Domingo III Tiempo Ordinario (C) – Homilías
/ 11 enero, 2016 / Tiempo OrdinarioHomilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Juan Pablo II, papa
Homilía (27-01-1980)
Visita a la Parroquia Romana de Nuestra Señora de Guadalupe y San Felipe Mártir
Domingo 27 de enero de 1980
[…] 3. Volviendo, ahora, a las lecturas bíblicas de la liturgia de este domingo, meditemos sobre lo que nos dicen. Todo su rico contenido se podría encerrar en dos expresiones y conceptos principales: «cuerpo» y «palabra».
Debemos a San Pablo la elocuente comparación, según la cual, la Iglesia se define como «Cuerpo de Cristo». Efectivamente, el Apóstol hace una larga digresión sobre el tema del cuerpo humano, para afirmar después que, así como muchos miembros se unen entre sí en la unidad del cuerpo, de la misma manera todos nosotros nos unimos en Cristo mismo porque «hemos sido bautizados en un sólo Espíritu» (1 Cor 12, 13) y «hemos bebido del mismo Espíritu» (ib.). Así, pues, por obra del Espíritu Santo, que es el Espíritu de Jesucristo, constituimos con Cristo y en Cristo una unión semejante a la de los miembros en el cuerpo humano. El Apóstol habla de miembros, pero se podría pensar también y hablar de los «órganos» del cuerpo e incluso de las «células» del organismo. Es sabido que el cuerpo humano tiene no sólo una estructura externa, en la que se distinguen sus miembros, sino también una estructura interna en cuanto organismo. Su constitución es enormemente rica y preciosa. Precisamente esta constitución interna, más aún que su estructura externa, da testimonio de la recíproca dependencia del sistema físico del hombre.
Y baste esto sobre el tema del «cuerpo».
El segundo concepto central de la liturgia de hoy es la «palabra». El Evangelista Lucas recuerda este aspecto particular al comienzo de la actividad pública de Cristo, cuando El fue a la sinagoga de Nazaret, su ciudad. Allí, el sábado, leyó ante sus paisanos reunidos algunas palabras del libro del profeta Isaías, que se referían al futuro Mesías, y enrollando el volumen dijo a los presentes: «Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír» (Lc 4, 21).
De este modo comenzó en Nazaret su enseñanza, esto es, el anuncio de la Palabra, afirmando que era el Mesías anunciado en el libro profético.
4. El Cuerpo de Cristo, esto es la Iglesia, se construye, desde el comienzo, basándose en su Palabra. La palabra es la expresión del pensamiento, es decir, el instrumento del Espíritu (y ante todo del espíritu humano) para estrechar los contactos entre los hombres, para entenderse, para unirse en la construcción de una comunión espiritual.
La palabra de la predicación de Cristo —y luego la palabra de la predicación de los Apóstoles y de la Iglesia— es la expresión y el instrumento con el que el Espíritu Santo habla al espíritu humano, para unirse con los hombres y para que los hombres se unan en Cristo. El Espíritu de Cristo une a los miembros, a los órganos, a las células, y construye así la unidad del cuerpo fundándose en la Palabra de Cristo mismo anunciada en la Iglesia y por la Iglesia.
Vuestra parroquia participa en este proceso.
Precisamente por este motivo es parroquia, esto es, parte orgánica de esa unidad que constituye la Iglesia romana, primero la «local» y después la «universal», participando en ese proceso que comenzó en Nazaret y que perdura ininterrumpidamente. Es un proceso de aceptación de la Palabra y de construcción del Cuerpo de Cristo en la unidad de la vida cristiana.
Por esto la catequesis parroquial tiene un significado tan grande. Es al mismo tiempo familiar y ambiental, pero la parroquia tiene en la mano todos sus hilos, así como después los hilos de la catequesis en toda Roma los tiene en la mano la diócesis de Roma. Esta es la estructura externa de esta unidad, que constituye la Iglesia.
En esta estructura. cada uno de nosotros debe contribuir a la construcción de la unidad, sobre todo por el hecho de que la alcanza, asimilando la Palabra de Dios, tratando de entender cada vez mejor la enseñanza que nos ha traído Cristo, y comprometiéndose, de acuerdo con ella, a formar la propia vida cristiana. Y después, a medida que se convierte en un cristiano maduro, cada uno de los bautizados no sólo alcanza esta unidad a través de la Palabra de Dios y de la fe, con la que vive la Iglesia, sino que trata también de poner en ella algo de sí mismo y de transmitirlo a los otros: ya sea en forma de catequesis familiar, enseñando a los propios hijos las verdades de la fe, ya sea actuando en la parroquia, en relación con los otros. Sabemos que en este campo hay muchos caminos y muchos modos.
En todo caso, como he escrito en la Exhortación Apostólica Catechesi tradendae, «la parroquia sigue siendo el lugar privilegiado de la catequesis. Ella debe encontrar su vocación en ser una casa de familia, fraternal y acogedora, donde los bautizados y los confirmados toman conciencia de ser Pueblo de Dios. Allí el pan de la buena doctrina y de la Eucaristía son repartirlos en abundancia en el marco de un sólo acto de culto: desde allí son enviados cada día a su misión apostólica en todas las obras de la vida del mundo» (núm. 67).
5. […] Permitidme volver una vez más a lo que he dicho, al comienzo, sobre el Corazón de la Madre que une. Vuelvo a este tema para encomendaros a todos, en el día de mi visita, a esta Madre, a la que habéis dedicado vuestra parroquia como a su Patrona. Este Corazón que une a todos los pueblos y continentes, os una también a vosotros constantemente en vuestras familias, en los ambientes de trabajo, de enseñanza, de descanso. Os una, a través de esta parroquia, con la Iglesia en la que vive Cristo, Hijo de Dios e Hijo de María, y que actúa por medio de su Espíritu.
Homilía (25-01-1998)
En La Habana (Cuba). 25 de enero de 1998.
1. «Hoy es un día consagrado a nuestro Dios: No hagan duelo ni lloren» (Ne, 8, 9). Con gran gozo presido la Santa Misa en esta Plaza de «José Martí», en el domingo, día del Señor, que debe ser dedicado al descanso, a la oración y a la convivencia familiar. La Palabra de Dios nos convoca para crecer en la fe y celebrar la presencia del Resucitado en medio de nosotros, que «hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo» (1Co 12, 13), el Cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia. Jesucristo une a todos los bautizados. De Él fluye el amor fraterno tanto entre los católicos cubanos como entre los que viven en cualquier otra parte, porque son «Cuerpo de Cristo y cada uno es un miembro» (1Co 12, 27). La Iglesia en Cuba, pues, no está sola ni aislada, sino que forma parte de la Iglesia universal extendida por el mundo entero.
3. «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio» (Lc 4, 18). Todo ministro de Dios tiene que hacer suyas en su vida estas palabras que pronunció Jesús en Nazaret. Por eso, al estar entre Ustedes quiero darles la buena noticia de la esperanza en Dios. Como servidor del Evangelio les traigo este mensaje de amor y solidaridad que Jesucristo, con su venida, ofrece a los hombres de todos los tiempos. No se trata en absoluto de una ideología ni de un sistema económico o político nuevo, sino de un camino de paz, justicia y libertad verdaderas.
4. Los sistemas ideológicos y económicos que se han ido sucediendo en los dos últimos siglos con frecuencia han potenciado el enfrentamiento como método, ya que contenían en sus programas los gérmenes de la oposición y de la desunión. Esto condicionó profundamente su concepción del hombre y sus relaciones con los demás. Algunos de esos sistemas han pretendido también reducir la religión a la esfera meramente individual, despojándola de todo influjo o relevancia social. En este sentido, cabe recordar que un Estado moderno no puede hacer del ateísmo o de la religión uno de sus ordenamientos políticos. El Estado, lejos de todo fanatismo o secularismo extremo, debe promover un sereno clima social y una legislación adecuada que permita a cada persona y a cada confesión religiosa vivir libremente su fe, expresarla en los ámbitos de la vida pública y contar con los medios y espacios suficientes para aportar a la vida nacional sus riquezas espirituales, morales y cívicas.
Por otro lado, resurge en varios lugares una forma de neoliberalismo capitalista que subordina la persona humana y condiciona el desarrollo de los pueblos a las fuerzas ciegas del mercado, gravando desde sus centros de poder a los países menos favorecidos con cargas insoportables. Así, en ocasiones, se imponen a las naciones, como condiciones para recibir nuevas ayudas, programas económicos insostenibles. De este modo se asiste en el concierto de las naciones al enriquecimiento exagerado de unos pocos a costa del empobrecimiento creciente de muchos, de forma que los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres.
