Domingo XXII Tiempo Ordinario (B) – Homilías
/ 24 agosto, 2015 / Tiempo OrdinarioLecturas (Domingo XXII del Tiempo Ordinario – Ciclo B)
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles.
-1ª Lectura: Dt 4, 1-2. 6-8 : No añadáis nada a lo que os mando…, así cumpliréis los preceptos del Señor.
-Salmo: 14 : R. Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?
-2ª Lectura: Sant 1, 17-18. 21b-22. 27 : Llevad a la práctica la palabra.
+Evangelio: Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23 : Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Ireneo de Lyon, obispo y doctor de la Iglesia
Tratado: El principal mandamiento.
Tratado contra las herejías (Lib 4, 12,1—13,3: SC 100, 508-516)
Tanto en la ley como en el evangelio, el primero y principal mandamiento es amar a Dios
La tradición de sus mayores que ellos afectaban observar como derivada de la ley era contraria a la ley dada por Moisés. Por eso dice Isaías: Tus taberneros echan agua al vino, indicando que al austero precepto de Dios los mayo-res habían mezclado una tradición aguada, esto es, una ley adulterada y contraria a la Ley, como lo manifestó el Señor, diciéndoles: ¿Por qué vosotros anuláis el manda-miento de Dios por mantener vuestra tradición?
Y no sólo anularon la ley de Dios por sus transgresiones, echando agua al vino, sino erigiendo en contra de ella su propia ley, ley que todavía hoy se llama «farisaica». En esta ley quitan unas cosas, añaden otras e interpretan no pocas a su capricho. De todo esto se sirven particular-mente sus propios maestros.
Queriendo reivindicar dichas tradiciones, no quisieron someterse a la ley de Dios, que los orientaba hacia la venida de Cristo, antes bien, recriminaban al Señor por-que curaba en sábado, cosa que ciertamente —como ya dijimos— la ley no prohibía, ya que, en cierto modo, ella también curaba circuncidando al hombre en sábado, pero se cuidaban muy bien de inculparse a sí mismos por transgredir el precepto de Dios en nombre de la tradición y de la mencionada ley farisaica, no teniendo en cuenta el principal mandamiento de la ley, que es el amor a Dios.
Siendo éste el primero y principal precepto y el segundo el amor al prójimo, el Señor enseñó que estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas. Y él mismo no nos dio ningún mandamiento mayor que éste, pero lo renovó, mandando a sus discípulos amar a Dios de todo corazón y a los demás como a sí mismos.
Y Pablo dice que amar es cumplir la ley entera, y que cuando hayan desaparecido todos los demás carismas; quedarán la fe, la esperanza y el amor, pero que el más grande de los tres es el amor; y que ni el conocimiento sin el amor a Dios vale para nada, ni tampoco el conocer todos los secretos, ni la fe, ni la profecía, sino que todo es vaciedad y vanidad sin el amor; que el amor hace al hombre perfecto, y que quien ama a Dios es un hombre cabal en este mundo y en el futuro: pues jamás dejaremos de amar a Dios, sino que cuanto más le contemplemos, más lo amaremos.
Siendo, pues, en la ley y en el evangelio el primero y principal mandamiento amar al Señor Dios de todo corazón, y el segundo, semejante a él, amar al prójimo como a sí mismo, es evidente que uno e idéntico es el autor tanto de la ley como del evangelio. Así que, siendo unos mismos, en ambos Testamentos, los mandamientos funda-mentales de la vida, apuntan a un mismo Señor, el cual dio, es verdad, preceptos particulares adaptados a cada Testamento, pero propuso en ambos unos mismos mandamientos, los más importantes y sublimes, sin los cuales no es posible salvarse.
San Juan Crisóstomo, obispo
Homilía: Las tradiciones y la Ley.
Homilía 51, sobre San Mateo
Entonces se acercaron a Jesús fariseos y escribas venidos de Jerusalén, diciendo: ¿Por qué tus discípulos, etc. (Mt 15,1).
ENTONCES. ¿Cuándo? Cuando hizo infinitos milagros; cuando curó a los enfermos al contacto de la orla de su vestido. Declara el tiempo el evangelista para manifestar la enorme perversidad de aquellos hombres que por nada cedían. ¿Qué significa eso de fariseos y escribas venidos de Jerusalén? Lo dice porque aún cuando estaban dispersos entre todas las tribus y divididos en las doce partes, pero los de Jerusalén eran los más perversos, porque disfrutaban de más crecidos honores y eran muy arrogantes. Observa cómo por su mismo modo de preguntar quedan cogidos. Porque no dicen: ¿por qué traspasan la Ley de Moisés? sino: la tradición de los ancianos. Por aquí se ve que los sacerdotes habían metido muchas innovaciones, a pesar de que Moisés con terrores grandes y muchas amenazas había prohibido que algo se añadiera o quitara a la Ley: No añadirás nada a lo que yo os prescribo ni nada quitarás.» Sin embargo, ellos añadían novedades como era eso de no comer sin lavarse las manos y sin lavar las copas y vasos de bronce y purificarse. Y precisamente cuando ya era tiempo de eximirse de tales observancias fue cuando ellos más se ataron a ellas. Temían que alguien les arrebatara el principado y anhelaban hacerse más temibles con su papel de legisladores.
