Ferias Mayores Tiempo de Adviento: 23 de Diciembre – Homilías
/ 19 diciembre, 2016 / Tiempo de AdvientoLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Mal 3, 1-4. 23-24: Os envío al profeta Elías, antes de que venga el Día del Señor
Sal 24, 4-5a. 8-9. 10 y 14: Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación
Lc 1, 57-66: Nacimiento de Juan Bautista
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
Cantamos en la entrada, «Un niño nos va a nacer y su nombre es: Dios guerrero; Él será la bendición de todos los pueblos» (Is 9,6; Sal 71,17). En la colecta (Rótulus de Rávena), pedimos al Señor todopoderoso y eterno, al acercarnos a las fiestas de Navidad, que su Hijo, que se encarnó en las entrañas de la Virgen María y quiso vivir entre nosotros, nos haga partícipes de la abundancia de su misericordia.
–Malaquías 3,1-4; 4,5-6: Antes del día del Señor, os enviaré al profeta Elías. Contra el sacerdocio infiel, Malaquías anuncia el terrible Día de Yavé. El Señor vuelve a su templo para renovarlo mediante el fuego purificador y reinstaurar en él un sacerdocio santo y una oblación justa y aceptable. La venida del Señor la anunciará un mensajero, como los heraldos pregonaban la venida del emperador: será el profeta Elías, arrebatado al cielo.
En el Nuevo Testamento, Jesús dice que su precursor, Juan Bautista, «es Elías, el que iba a venir» (Mt 11,14). También nosotros tenemos nuestro día. Hay muchos días en nuestra vida y también muchos «precursores» que nos lo anuncian y nos preparan para ese día concreto. Días concretos en los que Dios otorga sus dones y nos visita para provocar en nosotros una ascensión más en nuestro camino de perfección cristiana: unos misiones populares, unos ejercicios espirituales, una simple homilía... Hemos de acogerlos con un corazón abierto.
En todos esos días se hace más palpable la presencia del Emmanuel, es decir «Dios con nosotros». Él es el Hijo Unigénito de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, de igual sustancia que el Padre. Él, por nuestra salvación, descendió de los cielos, se encarnó por obra y gracia del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María, y se hizo hombre. ¡Dios con nosotros! Se hace pobre con nosotros, ora con nosotros, siente y padece con nosotros. ¡Dios con nosotros! Nos da su amor, su verdad, su Corazón, su gracia, su sangre y, con todo esto, su perdón. Reconozcamos siempre en nuestra vida el Día del Señor y aceptémoslo con gratitud y alegría desbordante.
–El Señor está ya a la puerta para salvar a la humanidad. Pidámosle con el Salmo 24 que nos enseñe sus caminos de purificación, de conversión, de perdón..., que lleguemos al conocimiento interno y sabroso de que «se acerca nuestra liberación». Digámosle confiadamente: «Señor, instrúyeme en tus sendas, haz que camine con lealtad; enséñame, porque Tú eres mi Dios y Salvador. El Señor es bueno y recto y enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes. Las sendas del Señor son misericordia y lealtad, para los que guardan su alianza y sus mandatos. El Señor se confía con sus fieles y les da a conocer su alianza». Es el Día del Señor. Recibamos con humildad sus dones.
–Lucas 1,57-66: Nacimiento del Bautista. Dios le ha dado un nombre: Juan, que significa «Dios se ha compadecido». Es el Precursor de la gran misericordia de Dios, la venida de Cristo. Dios en su nacimiento, una vez más, interviene en la historia humana y la convierte en historia de la salvación. Alegrémonos también nosotros en el nacimiento de Juan. Escribe San Ambrosio:
«Isabel dio a luz a un hijo, y sus vecinos se unieron en su alegría. El nacimiento de los santos es una alegría para muchos, pues es un bien común, ya que la justicia es una virtud social. En el nacimiento del justo se ven ya las señales de lo que será su vida, y el atractivo que tendrá su virtud está presagiado y significado en esa alegría de los vecinos» (Comentario Evang. Lucas II,30).
