Ferias Mayores Tiempo de Adviento: 19 de Diciembre – Homilías
/ 19 diciembre, 2016 / Tiempo de AdvientoLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
Para ver el texto completo de las lecturas haz clic aquí.
Jc 13, 2-7. 24-25a: El nacimiento de Sansón fue anunciado por el ángel
Sal 70, 3-4a. 5-6ab. 16-17: Que se llene mi boca de tu alabanza, y así cantaré tu gloria
Lc 1, 5-25: Gabriel anuncia el nacimiento de Juan Bautista
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
San Juan Pablo II, papa
Homilía (19-12-1980): Adviento: Nacimiento
viernes 19 de diciembre de 19801. "O Radix Iesse, qui stas in signum populorum, super quem continebunt reges os suum, quem gentes deprecabuntur: veni ad liberandum nos, iam noli tardare!".
Con estas palabras la liturgia de Adviento saluda hoy a Aquel que debe venir, a Aquel que es el objeto de nuestra espera. En torno a estas palabras de la liturgia de hoy deseo encontrarme con vosotros...
3. Las lecturas litúrgicas de esta tarde, como sucede otras veces, confrontan dos acontecimientos distintos en el tiempo, pero de algún modo semejantes y recíprocamente cercanos. Uno de ellos se vincula con el nacimiento de Sansón, el cual, en la época de los Jueces, después de haber llegado el pueblo de Israel a la Tierra Prometida, fue llamado a defender a su pueblo de los filisteos. En cambio, el otro se vincula con el nacimiento de Juan el Bautista.
Todo el Adviento permanece en la perspectiva del nacimiento. Sobre todo de ese nacimiento en Belén que representa el punto culminante de la historia de la salvación. Desde el momento de ese nacimiento, la espera se transforma en realidad. El "ven" del Adviento se encuentra con el "ecce adsum" de Belén.
Sin embargo, esta primera perspectiva del nacimiento se transforma en una ulterior. El Adviento nos prepara no sólo al nacimiento de Dios que se hace hombre. Prepara también al hombre a su propio nacimiento de Dios. Efectivamente, el hombre debe nacer constantemente de Dios. Su aspiración a la verdad, al bien, a lo bello, al absoluto se realiza en este nacimiento. Cuando llegue la noche de Belén y luego el día de Navidad, la Iglesia dirá ante el recién Nacido, que, como todo recién nacido, demuestra la debilidad y la insignificancia: "A cuantos le recibieron dioles poder de venir a ser hijos de Dios" (Jn 1, 12). El Adviento prepara al hombre a este "poder": a su propio nacimiento de Dios. Este nacimiento es nuestra vocación. Es nuestra heredad en Cristo. El nacimiento que dura y se renueva. El hombre debe nacer de Dios siempre de nuevo en Cristo; debe renacer de Dios.
El hombre camina hacia Dios —y éste es su adviento— no sólo como hacia un absoluto desconocido del ser. No sólo como hacia un punto simbólico, el punto "Omega" de la evolución del mundo. El hombre camina hacia Dios, de manera que llega a El mismo: al Dios viviente, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Y llega, cuando Dios mismo viene a él, y éste es el Adviento de Cristo. El Adviento que supera la perspectiva de la trascendencia humana, supera la medida del adviento humano.
El Adviento de Cristo se realiza en el hecho de que Dios se hace hombre, Dios nace como hombre. Y al mismo tiempo, se realiza en el hecho de que el hombre nace de Dios, el hombre renace constantemente de Dios.
Una vez, al comienzo de su historia, el hombre, varón y mujer, escuchó las palabras de la tentación: "Seréis como Dios, conocedores del bien y del mal" (Gén 3, 5). Y el hombre siguió esta tentación. Y continúa siguiéndola instantemente. Ahora, en medio de la historia de la humanidad ha venido Cristo para llevar de nuevo al hombre de los caminos de la tentación al sendero de la Promesa y de la Alianza, para mostrar lo que en esa tentación hubo de falso y, al mismo tiempo, revelar cómo debe realizarse el adviento del hombre en el camino de la Promesa divina y de la Alianza. ¿De qué modo, por el contrario, puede el hombre "ser como Dios", sino sólo "naciendo" de Dios, sino sólo como "hijo en el Hijo Unigénito"? ¿Cómo podrá de otra manera?
