29 de Diciembre: Día V dentro de la Octava de Navidad – Homilías
/ 26 diciembre, 2016 / Tiempo de NavidadLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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1 Jn 2, 3-11: Quien ama a su hermano permanece en la luz
Sal 95, 1-3. 6: Alégrese el cielo, goce la tierra
Lc 2, 22-35: Luz para alumbrar a las naciones
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
«Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna» (Jn 3, 16). Con este canto de entrada comienza la Misa de hoy.
Y en la oración colecta (Gelasiano) pedimos a Dios todopoderoso, a quien nadie ha visto nunca y que ha disipado las tinieblas del mundo con la venida de Cristo, Luz verdadera, nos mire complacido, para que podamos cantar dignamente la gloria del nacimiento de su Hijo.
–1 Juan 2,3-11: Quien ama a su hermano permanece en la luz. El cristianismo no es sólo algo negativo: no pecar, sino también vivir según la voluntad de Dios. Conocer a Cristo es vivir según su Voluntad. Son, pues, necesarias la fe y las obras (Sant 2, 14-26). Guardar la palabra de Dios es una respuesta amorosa al amor que Él nos tiene. El amor es superior al conocimiento y a la fe. Vivir el amor es imitar a Jesucristo, que es en realidad nuestra Ley, y amar como Él ha amado. Comenta San Agustín:
««Quien dice que permanece en Cristo debe andar como Él anduvo» (1 Jn 2,6). ¿Y cuál es el camino por el que Cristo caminó? ¿Cuál es sino la caridad de la que dice el Apóstol: «os muestro un camino todavía más excelente» (1 Cor 12,31)?. Si, pues, queremos imitar a Cristo, debemos correr por el mismo camino por el que Él se dignó andar, incluso cuando pendía de la cruz. Estaba clavado en la cruz y, corriendo por el camino de la caridad, rogaba por sus perseguidores. Finalmente, pronunció estas palabras: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34) Pidamos, pues, también nosotros esto mismo, sin cesar, en favor de todos nuestros enemigos, para que el Señor les conceda la corrección de sus costumbres y el perdón de sus pecados» (Sermón 167, A).
Y San Juan Crisóstomo:
«¿Que razón tienes para no amar? ¿Que el otro correspondió a tus favores con injurias? ¿Que quiso derramar tu sangre en agradecimiento de tus beneficios? Pero, si amas por Cristo, ésas son razones que te han de mover a amar más aún. Porque lo que destruye las amistades del mundo, eso es lo que afianza la caridad de Cristo. ¿Cómo? Primero, porque ese ingrato es para ti causa de un premio mayor. Segundo, porque ése precisamente necesita más ayuda y un cuidado más intenso» (Hom. sobre San Mateo 60,3).
–El Padre ha dado a Cristo en su Nacimiento « el trono de David», para que reine sobre la casa de Jacob y su reino no tenga fin. La plenitud de los tiempos, el Reino eterno ya comenzado ya, y por eso cantamos con el Salmo 75: «Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra; cantad al Señor, bendecid su nombre. Proclamad día tras día su victoria. Contad a los pueblos su gloria, sus maravillas a todas las naciones. El Señor ha hecho el cielo; honor y majestad lo preceden, fuerza y esplendor están en su templo. Alégrese el cielo, goce la tierra».
En el establo, en el pesebre, debajo del velo de su pobreza, de su vida oscura, de su desamparo, de su debilidad infantil, el Señor es Rey. Dejémonos conquistar por Él y abracémonos con su pobreza, con su humildad, con su obediencia, con su debilidad. De este modo Él también reinará en nosotros.
–Lucas 2,22-35: Jesús, María y José se someten a la ley judaica. La ley que ordenaba la presentación del primogénito al Señor y la purificación de la madre no afectaban ni a Jesucristo ni a la Virgen María, pero obedecieron. Jesús es ofrecido en el templo de manos de la Virgen María y de San José.
