Domingo IV de Pascua (C) – Homilías
/ 4 abril, 2016 / Tiempo de PascuaLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles.
Hch 13, 14. 43-52: Sabed que nos dedicamos a los gentiles
Sal 99, 1b-2. 3. 5: Somos su pueblo y ovejas de su rebaño
Ap 7, 9. 14b-17: El Cordero será su pastor, y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas
Jn 10, 27-30: Yo doy la vida eterna a mis ovejas
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Homilía(27-04-1980)
Visita pastoral a la parroquia romana de Santa María «in Trastevere»
Sunday 27 de April de 1980
1. "Aclamad al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores" (Sal 99 [100] 2).
Estas palabras de la liturgia de hoy vienen con insistencia a mis labios, al encontrarme entre los nobles muros de este templo...
[...]
3. La liturgia de este domingo está llena de la alegría pascual, cuya fuente es la resurrección de Cristo. Todos nosotros nos alegramos, de ser "su pueblo y ovejas de su rebaño". Nos alegramos y proclamamos "las grandezas de Dios" (Act 2, 11).
"Sabed que el Señor es Dios, que El nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño" (Sal 99 [100], 3).
Toda la Iglesia se alegra hoy porque Cristo resucitado es su Pastor: el Buen Pastor. De esta alegría participa cada una de las partes de este gran rebaño del Resucitado, cada una de las falanges del Pueblo de Dios, en toda la tierra. También vuestra parroquia romana en el Trastévere, que tengo la suerte de visitar como su Obispo, puede repetir estas palabras del Salmo, que resuena en la liturgia del IV domingo de Pascua:
"Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con himnos..., porque el Señor es bueno..., su fidelidad por todas las edades" (Sal 99 [100], 4 s.).
4. Nosotros somos suyos.
La Iglesia, varias veces, propone a los ojos de nuestra alma la verdad sobre el Buen Pastor. También hoy escuchamos las palabras que Cristo dijo de Sí mismo: "Yo soy el Buen Pastor..., conozco mis ovejas y ellas me conocen" (Canto antes del Evangelio).
Cristo crucificado y resucitado ha conocido, de modo particular, a cada uno de nosotros y conoce a cada uno. No se trata sólo de un conocimiento "exterior", aunque sea muy esmerado, que permita describir e identificar un objeto determinado.
Cristo, Buen Pastor, nos conoce a cada uno de nosotros de manera distinta. En el Evangelio de hoy dice, a tal propósito, estas palabras insólitas: (el texto es breve y podemos repetirlo entero) "Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna, y no :perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre me dio es mejor que todo, y nadie podrá arrebatar nada de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos una sola cosa" (Jn 10, 27 30).
Miremos hacia el Calvario donde fue alzada la cruz. En esta cruz murió Cristo, y después fue colocado en el sepulcro. Miremos hacia la cruz, en la que se ha realizado el misterio del divino "legado" y de la divina "heredad". Dios, que había creado al hombre, restituyó a ese hombre, después de su pecado —a cada hombre y a todos los hombres—, de modo particular, a su Hijo. Cuando el Hijo subió a la cruz, cuando en ella ofreció su sacrificio, aceptó simultáneamente al hombre confiándole a Dios, Creador y Padre. Aceptó y abrazó, con su sacrificio y con su amor, al hombre: a cada uno de los hombres y a todos los hombres. En la unidad de la Divinidad, en la unión con su Padre, este Hijo se hizo El mismo hombro, y he aquí que ahora, en la cruz, se hace "nuestra Pascua" (1 Cor 5, 7), nos ha devuelto a cada uno y a todos nosotros al Padre como a Aquel que nos creó a su imagen y semejanza y que, a imagen y semejanza de este propio Hijo eterno, nos ha predestinado "a la adopción de hijos suyos por Jesucristo" (Ef 1, 5).
Y para esta adopción mediante la gracia, para esta heredad de la vida divina, para esta prenda de la vida eterna, luchó hasta el fin Cristo, "nuestra Pascua", en el misterio de su pasión, de su sacrificio y de su muerte. La resurrección se ha convertido en la confirmación de su victoria: victoria del amor del Buen Pastor que dice: "ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna y no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano".
5. Nosotros somos suyos.
La Iglesia quiere que miremos, durante todo este tiempo pascual, hacia la cruz y la resurrección, y que midamos nuestra vida humana con el metro de ese misterio, que se realizó en la cruz: y en la resurrección:
Cristo es el Buen Pastor porque conoce al hombre: a cada uno y a todos. Lo conoce con este conocimiento único pascual. Nos conoce, porque nos ha redimido. Nos conoce porque "ha pagado por nosotros": hemos sido rescatados a gran precio.
Nos conoce con el conocimiento y con la ciencia más "interior", con el mismo conocimiento con que El, Hijo, conoce y abraza al Padre y, en el Padre, abraza la verdad infinita y el amor. Y, mediante la participación en esta verdad y en este amor, El hace nuevamente de nosotros, en Sí mismo, los hijos de su Eterno Padre; obtiene, de una vez para siempre, la salvación del hombre: de cada uno de los hombres y de todos, de aquellos que nadie arrebatará de su mano... En efecto, ¿quién podría arrebatarlos?
¿Quién puede aniquilar la obra de Dios mismo, que ha realizado el Hijo en unión con el Padre? ¿Quién puede cambiar el hecho de que estemos redimidos?, ¿un hecho tan potente y tan fundamental como la misma creación?
A pesar de toda la inestabilidad del destino humano y de la debilidad de la voluntad y del corazón humano, la Iglesia nos manda hoy mirar a la potencia, a la fuerza irreversible de la redención, que vive en el corazón y en las manos y en los pies del Buen Pastor,
De Aquel que nos conoce...
Hemos sido hechos de nuevo la propiedad del Padre por obra de este amor, que no retrocedió ante la ignominia de la cruz, para poder asegurar a todos los hombres: "Nadie os arrebatará de mi mano" (cf. Jn 10, 28).
La Iglesia nos anuncia hoy la certeza pascual de la redención. La certeza de la salvación.
Y cada uno de los cristianos está llamado a la participación de esta certeza: ¡Realmente he sido comprado a gran precio! ¡Realmente he sido abrazado por el Amor, que es más fuerte que la muerte, y más fuerte que el pecado! Conozco a mi Redentor. Conozco al Buen Pastor de mi destino y de mi peregrinación.
6. Con esta certeza de la fe, certeza de la redención revelada en la resurrección de Cristo, partieron los Apóstoles, como lo testifican, por lo demás, en la primera lectura de hoy, tomada de los Hechos de los Apóstoles, Pablo y Bernabé por los caminos de su primer viaje a Asia Menor. Se dirigen a los que profesan la Antigua Alianza, y cuando no son aceptados, se dirigen a los paganos, se dirigen a los hombres nuevos y a los pueblos nuevos.
En medio de estas experiencias y de estás fatigas comienza a fructificar el Evangelio. Comienza a crecer el Pueblo de Dios de la Nueva Alianza.
¿A través de cuántos países, pueblos y continentes pasaron estos viajes apostólicos hasta, el día de hoy?
.¿Cuántos hombres han respondido con gozo al mensaje pascual? ¿Cuántos hombres han aceptado la certeza pascual de la redención? ¿A cuántos hombres y pueblos ha llegado y llega siempre el Buen Pastor?
Al final de esta grandiosa misión se delinea lo que el Apóstol Juan ve en su Apocalipsis: "Yo, Juan.. vi una muchedumbre grande, que nadie podía contar, de toda nación, tribu, pueblo y lengua, que estaba delante del trono y del Cordero, vestidos de túnicas blancas y con palmas en sus manos..., uno de los ancianos... dijo...: Estos son los que vienen de la gran tribulación, y lavaron sus túnicas y las blanquearon en la sangre del Cordero" (Ap 7, 9-14).
Así, pues, también nosotros, reunidos aquí con el Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, en esta parroquia romana del Trastévere, confesamos la resurrección de Cristo, renovamos la certeza pascual de la redención, renovamos la alegría pascual, que brota del hecho de que nosotros somos "su Pueblo y ovejas de su rebaño" (Sal 99 [100], 3).
