Domingo II Tiempo Ordinario (C) – Homilías
/ 6 enero, 2016 / Tiempo OrdinarioHomilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Agustín de Hipona, obispo
Sermón: Las bodas de Caná.
Sermón 123.
Vosotros sabéis, hermanos, por ser discípulos fieles de Cristo y también por encarecéroslo a menudo en nuestras pláticas, que la humildad del Señor es la medicina de la soberbia del hombre. El hombre no habría, en efecto, perecido de no haberse ensoberbecido; porque, como dice la Escritura, la soberbia es principio de todo pecado; y al principio de todo pecado fue necesidad oponer el principio de toda justicia. Siendo, por tanto, la soberbia principio de todo pecado, ¿qué medicina podría sanar la hinchazón del orgullo, si Dios no se hubiera dignado hacerse humilde? ¡Avergüéncese de ser soberbio el hombre, pues humilde se hizo Dios! Dícesele al hombre se humille, y lo tiene a menos; y ese querer los hombres vengarse cuando se los afrenta, ¿no es obra de la soberbia? Tienen a menos abajarse, y quieren vengarse, como si alguien sacara provecho del mal ajeno. El ofendido e injuriado quiere vengarse; hace del ajeno daño su medicamento, cuando lo que gana es un cruel tormento. Por eso, el Señor Cristo se dignó humillarse en todas las cosas, para mostrarnos el camino; ¿nos despreciaremos por andarlo?
Ved, entre otras cosas, al Hijo de la Virgen asistir a bodas; bodas que había él mismo instituido cuando aún estaba en el seno del Padre. Así como la primera mujer, la introductora del pecado, había sido hecha del varón sin hembra, así el Varón por quien fue borrado el pecado lo fue de hembra sin varón. Por aquélla caemos, por éste nos levantamos. Y ¿qué hizo en la boda? De agua, vino. ¡Asombroso poder! Ahora, pues, quien se dignó hacer tal maravilla, se dignó carecer de todo. Quien hizo el agua vino, bien pudo hacer de las piedras pan; el poder era igual, más entonces la sugerencia venía del diablo, y Cristo no lo hizo. Sabéis, en efecto, que, cuando fue tentado el Señor Cristo, le incitaba el diablo a esto. Tuvo hambre, y la tuvo por dignación y porque también eso era humillarse. Estuvo hambriento el Pan, fatigado el Camino, herida la Salud, muerta la Vida. Teniendo, pues, hambre, como sabéis, le dijo el tentador: Si eres el Hijo de Dios, di que se hagan pan estas piedras; al que respondió él para enseñarte a ti a responderle, como lucha el emperador para que los soldados se adiestren en luchar. ¿Qué le respondió? No de solo pan vive el hombre, sino de toda palabra de Dios. Y no hizo panes de las piedras él, que cierto pudo hacer eso, cual hizo del agua vino. Tanto le costaba, en efecto, hacer pan de una piedra; mas no lo hizo para darle al tentador con la puerta en el hocico; pues al tentador no se le vence si no se le desprecia. En venciendo que venció al diablo tentador, vinieron los ángeles y le sirvieron de comer. Pudiendo como podía tanto, ¿por qué no hizo aquello e hizo esto? Leed, o mejor, recordad, lo que ha poco se os decía cuando esto hizo, es decir, vino del agua. ¿Qué añadió el evangelista? Y creyeron en él sus discípulos. ¿Habría creído el diablo?
No obstante su gran poder, tuvo hambre, tuvo sed, tuvo cansancio, tuvo sueño, fue aprisionado, fue azotado, fue crucificado, fue muerto. Tal es el camino: camina por la humildad para llegar a la eternidad. Dios-Cristo es la patria adónde vamos; Cristo-hombre, el camino por donde vamos; vamos a él, vamos por él; ¿cómo temer extraviarnos? Sin alejarse del Padre vino a nosotros; tomaba el pecho, y conservaba el mundo; nacía en un pesebre, y era el alimento de los ángeles. Dios y hombre, Dios hombre, hombre y Dios en una sola pieza; mas no era hombre por la misma razón de ser Dios. Dios lo era por ser el Verbo; era hombre por haberse hecho hombre el Verbo sin dejar de ser Dios, tomando la carne del hombre; añadiéndose lo que no era sin perder lo que ya era. Siguiendo, pues, su camino de humildad, él ahora ya padeció, ya murió, ya fue sepultado, ya subió a los cielos, donde se halla sentado a la diestra del Padre; más todavía es indigente aquí, en la persona de sus pobres. Ayer, sin ir más lejos, hice resaltar esto mismo delante de vuestra caridad a cuento de lo dicho por el Señor a Natanael: Cosas mayores verás. Porque os digo que veréis abrirse el cielo, y a los ángeles subir y bajar al Hijo del hombre. Hemos indagado ayer qué fuera ello, y hablamos largamente; no vamos a volver hoy sobre lo mismo. Los asistentes tráiganselo a la memoria; yo lo resumiré en dos palabras.
No habría dicho: Subir al Hijo del hombre, si el Hijo del hombre no estuviese allí arriba; ni dijera: Descender al Hijo del hombre, de no hallarse también aquí abajo: allí arriba, él mismo; aquí abajo, en los suyos; pero el mismo arriba y abajo; arriba, junto al Padre; abajo, junto a nosotros. De ahí aquella voz a Saulo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? No habría dicho: Saulo, Saulo, si no estuviese arriba; ni habría dicho: ¿Por qué me persigues?, si no estuviese abajo, ya que Saulo no iba al cielo tras él. Temed al Cristo de arriba y sed benévolos con el Cristo de abajo. Tienes arriba el Cristo dadivoso, tienes abajo el Cristo menesteroso. Aquí es pobre, y está en los pobres. El ser aquí pobre Cristo, no lo decimos nosotros; lo dice él mismo: Tuve hambre, tuve sed, estaba desnudo, carecí de hogar, estuve preso. Y a unos les dijo: Me socorristeis; a otros: No me socorristeis. Queda probado ser pobre Cristo; que sea rico, ¿ignóralo alguien? Este mismo trocar el agua en vino habla de su riqueza; pues si es rico quien tiene vino, ¿cuán rico no ha de ser quien hace el vino? Luego Cristo es a la vez rico y pobre; en cuanto Dios, rico; en cuanto hombre, pobre. Cierto, ese Hombre subió ya rico al cielo, donde se halla sentado a la diestra del Padre; más aquí, entre nosotros, todavía padece hambre, sed y desnudez.
¿Qué eres tú? ¿Rico? ¿Pobre? Muchos me dicen: «Yo soy pobre?», y dicen verdad. Yo conozco pobre que tiene algo y pobre que no tiene nada; más aún algunos que abundaban en plata y oro, ¡cuán bien harían en verse pobres! Uno se mira pobre cuando mira con bondad al pobre que se le llega. Vamos a verlo. Tengas lo que tengas, tú que tanto tienes, ¿no eres mendigo de Dios? Cuando llegue la hora de la oración, te lo demostraré. Allí pides. ¿Cómo pides, si no eres pobre? Digo más: pides pan; o ¿es que no vas a decir: El pan nuestro de cada día dánosle hoy? Si pides el pan de cada día, ¿eres pobre o eres rico? Cristo te dice: «Dame de lo que te di.» ¿Qué trajiste cuando a este mundo viniste? Todas las cosas que yo he creado, cuando te hice a ti, las has encontrado aquí; ni trajiste nada ni te llevarás nada; ¿por qué no me das algo de lo mío? Porque tú rebosas y el pobre está vacío. Mira vuestro común origen: ambos nacisteis desnudos. Sí; también tú naciste desnudo. Muchas cosas aquí hallaste; pero tú, ¿qué aportaste? No te pido sino lo mío; dámelo; ya te lo devolveré. Yo he sido tu dador, hazme pronto tu deudor. «Hazme luego tu deudor, pues yo he sido tu dador»; eso dije, y dije poco: «Hazte mi logrero acreedor. Tú me das poco, yo te devolveré mucho; tú me das tierra, yo te devolveré cielo. A ti mismo te devolveré a ti cuando te devolviere a mí.»
San Juan Pablo II, papa
Homilía (20-01-1980):
Visita a la Parroquia Romana de la Inmaculada y San Juan Berchmans.
II Domingo del tiempo ordinario, 20 de enero de 1980.
[…] 2. En el Evangelio de hoy leemos que el Señor Jesús fue invitado a participar en las bodas que tenían lugar en Caná de Galilea. Esto sucede al comienzo mismo de su actividad magisterial, y el episodio se grabó en la memoria de los presentes, porque precisamente allí Jesús reveló por vez primera la extraordinaria potencia que, desde entonces, debía acompañar siempre su enseñanza. Leemos: «Este fue el primer milagro que hizo Jesús, en Caná de Galilea, y manifestó su gloria y creyeron en El sus discípulos» (Jn 2, 11).
Aunque el acontecimiento tiene lugar al comienzo de la actividad de Jesús de Nazaret, ya están en torno a El los discípulos (los futuros Apóstoles), al menos los que habían sido llamados primero.
Con Jesús está también en Caná de Galilea su Madre. Incluso parece que precisamente Ella había sido invitada principalmente. En efecto, leemos: «Hubo una boda en Caná de Galilea, y estaba allí la Madre de Jesús. Fue invitado también Jesús con sus discípulos a la boda» (Jn 2, 1-2). Se puede deducir, pues, que Jesús fue invitado con la Madre, y quizá en atención a Ella; en cambio los discípulos fueron invitados juntamente con El.
3. Debemos concentrar nuestra atención sobre todo en esta invitación. Por vez primera Jesús es invitado entre los hombres; y acepta esta invitación, se queda con ellos, habla, participa en su alegría (las bodas son un momento gozoso), pero también en sus preocupaciones; y para remediar los inconvenientes, cuando faltó el vino para los invitados, realizó el «signo»: el primer milagro en Caná de Galilea. Muchas veces más será invitado Jesús por los hombres en el curso de su actividad magisterial, aceptará sus invitaciones, estará en relación con ellos, se sentará a la mesa, conversará.
Conviene insistir en esta línea de los acontecimientos: Jesucristo es invitado continuamente por cada uno de los hombres y por las diversas comunidades. Quizá no exista en el mundo una persona que haya tenido tantas invitaciones, Más aún, es necesario afirmar que Jesucristo acepta estas invitaciones, va con cada uno de los hombres, se queda en medio de las comunidades humanas. En el curso de su vida y de su actividad terrestre, El debió someterse necesariamente a las condiciones de tiempo y de lugar. En cambio, después de la Resurrección y de la Ascensión, y después de la institución de la Eucaristía y de la Iglesia, Jesucristo de un modo nuevo, esto es, sacramental y místico, puede ser huésped simultáneamente de todas las personas y de todas las comunidades, que lo invitan. En efecto, El ha dicho: «Sí alguno me ama, guardará mi palabra. y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada» (Jn 14, 23).
Y he aquí, queridos hermanos y hermanas, que tocamos así la verdad más fundamental para cada uno de vosotros, y al mismo tiempo para vuestra parroquia. También vuestra parroquia es un Caná de Galilea, adonde está invitado Jesús. El ha aceptado esta invitación, y permanece entre vosotros. Permanece incansablemente, incesantemente. Permanece en las comunidades para aceptar, en medio de ellas, la invitación de cada uno. Y el invitado viene y se queda.
Meditad profundamente sobre esta presencia de Jesucristo en vuestra parroquia. y en cada uno de vosotros. ¿Sois verdaderamente hospitalarios con El?
4. Jesús fue invitado a Cano de Galilea, para tomar parte en la boda y en la recepción nupcial. Aun cuando diversos acontecimientos están vinculados con el comienzo de la actividad pública de Jesús de Nazaret, podemos deducir justamente del texto evangélico que este episodio precisamente, de modo particular, determina el comienzo de su vida apostólica. Es importante notar que precisamente en la circunstancia de las bodas Jesús comienza su actividad. Las palabras de la primera lectura del libro del profeta Isaías comprueban esto con la particular tradición profética del Antiguo Testamento.
Pero incluso independientemente de esta tradición, el hecho mismo nos ofrece mucho para meditar. Jesucristo, al comienzo mismo de su misión mesiánica, toca, en cierto sentido, la vida humana en su punto fundamental, en el punto de partida. El matrimonio, aun cuando es tan antiguo como la humanidad, significa siempre, cada vez, un nuevo comienzo. Este es sobre todo el comienzo de una nueva comunidad humana, de esa comunidad que se llama «familia». La familia es la comunidad del amor y de la vida. Y por eso a ella ha confiado el Creador el misterio de la vida humana. El matrimonio es el comienzo de la nueva comunidad del amor y de la vida, de la que depende el futuro del hombre sobre la tierra.
El Señor Jesús une el comienzo de su actividad a Caná de Galilea, para demostrar esta verdad. Su presencia en la recepción nupcial pone de relieve el significado fundamental del matrimonio y de la familia para la Iglesia y para la sociedad.
También la misión de la parroquia está vinculada con el matrimonio y con la familia y la parroquia está orientada de modo fundamental hacia ella. Que mi visita de hoy se convierta también en ocasión para hacernos conscientes todos a la vez de cómo se forma este vínculo entre la parroquia y la familia en la sociedad. ¿En qué medida los cónyuges asumen estos deberes junto con el sacramento, que Dios y la Iglesia ponen ante ellos? ¿Cómo se presenta el problema de la responsabilidad por la vida? ¿Por la educación?