A la tentación perenne del hombre hay que contraponer el Adviento de Cristo: es necesario nacer de Dios y renacer incesantemente de Dios.
Y si en medio de las amplias perspectivas, que despliega ante nosotros el progreso de la cultura o de la ciencia, el cual suscita la legítima alegría y el desarrollo de la civilización, de la amenaza y de la violencia, si, repito, en medio de estas perspectivas tengo, en esta tarde de Adviento, alguna propuesta particular que dirigiros, es la siguiente: ¡no ceséis de vivir, naciendo constantemente de Dios y renaciendo de Dios!
El Adviento de Cristo late en la nostalgia del hombre por la verdad, por el bien y la belleza, por la justicia, el amor y la paz. El Adviento de Cristo late en los sacramentos de la Iglesia, que nos permiten nacer de Dios y renacer de Dios.
¡Vivir la Navidad, regenerados en Cristo por el sacramento de la reconciliación! ¡Vivid la Navidad, sumergiéndoos en el contenido más profundo del misterio de Dios, hacia el cual, en definitiva, se abre todo el adviento del hombre. // "O Radix Iesse... veni ad liberandum nos, iam noli tardare!".
4. Con el anuncio del nacimiento de Juan el Bautista, su padre Zacarias escuchó estas palabras: "...Será grande a los ojos del Señor... Se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre materno, y convertirá muchos israelitas al Señor, su Dios. Irá delante del Señor con el espíritu y poder..." (Lc I, 15-17).
Esta es también otra dirección del camino, por el que nos lleva el Adviento. El hombre no sólo camina hacia Dios a través de lo que en él hay: a través de su imperfección, de su amenaza, y a la vez del carácter trascendental de su personalidad, orientado hacia la verdad, el bien, la belleza; a través de la cultura y de la ciencia; a través del deseo y de la nostalgia por un mundo más humano, más digno del hombre.
El hombre no sólo camina hacia Dios (por lo demás, frecuentemente sin saberlo o incluso negándolo) a través de su propio adviento: a través del grito de su humanidad. El hombre va hacia Dios, caminando, en la historia de la salvación, ante Dios: ante el Señor, como escuchamos en el Evangelio con relación a Juan el Bautista, que debía caminar delante del Señor con el espíritu y el poder.
Esta nueva dirección del camino del adviento del hombre está vinculada de modo particular con el Adviento de Cristo. Sin embargo, el hombre camina "delante del Señor" desde el comienzo y caminará delante de El hasta el fin, porque es sencillamente imagen de Dios. Al caminar, pues, por las sendas del mundo, dice al mundo y se da testimonio a sí mismo de Aquel cuya imagen es. Camina delante del Señor sometiendo la tierra, porque de hecho la misma tierra, así como toda la creación, están sometidas al Señor y el Señor se las ha dado al hombre para que las domine.
Camina delante del Señor, llenando su humanidad y su historia terrestre con el contenido de su trabajo, con el contenido de la cultura y de la ciencia, con el contenido de la búsqueda incesante de la verdad, del bien, de la belleza, de la justicia, del amor, de la paz. Y camina delante del Señor, implicándose frecuentemente en todo lo que es negación de la verdad, del bien y de la belleza, negación de la justicia, del amor y de la paz. A veces se siente muy implicado en estas negaciones. Entonces, como por contraste, advierte todo el peso de la imagen desfigurada de Dios en su alma y en su historia.
El adviento del hombre se encuentra con el Adviento de Cristo.
"O Radix Iesse, qui stas in signum populorum... quem gentes deprecabuntur, veni ad liberandum nos, iam noli tardare!".
El Adviento de Cristo es indispensable para que el hombre encuentre de nuevo en él la certeza de que, caminando por el mundo, viviendo de día en día y de año en año, amando y sufriendo..., camina delante del Señor, cuya imagen es en el mundo; da testimonio de El ante toda la creación.
5. Queridos participantes en este encuentro de Adviento. Al terminar esta meditación, quiero desearos a vosotros y a todo el ambiente que representáis, que la Navidad renueve en cada uno de vosotros la certeza de este camino, por el que vais, en el que os guía Cristo.