¡Que siempre tengamos al Buen Pastor! ¡Perseveremos junto a El!
A su Madre, que es la Señora del Trastévere, cantemos:
"Regina coeli, laetare!".
Homilía(29-04-2007)
Santa Misa con Ordenaciones Sacerdotales con ocasión de la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones.
Basílica Vaticana. IV Domingo de Pascua
Sunday 29 de April de 2007
Este IV domingo de Pascua, denominado tradicionalmente domingo del "Buen Pastor"...
La densidad teológica del breve pasaje evangélico que acaba de proclamarse nos ayuda a percibir mejor el sentido y el valor de esta solemne celebración. Jesús habla de sí como del buen Pastor que da la vida eterna a sus ovejas (cf. Jn 10, 28). La imagen del pastor está muy arraigada en el Antiguo Testamento y es muy utilizada en la tradición cristiana. Los profetas atribuyen el título de "pastor de Israel" al futuro descendiente de David; por tanto, posee una indudable importancia mesiánica (cf. Ez 34, 23). Jesús es el verdadero pastor de Israel porque es el Hijo del hombre, que quiso compartir la condición de los seres humanos para darles la vida nueva y conducirlos a la salvación. Al término "pastor" el evangelista añade significativamente el adjetivo kalós, hermoso, que utiliza únicamente con referencia a Jesús y a su misión. También en el relato de las bodas de Caná el adjetivo kalós se emplea dos veces aplicado al vino ofrecido por Jesús, y es fácil ver en él el símbolo del vino bueno de los tiempos mesiánicos (cf. Jn 2, 10).
"Yo les doy (a mis ovejas) la vida eterna y no perecerán jamás" (Jn 10, 28). Así afirma Jesús, que poco antes había dicho: "El buen pastor da su vida por las ovejas" (cf. Jn 10, 11). San Juan utiliza el verbo tithénai, ofrecer, que repite en los versículos siguientes (15, 17 y 18); encontramos este mismo verbo en el relato de la última Cena, cuando Jesús "se quitó" sus vestidos y después los "volvió a tomar" (cf. Jn 13, 4. 12). Está claro que de este modo se quiere afirmar que el Redentor dispone con absoluta libertad de su vida, de manera que puede darla y luego recobrarla libremente.
Cristo es el verdadero buen Pastor que dio su vida por las ovejas —por nosotros—, inmolándose en la cruz. Conoce a sus ovejas y sus ovejas lo conocen a él, como el Padre lo conoce y él conoce al Padre (cf. Jn 10, 14-15). No se trata de mero conocimiento intelectual, sino de una relación personal profunda; un conocimiento del corazón, propio de quien ama y de quien es amado; de quien es fiel y de quien sabe que, a su vez, puede fiarse; un conocimiento de amor, en virtud del cual el Pastor invita a los suyos a seguirlo, y que se manifiesta plenamente en el don que les hace de la vida eterna (cf. Jn 10, 27-28).
[...] Que la certeza de que Cristo no nos abandona y de que ningún obstáculo podrá impedir la realización de su designio universal de salvación sea para vosotros motivo de constante consuelo —incluso en las dificultades— y de inquebrantable esperanza. La bondad del Señor está siempre con vosotros, y es fuerte. El sacramento del Orden, que estáis a punto de recibir, os hará partícipes de la misma misión de Cristo; estaréis llamados a sembrar la semilla de su Palabra —la semilla que lleva en sí el reino de Dios—, a distribuir la misericordia divina y a alimentar a los fieles en la mesa de su Cuerpo y de su Sangre.
Para ser dignos ministros suyos debéis alimentaros incesantemente de la Eucaristía, fuente y cumbre de la vida cristiana. Al acercaros al altar, vuestra escuela diaria de santidad, de comunión con Jesús, del modo de compartir sus sentimientos, para renovar el sacrificio de la cruz, descubriréis cada vez más la riqueza y la ternura del amor del divino Maestro, que hoy os llama a una amistad más íntima con él. Si lo escucháis dócilmente, si lo seguís fielmente, aprenderéis a traducir a la vida y al ministerio pastoral su amor y su pasión por la salvación de las almas. Cada uno de vosotros, queridos ordenandos, llegará a ser con la ayuda de Jesús un buen pastor, dispuesto a dar también la vida por él, si fuera necesario.
Así sucedió al inicio del cristianismo con los primeros discípulos, mientras, como hemos escuchado en la primera lectura, el Evangelio iba difundiéndose entre consuelos y dificultades. Vale la pena subrayar las últimas palabras del pasaje de los Hechos de los Apóstoles que hemos escuchado: "Los discípulos quedaron llenos de gozo y del Espíritu Santo" (Hch 13, 52). A pesar de las incomprensiones y los contrastes, de los que se nos ha hablado, el apóstol de Cristo no pierde la alegría, más aún, es testigo de la alegría que brota de estar con el Señor, del amor a él y a los hermanos.
[...]
[...] A vosotros Jesús os repite hoy: "Ya no os llamo siervos, sino amigos". Aceptad y cultivad esta amistad divina con "amor eucarístico". Que os acompañe María, Madre celestial de los sacerdotes. Ella, que al pie de la cruz se unió al sacrificio de su Hijo y, después de la resurrección, en el Cenáculo, recibió con los Apóstoles y con los demás discípulos el don del Espíritu, os ayude a vosotros y a cada uno de nosotros, queridos hermanos en el sacerdocio, a dejarnos transformar interiormente por la gracia de Dios. Sólo así es posible ser imágenes fieles del buen Pastor; sólo así se puede cumplir con alegría la misión de conocer, guiar y amar la grey que Jesús se ganó al precio de su sangre. Amén.
Regina Caeli(21-04-2013)
Domingo IV de Pascua
Sunday 21 de April de 2013
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El cuarto domingo del tiempo de Pascua se caracteriza por el Evangelio del Buen Pastor, que se lee cada año. El pasaje de hoy refiere estas palabras de Jesús: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, lo que me ha dado, es mayor que todo, y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno» (Jn 10, 27-30). En estos cuatro versículos está todo el mensaje de Jesús, está el núcleo central de su Evangelio: Él nos llama a participar en su relación con el Padre, y ésta es la vida eterna.
Jesús quiere entablar con sus amigos una relación que sea el reflejo de la relación que Él mismo tiene con el Padre: una relación de pertenencia recíproca en la confianza plena, en la íntima comunión. Para expresar este entendimiento profundo, esta relación de amistad, Jesús usa la imagen del pastor con sus ovejas: Él las llama y ellas reconocen su voz, responden a su llamada y le siguen. Es bellísima esta parábola. El misterio de la voz es sugestivo: pensemos que desde el seno de nuestra madre aprendemos a reconocer su voz y la del papá; por el tono de una voz percibimos el amor o el desprecio, el afecto o la frialdad. La voz de Jesús es única. Si aprendemos a distinguirla, Él nos guía por el camino de la vida, un camino que supera también el abismo de la muerte.
