Ferias Mayores Tiempo de Adviento: 20 de Diciembre – Homilías
/ 19 diciembre, 2016 / Tiempo de AdvientoLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Is 7, 10-14: Mirad: la virgen está encinta
Sal 23, 1b-2. 3-4ab. 5-6: Va a entrar el Señor; Él es el Rey de la Gloria
Lc 1, 26-38: Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
Con el profeta Isaías cantamos en la entrada de esta celebración: «Saldrá un renuevo de la raíz de Jesé y la gloria del Señor llenará toda la tierra. Todos los hombres verán la salvación de Dios» (Is 11,1.40, 3). En la oración colecta (Rótulus de Rávena) se pide al Señor y Dios nuestro, a cuyo designio se sometió la Virgen Inmaculada, aceptando, al anunciárselo el ángel, encarnar en su seno a tu Hijo, que ya que Él la ha transformado, por el don del Espíritu Santo, en templo de la divinidad, nos conceda, siguiendo su ejemplo, la gracia de aceptar sus designios con humildad de corazón.
–Isaías 7,10-14: Ésta será la señal: la virgen concebirá un hijo. El profeta y el rey se hallan frente a frente. Acaz solicita la ayuda de Asiria para vencer a sus enemigos. Bajo una falsa religiosidad, oculta una absoluta falta de fe en la intervención divina. En esa coyuntura nacional, Isaías, el hombre de Dios y de la fe, le ofrece un signo: «La Virgen concibe y da a luz un hijo y le pone por nombre Dios-con-nosotros». Palabras tan grandiosas solo pueden decirse del Mesías, Jesucristo bendito, y así se dicen en el Evangelio (Mt 1,18-25). Él es el signo de la ayuda de Dios al mundo.
Tal vez hoy no se perciba en muchos casos la presencia de Dios en los acontecimientos de cada día, pues nos fiamos mucho del progreso. Pero, en realidad, ese progreso falla muchas veces. Aunque hay medicinas para todo, éstas a veces no curan, y los hombres se siguen muriendo. Tenemos necesidad del auxilio divino, incluso en la evolución del progreso. Todo lo debemos a Dios.
Además hemos de ver a Dios en los hombres, porque éstos son como sombras de Cristo, que continúa caminando en el paso del pobre, del necesitado, del fiel que está injertado en Él. Por eso todo hombre, y el cristiano de modo especial, es signo y transmisor de la presencia divina en el mundo.
«He aquí que una virgen concebirá». Con la sagrada liturgia, reconozcamos también nosotros a María, la Virgen Madre de Dios, en la santa Iglesia. Como aquella, también la Iglesia lleva en su seno a Cristo, la verdad, la salvación, la gracia. Solo en ella encontrará la humanidad a Cristo. Venid, subamos al monte del Señor –al monte Sión–, vayamos a la casa del Señor –al templo de Jerusalén, a la morada de Dios, a la Virgen María, a la Iglesia–. Allí nos enseñará Él sus caminos. Seamos fieles al Señor, a la Virgen María, a la santa Iglesia.
–Por la venida de Cristo todo el mundo se transformará en un templo de su presencia. Esto debe ser cada vez más explícito y manifiesto, por eso cantamos con el Salmo 23:
«Ya llega el Señor, Él es el Rey de la gloria. Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes. Él la fundó sobre los mares. Él la afianzó sobre los ríos. ¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? El hombre de manos inocentes y puro corazón. Ése recibirá la bendición del Señor, le hará justicia el Dios de salvación. Éste es el grupo que busca al Señor, que viene a tu presencia, Dios de Jacob».
Así cantamos nosotros, que en este Adviento nos preparamos para celebrar dignamente el Nacimiento del Salvador.
–Lucas 1,26-38: El Señor solicita por el ángel la aquiescencia de María. Dios tiene necesidad de la nada de su criatura abierta a Él. Las más grandes obras de Dios se realizan en el silencio y la oscuridad. En la Anunciación la Virgen María tiene una misión relevante. Ha llegado la plenitud de los tiempos, el tiempo mesiánico. Sus signos son sencillez, humildad, plenitud, alegría. María es la nueva Jerusalén, el nuevo Templo. La Gloria de Dios habita en Ella. San Bernardo, en el nombre de toda la humanidad, le habla así con inmensa devoción:
«Oiste, Virgen, que concebirás y darás a luz a un hijo. Oiste que no será por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo... También nosotros, los condenados infelizmente a muerte por la divina sentencia, esperamos, Señora, la palabra misericordiosa de tu respuesta. Se pone en tus manos el precio de nuestra salvación. En seguida seremos librados, si tú das tu consentimiento...