Inspirada por el Espíritu Santo, María conoce perfectamente el gran misterio que nos relata el Evangelio de hoy. Comprende el significado y el valor del sacrificio que Ella realiza. Identificada en absoluto con los sentimientos sacrificiales de su divino Hijo, María lo ofrece al Padre con la misma abnegación, con el mismo desprendimiento con que se ofrece el propio Jesús. Sacrifica generosamente con un total e incondicional fiat en sus labios y en su corazón lo que Ella más quiere y ama, su Todo. Lo hace en nombre y en representación nuestra y para nuestra salvación.
Estamos ante uno de los momentos más solemnes de la vida de la Virgen María, de la vida de la humanidad, de la vida de todos y de cada uno de nosotros. Es la primicia del Calvario. También comienza para Ella su sacrificio. Su alma será traspasada por la espada del dolor (Lc 2,25). Se ofrece también Ella por nosotros, juntamente con su Hijo. Ya se vislumbra el día en que, a los pies de la cruz, completará con Jesús la oblación comenzada hoy en el templo. El fiat de la Anunciación tuvo muchos momentos de prolongación crucificada en su vida.
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: 1 Juan 2,3-11
¿Cuál es el camino para conocer a Dios y morar en él? El Apóstol, después de haber presentado el criterio negativo de la comunión (1,5-2,2: «No pecar»), expone el positivo, que consiste en la observancia de los mandamientos y, entre estos, el del amor a Dios (vv. 3-6) y a los hermanos (vv. 8-11). Para el cristianismo, pues, el conocimiento de Dios comporta exigencias de vida que han de ser observadas. Por el contrario, la filosofía religiosa popular del tiempo, llamada "gnosis", sostenía que la salvación del hombre se obtiene a través del conocimiento de Dios, única cosa que permite alcanzar el verdadero objetivo de la vida humana, esto es, la liberación del mundo visible. En oposición a esta doctrina, que excluía el pecado y la existencia de toda moral, Juan afirma que el auténtico conocimiento de Dios debe estar avalado por la observancia de sus mandamientos. Porque, el que cumple «su palabra» (v. 5) experimenta el amor de Dios y mora en Él, porque vive como ha vivido Jesús y tiene dentro de sí una realidad interior que lo impulsa a imitar a Cristo, cuyo ejemplo de vida ha sido justamente el amor (v. 6), cf. Jn 13,15.34; 15,10).
Este mandamiento del amor, además, es nuevo y antiguo al mismo tiempo: «nuevo», porque ha sido la enseñanza recibida desde el principio del anuncio cristiano. Entonces, el auténtico criterio de discernimiento del espíritu de Dios reside en la práctica del amor fraterno, porque no se puede estar en la luz de Dios y después odiar al propio hermano. Para el Apóstol el que ama vive en la luz, el que odia vive en las tinieblas.
Evangelio: Lucas 2,22-35
La escena de la presentación de Jesús en el templo de Jerusalén sugiere el trasfondo teológico de este fragmento: la antigua alianza cede el puesto a la nueva, reconociendo en Jesús-Niño al Mesías doliente y al Salvador universal de los pueblos. El relato, ambientado en el templo, lugar de la presencia de Dios y de la revelación profética es rico en referencias bíblicas (cf. Mal 3; 2 Sm 6; Is 49,6) y consta de dos partes: la presentación de la escena (vv. 22-24) y la profecía de Simeón (vv. 25-35).
María y José, obedientes a la ley hebraica, entran en el templo como sencillos miembros pobres del pueblo de Dios para ofrecer su primogénito al Señor y para la purificación de la madre (cf. Ex 13,2-16; Lv 12,1-8). Confianza y abandono en Dios cualifican esta ofrenda de Jesús-Niño, anticipo de la verdadera ofrenda del Hijo al Padre que se cumplirá en el Calvario. Pero el centro de la escena está constituido por la profecía de Simeón «hombre justo y piadoso de Dios, que esperaba el consuelo de Israel» (v. 25). Guiado por el Espíritu va al templo y, reconociendo en Jesús al Mesías esperado, estalla en un saludo festivo unido a una confesión de fe: las antiguas «promesas» se han cumplido; él ha visto al Salvador, gloria del pueblo de Israel, luz y salvación para todas las gentes; ahora su fin está marcado por el triunfo de la vida. Pero esta luz del Mesías tendrá el reflejo del dolor, porque Jesús será «signo de contradicción» (v. 34) y la misma Madre será implicada en el destino de sufrimiento del Hijo (v. 35).
