Domingo I de Cuaresma (C) – Homilías
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San Juan Pablo II, papa
Homilía (01-03-1998)
Visita Pastoral a la Parroquia Romana de San Agapito.
Domingo 1 de marzo de 1998.
1. «Jesús (…) fue llevado por el Espíritu al desierto, y tentado allí por el diablo durante cuarenta días» (Lc 4, 1-2).
Antes de comenzar su actividad pública, Jesús, llevado por el Espíritu Santo, se retira al desierto durante cuarenta días. Allí, como leemos hoy en el evangelio, el diablo lo pone a prueba, presentándole tres tentaciones comunes en la vida de todo hombre: el atractivo de los bienes materiales, la seducción del poder humano y la presunción de someter a Dios a los propios intereses.
La lucha victoriosa de Jesús contra el tentador no termina con los días pasados en el desierto; continúa durante los años de su vida pública y culmina en los acontecimientos dramáticos de la Pascua. Precisamente con su muerte en la cruz, el Redentor triunfa definitivamente sobre el mal, liberando a la humanidad del pecado y reconciliándola con Dios. Parece que el evangelista san Lucas quiere anunciar, ya desde el comienzo, el cumplimiento de la salvación en el Gólgota. En efecto, concluye la narración de las tentaciones mencionando a Jerusalén, donde precisamente se sellará la victoria pascual de Jesús.
La escena de las tentaciones de Cristo en el desierto se renueva cada año al comienzo de la Cuaresma. La liturgia invita a los creyentes a entrar con Jesús en el desierto y a seguirlo en el típico itinerario penitencial de este tiempo cuaresmal, que ha comenzado el miércoles pasado con el austero rito de la ceniza.
2. «Si tus labios profesan que Jesús es el Señor, y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás» (Rm 10, 9). Las palabras del apóstol Pablo, que acabamos de escuchar, ilustran bien el estilo y las modalidades de nuestra peregrinación cuaresmal. ¿Qué es la penitencia sino un regreso humilde y sincero a las fuentes de la fe, rechazando prontamente la tentación y el pecado, e intensificando la intimidad con el Señor en la oración?
En efecto, sólo Cristo puede liberar al hombre de lo que lo hace esclavo del mal y del egoísmo: de la búsqueda ansiosa de los bienes materiales, de la sed de poder y dominio sobre los demás y sobre las cosas, de la ilusión del éxito fácil, y del frenesí del consumismo y el hedonismo que, en definitiva, perjudican al ser humano.
Queridos hermanos y hermanas, esto es lo que nos pide claramente el Señor para entrar en el clima auténtico de la Cuaresma. Quiere que en el desierto de estos cuarenta días aprendamos a afrontar al enemigo de nuestras almas, a la luz de su palabra de salvación. El Espíritu Santo, al que está dedicado particularmente este segundo año de preparación al gran jubileo del 2000, vivifique nuestra oración, para que estemos dispuestos a afrontar con valentía la incesante lucha de vencer el mal con el bien.
[…]
5. «Entonces clamamos al Señor (…), y el Señor escuchó nuestra voz» (Dt 26, 7). La profesión de fe del pueblo de Israel, narrada en la primera lectura, presenta el elemento fundamental alrededor del cual gira toda la tradición del Antiguo Testamento: la liberación de la esclavitud de Egipto y el nacimiento del pueblo elegido.
La Pascua de la antigua Alianza constituye la preparación y el anuncio de la Pascua definitiva, en la que se inmolar á el Cordero que quita el pecado del mundo.
Queridos hermanos y hermanas, al comienzo del itinerario cuaresmal volvemos a las raíces de nuestra fe para prepararnos, con la oración, la penitencia, el ayuno y la caridad, a participar con corazón renovado interiormente en la Pascua de Cristo.
Que la Virgen santísima nos ayude en esta Cuaresma a compartir con dignos frutos de conversión el camino de Cristo, desde el desierto de las tentaciones hasta Jerusalén, para celebrar con él la Pascua de nuestra redención.
Homilía (04-03-2001)
Visita Pastoral a la Parroquia Romana de San Andrés Apóstol.
Domingo 4 de marzo de 2001.
1. «Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, donde durante cuarenta días fue tentado por el diablo» (Lc 4, 1-2).
En este primer domingo de Cuaresma volvemos a escuchar la narración de la lucha de Jesús contra el diablo, al comienzo de su vida pública. Después de ser reconocido por el Padre, en el momento del bautismo a orillas del río Jordán, como el «Hijo predilecto» (Lc 3, 22), Jesús afronta la prueba de su fidelidad a Dios. Pero, contrariamente a Adán y Eva en el paraíso terrenal (cf. Gn 3), y a diferencia del pueblo de Israel en el desierto (cf. Ex 16-17; Dt 8), resiste a la tentación y triunfa sobre el Maligno.
En esta escena vislumbramos la lucha de dimensión cósmica de las fuerzas del mal contra la realización del plan salvífico que el Hijo de Dios vino a proclamar y comenzar en su misma persona. En efecto, con Cristo se inicia el tiempo de la nueva creación; en él se realiza la nueva y perfecta alianza entre Dios y toda la humanidad. Este combate contra el Espíritu del mal nos implica a cada uno de nosotros, llamados a seguir el ejemplo del divino Maestro.
2. «Después de las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión» (Lc 4, 13).
El ataque del tentador contra Jesús, que comenzó durante su estancia en el desierto, culminará en los días de la pasión en el Calvario, cuando el Crucificado triunfe definitivamente sobre el mal, reconciliando al hombre con Dios. El evangelista san Lucas concluye la narración de las tentaciones con la referencia a Jerusalén; a diferencia de san Mateo, quiere poner de relieve desde el comienzo que el triunfo de Cristo en la cruz se producirá en la ciudad santa, donde se realizará el misterio pascual.
En el Mensaje para la Cuaresma de este año escribí que también a los hombres y a las mujeres de hoy Cristo dirige la invitación a «subir a Jerusalén», es decir, a seguirlo por el camino de la cruz. Sentimos hoy con fuerza la elocuencia de esta invitación, mientras damos los primeros pasos del tiempo cuaresmal, tiempo favorable para la conversión y la vuelta a la plena comunión con Dios.
[…]
5. Deseo dirigirme ahora a las familias. La Cuaresma es un «tiempo fuerte», que nos invita al perdón y a la reconciliación. Este esfuerzo, nada fácil, comprende también las relaciones en el seno de la familia. Vosotras, queridas familias, dejad que el Espíritu os convierta en lugares de serenidad y paz, de escucha y diálogo, de comunión y respeto a cada uno. En hogares fieles al Evangelio los jóvenes pueden hallar valentía y confianza para mirar al futuro con sentido de madura corresponsabilidad.
Queridos jóvenes, en vuestras manos está vuestro futuro y el de las familias que formaréis: sed conscientes de ello. La Iglesia espera mucho de vosotros, de vuestro entusiasmo, de vuestra capacidad de mirar adelante y de vuestro deseo de radicalismo en las opciones de vida. Os repito las palabras de Cristo, contenidas en el Mensaje para la próxima XVI Jornada mundial de la juventud: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Lc 9, 23).
Es preciso imitar a Jesús, que lucha contra el mal en el desierto; más aún, es necesario seguirlo hasta Jerusalén, hasta el Calvario.
6. «Si tus labios profesan que Jesús es el Señor, y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás» (Rm 10, 9).
El miércoles pasado comenzamos el itinerario cuaresmal, camino de ascesis que debe llevarnos a un renovado encuentro con Jesús, reconocido como el «Señor». Es él quien salva: profesar la fe es, por tanto, creer en Cristo y confiar totalmente en él. Nos salvaremos (cf. Rm 10, 10), si lo acogemos a él y sus palabras de vida eterna.
Que la Virgen María, discípula fiel del Señor, nos enseñe a «avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo» (oración colecta); nos ayude a confesar con los labios que Jesús es nuestro Señor y a creer con el corazón que venció la muerte, abriendo a toda la humanidad las puertas del Reino. Así nos prepararemos a gustar, junto con todos los creyentes, la alegría y el esplendor de la Pascua de resurrección.
Homilía (28-02-2004)
Celebración eucarística con los fieles de cuatro parroquias romanas.
Sábado 28 de febrero de 2004.
1. «Jesús… fue conducido por el Espíritu al desierto, y tentado allí por el diablo durante cuarenta días» (Lc 4, 1-2). La narración de los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto, al inicio de su vida pública, nos ayuda a comprender mejor el valor del «tiempo fuerte» de la Cuaresma, recién iniciada.
Mientras emprendemos el itinerario cuaresmal, miramos a Cristo que ayuna y lucha contra el diablo. En efecto, también a nosotros, al prepararnos para la Pascua, el Espíritu nos «conduce» al desierto de la oración y de la penitencia, para alimentarnos intensamente con la palabra de Dios. También nosotros, como Cristo, estamos llamados a una lucha fuerte y decidida contra el demonio. Sólo así, con una adhesión renovada a la voluntad de Dios, podemos permanecer fieles a nuestra vocación cristiana: ser heraldos y testigos del Evangelio.
[…]
5. Queridos hermanos, sé que por el momento disponéis sólo de locales provisionales para la vida litúrgica y el servicio pastoral. Deseo que cuanto antes también vosotros dispongáis de locales adecuados. Pero, mientras tanto, esforzaos por lograr que vuestras parroquias sean auténticos edificios espirituales apoyados sobre la piedra angular, que es Cristo, Cristo y siempre Cristo.
A este propósito, el apóstol san Pablo nos recuerda: «Si tus labios profesan que Jesús es el Señor, y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás» (Rm 10, 9). El núcleo de la fe que estáis llamados a proclamar con vuestra vida es este: Jesús, muerto y resucitado por nosotros. A esta verdad fundamental haced referencia para vuestro crecimiento espiritual, que debe ser constante, y para vuestra misión apostólica.
María, la Madre del Redentor, testigo privilegiada de la pasión de su Hijo y partícipe en sus sufrimientos, os ayude a conocerlo y a servirlo con entusiasmo generoso. Que ella os acompañe en el itinerario de la Cuaresma, para que podáis gustar con ella la alegría de la Pascua.
Amén.
Benedicto XVI, papa
Ángelus (25-02-2007):
Plaza de San Pedro.
I Domingo de Cuaresma, 25 de febrero de 2007.
Queridos hermanos y hermanas:
Este año el Mensaje para la Cuaresma se inspira en un versículo del evangelio de san Juan, que, a su vez, cita una profecía mesiánica de Zacarías: «Mirarán al que traspasaron» (Jn 19, 37). El discípulo amado, presente junto a María, la Madre de Jesús, y otras mujeres en el Calvario, fue testigo ocular de la lanzada que atravesó el costado de Cristo, haciendo brotar de él sangre y agua (cf. Jn 19, 31-34). Aquel gesto realizado por un anónimo soldado romano, destinado a perderse en el olvido, permaneció impreso en los ojos y en el corazón del apóstol, que deja constancia de ello en su evangelio. ¡Cuántas conversiones se han realizado a lo largo de los siglos precisamente gracias al elocuente mensaje de amor que recibe quien dirige la mirada a Jesús crucificado!
Entremos, pues, en el tiempo cuaresmal con la «mirada» fija en el costado de Jesús. En la carta encíclica Deus caritas est (cf. n. 12) quise subrayar que, sólo dirigiendo la mirada a Jesús muerto en la cruz por nosotros, puede conocerse y contemplarse esta verdad fundamental: «Dios es amor» (1 Jn 4, 8. 16). «Desde esa mirada —escribí— el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar» (Deus caritas est, 12).