5. Queridos hermanos: la Iglesia es maestra en humanidad. Por eso, frente a estos sistemas, presenta la cultura del amor y de la vida, devolviendo a la humanidad la esperanza en el poder transformador del amor vivido en la unidad querida por Cristo. Para ello hay que recorrer un camino de reconciliación, de diálogo y de acogida fraterna del prójimo, de todo prójimo. Esto se puede llamar el Evangelio social de la Iglesia.
La Iglesia, al llevar a cabo su misión, propone al mundo una justicia nueva, la justicia del Reino de Dios (cf. Mt 6, 33). En diversas ocasiones me he referido a los temas sociales. Es preciso continuar hablando de ello mientras en el mundo haya una injusticia, por pequeña que sea, pues de lo contrario la Iglesia no sería fiel a la misión confiada por Jesucristo. Está en juego el hombre, la persona concreta. Aunque los tiempos y las circunstancias cambien, siempre hay quienes necesitan de la voz de la Iglesia para que sean reconocidas sus angustias, sus dolores y sus miserias. Los que se encuentren en estas circunstancias pueden estar seguros de que no quedarán defraudados, pues la Iglesia está con ellos y el Papa abraza con el corazón y con su palabra de aliento a todo aquel que sufre la injusticia. Yo no soy contrario a los aplausos porque cuando aplauden el Papa puede reposar un poco.
Las enseñanzas de Jesús conservan íntegro su vigor a las puertas del año 2000. Son válidas para todos Ustedes, mis queridos hermanos. En la búsqueda de la justicia del Reino no podemos detenernos ante dificultades e incomprensiones. Si la invitación del Maestro a la justicia, al servicio y al amor es acogida como Buena Nueva, entonces el corazón se ensancha, se transforman los criterios y nace la cultura del amor y de la vida. Este es el gran cambio que la sociedad necesita y espera, y sólo podrá alcanzarse si primero no se produce la conversión del corazón de cada uno, como condición para los necesarios cambios en las estructuras de la sociedad.
6. «El Espíritu del Señor me ha enviado para anunciar a los cautivos la libertad… para dar libertad a los oprimidos» (Lc 4, 18). La buena noticia de Jesús va acompañada de un anuncio de libertad, apoyada sobre el sólido fundamento de la verdad: «Si se mantienen en mi Palabra, serán verdaderamente mis discípulos, y conocerán la verdad y la verdad los hará libres» (Jn 8, 31-32). La verdad a la que se refiere Jesús no es sólo la comprensión intelectual de la realidad, sino la verdad sobre el hombre y su condición trascendente, sobre sus derechos y deberes, sobre su grandeza y sus límites. Es la misma verdad que Jesús proclamó con su vida, reafirmó ante Pilato y, con su silencio, ante Herodes; es la misma que lo llevó a la cruz salvadora y a su resurrección gloriosa.
La libertad que no se funda en la verdad condiciona de tal forma al hombre que algunas veces lo hace objeto y no sujeto de su entorno social, cultural, económico y político, dejándolo casi sin ninguna iniciativa para su desarrollo personal. Otras veces esa libertad es de talante individualista y, al no tener en cuenta la libertad de los demás, encierra al hombre en su egoísmo. La conquista de la libertad en la responsabilidad es una tarea imprescindible para toda persona. Para los cristianos, la libertad de los hijos de Dios no es solamente un don y una tarea, sino que alcanzarla supone un inapreciable testimonio y un genuino aporte en el camino de la liberación de todo el género humano. Esta liberación no se reduce a los aspectos sociales y políticos, sino que encuentra su plenitud en el ejercicio de la libertad de conciencia, base y fundamento de los otros derechos humanos. El Papa libre y nos quiere a todos libres.
Para muchos de los sistemas políticos y económicos hoy vigentes el mayor desafío sigue siendo el conjugar libertad y justicia social, libertad y solidaridad, sin que ninguna quede relegada a un plano inferior. En este sentido, la Doctrina Social de la Iglesia es un esfuerzo de reflexión y propuesta que trata de iluminar y conciliar las relaciones entre los derechos inalienables de cada hombre y las exigencias sociales, de modo que la persona alcance sus aspiraciones más profundas y su realización integral, según su condición de hijo de Dios y de ciudadano. Por lo cual, el laicado católico debe contribuir a esta realización mediante la aplicación de las enseñanzas sociales de la Iglesia en los diversos ambientes, abiertos a todos los hombres de buena voluntad.
7. En el evangelio proclamado hoy aparece la justicia íntimamente ligada a la verdad. Así se ve también en el pensamiento lúcido de los padres de la Patria. El Siervo de Dios Padre Félix Varela, animado por su fe cristiana y su fidelidad al ministerio sacerdotal, sembró en el corazón del pueblo cubano las semillas de la justicia y la libertad que él soñaba ver florecer en una Cuba libre e independiente.
La doctrina de José Martí sobre el amor entre todos los hombres tiene raíces hondamente evangélicas, superando así el falso conflicto entre la fe en Dios y el amor y servicio a la Patria. Escribe este prócer: «Pura, desinteresada, perseguida, martirizada, poética y sencilla, la religión del Nazareno sedujo a todos los hombres honrados… Todo pueblo necesita ser religioso. No sólo lo es esencialmente, sino que por su propia utilidad debe serlo… Un pueblo irreligioso morirá, porque nada en él alimenta la virtud. Las injusticias humanas disgustan de ella; es necesario que la justicia celeste la garantice».
Como saben, Cuba tiene un alma cristiana y eso la ha llevado a tener una vocación universal. Llamada a vencer el aislamiento, ha de abrirse al mundo y el mundo debe acercarse a Cuba, a su pueblo, a sus hijos, que son sin duda su mayor riqueza. ¡Esta es la hora de emprender los nuevos caminos que exigen los tiempos de renovación que vivimos, al acercarse el Tercer milenio de la era cristiana!
8. Queridos hermanos: Dios ha bendecido a este pueblo con verdaderos formadores de la conciencia nacional, claros y firmes exponentes de la fe cristiana, como el más valioso sostén de la virtud y del amor. Hoy los Obispos, con los sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles laicos, se esfuerzan en tender puentes para acercar las mentes y los corazones, propiciando y consolidando la paz, preparando la civilización del amor y de la justicia. Estoy en medio de Ustedes como mensajero de la verdad y la esperanza. Por eso quiero repetir mi llamado a dejarse iluminar por Jesucristo, a aceptar sin reservas el esplendor de su verdad, para que todos puedan emprender el camino de la unidad por medio del amor y la solidaridad, evitando la exclusión, el aislamiento y el enfrentamiento, que son contrarios a la voluntad del Dios-Amor.
Que el Espíritu Santo ilumine con sus dones a quienes tienen diversas responsabilidades sobre este pueblo, que llevo en el corazón. Y que la Virgen de la Caridad del Cobre, Reina de Cuba, obtenga para sus hijos los dones de la paz, del progreso y de la felicidad.
Este viento de hoy es muy significativo porque el viento simboliza el Espíritu Santo. «Spiritus spirat ubi vult, Spiritus vult spirare in Cuba». Últimas palabras en lengua latina porque Cuba es también de la tradición latina: ¡América Latina, Cuba latina, lengua latina! «Spiritus spirat ubi vult et vult Cubam». Adiós.
Julio Alonso Ampuero: Los ojos fijos en Él
Meditaciones bíblicas sobre el Año litúrgico, Fundación Gratis Date.
El texto de hoy nos presenta a Jesús en la Sinagoga proclamando la palabra divina. «Todos tenían los ojos fijos en él». Esta actitud de los presentes ilumina de manera elocuente cuál ha de ser también nuestra actitud. Puesto que Cristo «está presente en su palabra» y «cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura es Él mismo quien habla» (Sacrosanctum Concilium 7), no tiene sentido una postura impersonal. Sólo cabe estar a la escucha de Cristo mismo, con toda la atención de la mente y del corazón, pendientes de cada una de sus palabras, «con los ojos fijos en él».