Acojamos el día de la visita de Dios. Son muchas las visitas que nos hace el Señor en nuestro caminar hacia el Padre. Dios grande y santo viene a nosotros, pecadores indignos. Viene no para aniquilarnos, como lo hizo en otro tiempo: diluvio, Sodoma, Gomorra..., sino para librarnos, para darnos sus dones y gracias con los cuales progresemos en la virtud, en la vida interior. No se contenta simplemente con ocupar nuestro lugar y con expiar nuestros pecados, abandonándonos después a nuestra suerte, sino que viene muchas veces con sus visitas, con sus dones y sus avisos. Quiere levantarnos hasta Él mismo, nos incorpora consigo, nos comunica su propia vida y nos vivifica... Emplea también a veces sus intermediarios, sus precursores...
La figura del Bautista, el precursor, en estas vísperas ya de la Navidad, sigue llamándonos a una conversión que abra nuestros corazones al Señor que viene, que quiere venir más dentro de nuestras vidas. Oigamos a San Juan Crisóstomo:
Si Juan, siendo tan santo, «vivió entregado a una vida tan áspera, lejos de toda lujo y placer... ¿qué defensa habrá en nosotros que, después de tanta misericordia de Dios y tan grande carga de nuestros pecados, no mostramos ni la mínima parte de la penitencia del Bautista?... Apartémonos de la vida muelle y relajada, pues no hay modo de unir placer y penitencia» (Homilías sobre Evg. Mateo 10,4-5).
Reconociendo que somos pecadores, y que necesitamos absolutamente al Salvador, cantamos en Vísperas, en la antífona del Magníficat: «¡oh Emmanuel, Rey y Legislador nuestro, Expectación y Salvador de las gentes! Ven, a salvarnos, Señor, Dios nuestro».
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Malaquías 3,1-4.23-24
En el contexto de la reconstrucción del segundo templo (segunda mitad del siglo V a.C.), el culto y la pureza religiosa del pueblo están en decadencia a causa de los matrimonios mixtos de los que volvieron a Jerusalén del destierro de Babilonia y viven impunes y tranquilos. Los observantes se preguntan: ¿dónde está la justicia de Dios? En nombre del Señor, el profeta responde denunciando el pecado de los sacerdotes y la violación de la ley del culto por parte de pueblo y anunciando como inminente «el día grande y terrible» (v. 23) de la venida del Señor en persona. Él purificará el templo y sus sacerdotes y juzgará a los malvados.
Pero al Señor le precederá un mensajero, identificado con el profeta Elías (v. 23; Eclo 48,10-11), cuya misión será la de preparar el camino, purificar al pueblo de sus pecados y dirigirlo, mediante la reconciliación del corazón, a las sanas tradiciones de los padres. La profecía de Malaquías, leída en el contexto del Nuevo Testamento, se refiere a la venida de Cristo, precedida por su mensajero: Juan Bautista, cuya misión de Precursor será llamar al pueblo a la conversión y prepararlo al encuentro con el Mesías, «el mensajero de la alianza» (v. 1), por todos esperado.
Evangelio: Lucas 1,57-66
El evangelio de Lucas, realizando la profecía de Malaquías en la figura del Bautista, nos describe dos episodios de su nacimiento: la participación de los parientes y vecinos que se alegran con Isabel por su parto (vv. 57-58) y la circuncisión del niño al octavo día con la imposición del nombre (vv. 59-66).