Pero, en un momento determinado, Jesús dijo, refiriéndose a sus ovejas: «Mi Padre, que me las ha dado» (cf. 10, 29). Esto es muy importante, es un misterio profundo, no fácil de comprender: si yo me siento atraído por Jesús, si su voz templa mi corazón, es gracias a Dios Padre, que ha puesto dentro de mí el deseo del amor, de la verdad, de la vida, de la belleza y Jesús es todo esto en plenitud. Esto nos ayuda a comprender el misterio de la vocación, especialmente las llamadas a una especial consagración. A veces Jesús nos llama, nos invita a seguirle, pero tal vez sucede que no nos damos cuenta de que es Él, precisamente como le sucedió al joven Samuel. Hay muchos jóvenes hoy, aquí en la plaza. Sois muchos vosotros, ¿no? Se ve eso. Sois muchos jóvenes hoy aquí en la plaza. Quisiera preguntaros: ¿habéis sentido alguna vez la voz del Señor que, a través de un deseo, una inquietud, os invitaba a seguirle más de cerca? ¿Le habéis oído? No os oigo. Eso... ¿Habéis tenido el deseo de ser apóstoles de Jesús? Es necesario jugarse la juventud por los grandes ideales. Vosotros, ¿pensáis en esto? ¿Estáis de acuerdo? Pregunta a Jesús qué quiere de ti y sé valiente. ¡Pregúntaselo! Detrás y antes de toda vocación al sacerdocio o a la vida consagrada, está siempre la oración fuerte e intensa de alguien: de una abuela, de un abuelo, de una madre, de un padre, de una comunidad. He aquí porqué Jesús dijo: «Rogad, pues, al Señor de la mies —es decir, a Dios Padre— para que mande trabajadores a su mies» (Mt 9, 38). Las vocaciones nacen en la oración y de la oración; y sólo en la oración pueden perseverar y dar fruto. Me complace ponerlo de relieve hoy, que es la «Jornada mundial de oración por las vocaciones». Recemos en especial por los nuevos sacerdotes de la diócesis de Roma que tuve la alegría de ordenar esta mañana. E invoquemos la intercesión de María. Hoy hubo diez jóvenes que dijeron «sí» a Jesús y fueron ordenados sacerdotes esta mañana. Es bonito esto. Invoquemos la intercesión de María que es la Mujer del «sí». María dijo «sí», toda su vida. Ella aprendió a reconocer la voz de Jesús desde que le llevaba en su seno. Que María, nuestra Madre, nos ayude a reconocer cada vez mejor la voz de Jesús y a seguirla, para caminar por el camino de la vida. Gracias.
Muchas gracias por el saludo, pero saludad también a Jesús. Gritad «Jesús», fuerte. Recemos todos juntos a la Virgen.
Julio Alonso Ampuero
Meditaciones Bíblicas sobre el Año Litúrgico
Fundación Gratis Date, Pamplona, 2004
Atentos a Cristo
«Conozco a mis ovejas». Cristo Buen Pastor conoce a cada uno de los suyos. Con un conocimiento que es amor y complacencia. Cristo me conoce como soy de verdad. No soy un extraño que camina perdido por el mundo. Cristo me conoce. Conoce mi vida entera, toda mi historia. Más aún, conoce lo que quiere hacer en mí. Conoce también mi futuro. ¿Vivo apoyado en este conocimiento que Cristo tiene de mí?
«Mis ovejas escuchan mi voz y me siguen». ¡Que bonita definición de lo que es el cristiano! Se trata de estar atento a Cristo, a su voz, a las llamadas que sin cesar, a cada instante, nos dirige. No creemos en un muerto. Cristo está vivo, resucitado; más aún, está presente, cercano, camina con nosotros. Se trata de escuchar su voz y de seguirle, de caminar detrás de Él siguiendo sus huellas. El cristiano nunca está solo, porque no sigue una idea, sino a una persona. Pero seguir a Cristo compromete la vida entera.
«Nadie las arrebatará de mi mano». Al que se sabe conocido y amado por Cristo y procura con toda el alma escuchar su voz y seguirle, Cristo le hace esta promesa. Nuestra seguridad sólo puede provenir de sabernos guiados por él. El Buen Pastor es el Resucitado a quien ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Estamos en buenas manos. Ningún verdadero mal puede suceder al que de verdad confía en Cristo y se deja conducir por su mano poderosa.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
Tiempo de Pascua. , Vol. 3, Fundación Gratis Date, Pamplona, 2001
En este Domingo cuarto de Pascua se centra nuestra atención y nuestra fe agradecida en la presencia misteriosa del mismo Cristo Jesús, Pastor único y universal de nuestras almas. Cristo ha prolongado esta cualidad suya en los Pastores de su Iglesia. Hemos de descubrir a Cristo Jesús en el magisterio y en la autoridad de nuestros legítimos Pastores, en comunión con el Romano Pontífice, Vicario de Cristo. Hemos de vivir en la Iglesia el problema serio de las vocaciones consagradas. La necesidad de que los elegidos de Dios para una dedicación total al Evangelio, a la santidad y a la acción pastoral en la Iglesia sepan responder fielmente y con generosidad total a este designio divino sobre sus vidas.
–Hechos 13,14.43-52: Nos dedicamos a los gentiles. La misión y la obra salvadora de Cristo, Buen Pastor, y la de quienes hacen sus veces en la Iglesia, no pueden quedar limitadas por privilegios raciales o religiosos. Es universal, por cuanto todos los hombres necesitan, por igual, de Cristo Redentor. La Iglesia es universal y aunque los judíos hubieran aceptado el mensaje salvífico del Evangelio, la Iglesia se extendería por doquier. Comenta San Agustín:
«Admirable es el testimonio de San Fructuoso, obispo. Como uno le dijera y le pidiera que se acordara de rogar por él. El santo respondió: “Yo debo orar por la Iglesia católica, extendida de Oriente a Occidente”. ¿Qué quiso decir el santo obispo con estas palabras? Lo entendéis, sin duda, recordadlo ahora conmigo: “Yo debo orar por la Iglesia Católica; si quieres que ore por ti, no te separes de aquélla por quien pido en mi oración”» (Sermón 273).
–Con el Salmo 99 decimos: «Servid al Señor con alegría; entrad en su presencia con vítores. Sabed que el Señor es Dios; que Él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño. El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades»
–Apocalipsis 7,9.14-17: El Cordero será su Pastor y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas. La Iglesia triunfante en los cielos será el fruto de una comunidad de creyentes, elegida de toda nación, raza o lengua, y santificada por la sangre universalmente redentora del Cordero. La muchedumbre vestida de túnicas blancas, lavadas en la sangre del Cordero no son únicamente los mártires de la persecución neroniana, sino también todos los fieles purificados de sus pecados por el bautismo. El sacramento del bautismo recibe de la sangre del Cordero, que es también Pastor, la virtud de lavar y purificar las almas.
–Juan 10,27-30: Yo doy la vida eterna a mis ovejas. Fue designio del Padre hacer de su Hijo encarnado el único Pastor para el único Pueblo de elegidos para la salvación.
Adrien Nocent
El Año Litúrgico: Celebrar a Jesucristo
Semana Santa y Tiempo Pascual. , Vol. 4, Sal Terrae, Santander, 1981
-El Pastor da la vida eterna a sus ovejas
El evangelio -brevísimo- de este domingo contiene, a pesar de su brevedad, una revelación muy rica. El centro de este pasaje es: "Yo les doy la vida eterna" a mis ovejas. Los otros temas han sido oídos ya, de boca de Cristo. "Yo les doy la vida eterna..., nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre". El conocimiento recíproco, al que se llega por la docilidad al escuchar la Palabra y por la voluntad de seguir a Jesús en lo concreto, ha quedado ya subrayado más arriba. Aquí lo más importante es la vida eterna como don del Pastor. Jesús es la vida; esta vida la da por sus ovejas (10, 15), y quiere que la tengan en abundancia (10, 10). Los que entren en esta relación de conocimiento no perecerán jamás.
Esta es una nueva manera de prometer la vida eterna. Continuando la imagen del pastor que posee ovejas propias y las defiende, afirma Jesús que nadie podrá arrebatarlas de la mano de su Padre, a quien él se las ha confiado; pues el Padre y él son uno.
El bautizado se siente reconfortado con estas palabras, y considera su propia responsabilidad ante un don así. Pues no se trata de una protección mecánica, como si nosotros no contáramos para nada en este don. El aceptarlo es un acto positivo: es escuchar seguir. Se abre así la perspectiva de la vida de lucha, dura, pero segura de que la victoria es posible.
-La salvación llevada hasta el extremo de la tierra
Esta vida eterna es lo que anuncian los Apóstoles, y en particular Pablo y Bernabé en la 1ª lectura de hoy. Primero se la anuncian al pueblo judío. Pero son injuriados. Entonces, ante aquel rechazo de la vida eterna, Pablo y Bernabé se vuelven hacia los pueblos gentiles. No pueden callar, pues "así nos lo ha mandado el Señor: Yo te haré luz de los gentiles, para que seas la salvación hasta el extremo de la tierra". Una frase un tanto difícil subraya los efectos de estas palabras: "los que estaban destinados a la vida eterna, creyeron". Si el pueblo elegido por Dios no acepta creer en su Hijo muerto y resucitado para su salvación, el anuncio pasará a los gentiles, a los que Dios ha preparado ya, pues la salvación es universal, aun cuando el pueblo judío tuvo por derecho el primer puesto en esta voluntad salvífica del Señor.