«Hoy se cumple esta Escritura». La palabra que Cristo nos comunica de manera personal en ese diálogo «de tú a tú» es además una palabra eficaz; o sea, que no sólo nos comunica un mensaje, sino que por su propio dinamismo «realiza aquello que significa o expresa» (Is 55,11). Si escuchamos con fe lo que Cristo nos dice, experimentaremos gozosamente que esa palabra se hace realidad en nuestra vida. Hoy y aquí, en la proclamación eficaz de la liturgia, se cumple esta Escritura.
«Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres». Esta palabra de Cristo es siempre evangelio, buena noticia. Pero sólo puede ser reconocida y experimentada como tal por un corazón pobre. El que se siente satisfecho con las cosas de este mundo no capta la insondable riqueza de la palabra de Cristo ni experimenta su dulzura y su consuelo (Sal 19,11). Las riquezas entorpecen el fruto de la palabra (Mt 13,22). Sólo el que se acerca a ella con hambre y sed experimenta la dicha de ser saciado (Mt 5,6).
Manuel Garrido Bonaño: Año Litúrgico Patrístico
Tomo IV: Tiempo Ordinario, Semanas I-X, Fundación Gratis Date.
La Iglesia, ante todo por su acción litúrgica, renueva y verifica la presencia viva de Jesús en medio de su pueblo. Cristo, después de treinta años de vida oculta en Nazaret, se manifiesta públicamente para mostrar a los hombres el camino de la salvación. Pero muchos no quisieron seguirlo; más aún le contradijeron, le calumniaron y, al final, le dieron muerte.También a nosotros nos puede suceder lo mismo, si no queremos secundar los preceptos del Señor y preferimos seguir nuestros caprichos y malos deseos. La Palabra de Dios proclamada en la liturgia nos interpela hoy, y pide nuestro asentimiento de fe y también nuestra correspondencia a ella con una conducta recta.
–Nehemías 2, 1-4.5-6.8-10: Leyeron el libro de la ley, y todo el pueblo estaba atento. En la historia de la salvación Dios se sirvió de Esdras y de Nehemías para reafirmar la fe y renovar la vida religiosa de su pueblo, preparándolo para una Alianza nueva y definitiva, la perfecta Alianza de salvación y de santidad que Cristo selló con su Sangre.
San Efrén afirma:
El Señor «escondió en su Palabra variedad de tesoros, para que cada uno de nosotros pudiera enriquecerse. La Palabra de Dios es el árbol de la vida, que te ofrece el fruto bendito desde cualquiera de sus ramas, como aquella roca que se abrió en el desierto y manó de todos sus lados una bebida espiritual» (Comentario sobre el Diateseron 1).
Y San Agustín dice:
«No os descarriéis entre la niebla, escuchad más bien la voz del Pastor. Retiraos a los montes de las Santas Escrituras; allí encontraréis las delicias de vuestro corazón, y nada hallaréis allí que os pueda envenenar o dañar, pues ricos son los pastizales que allí se encuentran» (Sermón 46 sobre los Pastores).
–Con el Salmo 18 bendecimos a Dios, que con su Palabra luminosa nos reveló los caminos que llevan a la vida eterna: «Tus palabras, Señor, son espíritu y vida. La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos. La voluntad del Señor es pura y eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos».
–1 Corintios12,12-30: Vosotros sois el Cuerpo de Cristo, y cada uno es su miembro. Llegada la plenitud de los tiempos, Cristo mismo fue el autor y el consumador de la Nueva Alianza, santificando a su Iglesia con los dones y gracias de su Espíritu. San Agustín ha comentado este texto paulino en sus sermones unas diecisiete veces. Escogemos aquí un párrafo:
«“Nadie sube al cielo, sino quien bajó del cielo, el Hijo del Hombre, que está en el cielo”. Parece que estas palabras se refieren únicamente a El, como si ninguno de nosotros tuviese acceso a Él. Pero tales palabras se dijeron en atención a la unidad que formamos, según la cual Él es nuestra Cabeza y nosotros su Cuerpo.«Nadie, pues, sino Él, puesto que nosotros somos Él, en cuanto que Él es Hijo del Hombre por nosotros y nosotros hijos de Dios por Él. Así habla el Apóstol: “de igual manera que el Cuerpo es único y tiene muchos miembros, y todos los miembros del Cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo” (1 Cor 12,12). No dijo: “así Cristo”, sino “así también Cristo”. A Cristo lo constituyen muchos miembros, que son con Él un único Cuerpo» (Sermón 263,A,2).
–Lucas 1,1-4: 4,14-21: Hoy se cumple esta Escritura. En la Nueva Alianza es Jesús, personalmente, la última Palabra viva del Padre y la plenitud definitiva de la Revelación divina para los hombres. En la sinagoga de Nazaret nos da Jesús un solemne testimonio del valor profético de la Palabra de Dios. Comenta San Ambrosio:
«Tomó después el libro para mostrar que Él es el que ha hablado en los profetas y atajar las blasfemias de los pérfidos, los que enseñan que hay un Dios del Antiguo Testamento y otro del Nuevo, o bien que Cristo comenzó a partir de la Virgen. ¿Cómo Él toma origen de la Virgen si antes de la Virgen Él hablaba?«“El Espíritu está sobre Mí”. Descubre, pues, aquí la Trinidad perfecta y coeterna. La Escritura nos afirma que Jesús es Dios y hombre, perfecto en lo uno y en lo otro. Él también nos habla del Padre y del Espíritu Santo… ¿Qué testimonio podemos encontrar más grande que el de Él mismo, que afirma haber hablado por los profetas? El fue ungido con un óleo espiritual y una fuerza eclesial, a fin de inundar la pobreza de la naturaleza humana con el tesoro eterno de la resurrección, para eliminar la cautividad del alma, para iluminar la ceguera espiritual, para proclamar el año del Señor, que se extiende sobre los tiempos sin fin y no conoce las jornadas de trabajo, sino que concede a los hombres frutos y descanso continuos» (Comentario a San Lucas IV, 44-45).
El Año Litúrgico: Celebrar a Jesucristo
Volumen V. Sal Terrae, Santander 1982, pp. 111-114.
«» (Mt ,).
-Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres (Lc 1, 1. . .21 )
La liturgia da comienzo al evangelio de san Lucas, y es un acierto no haber omitido el prólogo, que nos permite saber cómo concibió el evangelista el cumplimiento de su misión.
Su preocupación es evidente: si ha de presentar rupturas, tiene que presentar sobre todo un cumplimiento: hoy se cumple lo que fue anunciado por los profetas. No fue Lucas el primero que escribió el mensaje recibido de Jesús. Sabe que es así, y sin embargo juzga necesario escribir él también, al dirigirse a su Iglesia local, «todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando» (Hech 1, 1).
Conocemos en parte el problema de su Iglesia. Lucas escribe hacia los años 70. Los Hechos de los Apóstoles, obra suya, igual que este evangelio cuya lectura empezamos este domingo, reflejan esa preocupación fundamental del evangelista. El capítulo 11 de los Hechos nos introduce en pleno conflicto entre Pedro y los judío-cristianos, los cuales difícilmente admiten que se introduzca en la Iglesia mediante el bautismo a gentiles. En el momento en que san Lucas escribe, sin duda entraron en juego posturas más precisas, como las del concilio de Jerusalén (Hech 15), pero sin embargo no quedó todo resuelto. Se sigue preguntando qué importancia tiene para un cristiano la ley judía. Es cosa evidente que algunos cristianos continúan frecuentando la sinagoga, celebrando al mismo tiempo la fracción del pan. ¿Qué piensan éstos de los gentiles que entran en la Iglesia? Por otra parte, negarse a ver en el judaísmo al Señor que intervino en el mundo para salvarlo, ¿no es introducir un fallo en el plan mismo de Dios? ¿No se debe, por el contrario, proteger a toda costa la unidad del plan de Dios que se prolonga en el Nuevo Testamento y en la Iglesia? La lectura continuada del evangelio de san Lucas mostrará cómo las preocupaciones del evangelista siguen vivas. En el problema de su apostolado no está todo resuelto.
No obstante, al principio de su evangelio, san Lucas afirma la continuidad entre el Antiguo Testamento y el Nuevo, pero afirma igualmente que han quedado superadas las Palabras de la Escritura antigua, aunque no insiste en una ruptura.