El evangelista, subrayando algunos elementos, advierte en el acontecimiento del nacimiento y de la imposición del nombre la intervención prodigiosa y misericordiosa del Señor actuando en la vida del pequeño de modo extraordinario: la alegría de todos por el acontecimiento inesperado (v. 58); el significado del nombre «Juan» (vv. 60-63), que quiere decir: «Dios favorece y actúa con misericordia», nombre rico en promesas futuras; el asombro de los presentes mezclado con un temor respetuoso, y la divulgación de la noticia por toda Judea (v. 65); Zacarías que recobra el habla y bendice y alaba a Dios, como signo de que todo lo dicho por el Señor se ha cumplido (v. 64); finalmente, la reacción de aquellos que iban conociendo el nacimiento del niño, que se preguntaban: «¿Qué va a ser este niño?», y el mismo evangelista en una nota redaccional concluye diciendo: «El Señor estaba con él» (v. 66).
La narración del nacimiento del Bautista anuncia ya maduros los tiempos nuevos de la venida del Mesías. Lo importante es acogerlo como hizo el Bautista y saber reconocer en la historia la novedad radical de la relación entre Dios y el hombre.
MEDITATIO
En todas las épocas de la historia humana el Señor envía siempre mensajeros como Elías y el Bautista, para recordar que es él quien tiene en sus manos las riendas de los avatares humanos y, a pesar de que el hombre rechace sus llamadas y huya de sus caminos, él siempre reanuda los vínculos con gestos de amor. Tampoco hoy faltan entre nosotros signos concretos y modos elocuentes de su Palabra, personas como la Madre Teresa y acontecimientos extraordinarios como un concilio ecuménico o un sínodo eclesial; personas y acontecimientos que, siendo instrumentos del Espíritu, elevan las propias "antenas" para captar la onda del mundo nuevo que se perfila en el horizonte. Lo nuevo ya está y está vivo, hay que saberlo ver y respetar sin ceder a nostalgias del pasado o a sueños de futuro, que son auténticas evasiones de la realidad.
Dios nos va educando con largos períodos de ascesis y silencio para que aprendamos a descubrirlo en la historia y en lo íntimo del corazón, donde mora el Espíritu de Cristo que nos guía e ilumina en nuestro camino de fe. Todo esto lleva consigo el romper nuestras seguridades para que nos fiemos de un Dios-Amor, como Jesús nos enseñó (cf. 1 Jn 4,16). Aceptar a Dios-Amor significa entrar en los caminos de Dios, fiarnos de su paternidad divina, que nos hace libres y nos restituye la dignidad de auténticos hijos; significa dejarse conducir por su Espíritu sin poner obstáculos a la acción interior y gratuita de Dios.
ORATIO
Padre santo, que guías la historia y que por medio de tu Hijo Jesús la conduces por los caminos de amor, haz que la Iglesia en su peregrinación terrena hacia el Señor viva plenamente la tensión de la salvación entre el ya cumplido en Jesús y el todavía no actualizado en nosotros y manifestado en Cristo glorioso.
En los albores de la Iglesia los cristianos decían: ({La salvación está más cerca que cuando comenzamos a creer» (Rom 13,11). Con frecuencia hoy vivimos sin pensar en tu venida, distraídos por mil luces fatuas que nos deslumbran, ignorando el grito que la Iglesia dirige a su esposo al final del Apocalipsis: ({Ven, Señor Jesús» (Ap 22,17.20). Concédenos, Padre bueno, no olvidar que estás entre nosotros, aunque oculto en tantos rostros de hermanos, y guías nuestros pasos por la presencia de tus mensajeros de luz y de paz, que nos interpelan y sacuden nuestra superficialidad espiritual con su fe coherente y su fecundo testimonio de vida.
Queremos estar vigilantes en nuestro caminar para reconocer tus mensajeros que nos invitan a tu amistad. Pero, ante todo, te pedimos que nos hagas capaces de mantener purificado el corazón, libre y sensible a la acción del Espíritu, para que actuemos como deseas, te encontremos en esta Navidad y podamos estar preparados en el día de tu última visita para confesar en alabanza que has sido padre y amigo.