Por eso, la vida eterna que el Pastor da sólo se puede otorgar a quienes le acepten y quieran escucharle y seguirle para formar un solo redil.
El salmo responsorial recoge el tema:
Sabed que el Señor es Dios: que él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño.
-El Cordero-Pastor
La segunda lectura, visión apocalíptica de Juan, viene a ser la realización de lo que acaba de oírse en la 1ª lectura. El Apóstol ve una muchedumbre inmensa de toda nación, razas, pueblos y lenguas. Están de pie ante el trono del Cordero, vestidos de blanco y con palmas en las manos. Uno de los ancianos explica de dónde vienen y quiénes son: Vienen de la gran tribulación, han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero... Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno. Porque el Cordero que está delante del trono será su Pastor, y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas. Y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos.
Es innecesario subrayar el carácter universal de la descripción que acaba de hacerse. La muchedumbre glorifica, y su actitud es la de un pueblo en contemplación y acción de gracias litúrgica. Es una asamblea de triunfo. Viste vestiduras blancas que significan la purificación bautismal. Importa poco lo extraño de la imagen; se trata sin duda de una purificación por la sangre; pero aquí, la teología de la purificación y de la renovación sobrepuja a la imagen, pues se trata de una sangre que renueva para la gloria y la resurrección con Cristo; ahora bien, las vestiduras blancas significan el triunfo de la resurrección.
Están todos reunidos bajo el cayado del Cordero, presentado como Pastor. El Apocalipsis cita aquí numerosos pasajes escriturísticos: se recuerdan dos pasajes clásicos: el salmo 23, en el que se presenta al Señor como el pastor de Israel, e Isaías 49, cántico del Siervo, de donde ha tomado los versículos "No pasarán hambre ni sed..., porque los conduce el Compasivo y los guía a manantiales de agua".
Es una perspectiva de triunfo del rebaño único reunido al fin bajo un único guía: el Pastor-Cordero que dio su vida por las ovejas.
Hans Urs von Balthasar
Luz de la Palabra
Comentarios a las lecturas dominicales (A, B y C). Encuentro, Madrid, 1994
1. "Yo les doy la vida eterna".
El evangelio del Buen Pastor contiene una promesa que supera toda medida; incluso se podría decir que supera toda previsión. A las ovejas de Jesús, a las que él conoce y que le siguen, se les asegura por tres veces su definitiva pertenencia a él y al Padre. Y esto porque ellas ya ahora han recibido por anticipado «vida eterna». Porque lo que Jesús nos da aquí abajo con su vida, su pasión, su resurrección, su Iglesia y sus sacramentos, es ya vida eterna. El que la recibe y no la rechaza, jamás puede ya «perecer», nadie puede ya «arrebatarlo de mi mano»; más aún: nadie puede arrebatarlo de la mano del Padre, del que Jesús dice que es más que él (porque es su origen), y sin embargo que él, el Hijo, es uno con este Padre más grande. Las ovejas, que están amparadas en esta unidad entre el Padre y el Hijo, poseen la vida eterna; ningún poder terreno, ni siquiera la muerte, puede hacerles nada. Sin embargo, aquí no se promete el cielo a todo el mundo, sino a aquellos que «escuchan mi voz» y «siguen» al pastor: una pequeñísima condición sine qua non para una consecuencia infinita, inmensamente grande. Conviene recordar aquí las palabras de san Pablo: «Una tribulación pasajera y liviana produce un inmenso e incalculable tesoro de gloria» (2 Co 4,17).
2. «Los que estaban destinados a la vida eterna».
En la primera lectura se muestra que el hombre no se salva automáticamente. Hay que aceptar la palabra de Dios y de la Iglesia. Los judíos, a los que Pablo y Bernabé predican la palabra de Dios, están celosos por el gran éxito de su predicación, se burlan de ellos y responden con insultos a sus palabras, por lo que los apóstoles les dicen: «Como no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles». Y explican a los judíos que estaba ya previsto desde siempre que de Israel debía salir una luz que llegara «hasta el extremo de la tierra», que este viraje hacia los paganos se produce por tanto en el espíritu del verdadero Israel. El pueblo de Israel no debía querer poseer la salvación para él solo, pues ésta estaba destinada para todos los hombres: desear la salvación de una manera egoísta significa autoexcluirse del cielo. Pero también de los gentiles se dice: «Los que estaban destinados a la vida eterna, creyeron», no en el sentido de una predestinación limitada -semejante predestinación no existe-, sino en el sentido de que también los gentiles deben aceptar personalmente la fe y vivir conforme a ella.
3. «El Cordero será su pastor».
Finalmente -en la segunda lectura- se nos ofrece una visión del cielo, donde se cumple la promesa que el Señor hace en el evangelio y donde todos los que lo han seguido en la tierra como «sus ovejas» aparecen como una muchedumbre inmensa de todos los pueblos delante del Cordero, su pastor, porque han sido rescatados por la sangre de su cruz y ahora son apacentados y conducidos por él «hacia fuentes de aguas vivas». La vida que se les promete no es un estancamiento, sino algo que fluye eternamente; por eso los que pertenecen al Señor «ya no pasarán hambre ni sed».
Santos Benetti
Caminando por el Desierto
Ciclo C. , Vol. 2, Paulinas, Madrid, 1985
1. Interiorizar la relación de fe
Los textos del tiempo pascual continúan volviendo nuestros ojos hacia el surgimiento y expansión de la comunidad cristiana, nacida precisamente con Cristo resucitado. Pero este nacimiento y esta expansión no tienen nada de mágicos, sino que constantemente responden tanto a un designio misterioso del Padre, cuyos caminos desconocemos, como a determinadas contingencias humanas que condicionan el crecer de la Iglesia.
Los textos que hoy vamos a comentar nos plantean con suficiente crudeza esta realidad de la comunidad cristiana, que, si se siente asida de la mano del Padre, también está enraizada en una experiencia histórica que puede posibilitar o dificultar sus pasos por el mundo.
El texto del Evangelio de Juan tendría que ser como una especie de telón de fondo de toda la actividad de la comunidad eclesial, como un punto de referencia constante para evitar peligrosas distorsiones o malentendidos. Jesús se presenta como el Pastor de la comunidad de los discípulos, pastor que está en íntima relación con el Padre: «Yo y el Padre somos uno.» Lo interesante del texto es que Jesús no especifica quiénes son sus ovejas, pero sí que sus ovejas escuchan su voz y lo siguen; él, por su parte, las conoce íntimamente y da la vida por ellas.
Si el domingo pasado veíamos el carácter institucional de la Iglesia fundada sobre la roca de Pedro, el Pedro del amor, el texto de hoy sale al paso de cualquier tipo de cristianismo basado puramente en prioridades institucionales o jurídicas. En efecto, son discípulos de Jesús aquellos que verdaderamente escuchan su voz, es decir, que cumplen y viven el mandato liberador del Padre revelado en Jesucristo.
Más importante que los lazos institucionales y visibles, son los estrechos lazos íntimos que unen al creyente con Cristo. Jesús no parece dejarse engañar por las apariencias, ya que sabe lo que pasa en el corazón del hombre. El conoce a los suyos con una mirada interior, profunda, mezcla de conocimiento y de amor.
Esta podría ser nuestra primera reflexión de hoy: necesitamos reforzar los lazos íntimos que nos unen con Cristo. Al decir lazos íntimos, queremos referirnos a una relación que sentimos personalmente, que es fruto de una opción sincera y libre; que nuestro cristianismo no puede consistir solamente en el cumplimiento de ciertas normas que aceptamos como una rutina necesaria para sentirnos apoyados por cierto cuerpo social. Al decir lazos íntimos, queremos referirnos también a la necesidad de que los laicos no se contenten con seguir detrás de sus pastores como si a ellos no les incumbiese también la necesidad de pensar su fe, de reflexionarla personalmente, de conocer mejor las sagradas escrituras, de interiorizar el mensaje evangélico, de madurar su oración y las formas de expresión de su fe.