Vemos aquí al Cristo señalado por el profeta Isaías. Debemos recordar brevemente lo que sabemos sobre las celebraciones de la sinagoga. A decir verdad, sólo conocemos la liturgia judía de la sinagoga en aquella época, a través de la que actualmente se desarrolla y mediante reconstrucciones parciales. Se concede el primer lugar a la Palabra de Dios, tras de lo cual el pueblo se entrega a la oración. Idéntico esquema encontramos en san Justino, en el capítulo 67 de su primera Apología: primero, lectura de los Profetas y de los Apóstoles, y seguidamente el pueblo se pone a orar. En la Iglesia romana, la evolución litúrgica ha sido la misma que siguió la liturgia judía: en la actualidad se empieza con una preparación a base de oraciones, y a continuación vienen las lecturas. Lo mismo ocurre en la sinagoga. Señalemos que en ésta se leía primero la Ley y después, como última lectura, los Profetas. «Habéis oído la Ley y los profetas».
En el pasaje que se nos lee hoy, entra Jesús en la sinagoga y llegado el momento de la lectura conclusiva, o sea, la del Profeta, le entregan el volumen. Lee el pasaje indicado y, según costumbre, lo comenta. Aquí tenemos, pues, el primitivo esquema de la liturgia sinagogal. Es importante subrayar que lo que acaba de proclamarse lo considera Cristo una realidad actual: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oir».
Cristo se siente señalado por las palabras del Profeta y se declara aquí, de manera evidente, el Mesías esperado. Ha sido consagrado con la unción y se le envía para dar la Buena Noticia a los pobres. A continuación se enumeran las señales de la venida del Mesías que Juan Bautista había reconocido. En la celebración de la Palabra, Jesús subraya solemnemente que en él se cumple la profecía.
San Lucas, al insistir sobre la venida del Mesías y sobre la inauguración de una nueva era, enlaza el acontecimiento con el pasado. San Lucas escribe como historiador y como teólogo. Posee sus fuentes, el conjunto de la tradición, y las utiliza quizás de una manera más amplia que los demás evangelistas. Pero no hace sólo obra de historiador. Pues Teófilo, para quien Lucas escribe, sabe ya muchas cosas; pero no le basta saberlas, es menester que les preste plena adhesión mediante la fe. Esta es la finalidad que el evangelista persigue. Indudablemente su intención no es escribir sólo para cristianos, y sabe y desea que su escrito lo van a leer muchos, incluso gentiles.
Esta actualización de la profecía se produce cada vez que se la proclama en nuestro tiempo, dentro de la asamblea cristiana; cada cual la oye actualizada para él, según el papel que desempeña en la Iglesia. Cada obispo, cada sacerdote y cada diácono oyen que se proclama así su vocación misionera en la Iglesia; pero otro tanto ocurre con respecto a cada cristiano, cuya vocación profética no debe olvidarse sino que forma parte de su misma adhesión a la fe y al evangelio.
-Estar atentos a la Palabra de Dios (Ne 8, 2…10)
Por la razón que acaba de exponerse, la primera lectura no se ha tomado de Isaías, que acaba de leer Jesús, sino del libro de Nehemías donde se refiere la proclamación de la Ley. Esto nos indica que en esta liturgia se pone más énfasis en la actualización y en la obra de proclamación de la Palabra que en la designación misma del que ha de hablar. Se trata de la proclamación de la Torah, que seguirá ocupando la parte central de la liturgia judía. Hay que leer todo el ritual utilizado por Esdras para encontrar allí el origen de los ritos judíos, pero también el origen de los nuestros en cuanto a la proclamación de la Palabra de Dios. Puestos en pie, se escucha la Palabra, traducida para que todos la entiendan, y comentada.
El pasaje señala las reacciones del pueblo de Dios que lloraba al escuchar las palabras de la Ley, signos del amor de Dios a su pueblo.
Fue aquel un día de alegría, consagrado al Señor que habló. El pueblo asimismo responde con sus aclamaciones a esta palabra proclamada. El salmo 18, elegido como responsorio, explica la dinámica de esta palabra del Señor: «La Ley del Señor es perfecta y es descanso del alma». Más adelante el salmo alude al diálogo que hay que establecer: «Que te agraden las palabras de mi boca, y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón, Señor».
Así, pues, al comenzar este período del Tiempo litúrgico, se nos invita a reflexionar sobre la importancia de la proclamación de la Palabra. Esta es siempre para cada cristiano como una nueva investidura, como un activo recordatorio de lo que somos y de lo que debemos ser. Escuchando la palabra y transmitiéndola con la fe.
Alessandro Pronzato
El Pan del Domingo. Ciclo C. Sígueme, Salamanca 1985, p. 101.
Jesús vuelve a Nazaret, al pueblo donde ha crecido, acompañado por una fama de maestro autorizado y taumaturgo, que se ha ganado a través de Galilea entera. Entra en la sinagoga y participa en la liturgia del sábado.
Lee y comenta un pasaje del profeta Isaías (61,1-2) que anuncia la liberación definitiva de los que habían sido deportados y que actualmente se encontraban en una situación de pobreza y de opresión. Se presenta la salvación como un vuelco de la situación presente. Jesús se aplica este pasaje, es más, con él hace una especie de manifiesto programático de la propia misión.
Afirma claramente: la salvación prometida por Dios está presente u operante aquí, ahora, en mi persona.
«…Y, enrollando el libro; lo devolvió al que le ayudaba, y se sentó. Toda la sinagoga tenía fijos los ojos en él. Y él se puso a decirles: hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír».
En este episodio podemos resaltar dos cosas esenciales: el mensaje de Cristo es una «alegre noticia» porque es un mensaje de liberación. Esta liberación se está realizando hoy.
«Mensaje de liberación» se ha convertido en una fórmula excesivamente devaluada e incluso se ha abusado de ella en nuestro mundo contemporáneo.
Todos hablan de liberación; todos llevan en el bolsillo un proyecto de liberación.
Es necesario, pues, subrayar lo específico de la liberación propuesta por Cristo, para evitar -como advierte E. ·Balducci-E «hacer del evangelio una ideología de liberación, como ha sido durante tantos siglos una ideología de dominación».
La liberación proclamada por Jesús es una liberación total.
Abarca al hombre en todas sus dimensiones.
No se puede limitar a liberar una parte del hombre. Todo el hombre ha de ser liberado. De lo contrario no puede hablarse de liberación. Se ensancha el espacio de su prisión, pero ciertamente no se puede decir que el hombre sea libre.
La liberación del hombre no es total si se limita a resolver el problema del pan, y descuida e incluso neutraliza su hambre de ideales, de justicia, de «significado», de razones para vivir. Puede darse una represión del instinto divino, inserto en el hombre, aún más peligrosa por sus consecuencias que la represión del instinto sexual.
Una cierta sociedad permisiva juega precisamente con este equívoco de fondo: dar al individuo la ilusión, y a veces el aturdimiento, de la libertad, dejándolo retozar a satisfacción en ciertos espacios bien definidos (el del placer, la diversión, las elecciones consumistas) para después condicionarlo, manipularlo y dominarlo en otros sectores esenciales, en donde de verdad se juega su posibilidad de «ser hombre»; en este caso la así llamada sociedad permisiva puede convertirse, fundamentalmente en una sociedad represiva. Se consigue la liberación total sólo cuando uno se hace libre para ser lo que debe ser. O sea, es una liberación que se coloca, antes que en la línea del hacer, en la línea del ser. Y el hombre tiene la posibilidad de realizarse según la verdad de la propia persona, según la propia voluntad, según la trayectoria de la propia vocación.
Otro aspecto característico. La liberación anunciada por Cristo comienza por nosotros. No es posible liberar a los demás si los «liberadores» no son interior y totalmente libres. Libres de la esclavitud de las ideologías, de las modas tiranizantes, de los ídolos varios, del instinto de dominar y poseer. Libres, sobre todo, de los horizontes sofocantes del egoísmo. Conscientes de que la primera sobreestructura que hay que derribar es el yo acaparador y engañoso.
Alguno defiende que lo primero es la liberación de nosotros mismos. Yo precisaría: la liberación por nosotros mismos.
En esta perspectiva, es necesario sobre todo tener el gusto de la libertad, sentir la libertad como una pasión, un gusto, me atrevería a decir una «enfermedad» incurable. Algo que nunca está definido, pero que se va conquistando, difundiendo y pagando día a día. «Allá donde se ha hecho sentir el soplo de la libertad, comienzan a hacer daño las cadenas» (J. Moltmann-J).
Las cadenas que molestan: esta es la señal de que posa sobre nosotros -como sobre Cristo- el «soplo», es decir, el Espíritu.
