Ferias Mayores Tiempo de Adviento: 17 de Diciembre – Homilías
/ 13 diciembre, 2016 / Tiempo de AdvientoLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Gn 49, 1-2. 8-10: No se apartará de Judá el cetro
Sal 71, 1-2. 3-4ab. 7-8. 17: En sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente
Mt 1, 1-17: Genealogía de Jesucristo, hijo de David
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
Comenzamos ya, con gran alegría, la semana preparatoria de Navidad. Y cantamos en la entrada: «Exulta, cielo; alégrate, tierra, porque viene el Señor y se compadecerá de los desamparados» (Is 49,33).
En la oración colecta (Rótulus de Rávena) pedimos a Dios creador y restaurador del hombre, que ha querido que su Hijo, Palabra eterna, se encarnara en el seno de María, siempre Virgen, que escuche nuestras súplicas, para que Cristo, su Unigénito, hecho hombre por nosotros, se digne, a imagen suya, transformarnos plenamente en hijos suyos.
–Génesis 49,2.8-10: No se apartará de Judá el Reino. La bendición de Jacob sobre sus hijos augura la supremacía de Judá hasta la llegada del Cristo que esperan las naciones. La perspectiva de la salvación se va definiendo poco a poco. Esta lectura es un bello poema. Recoge el oráculo de Jacob sobre la tribu de Judá, que destacará por su vigor, independencia y supremacía sobre las demás tribus.
David y Salomón eran del linaje de Judá, y con ellos el pueblo judío obtuvo un gran esplendor. Jerusalén está en el territorio de Judá. Toda la historia judía está en función de Cristo; así toda la historia humana, representada por Israel, está en función de la venida del Mesías. La verdadera preeminencia de Judá está, pues, en que de esta tribu había de nacer Cristo, Salvador del mundo.
Por eso no se le quitará a Judá el cetro, porque es un cetro que supera las vicisitudes históricas y políticas de un pueblo. Es el cetro de Dios. El único que no puede quitarse, porque nunca ha sido dado. Es intrínseco a Dios mismo. Es el signo de su poder, pero, sobre todo, de su amor, porque reinando Dios, sirve a sus siervos, a quienes hace amigos.
Por eso, decimos con la liturgia que Cristo es la Sabiduría de Dios, que llega de un confín a otro de la tierra, disponiendo todo con suavidad y energía. Lo que el mundo juzga estupidez, es elegido por Dios para confundir con ello a los sabios. La Sabiduría de Dios en el pesebre, en la pobreza, en el silencio, en la debilidad... La Sabiduría de Dios en la cruz.
–La bendición de Jacob sobre Judá se realiza plenamente en Cristo: su mano tendrá un cetro real, su Reino será la Iglesia, que camina hacia la Jerusalén celeste, llamada visión de paz. El Salmo 71 nos invita a la contemplación de esta Iglesia definitiva, de aquel Reino de Jesucristo en el que florecerán la justicia y la paz:
«Que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente. Que los montes traigan la paz y los collados, la justicia. Que Él defienda a los humildes del pueblo y socorra a los hijos del pobre... Que domine de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra. Que su nombre sea eterno..., que Él sea la bendición de todos los pueblos, y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra».
–Mateo 1,1-17: Genealogía de Jesucristo, hijo de David. El que es acogido por los justos y perseguido por su propio pueblo desde el comienzo. Cristo está vinculado estrechamente a su pueblo y a la humanidad entera. En su genealogía entran mujeres de origen no israelita. En la historia de la salvación Dios elige a veces caminos que pueden desconcertar a los hombres. De entre los hijos de Jacob elige a Judá, ni el primero ni el último.
Nuestra fe ha de habituarse a este paso de Dios, aunque nos parezca, a veces, desconcertante. Cristo es Dios y hombre. En cuanto hombre tiene una ascendencia. No es un mito. Es un ser histórico que se inserta en su pueblo de Israel. No sería hombre, si no fuera de este modo. De Cristo, Mesías de todas las naciones, se habría podido pasar por alto su origen histórico. Sin embargo, no ha sido así. El evangelista nos narra su origen humano con diligencia y detalladamente. San León Magno comenta:
«De nada sirve reconocer a nuestro Señor como hijo de la bienaventurada Virgen María y como hombre verdadero y perfecto, si no se le cree descendiente de aquella estirpe que en el Evangelio se le atribuye.
