavía hoy, manifestándote a través de él, para que nos sintamos hijos tuyos y la vida divina que has sembrado en nuestro corazón con el bautismo se refuerce con un camino de fe que nos haga experimentar siempre tus favores y contemplar tu gloria. Toda la vida de Jesús se ha desarrollado como vida filial en una actitud de escucha y de obediencia a ti, Padre, en una relación de amor y como expresión del amor. Ésta es la razón por la que Jesús no se ha buscado nunca a sí mismo ni su propia gloria, sino sólo escucharte a ti para revelarnos tu rostro. Por esto la vida de Jesús es para nosotros la revelación completa, la plenitud de la verdad.
También nosotros, como el apóstol Juan, queremos experimentar que la auténtica identidad de tu Hijo se comprende sólo cuando en la contemplación nos situamos fuera del tiempo y de la historia y encontramos la raíz de la existencia de Jesús en tu intimidad. Sobre esta plenitud queremos fundamentar nuestra fe.
CONTEMPLATIO
Señor Dios mío, hazme digna de conocer el altísimo misterio de tu ardiente caridad, el misterio profundísimo de tu encarnación. Tú te has hecho carne por nosotros. Por esta carne comienza la vida de nuestra eternidad (...). ¡Oh amor que se da entero! Te has alienado a ti mismo, te has anulado a ti mismo para hacerme, has tomado los despojos de siervo vilísimo para darme a mí un manto real y un vestido divino (...).
¡Por esto que entiendo, que comprendo con todo mi ser -que tú has nacido en mí-, seas bendito, Señor! ¡Oh abismo de luz! Toda la luz está en mí, si veo esto, si comprendo esto, si sé esto: que tú has nacido en mí. En verdad entender esto es una cumbre: la cumbre de la alegría (...). ¡Oh Dios increado, hazme digna de profundizar en este abismo de amor, de mantener en mí el ardor de tu caridad. Hazme digna de comprender la inefable caridad que tú nos comunicaste cuando, por medio de la encarnación, nos manifestaste a Jesucristo como Hijo tuyo, cuando Jesús te nos reveló a ti como Padre.
¡Oh abismo de amor! El alma que te contempla se eleva admirablemente más allá de la tierra, se eleva más allá de sí misma y navega, pacificada, en el mar de la serenidad (Ángela de Foligno, Experiencia de Dios amor, Sevilla 1991).
ACTIO
Repite a menudo y vive hoy la Palabra:
«Ninguna mentira viene de la verdad» (1 Jn 2,21).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Al ver más claro que tu vocación es la de ser testigo del amor de Dios al mundo, y al crecer tu determinación de vivir esta vocación, aumentarán los asaltos del enemigo. Oirás voces que te dirán: «No eres digno, no tienes nada que ofrecer, no tienes atractivo, no suscitas ni deseo ni amor». Cuanto más sientas la llamada de Dios, más descubrirás en tu propia alma la batalla cósmica entre Dios y Satán. No tengas miedo. Continúa profundizando en la convicción de que el amor de Dios te basta, que estás en manos seguras, y que eres guiado en cada paso de tu camino. No te dejes sorprender por los asaltos del demonio. Aumentarán pero, si los enfrentas sin miedo, descubrirás que son impotentes.
Lo que importa es aferrarse al verdadero, constante e inequívoco amor de Jesús. Cada vez que dudes de este amor, vuelve a tu morada interior y escucha allí la voz del amor. Solamente cuando sabes en tu ser más profundo que eres íntimamente amado, puedes afrontar las oscuras voces del enemigo sin ser seducido por ellas.
El amor de Jesús te dará una visión cada vez más clara de tu vocación, así como de las muchas tentativas de arrancarte de aquella llamada. Cuanto más sientas la llamada a hablar del amor de Dios, más necesidad tendrás de profundizar en el conocimiento de este amor en tu mismo corazón. Cuanto más lejos te lleve el camino exterior, más profundo debe ser tu camino interior. Sólo cuando tus raíces sean profundas, tus frutos podrán ser abundantes, pero tú puedes afrontar sin miedo al enemigo cuando te sabes seguro del amor de Jesús (H. J. M. Nouwen, La voz interior del amor, Madrid 19981.