La libertad no nos la regalan los otros. Nos la da Cristo. A condición de reconocernos también nosotros pobres, prisioneros , ciegos, oprimidos por las cadenas que frecuentemente construimos con nuestras manos, y a las que terminamos acostumbrándonos.
He ahí, pues, la paradoja del proyecto de liberación cristiana: se trata de una libertad «dada» y que, al mismo tiempo, hay que conquistar interiormente. Una libertad que se nos ofrece gratuitamente, como aspecto fundamental de la salvación, y sin embargo, esta libertad que no depende de nosotros es una libertad que sólo nosotros podemos perder. Sobre todo cuando perdemos el gusto de ella.
O también, cuando sólo la utilizamos parcialmente.
Un cristiano que no es todo él libre (mejor, liberado), no es un individuo libre a medias. Es uno que ha perdido la libertad.
Louis Monloubou
Leer y predicar el Evangelio de Lucas. Editorial Sal Terrae, Santander 1982, p. 136.
Estos versículos muestran el entusiasmo con que es recibido Jesús; el pueblo reconoce en él a un auténtico comentador de la Escritura; bajo su guía se acepta creer en la realización actual de las antiguas promesas: «Hoy se cumple…».
La Biblia ofrece algunos ejemplos de esta acogida gozosa a la Palabra, de esa escucha dócil a su comentarista titular.
Aunque es indudable que los autores bíblicos han reseñado preferente- mente los gestos de rebelión que el pueblo realizaba contra los «testigos de la Palabra», el texto del libro de Nehemías, que sirve de 1ª lectura, muestra que en ciertos momentos el pueblo supo manifestar también una docilidad ejemplar. A aquellas gentes establecidas en la tierra palestina tras la vuelta del exilio, abandonadas al despotismo de la autoridades persas de ocupación, y en ausencia de toda personalidad propiamente nacional, el escriba Esdras les trae de pronto la compilación sacerdotal de las tradiciones mosaicas, compilación decretada por el poder central con rango de ley del Estado. El pueblo va a encontrarse nuevamente regido por una ley dada por Dios mismo, producción de su propia palabra. Tal perspectiva desencadena el entusiasmo: sólo empaña la alegría de todos pensar que esa ley no hubiese sido conocida, oficializada y practicada antes. Así, la comunidad que Esdras ha reunido en torno a sí da prueba de un amor a la palabra de Dios y de una docilidad para con las exigencias de la voluntad divina enteramente ejemplares. Es conveniente que los cristianos conozcan la existencia de tales relatos para que aprecien la historia de Israel de manera más justa.
Volvamos al evangelio. También el éxito de Jesús en Nazaret es grande; el pueblo que le escucha parece tan bien dispuesto como el que rodea a Esdras. Este escriba proclamaba la llegada de una nueva etapa en la vida del pueblo; Jesús anuncia unos tiempos nuevos, un «hoy» diferente de todo lo precedente.
Y ¿qué es lo que va a caracterizar a esos tiempos nuevos? Hay que preguntárselo al texto isaiano citado por Jesús, así como a los versículos que sirven de contexto: un conjunto textual que muy bien hubiera podido servir de 1ª lectura.
Este texto es una proclamación profética dirigida a los desterrados ya vueltos a Palestina, donde no encontraron la confortable situación que esperaban. Es incluso tan penoso su caso, que el profeta los describe como «pobres», «corazones rotos», «afligidos». Bajo el poder dominador que rige Palestina, convertida en provincia persa, estas gentes parecen prisioneros y «cautivos».
Pues bien, a esos pobres, a esos desamparados, Dios les muestra, enviándoles con un profeta, que se cuida de ellos; se compromete con ellos en una alianza definitiva. La palabra profética anuncia esta «buena noticia»: se trata de la promesa de una salvación que no puede dejar de cumplirse. Entonces los cautivos serán liberados, los afligidos consolados y los pobres colmados. De opresores tiránicos, los pueblos se convertirán en esclavos. La transformación será tal que seducirá a los paganos, quienes reconocerán la atención privilegiada de Dios para con su pueblo.
Este mensaje constituye una «buena noticia» proclamada por aquel que Dios ha escogido comunicándole su Espíritu e incluso otorgándole la unción regia. Este mensajero, colmado por Dios, asistido por él y enriquecido con sus privilegios, es verdaderamente el portador de su palabra. ¿Cómo no dar fe a su predicación y no esperar confiadamente la realización de la salvación anunciada?.
PD/HOY: Esta salvación, dice san Lucas, se realiza «hoy». Está ya realizada en el «hoy» de Jesús, en el momento de su ida a Nazaret. Y sigue realizándose «hoy», cada vez que hombres y mujeres se acercan a Jesús y acogen su palabra con fe; cada vez que su palabra es recibida con la misma profunda disponibilidad de que dieron prueba los contemporáneos de Esdras: personas muy alejadas de nosotros pero cuyo corazón puede estar tan próximo.
Homilías en italiano para posterior traducción
Giovanni Paolo II
Homilía (23-01-1983)
Visita a la Parroquia Romana de Santa María Reina de la Paz.
Domingo 23 de enero de 1983.
1. Cari fratelli e sorelle della parrocchia di Santa Maria Regina Pacis!
Le letture dell’odierna liturgia domenicale ci invitano a dedicare la nostra meditazione innanzitutto al tema della Chiesa come corpo di Cristo.
Su questo tema si pronuncia ampiamente san Paolo nella prima Lettera al Corinzi. Per spiegare il legame che c’è tra Cristo e la Chiesa, egli si serve dell’analogia del corpo.
“Come infatti il corpo, pur essendo uno, ha molte membra, e tutte le membra, pur essendo molte sono un corpo solo, così anche Cristo. E in realtà noi tutti siamo stati battezzati in un solo Spirito per formare un solo Corpo . . . e tutti ci siamo abbeverati a un solo Spirito” (1 Cor 12, 12-13).
La Chiesa è il Corpo di Cristo. È il suo Corpo Mistico, perché in esso opera lo Spirito Santo. Egli fa sì che gli uomini – pur essendo diversi per età, lingua, nazione e razza – abbiano in Gesù Cristo una sola Vita.
Come nell’uomo una sola anima fa sì che molte membra e cellule dell’organismo vengano animate da un’unica vita, così analogamente avviene nella Chiesa: uomini diversi, ma animati da un solo Spirito di Dio, costituiscono, in Cristo, un solo Corpo.
2. Le parole della prima Lettera ai Corinzi ci invitano a guardare la Chiesa con gli occhi della fede. Così dobbiamo guardare tutti la Chiesa nel suo raggio universale, e così dobbiamo pure guardare quella parte della Chiesa, alla quale noi apparteniamo direttamente.
Voi appartenete, cari fratelli e sorelle, alla parrocchia di Santa Maria Regina Pacis, che è una delle trecentocinque parrocchie della Chiesa di Roma.
Mediante la parrocchia, e poi mediante la diocesi, voi appartenete alla Chiesa universale. Costituite, come Chiesa, il Corpo di Cristo. Non solo siete i membri di un determinato organismo che si chiama “Chiesa cattolica”, ma, dal momento del Santo Battesimo, siete organicamente legati a Cristo.
Dato che siete stati “battezzati in un solo Spirito” e che vi siete “abbeverati a un solo Spirito” siete membra di un solo Corpo. Questo Corpo è la Chiesa: Corpo Mistico di Cristo.
3. In questa Chiesa ognuno compie la sua funzione, così come compiono la propria funzione le membra – e le cellule – nel corpo umano. La funzione di ogni membro e di ogni cellula – come si esprime allegoricamente san Paolo – è armonicamente inserita nell’organismo dell’uomo. In questo organismo essa è necessaria e irripetibile.
Seguendo questa analogia, l’Apostolo cita diverse funzioni, che già nella Chiesa primitiva si distinguevano nettamente, contribuendo in pari tempo alla vita dell’insieme. Queste funzioni sono legate a diversi doni, cioè ai carismi.
San Paolo cita: “apostoli, profeti, maestri”, poi “vengono i miracoli, poi i doni di far guarigioni, i doni di assistenza, di governare, delle lingue” (1 Cor 12, 28).
Nella vostra parrocchia incontriamo i pastori delle anime, i religiosi e le religiose, i laici e, tra di loro, persone che si dedicano all’apostolato più vario.