MEDITATIO
Amar, según el ejemplo de Cristo, quiere decir darse, olvidarse de sí mismo, procurar el bien del otro hasta sacrificar los propios intereses, las propias ideas y la misma vida. La actitud evangélica que nos sitúa en la verdad es la de la entrega de nosotros mismos a Dios y a los hermanos, es decir, la de la ofrenda que la familia de Nazaret ha practicado. La existencia cristiana no es sólo don, gratuidad, servicio, intimidad de amistad, sino también un algo difuso que impregna el ambiente en que se vive: es amor que se da a todos con generosidad.
El mandamiento del amor universal, llevado hasta el amor al enemigo (cf. Lc 6,27-36), para que pueda llegar a ser auténtico como Jesús nos ha enseñado, debe ser vivido primero en la comunidad de los hermanos en la fe. Para Juan, pues, el acento recae más sobre el fundamento del amor que sobre su universalidad. Juan, en efecto, lo pone en el misterio trinitario, y prefiere insistir en la vida de íntima comunión que une al Padre y al Hijo.
Así pues, justamente esta razón nos hace comprender que el auténtico amor fraterno no se agota dentro de los confines de la comunidad cristiana, en la que cada discípulo vive, porque el amor fundado en el del Padre y vivido en plenitud entre los hermanos de fe es un elemento de dinamismo apostólico. Cuanto más en profundidad se viven la fe y el amor, más atraídos se sienten todos a conocer el testimonio del verdadero discípulo de Jesús. Donde reina este amor mutuo los discípulos se convierten en signo histórico y concreto del Dios-amor en el mundo.
ORATIO
Señor Jesús, desde niño has querido darnos ejemplo de sencillez y pobreza con tu vida oculta y confundida entre la gente común. Has querido también ser presentado en el templo y someterte a la ley del tiempo como un primogénito cualquiera de tu pueblo. Te has hecho reconocer como Mesías y Salvador universal por Simeón, hombre justo y abierto a la novedad del Espíritu, porque tú siempre te revelas a los sencillos y mansos de corazón y no a los que el mundo considera grandes y poderosos.
Te pedimos que te nos manifiestes también a nosotros, a pesar de nuestra pobreza e incapacidad para acoger el paso de tu Espíritu por nuestra vida, para que podamos reconocerte como «luz» para nosotros y para nuestros hermanos. También nosotros, como el anciano Simeón, queremos bendecirte por las promesas que has cumplido dándonos la salvación y por las muchas maravillas que has realizado entre nosotros y continúas realizando con tu presencia providente y amorosa. Pero, sobre todo, queremos vivir lo que nos has enseñado con el mandamiento del amor fraterno: procurar el bien de los hermanos, llevar sus cargas y desventuras y compartir los sufrimientos de nuestros prójimos. Que nuestro vivir sea una ofrenda generosa de cuanto somos al Padre, para que nuestra pobre humanidad renazca a una vida nueva.
CONTEMPLATIO
Seguro que cada uno de nosotros ha experimentado ya la dicha de la Navidad. Pero el cielo y la tierra aún no se han convertido en una sola cosa. La estrella de Belén es una estrella que todavía hoy continúa brillando en una noche oscura (...). ¿Dónde está el júbilo de los ejércitos celestes, dónde la felicidad callada de la santa noche? ¿Dónde está la paz en la tierra? (...).
Contra la luz que baja de los cielos resalta, más siniestra y más negra, la noche del pecado. El Niño en el pesebre tiende sus manitas y parece querer decirnos ya con su sonrisa las palabras que brotarán un día de sus labios de adulto: «Venid a mi todos los agobiados y oprimidos» (...). Jesús pronuncia su «Sígueme» y quien no está con él está contra él. Lo pronuncia también para nosotros y nos sitúa ante la opción entre la luz y las tinieblas (...). Si ponemos nuestras manos entre las del Niño divino y respondemos a su «Sígueme» con un «sí», entonces somos suyos y está libre el camino para que su vida divina pueda derramarse sobre nosotros. Éste es el inicio de la vida divina en nosotros. Vida que no es aún contemplación beatífica de Dios en la luz de la gloria; es todavía oscuridad de la fe, pero ciertamente no es de este mundo y es ya una existencia en el reino de Dios (E. Stein, Il mistero del natale, Brescia 41998,25-30 passim).