Contemplando al Crucificado con los ojos de la fe, podemos comprender en profundidad qué es el pecado, cuán trágica es su gravedad y, al mismo tiempo, cuán inconmensurable es la fuerza del perdón y de la misericordia del Señor. Durante estos días de Cuaresma no apartemos el corazón de este misterio de profunda humanidad y de alta espiritualidad. Contemplando a Cristo, sintámonos al mismo tiempo contemplados por él. Aquel a quien nosotros mismos hemos atravesado con nuestras culpas no se cansa de derramar en el mundo un torrente inagotable de amor misericordioso. Ojalá que la humanidad comprenda que solamente de esta fuente es posible sacar la energía espiritual indispensable para construir la paz y la felicidad que todo ser humano busca sin cesar.
Pidamos a la Virgen María, que fue traspasada en el alma junto a la cruz del Hijo, que nos obtenga el don de una fe sólida. Que, guiándonos por el camino cuaresmal, nos ayude a dejar todo lo que nos aparta de la escucha de Cristo y de su palabra de salvación. A ella le encomiendo, en particular, la semana de ejercicios espirituales que comenzarán esta tarde, aquí en el Vaticano, y en los que participaré junto con mis colaboradores de la Curia romana.
Queridos hermanos y hermanas, os pido que nos acompañéis con vuestra oración, a la que corresponderé de buen grado en el recogimiento del retiro, invocando la fuerza divina sobre cada uno de vosotros, sobre vuestras familias y sobre vuestras comunidades.
Ángelus (04-03-2007):
Plaza de San Pedro.
Segundo domingo de Cuaresma, 4 de marzo de 2007.
Queridos hermanos y hermanas:
En este segundo domingo de Cuaresma, el evangelista san Lucas subraya que Jesús subió a un monte «para orar» (Lc 9, 28) juntamente con los apóstoles Pedro, Santiago y Juan y, «mientras oraba» (Lc 9, 29), se verificó el luminoso misterio de su transfiguración. Por tanto, para los tres Apóstoles subir al monte significó participar en la oración de Jesús, que se retiraba a menudo a orar, especialmente al alba y después del ocaso, y a veces durante toda la noche. Pero sólo aquella vez, en el monte, quiso manifestar a sus amigos la luz interior que lo colmaba cuando oraba: su rostro —leemos en el evangelio— se iluminó y sus vestidos dejaron transparentar el esplendor de la Persona divina del Verbo encarnado (cf. Lc 9, 29).
En la narración de san Lucas hay otro detalle que merece destacarse: la indicación del objeto de la conversación de Jesús con Moisés y Elías, que aparecieron junto a él transfigurado. Ellos —narra el evangelista— «hablaban de su muerte (en griego éxodos), que iba a consumar en Jerusalén» (Lc 9, 31).
Por consiguiente, Jesús escucha la Ley y los Profetas, que le hablan de su muerte y su resurrección. En su diálogo íntimo con el Padre, no sale de la historia, no huye de la misión por la que ha venido al mundo, aunque sabe que para llegar a la gloria deberá pasar por la cruz. Más aún, Cristo entra más profundamente en esta misión, adhiriéndose con todo su ser a la voluntad del Padre, y nos muestra que la verdadera oración consiste precisamente en unir nuestra voluntad a la de Dios.
Por tanto, para un cristiano orar no equivale a evadirse de la realidad y de las responsabilidades que implica, sino asumirlas a fondo, confiando en el amor fiel e inagotable del Señor. Por eso, la transfiguración es, paradójicamente, la verificación de la agonía en Getsemaní (cf. Lc 22, 39-46). Ante la inminencia de la Pasión, Jesús experimentará una angustia mortal, y aceptará la voluntad divina; en ese momento, su oración será prenda de salvación para todos nosotros. En efecto, Cristo suplicará al Padre celestial que «lo salve de la muerte» y, como escribe el autor de la carta a los Hebreos, «fue escuchado por su actitud reverente» (Hb 5, 7). La resurrección es la prueba de que su súplica fue escuchada.
Queridos hermanos y hermanas, la oración no es algo accesorio, algo opcional; es cuestión de vida o muerte. En efecto, sólo quien ora, es decir, quien se pone en manos de Dios con amor filial, puede entrar en la vida eterna, que es Dios mismo.
Durante este tiempo de Cuaresma pidamos a María, Madre del Verbo encarnado y Maestra de vida espiritual, que nos enseñe a orar como hacía su Hijo, para que nuestra existencia sea transformada por la luz de su presencia.
Ángelus (21-02-2010):
Plaza de San Pedro.
Domingo 21 de febrero de 2010.
Queridos hermanos y hermanas:
El miércoles pasado, con el rito penitencial de la Ceniza, comenzamos la Cuaresma, tiempo de renovación espiritual que prepara para la celebración anual de la Pascua. Pero, ¿qué significa entrar en el itinerario cuaresmal? Nos lo explica el Evangelio de este primer domingo, con el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto. El evangelista san Lucas narra que Jesús, tras haber recibido el bautismo de Juan, «lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo» (Lc 4, 1-2). Es evidente la insistencia en que las tentaciones no fueron contratiempo, sino la consecuencia de la opción de Jesús de seguir la misión que le encomendó el Padre de vivir plenamente su realidad de Hijo amado, que confía plenamente en él. Cristo vino al mundo para liberarnos del pecado y de la fascinación ambigua de programar nuestra vida prescindiendo de Dios. Él no lo hizo con declaraciones altisonantes, sino luchando en primera persona contra el Tentador, hasta la cruz. Este ejemplo vale para todos: el mundo se mejora comenzando por nosotros mismos, cambiando, con la gracia de Dios, lo que no está bien en nuestra propia vida.
De las tres tentaciones que Satanás plantea a Jesús, la primera tiene su origen en el hambre, es decir, en la necesidad material: «Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan». Pero Jesús responde con la Sagrada Escritura: «No sólo de pan vive el hombre» (Lc 4, 3-4; cf. Dt 8, 3). Después, el diablo muestra a Jesús todos los reinos de la tierra y dice: todo será tuyo si, postrándote, me adoras. Es el engaño del poder, que Jesús desenmascara y rechaza: «Al Señor, tu Dios adorarás, y a él solo darás culto» (cf. Lc 4, 5-8; Dt 6, 13). No adorar al poder, sino sólo a Dios, a la verdad, al amor. Por último, el Tentador propone a Jesús que realice un milagro espectacular: que se arroje desde los altos muros del Templo y deje que lo salven los ángeles, para que todos crean en él. Pero Jesús responde que no hay que tentar a Dios (cf. Dt 6, 16). No podemos «hacer experimentos» con la respuesta y la manifestación de Dios: debemos creer en él. No debemos hacer de Dios «materia» de «nuestro experimento».
Citando nuevamente la Sagrada Escritura, Jesús antepone a los criterios humanos el único criterio auténtico: la obediencia, la conformidad con la voluntad de Dios, que es el fundamento de nuestro ser. También esta es una enseñanza fundamental para nosotros: si llevamos en la mente y en el corazón la Palabra de Dios, si entra en nuestra vida, si tenemos confianza en Dios, podemos rechazar todo tipo de engaños del Tentador. Además, de toda la narración surge claramente la imagen de Cristo como nuevo Adán, Hijo de Dios humilde y obediente al Padre, a diferencia de Adán y Eva, que en el jardín del Edén cedieron a las seducciones del espíritu del mal para ser inmortales, sin Dios.
La Cuaresma es como un largo «retiro» durante el que debemos volver a entrar en nosotros mismos y escuchar la voz de Dios para vencer las tentaciones del Maligno y encontrar la verdad de nuestro ser. Podríamos decir que es un tiempo de «combate» espiritual que hay que librar juntamente con Jesús, sin orgullo ni presunción, sino más bien utilizando las armas de la fe, es decir, la oración, la escucha de la Palabra de Dios y la penitencia. De este modo podremos llegar a celebrar verdaderamente la Pascua, dispuestos a renovar las promesas de nuestro Bautismo.
Que la Virgen María nos ayude para que, guiados por el Espíritu Santo, vivamos con alegría y con fruto este tiempo de gracia. Que interceda en particular por mí y por mis colaboradores de la Curia romana, que esta tarde comenzaremos los ejercicios espirituales.
Ángelus (17-02-2013):
Plaza de San Pedro.
Domingo 17 de febrero de 2013.
Queridos hermanos y hermanas:
El miércoles pasado, con el tradicional rito de la Ceniza, hemos entrado en la Cuaresma, tiempo de conversión y de penitencia en preparación a la Pascua. La Iglesia, que es madre y maestra, llama a todos sus miembros a renovarse en el espíritu, a re-orientarse decididamente hacia Dios, rechazando el orgullo y el egoísmo para vivir en el amor. En este Año de la fe, la Cuaresma es un tiempo favorable para redescubrir la fe en Dios como criterio-base de nuestra vida y de la vida de la Iglesia. Esto implica siempre una lucha, un combate espiritual, porque el espíritu del mal naturalmente se opone a nuestra santificación y busca que nos desviemos del camino de Dios. Por ello, en el primer domingo de Cuaresma, se proclama cada año el Evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto.
Jesús, en efecto, después de haber recibido la «investidura» como Mesías —«Ungido» de Espíritu Santo— en el bautismo en el Jordán, fue conducido por el mismo Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. En el momento de iniciar su ministerio público, Jesús tuvo que desenmascarar y rechazar las falsas imágenes de Mesías que le proponía el tentador. Pero estas tentaciones son también falsas imágenes del hombre, que en todo tiempo acechan la conciencia, disfrazándose de propuestas convenientes y eficaces, incluso buenas. Los evangelistas Mateo y Lucas presentan tres tentaciones de Jesús, diferenciadas en parte sólo por el orden. Su núcleo central consiste siempre en instrumentalizar a Dios para los propios intereses, dando más importancia al éxito o a los bienes materiales. El tentador es disimulado: no empuja directamente hacia el mal, sino hacia un falso bien, haciendo creer que las verdaderas realidades son el poder y aquello que satisface las necesidades primarias. De este modo, Dios pasa a ser secundario, se reduce a un medio; se convierte, en definitiva, en irreal, ya no cuenta, desaparece. En último análisis, en las tentaciones está en juego la fe, porque está en juego Dios. En los momentos decisivos de la vida, pero, viéndolo bien, en todo momento, nos encontramos ante una encrucijada: ¿queremos seguir al yo o a Dios? ¿El interés individual o bien el verdadero Bien, lo que realmente es un bien?
Como nos enseñan los Padres de la Iglesia, las tentaciones forman parte del «descenso» de Jesús a nuestra condición humana, en el abismo del pecado y de sus consecuencias. Un «descenso» que Jesús recorrió hasta el final, hasta la muerte de cruz y a los infiernos de la extrema lejanía de Dios. De este modo, Él es la mano que Dios ha tendido al hombre, a la oveja descarriada, para llevarla otra vez a salvo. Como enseña san Agustín, Jesús tomó de nosotros las tentaciones, para donarnos su victoria (cf. Enarr. in Psalmos, 60, 3: pl 36, 724). No tengamos miedo, por lo tanto, de afrontar también nosotros el combate contra el espíritu del mal: lo importante es que lo hagamos con Él, con Cristo, el Vencedor. Y para estar con Él dirijámonos a la Madre, María: invoquémosla con confianza filial en la hora de la prueba, y ella nos hará sentir la poderosa presencia de su Hijo divino, para rechazar las tentaciones con la Palabra de Cristo, y así volver a poner a Dios en el centro de nuestra vida.
Julio Alonso Ampuero: ¿De qué parte?
Meditaciones bíblicas sobre el Año litúrgico, Fundación Gratis Date.
Al inicio de la Cuaresma, este evangelio pone delante de nuestros ojos toda la seriedad de la vida cristiana. «Nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino… contra los espíritus del mal que están en las alturas» (Ef 6, 12). Desde el Paraíso (Gén 3), toda la historia humana es una lucha entre el bien y el mal, entre Cristo y Satanás. La Cuaresma nos fuerza a una decisión: ¿De qué parte nos ponemos?