Que todos vosotros, vuestros compatriotas y juntamente todos aquellos a los que ha llegado, en el curso de este año que está alcanzando su fin, mi servicio, adquiráis de nuevo la valentía y la alegría de este camino por el que vais, en el que os guía Cristo.
Que continuéis, con constancia y de manera cada vez más madura, "caminando delante del Señor".
¡Sí! Que caminéis "delante del Señor". Amén.
Francisco, papa
Homilía (19-12-2014): Dios al encuentro de la esterilidad
viernes 19 de diciembre de 2014Dos mujeres que pasan de estériles a fecundas. Así narran las lecturas de hoy los nacimientos milagrosos de Sansón y de Juan Bautista. En el Pueblo de Israel era casi una maldición no tener hijos y en la Biblia encontramos mujeres estériles con las que Señor hace el milagro. La Iglesia muestra este símbolo de esterilidad precisamente antes del nacimiento de Jesús, también por medio de una mujer incapaz de tener un hijo por su decisión de permanecer virgen. Esa es la señal de la humanidad incapaz de dar un paso más. Por eso, la Iglesia quiere hacernos reflexionar sobre la humanidad estéril. De la esterilidad, el Señor es capaz de recomenzar una nueva descendencia, una nueva vida. Ese es el mensaje de hoy: cuando la humanidad está seca y no pueda avanzar más, viene la gracia, viene el Hijo y viene la Salvación. Y aquella creación gastada deja sitio a la nueva creación. Esta segunda Creación, cuando la tierra quede estéril, es el mensaje de hoy.
Nosotros esperamos al que es capaz de recrear todas las cosas, de hacer nuevas las cosas. Esperamos la novedad de Dios. Eso es la Navidad. La novedad de Dios que rehace, del modo más maravilloso de la Creación, todas las cosas. Tanto la mujer de Manué, madre de Sansón, como Isabel, tendrán sus hijos gracias a la acción del Espíritu del Señor. ¿Cuál es, pues, el mensaje de estas lecturas? Abrirse al Espíritu de Dios. Nosotros solos no podemos. Es Él quien puede hacer las cosas. Esto me lleva a pensar en nuestra madre Iglesia; también en tantas esterilidades que tiene nuestra madre Iglesia cuando, por el peso de la esperanza en los mandamientos, aquel pelagianismo que todos llevamos en los huesos: se vuelve estéril. Se cree capaz de dar a luz..., pero no, ¡no puede! La Iglesia es madre, y se hace madre solo cuando se abre a la novedad de Dios, a la fuerza del Espíritu. Cuando dice a sí misma: Yo lo hago todo, pero, he terminado, no puedo más, entonces viene el Espíritu.
Hoy es un día para rezar por nuestra madre Iglesia, por tantas esterilidades del pueblo de Dios. Esterilidades de egoísmos, de poder..., cuando la Iglesia cree poderlo todo, adueñándose de las conciencias de la gente, o de ir por el camino de los Fariseos, de los Saduceos, por el camino de la hipocresía..., la Iglesia es estéril. Rezar. Esta Navidad que nuestra Iglesia esté abierta al don de Dios, que se deje sorprender por el Espíritu Santo y sea una Iglesia que tenga hijos, una Iglesia madre. ¡Madre! ¡Tantas veces pienso que la Iglesia, en algunos sitios, más que madre es una empresaria!
Mirando la historia de esterilidad del pueblo de Dios y tantas otras en la Historia de la Iglesia que la han hecho estéril, pidamos al Señor, hoy, mirando el Pesebre, la gracia de la fecundidad de la Iglesia. Que, antes de todo, la Iglesia sea madre, como María.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
El canto de entrada nos asegura que «el que ha de venir vendrá, y no tardará, y ya no habrá temor en nuestra tierra, porque Él es nuestro Salvador» (Hab 10,37). En la oración colecta (Rótulus de Rávena) pedimos al Señor, Dios nuestro, que, ya que en el parto de la Virgen María ha querido revelar al mundo entero el esplendor de su gloria, nos asista ahora con su gracia para que proclamemos con fe íntegra y celebremos con piedad sincera el misterio admirable de la Encarnación de su Hijo.