En las comunidades de religiosos sucede lo mismo: con harta frecuencia todo se deja librado al aparato institucional, a los horarios y actos establecidos, a lo mandado desde arriba, pero se necesita hoy un estilo de vida religioso- a tenor del evangelio de hoy- en el que cada miembro de la comunidad sepa qué quiere, qué profesa, qué siente y cuál es su verdadero compromiso interior con Jesucristo.
Sabemos perfectamente que a lo largo de los últimos siglos se produjo en la Iglesia un proceso de marcado institucionalismo -quizá necesario en una época para evitar la disgregación de la comunidad, que nos hizo perder la visión de lo realmente importante en nuestra vida de fe. ¿Y qué es esto importante?
El tiempo de la Pascua se está encargando de hacérnoslo recordar, como Jesús se lo recordó a los discípulos de Emaús. Que no hay fe cristiana sin esta relación interior, personal y libre con Jesucristo; con el Jesucristo del Evangelio, el que fue predicado por Pedro y Pablo, el que dio su vida por la salvación de los hombres, el que denunció la vaciedad de un culto y de una religión que ofrece «cosas» a Dios pero que se se reserva el corazón. Que no podemos tener una auténtica fe en Cristo si no nos reunimos para reflexionar sobre su Palabra, esa palabra que encontramos en los escritos del Nuevo Testamento y en la experiencia de fe de varios siglos de historia. Es lamentable constatar cómo, quizá, podemos tener la Biblia en nuestra biblioteca, pero no la abrimos para leerla, no la conocemos, no profundizamos en sus mensajes, no hacemos el esfuerzo por descubrir la relación entre esos mensajes y la realidad actual que estamos viviendo.
El evangelio de hoy puede quedar una vez más en una hermosa frase, más o menos poética, si no surge hoy el compromiso de preguntarnos por esa voz de Cristo que tenemos que escuchar y cumplir para llamarnos sus discípulos. Si no conocemos a Jesucristo, tampoco podremos ser reconocidos por él porque podrá pasar delante de nuestras narices sin que nos demos cuenta. No basta que él nos conozca o nos quiera reconocer como sus llamados; un diálogo necesita la inter-relación, el encuentro de dos, la experiencia mutua de dos que se conocen, que se quieren y que se comprometen a algo en común. «Yo y el Padre somos uno», dijo Jesús. Y esa comunión perfecta de amor, conocimiento y experiencia, es puesta como modelo de la relación del discípulo con Cristo.
2. Los condicionamientos del universalismo
El texto de los Hechos se nos puede presentar como una ejemplificación de las reflexiones anteriores. Pero, antes, tratemos de situarlo en su contexto. La escena narrada por Lucas, y que la primera lectura recoge en forma abreviada, corresponde al primer viaje misionero de Pablo y' Bernabé por Chipre y por Asia Menor, actual territorio del Estado de Turquía. La primera ciudad del continente que Pablo evangeliza es Antioquía de Pisidia, ciudad en la que el apóstol hace un importante discurso a la comunidad judía, recordándole su antigua historia y su culminación en Jesús, el salvador. Insiste en cómo Jesús murió en cumplimiento de las profecías, por lo cual Dios lo resucitó en cumplimiento también de lo prometido a David y demás personajes antecesores de Jesús.
La gente parece bien dispuesta, por lo que piden a Pablo que les siga hablando el próximo sábado. Lo sucedido en ese sábado es lo que nos narra la primera lectura de hoy. El episodio, además de su valor real, tiene un carácter simbólico e ideológico. De alguna manera presenta en pequeño el gran drama de la separación del judaísmo y del cristianismo, como antesala de una larga historia de luchas e incomprensiones que dura hasta nuestros días, a pesar de los veinte siglos que han transcurrido.
Los jefes judíos se llenan de envidia al ver el éxito de Pablo y Bernabé, por lo que deciden hacerles la guerra abierta. Entonces los apóstoles exponen con claridad su criterio evangelizador: primero se habían dirigido a los judíos, ya que eran los depositarios históricos del mensaje de Dios; pero, ante su rechazo, ahora hacían el llamamiento a toda la comunidad gentil.
En realidad, éste fue el criterio de Pablo en todos sus viajes misioneros, aun después de este incidente, pues él, como hebreo nacido en la gentilidad, jamás perdió el amor por su pueblo y tratará de comprender el oscuro designio que llevó a los suyos a rechazar a Jesucristo. En la Carta a los romanos desarrolla largamente este tema.
Nosotros, por nuestra parte, encontramos en este episodio una veta de interesantes reflexiones.
--Nuestra primera reflexión se engancha con el punto anterior. Con Jesús parece haber terminado el tiempo en que la pertenencia a la familia de Dios se hacía por el simple lazo de la sangre o de la raza, o, en último caso, por el rito institucionalizado. Ahora se le exige a cada hombre, judío o pagano, una respuesta personal y libre, un compromiso de vivir de determinada manera y según cierto criterio más amplio y universalista. Los judíos representaban el pueblo histórico de Dios, el pueblo institucionalizado, los depositarios naturales de la Biblia, de la Ley, del Templo y del culto a Yavé. Pero ya no basta todo ese aparato para poder formar parte del nuevo pueblo fundamentado en una fe que se asienta en una llamada personal de Dios y, por lo tanto, en una respuesta personal.
A Pablo siempre le intrigó y preocupó el porqué de ese rechazo del pueblo judío, el que estaba mejor preparado por las profecías y por la Ley, para recibir a Jesús, judío entre los judíos y profeta en su propia tierra. Algo misterioso había en ello, por lo que Pablo no perdió jamás la esperanza de que algún día, quizá al final de los tiempos, el pueblo elegido reconocería a Jesús como el salvador y mesías anunciado.
Por tanto, más importante que atizar nuestra inquina contra el pueblo judío, es recoger la lección que tiene validez para nosotros. No basta que tengamos detrás una historia de veinte siglos de cristianismo, no basta que seamos los depositarios del evangelio y de la figura histórica de Jesucristo; no basta que nuestra fe se asiente históricamente en la fe de los apóstoles y en la larga tradición de sus sucesores... No basta todo eso y mucho más, si hoy no aceptamos en nuestra vida a ese Jesucristo que siempre pide la interiorización de una conversión constante y de una adhesión personal.
--Y una última reflexión. En domingos pasados hablamos de la universalidad de la fe cristiana; hoy Jesús se nos presenta como Pastor universal. Ese parece ser el designio del Padre. Sin embargo, cuando se quiere llevar ese ideal a la práctica, chocamos con la realidad histórica y social y nos encontramos ante verdaderas encrucijadas que nos hacen tomar conciencia de que la tarea de la Iglesia está siempre condicionada por el espacio y por el tiempo en que se halla encarnada.
Los hechos parecen desmentir día a día ese carácter universal de la fe. Baste pensar que las tierras evangelizadas por Pablo hoy no tienen más vestigio cristiano que algún que otro monumento histórico. Entretanto, la realidad de nuestro siglo nos enfrenta con el resurgir de otras religiones y de otras formas culturales que han arrinconado al cristianismo a un ámbito harto reducido. Por eso, quizá necesitemos revisar nuestro antiguo concepto de universalidad y, en todo caso, retener hoy lo que nos dice el Evangelio de Juan por boca de Jesús refiriéndose a «las ovejas» de su rebaño: «Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre".
¿Qué podrá significar esto?
Que Dios, como dice el refrán, «puede escribir derecho con líneas torcidas». Que sólo El conoce quiénes son los que escuchan su voz, aunque quizá lo ignoren, y quiénes, aunque crean escucharla, en realidad no forman parte de su comunidad.
Sobre esta base puede surgir un sano ecumenismo y una actitud de auténtica hermandad con todas aquellas religiones o ideologías que, al fin y al cabo, viven preocupadas por la liberación del género humano, aunque desde ángulos y perspectivas distintas. La historia es nuestra raíz, pero no lo es todo. Para nosotros lo importante es nuestro presente, este Hoy que debemos vivir, sintiendo en carne propia el drama que sintió Pablo en su momento. De pronto, todos los razonamientos caen hechos pedazos ante la realidad; y es esa realidad la que nos debe hacer revisar nuestros esquemas de evangelización y nuestra actitud interna de fe.