«Dice, en efecto, Mateo: «Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham»; y a continuación viene el orden de su origen humano, hasta llegar a José, con quien se hallaba desposada la Madre del Señor.
«Lucas, por su parte, retrocede por los grados de ascendencia y se remonta hasta el mismo origen del linaje humano, con el fin de poner de relieve que el primer Adán y el últio Adán son de la misma naturaleza... Consustancial como era [Cristo] con el Padre, se dignó a su vez hacerse consustancial con su Madre, y siendo como era el único que se hallaba libre de pecado, unió consigo nuestra naturaleza... No hubiésemos podido beneficiarnos de la victoria del triunfador, si su victoria se hubiera logrado al margen de nuestra naturaleza.
«Por esta admirable participación, ha brillado para nosotros el misterio de la regeneración, de tal manera que, gracias al mismo Espíritu por cuya virtud fue concebido Cristo, hemos nacido nosotros de nuevo de un origen espiritual» (Carta 31).
El infinito se alcanza pacientemente en el límite, aceptando ser lo que somos. Se supera solo lo que se acepta y se ama. La divina Sabiduría se revistió de naturaleza humana, tomó la forma frágil de un niño. Eligió la pequeñez, la pobreza, la obediencia, la sujeción a otro, la vida oculta. Lo que el mundo tiene por bajo y despreciable, lo que cree nulo es preferido por Dios, para aniquilar aquello que cree ser algo (1 Cor 1,20).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Génesis 49,1-2.8-10
En el poema de Gn 49 se describe la despedida de Jacob moribundo rodeado de sus seres queridos. Las palabras que el patriarca dirige a sus doce hijos se consideran sagradas y proféticas, y hablan del futuro de sus hijos y sus descendientes. Los vv. 8-10 se dirigen a Judá en particular, padre de la tribu homónima, de la que nacería el Mesías. La profecía, que se remonta al tiempo de Isaías (siglos VIII-VII), es misteriosa, exalta la superioridad de Judá sobre sus hermanos por su fuerza real, similar a la de un león. Y por el «cetro» y el «bastón de mando» (v. lOa) que ejercitará sobre las tribus de Israel y sobre todos sus enemigos. El fragmento alude a la monarquía davídica, en la que reside el cetro del Ungido del Señor, que llevará la salvación ansiada cuando el verdadero rey anunciado, a quien pertenecen el poder y el reino, domine sobre todos los pueblos. Este rey ideal y definitivo aparecerá en la figura del Mesías, del que dice el libro del ApocaliJ?sis: «Ha vencido el león de la tribu de Judá» (Ap 5,5). El es el único poseedor del cetro de Dios, cuyo reino no es de dominio y poder, sino de servicio y amor para con todos los pueblos, que le rendirán filial obediencia.
Evangelio: Mateo 1,1-17
Mateo comienza su evangelio con el «libro de las generaciones de Jesús» (literalmente), y narra los orígenes humanos del segundo Adán. Comienzan con Abrahán y concluyen con «José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo» (v. 16). El evangelista al presentarnos una síntesis de la historia de la salvación, cuya meta es la figura de Jesús-Mesías, divide la historia en tres grandes períodos: Abrahán, David, el destierro. A pesar de la monotonía del texto y el carácter artificial y rígido de los nombres que se suceden, el texto presenta un valor teológico relevante, ofreciéndonos la genealogía del que será protagonista del evangelio. Se afirma, confirmando las promesas proféticas (cf. Gn 12,3; 2 Sm 7,1-17), que Jesús desciende de Abrahán de David y, por consiguiente, posee las bendiciones y la gloria de los antepasados.
Además, puesto que sus raíces se hunden en la historia humana y en el pueblo hebreo, goza de las condiciones necesarias para ser el Mesías esperado por las naciones, que anuncia e inaugura el reino de Dios. Este reino posee, sobre todo, la universalidad de la salvación en la persona de Cristo, que Mateo quiere resaltar con la presencia de cuatro mujeres, o extranjeras o pecadoras: Tamar, Rajab, Rut y Betsabé. El Mesías, de hecho, al venir a los hombres, no dudó en asumir la fragilidad humana, cubierta de oscuridad, para revestirla de su luz inmortal. La salvación se brinda no sólo a los justos, también a los pecadores.