Son preguntas serias y comprometidas, particularmente hoy, en este tiempo en que la familia cristiana encuentra ciertamente muchas dificultades para vivir coherencia los principios de su fe…
Por eso en este domingo deseo invitar, de modo especial, a Jesús a todas las familias de esta parroquia. El venga —como en Caná de Galilea— junto con su Madre. ¡Qué elocuente es su presencia, su participación en este acontecimiento que tuvo lugar al comienzo de la actividad pública de Jesús de Nazaret!
5. En Caná se reveló también María en la plena sencillez y verdad de su Maternidad. La Maternidad está siempre abierta al niño, abierta al hombre. Ella participa de sus preocupaciones aun las más ocultas. Asume estas preocupaciones y trata de ponerles remedio. Así ocurrió en la fiesta de las bodas de Cana. Cuando llegó «a faltar el vino» (Jn 2, 3) el maestresala y los esposos se encontraron ciertamente en gran dificultad. Y entonces la Madre de Jesús dijo: «No tienen vino» (Jn 2, 3). El desarrollo posterior del acontecimiento nos es bien conocido.
Al mismo tiempo María se revela en Caná de Galilea como Madre consciente de la misión de su Hijo, consciente de su potencia.
Precisamente esta conciencia la apremia a decir a los servidores: «Haced lo que El os diga» (Jn 2, 5). Y los servidores siguieron las indicaciones de la Madre de Cristo.
¿Qué otra cosa puedo desearos, con ocasión del encuentro de hoy, a vosotros: esposos y familias; a vosotros: jóvenes y niños; a vosotros: enfermos y los que sufrís, cansados por la edad; finalmente a vosotros, queridos pastores de almas, religiosos y religiosas; a vosotros todos?
¿Qué cosa os puedo desear sino que escuchéis siempre estas palabras de María, Madre de Cristo: «Haced lo que El os diga»?
Y que las aceptéis con el corazón, porque han sido pronunciadas por el corazón. Por el corazón de la Madre. Y que las cumpláis: «A la santificación precisamente os llamó por medio de nuestra evangelización, para que alcanzaseis la gloria de nuestro Señor Jesucristo» (2 Tes 2, 14).
Aceptad, pues, esta llamada con toda vuestra vida. Realizad las palabras de Jesucristo.
¡Sed obedientes al Evangelio! Amén.
Catequesis (26-02-1997): María en las bodas de Caná.
Audiencia General, Miércoles 26 de febrero de 1997.
1. En el episodio de las bodas de Caná, san Juan presenta la primera intervención de María en la vida pública de Jesús y pone de relieve su cooperación en la misión de su Hijo.
Ya desde el inicio del relato, el evangelista anota que «estaba allí la madre de Jesús» (Jn 2, 1) y, como para sugerir que esa presencia estaba en el origen de la invitación dirigida por los esposos al mismo Jesús y a sus discípulos (cf. Redemptoris Mater, 21), añade: «Fue invitado a la boda también Jesús con sus discípulos» (Jn 2, 2). Con esas palabras, san Juan parece indicar que en Caná, como en el acontecimiento fundamental de la Encarnación, María es quien introduce al Salvador.
El significado y el papel que asume la presencia de la Virgen se manifiesta cuando llega a faltar el vino. Ella, como experta y solícita ama de casa, inmediatamente se da cuenta e interviene para que no decaiga la alegría de todos y, en primer lugar, para ayudar a los esposos en su dificultad. Dirigiéndose a Jesús con las palabras: «No tienen vino» (Jn 2, 3), María le expresa su preocupación por esa situación, esperando una intervención que la resuelva. Más precisamente, según algunos exegetas, la Madre espera un signo extraordinario, dado que Jesús no disponía de vino.
2. La opción de María, que habría podido tal vez conseguir en otra parte el vino necesario, manifiesta la valentía de su fe porque, hasta ese momento, Jesús no había realizado ningún milagro, ni en Nazaret ni en la vida pública.
En Caná, la Virgen muestra una vez más su total disponibilidad a Dios. Ella que, en la Anunciación, creyendo en Jesús antes de verlo, había contribuido al prodigio de la concepción virginal, aquí, confiando en el poder de Jesús aún sin revelar, provoca su «primer signo», la prodigiosa transformación del agua en vino.
De ese modo, María precede en la fe a los discípulos que, como refiere san Juan, creerán después del milagro: Jesús «manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos» (Jn 2, 11). Más aún, al obtener el signo prodigioso, María brinda un apoyo a su fe.
3. La respuesta de Jesús a las palabras de María: «Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti? Todavía no ha llegado mi hora » (Jn 2, 4), expresa un rechazo aparente, como para probar la fe de su madre.
Según una interpretación, Jesús, desde el inicio de su misión, parece poner en tela de juicio su relación natural de hijo, ante la intervención de su madre. En efecto, en la lengua hablada del ambiente, esa frase da a entender una distancia entre las personas, excluyendo la comunión de vida. Esta lejanía no elimina el respeto y la estima; el término «mujer», con el que Jesús se dirige a su madre, se usa en una acepción que reaparecerá en los diálogos con la cananea (cf. Mt 15, 28), la samaritana (cf. Jn 4, 21), la adúltera (cf. Jn 8, 10) y María Magdalena (cf. Jn 20, 13), en contextos que manifiestan una relación positiva de Jesús con sus interlocutoras.
Con la expresión: «Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti?», Jesús desea poner la cooperación de María en el plano de la salvación que, comprometiendo su fe y su esperanza, exige la superación de su papel natural de madre.
4. Mucho más fuerte es la motivación formulada por Jesús: «Todavía no ha llegado mi hora» (Jn 2, 4).
Algunos estudiosos del texto sagrado, siguiendo la interpretación de san Agustín, identifican esa «hora» con el acontecimiento de la Pasión. Para otros, en cambio, se refiere al primer milagro en que se revelaría el poder mesiánico del profeta de Nazaret. Hay otros, por último, que consideran que la frase es interrogativa y prolonga la pregunta anterior: «¿Qué nos va a mí y a ti? ¿no ha llegado ya mi hora?» (Jn 2, 4). Jesús da a entender a María que él ya no depende de ella, sino que debe tomar la iniciativa para realizar la obra del Padre. María, entonces, dócilmente deja de insistir ante él y, en cambio, se dirige a los sirvientes para invitarlos a cumplir sus órdenes.
En cualquier caso, su confianza en el Hijo es premiada. Jesús, al que ella ha dejado totalmente la iniciativa, hace el milagro, reconociendo la valentía y la docilidad de su madre: «Jesús les dice: «Llenad las tinajas de agua». Y las llenaron hasta el borde» (Jn 2, 7). Así, también la obediencia de los sirvientes contribuye a proporcionar vino en abundancia.
La exhortación de María: «Haced lo que él os diga», conserva un valor siempre actual para los cristianos de todos los tiempos, y está destinada a renovar su efecto maravilloso en la vida de cada uno. Invita a una confianza sin vacilaciones, sobre todo cuando no se entienden el sentido y la utilidad de lo que Cristo pide.
De la misma manera que en el relato de la cananea (cf. Mt 15, 24-26) el rechazo aparente de Jesús exalta la fe de la mujer, también las palabras del Hijo «Todavía no ha llegado mi hora», junto con la realización del primer milagro, manifiestan la grandeza de la fe de la Madre y la fuerza de su oración.
El episodio de las bodas de Caná nos estimula a ser valientes en la fe y a experimentar en nuestra vida la verdad de las palabras del Evangelio: «Pedid y se os dará» (Mt 7, 7; Lc 11, 9).
Catequesis (05-03-1997): En Caná, María induce a Jesús a realizar el primer milagro.
Audiencia General, Miércoles 5 de marzo de 1997.
1. Al referir la presencia de María en la vida pública de Jesús, el concilio Vaticano II recuerda su participación en Caná con ocasión del primer milagro: «En las bodas de Caná de Galilea (…), movida por la compasión, consiguió, intercediendo ante él, el primero de los milagros de Jesús el Mesías (cf. Jn 2, 1-11)» (Lumen gentium, 58).
Siguiendo al evangelista Juan, el Concilio destaca el papel discreto y, al mismo tiempo, eficaz de la Madre, que con su palabra consigue de su Hijo «el primero de los milagros». Ella, aun ejerciendo un influjo discreto y materno, con su presencia es, en último término, determinante.
La iniciativa de la Virgen resulta aún más sorprendente si se considera la condición de inferioridad de la mujer en la sociedad judía. En efecto, en Caná Jesús no sólo reconoce la dignidad y el papel del genio femenino, sino que también, acogiendo la intervención de su madre, le brinda la posibilidad de participar en su obra mesiánica. El término «Mujer», con el que se dirige a María (cf. Jn 2, 4), no contradice esta intención de Jesús, pues no encierra ninguna connotación negativa y Jesús lo usará de nuevo, refiriéndose a su madre, al pie de la cruz (cf. Jn 19, 26). Según algunos intérpretes, el título «Mujer» presenta a María como la nueva Eva, madre en la fe de todos los creyentes.
El Concilio, en el texto citado, usa la expresión: «movida por la compasión», dando a entender que María estaba impulsada por su corazón misericordioso. Al prever el posible apuro de los esposos y de los invitados por la falta de vino, la Virgen compasiva sugiere a Jesús que intervenga con su poder mesiánico.
A algunos la petición de María les parece desproporcionada, porque subordina a un acto de compasión el inicio de los milagros del Mesías. A la dificultad responde Jesús mismo, quien, al acoger la solicitud de su madre, muestra la superabundancia con que el Señor responde a las expectativas humanas, manifestando también el gran poder que entraña el amor de una madre.
2. La expresión «dar comienzo a los milagros», que el Concilio recoge del texto de san Juan, llama nuestra atención. El término griego arjé, que se traduce por inicio, principio, se encuentra ya en el Prólogo de su evangelio: «En el principio existía la Palabra» (Jn 1, 1). Esta significativa coincidencia nos lleva a establecer un paralelismo entre el primer origen de la gloria de Cristo en la eternidad y la primera manifestación de la misma gloria en su misión terrena.
El evangelista, subrayando la iniciativa de María en el primer milagro y recordando su presencia en el Calvario, al pie de la cruz, ayuda a comprender que la cooperación de María se extiende a toda la obra de Cristo. La petición de la Virgen se sitúa dentro del designio divino de salvación.
En el primer milagro obrado por Jesús los Padres de la Iglesia han vislumbrado una fuerte dimensión simbólica, descubriendo, en la transformación del agua en vino, el anuncio del paso de la antigua alianza a la nueva. En Caná, precisamente el agua de las tinajas, destinada a la purificación de los judíos y al cumplimiento de las prescripciones legales (cf. Mc 7, 1-15), se transforma en el vino nuevo del banquete nupcial, símbolo de la unión definitiva entre Dios y la humanidad.
3. El contexto de un banquete de bodas, que Jesús eligió para su primer milagro, remite al simbolismo matrimonial, frecuente en el Antiguo Testamento para indicar la alianza entre Dios y su pueblo (cf. Os 2, 21; Jr 2, 1-8; Sal 44; etc.) y en el Nuevo Testamento para significar la unión de Cristo con la Iglesia (cf. Jn 3, 28-30; Ef 5, 25-32; Ap 21, 1-2; etc.).
La presencia de Jesús en Caná manifiesta, además, el proyecto salvífico de Dios con respecto al matrimonio. En esa perspectiva, la carencia de vino se puede interpretar como una alusión a la falta de amor, que lamentablemente es una amenaza que se cierne a menudo sobre la unión conyugal. María pide a Jesús que intervenga en favor de todos los esposos, a quienes sólo un amor fundado en Dios puede librar de los peligros de la infidelidad, de la incomprensión y de las divisiones. La gracia del sacramento ofrece a los esposos esta fuerza superior de amor, que puede robustecer su compromiso de fidelidad incluso en las circunstancias difíciles.
Según la interpretación de los autores cristianos, el milagro de Caná encierra, además, un profundo significado eucarístico. Al realizarlo en la proximidad de la solemnidad de la Pascua judía (cf. Jn 2, 13), Jesús manifiesta, como en la multiplicación de los panes (cf. Jn 6, 4), la intención de preparar el verdadero banquete pascual, la Eucaristía. Probablemente, ese deseo, en las bodas de Caná, queda subrayado aún más por la presencia del vino, que alude a la sangre de la nueva alianza, y por el contexto de un banquete.
De este modo María, después de estar en el origen de la presencia de Jesús en la fiesta, consigue el milagro del vino nuevo, que prefigura la Eucaristía, signo supremo de la presencia de su Hijo resucitado entre los discípulos.
4. Al final de la narración del primer milagro de Jesús, que hizo posible la fe firme de la Madre del Señor en su Hijo divino, el evangelista Juan concluye: «Sus discípulos creyeron en él» (Jn 2, 11). En Caná María comienza el camino de la fe de la Iglesia, precediendo a los discípulos y orientando hacia Cristo la atención de los sirvientes.
Su perseverante intercesión anima, asimismo, a quienes llegan a encontrarse a veces ante la experiencia del «silencio de Dios». Los invita a esperar más allá de toda esperanza, confiando siempre en la bondad del Señor.
Benedicto XVI, papa
Ángelus (20-01-2013):
Plaza de San Pedro
Domingo 20 de enero de 2013.