Pero en esta lucha no estamos a la deriva. Cristo ha luchado, para que nosotros luchemos; Cristo ha vencido para que nosotros venzamos. En este sentido, la liturgia de Cuaresma comienza haciéndonos elevar los ojos a Cristo, para seguirle como modelo y para dejarnos influir por el impulso interior de combate victorioso que quiere infundir en nosotros.
También se nos indican las armas para vencer a Satanás. A cada tentación Jesús responde con un texto de la Escritura. En estos días Cuaresmales se nos invita a alimentarnos con más abundancia de la Palabra de Dios, para que esta sea como un escudo que nos haga inmunes a las asechanzas del enemigo. El salmo responsorial nos recuerda la confianza que, ante la prueba, Cristo tiene en el Padre y que nosotros necesitamos para no sucumbir a la tentación: «Me invocará y lo escucharé». Necesitamos vivir la fe (segunda lectura), una fe hecha plegaria –«no nos dejes caer en la tentación»–, que es la que nos libra de la esclavitud del pecado y de Satanás, pues sólo la fe da la victoria (1 Jn 5,4).
Manuel Garrido Bonaño: Año Litúrgico Patrístico
Tomo II: Tiempo de Cuaresma, Fundación Gratis Date.
La oración es el primer paso para la renovación santificadora de las prácticas cuaresmales. Es también la primera lección que Cristo nos ofreció en su vida pública. Sus cuarenta días de oración, en diálogo entrañable con el Padre, fortalecido con el Espíritu Santo, constituyen el ejemplo a seguir en este santo tiempo de Cuaresma. Si queremos tomar en serio nuestra vocación y condición cristianas, si queremos salir victoriosos de la tentación, debemos orar como Cristo hizo en el desierto.
–Deuteronomio 26,4-10: Profesión de fe del pueblo escogido. Con la ofrenda anual de las primicias, Israel evocaba el acontecimiento más evidente de toda la historia de la salvación: que es siempre el amor de Dios el que toma la iniciativa para librarnos de toda esclavitud. En la ofrenda de las primicias el israelita declara la motivación de su gesto ofertorial: el recuerdo de las intervenciones de Dios en favor de sus padres y de todo el pueblo, que culminan con la entrega de la Tierra Prometida.
Nosotros tenemos muchos motivos, más aún que los antiguos israelitas, para alabar a Dios y ofrecerle toda nuestra vida: Él nos creó, pero más aún nos redimió, en prueba de su amor inmenso y gratuito, que está suscitando siempre nuestra correspondencia de amor, de adoración, de entrega total. Todo cuanto tenemos es de Él, y nosotros, llenos de amor, se lo devolvemos, con toda nuestra voluntad, libremente. Igual que el pueblo de Israel, y con mayor razón, nosotros, que vivimos en la época de la técnica, del progreso y del bienestar, debemos ofrecer a Dios nuestras cosas, y, sobre todo, nuestras vidas.
–Con el Salmo 90 tenemos la seguridad de que Dios nos ayuda y nos pone al amparo de Cristo en la tentación, según la lectura evangélica de hoy: «Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente, di al Señor: Refugio mío, Dios mío, confío en Ti. No se te acercará la desgracia, ni la plaga llegará hasta tu tienda, porque a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos. Te llevarán en su palmas, para que tu pie no tropiece en la piedra; caminarás sobre áspides y víboras, pisotearás leones y dragones. Se puso junto a mí; lo librarás; lo protegeré porque conoce mi nombre, me invocará y lo escucharé. Con él estaré en la tribulación, lo defenderé, lo glorificaré».
–Romanos 10, 8-13: Profesión de fe del que cree en Jesucristo. Por la fe en Cristo nos es posible a todos los hombres la regeneración y la reconciliación con Dios entre nosotros mismos. San Agustín comenta este pasaje:
«Creamos en Cristo crucificado, pero resucitado al tercer día. Esta fe, la fe por la cual creemos que Cristo resucitó de entre los muertos es la que nos distingue de los paganos… El Apóstol dice: “Pues si crees en tu corazón que Jesús es el Señor y confiesas con tu boca que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás” (Rom 10,9). Creed en vuestro corazón… Pero sea vuestra fe la de los cristianos, no la de los demonios…
«Pregunta a un pagano si fue crucificado Cristo. Te responderá: “Ciertamente”. Pregúntale si resucitó y te lo negará. Pregunta a un judío si fue crucificado Cristo y te confesará el crimen de sus antepasados. Pregúntale, sin embargo, si resucitó de entre los muertos; lo negará, se reirá y te acusará. Somos diferentes… Si nos distinguimos en la fe, distingámonos, de igual manera, en las costumbres, en las obras, inflamándonos la caridad» (Sermón 234,3).
–Lucas 4,1-13: Jesús fue conducido por el Espíritu en el desierto y tentado por el diablo. El naturalismo de la vida, las ambiciones del corazón y el orgullo idolátrico son las tres tentaciones que nos acechan a diario y que Cristo Jesús nos enseñó a superar con su propio ejemplo redentor.
San Agustín afirma que el diablo se sirvió de la Escritura para tentar a Cristo y el Señor también le respondió con la Escritura (cf. Sermón 313 E,4). En todo tiempo, como individuos y como colectividad, estamos sujetos a la tentación de servirnos del poder, del prestigio, de la organización, del privilegio, de las riquezas…, para imponernos a los demás y subyugarlos.
Hemos de estar alerta y superar todas las dificultades que se nos presentan en nuestro caminar hacia Dios, sobre todo en este tiempo de Cuaresma, tan apropiado para la revisión de vida, para cambiar de mentalidad, para el dolor de nuestros pecados .
Alessandro Pronzato
En el desierto, cara a cara
El Pan del Domingo, Ciclo C. Sígueme, Salamanca, 1985, p. 44.
Las tentaciones en el desierto constituyen el prólogo de la misión pública de Jesús. La prueba, pues, tanto para Jesús, como para nosotros viene del desierto. Toda aventura espiritual pasa necesariamente a través del desierto.
Es la prueba de la provisionalidad. La prueba de la precariedad. El desierto es el lugar donde la realidad es despojada de las apariencias, purificada de lo efímero y reducida a lo esencial, a lo indispensable.
En el desierto se encuentra uno frente a un cielo sin límites, frente a la arena y al propio ser. Nada más. Hay un gran silencio, roto solamente a ratos por una ligera brisa. Los árabes lo interpretan así: «Es el llanto del desierto que quisiera ser verde». En el desierto el hombre se ve obligado a encontrarse consigo mismo. Se vive un cara a cara consigo mismo. «Por eso el desierto fascina y asusta -garantiza un monje- . Es la tierra de la gran soledad, y el hombre, instintivamente, tiene miedo a este cara a cara consigo mismo. La esencia del desierto es la ausencia de hombres, ayuno de encuentros, abstinencia de presencias» (E. Bianchi).
Y precisamente el cara a cara consigo mismo es preludio de un compromiso cara a cara con Dios. «El hombre sabe que vivir en el desierto no significa solamente vivir sin los hombres, sino vivir con Dios y para Dios» (S.Bulgakov). El desierto entonces se convierte en lugar del encuentro con Dios. Una presencia cierta, pero escondida, secreta.
El desierto es el lugar de la liberación. Pero el «programa de la libertad» no es una lista de facilidades, de privilegios. Es un programa exigente, arduo, que se realiza en un clima de austeridad por caminos no precisamente fáciles. Dios se hace seguridad, pero a condición de que el pueblo en camino pierda sus seguridades habituales, sus pequeños conforts. Para quien camina por el desierto es obligatorio contentarse exclusivamente con Dios. Dios debe ser todo.
La gran prueba del desierto, en definitiva, es la fe. Sin fe no se puede vivir en el desierto.
Gracias a la presencia del único necesario, el desierto se libera de su aridez, se salva de su esterilidad. Y se hace tierra fecunda. Se transforma en el jardín del Edén. El desierto puede florecer. El silencio puede convertirse en mensaje. La soledad en comunión.
Pero ¿qué son, en concreto, las tentaciones de Jesús? Podemos decir que representan el intento, por parte de Satanás, de hacerlo desviar del camino de fidelidad a Dios. Un camino que pasa a través de la ocultación, la debilidad, la humillación y la cruz. Satanás propone a Jesús tres atajos para evitar aquel camino incómodo:
-El atajo de la popularidad fácil, obtenida reduciendo la salvación a la sola dimensión económica («di a esta piedra que se convierta en pan»).
-El atajo del poder («llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo, y le dijo; Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo»).
-El atajo del triunfo espectacular, de la instrumentación de la fe y de la religión para fines particulares («lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: Encargará a los ángeles que cuiden de ti»).
Jesús rechazó estas tentaciones y reafirmó su elección de una misión que se desarrolla a lo largo de la trayectoria designada por el Padre.
Una misión que rechaza limitar la perspectiva del hombre al horizonte del poder o de los bienes naturales, y se preocupa de hacerles descubrir y satisfacer también otra hambre.
Una misión que rechaza las sugestiones del dominio sobre los hombres, del apremio y de los condicionamientos varios, y elige el camino de la paciencia, del amor y de la libertad, aceptando consiguientemente el riesgo del rechazo.
Una misión que no tiene como fin aturdir a las gentes a golpe de milagros, sino que lleva a la cruz, allí donde el milagro consistirá precisamente en el «no descender», como querían los tentadores, hasta ese momento todavía ávidos de milagros para creer.
Se ha dicho que las tentaciones satánicas vencidas por Jesús son las tentaciones «de todos los mesianismos en cuya base está la confianza en los poderes de este mundo» (E.Balducci).
Y otro intérprete subraya cómo la narración de las tentaciones es «un evangelio en miniatura en el que se dramatizan las opciones fundamentales de Jesús» (R. Fabris). Se trata de tentaciones ante las que debemos confrontarnos también nosotros. Sobre todo, se trata de opciones de fe que también nosotros tenemos que reafirmar cada día, si no queremos que el nombre de cristiano sea usurpado.
Y para poder recitar, con cierta convicción, la frase del Padrenuestro que dice: «Hágase tu voluntad».
Adrien Nocent
Tentado pero victorioso en la fe
Celebrar a Jesucristo, Tomo III (Cuaresma), Sal Terrae, Santander 1980, pp. 160s.
Lo mismo que en los otros dos Ciclos, se nos propone de nuevo el relato de la Tentación del Señor. Aquí adquiere una particular significación: la prueba sufrida por Cristo termina con un triunfo que es el de la confianza en el Padre y la voluntad de seguir lo que él decida.
El hombre no vive sólo de pan, sino que el pan que tiene que comer es el de la voluntad del Padre, conocida a través de su Palabra viva (Is. 55,1). Para Jesús, el pan es esta Palabra de Dios de la que debemos vivir cada día (Mt. 4, 4). A esta Palabra tenemos que dar la adhesión de nuestra fe (Jn. 6,35-47). Hay que adorar al único Dios cumpliendo su voluntad, sin pedir explicación. Pero esta fe en el Señor ha hecho de Israel una gran nación que, reducida a la esclavitud, fue atendida por su Dios, liberada y conducida a un país que mana leche y miel (Dt. 26, 4-10). El salmo 90: «Yo digo al Señor: Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti», sirve de respuesta a la 1ª lectura que nos refiere la fe del pueblo de Dios y su salvación a través de la tribulación. Es el grito de triunfo de la nación tentada y reducida a esclavitud; y oímos la respuesta de Dios:
Se puso junto a mí: lo libraré;
lo protegeré porque conoce mi nombre,
me invocará y lo escucharé.
Con él estaré en la tribulación,
lo defenderé, lo glorificaré.
Esa misma confianza ha de ser la de quienes creen en Cristo. San Pablo, en la 2ª lectura nos dice esas mismas palabras de aliento y confianza en medio de la prueba y del sufrimiento: «La Palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón» (Rm. 10,8). Toda esta lectura del Apóstol es un grito de fe con la seguridad de la liberación: «Si tus labios profesan que Jesús es el Señor y tu corazón cree que Dios lo resucitó, te salvarás. Por la fe del corazón llegamos a la justicia».