«Esto te suplica, oh piadosa Virgen, el triste Adán, desterrado del paraíso, con todos los antecesores tuyos, que están detenidos en la región de la sombra de la muerte. Este te pide el mundo postrado a tus pies...
«Da pronto tu respuesta. Responde presto al ángel o, por mejor decir, al Señor por medio del ángel. Responde una palabra y concibe la Palabra divina. Emite una palabra fugaz y acoge en tu seno a la Palabra eterna...
«Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas a tu Creador. Mira que el Deseado de todas las naciones está llamando a tu puerta... Levántate, corre, ábrele. Levántate por la fe, corre por la devoción, abre por el consentimiento.
««Aquí está, dice la Virgen, la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra»» (Homilía 4).
Así, con la fe de María comienza la nueva Alianza. Ella es elegida y preparada para ser signo de la presencia de Dios, y es signo tan transparente y eficaz, que se hace para nosotros como su tabernáculo viviente, una custodia viva, en la que mora plenamente el Señor.
Ante la propuesta divina, traída por el ángel, María no conoce más que una obediencia ciega, una entrega y un abandono absolutos: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra». El Verbo entonces se hace carne en Ella por obra del Espíritu Santo. ¡Venid, adoremos! La Virgen de Nazaret es el Templo nuevo, la nueva Arca de la Alianza, en la que se acerca a nosotros el mismo Dios en persona.
«He aquí que una Virgen concebirá». ¡El alma virginal! La mujer llena de gracia, que vive enteramente de Dios y de Cristo. La fortaleza virginal clausurada, que abre sus puertas para que entre en ella el Rey de la gloria. Ella es la Virgen de corazón puro y de manos inmaculadas. Es la Virgen que no tiene más que una respuesta a la llamada divina: «He aquí la esclava del Señor». Con su poder el Redentor se acerca a la prisión donde el hombre, pobre y pecador, yace en las sombras de la muerte. Viene a él, miserable, por la Virgen María.
Por eso hoy la liturgia canta en Vísperas, en la antífona del Magníficat: «oh llave de David, y cetro de la casa de Israel. Tú abres y nadie puede cerrar; cierras y nadie puede abrir. Ven y libra al que yace aherrojado en la prisión, sentado en tinieblas y sombras de muerte».
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Isaías 7,10-14
Estamos hacia el año 735 a.e. cuando Acaz, joven rey de Jerusalén, débil, mundano y sin hijos, ve peligrar su trono ante la presencia de los ejércitos enemigos que oprimen los confines del reino de Judá. ¿Qué hacer? El rey pretende resolver el angustioso problema pactando alianzas humanas. Isaías, por el contrario, propone fiarse totalmente de Dios. Incluso el profeta invita al rey, en su apuro, a pedir un «signo» que confirme la protección divina. Pero Acaz lo rechaza aduciendo motivos de falsa religiosidad: «No quiero tentar al Señor» (v. 12). Isaías desenmascara la hipocresía del rey, pero añade que, a pesar del rechazo, Dios mismo dará un signo: «La virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel: Dios con nosotros» (v. 14).
Las palabras del profeta se refieren a Ezequías, el hijo de Acaz, al que la reina madre está a punto de dar a luz y cuyo nacimiento, en aquel momento histórico singular, se verá como presencia salvífica de Dios a favor del pueblo en apuros. Pero, en realidad, las palabras que Isaías dirige a Acaz son profecía de un rey salvador, y toda la tradición cristiana, basándose en la traducción de los Setenta, ha visto el anuncio profético del nacimiento virginal de Jesús, hijo de María.
Evangelio: Lucas 1,26-38
La narración de la anunciación del ángel Gabriel a la virgen María constituye la aurora del mayor acontecimiento que la historia humana haya visto jamás: la encarnación del Hijo de Dios. El texto bíblico es rico en reminiscencias veterotestamentarias y de gran valor doctrinal: se trata nada menos que del cumplimiento de las promesas hechas por Dios a los patriarcas y renovadas a David (cf. 2 Sm 7,14.16; 1 Cr 17,12-14; Is 7,10-14), y contiene una profunda teología del misterio de Cristo. De hecho Jesús aparece como rey e hijo de David («El Señor Dios le dará el trono de David su padre y reinará sobre la casa de Jacob para siempre»: vv. 32-33) ya la vez como santo e hijo de Dios «Será grande, se llamará Hijo del Altísimo»: v. 32). Las palabras del ángel a María, además de ser un anuncio de gozo por la venida del Mesías a la tierra, constituyen el testimonio de la amorosa predilección de Dios con la humilde joven de Nazaret que, como esclava del Señor, ha merecido ser Madre de Dios por su fe incondicional.