La liturgia de hoy propone el Evangelio de las bodas de Caná, un episodio narrado por Juan, testigo ocular del hecho. Tal relato se ha situado en este domingo que sigue inmediatamente al tiempo de Navidad porque, junto a la visita de los Magos de Oriente y el Bautismo de Jesús, forma la trilogía de la epifanía, es decir de la manifestación de Cristo. El episodio de la bodas de Caná es, en efecto, «el primero de los signos» (Jn 2, 11), es decir, el primer milagro realizado por Jesús, con el cual Él manifestó su gloria en público, suscitando la fe de sus discípulos. Nos remitimos brevemente a lo que ocurre durante aquella fiesta de bodas en Caná de Galilea. Sucede que falta el vino, y María, la Madre de Jesús, lo hace notar a su Hijo. Él le responde que aún no había llegado su hora; pero luego atiende la solicitud de María y tras hacer llenar de agua seis grandes ánforas, convirtió el agua en vino, un vino excelente, mejor que el anterior. Con este «signo», Jesús se revela como el Esposo mesiánico que vino a sellar con su pueblo la nueva y eterna Alianza, según las palabras de los profetas: «Como se regocija el marido con su esposa, se regocija tu Dios contigo» (Is 62, 5). Y el vino es símbolo de esta alegría del amor; pero hace referencia a la sangre, que Jesús derramará al final, para sellar su pacto nupcial con la humanidad.
La Iglesia es la esposa de Cristo, quien la hace santa y bella con su gracia. Sin embargo, esta esposa, formada por seres humanos, siempre necesita purificación. Y una de las culpas más graves que desfiguran el rostro de la Iglesia es aquella contra su unidad visible, en particular las divisiones históricas que han separado a los cristianos y que aún no se han superado. Precisamente en estos días, del 18 al 25 de enero, tiene lugar la Semana de oración por la unidad de los cristianos, un momento siempre grato a los creyentes y a las comunidades, que despierta en todos el deseo y el compromiso espiritual por la comunión plena. En este sentido ha sido muy significativa la vigilia que pude celebrar hace casi un mes, en esta plaza, con miles de jóvenes de toda Europa y con la comunidad ecuménica de Taizé: un momento de gracia donde hemos experimentado la belleza de formar en Cristo una cosa sola. Aliento a todos a rezar juntos a fin de que podamos realizar «lo que el Señor exige de nosotros» (cf. Miq 6, 6-8), como dice este año el tema de la Semana; un tema propuesto por algunas comunidades cristianas de la India, que invitan a comprometerse con decisión hacia la unidad visible entre todos los cristianos y a superar, como hermanos en Cristo, todo tipo de discriminación injusta. El viernes próximo, al final de estas jornadas de oración, presidiré las Vísperas en la basílica de San Pablo Extramuros, con la presencia de los representantes de las demás Iglesias y Comunidades eclesiales.
Queridos amigos, a la oración por la unidad de los cristianos quisiera añadir una vez más la oración por la paz, para que, en los diversos conflictos por desgracia en curso, cesen las viles masacres de civiles indefensos, tenga fin toda violencia y se encuentre la valentía del diálogo y de la negociación. Por ambas intenciones invocamos la intercesión de María santísima, mediadora de gracia.
Homilías en Italiano para posterior traducción
Giovanni Paolo II
Omelia (19-01-1986):
Parroquia de San Gaetano.
Domenica, 19 gennaio 1986.
1. Cari fratelli e sorelle!
La liturgia dell’odierna domenica ci conduce a Cana di Galilea. Ascoltando il vangelo secondo san Giovanni, partecipiamo a quello sposalizio. Siamo pure testimoni del primo segno – del primo miracolo – che il Signore Gesù ha fatto proprio là: a Cana di Galilea, dove “manifestò la sua gloria, e i suoi discepoli credettero in lui” (Gv 2, 11). In questo modo inizia la missione messianica di Gesù di Nazaret in mezzo a Israele.
2. Che essa inizi da uno sposalizio ha la sua particolare eloquenza. Nelle persone dei novelli sposi, lo sposo e la sposa, si fa sentire in un certo senso la prima e fondamentale verità sull’uomo, che Dio creò “a sua immagine” come maschio e femmina.
Mediante ciò il Creatore ha iscritto, in un certo senso, nella loro umanità la vocazione a questa particolare comunità che maschio e femmina costituiscono nel matrimonio. Ha pure deposto nei loro cuori un pegno dell’amore sponsale, mediante il quale tutti e due reciprocamente si scelgono, “mutuamente si danno e si ricevono” (Gaudium et Spes, n. 48). Tutto ciò si fa mediante l’interpersonale alleanza matrimoniale.
Questa alleanza, la cui dignità di sacramento originario è stata riconfermata da Gesù Cristo, unisce maschio e femmina con il vincolo indissolubile “dell’amore, della fedeltà e dell’onestà matrimoniale” per tutta la vita. Tale è la forza del sacramento del matrimonio e tale è pure la logica interna dell’amore sponsale. Essa consiste nell’irrevocabile dono della propria persona a un’altra persona.
3. Il fatto che Gesù di Nazaret abbia iniziato la sua missione messianica a partire da uno sposalizio costituisce pure un riferimento molto eloquente nell’antica alleanza, come ne dà testimonianza l’odierna prima lettura tratta dal libro del profeta Isaia.
Nell’Antico Testamento Dio ha scelto Israele, a somiglianza di uno sposo che sceglie la sua sposa e si è unito ad esso con l’alleanza indissolubile. A questa alleanza Israele fu spesso infedele, e tuttavia Dio non ha ritirato la sua scelta. “Sì, come un giovane sposa una vergine, / così ti sposerà il tuo Creatore . . .” dice il profeta (Is 62, 5).
4. Quella scelta, che Dio ha fatto nell’antica alleanza, costituisce, in un certo senso, la figura e l’immagine della scelta universale con la quale, nel suo eterno amore, Dio abbraccia ciascuno e tutti in Gesù Cristo. Proprio da Israele doveva nascere il Figlio di Dio, e in lui – tutti e ciascuno – siamo stati chiamati a nascere da Dio mediante la grazia come “figli e figlie nell’unico ed eterno Figlio”.
Quando Gesù di Nazaret inizia la sua missione messianica da Cana di Galilea, fa conoscere in un certo senso che egli è proprio il ministro dell’amore sponsale del Dio dell’alleanza. Egli segnerà questo amore con il sangue della sua croce, abbracciando ormai, con la grazia della redenzione effettuata, non più il solo popolo eletto, ma tutti gli uomini eletti in lui – nel Figlio e Redentore – come popolo di Dio.
5. Durante le nozze a Cana di Galilea Gesù compie il primo miracolo, che è segno e preannunzio di tutti i doni che vengono da Dio. Ne parla san Paolo nella seconda lettura dell’odierna liturgia: “Vi sono diversità di carismi, ma uno solo è lo Spirito . . .; a uno viene concesso dallo Spirito il linguaggio della sapienza; a un altro invece, per mezzo dello stesso Spirito, il linguaggio di scienza . . . ecc.” (1 Cor 12, 4-8): l’Apostolo enumera diversi doni che hanno avuto un particolare significato nella prima comunità cristiana a Corinto.
Quei doni dello Spirito, chiamati pure carismi, hanno un significato eguale anche nella Chiesa contemporanea, come ci insegna il Concilio Vaticano II. Essi sono importanti non solo per la santificazione personale, ma anche per il bene della comunità in quanto “a ciascuno è data una manifestazione particolare dello Spirito per l’utilità comune” (1 Cor 12, 7). Quei doni, i carismi, si manifestano poi in diversi ministeri e in diverse attività in favore del bene comune. Leggiamo: “Vi sono poi diversità di carismi, ma uno solo è lo Spirito; vi sono diversità di ministeri, ma uno solo è il Signore; vi sono diversità di operazioni, ma uno solo è Dio, che opera tutto in tutti” (1 Cor 12, 4-6).
6. Torniamo ancora una volta a Cana di Galilea e al mistero del matrimonio ivi significato. Il sacramento dell’unione nuziale consolida, purifica e porta a pienezza l’amore, facendolo diventare carità coniugale e donando così agli sposi la grazia di partecipare, in modo proprio e specifico, alla carità di Cristo per la sua Chiesa.
La caratteristica di tale grazia è di essere frutto dell’amore che lega il Redentore alla Comunità dei credenti con una intima unione, la quale è legge e modello di tutte le altre. Inscritta nella relazione di Cristo con la Chiesa, l’unione sacramentale dell’uomo con la donna ha in essa la sua consistenza, la sua purezza, la sua fecondità, e riceve anche un dono particolare, una grazia particolare.
Perciò è in questo Amore vivificante che ai vari componenti del nucleo familiare sono concessi quei carismi tipici del loro stato di vita: il dono e compito di sposo e di padre, che permette di adoperarsi con forza e generosità nel garantire lo sviluppo unitario di tutti i membri della casa; (cf. Ioannis Pauli PP. II Familiaris Consortio, 25) il dono e compito di sposa e di madre, che costituisce la donna come centro affettivo dei suoi cari, con quella delicata e attenta tenerezza che le è propria. Ma non va dimenticato, per quanto riguarda i genitori, il dono e compito di maestri di vita e di fede, che rende capaci di curare la crescita e la formazione dei figli; e, per quanto riguarda i giovani, il dono e compito di figli, per il quale devono contribuire in modo prezioso “all’educazione della comunità familiare e alla stessa santificazione dei genitori” (cf. Familiaris Consortio, 26), obbedendo e portando loro rispetto.
La vita è un dono, e la presenza dei figli rende sempre più consapevoli che quanto vi è di bello e di positivo nell’esistenza viene gratuitamente da Dio.
7. Tuttavia, poiché l’amore, ogni amore, tende per esigenza intrinseca ad espandersi, a diffondere il bene attorno a sé, anche questo ambito costituito dall’amore sponsale non può restare chiuso in se stesso, ma deve essere aperto al bene della comunità ecclesiale e sociale. Deve impegnarsi in responsabilità e legami sempre più vasti, mediante una solidarietà, una disponibilità e una dedizione tali da fare della famiglia una scuola di socialità, perché scuola di umanità ricca e completa (cf. Gaudium et Spes, 52).
Perciò seguendo l’ispirazione, che attingiamo dall’odierna liturgia, preghiamo in modo particolare perché le coppie sposate e le famiglie collaborino con la grazia del sacramento del matrimonio, così che la grazia di Dio in loro “non sia accolta invano” (cf. 2 Cor 6, 1).
Preghiamo perché non si moltiplichino i matrimoni distrutti. Questi dolorosi fallimenti sono frequentemente dovuti al fatto che la concezione della libertà non poggia sulla roccia della verità sull’uomo, ma ne esaspera l’indipendenza e l’individualismo. Proprio da qui derivano le piaghe che affliggono il matrimonio nella società contemporanea: la mentalità edonistica e consumistica, l’incapacità ad accettare sacrifici, l’infedeltà, l’egoismo e la non apertura a nuove vite, la sterilizzazione, l’aborto. La non adeguata conoscenza dei valori morali e l’impreparazione a una convivenza familiare ad essi ispirata è, poi, causa del fatto che non viene dato il dovuto credito all’istituto familiare e si giunge a rifiutare il matrimonio religioso.
Per tutto ciò preghiamo oggi, in questa chiesa di San Gaetano. Non solamente per le famiglie di questa parrocchia e della città di Roma, ma per quelle di tutta la Chiesa e di tutto il mondo. Preghiamo, inoltre, perché ogni cristiano presti la sua opera per porre rimedio alle ferite ricordate, diventando sempre più sincero testimone di Cristo, come, del resto, l’Ottavario di preghiere per l’unità dei cristiani iniziato ieri ci invita a fare su scala ecumenica.
Eleviamo preghiere al Signore affinché si compia tra i credenti in Cristo quel disegno di unità, per cui siamo stati voluti e creati. È l’unità l’irrinunciabile testimonianza evangelica di fronte all’umanità intera e l’espressione di una caratteristica essenziale della Chiesa: quella di essere comunione. “Cerchiamo di crescere in ogni cosa verso di lui, che è il capo, Cristo, dal quale tutto il corpo, ben compaginato e connesso, mediante la collaborazione di ogni giuntura, secondo l’energia propria di ogni membro, riceve forza per crescere in modo da edificare se stesso nella carità” (Ef 4, 16).
[…]
9. In Cana di Galilea, alle nozze, accanto a Gesù Cristo vi è sua Madre. Anch’ella intercede in favore dei novelli sposi, che si trovano in una situazione di disagio. Facendo proprio il loro imbarazzo, ne ha compassione: “E che altro può scaturire dalla sorgente della pietà se non la pietà stessa?” (S. Bernardi Opera, Ed. Cisterc., IV 1966 315).
Nel brano che abbiamo ascoltato poco fa durante la liturgia della Parola, come in vari altri episodi evangelici, vediamo che Maria è accanto a Cristo, lo accompagna sempre nella sua vita, e anche nel momento della sua morte in croce è forte e ferma vicino a lui, accogliendo per sua amorosa disposizione, noi, gli uomini tutti come suoi figli.
10. Nello stesso luogo Maria pronuncia anche queste altre parole: “Fate quello che vi dirà” (Gv 2, 5). Dinanzi alla risposta di Gesù: “Che ho da fare con te, o donna? Non è ancora giunta la mia ora” (Gv 2, 4) ella, dolce e umile, non si perde d’animo e raccomanda ai servi di fare quello che egli avrebbe detto loro.
Anche a noi la Vergine Beata rivolge l’invito a mettere in pratica la parola del Figlio suo, e fa comprendere che l’Amore non solamente è un dono, ma è anche un comandamento. Un’esigenza ineludibile e gravida di conseguenze, che spinge a condurre la nostra esistenza come obbedienza e come servizio.