No siempre las circunstancias históricas parecen conjugarse con los designios de Dios tal como nosotros los entendemos... Entonces necesitamos cierta dosis de humildad para darnos cuenta, al menos, de que nosotros no vemos claro. Y, en segundo lugar, necesitamos ahondar en nosotros el seguimiento de Jesucristo en el amor y en la comprensión, no sea que nuestro testimonio cristiano sea un mentís al universalismo del amor.
Homilías en italiano para posterior traducción
Giovanni Paolo II
Omelia (24-04-1983)
VISITA ALLA PARROCCHIA ROMANA DI NOSTRA SIGNORA DI GUADALUPE.
Domenica, 24 aprile 1983
1. Cari parrocchiani della parrocchia di Nostra Signora di Guadalupe a Monte Mario.
Oggi, nella quarta domenica del tempo di Pasqua, la Chiesa ci invita alla gioia pasquale. Fa così per tutti i giorni di questo periodo, fino alla Pentecoste. Questo invito risuona in modo particolare nella liturgia domenicale.
“Acclamate al Signore, voi tutti della terra, / servite il Signore nella gioia, / presentatevi a lui con esultanza . . . / poiché buono è il Signore, / eterna la sua misericordia” (Sal 100, 2. 5).
La gioia pasquale deve essere permeata dal rendimento di grazie. La Chiesa ci invita a guardare con gli occhi della fede, alla luce della risurrezione di Cristo, tutti i benefici di Dio sin dall’inizio.
2. “Riconoscete che il Signore è Dio; / egli ci ha fatti e noi siamo suoi, / suo popolo e gregge del suo pascolo” (Sal 100, 3).
Ecco il primo motivo della gioia, che si esprime nel rendimento di grazie. Ci rallegriamo con gioia pasquale per il fatto che Dio è; perché il mondo non è un deserto abbandonato e senza padrone.
Ci rallegriamo con gioia pasquale per il fatto che Dio ha creato il mondo; ha creato noi; ha creato l’uomo nel mondo visibile. Ci rallegriamo e rendiamo grazie perché quest’uomo – benché abbia tanto in comune con il mondo in cui vive sulla terra – porta al tempo stesso i contrassegni di un essere superiore: i contrassegni, cioè, della somiglianza a Dio stesso.
Ci rallegriamo e ringraziamo perché, mediante questa singolare somiglianza con l’Immagine divina, l’uomo appartiene a Dio. Perché è sua particolare proprietà. La risurrezione di Cristo riconferma questa santa appartenenza con la più grande efficacia.
Se l’uomo non appartenesse a Dio, così come ne testimonia Cristo, sarebbe condannato ad una sottomissione definitiva al mondo. Tutta la vita sarebbe indirizzata esclusivamente verso la morte. Mediante la morte, il mondo della materia prenderebbe totale possesso del meraviglioso essere umano, rendendolo “polvere della terra”. Senza la fede in Cristo, all’esistenza umana rimarrebbero soltanto tali prospettive.
La risurrezione di Cristo permette all’uomo di staccarsi da tali prospettive, dominate dalla morte. E perciò la gioia pasquale è prima di tutto gioia che deriva dal mistero della Creazione. Noi quindi ci rallegriamo: perché il Signore è Dio, perché egli ci ha fatti, perché noi siamo suoi.
3. Ci rallegriamo con gioia pasquale per il fatto di essere il Popolo di Dio, gregge del suo pascolo.
Nel tempo di Pasqua emerge chiaramente la figura di Cristo-Buon Pastore. Egli dice di se stesso: “Io sono il buon pastore, conosco le mie pecore e le mie pecore conoscono me” (Gv 10, 14).
Già mediante la Creazione siamo proprietà di Dio, che è nostro Padre. Il Padre si dà premura per il nostro bene. Il mondo visibile, destinato all’uomo e sottomesso al suo dominio, è un segno visibile di questa sollecitudine paterna nell’ordine della natura. Ma il Padre non si accontenta di ciò. Avendo creato l’uomo a propria immagine e somiglianza, destina per lui il bene definitivo in virtù di tale immagine e somiglianza. E per avviare l’uomo verso questo bene, il Padre dona il suo Figlio, come Buon Pastore delle anime.
Nell’odierno Vangelo di san Giovanni, Gesù dice: “Le mie pecore ascoltano la mia voce e io le conosco ed esse mi seguono. Io do loro la vita eterna e non andranno mai perdute e nessuno le rapirà dalla mia mano. Il Padre mio che me le ha date è più grande di tutti e io e il Padre siamo una cosa sola” (Gv 10, 27-30).
La nostra gioia pasquale è permeata di gratitudine per il dono di Cristo-Buon Pastore. Ci rallegriamo, ringraziando il Padre per aver chiamato, in lui, l’umanità alla vita soprannaturale. Ci rallegriamo, ringraziando Cristo di condurci a questo obiettivo. Ci rallegriamo ringraziando di essere il suo gregge; di essere la Chiesa.
Ecco il secondo motivo della gioia pasquale, suggeritoci dalla Liturgia di questa domenica.
4. Il terzo motivo della gioia pasquale ci viene indicato dalla lettura del Libro dell’Apocalisse di San Giovanni. Ecco, davanti al trono e davanti all’Agnello stanno in piedi “coloro che sono passati attraverso la grande tribolazione”. L’Evangelista dice di loro che “hanno lavato le loro vesti rendendole candide col sangue dell’Agnello” (cf. Ap 7, 14). E poi specifica con le seguenti parole lo stato di felicità da loro partecipato: “Non avranno più fame, / né avranno più sete,/ né li colpirà il sole, / né arsura di sorta, / perché l’Agnello che sta in mezzo al trono / sarà il loro pastore / e li guiderà alle fonti delle acque della vita. / E Dio tergerà ogni lacrima dai loro occhi” (Ap 7, 16-17).
La risurrezione di Cristo ha aperto davanti all’uomo la prospettiva della felicità definitiva nell’unione con Dio. Sulla base della Redenzione compiuta dall’Agnello di Dio, questa felicità deve essere partecipata dall’uomo. È impossibile descriverla con un linguaggio umano, né paragonarla con qualsiasi altra cosa: “Quelle cose che occhio non vide, né orecchio udì, / né mai entrarono in cuore di uomo, / queste ha preparato Dio per coloro che lo amano” (1 Cor 2, 9).
La speranza di questa felicità eterna nell’unione con Dio è, secondo la liturgia di oggi, il terzo motivo della gioia pasquale. E anche il terzo motivo del rendimento di grazie.
[…]
7. Cari fratelli e sorelle! Il nostro odierno incontro rafforzi il vostro santo legame con cristo Buon Pastore. Si rinnovi il lui la vostra gioia pasquale legata alla coscienza dei benefici di Dio. Questi benefici portino in ciascuno di noi i frutti della vita cristiana e della vita eterna. Serviamo il Signore nella gioia!
Omelia (20-04-1986)
VISITA ALLA PARROCCHIA DI SANT’AUREA.
Ostia Antica – Domenica, 20 aprile 1986
1. “Io sono il buon pastore” (Gv 10, 11) . . . “La Domenica del Buon Pastore” è collegata con il periodo pasquale. Mediante gli avvenimenti della passione, della morte e della risurrezione di Cristo la Chiesa, nell’arco delle generazioni e dei secoli, rilegge di nuovo tutto ciò che Gesù ha detto di se stesso come buon pastore.
“Il buon pastore offre la vita per le pecore” (Gv 10, 11). Queste parole questo pensiero centrale ha acquistato una piena eloquenza quando Cristo, col suo proprio sacrificio, ne ha realizzato il significato. Allora divenne completamente chiaro che cosa significa che egli è il buon pastore. Ha offerto la vita in sacrificio per l’uomo. Per questo è il buon pastore!