La confirmación de la intervención celeste, por obra del Espíritu Santo, en su condición virginal, abre el corazón de María a la voluntad de Dios y a adherirse plenamente al proyecto universal de salvación con las sencillas palabras que han cambiado la historia humana: «Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (v. 38). El sí de María franquea el camino de nuestra salvación y es una invitación a leer en los acontecimientos de nuestra vida la presencia del que es nuestro Salvador.
MEDITATIO
El anuncio del oráculo de Isaías está vinculado al texto evangélico de Lucas por la interpretación profética que la Iglesia le ha dado refiriéndolo al nacimiento del Hijo de Dios, Salvador de todos los hombres. Su venida ha cambiado la historia profana en historia de salvación, y la vida de cada ser humano está destinada a la comunión con Dios, por la obra mediadora de Jesús de Nazaret. Dios se revela y manifiesta no tanto en la contemplación de la creación, en la investigación filosófica o en la experiencia religiosa universal, sino en la historia de Jesús, hijo de María, de un hombre que se proclama "Hijo", enviado por el Padre en total dependencia amorosa de él y que la Virgen Madre ha acogido y dado al mundo.
En esta historia es donde irrumpe Dios trascendente y misericordioso para insertarse en la historia de los humanos y salvarlos, elevándolos al nivel superior del Espíritu, en la fe y el amor. Nosotros creyentes, convertidos en amigos de Jesús, somos introducidos a la comunión con Dios Padre, a través de la profundización de la vida de fe y amor vivida en fidelidad al evangelio. Esta vida de unión con el Señor se logra con la interiorización de la Palabra de Dios, como hizo la virgen María.
La vida contemporánea, desgraciadamente, atenta flagrantemente contra la vida interior. Todo invita a la dispersión. Si no logramos recoger nuestras almas, reflejar a Cristo a fondo, no tendremos la más mínima posibilidad de alcanzar la verdad y la fe. En este camino tenemos a María como guía y ejemplo.
ORATIO
Oh Padre misericordioso y amante con las situaciones humanas, tú que has enviado al mundo a tu Hijo, hecho hombre por medio de la Virgen, como signo de tu ternura paternal, haz que también en nuestros días experimentemos la venida del Salvador, para que, una vez más, cambie nuestras vidas y le reconozcamos presente en todos nuestros acontecimientos cotidianos. Siguiendo el modelo de María, madre de Jesús y madre nuestra, que se ha adherido generosamente a tu voluntad con su «aquí estoy» y ha abierto nuevamente a la humanidad el camino de una vida de comunión contigo, queremos que aumentes en nosotros el deseo de buscarte cada día por la escucha de la Palabra y la oración silenciosa, para que nuestra vida se vaya conformando a tu Palabra y dé frutos de gozo, paz, bondad, para cuantos nos rodean.
Haz que la comunidad cristiana, tentada con tanta frecuencia de racionalismo, de vida materialista y cómoda, comprenda cada vez más que evangelizar al hombre de hoyes ante todo estar en la presencia de Dios y dar espacio, siguiendo el ejemplo de María de Nazaret, a la importancia de la Palabra de Dios y a la vida contemplativa, para que surjan guías espirituales y testimonios de la verdadera libertad del evangelio. Todo esto es importante para comprender mejor que la Iglesia no es sólo una organización social, sino el signo auténtico de la encarnación de tu Hijo con los hombres.
CONTEMPLATIO
«Hágase en mí según tu palabra». Hágase en mí por el Verbo según tu palabra. Hágase carne de mi carne según tu palabra, el Verbo que ya existía desde el principio en Dios.
No sea una palabra proferida, porque pasa; sino concebida, para que permanezca. Revestida, pero no de aire, sino de carne. Hágase en mí tu palabra, no sólo por que pueda escucharla con los oídos, sino tocarla con mis manos, contemplarla con los ojos y llevarla a cuestas. No se haga en mí la palabra escrita y muda, sino encarnada y viva. No trazada con caracteres sin voz sobre pergaminos resecos, sino impresa vivamente en forma humana en mis castas entrañas; no por los rasgos de una pluma, sino por obra del Espíritu Santo.