Vi sono dei catechisti, membri di diverse associazioni, coloro che appartengono al consiglio pastorale, persone che si dedicano al servizio caritativo, partecipanti ai vari movimenti apostolici tra gli anziani e tra i giovani, membri del servizio liturgico, lettori, cantori, ecc.
E, allo stesso tempo, ogni parrocchiano e ogni parrocchiana vive in un certo stato civile ed esercita una certa professione. Siete mariti, mogli, vedove, fidanzati; ma siete pure maestri o studenti, medici, giuristi, lavorate nel commercio oppure negli uffici. Tutto ciò non è senza legame con la vostra vocazione ecclesiale, in virtù della quale compite la vostra parte di bene nel Corpo di Cristo.
5. Ed ora ancora una cosa.
La prima lettura, tratta dal libro di Neemia, ci ricorda con quale venerazione il Popolo di Dio dell’Antico Testamento ascoltava le parole della Sacra Scrittura, lette dal sacerdote Esdra nel giorno “consacrato a Dio”: “Esdra aprì il libro in presenza di tutto il popolo . . ., come ebbe aperto il libro, tutto il popolo si alzò in piedi, Esdra benedisse il Signore Dio grande e tutto il popolo rispose: Amen, amen!” (Esd 9, 5-6).
Il Vangelo di san Luca ci riporta l’episodio di Gesù, che all’inizio della sua attività messianica legge, nella sinagoga di Nazaret, dal libro del profeta Isaia un brano, che si riferiva proprio a lui!
Sia ciò per noi una indicazione di come dobbiamo leggere la Parola Divina, con quale predisposizione dobbiamo ascoltarla e come la dobbiamo applicare a noi stessi.
“Le tue parole, Signore, sono spirito e vita” (cf. Gv 6, 63). Se le accogliamo con cuore disposto a che esse diventino la vita delle nostre anime, allora si compirà in noi ciò che con tanto entusiasmo esprime il Salmo dell’odierna Liturgia: “La legge del Signore è perfetta, / rinfranca l’anima; / la testimonianza del Signore è verace, / rende saggio il semplice. / Gli ordini del Signore sono giusti, / fanno gioire il cuore; / i comandi del Signore sono limpidi, / danno luce agli occhi” (Sal 19, 8-9).
Che sia così, cari fratelli e sorelle, in ognuno di noi. Che l’ascolto della Parola di Dio faccia gioire il nostro cuore e guidi la nostra condotta nell’Anno del Signore 1983 e per tutta la nostra vita Amen!
Homilía (26-01-1986)
Visita Pastoral a la Parroquia Santa María del Carmen y San José al Casaletto.
Domingo 26 de enero de 1986.
1. “Davanti a te i pensieri del mio cuore” (Sal 18, 15). Con queste parole abbiamo proclamato la nostra volontà di ascoltare la parola del Signore e abbiamo espresso il desiderio di avere il cuore, cioè il nucleo più profondo dell’anima, aperto all’ascolto della voce di Dio, riconoscendo questa voce come “rupe” e fondamento della nostra fede.
2. Nella liturgia della domenica odierna l’Apostolo Paolo ci parla della Chiesa come Corpo di Cristo, organismo vivente nel quale vive Gesù Risorto.
Il Cristo “è un corpo solo” (1 Cor 12, 12), formato di molte membra; un corpo vivo, al quale i battezzati sono associati e uniti in forza di un’anima, di uno spirito, lo Spirito Santo. Questo Spirito Santo attrae ogni uomo nell’unità di una sola esistenza con il Signore; ogni uomo, senza distinzione, “giudei e greci, schiavi e liberi” (1 Cor 12, 13). Ogni battezzato deve considerarsi cellula vivente di questo organismo vivo, sostenuto, unificato dalla forza che promana dal capo, da colui che plasma tutte le membra e le fa sue. Un corpo formato “di molte membra” (1 Cor 12, 14) che vivono in relazione tra di loro e hanno finalità peculiari, come le membra di un essere vivente. Per questa unione ogni cristiano ha un suo rapporto immediato con Cristo, in forza della vita individua che gli è stata data; ma è anche in relazione intima con i fratelli perché in tutto l’organismo non c’è divisione, e le membra hanno cura le une delle altre (cf. 1 Cor 12, 25). Il Corpo mistico di Cristo ha una sua solidarietà: “Se un membro soffre, tutte le membra soffrono insieme; e se un membro è onorato, tutte le membra gioiscono con lui” (cf. 1 Cor 12, 12-26). È alla luce di questa immagine rivelata della Chiesa corpo di Cristo che ogni credente scopre il senso della sua identità e la portata morale delle sue scelte e delle sue azioni.
3. La Chiesa, dunque, è come l’ulteriore “sviluppo” del mistero dell’Incarnazione. In essa il Figlio di Dio assume un corpo umano dalla Vergine Maria, per opera dello Spirito Santo. Nella Chiesa uomini sempre nuovi, per opera dello Spirito Santo, “diventano” il corpo di Cristo. La Chiesa è, così, Gesù reso visibile sulla terra, gli serve da corpo per fare in modo che egli sia presente tra gli uomini, si faccia sentire e vedere da loro, abbia per loro un volto. Nella Chiesa, suo corpo, Cristo non è per noi un evento del passato, ma un essere vivo nel presente.
Il Concilio Vaticano II ha voluto mettere in singolare risalto questo mistero: “Comunicando il suo Spirito (il Figlio di Dio) fa sì che i suoi fratelli, chiamati da tutte le genti, costituiscano il suo corpo mistico. In quel corpo la vita di Cristo si diffonde nei credenti … come tutte le membra del corpo umano, anche se numerose, formano un solo corpo, così i fedeli in Cristo . . . Capo di questo corpo è Cristo … tutti i suoi membri devono a lui conformarsi, fino a che Cristo non sia in essi formato . . . Egli, nel suo corpo che è la Chiesa, continuamente dispensa i doni dei ministeri, con i quali, per virtù sua ci aiutiamo vicendevolmente a salvarci, e operando nella carità conforme a verità, noi andiamo in ogni modo crescendo in Colui che è nostro Capo” (Lumen Gentium, 7).
4. Essere corpo significa, ancora, essere un’unità nella pluralità. Ogni organismo è costituito da una pluralità di organi, e a ciascuno di loro spetta una peculiare funzione. Per analogia anche la Chiesa è formata da una pluralità di strutture e di persone, tutte tra di loro unite in un unico organismo, ma aventi ciascuna una missione singolare. Nell’unico Signore, come nell’unica Chiesa, ci sono diversi doni e carismi, distinte e molteplici vocazioni, pluralità di ministeri: “Dio ha disposto le membra in modo distinto nel corpo, come egli ha voluto . . . Ora voi siete corpo di Cristo e sue membra, ciascuno per la sua parte” (1 Cor 12, 18. 27).
Dobbiamo sempre ricordare, con profondo sentimento di responsabilità, che la forza della Chiesa consiste nella chiarezza con cui i suoi membri, sia laici che rivestiti di ministero, riconoscendo i poteri vitali di comunione divina conferiti loro da Cristo mediante l’appartenenza al suo Corpo mistico, sanno essere operosi nella rispettiva comunione della verità e nel servizio sorretto dall’amore.
5. In simile contesto noi ci possiamo chiedere: Che cos’è la parrocchia nella Chiesa? Come si qualifica una comunità parrocchiale nell’insieme di tutto l’organismo di cui fa parte?
Il nuovo Codice di diritto canonico, con preciso riferimento ai testi del Concilio, definisce la parrocchia “una determinata comunità di fedeli” (Codex Iuris Canonici, can. 515), comunità che rappresenta in certo modo la Chiesa visibile, stabilita su tutta la terra (cf. Sacrosanctum Concilium, 42). Come in una cellula della Chiesa particolare, mediante la parrocchia gli uomini sono inseriti nella più ampia e universale comunità di tutto il popolo di Dio (cf. Apostolicam Actuositatem, 10). La parrocchia si fa tramite di questo inserimento e di questa comunione perché celebra l’Eucaristia, sacramento che costituisce ed esprime la Chiesa, e nella parrocchia si predica la parola di Dio, si insegna a professare l’unica fede, mediante la quale si mantiene un vivo e fattivo legame con la comunità universale dei credenti.