MEDITATIO
Hoy iniciamos los últimos días de preparación a la Navidad. La liturgia nos plantea una pregunta: ¿Cómo nos estamos preparando para acoger al que viene a nosotros? Jesús es el Mesías, el verdadero descendiente de Judá, heredero de las promesas que Dios había hecho a Abrahán, renovado a David y todos sus descendientes. En realidad la figura de Judá es el eslabón que une la primera lectura del Génesis y el evangelio de Mateo. Cristo, el segundo Adán, ha entrado en nuestra vida humana, marcada por el pecado, el dolor y la muerte, por la desobediencia de nuestros primeros padres, no para castigar a la humanidad, sino para transformarla y reconducirla a la amistad con Dios, tal como era su proyecto original. Toda la historia de Israel es el testimonio del anuncio de la venida de un redentor, esperado por los hombres como cumplimiento de la promesa: toda la ley está preñada de Cristo. En Jesús, Dios se ha hecho hombre, el sueño se hace realidad. El Dios con nosotros se ha hecho el Dios por nosotros, a pesar de nuestra infidelidad y el ser remisos a acogerle.
Nosotros formamos parte de esta historia que nos vincula estrechamente con Abrahán y David, hilo de oro que con frecuencia hemos roto con nuestro pecado y que Dios reanuda en Jesús, acercándonos cada vez más a su corazón. Él, conocedor de la fragilidad del espíritu humano, sabe comprender y perdonar siempre nuestra debilidad, espera la conversión continua del corazón y el reconocimiento de aquel a quien pertenece toda realeza y a quien todos los pueblos deben acatamiento, fidelidad y amor.
ORATIO
Oh Señor, tú que eres el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de Jesucristo y nuestro Dios, tú has prometido a Judá un reino sin ocaso y una realeza sobre todos los pueblos. Haz que reconozcamos sinceramente que toda la historia humana, a través del pueblo elegido, y luego por la Iglesia, heredera de las bendiciones de Israel, esté orientada a Cristo, el esperado de los pueblos, y haz que cada uno de nosotros sea instrumento apto para anunciarlo a los hermanos y hermanas que encontremos en la vida. Haz que los hombres, de cualquier raza y color, sepamos superar divisiones y diversidades para unimos en una renovada esperanza en la venida del Salvador y con la confianza de que su mensaje de salvación y de vida es válido para todos sin distinción.
Que nuestros pecados, que tantas veces experimentamos, no nos alejen de ti, que eres la luz que ilumina nuestro camino; haznos más bien conscientes de nuestras limitaciones y abiertos a una sincera conversión de corazón.
Señor de la historia y de los pueblos, tú que comprendes nuestra miseria, llénanos de tu poder y haz que vivamos vigilantes para reconocer los signos de los tiempos y tu paso silencioso a través de las vicisitudes cotidianas de nuestra historia. Pero sobre todo haz que reconozcamos a tu Hijo Jesús, descendiente de una estirpe humana, el Mesías esperado, al que pertenecen el poder y la gloria y al que todos los pueblos obedecerán con amor.
CONTEMPLATIO
Hoy en el evangelio se lee: «Libro de la genealogía de Jesucristo». En estas genealogías, nace todavía en nosotros, según el espíritu, la Sabiduría. Si deseas, pues, que Cristo nazca en ti, ten en ti y llénate de las genealogías de la Sabiduría, esto es, de Cristo. Ten en ti a Abrahán, Isaac y los demás mencionados en la genealogía de Cristo. Abrahán fue perfecto en la fe, Isaac fue el hijo de la promesa, Jacob vio cara a cara al Señor.
Tened por tanto en vosotros una fe perfecta y tendréis espiritualmente a Abrahán. Esperad en las promesas de los bienes futuros, despreciad los placeres de los bienes presentes, y tendréis a Isaac. Apresuraos cuanto podáis a la visión de Dios y tendréis a Jacob. Del mismo modo, si sois fervorosos de espíritu, tendréis a Abrahán, si permanecéis gozosos en la esperanza, tendréis a Isaac, si aguantáis pacientes en la tribulación, tendréis a Jacob (oo.). De este modo, si tenemos espiritualmente todos estos padres, de los que hoy habla el evangelio, entonces se cumplirá lo que dice la Escritura: «Seréis colmados de mis generaciones» (Elredo De Rieval, Sermones inéditos; XXII, 16-18, Roma 1952).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Oh Sabiduría, ven a enseñarnos el camino de la vida» (de la liturgia).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Los largos y prodigiosos siglos que preceden al primer nacimiento no están vacíos de Cristo, sino penetrados por su potente influjo. Es la agitación de su concepción la que mueve las masas cósmicas y dirige las primeras corrientes biosféricas. La preparación de su nacimiento es la que acelera el progreso del instinto y. hace que el pensamiento desemboque en la tierra. No nos escandalicemos ingenuamente de la interminable espera que nos ha impuesto el Mesías.