–Jueces 13,2-7.24-25: Un ángel anuncia el nacimiento de Sansón. Como en las narraciones evangélicas de la infancia, un ángel de Dios anuncia el nacimiento de Sansón, el libertador de Israel, que, en cuanto nazareo, tenía que llevar una vida de austeridad y privaciones. En ese pasaje escriturístico se nos muestra el proceder de Dios en la historia de la salvación. Es decir, nos muestra su bondad y su omnipotencia, que utiliza a las criaturas humanamente menos capaces para llevar a cabo su plan salvífico.
Estos prodigios evidencian una verdad, muchas veces olvidada. Cuando los instrumentos humanos actúan eficazmente, olvidamos con frecuencia que esa eficacia procede de Dios. Y así no reconocemos suficientemente la acción de Dios ni le tributamos el agradecimiento que merece.
El orgullo es el enemigo de la salvación de las almas, de la Iglesia, del cristianismo. Levanta soberbio su cabeza: quiere aniquilar la fe en Dios, la fe en Cristo, la religión cristiana. Los hombres vuelven la espalda y se alejan del verdadero Dios, buscando otros dioses que ellos mismos se fabrican. Quieren llegar así a una divinización total del pensamiento humano, a una divinización total de la vida del hombre. Del verdadero Dios, de su inmensa bondad en la creación y en la salvación, ni siquiera ha de hablarse. En cambio, todo lo que no sea Él puede consentirse, todo puede aceptarse, hasta los ideales y las aspiraciones más ridículas.
Por eso el Señor se lamenta: «Admiraos, cielos; espantaos, puertas celestes, dice el Señor. Dos errores ha cometido mi pueblo: me han abandonado a Mí, fuente de aguas vivas, y se han construido cisternas rotas, incapaces de contener agua» (Jer 2, 13). Es una gran advertencia para nosotros.
–Desamparado, pero no desesperado, el autor del Salmo 70, mientras medita las antiguas maravillas que Dios ha realizado en su favor, le pide ser salvado de todo enemigo. Estas maravillas de tiempos pasados el Espíritu nos las recuerda para infundirnos esperanza en nuestras dificultades presentes. Por eso exclamamos: «Llena estaba mi boca de tu alabanza y de tu gloria, todo el día. Sé Tú mi Roca de refugio, el alcázar donde me salve, porque mi peña y mi alcázar eres Tú. Dios mío, líbrame de la mano perversa. Porque Tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud. Cantaré tus proezas, Señor mío, narraré tu victoria, tuya entera. Dios mío, me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy relato tus maravillas»
–Lucas 1,5-25: Anuncio del nacimiento de Juan el Bautista. En estos relatos de anunciaciones de nacimientos subyace la fe. Algunos de los protagonistas de estos anuncios prodigiosos tienen una adhesión profunda de fe, mientras que otros, como aquí Zacarías, se resisten a creer.
Son frecuentes los escepticismos en Israel, que siempre se ve confundido por Dios. También esa incredulidad llega hasta el apóstol Santo Tomás. Pero hay también en Israel una tradición formidable de fe, que llega a su culmen en la Virgen María. Aunque es la fe la mejor disposición para la acción de Dios –se diría que casi la condición natural para la manifestación del milagro–, Él, Dios, no se deja vencer por la incredulidad humana, como si el escepticismo de los hombres tuviese el poder de detenerlo. Y así, aunque el milagro puede ser un premio de la fe, también puede ser a veces un motivo para creer.
Por eso Dios castiga a Zacarías, pero no retira el milagro. Y San Agustín comenta:
« Zacarías, que ha de engendrar a la voz, ahora calla. Calla por no haber creído. Con razón enmudece hasta que nazca la voz» (Sermón 290,4).
La voz clamará en el desierto anunciando al Retoño de la raíz de Jesé, que se levantará enhiesto como una bandera, visible a todos los pueblos; ante Él enmudecen los reyes, a Él claman los pueblos infieles. Por eso hoy clama la liturgia: ¡Ven, Señor, no tardes más, sálvanos!. Establece tu reino entre nosotros: el reino de la verdad, de la justicia, del amor y de la paz. ¡Ven, Señor, no tardes más!