En múltiples ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Nos dicen las Escrituras que unos escucharon la Palabra, otros la proclamaron y otros la cumplieron, pero yo te pido que se haga en mi vientre según tu Palabra. No quiero una palabra que predique o que declame. Quiero una Palabra que se dé silenciosamente. Hágase que se encame personalmente y descienda a mi corporalmente. Hágase universalmente para todo el mundo y en particular hágase para mí según tu palabra (Bernardo de Claraval, En alabanza de la Virgen Madre, 4,11).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Aquí está la esclava del Señor, hágase en m í según tu palabra» (Lc 1,38).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
La Virgen santa es la madre del género humano, la nueva Eva. Pero, al mismo tiempo, es también su hija. El mundo antiguo y doloroso, el mundo anterior a la gracia la acunó largo tiempo en su corazón desolado -siglos y más siglos- en la espera oscura, incomprensible de una virgo genitrix (...). Durante siglos y siglos protegió con sus viejas manos cargadas de crímenes, con sus manos pesadas, a la pequeña doncella maravillosa cuyo nombre ni siquiera sabía. ¡Una pequeña doncella reina de los ángeles! Y no hay que olvidar que lo sigue siendo aún (...).
La Virgen santa no ha tenido ni triunfos ni milagros. Su Hijo no permitió que la gloria humana la rozara siquiera. Nadie ha vivido, ha sufrido y ha muerto con tanta sencillez y en una ignorancia tan profunda de su propia dignidad, de una dignidad que, sin embargo, la pone muy por encima de los ángeles. Ella nació también sin pecado, ¡qué extraña soledad! Un arroyuelo tan puro, tan límpido y tan puro, que Ella no pudo ver reflejada en él su propia imagen, hecha para la sola alegría del Padre Santo, ¡Oh soledad sagrada!
Los antiguos demonios familiares del hombre, dueños y servidores al mismo tiempo, los terribles patriarcas que guiaron los primeros pasos de Adán en el umbral del mundo maldito, la Astucia y el Orgullo, contemplan desde lejos a esa criatura milagrosa que está fuera de su alcance, invulnerable y desarmada. Es verdad que nuestra pobre especie no vale mucho, pero la infancia emociona siempre sus entrañas y la ignorancia de los pequeños le hace bajar los ojos, esos ojos que han visto tantas cosas. ¡Pero no es más que la ignorancia al fin y al cabo! La Virgen es la inocencia. Date cuenta de lo que nosotros somos para Ella, nosotros, la raza humana. Ella detesta el pecado, naturalmente, pero no tiene de él experiencia alguna, esa experiencia que ni siquiera les ha faltado a los más grandes santos, hasta al propio santo de Asís, con lo seráfico que fue. La mirada de la Virgen es la única verdaderamente infantil, la única de niño que se ha dignado fijarse jamás en nuestra vergüenza y nuestra desgracia. Para rezar bien las oraciones que a Ella dirigimos tenemos que sentir sobre nosotros esa mirada que no es del todo la de la indulgencia, pues la indulgencia va siempre acompañda de alguna amarga experiencia, sino de tierna compasión, de sorpresa dolorosa, de no sabemos qué sentimientos, una mirada inconcebible, inexpresable, que nos la muestra más joven que el pecado, más joven que la raza de que Ella es originaria (G. Bernanos, Diario de un cura rural, Barcelona 1985, 164-165).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos 1
1. El rey Acaz, en el siglo VII antes de Cristo, no quiere pedir una señal. Tiene unos planes de alianzas militares que no le interesa confrontar con la voluntad de Dios. Pero el profeta le habla y le asegura que se van a cumplir los planes de Dios sobre la dinastía davídica: una muchacha dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel, Dios-con-nosotros.
El hijo es probablemente Ezequías. Pero tal como lo leemos en el profeta Isaías, ya se refiere al Mesías futuro, el rey perfecto de los últimos tiempos. La versión griega ya tradujo «muchacha» por «virgen», para subrayar la intervención milagrosa divina.
2. En el evangelio de hoy, nosotros, guiados por Lucas, interpretamos el pasaje del profeta con gozosa convicción: la virgen es María de Nazaret, y su hijo el Mesías, Cristo Jesús.