Estos alientos de Pablo llegan hasta nosotros, en lo concreto, en la intimidad de nuestra vida. No hay ningún momento de nuestra vida en que no podamos estar seguros de nuestra salvación, desde el momento en que, en la fe, invocamos el nombre del Señor, que es generoso para con todos los que lo invocan.
Este domingo está sobre todo dominado por el pensamiento de la «salvación» que se obtiene mediante la fe. Son los dos temas dominantes: Fe y Salvación. Advirtámoslo: se refiere a todos los hombres; no existe distinción entre judíos o griegos, sino que cualquiera que invoque el nombre del Señor se salvará. La salvación no está reservada, por lo tanto, a un pueblo ni a una raza; ni siquiera al pueblo de la promesa. Cristo da una noción más amplia y más profunda de la economía de la salvación que la que Abraham, Moisés v el pueblo de Israel vivieron. San Pablo, en los 5 y 6 de este capítulo 10 -versos no recogidos en la lectura de hoy- tiene interés en oponer la justicia que viene de la Ley y la justicia que viene de la fe. La Ley se mostró incapaz de conferir la verdadera salvación a quienes intentaban obtenerla mediante sus propias obras (Rm 9 32; 10, 3). Mediante la fe, cada uno se confía a Dios y no intenta una aventura imposible: la de salvarse mediante su propia justicia. La Ley daba el conocimiento del pecado (Rm. 3,20), la fe da la fuerza del Espíritu que santifica (Rm. 1, 4; 8,11). Esta fe da la salvación.
Obedeciendo a la Ley, el Israelita buscaba satisfacer su legítima aspiración a la vida desbordante; pero sólo el camino de la fe conduce a la salvación dada por Dios. Esta fe da una salvación que es presente, pero es también una salvación futura: «El que mediante la profesión de sus labios afirma su fe, llega a la salvación». Al final de la vida, en el momento del juicio, ninguno de los que hayan afirmado así su fe conocerá el bochorno. «Todo el que invoca el nombre del Señor se salvará». La 1ª lectura del Deuteronomio ligaba la profesión de fe (Deut. 26,5-9) a un ceremonial de ofrenda de las primicias de la tierra (Dt. 26,4-10).
Los exegetas ven aquí la intención de acomodar al culto de Yahvé los cultos agrícolas. Los dones de la tierra son actualización de la salvación y muestran cómo Dios quiere salvar a su Pueblo, a condición de que éste le exprese su confianza.
Se ve cómo la 1ª y la 2ª lecturas están ligadas entre sí, la 2ª dando toda su glorificación cristiana y actual a la 1ª. En cuanto al evangelio de la Tentación, ha de subrayarse sobre todo el aspecto de adoración y de fe para con el único Dios. Tenemos aquí una nueva ocasión de constatar cómo la lectura litúrgica de un mismo texto ha de ser interpretada según el ángulo de visión determinado por las demás lecturas. Por eso el evangelio de la Tentación, proclamado en los tres Ciclos, tiene que ser comentado de forma diferente, siguiendo el ángulo determinado por las otras dos lecturas de cada Ciclo.
Louis Monloubou
Si eres Hijo de Dios…
Leer y predicar el Evangelio de Lucas. Editorial Sal Terrae, Santander 1982, p. 127.
El Diablo tienta a Jesús a través del espectáculo de las cosas; el Espíritu, que «llena» a Jesús, le impulsa desde el interior, actuando en lo más íntimo de su ser. He ahí, pues, cómo estas dos potencias se enfrentan y cómo es Jesús la apuesta de su conflicto, Jesús a quien cada una de las dos quiere apropiarse. El Diablo que no tiene otro deseo que el de ver a Jesús «adorándole»; Dios que, en el bautismo, acaba de proclamar a Jesús Hijo suyo y que le impulsa a conducirse efectivamente como Hijo de Dios. Dejados atrás los generosos grupos de las riberas del Jordán, Jesús llega al desierto. Allí está él solo, completamente solo.
En este desierto, lugar de soledad, realiza Jesús la experiencia del vacío. Vacío físico, en primer lugar: tiene hambre… Vacío más profundo también: Jesús se encuentra sorprendentemente vacío.
Los verbos que le tienen por sujeto están casi todos en pasiva, como si fuese juguete de fuerzas que le arrastraran sin que él pudiera reaccionar, sin que le sea posible plantear una opción.
Jesús está «lleno» y es «llevado» por el Espíritu, antes de que el propio Diablo sea el sujeto de verbos de los que Jesús no es más que el complemento, un objeto movido de acá para allá, como a pesar suyo. Una persona, en todo caso, buena sólo para recibir órdenes tajantes: «Di que estas piedras… Tírate de aquí abajo… Adórame».
Pero este hombre solo, «vaciado», pasivo, debe mostrarse supremamente activo; ha de llevar a cabo una opción decisiva, en la que está en juego el título mismo que ha recibido en el bautismo. Proclamado Hijo de Dios, Jesús es intimado a decir cómo entiende él que ha de vivir ese título, cómo cree que ha de hacer ver que es Hijo de Dios. De un lado, el Diablo, con un proceder tragicómico, le incita a vivir su título de una determinada manera, en tanto que, en el silencio interior, el Espíritu le orienta a otra forma de expresar sus prerrogativas filiales.
Al trabar combate, el Diablo empieza arguyendo a base de cómo se encuentra Jesús al cabo de ese ayuno de cuarenta días.
Jesús está «vacío». Ser Hijo de Dios, ¿no es, por el contrario, vivir «colmado», «lleno»? Que diga , pues, la palabra que le llenará.
¡Pelea inútil! No es lo que el hombre «dice» lo que puede llenarle, alimentarle, sino la palabra que Dios le dirige. De esta forma, Jesús ha elegido su campo. A las proposiciones del Diablo :»Si eres Hijo», Jesús prefiere la Sagrada Escritura: «Está escrito». Ser Hijo de Dios no es, para él, decir una palabra autoritaria, sino escuchar la palabra que Dios ha dicho.
Su alimento en vez de irlo a buscar en el pan, lo encuentra el Hijo de Dios en la palabra divina.
Para el adversario de Dios, el Diablo, ser hijo de Dios es ser rey, poseer todo poder sobre los reinos terrestres; es ser revestido, rodeado, nimbado de la gloria que emana de esos poderes. No dice menos el Antiguo Testamento, especialmente el salmo 2, texto el más apropiado para definir la naturaleza y la misión del Hijo de Dios. Puesto que Jesús se atiene a remitirse a las Escrituras, que recurra a este salmo.
El Diablo, por su parte, se ha inspirado bien en este texto sálmico, al que sin embargo, ha hecho un discreto retoque. Aunque el Hijo de Dios pueda esperar tener la autoridad sobre todos los reinos, es de Dios sólo, según el salmo, de quien ha de esperarlo -«El me ha dicho: Tú eres mi hijo… Pídeme y te daré en herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra» (Sal/002/07s)- y de ninguna otra potencia, idolátricamente divinizada, ante la que el candidato al título mundial se prosternará, como pide el Diablo.
A la Escritura «torcida» por su interlocutor, Jesús responde citándola juiciosamente interpretada. Ser Hijo de Dios es, ante todo, rehusar cualquier idolatría, cualquier práctica que no reservara a Dios el lugar absolutamente prioritario que le corresponde. El drama va a terminar en el alero del Templo, en pleno corazón de Jerusalén. El evangelio de Mateo tiene un orden diferente, haciendo pasar a segundo lugar la tentación del pináculo. Leyendo con atención, se ve que es Lucas quien ha cambiado el orden. ¿Por qué este cambio? ¿Cuál es su significado?.
El significado es grande. No existe otro lugar mejor, en donde Jesús pueda manifestar que es Hijo de Dios, que Jerusalén. Ya se ha visto claro al principio del evangelio, al final de los dos capítulos que narran la infancia de Jesús. Jesús ha sido presentado como Salvador, Cristo y Señor ante los maravillados pastores en Belén, pero es en Jerusalén y en el Templo, ante los doctores y ante María y José, no menos sorprendidos, donde Jesús dirá que él es Hijo del Padre: «¿No sabíais que yo debo estar en la casa de mi Padre?». Otro motivo: no existe otro lugar para Jesús, profeta acorralado, para morir sino Jerusalén. Así lo declara a sus amigos: «No cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén» (13,33).
Tanto más, tercer motivo, cuanto que Jesús preve que su muerte no será una desaparición corriente; cuenta con que sea algo parecido a una «asunción» (9,51), una especie de entronización real que no podría, por lo tanto, llevarse a cabo sino en Jerusalén. ¿No dice el salmo 2: «Yahvé ha consagrado a su rey en Sión, el monte santo»?.
La última tentación, última y decisiva prueba, no podía ocurrir más que en Jerusalén, y no podía menos de anticipar la prueba de la Pasión. Cuando lleguen los últimos días, Jesús no tendrá más que una opción que hacer: esperar únicamente de Dios la gloria regia adjudicada al título de Hijo de Dios, creer que Dios es capaz de dar esa gloria, incluso más allá de la muerte, o bien forzar, de algún modo, la mano de Dios, intentar tomar en las manos su propio destino, rehusando abandonárselo a Dios.
Sabemos que Jesús confiará hasta el fin y que en el último instante no dudará de su Padre: «Padre, en tus manos pongo mi espíritu» (23,46). Esta última elección que llevará a cabo en Jerusalén, la anticipa Jesús en el alero del Templo. Mientras que el Diablo le incita, apoyándose en las Escrituras, a forzar la mano de Dios reclamando una intervención espectacular que constituyera la prueba de la filiación divina, Jesús se niega a ello. Se niega a «tentar a Dios»; quiere ser nada más aquel que sabe esperarlo todo filialmente de Dios. Así y sólo así ha demostrado ser verdaderamente «el Hijo de Dios».
Podría verse en el relato de la Tentación la representación dramática de todas las opciones que Jesús tuvo que realizar: al comienzo de su ministerio, orientándolo de una determinada manera; más tarde, cada vez que la multitud se adhiere a él y quiere imponerle su propia representación de la función mesiánica (ver Lc 4,40-43: Jesús ataja un entusiasmo acaparador para «irse a un lugar solitario» y partir luego en dirección a «otras ciudades» a las que se sabe igualmente «enviado»; ver también Mc 6,45s: después del milagro de los panes, Jesús «obligó a sus discípulos a subirse a la barca y a ir por delante… mientras él despedía a la gente», tras lo cual, «se fue al monte a orar»); cada vez que los Apóstoles quieren imponerle sus propias doctrinas mesiánicas (es bien conocido uno de esos momento, en el que Jesús llama a Pedro «Satán-Tentador», por querer desviarle de una determinada orientación, Mc 8,33); en el momento de «subir a Jerusalén», al asumir, con entera libertad, el destino que le aguarda; en el momento de acercarse la última hora, durante la agonía.
Homilías en italiano para posterior traducción
San Juan Pablo II, papa
Omelia (20-02-1983)
VISITA ALLA PARROCCHIA DI DI SANTA MARIA DELLA MERCEDE.
Domenica, 20 febbraio 1983.
Cari fratelli e sorelle!
1. Abbiamo iniziato la Quaresima per seguire l’esempio di Cristo che all’inizio della sua attività messianica in Israele “per quaranta giorni fu tentato dal diavolo” (Lc 4, 1), e “non mangiò nulla in quei giorni” (Lc 4, 2). Ce lo dice l’evangelista Luca nell’odierna prima domenica di Quaresima, il quale dopo aver detto che Cristo “fu tentato dal diavolo” (Lc 4, 2), descrive poi dettagliatamente questa tentazione.
Ci troviamo dinanzi a un avvenimento che ci tocca profondamente. La tentazione di Gesù nel deserto ha costituito per molti uomini – per i santi, per i teologi, per gli scrittori e per gli artisti – un tema fecondo di riflessione e di creatività. Così profondo è il contenuto di questo avvenimento! Esso dice tanto di Cristo: il Figlio di Dio che si è fatto vero uomo. Dà tanto da meditare ad ogni uomo.