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Jueces 13,2-7.24-25a
El episodio del anuncio del nacimiento de Sansón se ajusta al género literario clásico de las anunciaciones bíblicas para celebrar el origen de los grandes personajes de la historia (cf. Gn 11,30; 18,10-11; 1 Sm 5,20). El modelo tiene las características esenciales siguientes, que siempre se repiten: la elección divina recae en personas humildes de corazón y "débiles" como en el caso de la esterilidad de la madre de Sansón y la edad avanzada del padre; el niño anunciado, como don de Dios, desempeñará una misión salvadora a favor del pueblo («Él comenzará a salvar a Israel de la mano de los filisteos» v. 5); las condiciones requeridas al elegido por parte de Dios son la plena colaboración con él en la gozosa sencillez y la total fidelidad a su proyecto amoroso: «No bebas vino ni bebidas alcohólicas, ni comas nada impuro» (vv. 4.7). Estos elementos presentes en la mujer de Sorá «que no había tenido hijos» (v. 2), de su marido Manoaj y del hijo Sansón, «nazir consagrado a Dios» (vv. 5.7), bendito del Señor y lleno del Espíritu, serán los mismos elementos que se realizarán plenamente en el acontecimiento salvífico del futuro redentor. Así, el texto de Jueces se convierte en profecía del nacimiento del Bautista y del nacimiento del Mesías.
Evangelio: Lucas 1,5-25
El anuncio del nacimiento de Juan Bautista que nos ofrece el evangelista Lucas es rico en detalles significativos a nivel teológico y aparecen múltiples contactos con escenas similares del Antiguo Testamento, donde se narra el nacimiento de personajes que ocupan un puesto importante en el designio del Señor: aparición del ángel del Señor, turbación y temor de la persona visitada; comunicación del mensaje celeste y signo de reconocimiento (cf. Jue 13,2-7.24-25; 1 Sm 1,4-23).
La presente narración de la visión de Zacarías, con el anuncio prodigioso del nacimiento del hijo, está construido en contraste simétrico con el anuncio del nacimiento de Jesús que el ángel Gabriel hará a María. Aquí tenemos la aparición en el marco grandioso del templo de Jerusalén, en el de Jesús en la sencilla casa de Nazaret; en nuestro texto aparece la incredulidad de Zacarías, allí la fe de María; aquí el nacimiento del Precursor de una mujer casada pero estéril, allí el nacimiento del Mesías de una Virgen; aquí el Bautista «se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre de su madre» (v. 15) y «muchos se alegrarán de su nacimiento» (v. 14), allí Jesús será concebido por obra del Espíritu (cf. Lc 1,35) y no todos se alegrarán de su nacimiento (cf. Mt 2,13); aquí Zacarías como signo quedará mudo, allí María, por el contrario, escuchará el anuncio gozoso de la maternidad de la boca de su pariente Isabel. Al llegar la plenitud de los tiempos de la salvación sólo queda espacio para la fe sencilla y la acogida de la Palabra de Dios.
MEDITATIO
El anuncio del nacimiento de personajes excepcionales de la historia bíblica nos ayuda a reflexionar en la continua y extraordinaria acción que Dios realiza con los hombres, y en los múltiples dones que concede a cuantos acogen su Palabra con corazón humilde y confiado.
En las narraciones de anunciaciones, Dios está presente en la vida de Sansón, como en la del Bautista, concediendo dones especiales en orden a una participación total del hombre en su proyecto de salvación, aunque exige una respuesta generosa y concreta. También nuestra humilde historia, desde el día del nacimiento, está marcada por la mano providente y paternal de Dios, que busca por todos los medios la comunión con nosotros. Con frecuencia nuestros acontecimientos cotidianos de salvación se esfuman y no sabemos adherirnos a la oferta divina por falta de escucha y de fe, lo mismo que no logramos leer su presencia en el misterio de la encamación, que se manifiesta en situaciones con frecuencia humildes o con fallos.
Lo que vale es percibir y adherirnos siempre a su invitación amorosa y venerar dócilmente su voluntad, aun cuando escape a nuestro control. Sólo la escucha silenciosa y la actitud de adoración de la Palabra de Dios es el camino para comprender el proyecto divino con nosotros. El silencio interior, tan necesario en nuestra vida, nos distancia de nosotros mismos para llevarnos al mundo del Espíritu, donde se da el verdadero discernimiento y la gozosa comunión de vida. Sólo entonces se conoce a Dios con la experiencia del corazón.