ACTIO
Repite a menudo y vive hoy la Palabra:
«El que ama a su hermano vive en la luz» (1 Jn 1,10).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
No dudes en amar, y ama profundamente. Podrías tener miedo del dolor que puede causar un amor profundo. Cuando aquellos a quienes amas profundamente te rechazan, te abandonan o mueren, tu corazón se rompe. Pero esto no debe imf}edirte amar profundamente. El dolor que emana de un amor profundo hará tu amor todavía más fecundo. Es como el arado que deshace los terrones para permitir que la semilla arraigue y crezca como planta fuerte. Cada vez que experimentas el dolor del rechazo, de la ausencia o de la muerte, te encuentras frente a una elección nueva. Puedes convertirte en presa de la amargura y decidir no amar más, o puedes permanecer erguido en tu dolor y dejar que el suelo en el que estás se haga más rico y más capaz de dar vida a nuevas semillas.
Cuanto más has amado y aceptado sufrir a causa de tu amor, tanto más permitirás que tu corazón crezca y se haga más profundo. Cuando tu amor es auténtico dar y auténtico recibir, aquellos que amas no abandonarán tu corazón ni siquiera cuando se alejen. Se harán parte de tu yo, construyendo así gradualmente una comunidad dentro de ti.
Aquellos a quienes has amado profundamente se hacen parte de ti. Cuanto más vivas, más serán las personas que amarás y que se harán parte de tu comunidad interior. Mayor será tu comunidad interior y más fácilmente reconocerás hermanos y hermanas en los extraños que se te acerquen. los que viven dentro de ti reconocerán a los vivos en torno a ti. De este modo el dolor del rechazo, de la ausencia y de la muerte podrá resultar fecundo. Sí, si amas profundamente, la tierra de tu corazón estará cada vez más desmenuzada, pero te alegrarás por la abundancia de frutos que te reportará (H. J. M. Nouwen, La voz interior del amor, Madrid 1998).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos 1
1. Una cosa es conocer y otra vivir en conformidad con lo conocido.
Juan nos dice dónde está la prueba de la verdadera fe: «en esto sabemos que le conocemos, en que guardamos sus mandamientos». Y no como los gnósticos de fines de primer siglo, contratos que escribe esta carta, que daban la prioridad absoluta al saber («gnosis», conocimiento), y con eso se sentían salvados, sin prestar gran atención a las consecuencias de la vida moral. No actuaban según ese conocimiento de Dios.
El que cree conocer a Dios y luego no vive según Dios es un mentiroso, la verdad no está en él. Mientras que «quien guarda su Palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud».
Más en concreto todavía, para Juan la demostración de que hemos dejado la oscuridad y entrado en la luz, es si amamos al hermano: «quien dice que está en la luz y aborrece al hermano, está aún en las tinieblas», «no sabe a dónde va» y seguramente tropezará, porque «las tinieblas han cegado sus ojos».
Es la consecuencia de haber conocido el misterio del amor de Dios en esta Navidad: también nosotros tenemos que imitar su gran mandamiento, que es el amor. La teoría es fácil. La práctica no lo es tanto: y las dos deben ir juntas.
2. La presentación de Jesús en el Templo, cuya primera parte leemos hoy, es una escena llena de sentido que nos ayuda a profundizar en el misterio de la Encarnación de Dios.
José y María cumplen la ley, con lo que eso significa de solidaridad del Mesías con su pueblo, y lo hacen con las ofrendas propias de las familias pobres.