2. La descrizione della tentazione di Gesù, che rileggiamo in questa domenica di Quaresima, ha una sua particolare eloquenza. Infatti in questo periodo, ancor più che in qualsiasi altro, l’uomo deve rendersi consapevole che la sua vita scorre nel mondo tra il bene e il male. La tentazione non è altro che l’indirizzare verso il male tutto ciò di cui l’uomo può e deve fare buon uso.
Se egli ne fa cattivo uso, lo fa perché cede alla triplice concupiscenza: concupiscenza degli occhi, concupiscenza della carne e superbia della vita. La concupiscenza, in un certo senso, deforma il bene che l’uomo trova in sé e intorno a sé, e falsa il suo cuore. Il bene distorto in questo modo, perde il suo senso salvifico, e invece di condurre l’uomo a Dio, si trasforma in strumento di soddisfazione dei sensi e di vanagloria.
Non si intende sottoporre qui a un’analisi particolareggiata la descrizione della tentazione di Cristo, ma richiamare l’attenzione sul dovere che ognuno la mediti convenientemente. Conviene soprattutto nel periodo di Quaresima che ognuno entri in se stesso e riconosca come questa tentazione venga specificamente da lui percepita. E impari da Cristo a superarla.
3. La tentazione ci distoglie da Dio, e ci indirizza in modo disordinato a noi stessi e al mondo. E perciò, insieme con la lettura del Vangelo odierno, cerchiamo pure di comprendere le altre letture della liturgia odierna.
La prima lettura del libro del Deuteronomio invita ad offrire a Dio in sacrificio le primizie dei frutti del suolo. Se la tentazione ci indirizza in modo disordinato verso noi stessi e il mondo, occorre che noi superiamo questo modo disordinato proprio col sacrificio. Coltivando il sacrificio, o meglio, lo spirito di sacrificio, non permettiamo alle tentazioni di prevalere nel nostro cuore, ma manteniamo questo nostro cuore in clima di interiorità e di ordine.
4. Il salmo responsoriale ci insegna la fiducia in Dio e a rimetterci alla sua santa Provvidenza. Si tratta di quel meraviglioso salmo 91, che è bene conoscere e, a volte, pregare con le sue parole: “Tu che abiti al riparo dell’Altissimo e dimori all’ombra dell’Onnipotente, di’ al Signore: «Mio rifugio e mia fortezza, mio Dio, in cui confido»” (Sal 91, 1-2). Così dice l’uomo. E Dio risponde: “Lo salverò, perché a me si è affidato; lo esalterò, perché ha conosciuto il mio nome. Mi invocherà e gli darò risposta; presso di lui sarò nella sventura, lo salverò e lo renderò glorioso” (Sal 91, 14-15).
Sembrano dire le letture dell’odierna Liturgia: se non vuoi cedere alle tentazioni, se non vuoi lasciarti guidare da esse verso le vie sbagliate, sii uomo di preghiera! Abbi fiducia in Dio, e manifestala nella preghiera.
5. E poi ancora dice a noi questa odierna Liturgia quaresimale: Sii uomo di profonda e viva fede! Ecco le parole della lettera di san Paolo ai Romani: “Vicino a te è la parola, sulla tua bocca e nel tuo cuore; cioè la parola della fede che noi predichiamo. Perché se confesserai con la tua bocca che Gesù è il Signore, e crederai con il tuo cuore che Dio lo ha risuscitato dai morti, sarai salvo. Con il cuore infatti si crede per ottenere la giustizia e con la bocca si fa la professione di fede per avere la salvezza” (Rm 10, 8-10).
E quindi sii uomo di fede! Soprattutto adesso, nel periodo di Quaresima, rinnova la tua fede in Gesù Cristo: Crocefisso e Risorto. Medita l’insegnamento della fede! Medita le sue verità divine!
E soprattutto: penetra con la fede il tuo cuore, e la tua vita (“con il cuore infatti si crede per ottenere la giustizia”).
Professa questa fede con la mente e con il cuore: con la parola e con le opere (“la professione di fede conduce alla salvezza”).
6. Alla luce di questi pensieri, attinti dalla liturgia della prima domenica di Quaresima, desidero oggi incontrarmi spiritualmente con la vostra parrocchia di Santa Maria della Mercede e Sant’Adriano Martire.
Sono lieto di salutare non solo tutti voi qui presenti, ma anche coloro che sono stati trattenuti a casa per motivi di salute o per altri impegni.
Una menzione particolare va al Cardinale Poletti, al Vescovo Monsignor Alessandro Plotti, al Parroco Padre Pasquale Barontini, ai sacerdoti suoi collaboratori e a tutti i Padri Mercedari della Provincia romana, che si sono impegnati ad assicurare la cura pastorale in questa Parrocchia di Santa Maria della Mercede e Sant’Adriano Martire, quest’ultimo già venerato a Roma per lunghi anni in una storica Chiesa a lui dedicata nel Foro Romano.
Saluto poi i membri delle varie Congregazioni religiose maschili e femminili, che hanno sede nell’ambito della Parrocchia, come pure gli appartenenti alle Associazioni, al Movimenti e ai Gruppi che si adoperano per animare cristianamente l’ambiente dei giovani e degli adulti, favorendone una formazione interiore sempre più profonda e matura. Tra questi ricordo, in particolare, la Comunità di Maria, le due Comunità neo-catecumenali, gli Scouts, il Gruppo adulti di Azione cattolica, il Terz’Ordine Mercedario, la Legio Mariae, il Gruppo Vangelo, i volontari e le volontarie di San Vincenzo e il Consiglio pastorale.
Una parola speciale di saluto vorrei far giungere a coloro che si sentissero spiritualmente lontani dalla Comunità parrocchiale per indifferenza o per un certo individualismo. Sappiano essi che è mio vivo desiderio, come del resto di tutti i Sacerdoti della Parrocchia, aprire con loro un amichevole dialogo che possa consentire una migliore conoscenza reciproca e un discorso approfondito, su Gesù di Nazaret e sul suo Vangelo.
7. “Non di solo pane vivrà l’uomo, ma di ogni parola che esce dalla bocca di Dio” (Mt 4, 4).
Cari fratelli e sorelle! Ritornate, a volte, con la mente su queste parole dell’odierno Vangelo: sia nel periodo di Quaresima, sia pure in tutta la vita!
Infatti dobbiamo pregare ogni giorno per il pane quotidiano. Ma allo stesso tempo dobbiamo vivere per l’eternità.
Amen.
Omelia (16-02-1986)
VISITA ALLA PARROCCHIA ROMANA DI SANT’AGOSTINO AL CAMPO MARZIO.
Domenica, 16 febbraio 1986.
1. “Il Signore ci fece uscire dall’Egitto” (Dt 26, 8).
Entriamo nei grandi temi biblici della Quaresima. Il primo di essi è la liberazione dalla schiavitù dell’Egitto, come abbiamo ascoltato dalla liturgia della Parola. Questo tema è al centro della Pasqua dell’antica alleanza. In pari tempo esso ci conduce in un certo senso nel cuore stesso del mistero pasquale della nuova alleanza.
Con l’espressione “Arameo errante”, che abbiamo ascoltato nella prima lettura, l’autore sacro intende riferirsi alla storia di Israele. Il termine errante richiama l’idea di chi è in cerca di una strada che conduca a un sicuro approdo, a una terra dove non si senta più straniero e pellegrino, ma viva in pienezza la sospirata libertà. Dio esaudisce tale aspirazione: riscatta il popolo di Israele dalla schiavitù d’Egitto, lo guida nella Terra promessa, lo introduce nell’alleanza e ne fa il suo popolo.
Nello smarrimento, a causa delle numerose trasgressioni dell’alleanza, Dio promette al popolo eletto una nuova alleanza, che sarà sancita col sangue del proprio figlio Gesù sulla croce. La Chiesa, espressione della nuova alleanza, rappresenta la continuità d’Israele, che errava in cerca della salvezza. Essa è il nuovo Israele che presuppone e supera l’antico, in quanto ha la forza necessaria per vivere in corrispondenza alle esigenze dell’alleanza divina, non mediante l’obbedienza alla legge antica che dava la conoscenza, ma non la salvezza di Dio, bensì mediante la fede in Cristo Salvatore, nostra Pasqua, perché ci libera dalla schiavitù del peccato e ci introduce alla gioia della familiarità col Padre.
2. Il Salmo responsoriale è come un’eco clamorosa dell’esperienza descritta nella prima lettura dall’Esodo. Esso risuona nella liturgia pasquale quasi tutti i giorni. È il canto di un affidamento assoluto a Dio, che libera e dà sicurezza a colui che si mette sotto la sua protezione: “Tu che abiti al riparo dell’Altissimo / e dimori all’ombra dell’Onnipotente, / di’ al Signore: «Mio rifugio e mia fortezza / mio Dio, in cui confido»” (Sal 91 [90], 1-2).
In cammino verso Dio, ogni credente, come l’Arameo errante, è un pellegrino che avanza tra rischi e pericoli (“camminerai su aspidi e vipere”, v. 11) (Sal 11), ma il Signore lo libera da essi e lo conduce verso la salvezza, verso l’intimità con lui, meta di ogni pellegrino quaggiù sulla terra.
3. Il Vangelo (Lc 4, 1-13) dimostra chiaramente che la Chiesa, insieme con Gesù di Nazaret, inizia la via messianica: la via che conduce alla liberazione messianica della nuova alleanza. È la liberazione dal male radicale: dalla morte e dal peccato, attuata nel mistero pasquale. La via a tale liberazione inizia con la triplice vittoria sul tentatore. La tentazione conduce al peccato. Vincere la tentazione vuol dire vincere il peccato, per così dire, “alla radice”. Gesù vince il tentatore proprio così. E lo insegna a tutti noi.
Sì, alla radice! E la radice alla quale bisogna mettere la scure è il proprio io: “Se qualcuno vuol venire dietro a me, rinneghi se stesso” (Lc 9, 23). Finché non si mette la scure al proprio egoismo, sempre rinascente, non si può avanzare nel cammino segreto della nuova alleanza, le cui esigenze sono state così drammaticamente disegnate nelle tentazioni di Gesù nel deserto, dove egli ha respinto le seduzioni delle affermazioni egoistiche umane per aderire pienamente al piano divino. Rinunciando alle ambizioni del proprio io, egli è in grado di uniformarsi alla “Parola” (sta scritto!), quale espressione della volontà del Padre. In virtù di questa “Parola” Gesù ha superato le tentazioni dell’autonomia da Dio: “non di solo pane vivrà l’uomo”; del miracolismo: (Lc 4, 4) “Se sei figlio di Dio buttati giù” (Lc 4, 9) e dell’idolatria del potere: “Ti darò tutta questa potenza” (Lc 4, 6). Superando queste tre tentazioni, in cui era caduto nel deserto il popolo d’Israele, Gesù ci ha dato un esempio di come dobbiamo comportarci davanti alle seduzioni del mondo.
Il tempo di Quaresima è tempo quanto mai utile per l’ascolto della Parola e soprattutto per la realizzazione delle sue esigenze per trasformare il nostro vecchio “io” in una nuova creatura che vive in conformità non alla propria volontà, ma a quella divina, per impiantare realmente dentro di sé il regno di Dio. Solo così si potrà vincere, sull’esempio di Gesù, la sempre risorgente tentazione in un cristianesimo facile e accomodante.
4. Il testo della seconda lettura ci dice che la causa della nostra salvezza è l’evento pasquale realizzatosi in Cristo (Rm 10, 8-9), e ci invita a non ripetere il peccato commesso dagli Israeliti nel rifiutare Gesù, ma a sperare nella giustizia che proviene da lui.