Omelia (15-01-1989):
Parroquia de la Beata Virgen María del Carmelo en Mostacciano.
Domenica, 15 gennaio 1989.
1. “Ci fu uno sposalizio a Cana di Galilea” (Gv 2, 1).
Il tempo liturgico di Natale è breve. Così come breve è il Vangelo dell’infanzia di Gesù, registrato da san Matteo e san Luca. E tutta la vita nascosta a Nazaret è riassunta in una frase: “cresceva in sapienza, età e grazia davanti a Dio e agli uomini” (Lc 2, 52). Seguendo il ritmo dei testi evangelici, la Chiesa, nella sua liturgia, oltrepassa presto la soglia dell’Epifania, ricorda il Battesimo di Gesù al Giordano – e ci introduce nel cuore della missione messianica di Gesù di Nazaret: nella sua attività in mezzo al popolo eletto.
Oggi ci rechiamo a Cana di Galilea, dove “Gesù diede inizio ai suoi miracoli . . . manifestò la sua gloria e i suoi discepoli credettero in lui” (Gv 2, 11).
2. Così scrive l’evangelista Giovanni. Soltanto nel suo Vangelo l’inizio della missione messianica di Gesù di Nazaret è collegato con la celebrazione delle nozze.
Le letture dell’odierna liturgia ci permettono di scoprire un senso più profondo di questo inizio.
Ecco il profeta Isaia parla a Gerusalemme col linguaggio della divina alleanza. E quest’alleanza era spesso paragonata a uno sposalizio: “Come un giovane sposa una vergine, / così ti sposerà il tuo creatore; / come gioisce lo sposo per la sposa, / così il tuo Dio gioirà per te” (Is 62, 5).
Dio – sposo di Israele, del popolo eletto dell’alleanza. In questa alleanza egli ha sposato il popolo. Purtroppo questo popolo eletto si dimostrava spesse volte una sposa infedele. In modo particolare erano i peccati di idolatria a colpire il cuore del vero Dio. Sopraggiungevano poi calamità e devastazioni, come pure l’abbandono da parte di Dio della sposa infedele.
Con tutto ciò, il profeta annunzia che Dio rimane fedele al suo amore, alla sua elezione sponsale. Fedele all’alleanza stipulata, è disposto a rimettere le colpe e perdonare: “Nessuno ti chiamerà più Abbandonata, / né la tua terra sarà più detta Devastata, / ma tu sarai chiamata Mio compiacimento / e la tua terra, Sposata” (Is 62, 3).
“Sarai una magnifica corona nella mano del Signore, un diadema regale nella palma del tuo Dio” (Is 62, 3).
3. Dato che Gesù di Nazaret partecipa a delle nozze all’inizio della sua missione messianica, non vuole forse fare con questo un riferimento all’antica tradizione dei profeti? Non vuol forse indicare che egli viene come sposo del popolo dell’elezione divina? Come uomo della riconciliazione e dell’alleanza: dell’alleanza di Dio con Israele, nuova ed eterna?
4. Viene come un “unto” dal Padre (proprio come il Messia–Cristo), pieno di Spirito Santo.
Viene non per abolire la legge, ma per darle compimento (cf. Mt 5, 17). Alla legge e ai profeti: lo farà con la Parola del Vangelo, e in definitiva con il sacrificio della propria vita.
E il frutto di questo sacrificio redentore sarà il dono: “Ricevete lo Spirito Santo” (Gv 20, 22). Colui che è venuto pieno di Spirito Santo, lo elargirà al suo popolo. Ed attingeremo costantemente alla sua pienezza.
In tale elargizione si realizzerà pure l’analogia dello sposo e della sposa, che i profeti hanno annunziato nell’antica alleanza, e che è entrata nell’alleanza nuova come una espressione ancor più piena della verità su Dio, fedele alla sua alleanza. Fedele – fino al sacrificio della vita. Cristo – redentore è lo sposo di Israele della nuova alleanza: della Chiesa.
Rileggiamo quest’analogia nel modo più pieno nel capitolo quinto della lettera agli Efesini.
5. Nella seconda lettura l’apostolo Paolo parla dei molteplici doni che provengono dallo Spirito Santo, e che i diversi uomini ricevono nella Chiesa: lo Spirito li distribuisce “a ciascuno come vuole” (1 Cor 12, 11). E tutti i doni sono “per l’utilità comune” (1 Cor 12, 17).
“Vi sono diversità di carismi”, poi “diversità di ministeri”, infine “diversità di operazioni” – “ma uno solo è lo Spirito . . . uno solo il Signore . . . uno solo è Dio che opera tutto in tutti” (1 Cor 12, 4-6).
[…]
7. Vi auguro che gli incontri e le riflessioni che qui vi scambiate vi siano di aiuto per la soluzione dei vari problemi che assillano anche questa zona e che vanno dal triste fenomeno della droga alla definitiva sistemazione dei lotti abitativi, oltre a quelli che toccano soprattutto gli aspetti morali e spirituali: l’educazione alla fede, alla giustizia, al rispetto altrui; la vita familiare vissuta nella fedeltà e nella santità propria del sacramento del Matrimonio.
Fate sì che le vostre famiglie siano il luogo privilegiato nel quale Dio ama dimorare e agire; il luogo in cui si custodisce, rivela e comunica l’amore. Non cessate di invocare lo Spirito del Cristo perché doni alle vostre famiglie i diversi carismi e ministeri di cui parla san Paolo: quello dell’educazione innanzitutto, che dal sacramento del Matrimonio “riceve la dignità e la vocazione di essere un vero e proprio “ministero” della Chiesa al servizio della edificazione dei suoi membri” (Familiaris Consortio, 38).
Nelle vostre famiglie si senta pure la necessità di svolgere nei modi che sono possibili il ministero dell’evangelizzazione; ogni famiglia diventi “evangelizzatrice di molte altre famiglie e dell’ambiente nel quale è inserita” (Pauli VI, Evangelii Nuntinadi, 71).
8. Sappiate trovare questa fedeltà viva e quotidiana ai doni di grazia dell’amore, dell’educazione e dell’evangelizzazione nell’esperienza quotidiana della preghiera, dell’unione dei componenti dei vostri focolari.
Dal cuore di ognuno dei suoi membri scaturisca sempre nuova risposta ai doni che lo Spirito fa alla famiglia cristiana. Ed è così che essa realizza la sua vocazione alla santità.
“C’era la Madre di Gesù” (Gv 2, 1).
Alle nozze di Cana di Galilea è presente Maria.
Questo fatto non è forse un simbolo eloquente della verità espressa dal Concilio Vaticano II, che ha indicato la Madre di Dio presente nel mistero di Cristo e della Chiesa?
Durante la realizzazione della missione messianica, quando Gesù cominciò a fare e a insegnare (cf. At 1, 1), non La vediamo. Ce la farà vedere lo stesso evangelista Giovanni solo ai piedi della Croce, sul Golgota.
Tuttavia a Cana di Galilea ella pronuncia le parole che – si potrebbe dire – accompagnano tutta la missione di Gesù, fino alla fine: “Fate quello che vi dirà” (Gv 2, 5).
E le stesse parole della Madre di Dio continuano a correre attraverso tutta la storia della Chiesa, attraverso l’intera missione e il servizio che svolge in mezzo alla grande famiglia umana.
Queste parole arrivano anche a noi qui riuniti: “Fate quello che vi dirà”.
Amen.
Julio Alonso Ampuero: Por amor de Sión.
Meditaciones bíblicas sobre el Año litúrgico, Fundación Gratis Date.
Is 62,1-5; Sal 95; Jn 2, 1-11
Fuera ya del tiempo de Navidad, la liturgia de hoy todavía se detienen a saborear algo de lo que en ese tiempo se nos ha dado. El Evangelio nos habla de un misterio nupcial: «había una boda». Cristo aparece como el Esposo que celebra el festín de las bodas con la Esposa, la Iglesia, cuyo modelo es María –«la mujer»–. En efecto, la liturgia de Navidad nos ha hecho contemplar el misterio de la encarnación como los desposorios del Verbo con la humanidad.
A la luz del evangelio, la primera lectura expresa este amor apasionado de Cristo por su Iglesia, a la que anhela embellecer y adornar con su propia santidad: «por amor de Jerusalén, no descansaré hasta que rompa la aurora de su justicia». La Iglesia, antes abandonada y devastada, ahora es la «Desposada». El amor de Cristo, lavándola y uniéndola consigo, la ha hecho nueva: «Te pondrán un nombre nuevo pronunciado por la boca del Señor». Más aún, la ha engalanado, depositando en ella sus propias gracias y virtudes, la ha colmado de una gloria que es visible para todos los pueblos.
El salmo 95 –típico del tiempo de Navidad– canta estas maravillas obradas en la Iglesia Esposa, invitando a «toda la tierra» a unirse a su alabanza. Es un himno exultante: «Contad a los pueblos su gloria, sus maravillas a todas las naciones», pues la gloria de la Iglesia le viene de su Esposo. «Cantad al Señor un cántico nuevo», pues la Iglesia que ha sido renovada por la gracia de la Navidad es capaz de cantar de manera nueva.
Manuel Garrido Bonaño: Año Litúrgico Patrístico
Tomo IV: Tiempo Ordinario, Semanas I-X, Fundación Gratis Date.
La Iglesia nos invita en estos domingos que hoy comienza a seguir al Corazón de Cristo en los primeros pasos de su vida pública, y nos enseña a escuchar su palabra, asimilarla y seguirla; y también a recibir sus hechos, es decir, a aprender lecciones de vida y de santidad evangélica. Ser cristiano no consiste solamente en recordar unos hechos y conocer unas doctrinas, sino en aprender a vivir una vida nueva, la misma vida de Jesús, según el Evangelio, identificándonos con Él.
–Isaías 62,1-5: El marido se alegrará con su esposa. Este texto ha sido escogido en razón de la lectura evangélica: las bodas de Caná. La obra de la salvación es fruto de una elección de Dios absolutamente libre y gratuita. El Señor se eligió un pueblo, como el esposo elige a su esposa en una alianza perpetua. Escribe Casiano:
«“La alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará Dios contigo”. Éste y otros textos bíblicos, como los de Oseas y Jeremías, han sugerido a los místicos el matrimonio espiritual del alma con Dios. Es una doctrina elevada a la que todos estamos llamados. Es una intimidad perfecta con Dios.«Éste ha de ser nuestro principal objetivo y el designio constante de nuestro corazón: que nuestra alma esté continuamente unida a Dios y a las cosas divinas. Todo lo que le aparte de esto, por grande que pueda parecernos, ha de tener en nosotros un lugar puramente secundario o, por mejor decir, el último de todos. Inclusive debemos considerarlo como un daño positivo» (Colaciones 1).
–Con el Salmo 95 proclamamos: «Contad a todos los pueblos las maravillas del Señor. Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra; cantad al Señor, bendecid su nombre. Proclamad día tras día su victoria, contad a los pueblos su gloria, sus maravillas a todas las naciones. Familias de los pueblos, aclamad al Señor, aclamad la gloria y el poder del Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor. Postraos ante el Señor en el atrio sagrado, tiemble en su presencia la tierra toda. Decid a los pueblos: “el Señor es Rey, Él gobierna a los pueblos rectamente”».
–1 Corintios 12,4-11: El mismo y único Espíritu reparte a cada uno como a Él le parece. Dios mismo es quien, con la riqueza de su Espíritu y con la variedad de sus dones, trata de hacer de la Iglesia su Esposa santa, la madre única de todos los redimidos por Cristo. El Espíritu Santo ha obrado siempre en la Iglesia de un modo nuevo, intenso y creativo. Así lo muestra la historia de la Iglesia. Ministerios y carismas han sido siempre para ella un don continuo, en medio de gozos y penalidades. Oigamos a San Juan Crisóstomo:
«El tiempo que ha precedido al bautismo era un campo de entrenamiento y de ejercicios, donde la caídas encontraban su perdón. A partir de hoy, la arena está abierta para vosotros, el combate tiene lugar, estáis bajo la mirada pública, y no sólo los hombres, también innumerables ángeles contemplan vuestros combates. Pablo confiesa en su Carta a los Corintios: “nosotros hemos sido presentados como espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres” (1 Cor 4,9). En efecto, los ángeles nos contemplan y el Señor de los ángeles es el que preside el combate. Para nosotros no sólo es un honor, sino también una seguridad. Cuando el juez de estos asaltos es precisamente Aquel que ha entregado su vida por nosotros ¿qué honor y qué seguridad no habremos de tener?» (Ocho catequesis bautismales 3,8).
–Juan 2,1-12: En Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos por intercesión de la Virgen María. Jesús eligió, como marco de su primera manifestación redentora, la ceremonia de unas bodas. Más tarde elevaría el matrimonio cristiano a signo sacramental de la unión de Él mismo con su Iglesia. Éste es el primer milagro público de Jesús. Oigamos el comentario de Fausto de Riez:
«Por obra de Cristo se produce en Galilea un vino nuevo, esto es, cesa la ley y sucede la gracia; es retirada la sombra y se hace presente la realidad; lo carnal viene a hacerse espiritual; la antigua observancia se transforma en el Nuevo Testamento. Como dice el Apóstol: “lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado” (2 Cor 5,17). Y del mismo modo que el agua contenida en las tinajas, sin mermar en su propio ser, adquiere una nueva entidad, así también la ley no queda destruida con la venida de Cristo, al contrario, queda clarificada y ennoblecida.«Como faltase el vino, Cristo suministra un vino nuevo. Bueno es el vino del Antiguo Testamento, pero el del Nuevo es mejor. El Antiguo Testamento que observan los judíos se diluye en la materialidad de la letra; mientras que el Nuevo, al que pertenecemos nosotros, nos comunica el buen sabor de la vida y de la gracia» (Sermón 5 sobre la Epifanía).