CONTEMPLATIO
El nombre de Juan significa: «aquel en el cual está la gracia». Ahora bien, donde debe nacer la gracia, se tiene que caminar por caminos de conversión. Si se lograse seguir este camino, sería una cosa deliciosa. Si se aprendiese bien este camino, nacería en él de verdad la gracia de Dios. El hombre no tiene nada por sí mismo; todo proviene de Dios y por Dios: tanto lo grande como lo pequeño. El hombre debiera tener siempre presente este pensamiento en su corazón (...).
En esto el hombre debe humillarse y arrojarse a los pies de Dios para que se compadezca de él. Debe además esperar plenamente en Dios. Entonces, de pronto, Juan -esto es, la gracia- nace en ese humus de humildad. En el valle de la humildad crece la dulzura, la confianza, la calma, la paciencia, la bondad (...). Cuando tiene lugar este nacimiento, se experimenta un gozo en el espíritu tan grande que nadie puede expresarlo (...).
En estas personas descansa la santa Iglesia y, si no existieran, la cristiandad no subsistiría ni una hora. El hecho de que existan es mucho más importante que toda la actividad del mundo. Que Dios nos conceda a todos nosotros lograr todo esto del modo más rápido y glorioso. Amén (Taulero, Sermón por la natividad de san Juan Bautista, en Obras, Alba 1984).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Hablaba bendiciendo a Dios» (Lc 1,64).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
«Era la luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene a este mundo». Si pues, alumbro a todo hombre que viene al mundo, iluminó también al mismo Juan. Alumbraba a aquel por quien quería darse a conocer.
Entended, pues, hermanos míos: venía a espíritus apocados, a corazones débiles, para vigorizar los ojos enfermizos de las almas. Para éstos venía. ¿Cómo es posible que un alma de éstas vea al Señor por excelencia? De manera parecida a como suele casi siempre darse uno cuenta de que ha salido el sol, que los ojos no ven, por los cuerpos que reflejan sus rayos. Quienes tienen enfermos los ojos pueden fácilmente ver un muro, una montaña¡ un árbol y otros objetos cualesquiera que el sol ilumina y dora con sus rayos, y estos objetos iluminados muestran la salida del sol a los ojos, que aún no pueden fijarse directamente en él. Así son aquellos hombres a quienes viene Cristo y que son ineptos para verlo. Irradia sobre Juan, quien confiesa no ser él el que irradia y alumbra, sino quien recibe la irradiación y la luz, y por él se a Aquel que ilumina y esclarece y lo llena todo, ¿Quién es éste? Este es, dice el evangelista, el que alumbra a, todo hombre que viene a este mundo. Si no se hubiese alejado de El, no tendría necesidad de ser iluminado. Pero le es necesaria esta iluminación, porque se alejó del que podía envolverlos en sus resplandores (San Agustín, Sobre el evangelio de san Juan, Madrid 1968, 95-96).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos 1
1. El anuncio del profeta Malaquías, de que Dios enviará un mensajero, prepara en paralelo el relato evangélico del nacimiento de Juan.
El profeta, en el siglo V antes de Cristo, en un tiempo de restauración política, que él querría que fuera también religiosa, se queja de los abusos que hay en el pueblo y en sus autoridades. El culto del Templo es muy deficiente, por desidia de los sacerdotes. De parte de Dios anuncia reformas y sobre todo el envío de un mensajero que prepare el camino del mismo Señor. Su venida será gracia y juicio a la vez, será fuego de fundidor, que purifica quemando, para que la ofrenda del Templo sea dignamente presentada ante el Señor.
¿Quién podrá resistir el día de su venida?
Una de las características de la misión de este mensajero será que «convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres».
El salmo da mayor suavidad al tema y nos hace repetir con confianza, ante este día de la venida del Señor: «mirad y levantad vuestras cabezas: se acerca vuestra redención». Eso si, con un compromiso de caminar por las sendas de Dios, con lealtad y rectitud, guardando la alianza con Dios.