ORATIO
Señor de la vida y de la historia grande y humilde, que haces maravillas ante nuestros ojos, enviándonos mensajeros de alegres noticias y que te alzas como signo de esperanza y luz para la salvación de todos, ven pronto a nosotros, una vez más, para manifestarnos tu rostro y hacernos comprender que toda vida es un proyecto de amor. Nosotros no tenemos ángeles que nos revelen claramente lo que quieres de nosotros y cuál sea nuestro puesto en los misteriosos caminos de tu providencia.
Tú has vivificado a mujeres estériles, como las madres de Sansón y del Bautista, has hecho prodigios por tu Espíritu en los que han creído en ti; te suplicamos: regenera nuestro corazón, cansado y desconfiado, para que se adhiera a tu voluntad, haz que nazca en nosotros un renovado deseo de amor hacia cualquier persona que encontremos en el camino.
Haznos experimentar lo que haces hoy como en el pasado, para que también nosotros podamos contar tus maravillas y tus intervenciones transformando nuestras debilidades y pobreza con tu poder. Pero, sobre todo, haznos gustar el saber que estás en nosotros y con nosotros y que nos trasciendes en tu misterio, porque tu camino se dirige al corazón, cuando escuchamos tu Palabra de vida en el silencio y la acogemos humildemente, como hizo la virgen de Nazaret, la mujer del silencio y la interioridad.
CONTEMPLATIO
«Hubo un hombre». ¿Cómo podía este hombre dar testimonio de la verdad sobre Dios? Es que era un «enviado de Dios». ¿Cuál es su nombre? Juan. ¿Cuál es el fin de su misión? «Vino como testigo, con la misión de dar fe acerca de la luz, con el fin de que por él creyeran todos en ella».
¿Quién es este que da testimonio de la luz? Algo grande es este Juan, inmensa excelencia, gracia insigne, altísima cumbre. Admíralo, sí, admíralo, pero como se admira una montaña. Una montaña está en tinieblas si no se la viste de la luz. Admira a Juan, pero oye lo que sigue: «No es él la luz». Porque si crees que el monte es la luz, ese mismo monte es tu ruina en vez de ser tu consuelo. Es la montaña, como montaña, lo único que debes admirar. Levanta el vuelo hasta Aquel que ilumina el monte, hasta Aquel que subió a tanta altura para recibir primero los rayos que él envía a tus ojos. Pues Juan «no era la luz» (San Agustín, Sobre el evangelio de san Juan, 2,5).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«No temas, tu ruego ha sido escuchado» (Lc 1,13).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
No te imagines que el Señor en su sublimidad esté lejos: aunque es infinitamente sublime, está cercano a ti, más cercano que los hombres que se aproximan cada día (...) más cercano a ti que tú
mismo. Vigila tus pasos, cuando entren en la casa del Señor. ¿Por qué? Pues porque en la casa del Señor se ofrece lo único que puede salvar, el consuelo más dichoso (...).
Pero, ¡atención! Ten cuidado sobre todo de hacer buen uso de cuanto se te ofrece. Usarlo con fe. No existe una certeza tan interior, tan fuerte y tan dichosa como la fe. Sin embargo, la fe no nos viene por nacimiento, no es la confianza de un ánimo juvenil y rebosante del gozo de la vida. Menos aún: la fe no es vivir en las nubes. La fe es certeza, certeza dichosa que se posee con temor y temblor. Vista la fe desde este ángulo, es decir el celeste, aparece como un reflejo de la bienaventuranza (S. Kierkegaard, Pensieri che feriscono alle spalle, Padua 1982, 33ss).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos 1
1. A partir de hoy las dos lecturas de cada día presentan paralelismos y contrastes muy claros, según el estilo de «las vidas paralelas», para ayudarnos a entender los planes de Dios. Hoy, por ejemplo, escuchamos el anuncio del nacimiento de Sansón y el de Juan Bautista.