Israele guardava verso la notte dell’Esodo e con questo ricordo si stimolava all’affidamento a Dio che salva. La Chiesa insieme con l’Apostolo guarda verso la notte pasquale e vi trova stimolo alla fede salvifica, la cui sorgente è il mistero pasquale di Cristo: “se confesserai . . . che Gesù è il Signore, e crederai con il tuo cuore che Dio lo ha risuscitato dai morti, sarai salvo” (Rm 10, 9).
Con queste parole san Paolo ci esorta a prendere sempre maggiore coscienza che abbiamo bisogno di essere salvati e di invocare insistentemente questa liberazione, che passa attraverso il mistero della morte e risurrezione di Cristo: “Chiunque invocherà il nome del Signore sarà salvato” (Rm 10, 13).
5. Ecco le linee principali dell’argomento quaresimale, che appaiono già nella liturgia di questa prima domenica. Una speciale spiegazione e “attualizzazione” meritano le parole: “Non di solo pane vivrà l’uomo, ma di ogni parola che esce dalla bocca di Dio” (Mt 4, 4). Queste parole si sintonizzano con la domanda: “Dacci oggi il nostro pane quotidiano”.
Sono le parole chiave per quanto riguarda il programma ascetico della Quaresima. Contemporaneamente sono parole di grande risonanza e di grande portata nel campo della giustizia sociale e anche nell’ambito della civiltà e della cultura: esse infatti indicano una giusta gerarchia dei valori. Infatti se è vero che l’uomo non vive di solo pane, è pure vero che egli vive anche di pane.
Qui si apre il discorso sulle necessità materiali e sulle esigenze sociali che travagliano l’uomo di oggi e sulla difesa dei giusti diritti dei deboli, dei poveri, degli handicappati e di quanti vivono ai margini della società. Ma il discorso si allarga e si estende pure alle questioni che toccano la promozione umana, culturale e spirituale di ogni uomo e di ogni donna, avendo i diritti dello spirito il primato nella gerarchia dei valori.
6. Alla luce di questi pensieri, che ci vengono suggeriti dalla liturgia di questa prima domenica di Quaresima, desidero salutare, insieme al cardinale vicario Ugo Poletti e al vescovo ausiliare, monsignor Filippo Giannini, tutti voi, cardinali, arcivescovi, vescovi, autorità civili e voi carissimi fedeli della parrocchia di Sant’Agostino in Campo Marzio.
Questa mia visita pastorale avviene in occasione delle celebrazioni del XVI centenario della conversione di sant’Agostino e del suo battesimo (386 e 387), come pure della morte della sua pia madre, santa Monica, le cui spoglie mortali sono venerate in questa Chiesa. Saluto in questo particolare clima spirituale i padri Agostiniani, a cui è affidata la cura pastorale di questo centro storico di Roma che esige tanta dedizione, esprimendo loro l’augurio che le celebrazioni del fondatore del loro Ordine religioso e patrono della parrocchia servano a rafforzare in tutti i componenti della comunità quello struggente desiderio di una insaziabile conoscenza di Cristo e quell’amore per la sua Chiesa che contrassegnò tutta la vita di quel grande uomo, teologo e pastore, dottore della Chiesa, che ha lasciato un’orma indelebile nella storia del cristianesimo.
Saluto anche i membri delle varie Congregazioni religiose maschili e femminili, che hanno sede nell’ambito della parrocchia, come pure gli appartenenti alle Associazioni, ai Movimenti e ai Gruppi che si adoperano per animare cristianamente l’ambiente dei giovani e degli adulti, provvedendo alla loro sempre più profonda e matura formazione cristiana interiore. Tra questi ricordo, in particolare, il Consiglio pastorale, le Dame di san Vincenzo, che svolgono un’assidua opera benefica mediante le visite a domicilio agli infermi, agli anziani e alle persone afflitte dalla solitudine; ricordo pure il Gruppo madri e spose cristiane, il Gruppo giovanile del “dopo-Cresima” e il Gruppo sportivo di calcio. Ringrazio tutti questi per la testimonianza cristiana che, sotto la guida del parroco e dei suoi confratelli, sanno dare a favore dell’edificazione di una comunità sempre più fervorosa ed esemplare.
Una parola di saluto vorrei far giungere anche a tutti coloro i quali si sentissero lontani o estranei alla vita della parrocchia per indifferenza o per un certo individualismo. Sappiano essi che non sono lontani o estranei al cuore della Chiesa, che li ama ugualmente e che desidera aprire anche con loro un dialogo fraterno che valga a migliorare la conoscenza reciproca e ad iniziare una riflessione su Gesù e sul suo Vangelo.
7. Da Mercoledì delle ceneri risuonano nei nostri cuori queste parole concise della liturgia: “Ricordati che sei polvere, e in polvere tornerai”. Sono le parole del Libro della Genesi (cf. Gen 3, 19). Così come le altre del Vangelo di san Marco (Mc 1, 15): “Convertitevi, e credete al Vangelo”.
Che queste parole ci accompagnino in tutti i giorni della Quaresima. Accompagnino il nostro modo di pensare. Formino il nostro comportamento. Favoriscano l’aspirazione ad una preghiera abbondante e all’intimità con Cristo nella “piccola stanza” interiore della nostra coscienza. Ci facciano comprendere anche il bisogno della mortificazione e del digiuno. Che queste parole “del giorno delle Ceneri” siano per noi esigenti, ma anche ricche di aiuto. Dirigano la nostra attenzione verso i bisogni degli altri. Vicini e lontani. Obblighino tutti noi alle opere della carità e della misericordia.
Ancora una Quaresima. Ancora un “periodo favorevole”. Ancora un “tempo della salvezza”. Molto dipende da come lo utilizzeremo. Ciascuno e tutti.
Omelia (12-02-1989)
VISITA ALLA PARROCCHIA ROMANA DI SAN GIACOMO IN AUGUSTA.
Domenica 12 febbraio 1989.
1. “Vicino a te è la parola, sulla tua bocca e nel tuo cuore: cioè, la parola della fede che noi predichiamo” (Rm 10, 8).
La Quaresima è un tempo nel quale “la parola della fede” deve abbondare, in modo particolare, e sulla nostra bocca e nel nostro cuore.
La liturgia di questo periodo imbandisce la tavola della Parola di Dio, così da introdurci nel profondo del mistero che, in questo tempo sacro, viene particolarmente rinnovato dalla Chiesa nella coscienza dell’intero Popolo di Dio.
Preghiamo lo Spirito Santo perché la meditazione della Parola di Dio nella liturgia ci aiuti nell’opera di tale rinnovamento spirituale.
2. Ogni anno, nella prima domenica di Quaresima, la Chiesa legge il testo evangelico che descrive come Gesù di Nazaret iniziò la sua missione messianica.
Sappiamo che egli era andato al fiume Giordano, dove Giovanni predicava un battesimo di conversione per il perdono dei peccati (cf. Lc 3, 3), e ivi – nonostante l’obiezione di Giovanni – ricevette questo battesimo. Si è trovato in mezzo ai peccatori, benché il profeta al Giordano abbia additato Gesù come colui “che toglie il peccato del mondo” (cf. Gv 1, 29).
La triplice tentazione, avvenuta nel periodo di quaranta giorni trascorsi nel deserto, ci fa vedere Gesù – lui che era venuto a togliere i peccati del mondo – a tu per tu, per così dire, proprio con colui che è il primo fautore del peccato nella storia del creato.
E dopo questo incontro con lui – che l’evangelista Luca chiama “diàbolos” e altrove è chiamato “padre della menzogna” (Gv 8, 44) e omicida (Gv 8, 44) – Cristo incomincia la sua via messianica attraverso la storia del peccato dell’uomo e del “peccato del mondo”. E questa via conduce alla vittoria mediante la Croce.
3. Cristo respinge la triplice tentazione – e questo è nello stesso tempo un appello a tutti a far fronte alle tentazioni. E poiché esse nascono dal “fomite del peccato”, cioè dalla triplice concupiscenza – concupiscenza della carne, concupiscenza degli occhi e superbia della vita (cf. 1 Gv 2, 16) – dobbiamo, combattendo il peccato, risalire alla sua radice in noi stessi.
Infatti, il “fomite del peccato”, è, in noi, come l’alleato nascosto di tutte le tentazioni. Ed è anche – almeno indirettamente – l’alleato di colui che, come “padre della menzogna”, è il primo tentatore.
Cristo quindi si rivolge direttamente a lui. Dice: “Non tenterai il Signore Dio tuo” (Lc 4, 12). Dice pure: “Solo al Signore Dio tuo ti prostrerai, lui solo adorerai” (Lc 4, 8).
Il tentatore infatti vuole soprattutto che l’uomo–creatura non serva a Dio, suo creatore. Vuole che l’uomo usurpi ciò che è dovuto a Dio e che soltanto in Dio ha la sua sorgente e sostegno.
“Diventereste come Dio” (Gen 3, 5): voi stessi – come Dio.
4. Cristo quindi, accettando la triplice tentazione all’inizio della sua missione messianica, come colui che è venuto per togliere i peccati del mondo mediante la sua obbedienza fino alla morte, va subito alla radice stessa del peccato.
La Chiesa mette questo avvenimento messianico sul primo piano della sua “pedagogia” quaresimale. Anche noi, nel nostro lavoro su noi stessi, dobbiamo andare alla radice. Anche per quanto riguarda il risanamento dei peccati sociali, non è sufficiente fermarsi su “risoluzioni” superficiali. Occorre risalire alla radice. “Non di solo pane vivrà l’uomo, ma di ogni parola che esce dalla bocca di Dio” (Mt 4, 4).
5. Accentuando fortemente il male e la lotta con esso, la Chiesa ci incammina in questo periodo di quaranta giorni sulla via del mistero pasquale.
Questa via ha il suo inizio e la sua pre–immagine nell’esodo di Israele dalla schiavitù d’Egitto, ricordato dalla prima lettura dell’odierna liturgia.
Il Dio dell’alleanza è Dio che libera e che salva. È Dio che dimostra agli uomini la sua provvidenziale, paterna sollecitudine. Una manifestazione particolare di questo è il Salmo 91 [90] che inizia con le parole: “Tu che abiti al riparo dell’Altissimo”.
Questo Salmo, così come il libro dell’Esodo (che ricorda la prima pasqua della liberazione della schiavitù d’Egitto), ci accompagna spesso, particolarmente durante le prime settimane della Quaresima.
“Lo salverò, perché a me si è affidato; / lo esalterò, perché ha conosciuto il mio nome. / Mi invocherà e gli darò risposta;/ presso di lui sarò nella sventura” (Sal 90, 14-15).
6. Abbiamo iniziato la Quaresima in tutta la Chiesa. E oggi mi è dato di vivere la prima domenica di questo tempo di salvezza con voi, cari fedeli della parrocchia di san Giacomo in Augusta. Qui, come ben sapete, era sorta nel lontano 1322 una piccola cappella, con annesso ospedale, dedicati all’apostolo Giacomo il Maggiore, sulla via Flaminia, per dare ristoro e assistenza ai pellegrini, i cosiddetti “Romei”, che venivano a Roma dal Nord per venerare le tombe degli apostoli e dei martiri. L’attuale splendida Basilica fu costruita dal Cardinale Salviati alla fine del secolo XVI, dopo la ricostruzione dell’ospedale. Cosicché la storia della chiesa e quella dell’ospedale si sono trovate fuse insieme, e il nome dell’apostolo Giacomo sta ad indicare sia la parrocchia, sia il nosocomio. È noto come in questa chiesa siano passati ed abbiano lasciato il loro ricordo grandi santi fondatori di congregazioni religiose, tra i quali ricordo san Filippo Neri, san Gaetano di Thiene e soprattutto san Camillo De Lellis, il quale, internato nell’ospedale per curarsi una ferita al piede, da infermo vi divenne infermiere; e al vedere lo stato pietoso in cui versavano gli ammalati, soprattutto quelli chiamati “incurabili”, egli maturò l’idea di fondare un ordine religioso per l’assistenza degli infermi.