Así, en el Templo sucede el encuentro del Mesías recién nacido con el anciano Simeón, representante de todas las generaciones de Israel que esperaban el consuelo y la salvación de Dios. En la tradición bizantina se llama precisamente «Encuentro» a esta fiesta. Simeón, movido por el Espíritu, reconoce en el hijo de esta sencilla familia al enviado de Dios, y prorrumpe en el breve y entusiasta cántico del «Nunc dimittis»: «ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz», que nosotros decimos cada noche en la oración de Completas que concluye la vivencia de la Jornada. En su boca es como el punto final del Antiguo Testamento Describe en unos trazos muy densos al Mesías: «mis ojos han visto a tu Salvador», que es «luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel». Cristo, gloria del pueblo de Israel y luz para los demás pueblos. Pero a la vez esa luz va a ser «crisis», juicio, signo de contradicción. Todos tendrán que tomar partido ante él, no podrán quedar indiferentes. Por eso Simeón anuncia a la joven madre María una misión difícil, porque tendrá que participar en el destino de su Hijo: «será como una bandera discutida... y a ti una espada te traspasará el alma».
La presencia de María en este momento, al inicio de la vida de Jesús, se corresponde con la escena final, con María al pie de la Cruz donde muere su Hijo. Presencia y cercanía de la madre a la misión salvadora de Cristo Jesús.
3. a) La carta de Juan nos ha señalado un termómetro para evaluar nuestra celebración de la Navidad: podremos decir que hemos entrado en la luz del Hijo de Dios que ha venido a nuestra historia si estamos progresando en el amor a los hermanos. «Quien ama a su hermano, permanece en la luz y no tropieza». Si no, todavía estamos en las tinieblas, y la Navidad habrá sido sólo unas hojas de calendario que pasan.
Es un razonamiento que no necesita muchas explicaciones. Navidad es luz y es amor, por parte de Dios, y debe serlo también por parte nuestra. Claro que la conclusión lógica hubiera sido: «también nosotros debemos amar a Dios». Pero en la lógica de Jesús, que interpreta magistralmente Juan, la conclusión es: «debemos amarnos los unos a los otros».
Porque el amor de Dios es total entrega: «tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo para que todos tengan vida eterna». El mismo Jesús (Jn 13,34) relaciona las dos direcciones del amor: «yo os he amado: amaos unos a otros».
b) Se nos invita, por tanto, a que no haya distancia entre lo que decimos creer, lo que celebramos en laNavidad, y lo que vivimos en nuestro trato diario con los demás. «Quien dice que permanece en él, debe vivir como vivió él»: el Jesús a quien estamos celebrando como nacido en nuestra familia, es el Jesús que nos ha enseñado a vivir, con su palabra y sobre todo con sus hechos. La Navidad nos está pidiendo seguimiento, no sólo celebración poética.
Habría bastante más luz en medio de las tinieblas de este mundo, si todos los cristianos escucháramos esta llamada y nos decidiéramos a celebrar la Navidad con más amor en nuestro pequeño o grande círculo de relaciones personales.
c) También el evangelio nos conduce a una Navidad más profunda. El anciano Simeón nos invita, con su ejemplo, a tener «buena vista», a descubrir, movidos por el Espíritu, la presencia de Dios en nuestra vida. Él la supo discernir en una familia muy sencilla que no llamaba a nadie la atención. Reconoció a Jesús y se llenó de alegría y lo anunció a todos los que escuchaban. En los mil pequeños detalles de cada día, y en las personas que pueden parecer más insignificantes, nos espera la voz de Dios, si sabemos escucharla.
Además, Simeón nos dice a nosotros, como se lo dijo a María y José, que el Mesías es signo de contradicción. Como diría más tarde el mismo Jesús, él no vino a traer paz, sino división y guerra: su mensaje fue en su tiempo y lo sigue siendo ahora, una palabra exigente, ante la que hay que tomar partido, y en una misma familia unos pueden aceptarle y otros no.
Nosotros somos de los que creemos en Cristo Jesús. De los que celebramos la Navidad como fiesta de gracia y de comunión de vida con él. Pero también debemos ser más claramente «hijos de la luz» y vivir «como él vivió», no sólo de palabra, sino de obras.
«Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todos tengan vida eterna» (entrada)
«Tú has disipado las tinieblas del mundo con la venida de Cristo, la luz verdadera» (oración)
«Quien dice que permanece en él, debe vivir como vivió él» (1a lectura)
«Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza» (1a lectura)
«Mis ojos han visto a tu Salvador, luz para alumbrar a las naciones» (evangelio)
«Por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos visitará el sol que nace de lo alto» (comunión).