Sansón debió ser un forzudo campesino, que llegó a hacer cosas increíbles, seguramente exageradas por los relatos populares. Pero la página que hemos leído subraya que ha sido Dios quien le ha elegido como instrumento en su plan de salvación para Israel. Le hace nacer de padres estériles, cuya oración escucha, y da su fuerza a este joven que ha quedado consagrado por el voto del nazireato.
Dios, que se sirve muchas veces de las personas más débiles, esta vez busca la colaboración de un hombre conocido por su mucha fuerza para que libere al pueblo de la opresión de los filisteos. Pero cuando Sansón se cree protagonista, y utiliza la fuerza para si mismo, Dios le retira su ayuda, y cae en manos de los enemigos.
En el salmo reconocemos humildemente que Dios es nuestra roca y nuestro refugio, el que nos libra de las dificultades, el que ya desde el seno de nuestra madre nos conoce v nos acompaña a lo largo de nuestra vida.
2. En el evangelio, Dios interviene preparando el nacimiento del precursor del Mesías.
También aquí los padres son estériles: así se ve siempre más claro que es Dios el protagonista de nuestra historia de salvación. El hijo de Zacarías e Isabel se llamará Juan, llenará de alegría a todos, también estará consagrado por el nazireato (no beberá vino, por ejemplo), estará lleno del Espíritu y convertirá a muchos israelitas al Señor. Será el precursor de Jesús. En el anuncio del ángel se describe muy bien esta misión: «irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a los desobedientes a la sensatez de los justos, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto».
3. a) Es Dios quien salva, también hoy. No debemos fiarnos de nuestras propias fuerzas: ni de las físicas como las de Sansón ni de las intelectuales o espirituales, si creemos tenerlas. Cuando Sansón se independizó de Dios perdió su fuerza. El Bautista nunca se creyó el Salvador, sino sólo la voz que le proclamaba cercano y presente.
Nuestra actitud en vísperas de la celebración navideña es la de una humilde confianza.
Como Dios escuchó la oración de aquella buena mujer israelita y le concedió un hijo que fue decisivo para la liberación de Israel, como se fijó en aquel buen matrimonio de ancianos, Isabel y Zacarías, para hacerlos padres del profeta precursor de Jesús: así se fija en nosotros, escucha nuestra oración, nos llena de su alegría y además nos llama a ser colaboradores suyos en la gracia salvadora de esta Navidad para con los demás, siendo evangelizadores del Salvador y liberadores de los males de este mundo en que vivimos.
b) Cada uno colabora con las cualidades que tiene, pocas o muchas. No todos seremos héroes forzudos. No todos tendremos el cargo sacerdotal del incienso en el Templo de Jerusalén. Dios puede hacer brotar la salvación de un tronco seco o de un matrimonio estéril o de una persona sin cultura. Lo importante es que pongamos lo que podemos y sabemos al servicio de Dios, y así contribuyamos a que la Navidad sea un tiempo de gracia para nosotros y para nuestra familia, comunidad o parroquia.
Lo podemos hacer si ayudamos a que sucedan este año y entre nosotros las señales que el ángel describía: si hay más alegría en nuestro entorno, si preparamos los caminos al Señor, si hacemos que haya reconciliación entre padres e hijos, si colaboramos a que las personas sean más sensatas...
c) Antes de ir a comulgar, en cada misa, se nos invita a un gesto de reconciliación con los demás. Era también uno de los signos que según el ángel iban a preceder a la venida del Salvador: la reconciliación de padres e hijos. Hoy este gesto preparatorio de la comunión puede tener un sentido especial de preparación antes de la celebración de la Navidad.
O Radix Iesse
«Oh Renuevo del tronco de Jesé,
que te alzas como un signo para los pueblos,
ante quien los reyes enmudecen
y cuyo auxilio imploran las naciones:
ven a librarnos, no tardes más»
Jesé fue el padre de David. Por tanto «la raíz o el renuevo de Jesé» es la descendencia de la familia de David. El padre de Jesús, José, era de la familia de David, como se había anunciado que seria el Mesías.
Pablo ve en este anuncio la universalidad del reinado de Cristo: «Como dice Isaías (11,1.10), aparecerá el retoño de Jesé, el que se levanta para imperar sobre las naciones. En él pondrán los gentiles su esperanza» (Rm 15,12).
Nosotros también deseamos que venga a liberarnos de nuestros males.