Se requería nada menos que las espantosas y anónimas fatigas del hombre primitivo, la durable belleza egipcia, la espera inquieta de Israel, el perfume destilado del misticismo oriental, la sabiduría cien veces refinada de los griegos, para que del tronco de Jesé y de la humanidad germinase un retoño y pudiese abrirse la Flor.
Todas estas preparaciones eran cósmicamente, biológicamente necesarias para que Cristo entrase en la escena humana. Ytoda esta agitación se movía por el desvelo activo y creador de su alma en cuanto que esta alma era elegida para animar al Universo.
Cuando Cristo aparece en brazos de María, en él se elevaba todo el mundo.
No, yo no me escandalizo de estas esperas interminables y de estos largos preparativos. Todavía lo contemplo en el corazón de los hombres de hoy, que, de luz en luz, caminan lentamente hacia aquel que es la luz. Caminan hacia esta Palabra que ha sido pronunciada, pero todavía no escuchada, algo así como el esplendor de las estrellas que emplean tantos años para llegar a nuestros ojos (P. Teilhard de Chardin, El medio divino, Madrid 71998).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos 1
1. La escena del Génesis nos prepara para escuchar luego la genealogía de Jesús.
La salvación futura se perfila de un modo ya bastante concreto en este poema en boca del anciano Jacob que se despide de sus hijos. Es la familia de su hijo Judá la elegida por Dios para que de ella nazca el Mesías. Las imágenes del león y del cetro o bastón de mando, indican que Judá dominará sobre sus hermanos, su tribu sobre las demás.
El anuncio de Jacob se podía entender muy bien como cumplido en David, y luego en Salomón. Pero el pueblo de Israel lo interpretó muy pronto como referido al futuro Mesías.
La linea mesiánica estaría ligada a la tribu de Judá.
Y así, en efecto, aparecerá en Jesús de Nazaret, en quien se cumplen todas las profecías y esperanzas.
El salmo 71, el salmo del rey justo y su programa de gobierno, canta lo que será el estilo del rey mesiánico: la justicia, la paz, la atención preferente a los pobres y humildes. Y además, la universalidad: él será la bendición de todos los pueblos y lo proclamarán dichoso todas las razas de la tierra.
2. Mateo empieza su evangelio con la página que hoy leemos (y que volvemos a escuchar en la misa de la vigilia de Navidad, el 24 por la tarde): el árbol genealógico de Jesús, descrito con criterios distintos de los de Lucas, y ciertamente no según una estricta metodología histórica. Mateo organiza los antepasados de Jesús en tres grupos, capitaneados por Abrahán, David y Jeconias (éste, por ser el primero después del destierro).
Esta lista tiene una intención inmediata: demostrar que Jesús pertenecía a la casa de David. Es la historia del «adviento» de Jesús, de sus antepasados.
Pero no se trata de una mera lista notarial. Esta página está llena de intención y nos ayuda a entender mejor el misterio del Dios-con-nosotros cuyo nacimiento nos disponemos a celebrar.
El Mesías esperado, el Hijo de Dios, la Palabra eterna del Padre, se ha encarnado plenamente en la historia humana, está arraigado en un pueblo concreto, el de Israel. No es como un extraterrestre o un ángel que llueve del cielo. Pertenece con pleno derecho, porque así lo ha querido, a la familia humana.
Los nombres de esta genealogía no son precisamente una letanía de santos. Hay personas famosas y otras totalmente desconocidas. Hombres y mujeres que tienen una vida recomendable, y otros que no son nada modélicos.
En el primer apartado de los patriarcas, la promesa mesiánica no arranca de Ismael, el hijo mayor de Abrahán, sino de Isaac. No del hijo mayor de Isaac, que era Esaú, sino del segundo, Jacob, que le arrancó con trampas su primogenitura. No del hijo preferido de Jacob, el justo José, sino de Judá, que había vendido a su hermano.
En el apartado de los reyes, aparte de David, que es una mezcla de santo y pecador, aparece una lista de reyes claramente en declive hasta el destierro.