José Aldazabal
Comentario: El amor de Dios, la boda, la alegría, el vino.
Misa Dominical 1989, 2.
Dificilmente se puede encontrar otra metáfora mejor -y la encontramos repetida tanto en el AT como en el NT- que la del amor esponsal y de las bodas para expresar el amor que Dios nos tiene y que espera de nosotros. O bien, para resumir expresivamente todo lo que hemos celebrado en la Navidad: la Encarnación del Hijo de Dios en nuestra condición humana.
La primera lectura, con lenguaje poético, nos asegura y describe ese amor que Dios tiene a su pueblo con la imagen de un esposo que encuentra alegría en su esposa. La alegría se contagia también al salmo, que quiere cantar las maravillas del Señor, su victoria y su gloria. Nada más salir de las fiestas de Navidad, somos invitados de nuevo a darnos cuenta de lo que supone tener a Dios tan cerca y tan bien dispuesto para con nosotros. Es una convicción que da sentido y color a nuestra existencia. Dios nos ama como el esposo ama a su esposa.
Pero en el evangelio es donde mejor se ve toda la profundidad y la alegría de esta Noticia: Cristo aparece como el Novio, o el Esposo. Hay otras claves para acercarnos a Cristo: El es ciertamente el Maestro, el Profeta, el Médico, el Juez, el Guía para nuestro camino. Pero a él mismo le gustaba compararse con el Novio.
El simbolismo de toda la escena, sobre todo conociendo la intención que suele tener Juan en los relatos, apunta a que ha llegado ya la hora mesiánica, la hora del Esposo que cumple todas las promesas del A. T. El signo milagroso de Cristo en estas bodas es rico en intenciones: con su sola presencia da un sí al amor, a la fiesta, a los mejores valores humanos, a la alegría de aquellas familias sencillas del pueblo. Pero también quiere mostrar cómo el «vino bueno» ha llegado al final de los tiempos de espera, que ya ha sonado la hora del Enviado de Dios. Y esto, dicho bajo la clave del vino, con todo lo que significa de alegría, amistad, inspiración y vida. El cristianismo, el Reino que Cristo nos ha venido a anunciar e inaugurar, es un Reino de valores positivos y de fiesta. A lo largo del año, con su Palabra y su Eucaristía, Cristo Jesús va a ser nuestro alimento e irá convirtiendo en fiesta y vino bueno nuestra existencia.
La presencia entrañable de María, la Madre, con detalles de exquisita femineidad y discreción, atenta y eficaz, es bueno subrayarla, aunque el centro sea Cristo Jesús. Estas lecturas nos quieren convencer de que estamos envueltos en el Amor de Dios, e invitados a su Fiesta, convocados a unas actitudes de amor, de visión positiva de la vida, de solidaridad.
Y a partir de la segunda lectura, también de corresponsabilidad constructora en la comunidad a la que pertenecemos. Es una de las mejores maneras de celebrar y tomar en serio el amor que Dios nos tiene: darlo nosotros a los demás.
Adrien Nocent
Comentario: La hora.
El Año Litúrgico: Celebrar a Jesucristo. Tomo 2 (Navidad y Epifanía), Sal Terra, Santander, 1979, pp. 112-117.
Al leer atentamente el capítulo segundo del evangelio de san Juan quedamos impresionados ante la ambigüedad de algunos términos. Se experimenta tal vez una sensación de inseguridad cuando se los quiere interpretar. Y no es sólo respecto al famoso pasaje: «¿Qué tengo yo contigo, mujer?», en el que la exégesis se debate por satisfacer el respeto de todo cristiano hacia la Madre de Dios. En bastantes puntos la interpretación no resulta sencilla, si queremos ser objetivos.
Desde las primeras palabras, parece como si el evangelista hubiera querido dar a su relato un sentido general bien preciso. «Tres días después» hubo una boda en Caná. Esta datación no es fortuita, no pretende sólo situar el relato en el tiempo inmediato, sino que deja ver en san Juan la determinación de orientar nuestros pensamiento hacia el «signo» definitivo de la gloria de Cristo, su resurrección. Las bodas de Caná no son sólo un signo de la gloria presente de Cristo, sino que son un signo de su gloria futura, «al tercer día» (DIA-TERCERO) después de su muerte. Se ha hecho notar muy acertadamente que esta expresión había de despertar entre los cristianos de la Iglesia primitiva el recuerdo de la resurrección. Para san Juan, este primer signo que constituye el cambio del agua en vino prepara y se relaciona con el signo mayor de la resurrección al tercer día. Así, desde las primeras palabras caemos en la cuenta del sentido pascual que Juan ha querido dar a este relato de las bodas de Caná.
Eso es evidentemente lo que constituye el centro mismo del relato: el agua cambiada en vino, que va a acercarnos más todavía al tema pascual. El episodio es tan rico en signos que anuncian y prefiguran el misterio de la Pasión, de la resurrección, de nuestra liberación y de la Parusía, que se nos hace necesario considerarlos uno por uno, por más que todos tengan entre sí un lazo indisoluble y se complementen.
-La hora de Cristo
La extrañeza provocada por la respuesta de Cristo a su madre: «¿Qué tengo yo contigo, mujer?», a veces ha ocupado a los exegetas más que lo que sigue: «Todavía no ha llegado mi hora». Sin embargo, para explicar la extraña manera de hablar Jesús a su madre, hay que entender el sentido que ha de darse a las palabras: «Todavía no ha llegado mi hora».
Esta última expresión de Jesús subraya cómo está fijado el designio de Dios y cómo Cristo ha de triunfar del mal y recibir, después de su muerte destructora del pecado, la suprema glorificación. «Todavía no ha llegado mi hora» es una de las expresiones características que hacen de este relato un anuncio de la Pascua. San Juan la pone en boca de Jesús en varios sitios de su evangelio. Cuando Jesús insiste en su origen divino, le quieren prender, pero «nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora» (Jn 7, 30). Cuando más tarde, enseñando en el templo, da testimonio de sí mismo, «nadie le prendió porque aún no había llegado su hora» (Jn 8, 20). Cuando anuncia su glorificación por su muerte, dice: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre (Jn 12, 23). «Y ¿qué voy a decir? ¿Padre, líbrame de esta hora? Pero ¡si he llegado a esta hora para esto! Padre, glorifica tu Nombre» (Jn 12, 27). En el momento de la última Cena, para anunciarla, Juan escribe: «Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre.. » (Jn 13, 1). En su oración sacerdotal, Cristo dice dirigiéndose al Padre: «Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti» (Jn 17, 1). La hora de Cristo es la de su muerte, pero es al mismo tiempo la hora de su paso al Padre (Jn 13, 1) para recibir la glorificación en el triunfo.
Advirtamos el término «paso» de este mundo al Padre. Ya Éxodo 12, 11 emplea la palabra Pascua dándole el sentido de «paso del mar Rojo». La expresión «Hora de Jesús» nos vuelve a llevar, pues, una vez más en este relato al misterio global de la Pascua: muerte, resurrección, glorificación.
-¿Qué tengo yo contigo, mujer?
Pero, ¿cómo entender este texto?: «¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora». Subsiste la aparente falta de lógica del relato: por una parte, Jesús declara que su hora no ha llegado aún y dirige a su madre el dulce reproche de no haberle entendido suficientemente, pero por otra, realiza el deseo de su madre cambiando el agua en vino. Hay quienes han visto aquí la condescendencia de Jesús y el poder de intercesión de su madre. Para dar respuesta a su intervención, habría Jesús adelantado su hora. Esta devota solución puede parecer insuficiente. «La hora» de Jesús está fijada desde todos los tiempos en el plan divino de la redención. Es difícil considerar que se introduzca ahí una modificación.
¿Cómo entender la afirmación de Jesús en la que asevera que el momento de su glorificación no ha llegado todavía mientras hace un milagro que es una señal de ello? Por su parte, la madre de Jesús, a pesar de la respuesta: «Todavía no ha llegado mi hora», se ha dado cuenta de que su Hijo iba a realizar el milagro, puesto que dice a los sirvientes: «Haced lo que él os diga». La recomendación de la Virgen a los sirvientes está, pues, en contradicción con la respuesta negativa de su Hijo. Jesús ha respondido: no ha llegado mi hora de hacer un signo que manifieste mi gloria y anticipe mi glorificación definitiva; y sin embargo su madre prevé un signo que manifieste esta gloria. Es sabido que los signos debían probar la autenticidad de la misión de un profeta. El evangelista además, a continuación de su relato del milagro, exclama: «Manifestó su gloria».
Se pensó encontrar una solución a este difícil problema suponiendo que Jesús hubiera dicho con sentido interrogativo: ¿No ha llegado mi hora?. Pero, a pesar de ciertas interpretaciones de algunos Padres en ese sentido, se ve que otros pasajes del Evangelio lo hacen inadmisible. Cuando Jesús quiere precisar que ha llegado su hora, lo hace siempre de una manera afirmativa: «Ha llegado mi hora» (Jn 17, 1, etc.).
En realidad, ninguna solución puede darse a este texto al nivel en el que, con demasiada frecuencia, se plantea su problema. No se trata aquí de una anécdota en la que haya que estudiar con lupa los menores detalles y sopesar la lógica. El evangelio de Juan es una tesis y una catequesis. Tiene por trama la progresiva manifestación de la gloria de Jesús; no pretende contar ante todo un episodio según la lógica humana y materialmente realista de los hechos. Estos sirven de punto de partida y, más allá de las circunstancias históricas, comportan una particular significación religiosa que se manifestará cada vez más claramente en el curso de la vida de Jesús y de los relatos seleccionados por Juan.
Cristo reprende dulcemente a su madre y no hay por qué endulzar ese reproche; tampoco debe chocarnos el término «mujer» enmarcado en los usos del país. ¿Es que Jesús está en contradicción consigo mismo cuando rehúsa acceder al deseo de su madre y a continuación obra el milagro? Si se quiere dejar a un lado el género episódico y entrar en el espíritu que caracteriza al evangelio de Juan, la contradicción no aparece. Jesús rehúsa el mostrarse en su glorificación definitiva. Su hora no ha llegado aún; llegará en el momento de su muerte, de su resurrección y de su ascensión. Pero aunque rehúsa esta plena manifestación de su glorificación, da desde ahora un signo anticipatorio de ella, lo cual permite escribir al evangelista: «Y manifestó su gloria». El milagro de Caná es, por lo tanto, una manifestación anticipadora, un primer estadio de la glorificación de Jesús, primer estadio que está íntimamente ligado, en cuanto que es su signo, a la glorificación definitiva de Cristo y a su plena manifestación al mundo al final de los tiempos.
Ahora bien, el signo del triunfo de Cristo mediante su muerte y su resurrección es la Eucaristía, prefigurada y significada por el cambio del agua en vino. Y la Eucaristía es al mismo tiempo anuncio de la muerte del Señor, de su muerte triunfante, hasta que él vuelva, y figura, a la vez, del banquete mesiánico.
-Signos que se incluyen
En realidad. como vemos, nos encontramos ante unos signos que se anuncian y encadenan uno con otro. Las bodas de Caná están al comienzo de esta cadena. Para Jesús, cambiar el agua en vino es prefigurar la última Cena. Ahora bien, ésta es en sí misma el signo de la muerte y del triunfo de Cristo. Y es al mismo tiempo el signo de las bodas eternas a la vuelta del Señor. La celebración eucarística anticipa la vuelta de Cristo prefigurando el banquete eterno que comenzará entonces.
Tal vez, si se quieren admitir estas prefiguraciones que se encadenan y se inscriben tan perfectamente en el género de san Juan, debamos profundizar el sentido de la intervención de la Virgen. Jesús la llama «mujer», lo mismo que lo hará desde lo alto de la cruz (Jn 19, 26), en el momento en que María aparece como la nueva Eva, madre de los vivientes (Gn 3, 15-20). Representa entonces a la Iglesia, nos representa a todos. En María que interviene ante Jesús para obtener un signo anticipador, ¿es exagerado ver a la Iglesia que, al celebrar la eucaristía, anticipa la vuelta de Cristo y la manifestación plena de su gloria? María anticipa esta manifestación al reclamar un signo, como la Iglesia lo hace anunciando la muerte y la glorificación del Señor.
Tal es la densidad teológica de las bodas de Caná. Se celebran «tres días después», como la resurrección. El agua es cambiada en vino; la humanidad pecadora, mediante el bautismo, pasa de la Ley de Moisés a la Ley del Espíritu. Al mismo tiempo, el agua cambiada en vino anuncia el cáliz, es decir, la hora de Jesús, su Pasión; prefigura el banquete de la Cena que se repetirá y que actualizará a través del espacio y del tiempo la muerte y la resurrección de Cristo. Y al mismo tiempo también, este festín de bodas, lo mismo que el banquete de la Cena, prefiguran y concluyen en la cena escatológica, en el banquete de Cristo victorioso, en el festín del Cordero, festín nupcial en la unidad reencontrada con Dios y entre los hombres, en un mundo restaurado.
-La clave de los símbolos
Una riqueza semejante no podía escapar a los Padres y el episodio de Caná es estudiado y comentado por ellos en todas sus dimensiones.