2. Los judíos habían interpretado a este mensajero anunciado por Malaquías como el profeta Elías, que vendría al final de los tiempos. Pero Jesús lo identificó con Juan Bautista.
Hoy hemos escuchado el relato del nacimiento de Juan, el precursor, que se completará mañana con el cántico de su padre Zacarías (el Benedictus) y nos preparará así próximamente a celebrar el nacimiento de Jesús.
Dios ha decidido que ha llegado ya la plenitud de los tiempos y empieza a actuar. La voz corre por la comarca y todos se llenan de alegría. Tienen razón los vecinos: ¿qué será de este niño? Juan será grande. Durante bastantes días, en este Adviento, hemos ido leyendo pasajes en que se cantan las alabanzas de este personaje, decisivo en la preparación del Mesías: testigo de la luz, voz de heraldo que clama en el desierto y prepara los caminos del Señor, que crea grupos de discípulos que luego orientará hacia el Profeta definitivo, que predica la conversión y anuncia la inminencia del día del Señor.
El nombre, para los judíos, tiene mucha importancia. Juan significa «gracia de Dios», o «favor de Dios», o «misericordia de Dios». Nadie en la familia se había llamado así, y es que Dios sigue caminos siempre sorprendentes.
3. a) La figura de Juan nos invita también a nosotros a la conversión, a volvernos hacia ese Señor que viene a salvarnos, y a dejarnos salvar por él.
La voz de Juan, en este Adviento, nos invita a la vigilancia, a no vivir dormidos, aletargados, sino con la mirada puesta en el futuro de Dios, y el oído presto a escuchar la palabra de Dios. Haciendo nuestra la súplica que el Apocalipsis pone en boca del Espíritu y la Esposa: «Ven, Señor Jesús». Cada Adviento es ponerse en marcha al encuentro del Dios que siempre viene.
También en nuestra vida, como en la sociedad y el Templo de Israel, hay cosas que tienen que cambiar, actitudes que habría que purificar y caminos que necesitan enderezarse. Si preparamos la Navidad, por ejemplo, celebrando el sacramento de la reconciliación, entonces podremos cantar y celebrar litúrgicamente el Nacimiento de Jesús según los deseos de Dios.
b) Ojalá que también este año, entre nosotros, en la inminencia de la Navidad, corra la voz de la Buena Noticia entre los conocidos y amigos, y todos se llenen de alegría interior.
Ojalá que también surjan entre nosotros y sean escuchadas las voces de profetas como Malaquías y el Bautista que clamen la llegada de la salvación y convoquen eficazmente a una Navidad auténticamente cristiana.
Ojalá que nosotros mismos seamos evangelizadores, anunciadores de Cristo para el mundo de hoy, ejerciendo la función profética que todos los cristianos tenemos por el bautismo, y de modo especial los religiosos y ministros ordenados.
c) Una de las señales de la cercanía de una Navidad según el corazón de Dios sería la que anunciaba Malaquías: la reconciliación entre los padres y los hijos, entre los hermanos, entre los vecinos, entre los miembros de la comunidad. Ésa es la mejor preparación para una fiesta que celebra que Dios se ha hecho Dios-con-nosotros, y por tanto, nos invita a ser nosotros-con- Dios, por una parte, y nosotros-con-nosotros, por otra, porque todos somos hermanos.
O Emmanuel
«Oh Emmanuel, Rey y legislador nuestro,
esperanza de las naciones y salvador de los pueblos:
ven a salvarnos, Señor Dios nuestro»
Emmanuel, Dios-con-nosotros, el nombre que ya se anunciaba desde Isaías (7, 14). El que más expresivamente nos muestra el plan de cercanía y de presencia salvadora de Dios.
A la vez hay otros títulos mesiánicos: rey, legislador, esperanza, salvador, Señor, Dios nuestro. Por eso colma de confianza en este Adviento a todos los creyentes. Ante la inminente Navidad, se hace más urgente nuestra súplica: ven a salvarnos.