Proprio a motivo di questi aspetti storici, i quali ci mostrano come questa Chiesa sia sorta nello spirito delle opere di misericordia corporali e spirituali, che sono proprie del tempo di Quaresima, ho voluto dare inizio al periodo quaresimale in questo luogo che già di per sé è un richiamo ai grandi e gravi pensieri che devono accompagnarci lungo questo itinerario penitenziale.
7. Nella consapevolezza di questo comune percorso spirituale, unitamente al Cardinale vicario Ugo Poletti e al Vescovo ausiliare del settore centro, monsignor Filippo Giannini, saluto il parroco, monsignor Alfredo Bona, e i sacerdoti suoi collaboratori, i quali si prodigano senza risparmio di energie nella cura pastorale di questa zona del centro storico. Desidero pure salutare tutte le componenti più impegnate nelle iniziative promosse dalla parrocchia: il gruppo catechistico che si dedica alla importante missione della illuminazione ed edificazione delle menti e delle coscienze; quello caritativo, che si preoccupa soprattutto dell’assistenza agli anziani e dell’aiuto materiale e morale ai poveri, agli ammalati e agli emarginati: il gruppo di preghiera che si incontra in varie circostanze, ma soprattutto per l’adorazione dell’Eucaristia e per la recita del santo rosario. Il mio pensiero va pure agli appartenenti ad istituti religiosi maschili e femminili, presenti nell’ambito del territorio parrocchiale e che portano il loro qualificato contributo alle attività pastorali: i preti del Sacro Cuore di Betharram, i padri resurrezionisti, i sacerdoti del Pontificio Collegio Greco, i fratelli delle Scuole cristiane, i cappellani dell’ospedale san Giacomo e i padri Agostiniani Scalzi. Tra gli istituti femminili vi sono le Suore Ospedaliere della Misericordia, le Piccole Figlie di san Giuseppe, le Piccole Operaie dei Sacri Cuori, le Figlie del Santissimo Redentore e della beata Vergine Addolorata e le Ancelle dell’Immacolata Concezione.
A tutti voi, religiosi e religiose dico: perseverate nella vostra continua disponibilità a contribuire all’edificazione del Regno di Dio, aiutando la parrocchia ad essere comunità di amore e di servizio, segno di Cristo che passa “facendo del bene” (At 10, 38).
Cari fratelli e sorelle, questo tempo quaresimale sia per tutti voi parrocchiani un’occasione provvidenziale per rinnovare lo sforzo di conversione a Cristo che si fonda sulla riflessione e sulla preghiera, ma anche sulla vita sacramentale. Date spazio in questo tempo al sacramento della Penitenza o Riconciliazione, che restituisce alle anime la piena intimità con Dio.
8. “La parola della fede” che proclamiamo acquista una forza particolare nel periodo di Quaresima.
Come il Popolo di Dio della antica alleanza ha pellegrinato durante quaranta anni nel deserto alla terra promessa, così anche la Chiesa: il Popolo della nuova alleanza pellegrina ogni anno “attraverso il deserto” durante la Quaresima. Il modello più vicino è per noi il digiuno di quaranta giorni di Gesù nel deserto, che ha dato inizio alla sua attività messianica.
“La parola della fede” che ascoltiamo nel corso di questi giorni e settimane trova oggi la sua particolare espressione nella lettera di san Paolo ai Romani:
“Se confesserai con la tua bocca che Gesù è il Signore, e crederai con il tuo cuore che Dio lo ha risuscitato dai morti, sarai salvo” (Rm 10, 9).
“La parola della fede”, la parola della salvezza è la parola della conversione: da questa morte che è peccato, alla vita che è in Cristo, crocifisso e risorto.
Mediante la Quaresima dobbiamo prepararci – ogni anno di nuovo – a confessare con il cuore e con la vita questa verità salvifica:
Gesù è il Signore!
Omelia (08-03-1992)
VISITA ALLA PARROCCHIA ROMANA DEI SANTI VITALE E COMPAGNI MARTIRI.
Domenica, 8 marzo 1992.
Carissimi fratelli e sorelle
della Parrocchia dei Santi Vitale e Compagni Martiri!
1. Questa visita pastorale alla vostra Comunità parrocchiale coincide con la prima domenica di Quaresima. Tutti sappiamo l’importanza del periodo quaresimale per una profonda revisione della vita spirituale. È un tempo “favorevole” dell’anno liturgico, che dal mercoledì delle ceneri, quasi maestoso portale che si apre sulla Quaresima, fino al Sabato Santo, che si affaccia sull’esaltante mistero della risurrezione, stimola lo spirito alla penitenza, all’espiazione e alla conversione del cuore. È un tempo di verifica della nostra fedeltà nel corrispondere al progetto di Dio su di noi, e di rettifica se lo avessimo dimenticato, mutilato o distorto a causa delle tentazioni che ci si fossero presentate.
2. Con l’austero e insieme suggestivo rito dell’imposizione delle ceneri, lo scorso mercoledì, la Chiesa ha voluto ricordarci che abbiamo un’anima immortale, la quale sopravvivrà al di là della caducità della carne. La presente vita ha un valore immenso, perché è in grado di accogliere e comprendere l’amore di Dio che si è manifestato in Gesù Cristo, Salvatore e Redentore di ogni uomo e di tutto l’uomo. La liturgia quaresimale ha a Roma uno speciale rilievo, in forza delle Stazioni che si celebrano nelle sue antiche chiese, le quali, anche per questo, sono celebri in tutto il mondo. In questi primi giorni di Quaresima, la liturgia della parola non cessa di esortarci ad approfondire il senso della preghiera, del digiuno e dell’elemosina. La preghiera è la strada maestra che conduce all’unione con Dio; essa, specialmente nella sua forma comunitaria, alimenta la carità fraterna e ci spinge a riconoscerci, rispettarci e amarci come Cristo ci ha amati. Anche la penitenza assume per il cristiano, nell’odierna società consumistica ed edonistica, il senso di un’accurata osservanza della legge di Dio, anzitutto nel generoso adempimento dei doveri della propria vocazione e professione. Infine l’elemosina, la quale, aggiornate le sempre valide forme tradizionali, si manifesterà nella scelta preferenziale degli ultimi e nello sforzo per una equa distribuzione dei beni, che sono destinati a tutti.
3. In questo contesto spirituale, si inseriscono gli insegnamenti della liturgia di questa domenica. Il Vangelo di Luca ci ha presentato l’episodio delle tentazioni di Gesù nel deserto. Il Signore “fu condotto dallo Spirito nel deserto, dove, per quaranta giorni, fu tentato dal diavolo. Non mangiò nulla in quei giorni; ma quando furono terminati ebbe fame. Allora il diavolo gli disse . . .” (Lc 4, 1-3). Satana intuisce che Gesù è il Messia, il Santo di Dio. Crede di poter fare come fece con Adamo: tentarlo e abbatterlo. Ed ecco le tre tentazioni: la concupiscenza della carne, la concupiscenza degli occhi e la superbia di vita. Sarà l’apostolo Giovanni, nella sua prima Lettera, a classificare con queste tre categorie le radici di ogni deviazione morale. Infatti Satana prima chiede a Gesù di trasformare le pietre in pane, poi gli propone la ricchezza e il potere, infine lo sollecita alla superbia, invitandolo a compiere un gesto spettacolare.
4. Gesù respinge queste tentazioni con la forza che viene dalla Parola di Dio: “Sta scritto . . .”! Con questa arma il Signore combatte la sua vittoriosa battaglia nel deserto: “Non di solo pane vivrà l’uomo, ma di ogni parola che esce dalla bocca di Dio” (Mt 4, 4). Sia anche per noi la Parola di Dio la spada del buon combattimento spirituale contro le suggestioni del maligno, che non cessa di insidiarci, inducendoci al peccato. Sia essa l’anima della nostra ascesi cristiana, la “spada affilata a doppio taglio”, secondo l’espressione dell’Apocalisse (Ap 1, 16), che fa cadere le cose inutili, recide le radici dell’uomo vecchio e purifica il cuore. Occorre che in questo tempo di Quaresima abbiamo a sentire la fame e la sete della Parola divina, che sappiamo scoprirla e accoglierla e meditarla, perché davvero sia, come dice San Paolo nell’odierna lettura, “accanto a te, sulla tua bocca e nel tuo cuore” (Rm 10, 8). Ascoltiamo pure, a questo proposito, l’autorevole voce del Vescovo Ambrogio: “La parola di Dio è la sostanza vitale della nostra anima; essa la alimenta, la pasce e la governa e non c’è altra cosa, all’infuori della Parola di Dio, che possa far vivere l’anima dell’uomo” (Exp. Ps., 118, 11, 29). Questa pressante esortazione fa certamente eco a quella ancor più stimolante di Paolo: “Poiché se confesserai con la tua bocca che Gesù è il signore e crederai con il tuo cuore che Dio lo ha risuscitato dai morti, sarai salvo . . . Dice infatti la Scrittura: Chiunque crede in lui non sarà deluso” (Rm 8, 12). È attraverso l’adesione incondizionata a questa Parola della Scrittura che passa la via del rinnovamento quaresimale e della perfezione cristiana. Superando ogni tentazione di Satana con la forza del suo attaccamento alla Parola di Dio, Cristo ci mostra che la liberazione è anzitutto interiore e che dobbiamo superare l’egoismo, la ricerca ansiosa dei beni materiali, la sete di potere, l’illusione del successo immediato, se vogliamo veramente possedere noi stessi e raggiungere la piena libertà dello spirito.
5. Cari fratelli e sorelle! Sono venuto ad annunciarvi questa Parola di Dio e a rafforzarvi nella fede. La vostra Comunità parrocchiale si raduna in una Chiesa tra le più antiche di Roma. Voi rappresentate la continuità di una tradizione che affonda le sue radici nella testimonianza degli apostoli Pietro e Paolo e degli altri martiri di questa Chiesa paleocristiana. Il vento del secolarismo e la pressione del consumismo stanno distogliendo molti dalla vera fede e dalla pratica cristiana. Il tenue filo di una tradizione che ancora li lega a Gesù Cristo e alla Comunità dei credenti potrebbe essere spezzato, se non ci sarà una nuova presa di coscienza del valore della vita umana e dei suoi destini eterni; se non ci sarà una nuova evangelizzazione, che attualizzi la fede in Gesù Cristo, con quel senso di novità, di freschezza e di potenza che si realizzò al tempo degli Apostoli. A questa nuova evangelizzazione la Chiesa romana intende dare un forte stimolo, in modo tutto speciale mediante il Sinodo diocesano, a cui anche voi siete chiamati a portare un contributo di idee e di proposte.
6. Nel consapevole cammino di questo comune impegno, saluto, insieme al Cardinale Vicario, Camillo Ruini, e al Vescovo Ausiliare, Monsignor Filippo Giannini, tutti voi, cari fedeli di questa Parrocchia di San Vitale, e vi ringrazio per la vostra partecipazione a questa liturgia eucaristica. Saluto, in particolare, il Parroco, Monsignor Roberto Amendolàgine, e tutti i Sacerdoti che prestano qui la loro collaborazione. Mi è gradito rivolgere il pensiero alle Religiose e ai Religiosi, che risiedono nell’ambito della circoscrizione parrocchiale: le Suore Figlie dell’Oratorio di Lodi, che dirigono la Casa di Accoglienza della Giovane; i Padri Gesuiti di Sant’Andrea al Quirinale; i Padri Trinitari del San Carlino alle Quattro Fontane; i Frati Francescani Minori di San Lorenzo in Panisperna. Giunga ad essi l’espressione della mia gratitudine per la testimonianza di fede che danno con l’esempio della loro vita consacrata al Signore e con il fervore della predicazione delle verità eterne. Incoraggio e apprezzo la benemerita attività che l’Associazione Cattolica Internazionale al Servizio della Giovane (ACISJF) svolge presso la Casa di Santa Pudenziana, in Via Urbana, a favore di tante ragazze bisognose di assistenza spirituale e materiale. Desidero salutare pure tutti i laici che partecipano in modo responsabile alle iniziative parrocchiali, soprattutto coloro che si dedicano a varie forme di volontariato tra i malati, i disabili, gli anziani e i poveri, oppure prestano la loro opera nella catechesi e nell’animazione liturgica. Cercate di affrontare con spirito di grande collaborazione i vari problemi che toccano la vostra Comunità. Vi auguro di camminare in questo spirito per poter celebrare a Pasqua, completamente trasformati, il gioioso evento del Cristo risorto. Voglio confessarvi che mi trovo in questa chiesa con grande emozione perché durante i miei studi a Roma, negli anni ‘40, subito dopo la guerra, avevo il privilegio di abitare nel Collegio Belga, vicino a Sant’Andrea al Quirinale e a questa chiesa parrocchiale. Questa chiesa esprime il soffio dello Spirito che attraversa le anime e i secoli, e ci porta una eco lontana, ma sempre attuale, dei primi secoli della Chiesa degli Apostoli, dei tanti martiri, che hanno costruito le fondamenta della Chiesa romana e della Chiesa universale. Amen!