Así se lo anuncia el ángel Gabriel, en este diálogo que puede considerarse como una de las escenas más densas y significativas del evangelio, la experiencia religiosa más trascendental en la historia de una persona y el símbolo del diálogo de Dios con la humanidad. Dios dice su «sí» salvador, y la humanidad, representada en María, responde con su «sí» de acogida: «hágase en mí según tu palabra». Del encuentro de estos dos síes, brota, por obra del Espíritu, el Salvador Jesús, el verdadero Dios-con-nosotros. Entra en escena el nuevo Adán, cabeza de la nueva humanidad. Y a su lado aparece, con un «sí» en los labios, en contraste con la primera, la nueva Eva.
María, una humilde muchacha de Nazaret, es la elegida por Dios para ser la madre del Esperado. El ángel la llama «llena de gracia» o «agraciada», «bendita entre las mujeres», y le anuncia una maternidad que no viene de la sabiduría o de las fuerzas humanas, sino del Espíritu Santo, porque su Hijo será el Hijo de Dios.
Empieza a dibujarse así en las páginas del evangelio el mejor retrato de esta mujer, cuya actitud de disponibilidad para con Dios, «hágase en mí», no será sólo de este momento, sino de toda la vida, incluida su presencia dramática al pie de la Cruz.
María aparece ya desde ahora como la mejor maestra de vida cristiana. El más acabado modelo de todos los que a lo largo de los siglos habían dicho «sí» a Dios ya en el A.T., y sobre todo de los que han creído en Cristo Jesús y le han seguido en los dos mil años de cristianismo.
3. a) Nosotros estamos llamados a contestar también a Dios con nuestro «sí».
El «hágase en mí según tu palabra» de María se ha continuado a lo largo de los siglos en la comunidad de Jesús. Y así se ha ido encarnando continuamente la salvación de Dios en cada generación, con la presencia siempre viva del Mesías, ahora el Señor Resucitado, que nos comunica por su Espíritu la vida de Dios.
Cada uno de nosotros, hoy, escucha el mismo anuncio del ángel. Y es invitado a contestar que sí, que acogemos a Dios en nuestra vida, que vamos a celebrar la Navidad «según tu palabra», superando las visiones superficiales de nuestra sociedad para estos días.
b) Dios está dispuesto a que en cada uno de nosotros se encarne de nuevo su amor salvador. Quiere ser de veras, al menos por su parte, Dios-con-nosotros: la perspectiva que da más esperanza a nuestra existencia. Creer que Dios es Dios-con-nosotros no sólo quiere decir que es nuestro Creador y protector, o que nos llena de dones y gracias, o que está cerca de nosotros. Significa que se nos da él mismo, que él mismo es la respuesta a todo lo que podamos desear, que nos ha dado a su Hijo y a su Espíritu, que nos está invitando a la comunión de vida con él y nos hace hijos suyos. Dios-con-nosotros significa que todo lo que ansiamos tener nosotros de felicidad y amor y vida, se queda corto con lo que Dios nos quiere comunicar.
Con tal que también respondamos con nuestra actitud de ser «nosotros-con-Dios». Eso nos llenará de alegría. Y cambiará el sentido de nuestra vida.
c) El momento en que más intensa es la presencia del Dios-con-nosotros es en la Eucaristía. Ya desde la reunión, porque el mismo Cristo nos aseguró: «donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo con ellos». Luego, en la comunión, si le acogemos con la misma humilde confianza que lo hizo María, nuestra Eucaristía será ciertamente fecunda en vida y en salvación.
O clavis David
«Oh Llave de David
y Cetro de la casa de Israel,
que abres y nadie puede cerrar,
cierras y nadie puede abrir:
ven y libra a los cautivos
que viven en tinieblas y en sombra de muerte»
La llave sirve para cerrar y para abrir. El cetro es el símbolo del poder.
Lo que Isaías anunciaba para un administrador de la casa real (22,22), el N.T. Io entiende sobre todo de Cristo Jesús: el Cordero que es digno de abrir los sellos del libro de la historia (Ap 5, 1-9), y en general, «el que tiene la llave de David: si él abre, nadie puede cerrar; si él cierra, nadie puede abrir» (Ap 3,7).
Para nosotros, invocar a Jesús como Llave es pedirle que abra la puerta de nuestra cárcel y nos libere de todo cautiverio, de la oscuridad, de la muerte.