Aparte tal vez de Ezequías y Josías, los demás son idólatras, asesinos y disolutos. Y después del destierro, apenas hay nadie que se distinga precisamente por sus valores humanos y religiosos. Hasta llegar a los dos últimos nombres, José y María.
Aparecen en este árbol genealógico también cinco mujeres. Las cuatro primeras no son como para que nadie pueda estar orgulloso de que aparezcan en su libro familiar. Rut es buena y religiosa, pero extranjera; Raab una prostituta, aunque de buen corazón; Tamar una tramposa que engaña a su suegro Judá para tener descendencia; Betsabé adúltera con David. La quinta sí: es María, la esposa de José, la madre de Jesús.
Entre los ascendientes de Jesús hay tantos pecadores como santos. De veras los pensamientos de Dios no son los nuestros (Is 55,8). Aparece bien claro que él cuenta con todos, que va construyendo la historia de la salvación a partir de estas personas. Jesús se ha hecho solidario de esta humanidad concreta, débil y pecadora, no de una ideal y angélica. Como luego se pondrá en fila entre los que reciben el bautismo de Juan en el Jordán: él es santo, pero no desdeña de mostrarse solidario de los pecadores. Trata con delicadeza a los pecadores y pecadoras. Ha entrado en nuestra familia, no en la de los ángeles. Será hijo del pueblo. No excluye a nadie de su Reino.
3. a) También la Navidad de este año la vamos a celebrar personas débiles y pecadoras. Dios nos quiere conceder su gracia a nosotros y a tantas otras personas que tal vez tampoco sean un modelo de santidad. A partir de nuestra situación, sea cual sea, nos quiere llenar de su vida y renovarnos como hijos suyos.
Es una lección para que también nosotros miremos a las personas con ojos nuevos, sin menospreciar a nadie. Nadie es incapaz de salvación. La comunidad eclesial nos puede parecer débil, y la sociedad corrompida, y algunas personas indeseables, y las más cercanas llenas de defectos. Pero Cristo Jesús viene precisamente para esta clase de personas. Viene a curar a los enfermos, no a felicitar a los sanos. A salvar a los pecadores, y no a canonizar a los buenos. Esto para nosotros debe ser motivo de confianza, y a la vez, cara a los demás, una invitación a la tolerancia y a una visión más optimista de las capacidades de toda persona ante la gracia salvadora de Dios.
b) La Iglesia de Cristo puede no gustarnos, pero no podemos escandalizarnos y rechazarla. Es una comunidad frágil, débil, pero encargada de transmitir y realizar el programa de vida de Cristo Jesús. Si antes de Cristo la lista era la que hemos leído, después de Cristo no es mucho mejor: Cristo eligió a Pedro y Pablo, Pablo eligió a Timoteo, Timoteo a... y nuestros padres nos transmitieron la fe a nosotros, que somos frágiles y pecadores, y nosotros la comunicaremos a otros. No es cuestión de mitificar la historia de la salvación ni antes ni después de Cristo. Todos somos pobres personas. Lo que sí tenemos que hacer es aceptarnos a nosotros mismos, y aceptar a los demás, a la Iglesia entera, y reconocer la obra de Dios en todos.
La Navidad la celebraremos mucho mejor si sabemos hacernos solidarios de las personas que Dios ama. La salvación es para todos, para las personas normales, no sólo para las santas y famosas, que hacen obras espectaculares o sorprenden a todos con sus milagros y genialidades. Dios eligió también a personas débiles y pecadoras. Jesús no renegó de su árbol genealógico porque en él encontrara personas indeseables.
O Sapientia
«Oh Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo,
abarcando del uno al otro confín
y ordenándolo todo con firmeza y suavidad:
ven y muéstranos el camino de la salvación»
Todos queremos un corazón lleno de sabiduría, como ya había pedido el joven Salomón al principio de su reinado. Tener sabiduría es ver la historia desde los ojos de Dios.
Pero la sabiduría verdadera es Cristo Jesús, el Verbo (Logos) eterno, la Palabra viviente de Dios, por el que fueron creadas todas las cosas, como nos enseña el prólogo del evangelio de Juan. Al que Pablo llama «sabiduría de Dios» ( I Co 1,24; 2,7). Él es quien nos ilumina y nos comunica su verdad, el Maestro auténtico al que pedimos que venga a enseñarnos el camino de la salvación.