Omelia (05-03-1995)
VISITA ALLA PARROCCHIA ROMANA DI SANTA MARIA DEL SOCCORSO.
Domenica 5 marzo 1995.
1. “Et ne nos inducas in tentationem…”.
Mercoledì scorso, col rito delle Ceneri, abbiamo iniziato un nuovo cammino quaresimale. Con l’imposizione delle ceneri sul capo dei fedeli, la Chiesa ricorda la fondamentale verità sull’uomo contenuta nelle parole del Libro della Genesi: “Ricordati che sei polvere e in polvere ritornerai” (cf. Gen 3, 19). In luogo di questa formula, la liturgia ne prevede anche un’altra tratta dal Nuovo Testamento: “Convertitevi e credete al vangelo” (Mc 1, 15). Questa seconda esortazione mette in risalto il fatto che la Quaresima è un periodo di evangelizzazione particolarmente intensa. Si tratta delle parole, annotate dall’evangelista Marco, con le quali Gesù di Nazaret inaugura la sua predicazione messianica. A tale inizio richiama i nostri pensieri anche la liturgia della Parola dell’odierna prima Domenica di Quaresima.
Gesù, ricevuto il battesimo nelle acque del Giordano, si reca nel deserto. Leggiamo in san Luca: “Gesù, pieno di Spirito Santo, si allontanò dal Giordano e fu condotto dallo Spirito nel deserto […]. Non mangiò nulla in quei giorni; ma quando furono terminati ebbe fame” (Lc 4, 1-2). E proprio la fame costituisce l’occasione della prima tentazione, alla quale l’uomo Gesù di Nazaret si è sottoposto, per iniziare l’opera della nostra Redenzione. È molto importante meditare sul fatto che Gesù, Figlio unigenito del Padre ed allo stesso tempo vero uomo, accetta di essere tentato. Colui che, sulla riva del fiume Giordano, si era unito alla fila dei peccatori per ricevere il battesimo di penitenza da parte di Giovanni, nel deserto dimostra di voler liberare l’umanità dal peccato attraverso una profonda solidarietà con l’uomo peccatore. Proprio per questo accetta l’esperienza di essere tentato. L’uomo infatti pecca perché cede alle molteplici tentazioni che gli si presentano.
2. I racconti evangelici descrivono le tentazioni di Gesù nel deserto facendo riferimento alla triplice concupiscenza che, secondo l’insegnamento di san Giovanni, costituisce lo stimolo del peccato (cf. 1 Gv 2, 16): la concupiscenza della carne, la concupiscenza degli occhi e la superbia della vita. Nel brano di Luca, che abbiamo ascoltato, il tentatore fa riferimento a queste tre concupiscenze.
Anzitutto si riferisce alla concupiscenza della carne. Approfittando del fatto che Gesù è stremato dal digiuno, Satana insinua in Lui il seguente pensiero: “Se tu sei Figlio di Dio, dì a questa pietra che diventi pane” (Lc 4, 3) – naturalmente allo scopo di saziare la tua fame. Si tratta qui di un bisogno naturale, che in sé non ha nulla di riprovevole. Tuttavia Satana attribuisce al bisogno naturale del cibo carattere di tentazione. Perciò Cristo respinge il suo consiglio, apparentemente benevolo, replicando con le parole della Scrittura: “Sta scritto: Non di solo pane vivrà l’uomo” (Lc 4, 4).
3. La tentazione successiva corrisponde a ciò che san Giovanni chiama “concupiscenza degli occhi”. Il tentatore conduce Gesù in alto e in un istante gli mostra tutti i regni del mondo dicendo: “Ti darò tutta questa potenza e la gloria di questi regni […]. Se ti prostri dinanzi a me, tutto sarà tuo” (Lc 4, 6-7). Nell’uomo la concupiscenza degli occhi si accompagna al desiderio, o piuttosto alla bramosia di possedere. Di per sé, il possedere dei beni è una cosa voluta per l’uomo dal Creatore, che sin dall’inizio gli affidò il mondo visibile dicendo: Soggioga la terra! (cf. Gen 1, 28). Tuttavia il legittimo desiderio dei beni, di cui l’uomo ha bisogno per vivere, viene trasformato dalla concupiscenza in bramosia di possesso, in smania di possedere per possedere, per avere il più possibile, per avere tutto. Questo “avere” diventa più importante dell’“essere”, come ha ricordato giustamente il Concilio (Gaudium et Spes, 35). È questa una grande tentazione per l’uomo, ferito e indebolito, dopo il peccato originale. In modo particolare essa è forte nella nostra epoca, che, in un grado finora sconosciuto, ha sviluppato nell’uomo la brama di possedere.
Gesù respinge anche questa tentazione ricorrendo alle parole della Sacra Scrittura: “Sta scritto: Solo al Signore Dio tuo ti prostrerai, lui solo adorerai” (Lc 4, 8). Nel rispondere Gesù non fa riferimento al possesso, ma smaschera il fine per cui il tentatore voleva strumentalizzarlo: servire e adorare ciò che non è Dio. Se l’uomo infatti possiede i beni di questo mondo senza bramosia e con l’aiuto di essi serve Dio e il prossimo, è segno che ha sconfitto la bramosia del possedere.
4. E giungiamo alla terza tentazione, di cui parla l’odierno Vangelo. Satana conduce Gesù a Gerusalemme. Lo pone sul pinnacolo del tempio dicendo: “Se tu sei Figlio di Dio, buttati giù; sta scritto infatti: Ai suoi angeli darà ordine per te, perché essi ti custodiscano […] essi ti sosterranno con le mani, perché il tuo piede non inciampi in una pietra” (Lc 4,9-11). Questa tentazione corrisponde a quella che san Giovanni chiama superbia della vita e che in tanti modi cerca negli uomini la propria soddisfazione. Per indurre Gesù a cadere in questa insidia, il tentatore si richiama alle parole del Salmo 90, e nasconde il male sotto le apparenze di una sconfinata fiducia nella Divina Provvidenza, sostenuta anche da un sicuro effetto di ammirazione tra la gente: “Guardate, si è gettato dal pinnacolo del tempio e non si è fatto niente!…”. Bisogna ammettere che il tranello è fin troppo evidente. Satana, già due volte sconfitto mediante la Sacra Scrittura, tenta lui stesso di servirsene, ma si condanna così a una replica senza appello: “È stato detto: Non tenterai il Signore Dio tuo” (Lc 4, 12). Questa frase può essere intesa in un duplice senso: in primo luogo, essa significa che non è lecito tentare il Signore per soddisfare la propria superbia; secondariamente, con tale divieto Gesù afferma di poter vincere, in quanto Dio, ogni tentazione di Satana.
5. Carissimi Fratelli e Sorelle della parrocchia di Santa Maria del Soccorso, sono lieto di incontrarvi e di celebrare con voi questa prima domenica di Quaresima. Ringrazio il Signore che mi dà modo di riprendere oggi le visite pastorali nelle Comunità parrocchiali della diocesi.
Saluto cordialmente il Cardinale Vicario ed il Vescovo del Settore. Saluto il vostro Parroco e il Viceparroco, che, pur non essendo preti romani, si sono calati pienamente nella realtà del territorio, con la sua storia ed i suoi problemi attuali. Saluto anche tutti gli altri sacerdoti che aiutano specialmente le domeniche nella parrocchia. Rivolgo uno speciale pensiero alle Suore Sacramentine di Bergamo, la cui presenza a Santa Maria del Soccorso risale alle origini del quartiere. In questi sessant’anni, sorrette dall’amore di Cristo Eucaristia, si sono dedicate anzitutto alla formazione delle ragazze e alla cura dei bambini nelle scuole materna ed elementare. Ma esse collaborano all’intera vita della Comunità, nell’intento di farne sempre più una famiglia viva, unita intorno a Cristo. Sono molto grato alla vostra Congregazione, carissime sorelle, per questo grande impegno.
Saluto quanti fanno parte delle diverse Associazioni, Movimenti e Gruppi d’impegno apostolico. Tutti incoraggio a dare grande importanza all’approfondimento della Parola di Dio e a collaborare generosamente con i sacerdoti per la diffusione del Vangelo in tutto il quartiere. Un ricordo particolare va ai giovani, che invito a considerare il sacramento della Cresima come una tappa fondamentale della loro crescita cristiana. Non dimenticate, però, cari giovani, che questo cammino di fede e di vita comunitaria va proseguito con generosità e costanza, cercando di animare con la luce del Vangelo gli ambienti di studio, di lavoro e le molteplici attività sportive e di volontariato alle quali vi dedicate. Vi aspetto poi il prossimo 6 aprile in Vaticano, per l’incontro dei giovani in preparazione alla Giornata Mondiale della Gioventù che celebreremo la Domenica delle Palme.
6. “Et ne nos inducas in tentationem”.
Carissimi Fratelli e Sorelle! Gesù ci ha insegnato a pregare il Padre anche con queste parole: “Non ci indurre in tentazione”. L’odierna prima Domenica di Quaresima costituisce, per più motivi, un particolare richiamo a questa domanda contenuta nella Preghiera del Signore. Oggi infatti ci è stato riproposto il digiuno di quaranta giorni, per mezzo del quale la Chiesa attualizza quello di Cristo nel deserto. Ma soprattutto ci è stato richiamato lo scopo del digiuno, vale a dire la lotta al peccato, il superamento delle tentazioni di vario genere, dalle quali è insidiata la vita dell’uomo.
Le tentazioni provengono da Satana, ma anche – come insegna la Chiesa – dal mondo corrotto e dalla nostra debole natura, che dopo il peccato originale è diventata più incline al male che al bene. Il mondo, come creatura di Dio, è bello e buono. Esso, però, sotto l’influsso di Satana, e a causa della nostra debolezza, è soggetto a molteplici falsificazioni, delle quali l’uomo può cadere vittima a motivo dello stimolo del peccato rimasto in lui come effetto della caduta originale. Questa debolezza viene anche sfruttata dal tentatore che il Vangelo definisce “menzognero e padre della menzogna” (Gv 8, 44).
Questo ci insegna la liturgia dell’odierna prima Domenica di Quaresima. Essa indica allo stesso tempo il mezzo essenziale col quale ognuno di noi può vincere le tentazioni. Tale mezzo è la preghiera. La preghiera infatti è l’invocazione del nome del Signore, e come ricorda san Paolo nella Lettera ai Romani: “Chiunque invocherà il nome del Signore sarà salvato” (Rm 10, 13). Facciamo nostre, pertanto, le parole dell’Apostolo come anche le parole del Salmo: “Mio rifugio e mia fortezza, / mio Dio, in cui confido” (Sal 91, 2).
Auguro a tutti questa confidenza con Dio, questa preghiera che sa vincere e superare tutte le tentazioni della vita.