Citaremos, en primer lugar, una de las más raras pero más significativas reflexiones, la de Tertuliano en su tratado sobre el bautismo. En lugar de detenerse en el milagro del agua convertida en vino, Tertuliano se detiene más en la presencia del agua y en el simbolismo bautismal que a sus ojos representa.
«Para reforzar el sentido del bautismo, ¿qué privilegio no ha tenido el agua ante Dios y su Cristo? ¡Cristo jamás aparece sin el agua! El mismo es bautizado en el agua; invitado a la boda, el agua es la que inaugura los comienzos de su poder… Los testimonios en favor del bautismo se encuentran hasta en la Pasión» (Tertuliano, Tratado del bautismo, 9, SC 35, 7; CCL 1, 283).
Para Tertuliano, Caná es, pues, una figura del bautismo. Esto merecía ser subrayado sobre todo si recordamos que la liturgia romana celebra, el mismo día que la Epifanía, el bautismo de Jesús y las bodas de Caná. En el formulario de bendición del agua bautismal, la Iglesia romana, como la de Milán y como la de Siria, relaciona el bautismo de Jesús con las bodas de Caná.
Pero los Padres no han dejado de advertir la enseñanza fundamental de este relato joánico. San Cirilo de Alejandría ha puesto de relieve la frase «tres días después»: «El festín de la boda tiene lugar tres días después, es decir, en los últimos tiempos del presente siglo, porque el número tres significa el principio, el medio y el fin…». Después, recuerda a Oseas 6, 2-3 y su profecía de la resurrección al tercer día. Aquí Cirilo expresa con vigor cómo Caná es el signo de la resurrección triunfante de Cristo pero también de nuestra transformación en él:
» … El mismo vendó al tercer día las llagas de aquel que se veía afectado de corrupción y de muerte… Al tercer día, es decir, no en los tiempos primeros ni en los intermedios, sino en los últimos tiempos, cuando, habiéndose hecho hombre por nosotros, ha devuelto la naturaleza a la salud, resucitándola de entre los muertos, completa en sí mismo» (San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre san Juan, 2, PG 73, 228).
El aspecto eucarístico y nupcial es el más desarrollado por los Padres. Para ellos, las bodas de Caná prefiguran las bodas de Cristo y de la Iglesia. Las naciones son invitadas a este banquete, ya que el vino ha sustituido al agua de las purificaciones judías: ¿… A los judíos les faltaba la gracia espiritual, les faltó el vino. En efecto, la viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel, pero para demostrar que el pueblo de los paganos la sucedía, Cristo cambió el agua en vino; demostró que a las bodas de Cristo y de la Iglesia es el pueblo de los paganos el que acudiría, al faltar los judíos». Así piensa san Cipriano (San Cipriano, Carta 63, 12 CSEL 3 2, 711).
También san Cirilo de Jerusalén en sus catequesis ve el relato de Caná como un tipo de la Eucaristía y de las bodas de Cristo y de la Iglesia: «En Caná de Galilea, Cristo cambió el agua en vino que es semejante a la sangre ¿y podríamos encontrar poco digno de fe que haya cambiado el vino en su sangre? Invitado a las bodas corporales, realizó este milagro, ¿y no confesaremos más aún, que dio a los hijos de la cámara nupcial el goce de su cuerpo y de su sangre? (San Cirilo de Jerusalén, Cuarta catequesis mistagógica, PG 33, 1098; SC 126, 136).
Comentario: La boda de caná.
El Año Litúrgico: Celebrar a Jesucristo. Tomo 5 (Tiempo Ordinario XXII-XXXIV), Sal Terra, Santander, 1982, pp. 102-104.
El episodio de Caná lo celebra ya la Iglesia en la fiesta de la Epifanía. Aquí se repite el relato desde un punto de vista particular. Se trata siempre de una manifestación de Jesús -es el primer milagro que hizo- e indiscutiblemente se trata siempre de un «tipo» anunciador de la Eucaristía. Sin embargo, como veremos, la primera lectura nos pide que escuchemos la proclamación del evangelio de hoy con una mayor apertura. Lo mismo en la lectura evangélica que en la primera lectura (Is 63, 1-5), se trata de una boda. Pero sería restringir el alcance de este evangelio no atribuirle más que una bendición del matrimonio humano.
Como ocurre en la multiplicación de los panes, se trata más bien del anuncio del Banquete mesiánico, que por otra parte es comparado con un banquete de boda; banquete mesiánico que supone un mundo nuevo, un vino nuevo, un amor nuevo en la reconstrucción de un pueblo de Dios, unido en la alegría del Reino.
Prescindamos de la escena misma, no obstante sus evidentes calidades literarias y ciertas dificultades textuales, como la actitud de Cristo con respecto a su Madre: «Mujer, déjame». Lo importante aquí para nosotros es el motivo del signo: «manifestó su gloria», lo que nos remite a la línea del Prólogo: «Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria».
A este propósito, es lástima que el canto del Aleluya que introduce el evangelio no haya recogido íntegra la frase de san Juan, y que haya omitido precisamente algo tan importante como lo que le precede: «Y hemos contemplado su gloria». Pero volvamos al tema del Banquete mesiánico. Si este banquete se representa en los Sinópticos por una comida de boda, el Apocalipsis habla por su parte de las «bodas del Cordero». Señalemos también que el milagro de Caná se verifica «tres días después», al tercer día, y al tercer día es cuando Cristo manifiesta su gloria, en su resurrección. Así, pues, esta comida de boda es la del triunfo de Cristo que vino a nosotros mostrándonos su gloria, una gloria que adquirió derramando su sangre que se hace siempre presente en la Eucaristía, esa gloria suya de la que él nos hace partícipes en el festín nupcial del Banquete mesiánico del último día; día último que es recapitulación y reunión de todo en el amor.
-El desposorio de Jerusalén (Is 62, 1-5)
Este bellísimo poema expresa el tema de una nueva creación: Jerusalén será renovada. Se celebra todo en términos de «gloria»: «verán los reyes tu gloria»; «serás corona fúlgida»; es el anuncio de los tiempos mesiánicos, el tiempo de la Alianza conseguida, celebrada con desposorios. El poeta utiliza aquí con toda naturalidad las imágenes nupciales. El Señor que edificó Jerusalén se desposará con ella. Pensamos inmediatamente en el Apocalipsis de Juan: «Vi la Ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo» (Ap 21, 2). Más adelante leemos: «…el primer mundo ha pasado» (Ap 21, 4). Ya no es el tiempo del agua, sino el del vino; ya no es el tiempo de la división, sino el de la Alianza; ya no es el tiempo de la esposa abandonada, sino el de la «preferida» a la que el Arquitecto, su esposo, reconstruye.
¿Parecerá quizás este domingo bastante místico, distante de nosotros y de nuestras preocupaciones? Yo, por mi parte, no lo creo así: este domingo se sitúa en ]a entraña misma de nuestros problemas. Pues al final, y sobre todo hoy, esperamos una renovación: un vino nuevo, un mundo nuevo. un amor renovado, una reconstrucción de nuestro tiempo. Todo esto esperamos, y tenemos razones para esperarlo, pero a menudo lo esperamos mal y confundiendo los distintos planos. La novedad es ante todo nuestra renovación interior, el hombre nuevo, el del bautismo en el agua y en el Espíritu: «nosotros que éramos agua, nos hemos convertido en vino» y somos dignos del banquete de boda: ahora la esposa puede recuperar a su esposo, ya no es la abandonada, sino que la Alianza es eterna en la sangre del Cordero cuyas bodas se celebran. Se nos invita a meditar esta renovación, la de nosotros mismos, la de cuanto nos rodea, la de nuestras instituciones; pero toda esta renovación ha de realizarse ante todo con miras a las bodas definitivas, en el último día.
Noel Quesson
Comentario: Comienzo de los signos.
Palabra de Dios para cada día, Tomo 1, Adviento-Pentecostés. Barcelona, 1984, pp. 84s.
-Hubo una boda en Caná de Galilea… -en ella Jesús cambió el agua en vino-… Este fue el primer milagro que hizo Jesús… Es «el comienzo de los signos»…
Habrá otros, pero comienza por éste: en una boda, celebración de un amor -de una «alianza»-… un signo de vino…
Todo signo ha de ser interpretado. Sugiere alguna otra cosa. En un signo hay algo más importante que su materialidad: su significación simbólica. En el ramillete ofrecido a la persona amada, hay mucho mas que unas flores. Jesús nos da unos signos. El primero es éste.
-Manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él Por primera vez, dice Juan, sus discípulos «creen» en Jesús.
Este día, al primer signo, debió seguir una fe «inicial», muy pobre, muy poco explícita, no obstante es ya una fe como dice San Juan. Ayúdanos, Señor a discernir la fe inicial, inacabada, imperfecta, de tantos hermanos nuestros, a nuestro alrededor. ¿Cuál es su fe? La que se manifestará esplendorosa en Pascua: «Vio y creyó (Juan, 20, 8-28). Cuando leerán ese recuerdo del «amigo que daba vino» a la luz de los acontecimientos pascuales -esa última cena en la que «el amigo da su sangre»- lo comprenderán entonces en toda su profundidad: «Manifestó su gloria». Pero esto es ya la Pascua que comienza.
-Estaba allí la madre de Jesús… La madre de Jesús dijo a éste:
«No tienen vino». Dijo la madre a los sirvientes: Haced lo que El os diga» Las correspondencias entre Caná y la Pascua son numerosas. La madre, María, está presente: y ya no volveremos a encontrarla, en este evangelio de San Juan, sino al pie de la cruz. Es al «tercer día» (Juan, 2, 1) cuando sucede este signo. Y es ya la «hora» anticipada de Jesús, de la que se sabe, por san Juan, que esta hora por excelencia, es la Pascua: «Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo que su hora había llegado…» (Juan, 13, 1). Y esta Pascua será celebrada durante otra comida, en la que el vino tendrá también que representar un papel simbólico.
Puedo rezar a María, sin temor a equivocarme: Jesús le ha asignado un papel eminente entre los «signos» que quiere darnos. Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres…
-Había allí seis tinajas de piedra para las purificaciones de los judíos. Este detalle no se debe al azar. El hecho de que esas tinajas hayan tenido un uso ritual en la religión judía, nos orienta hacia un simbolismo religioso: Jesús viene para acabar y cambiar la religión judía en otra mejor… como el vino que es aquí preferible al agua.
-Luego que el maestresala probó el agua convertida en vino… Interpeló al esposo y le dijo: «Todos sirven primero el vino bueno… Pero tú has guardado hasta ahora el vino mejor.» ¡Cuan significativo es este error: El maestresala confunde al esposo con Jesús! Y San Juan, en pocas líneas (Juan, 3, 29), dirá explícitamente que Jesús es el verdadero esposo.
Ya está. He ahí la clave que da la «significación» del signo: es el vino de la nueva Alianza nupcial que Dios viene a sellar con los hombres. Estas palabras por todos conocidas, y que se repiten en todas las misas, (Mateo, 26, 28; Marcos, 14, 24; Lucas, 22, 20; 1ª Corint., 11, 25), paradoxalmente, ¡es Juan el único que no las pronuncia en su narración de la Pascua! Pero, a su manera había ya sugerido este mismo misterio de amor en su narración de Caná.
Manuel de Tuya
Comentario exegético: Primer milagro de Cristo en las bodas de Caná.
Evangelio de San Juan, en Profesores de Salamanca, Biblia Comentada, BAC, Madrid, 1977, Tomo Vb.
El milagro de Cristo en las bodas de Caná cierra el ciclo de siete días en que Juan sitúa el comienzo de la obra recreadora de Cristo (Jn 1:3.17), en paralelismo con la obra creadora de los siete días, relatada en el Génesis, y que también fue hecha por el Verbo (Jn 1:1-5).
1 Al tercer día hubo una boda en Caná de Galilea, y estaba allí la Madre de Jesús. 2 Fue invitado también Jesús con sus discípulos a la boda. 3 No tenían vino, porque el vino de la boda se había acabado. La madre de Jesús le dijo: No tienen vino. 4 Díjole Jesús: Mujer, ¿qué nos va a ti y a mí? No es aún llegada mi hora. 5 Dijo la madre a los servidores: Haced lo que El os diga. 6 Había allí seis tinajas de piedra para las purificaciones de los judíos, en cada una de las cuales cabían dos o tres metretas. 7 Díjoles Jesús: Llenad las tinajas de agua. Las llenaron hasta el borde, 8 y El les dijo: Sacad ahora y llevadlo al maestre sala. Se lo llevaron, 9 y luego que el maestresala probó el agua convertida en vino — él no sabía de dónde venía, pero lo sabían los servidores, que habían sacado el agua — , llamó al novio 10 y le dijo: Todos sirven primero el vino bueno, y cuando están ya bebidos, el peor; pero tú has guardado hasta ahora el vino mejor. 11 Este fue el primer milagro que hizo Jesús, en Cana de Galilea, manifestó su gloria y creyeron en El sus discípulos.
“Al tercer día” se celebraban unas bodas en Cana de Galilea. El término de referencia de este “tercer día” parece lo más natural referirlo a la última indicación cronológica que hace el evangelista (v.43): el encuentro de Cristo con Felipe y su “vocación” al apostolado, máxime dentro del explícito esquema cronológico-literario que viene haciendo en los v.29.35.