Le immagini più antiche nelle catacombe testimoniano quanto profondamente le prime generazioni dei cristiani abbiano vissuto la verità sul buon pastore. Questa verità ha le sue radici nell’Antico Testamento. Ne testimonia tra l’altro il Salmo della liturgia: “Il Signore è Dio; egli ci ha fatti”. Come creature “noi siamo suoi, suo popolo e gregge del suo pascolo” (Sal 99, 3). Per il popolo eletto il pastore, il quale vive con i suoi animali, che egli conosce e custodisce e dai quali ricava sostentamento, fu un’immagine familiare fin dagli inizi della sua storia. E ciò che accadeva tra lui e le pecore divenne un simbolo, una metafora per le vicende della vita di Israele e del suo rapporto con Dio.
2. Il mondo biblico nel pastore non vedeva unicamente una guida, la quale può anche essere estranea a chi conduce, ma una persona amica e premurosa, che partecipa alla vita del suo gregge, lo porta al pascolo e alle fonti, lo protegge dai predoni e dalle fiere; è, quindi, capace di sottrarlo ai pericoli: è un salvatore. Ad esso – come noi ora dobbiamo fare con Cristo – era ovvio affidarsi con cuore semplice, perché le sue cure davano sicurezza e abbondanza di vita.
In esso era facile cogliere la preminenza, la sovranità di Dio, che prende iniziativa con benevolenza e grazia, interessandosi dell’uomo e facendosi di lui sostegno fedele. Noi siamo suoi. Egli ci ha fatto suoi, noi siamo suoi e gregge del suo pascolo.
3. Ciò che leggiamo nel breve Vangelo odierno attinge e si sviluppa dall’eredità del Vecchio Testamento. Cristo dice: “le mie pecore” (Gv 10, 14), e poi spiega perché “mie”: perché: “il Padre mio . . . me le ha date” (Gv 10, 29).
Ogni uomo è stato “dato” in modo particolare dal Padre al Figlio. Il Figlio stesso si è fatto uomo, per assumere dal Padre la sollecitudine di pastore per l’uomo, per l’umanità. La sollecitudine del pastore è nella Sacra Scrittura sinonimo della Provvidenza paterna di Dio. Questa Provvidenza si realizza nella storia dell’umanità mediante il Figlio. Mediante Cristo.
Buon pastore vuol dire l’espressione particolarissima della Provvidenza di Dio, della sua sollecitudine paterna per l’uomo. Nella sua attenta misericordia il Padre ha disposto che il Cristo – con la libertà dell’amore – venisse a condurre le sue pecore alla pienezza della vita, ricca e feconda come l’acqua che scorre. Il Verbo, spogliando se stesso, ci ha salvati e rivestiti di innocenza, configurandoci a lui in modo così potente che ogni cristiano, insieme con l’apostolo Paolo, può dire: “Non sono più io che vivo, ma è Cristo che vive in me” (Gal 2, 20).
Non dimentichiamo, tuttavia, che la confortante presenza del Redentore in noi non ci esime dalla croce quotidiana, ma è grazia consolante, la quale ci unisce a Dio, facendoci vivere e soffrire in conformità alla sua volontà a favore del prossimo.
4. Così dunque Cristo – nel corso delle generazioni – compie, nei riguardi di coloro che il Padre gli ha “dato”, una missione provvidenziale. È il buon pastore. Questa missione consiste in una conoscenza particolare: nella conoscenza salvifica: “Le mie pecore ascoltano la mia voce e io le conosco” (Gv 10, 27). Questa è la conoscenza mediante la fede. Ossia è anche un affidamento. Il Pastore è infatti colui al quale il gregge crede. Per questo lo segue. Egli conosce il giusto valore di ciascuno e ciascuna di essi agli occhi di Dio. Egli, pastore, porta in sé il giusto prezzo di ciascuno.
Soltanto lui è capace di pagare questo prezzo: il prezzo che è contenuto nella croce, nel mistero pasquale: “offre la vita per le pecore”. Questo alto, altissimo prezzo è unito alla dimensione della predestinazione, che ogni uomo ha in Cristo. È la predestinazione alla vita eterna in Dio: “Esse mi seguono. Io do loro la vita eterna”. (Gv 10, 27)
Dobbiamo tenere davanti agli occhi questa predestinazione e questo prezzo per poter capire le seguenti parole della parabola: “non andranno mai perdute e nessuno le rapirà dalla mia mano . . . nessuno può rapirle dalla mano del Padre mio” (Gv 10, 28-29).
Sono parole forti, molto forti. Si riflette in esse – in un certo senso – tutto il dramma del mistero della Redenzione.
5. Cristo dice: “Il Padre mio che me le ha date è più grande di tutti . . . Io e il Padre siamo una cosa sola” (Gv 10, 29-30).
Nel mistero pasquale: nella croce e nella risurrezione si manifesta fino in fondo l’unità divina del Padre e del Figlio. Quest’unità si esprime nella creazione dell’uomo. Si esprime nella Provvidenza. Si esprime nella redenzione. La redenzione è, in un certo senso, lo “sforzo” radicale e definitivo di Dio, affinché non gli venga tolto ciò che ha creato a propria immagine e somiglianza; affinché l’opera salvifica dell’eterno Amore possa compiersi nella storia dell’uomo.
La Chiesa rende testimonianza a quest’Amore, rende testimonianza all’opera della redenzione dell’uomo in Cristo. Rende testimonianza alla risurrezione, mediante la quale è stata riconfermata fino in fondo la missione del buon pastore. Lo testimonia pure la prima lettura ricavata dagli Atti degli apostoli, dove Paolo e Barnaba richiamano le parole ispirate dal Signore al profeta Isaia: “Io ti ho posto come luce per le genti, perché tu porti la salvezza sino all’estremità della terra” (At 13, 47).
6. Nell’odierna liturgia la Chiesa vede la missione di Cristo, buon pastore, secondo la prospettiva dell’Apocalisse, la quale, nel brano che abbiamo ascoltato poco fa, mostra che il pastore dei fratelli è l’Agnello immolato. In lui e per lui i fratelli sono benedetti e custoditi, come l’immagine della tenda stesa su di loro (cf. Ap 7, 15) significativamente indica, mentre mette pure in risalto la familiarità con Dio di cui godono i salvati. Con lui, affrontando sul suo esempio e a sua imitazione prove e tribolazioni, portano al mondo intero la redenzione. A motivo di ciò, “una moltitudine immensa, che nessuno poteva contare, di ogni nazione, razza, popolo e lingua” (Ap 7, 9) indossa una veste bianca che esprime l’umanità nuova di Cristo, ricevuta col battesimo, e che indica la purezza dell’anima e l’incorruttibilità a cui il corpo è destinato.
Così avete vestito oggi voi, ragazze e ragazzi, questi abiti. È una grande giornata per una parrocchia quando ragazzi e ragazze ricevono la prima Comunione. Oggi voi manifestate nei vostri abiti questa realtà stupenda di Gesù buon pastore che conosce le sue pecore, vi chiama per nome e soprattutto cerca di offrire la sua vita per ciascuno e ciascuna di voi. E poi i frutti di questo sacrificio, di questa offerta della sua vita, li porta come comunione, sotto la specie del corpo e del sangue, nei cuori dei cristiani, dei giovani e adulti, degli anziani e poi oggi, per la prima volta, in voi che dovete ricevere la comunione eucaristica. Io mi rallegro con voi, con i vostri genitori, con le vostre suore, con i vostre insegnanti per questa circostanza festosa. È una grande giornata della comunità parrocchiale quando la nuova leva dei ragazzi e delle ragazze ricevono la prima Comunione.
Lo scopo della venuta del Figlio di Dio è di comunicare agli uomini la salvezza. I credenti, entrati con Cristo nel flusso del suo Spirito, partecipano della sua stessa missione: introdurre l’umanità nel rapporto definitivo col Padre. È la missione per cui sono stati scelti e resi figli adottivi. Questa adozione non è una semplice immagine, ma ciò per cui l’uomo è portato nella vita di Dio, facendo sì che la verità evangelica penetri il suo modo di concepire le cose e di impostare l’esistenza.