6. La parrocchia, inoltre, è un vero organismo ecclesiale perché è essa stessa una comunità strutturata secondo il modello e la missione di tutta la Chiesa: vive attorno al suo pastore, seguendone la guida; è convocata dalla parola e dai sacramenti; si articola nell’esercizio ordinato di molteplici ministeri e doni, quali la catechesi, la carità, la vocazione familiare, l’educazione all’esperienza della fede; tutti quei carismi, in una parola, che lo Spirito Santo effonde in essa, quale specifica e concreta famiglia di Dio. In essa la vita del popolo di Dio entra nel concreto tessuto della vita umana.
7. Queste considerazioni valgono – e in maniera cospicua – per ogni parrocchia romana, cioè per le comunità di fedeli che vivono nell’ambito del ministero del Vescovo di Roma e successore di Pietro. Io vi chiedo di considerare il ruolo che vi spetta in questa Chiesa particolare di Roma, come vi chiedo di voler condividere con me la testimonianza della fedeltà alla dottrina del Signore. Tenete sempre lo sguardo fisso sul modello di Maria e di Giuseppe e, con loro e come loro, sappiate essere fedeli alla vocazione che vi è stata affidata.
Come sotto lo sguardo di Maria si raccolse, all’inizio della vita della Chiesa, la comunità cristiana di Gerusalemme – vorrei dire, la prima parrocchia – così la vostra comunità viva in atteggiamento di ascolto e con generosa disponibilità la sua vocazione, militando per il Vangelo e il servizio del Signore. Sappiate anche voi, come Giuseppe, custodire il Cristo nella vostra società e nella vostra famiglia, difendendolo, ma anche cercando in tutti i modi che egli sia conosciuto e amato.
8. Sono lieto di poter meditare con voi su questi principi che ispirano la vita di una singolare parrocchia, che nella sua storia può leggere il significato profondo di una vocazione comunitaria, inserita nel vivo sviluppo della città. Al tempo di Pio IX fu chiamata “La parrocchietta”, destinata, allora, alla popolazione della campagna lungo la via Portuense, accanto al Carmelo; ora inclusa nel contesto tumultuoso dell’espansione della metropoli.
9. Oggi mi è stato dato di visitare la vostra parrocchia. Mediante questo fatto viene messo in evidenza, più pienamente, il legame della parte con l’insieme. La visita è una particolare manifestazione del mistero della Chiesa di Cristo. È in un certo senso una festa di questo mistero. La sua celebrazione.
Ogni vescovo nei confronti della sua Chiesa, alla quale è stato chiamato dallo Spirito Santo, è vicario di Cristo (“Vicarius Christi”). Nella sua missione, egli ha davanti agli occhi l’intera missione messianica di Cristo, quella che si è iniziata a Nazaret. Proprio là, a Nazaret, nella sua città natale, Cristo dinanzi ai suoi compaesani ha letto le seguenti parole di Isaia: “Lo Spirito del Signore è sopra di me; per questo mi ha consacrato con l’unzione! e mi ha mandato per annunziare ai poveri un lieto messaggio, per proclamare ai prigionieri la liberazione e ai ciechi la vista; per rimettere in libertà gli oppressi, e predicare un anno di grazia del Signore” (Lc 4, 14-19; cf. Is 61, 1-2 a). E Gesù aggiunse: “Oggi si è adempiuta questa Scrittura che voi avete udito con i vostri orecchi” (Lc 4, 21).
Da quel tempo le parole di Isaia, che parlano della missione messianica di Gesù di Nazaret, si adempiono sempre. Si adempiono mediante la missione della Chiesa nel mondo intero. Oggi esse si adempiono in modo particolare nella vostra parrocchia mediante il ministero del Vescovo di Roma. Con la parola della Verità e con il Pane della Grazia vive il Corpo di Cristo.
Homilía (22-01-1989)
Visita a la Parroquia de San Cipriano en Torrevecchia.
Domingo, 22 de enero 1989.
1. “Lo Spirito del Signore è sopra di me” (Lc 4, 18).
Nella liturgia di domenica scorsa, la Chiesa ci ha ricordato l’inizio dei miracoli che Gesù, secondo il Vangelo di Giovanni, fece a Cana di Galilea durante un banchetto nuziale. Oggi ci conduce a Nazaret, dove Gesù fu allevato. A Nazaret, infatti, Gesù trascorse gli anni della vita nascosta nella casa di Giuseppe e Maria. E qui era comunemente noto.
Proprio a Nazaret ebbe luogo l’avvenimento descritto nel Vangelo di Luca. Gesù entra di sabato nella sinagoga e – in mezzo alla comunità riunita dei suoi cittadini – incomincia a leggere il testo del libro del profeta Isaia, che inizia con queste parole: “Lo Spirito del Signore è sopra di me; per questo mi ha consacrato con l’unzione, e mi ha mandato” (Lc 4, 18). Le parole riguardano il futuro Messia. Il profeta parla della missione e attività di lui.
Dopo aver letto queste parole, Gesù si rivolge ai presenti e dice: “Oggi si è adempiuta questa scrittura che voi avete udita” (Lc 4, 21). Indica se stesso come colui che è stato preannunziato da Isaia.
2. Il Popolo di Dio dell’antica alleanza si è nutrito della Parola di Dio, contenuta nei Libri sacri.
La prima lettura di oggi, tratta dal libro di Neemia, ricorda quel momento importante nella storia di Israele quando, dopo il ritorno dall’esilio in Babilonia, gli Israeliti si riunirono di nuovo nella loro terra, per leggere la Parola di Dio ed ascoltarla in devoto raccoglimento.
“Essi leggevano il libro della legge di Dio a brani distinti e con spiegazioni del senso, e così facevano comprendere la lettura” (Ne 8, 8). E “tutto il popolo piangeva, mentre ascoltava le parole della legge” (Esd 8, 9). Questa legge, la Parola del Dio vivente, decideva della loro identità religiosa e nazionale. Erano infatti l’Israele, il popolo eletto, al quale Dio stesso aveva dato la sua legge nei giorni memorabili dell’esodo dalla schiavitù d’Egitto.
Si erano nutriti della Parola di Dio durante tante generazioni, in tempi di vittorie e di sconfitte, di libertà e di schiavitù.
3. Adesso rivolgiamo lo sguardo a noi, qui riuniti. Anche noi – come la comunità dei tempi di Neemia e di Esdra – ci siamo riuniti per ascoltare la Parola di Dio.
Ci siamo riuniti come i concittadini di Gesù di Nazaret, ai quali egli ha rivolto le prime parole, che testimoniano della sua missione messianica.
Nei tre anni di vita pubblica si è adempiuto in Gesù di Nazaret ciò che il profeta Isaia aveva preannunziato:
“Lo Spirito del Signore è sopra di me; / per questo mi ha consacrato con l’unzione, / e mi ha mandato per annunziare ai poveri un lieto messaggio, / per proclamare ai prigionieri la liberazione / e ai ciechi la vista, / per rimettere in libertà gli oppressi, / e predicare un anno di grazia del Signore” (Lc 4, 18-19).
Un anno di grazia!
Le parole di Isaia sono diventate come la “tessera” messianica di Gesù di Nazaret. Ad esse egli si doveva poi anche richiamare davanti agli inviati di Giovanni Battista.
4. “Lo Spirito del Signore è sopra di me; / per questo mi ha consacrato con l’unzione”.
Tutto ciò che Gesù faceva e insegnava, dava testimonianza della sua missione. Dell’“unzione” da parte dello Spirito, che doveva ricevere il Messia (cioè: il Cristo).
Tuttavia la testimonianza definitiva si è avuta solo congiuntamente al mistero pasquale della sua Croce e Risurrezione: del suo sacrificio redentore “per i peccati di tutto il mondo” (cf. 1 Gv 2, 2).
E per questo noi, uomini della nuova alleanza, durante le nostre assemblee liturgiche ci nutriamo non soltanto della Parola di Dio, della legge, ma dell’Eucaristia: ci nutriamo del Corpo e del Sangue di Cristo, mediante i quali si rinnova costantemente in modo incruento il suo sacrificio redentore: il memoriale della sua morte e della sua Risurrezione per la salvezza del mondo.
La liturgia della nuova alleanza imbandisce davanti a noi non soltanto la tavola della Parola di Dio, ma anche quella dell’Eucaristia: del Corpo e del Sangue del Redentore.
5. Noi ci nutriamo del suo Corpo come “battezzati in un solo Spirito”, come “abbeverati a un solo Spirito” (cf. 1 Cor 12, 13). Proprio questo è “lo Spirito del Signore”; unto da lui, Gesù di Nazaret ha compiuto la Redenzione del mondo. E come Redentore ci “ha dato” questo Spirito Santo, il consolatore, lo Spirito di verità, perché potessimo partecipare anche noi all’unzione di Cristo, perché, in forza di quest’unzione divina, noi stessi diventassimo come Chiesa, il corpo di Cristo.