Sin embargo, como ya antes se indicó, la “vocación” de Felipe acaso no sea el mismo día que la “vocación” de Natanael (Jn 1:45), aunque una primera lectura del texto parezca suponerlo. En este caso, el “tercer día” se referiría al último hecho narrado, la “vocación de Natanael,” sea en su conquista por Felipe (Jn 1:45), sea en su venida y trato directo con Cristo (Jn 1:47-50). De hecho, en el esquema literario del evangelista, en que va narrando las escenas vinculadas a una cronología explícita, este “tercer día” se refiere literariamente a la última indicación cronológica (Jn 11:4).
Ni hay inconveniente en que el punto de referencia cronológica fuese este último, ya que tres días son suficientes para ir desde la parte baja del Jordán hasta Cana y Nazaret. Desde Jericó a Beisán, entonces Escitópolis, se puede ir holgadamente en dos días. Y de aquí en uno a Cana y Nazaret. Si Cristo partió de Betania, en Transjordania, y siguió aproximadamente la ruta dicha, habría debido recorrer unos 110 kilómetros en tres días. Lo que supone unos 37 kilómetros diarios.
El emplazamiento de Cana en Galilea, para distinguirla de otra Cana en la tribu de Aser (Jos 19:28), debe de ser la actual Kefr Kenna, que está a unos siete kilómetros al nordeste de Nazaret, en la ruta de Tiberíades-Cafarnaúm. Ya desde el siglo IV hubo aquí una iglesia cristiana y una fuente abundante, de la que hablan los antiguos peregrinos. Y San Jerónimo da de ella una serie de datos que excluyen el otro emplazamiento propuesto, Khirbet Qana, que se encuentra a 14 kilómetros al norte de Nazaret, y sin tradición cristiana que la señale. Los viñedos de Kefr Kenna dan excelente vino.
Relaciones sociales, de parentesco o amistad, que no se prensan, hacían que María estuviese presente en la boda. María vino, por su parte, probablemente desde Nazaret. La distancia de siete kilómetros que la separaba de Cana pudo hacerla muy bien el mismo día.
La forma “estaba allí la madre de Jesús” supone que María estaba ya en Cana cuando llegó su Hijo. Y la ausencia nominal de José, citado poco antes como padre legal de Jesús (Jn 1:45), hace suponer que a estas horas ya había muerto.
(…)
Las bodas en Oriente comienzan al oscurecer, con la conducción de la novia a casa del esposo, acompañada de un cortejo de jóvenes, familiares e invitados, a los que fácilmente se viene a sumar, en los villorrios, todo el pueblo, y prolongándose las fiestas varios días (Gen 29:27; Jue 14:10.12.17; Tob 9:12:Tob_8:20 en los LXX; Tob_10:1).
En las bodas de los pueblos, los menesteres de la cocina y del banquete son atendidos por las hermanas y mujeres familiares o amigas. Es lo que aparece aquí en el caso de María. A ellas incumbe atender a todo esto.
El vino es tan esencial en un banquete de bodas en Oriente, que dice el Talmud: “Donde no hay vino, no hay alegría.”
Según la Mishna, la duración de las bodas era de siete días si la desposada era virgen, y tres si era viuda. Durando las bodas varios días, los invitados se renuevan. Los escritos rabínicos suponen la posibilidad de la llegada de huéspedes inesperados.
Es en este marco en el que se va a desenvolver la escena del milagro de Cristo.
La boda debe de llevar ya algunos días de fiesta y banquete. Nuevos comensales han ido llegando en afluencia grande, tanto que las provisiones calculadas del vino van a faltar. Cristo, acompañado de sus discípulos, llega a Cana y es invitado con ellos a la fiesta. Estando El presente, el vino llegó a faltar. Sin esto faltaba a la fiesta algo esencial, y el desdoro iba a caer sobre aquella familia, que el Señor bendecía con su presencia. (Una doble lectura crítica del texto en nada cambia el sentido fundamental. Probablemente se debe de estar al fin de las fiestas de boda, cuando algún aumento imprevisto hizo crítica la situación.) Y éste es el momento de la intervención de María.
Sería muy probable, y es lo que parece sugerir el texto, que María, invitada como amiga de la familia, prestase, conforme a los usos orientales, ayuda en los menesteres de la cocina. Por eso pudo estar informada a tiempo de la situación crítica y antes de que trascendiese a los invitados. Ni el mismo maestresala lo sabía (v.9.10). Y discretamente se lo comunica a su Hijo, diciéndole simplemente: “No tienen vino.”
De suyo, esta frase era una simple advertencia informativa. Pero no está en el espíritu de María ni del relato la sola comunicación informativa. “Todo pasa en una atmósfera de sentimientos delicados; es penetrar en el espíritu del texto comprenderlo así”. Todo el contexto hace ver que María espera una intervención especial, sobrenatural, de Jesús. Por eso, la “comunicación” que les hace a los servidores es “mitad orden, mitad consejo”, y esto supone un conocimiento muy excepcional en María de su Hijo. Esta escena descorre un velo sobre el misterio de la vida oculta de Nazaret y sobre la “ciencia” de María sobre el misterio de Cristo.
La respuesta de Cristo a su Madre presenta una clásica dificultad exegética. Por eso, para no interrumpir el desarrollo del pasaje, se la estudia al final de la exposición del mismo, e igualmente el sentido que parece más probable de esta intervención de María.
Esta, segura de la intervención de su Hijo, se acerca a los servidores para decirles que hagan lo que El les diga. Esta iniciativa y como orden de María a los servidores se explica aún más fácilmente suponiendo la especial familiaridad de ella con los miembros de aquel hogar.
Aquel hogar debía de ser, aun dentro de un pequeño villorrio, de una cierta posición económica, ya que había en él “seis hidrias de piedra” para las purificaciones rituales de los judíos.
Las “hidrias” de que se servían ordinariamente los judíos palestinos eran de barro cocido; pero las escuelas rabínicas estaban de acuerdo en que las ánforas o jarras de piedra no contraían impureza, por lo que las recomendaban especialmente para contener el agua de estas abluciones. Se han encontrado varias de ellas en piedra.
Las hidrias que estaban en esta casa, además de ser de “piedra,” eran de una capacidad grande, ya que en “cada una cabían dos o tres metretas.”
La µet??t?? , ? “medida” de que se habla aquí, es la medida ática de los líquidos, y equivaldría al bath hebreo. Y éste venía a equivaler a algo más de 39 litros. Por lo que a cada una de estas hidrias le correspondía una capacidad entre 80 y 120 litros. La hidria de piedra que está en el atrio de la iglesia Eudoxia (San Esteban) de Jerusalén tiene una capacidad aproximada de 180 litros. Si se supone que tres de ellas tuviesen una capacidad de dos “metretas,” y las otras, tres, la capacidad total de ellas vendría a ser de unos 600 litros. Cantidad verdaderamente excepcional. Se trataba, pues, de una fiesta de gran volumen; lo que hace pensar en una familia destacada y pudiente.
El milagro se realiza sin aparatosidad. El evangelista mismo lo relata sin comentarios ni adornos. Jesús, en un momento determinado, se dirige a los “servidores” (v.7 y 5), diciéndoles que “llenasen” de agua aquellas ánforas. Y las llenaron “hasta el borde.” El evangelista resaltará bien este detalle de valor apologético. Con ello se iba a probar, a un tiempo, que no había mixtificaciones en el vino, y con ello que no se devaluase el milagro, sino que éste quedase bien constatado, y, además, que se demostrase la generosidad de Cristo en la producción de aquel milagro. A Jn también le gusta destacar el concepto de “plenitud.”
El milagro se realizó súbitamente, una vez colmadas de agua las ánforas. Pues, al punto, en el contexto y en el espíritu del relato está, Cristo les mandó “sacar ahora” el contenido de las ánforas y que lo llevasen al “arquitriclinos.”
Este no era lo que se llamaba en los banquetes griegos symposiarja, o en los romanos rex, imperator convivü o arbiter bibendi, y que era elegido por los convidados al banquete (Eco 39:12) o designado por suerte. Su papel está bien descrito por Plutarco. Este “arquitriclinos” era un familiar o un siervo que estaba encargado de atender a la buena marcha del banquete. Era más o menos un equivalente a nuestro “maitre.”
Los servidores obedecen la orden cíe Cristo y llevan al maestresala “el agua convertida en vino.” Fácilmente se supone la sorpresa de los servidores. Nada le dicen del milagro. Expresamente lo dice el evangelista. Aguardan su sorpresa, o los contiene el temor reverencial del milagro, incluido en esto el que habían obrado al margen del maestresala.
La sorpresa del maestresala se acusa, destacándose incluso literariamente. Está ignorante del milagro, pero se sorprende, más que ante la solución inesperada, ya que (…) estaba (…) ignorante de la falta de vino, ante la calidad del mismo. Tanto que llamó al novio, sin duda por ser el dueño del hogar, y se lo advierte en tono de reflexión un poco amarga, ya que él, responsable de la buena marcha del banquete, estaba ignorante de aquella provisión. Todo ello se acusa en la reflexión que además le hace. El vino bueno se sirve al principio, cuando se puede gustar y apreciar su buena calidad, y cuando ya las gentes están “embriagadas” se les ofrece el de peor calidad. Si el beber después de los banquetes se introdujo como costumbre en Palestina por influjo griego, no quiere decir la frase que se esperase la hora de una verdadera embriaguez para servir los vinos de peor calidad, sino que quiere aludir con ello a esa hora en que, ya saciados, no se presta especial atención a un refinamiento más. En todo caso, aquí se había hecho al revés. Y “nunca los orientales son tan quisquillosos como cuando desempeñan ciertos cargos honoríficos,” ha notado con gran exactitud un buen conocedor de las costumbres orientales (William).
De esta manera tan maravillosamente sencilla cuenta el evangelista este milagro de Cristo. Y añadirá: “tal fue el comienzo de los milagros” que hizo Jesús “en Cana de Galilea.” Por el texto sólo no es fácil precisar si este milagro de Cristo fue el primero que hizo en Cana de Galilea o fue absolutamente el primero de su vida pública. Pero, en la perspectiva del evangelista, la penetración del corazón de Natanael y la promesa de que verían nuevas maravillas y la “vocación” de los discípulos que con El ahora estaban, sin duda son considerados como milagros por lo que se refiere al primero de los hechos en Cana. O acaso, aún mejor, sea el primero de los milagros oficiales que El realiza en su presentación pública de Mesías.
Sin embargo, este milagro tenía un carácter apologético, de credibilidad en El: era un “signo” que hablaba de la grandeza de Cristo, del testimonio que el Padre le hacía de su divinidad y de su misión (Jn 10:38; Jua 14:10; Jn 20:30), y que manifestaba “su gloria” (d??a ); aquella gloria que le convenía “como a Unigénito del Padre” y que “nosotros” hemos visto” (Jn 1:14; Jua 3:35; Jn 5:22.; Jn 17:1.), y que era la evocación sobre Cristo de la “gloria” de Yahvé en el A.T. En el A.T., y lo mismo en el Nuevo, se asocian las ideas de “gloria” y “poder” de tal manera que la “gloria” se manifiesta precisamente en el “poder.” Y ante esta manifestación del poder sobrenatural que Cristo tenía, sus discípulos “creyeron en El.” Ya creían antes, pues el Bautista se lo señaló como Mesías, y ellos le reconocieron, como Juan relató en el capítulo anterior, y como a tal le siguieron. Pero ahora creyeron más plenamente en El. El milagro encuadraba a Cristo en un halo sobrenatural.
Otro aspecto apologético de este milagro se refiere a la santificación del matrimonio. Los Padres lo han destacado y comentado frecuentemente. Así, v.gr., San Juan Crisóstomo. La presencia de Cristo y María en unas bodas, santificándolas con su presencia y rubricándolas con un milagro a favor de sus regocijos, son la prueba palpable de la santidad de la institución matrimonial, la condena de toda tentativa herética sobre la misma y como la “sombra” y preparación de su elevación al orden sacramental (Efe 5:32).
* * *
(….)
La Conclusión que parece más probable en función de los datos analizados
1. La “hora” que alega Cristo, diciendo que “aún no llegó,” no puede ser escuetamente, tal como suena, ni la “hora” de la pasión ni la de su “glorificación” en su Epifanía mesiánica. Lo primero podría, en cierto caso, ser una solución. Alegaría Cristo el no haber llegado esa hora, en la que, en el plan del Padre, no podría hacer milagros; por lo que podría hacerlos antes de esa hora. Pero no es, a lo que parece, la “hora” a la que alude el texto (v.11). Y si es, por el contrario, la hora de su Epifanía mesiánica, entonces, si no llegó esa “hora,” ¿cómo a continuación hace el milagro, lo que vale tanto como decir que llegó sin haber llegado?
Ni valdría alegar el que se adelantó esa hora por intercesión de María. Pues esa “hora” tan trascendental y fijada, eternamente, como comienzo del plan redentor, por el Padre, no parece creíble que pueda ser alterada por la intercesión de María, cuya mediación se ve. Habría que suponer ese plan redentor condicionado en sus “horas” trascendentales. Lo que no es creíble.
Por eso, sólo parece justificar esa “hora” a la que alude Cristo para intervenir el que precisamente esa hora haya llegado. Y esto críticamente se logra con suponer, lo que es posible, que la frase de Cristo es una frase interrogativa: “¿Es que no llegó (para intervenir) mi hora?”
2. Con la frase, también interrogativa, aunque aquí por su misma estructura gramatical, “¿qué a mí y a ti?” ¿qué es lo que niega Cristo a María? No puede ser:
a. El que no le importe ni tenga que ver nada con el asunto. Lo cual no es verdad, ni teológica, ni filológicamente, ni por el contexto, pues actúa.
b. El no intervenir, pues interviene; no el no hacer un milagro, pues lo hace.