7. Il compito di annunciare il Vangelo e di testimoniarlo non è una presunzione, è una responsabilità. Anzi è una scelta di amore da parte del Dio fedele, giusto e leale (cf. Dt 32, 4), che interpella tutti i credenti, soprattutto quelli che con speciale predilezione egli chiama al suo servizio mediante il sacerdozio ministeriale e la vita religiosa.
E in questa quarta Domenica di Pasqua, nella quale si celebra la XXIII Giornata mondiale per le vocazioni, mi è gradito trovarmi in una parrocchia, perché nel messaggio che al riguardo ho indirizzato alla Chiesa lo scorso gennaio, il mio pensiero si è rivolto in particolare a tutte e singole le comunità parrocchiali del mondo, invitandole a considerare la cura delle vocazioni come un’attività pienamente inserita nella loro vita e azione. La mia presenza fra voi oggi è quindi, per me, felice circostanza per rinnovare l’esortazione alla preghiera. Siate una comunità orante, che pone l’Eucaristia al centro della sua vita, del suo fraterno radunarsi, domandando al Padrone della messe di mandare operai per la sua messe (cf. Mt 9, 38). Siate una comunità di carità, dove l’amore a Dio faccia una cosa sola con quello dei fratelli.
[…]
Omelia (10-05-1992)
VISITA ALLA PARROCCHIA DI SAN GABRIELE DELL’ADDOLORATA.
Domenica, 10 maggio 1992
Carissimi fratelli e sorelle…
1. In questa quarta domenica di Pasqua ci troviamo qui raccolti, in unità di fede e di amore, per celebrare il sacrificio eucaristico, nel clima di gioia e di esultanza che proviene dalla luce del Signore risorto. Il Vangelo di Giovanni ci riferisce alcune espressioni pronunciate dal Maestro, durante la festa della dedicazione del tempio di Gerusalemme, mentre si intratteneva con i suoi uditori, passeggiando lungo il portico di Salomone. Queste parole si trovano al capitolo decimo del quarto Vangelo, nel contesto del discorso sulla figura del Buon Pastore.
2. Gesù, che si è già definito la porta attraverso la quale si entra nell’ovile di Dio e, ancor più, il Buon Pastore che guida le pecore del suo gregge, ora spiega chi sono e come si comportano le pecore che Egli chiama “sue”. L’Evangelista, a questo proposito, riporta alcune frasi del Signore. La prima dice: “Le mie pecore ascoltano la mia voce e io le conosco ed esse mi seguono” (Gv 10, 27). Meditando su queste parole, comprendiamo che nessuno può dirsi seguace di Gesù, se non presta ascolto alla sua voce. E ciò non va inteso come un ascolto superficiale, ma come un ascolto coinvolgente, tale da rendere possibile una conoscenza reciproca profonda, da cui scaturisce una sequela generosa e impegnata, espressa nelle parole “ed esse mi seguono”. Possiamo riassumere: un ascolto non solamente di orecchio, ma del cuore, del nostro intimo “io” umano.
3. La metafora del pastore e delle pecore rivela, dunque, lo strettissimo rapporto che Gesù vuole instaurare con le nostre persone. Egli è la guida, il maestro, l’educatore, il modello, egli è soprattutto il nostro Redentore: e questo riguarda l’opera educativa e pedagogica che Egli svolge nei nostri riguardi. Ma Egli è anche l’amico, il fratello, lo sposo, il custode fedele e geloso di ciascuno di noi, e questo riguarda la relazione affettiva tra lui e noi, la quale è così intima e profonda che non esiste l’eguale. Non c’è vero ascolto se manca il cuore: un ascolto di cuore. Solamente questo ascolto di cuore può costituire una tale relazione tra noi e Gesù, il nostro Buon Pastore. Infatti la frase successiva del brano evangelico afferma: “Io do loro la vita eterna e non andranno mai perdute e nessuno le rapirà dalla mia mano” (Gv 10, 28). Chi può parlare così? Può parlare così Gesù perché è il Redentore. Gesù ha dato per noi la sua vita. L’ha data, subendo il martirio più doloroso che possa colpire un essere umano. L’ha data e poi l’ha ripresa risorgendo e ha manifestato così il suo potere sulla morte. Così Egli è vivo, alla destra del Padre – così si esprime la Scrittura -, Egli possiede la vita pienamente e sommamente, quella che Egli chiama la “vita eterna”. Questa vita somma e piena, che è propria di Dio, solo di Dio, Egli la comunica anche a noi, suoi fratelli, nella misura della nostra capacità, così da riempire del dono di Dio, mediante la grazia, le nostre anime, mentre siamo ancora su questa terra, ma con la finalità di renderci partecipi di ogni suo bene nel regno futuro. La vita eterna appartiene al futuro. Il nostro futuro in Cristo è la vita eterna. Chi è “suo”, di Cristo, cioè chi accoglie e non rifiuta con il peccato il suo dono di grazia, non andrà perduto; anzi nessuno potrà rapirlo dalla sua mano e nemmeno dalla mano del Padre suo, che è più grande di tutti e che con Gesù è una cosa sola. Gesù Cristo Buon Pastore, Gesù crocifisso e risorto, Gesù Redentore, dalla profondità della sua divinità, della sua unione col Padre.
4. Stupenda rivelazione quella che Gesù ci fa, mettendoci in grado di intravedere la ricchezza della vita di Dio! Grande è anche la sua promessa di dare a tutti gli uomini la vita eterna e di difenderla in ciascuno contro gli assalti nemici, perché il Buon Pastore è anche colui che difende il suo gregge, che è uno, in questo ovile. A tentare di strapparci la vita eterna è il “maligno” (cf. Gv 17, 15), il grande nemico di Dio e delle sue creature predilette. Ma il maligno non può nulla contro Dio e contro di noi, se non siamo noi ad aprirgli le porte della nostra anima, seguendo le sue lusinghe ingannatrici. Per questo ogni volta che ci accostiamo al Signore dobbiamo rinnovare le promesse del nostro Battesimo: quelle di rinunciare a Satana, per consegnarci nella fede a Cristo Signore. È questa la strada della vita cristiana, la strada della gioia pasquale. I cristiani ne sono certi e lo dimostrano vivendo secondo Gesù e non secondo il mondo, così come fecero gli Apostoli e i credenti delle prime generazioni, di cui ci parla in queste domeniche il Libro degli Atti degli Apostoli. Questa fedeltà talvolta costa sacrifici e persecuzioni – non soltanto nei primi tempi, ma anche nella nostra epoca, nel nostro secolo, lo sappiamo bene – ma, come abbiamo ascoltato nel brano dell’Apocalisse, la moltitudine dei salvati è giunta alla felicità, proprio passando attraverso la grande tribolazione e rendendo candide le proprie vesti nel sangue dell’Agnello redentore. Questa è la visione dell’Apocalisse.
5. Anche voi, cristiani di questa Parrocchia, giovani e adulti, siete chiamati a testimoniare nel mondo la vostra fede, là dove il Signore vi ha chiamati: nella vita familiare e professionale, nella scuola, nel lavoro e nello svago. A questo vi aiuta la Parrocchia, con i suoi sacerdoti e quanti con essi collaborano, Religiosi e Laici. Voi costituite una comunità credente, che sarà tanto più forte quanto più sarà perseverante nella preghiera e attiva nella carità, come si vede anche nei primi cristiani… Unisco la mia preghiera alla vostra, perché ciascuno di voi ottenga dal Signore un accresciuto dono di fede, perché l’amore cristiano regni nelle vostre famiglie e in tutta la Comunità parrocchiale, perché tra voi sboccino vocazioni generose nel servizio dell’apostolato.
Invoco per voi la speciale protezione della Ss.ma Vergine Maria – e specialmente di quella Addolorata, a cui è dedicata anche la vostra parrocchia, di San Gabriele dell’Addolorata – che onoriamo particolarmente in questo mese di maggio.
Vi dico con le parole della prima lettura: “Rallegratevi e glorificate la parola di Dio e abbracciate la fede voi tutti che siete destinati alla vita eterna” (cf. At 13, 48). Siamo destinati alla vita eterna grazie al Signore.
Amen!