L’apostolo Paolo ci spiega ampiamente questa verità della fede nella seconda lettura, tratta dalla lettera ai Corinzi:
“Come infatti il corpo, pur essendo uno, ha molte membra e tutte le membra, pur essendo molte, sono un corpo solo, così anche Cristo. E in realtà noi tutti siamo stati battezzati in un solo Spirito per formare un solo corpo” (1 Cor 12, 12-13).
6. Leggendo questo testo di Paolo come non ricordare che siamo nella settimana dedicata alla preghiera per ottenere da Dio l’unità visibile di tutti i cristiani?
La Chiesa, nel decreto sull’ecumenismo ha riproposto all’attenzione di tutti i fedeli cattolici questa verità già formulata da Paolo e le sue conseguenze per tutti i cristiani: “Con il sacramento del battesimo – afferma infatti il Concilio – l’uomo è veramente incorporato a Cristo . . . e rigenerato per partecipare alla vita divina (Unitatis Redintegratio, 22). La vita divina è l’unità suprema, ed è la sorgente di ogni unità. Questa unità profonda è già esistente tra tutti i battezzati, al di là delle loro divisioni. Tutto il movimento ecumenico tende a renderla completa e visibile.
La preghiera comune tra i cristiani si fonda sul comune battesimo, il quale tende all’acquisto della pienezza della vita in Cristo. Il battesimo infatti è ordinato per sua natura “all’integra professione della fede, all’integrale incorporazione nell’istituzione della salvezza . . . e alla piena inserzione nella comunione eucaristica (Unitatis Redintegratio, 22).
Preghiamo perché siano superate le divisioni, si raggiunga presto quella tanto desiderata ricomposizione della piena unità tra tutti i fratelli cristiani e si faccia secondo le parole del Signore “un solo ovile e un solo pastore” (Gv 10, 16).
7. Affido queste intenzioni anche a san Cipriano, Vescovo e martire, patrono della vostra parrocchia, il quale tanto si prodigò per salvaguardare l’unità della Chiesa del suo tempo, insidiata dalle persecuzioni dell’imperatore Decio e dalle sètte secessioniste; per esse scrisse l’importante trattato: De Ecclesiae unitate. A lui affido anche tutti voi e i vostri cari perché vi sia di sprone a vivere ed avverare tra voi una piena unione di cuori e di menti.
[…]
9. “La legge del Signore è perfetta, rinfranca l’anima; la testimonianza del Signore è verace, rende saggio il semplice” (Sal 19, 8).
Che usciamo da questa nostra assemblea eucaristica “rinfrancati” dalla verità della Parola di Dio, e rafforzati dalla “testimonianza del Signore”.
Le tue parole, Signore, sono spirito e vita (cf. Gv 6, 63).
Che usciamo rianimati dallo Spirito Santo, che opera in modo particolare mediante l’Eucaristia.
Che usciamo abbracciati dall’unità, che viene da Dio, e nella Trinità divina trova il suo modello più perfetto e la sua definitiva realizzazione.
Homilía (20-01-1995)
Viaje Apostólico a Filipinas, Papua-Nueva Guinea, Australia y Sri Lanka
X Jornada Mundial de la Juventud
Liturgia de Vísperas en la Catedral de Colombo (Sri Lanka) – Viernes, 20 de enero 1995
2. Nel sacro testo che abbiamo appena ascoltato, vediamo come Gesù applicò a se stesso l’antica profezia di Isaia, il quale predisse che il Messia, ricolmo dello Spirito, avrebbe predicato la Buona Novella della grazia di Dio ai poveri, la libertà agli oppressi, e pace laddove vi sono ostilità e conflitti (cf. Lc 4, 21). Proclamare il messaggio della salvezza è la prima priorità della vita della Chiesa e il servizio più importante che essa rende agli individui e alla società (cf. Redemptoris Missio, 44). Ogni altra opera svolta dai Cristiani nasce dall’impegno della Chiesa all’evangelizzazione e riconduce a tale impegno, inteso non solo come proclamazione di un messaggio, ma anche come comunicazione di una “nuova vita” nella grazia di Cristo. Ogni aspetto dell’apostolato – ovvero l’educazione, l’assistenza sanitaria, i servizi sociali, la solidarietà e il dialogo interreligioso – vuole manifestare l’amore che il Padre ha donato al mondo in Gesù suo Figlio, l’amore che egli riversa nei nostri cuori attraverso lo Spirito Santo, che ci è stato donato (cf. Rm 5, 5). Cari Fratelli e Sorelle, siate messaggeri gioiosi di Cristo, desiderosi di condividere con gli altri la nuova vita che avete ricevuto, nel completo rispetto della libertà e della coscienza di ogni individuo. Questa testimonianza non è sempre facile e può spesso incontrare dei rifiuti, ma i veri discepoli di Cristo, come gli apostoli, non possono “tacere” ciò che hanno “visto e ascoltato” (At 4, 20).
Homilía (26-01-1992)
Visita a la Parroquia de Santa María de Gracia alle Fornaci
Domingo 26 de enero de 1992.
2. […] Il Vangelo di Luca, che quest’anno ci accompagna nel ciclo liturgico del tempo ordinario, presenta ai nostri occhi la scena del giovane Maestro, che torna appunto a Nazareth dal Giordano e nella Sinagoga presenta la sua missione, già predetta dal profeta Isaia: «Lo Spirito del Signore… mi ha mandato per annunziare ai poveri un lieto messaggio, per proclamare ai prigionieri la liberazione, ai ciechi la vista, per rimettere in libertà gli oppressi». Sulla bocca di Isaia, che rivolse queste parole ai suoi connazionali deportati in Babilonia, il lieto messaggio era l’assicurazione che il Signore Iddio stava per riprendere le sorti del suo popolo, per riscattarlo di nuovo dalla schiavitù; era la promessa che la Città Santa sarebbe stata ricostruita ed essi vi sarebbero tornati sotto il segno della gioia e della consolazione. Con la venuta di Gesù quella promessa, che in parte si era realizzata all’epoca del ritorno dalla cattività babilonese, si dilata a un orizzonte e a una realtà più grande e misteriosa. Quando il Signore a Nazareth dice: «Oggi si è adempiuta questa scrittura che voi avete udita con i vostri orecchi», vuol significare che in Lui è giunta a piena maturazione la promessa antica di Dio. È Lui, infatti, il preannunciato, il consacrato con l’unzione, il mandato a proclamare ai poveri un messaggio lieto, a proclamare la liberazione ai prigionieri, la vista ai ciechi, il conforto agli oppressi. Anche noi, adesso, chiudendo il libro del Vangelo di Luca, come fece Gesù col rotolo di Isaia, ci rendiamo conto che la parola del Cristo non finisce qui, ma continua ad illuminare i cuori e si riattualizza ogni volta che qualcuno l’ascolta e la mette in pratica; l’oggi da lui pronunciato quel giorno si prolunga nella Chiesa e dura nei secoli. Noi, quindi, siamo mandati ad annunciare ai poveri un lieto messaggio, a portare al mondo questa novità assoluta, che è Cristo, liberatore e redentore degli uomini.
3. Come gli Ebrei del tempio di Esdra e di Neemia, di cui parla la prima lettura della Messa di oggi, dobbiamo anche noi farci ascoltatori attenti della Sacra Scrittura, in cui Dio parla, istruisce, illumina, rimprovera, ma anche consola, purifica il suo popolo. Essa è come la pioggia o la neve che irrora il terreno, rendendolo fecondo; contiene i princìpi per la soluzione dei problemi spirituali e morali dell’umanità, che si interroga sui destini eterni. L’azione liturgica è il luogo privilegiato, dove la Parola di Dio viene proclamata e diffusa nei cuori, come forte carica per sostenere la lotta quotidiana contro le difficoltà e le tentazioni.
5. […] Cari Fratelli e Sorelle, siate degni dei nuovi tempi, nei quali Iddio vi offre straordinarie occasioni di bene, di evangelizzazione, nonostante le difficoltà e le contrarietà che possono intralciare i vostri propositi di bene.
Vi aiuti il Signore ad essere fedeli, coerenti, generosi ed attivi, per la crescita del suo Regno sulla terra.
Amen!