Alegar que en el texto se omite parte de la conversación y el diálogo entre Cristo y María, en el cual ésta convencería a Cristo de que hiciese el milagro, no sólo es gratuito, sino que también va contra esa “hora” inmutable del plan de Dios antes aludido.
Ha de ser una negativa exigida por la estructura misma de la frase, pero que afirme. ¿Cabe esto en la valoración de esta frase? Seguramente. Esta es una frase elíptica que admite diversidad de matices, conforme al uso, tono o inflexiones de voz, gestos que la acompañan, etc., sin poder darse por cierto el que no tenga otros posibles significados no registrados en los documentos extrabíblicos o bíblicos. De ahí que el matiz que propiamente le corresponda haya que captarlo en el contexto.
Y como aquí Cristo alega el que llegó su “hora” — afirmación que resulta de su forma interrogativo-negativa — , pues hace el milagro, se sigue que no va a negarlo en la primera frase, de la cual la segunda es alegato para justificar la primera. Por tanto, ésta negando ha de afirmar. Tal es la interpretación que varios autores alegan. Expresada en forma interrogativa, ha de querer, fundamentalmente, decir que no hay para intervenir en este asunto ni oposición, discrepancia o negativa entre Cristo y María, para que El no acceda al ruego de su Madre (1Re 17:18), puesto que ya no hay el inconveniente de no haber llegado su “hora.” Precisamente el pasaje alegado de 1 Reyes (1Re 17:18) es una interrogación que supone la negación de una enemistad o desunión entre Elias y la mujer de Sarepta. Niega la desunión para así afirmar un estado de unión.
Lo mismo se ve en 2 Samuel (1Re 19:23), en el que la interrogación de David a los hijos de Sarvia, sus fieles acompañantes, supone negación de discrepancia o desunión con él; lo que es venir, hipotéticamente, a afirmar su unión con él.
Parafraseando estas expresiones, podría decirse:
“No tienen vino; intervén sobrenaturalmente.
Sí, lo haré; ¿qué discrepancia u oposición puede haber entre tú y yo?
Precisamente para hacerlo, ¿no llegó ya mi hora? Puedo y debo comenzar ya la manifestación gloriosa de mi vida de Mesías. Sólo que, en este caso, accedo complacido a tu petición, porque con todo ello se cumple el plan del Padre al poner tú la condición para la manifestación de mi “gloria.”
Es así como, dentro de las posibilidades científicas, parece esta solución satisfacer tanto a los elementos exegéticos como a la teología.
Valor simbólico de este milagro
Los autores ven, generalmente, además del sentido real e histórico de este milagro de Cristo, un valor simbólico en él. El conjunto de toda la escena y la excesiva insistencia, a veces casi se diría innecesaria de la palabra “vino” en el relato, y muy especialmente la excelencia de este vino que Cristo dio, lo mismo que el decirse que el buen vino se sirve al principio, pero que aquí fue al revés — el Evangelio después de la Ley — , con la generosa abundancia del mismo, y todo ello encuadrado en el “simbolismo” del evangelio de Jn, hace seriamente pensar en la existencia de un valor también “simbólico” en este relato. Sólo se dividen al interpretar el sentido preciso del valor simbólico de este milagro. Las interpretaciones generalmente propuestas son las siguientes:
a. Simbolismo sacramental. — En la antigüedad la propuso ya San Ireneo. En época reciente, Lagrange y O. Cullmann. Cullmann cree que el “simbolismo” de este milagro se refiere a la sangre eucarística. Lagrange escribe: “Este milagro, como la multiplicación de los panes, es probablemente también una orientación hacia la Eucaristía.”
En la perspectiva del evangelio de Jn, en el que la Eucaristía tiene un lugar tan destacado, y de la cual el previo milagro de la multiplicación de los panes es, a la par que una realidad histórica, un “símbolo” de la misma, permitiría orientar el “simbolismo” de este milagro hacia un enfoque sacramental. Por lo menos, alusivo al mismo.
En todo caso, parece tener también un valor apologético de posibilidad eucarística, al modo que lo tienen la multiplicación de los panes y la anterior deambulación de Cristo sobre el mar sin sumergirse.
b. Simbolismo pneumático. — Braun quiere ver en este “simbolismo” el “régimen del Espíritu,” que no sería donado hasta después de la muerte y glorificación de Cristo. La sustitución del antiguo régimen por el nuevo es el tema de casi toda la sección posterior del evangelio de Jn: el nuevo nacimiento (1Re 3:3-8), la desaparición del Bautista (A.T.) ante uno más grande que él (1Re 3:22-30), la sustitución del agua viva a la del pozo de Jacob (1Re 4:7-15), la instauración de un culto nuevo en el Espíritu (1Re 4:21), lo mismo que el nuevo culto referido al templo de su cuerpo. Al oponerse así los dos regímenes, Jn querría destacar la insuficiencia profunda del A.T.; la Ley estaba desprovista del vino necesario para las bodas mesiánicas. Si Cristo aquí “convierte” el agua en vino, no es para instituir una economía totalmente nueva, sino para “perfeccionar la Ley”. Es, por tanto, la contraposición de dos lineas de accion, destacándose el Espíritu que anima a la Ley nueva.
c. Simbolismo doctrinal. — Otra interpretación es ver en el vino milagrosamente dado un “símbolo” de la nueva, sobrenatural y generosa doctrina que Cristo trae.
Orígenes ve en el vino un símbolo de la Escritura; viniendo a faltar éste — faltando la Ley y los Profetas — , Cristo da el vino nuevo de su doctrina.
Fundamentalmente defendieron, con matices diversos, esta posición: San Cirilo de Alejandría, San Efrén, Gaudencio de Brescia, Severo de Antioquía. Modernamente, en parte al menos, defienden esta interpretación: Dodal, R. H. Lightfoot y Boismard.
Los elementos que llevan a esto, admitido el hecho del “simbolismo” yoánico en esta escena, son los siguientes:
1. El vino aparece en el A.T. como uno de los recursos más frecuentes de las bendiciones de Dios, como premio a los cumplidores de la Ley (Deu 7:13; Deu 32:13.14; Sal 104:15), pero aún más es una de las pinturas características para realzar las bendiciones mesiánicas (Amo 9:14; Ose 2:11; Ose 14:18; Jer 31:12; Isa 62:8, etc.). Sobre todo, dos son, por excelencia, las bendiciones mesiánicas expresadas por esta imagen. Una es la bendición mesiánica de Isaac: “Déte Dios el rocío del cielo. y abundancia de trigo y mosto” (Gen_27:28). Y bendiciendo Jacob a sus hijos, dice: “No faltará de Judá el cetro. hasta que venga aquel cuyo es. Y a él darán obediencia los pueblos.”
Atará a la vid su pollino,
a la vid generosa el hijo de la asna.
Lavará en vino sus vestidos,
y en la sangre de las uvas su ropa.
Brillan por el vino sus ojos (Gen 49:10-12).
Se está, pues, ante una imagen del más clásico abolengo bíblico-mesiánico.
2. La conversión del agua en vino se va a hacer dentro de unas jarras de piedra que estaban allí para las purificaciones de los judíos. Es imagen que va a hablar, a la luz del “símbolo,” de un cambio en algo que caracteriza bien al judaísmo decadente.
3. El vino — mesiánico — va a sustituir y superar al agua de las jarras judaicas — judaísmo — . Era tema muy extendido en el judaísmo después del destierro que el judaísmo estaba “estancado”: no había profetas; la palabra de Dios no se dejaba oír (Lam 2:9; Sal 74:9; 1Ma 4:46; 1Ma 14:41). La Ley había caído en un virtualismo formalista y materialista. De ahí el que en las palabras “No tienen vino” pudiera Jn “simbolizar” esta carencia de autenticidad religiosa y este estancamiento judío.
4. La extrañeza del maestresala de que el vino mejor se guardó para el fin, sería la alusión joannea al N.T. (cf. Luc 5:39).
5. Se va a sustituir con verdadera abundancia, pues tal es la capacidad de las jarras, “llenadas hasta arriba,” conforme a la pintura profética. Y, conforme a la misma, va a ser símbolo de la alegría (Sal 104:15; Jue 9:13; Eco 40:20) mesiánica: el vino que alegraba el convite.
6. La donación de este vino se va a hacer en un banquete. Y este dato orienta bíblicamente a dos elementos de importancia:
a. El banquete de la Sabiduría. — En los Proverbios, el autor pone a la Sabiduría invitando a los hombres a incorporarse a ella bajo la imagen de un banquete: “Venid y comed mi pan y bebed mi vino, que para vosotros he mezclado” (Pro 9:5.2; cf. Isa 55:1.2). Era conocido y clásico en Israel este tema del banquete — pan y vino — con el que la Sabiduría invitaba a que la “asimilasen” los hombres.
“La escena de la vocación de los primeros discípulos está dominada por el tema de la Sabiduría, que invita a los seres humanos a recibir su enseñanza y a meterse en su escuela. Jesús es la Sabiduría que recluta sus discípulos; la Sabiduría que es preciso buscar para encontrarla. Entonces ella conduce a sus discípulos hasta el banquete en donde ella les da el vino de la enseñanza y de la doctrina que conduce a la vida. Si Jn (Isa 1:35ss) supone como fondo textos como Proverbios, ¿qué más natural que interpretar Jua 2:1ss en función de Pro 9:1-57.”
Acaso no estén tan lejos las diversas interpretaciones propuestas sobre el valor “simbólico” yoanneo. Si el “simbolismo” lleva a Cristo Maestro, Cristo Sabiduría, ésta no se presenta de un modo exclusivamente teórico, sino en el sentido de Cristo Sabiduría, que es al mismo tiempo Cristo Nueva Economía, por lo que es el instaurador del nuevo Espíritu. Y así, en esta Sabiduría teórico-práctica se encuentra más pleno y más real el “simbolismo” yoanneo de este milagro de Cristo.
b. El desposorio de Yahvé con su pueblo. — Otro de los temas e imágenes tradicionales en Israel era el amor de Yahvé con su pueblo, expresado bajo la imagen de un desposorio. Si Jn ve en este “simbolismo” a Cristo Sabiduría, que cambia la accion vieja , simbolizada en las ”jarras para la purificación de los judíos,” purificando así sus mismas purificaciones, no será nada improbable que esté en la mente de Jn el intentar este simbolismo como un trasfondo del tema y la imagen tradicional de los “desposorios” de Yahvé con su pueblo. Es en una boda donde Cristo-Yahvé asiste, bendiciéndola con su presencia, al tiempo que se simboliza la nueva fase de su “desposorio” mesiánico con Israel. Sin que sea necesario para ello caer en un alegorismo preciso, que destruiría la misma enseñanza que se buscaba, v.gr., el novio no representa a Dios ni sus desposorios con Israel. Es más bien un elemento más, un clisé tradicional, que también puede proyectar su evocación en el conjunto de este “simbolismo” yoanneo.
Si este “simbolismo” es el preferente, y al que parece llevar el cursus del pensamiento del evangelista, acaso no esté tampoco al margen del pensamiento del autor un posible “simbolismo” secundario, pero complementario y orientador hacia la Eucaristía. Como lo está en la multiplicación de los panes del capítulo 6 de su evangelio (Jua_6:48-58) y la amplitud con que es tratada la Eucaristía como “Pan de la vida.”
Si éste es el simbolismo yoanneo fundamental, ¿qué parte tiene María, precisamente al sintetizarla complementariamente en su título extraño de llamarla “Mujer” (???a?)? Si con ella — y se vuelve a remitir al Comentario a Jn 19:26-27 — se pretende evocar “alusivamente” al Génesis — Eva, madre de todos los vivientes — y a la “Hija de Sión” — en el “alumbramiento” doloroso de un nuevo pueblo — , esto tiene aquí su razón de ser en este aspecto “simbolista” de Jn, por razón de la “superposición de planos”: sobre la escena histórica está superpuestamente evocada la. simbólica.
Si el “simbolismo” del agua convertida en vino es el cambio del viejo régimen — A.T. — , y el que lo causa es Cristo, a la hora de la boda todavía no está plenamente establecido: “no tienen (el) vino” mesiánico. Y es María — mediadora — la que, como Madre espiritual de los hombres, pide a Cristo el cambio de obra y que establezca el reino de Dios. Si Cristo tiene ansias de su muerte redentora y está constreñido hasta que llegue, Jn presenta a María para lo mismo con ansias de “alumbramiento” (“Hija de Sión”), para ser Madre espiritual de los vivientes (“nueva Eva”).
Es interesante destacar que Jn, con la palabra “Mujer” aplicada a María en el c.2 (Cana) y en el c.19 (Calvario) establece con ellas una “inclusión semita.” Pues extrañan en boca de Cristo (son de Jn); extraña esta coincidencia en boca de Cristo; extraña que nunca salga en los sinópticos; extraña el que esta palabra sea puesta estratégicamente en dos pasajes estratégicos de su evangelio; y extraña que esté puesto en estos lugares por su conexión “alusiva” a los pasajes citados, que parecen desarrollados con la teología de San Juan. María, pues, en el evangelio de Jn tiene un puesto de excepción y clave. El concepto de la maternidad espiritual de María es de gran importancia para Jn. Por eso, Cana — y con ella María — tienen un “carácter seminal” (Joüon) orientativo a — o hacia — la escena del Calvario.
En esta escena de las bodas de Cana se deja ver también el corazón misericordioso de María y el conocimiento que tenía de la grandeza de su Hijo.