Llegó a tales términos la perversidad que sus preceptos se guardaban y en cambio se violaba la Ley de Dios. Y en tal manera se habían impuesto, que era pecado violar sus mandamientos. Había en esto una doble falta: que introducían innovaciones y que, sin tener en cuenta lo de Dios, vindicaban en forma tan rígida lo suyo. Ahora, haciendo a un lado lo de las medidas y lo de las copas de bronce, que eran cosas ridículas, traen al medio lo que les pareció de mayor importancia; y esto con el objeto, según me parece, de concitar contra Cristo la cólera del pueblo. Por lo mismo, trajeron a la memoria los ancianos, como si Cristo los despreciara, y tomar de aquí ocasión de acusarlo.
Nosotros debemos ante todo examinar por qué los discípulos comían sin lavarse las manos. ¿Por qué causa comían así? No lo hacían deliberadamente y con torcida intención, sino que para atender a lo necesario omitían lo superfluo. Tampoco tenían como ley el comer con las manos lavadas o sin lavar, sino que hacían lo uno y lo otro según se presentaba la ocasión. Si no se cuidaban del necesario sustento ¿por qué se iban a cuidar con diligencia de eso otro? Como esto aconteciera a los discípulos muchas veces en que de pronto y como fortuitamente tenían que hacerlo, por ejemplo cuando comían en el desierto y cuando arrancaron las espigas, los escribas y fariseos, que siempre descuidaban lo importante y en cambio cuidadosamente procuraban lo superfluo, tomaron ocasión de aquello como si fuera un pecado, para acusar a Cristo. ¿Qué hace Jesús? No atiende a eso ni rechaza la acusación, sino que al punto los recrimina, con el objeto de reprimir su audacia. Y para manifestar que quien cae en pecados mayores no debe tan cuidadosamente indagar las faltas pequeñas de otros Como si les dijera: Vosotros que debíais ser acusados, acusáis.
Quisiera yo que consideres cómo Jesús, cuando quiere abrogar alguna de las prescripciones legales, lo hace como si quisiera excusarse. Y así procede ahora. Porque no procede inmediatamente a tratar de las transgresiones, ni dice: Esto no tiene importancia, pues habría vuelto a los escribas y fariseos más feroces aún, sino que primero les humilla su audacia, trayendo al medio un crimen de ellos mucho mayor y echándoselo en cara. Tampoco dice de ellos que obren rectamente en las transgresiones para no darles agarradera, ni los reprende para no parecer que confirma la Ley, ni tampoco acusa a los ancianos como perversos y malos, pues lo habrían odiado como a querelloso; sino que haciendo a un lado todo eso, echa por otro camino Aparentemente parece redargüir a los que se le acercaron, pero en el fondo alude a los que semejante ley pusieron, sin nombrar para nada a los ancianos, aunque reprobándolos también a éstos en la acusación que pone contra aquéllos y pone de manifiesto que cometen un doble pecado: el no obedecer a Dios y el proceder así por agradar a los hombres.
Como si les dijera: precisamente esto es lo que os ha perdido, que en todo obedezcáis a los ancianos. No lo dice claramente, pero lo deja entender cuando les responde: ¿Por qué traspasáis vosotros el precepto de Dios por vuestras tradiciones? Pues Dios dijo: Honra a tu padre y a tu madre, y quien maldijere a su padre o a su madre sea muerto? Pero vosotros decís: Si alguno dijere a su madre: Cuanto de mí pudiere aprovecharte sea ofrenda, ése no tiene que honrar a su padre; y habéis anulado la palabra de Dios por vuestra tradición. No dice por la tradición de los ancianos, sino vuestra, y también: vosotros de–cís. No dice ancianos para que la contestación resultara menos molesta. Pues los escribas y fariseos intentaban demostrar que los discípulos eran transgresores de la Ley, Cristo les prueba que son ellos los trangresores verdaderos, y que los discípulos están libres de culpa. Ni es ley lo que los hombres establecen, y por eso la llama tradición, que es cosa propia de hombres en exceso perversos. Y como el mandato de lavarse las manos no era contrario a la Ley, El les trae al medio otra tradición que sí era contraria a la Ley.
Lo que dice Jesús significa lo siguiente. Los escribas y fariseos enseñaron a los jóvenes, so capa de piedad, a despreciar a sus padres. ¿Cómo y por qué medio? Si algún padre decía a su hijo: dame esa oveja que tienes, o ese ternero u otra cosa cualquiera, el hijo respondía: Eso que quieres que te dé es don prometido a Dios y tú no puedes recibirlo De donde se seguía un doble mal. Pues ni lo daban a Dios y en cambio defraudaban a sus padres bajo la excusa de ser aquello oblación hecha a Dios; de manera que les hacían injusticia en nombre de Dios, y a Dios en nombre de los padres. Pero Jesús no les dice esto al punto, sino que primero les recuerda la Ley, por la que Dios manifiesta su voluntad absoluta de que se honre a los padres. Porque dice: Honra a padre y madre para que vivas largo tiempo sobre la tierra. Y también: Quien maldijere a su padre o a su madre, muera. Cristo, dejando a un lado el premio que recibirán los que honren a sus padres, enuncia lo que es más tremendo, o sea el castigo que recibirán los que no los honren. Y lo hace tanto para apartarlos de ese crimen como para atraer a los que sean prudentes. Además por aquí hace a los escribas y fariseos dignos de muerte. Porque si quien con palabras no honra a sus padres es castigado, mucho más lo seréis vosotros: como si les dijera -pues los deshonráis con obras. Y no sólo los deshonráis, sino que enseñáis lo mismo a otros.
Entonces ¿por qué vosotros, que ni aun debíais estar entre los vivos, acusáis a los discípulos? No es de maravillar que contra mí, a quien hasta ahora no conocíais, os mostréis tan rijosos cuando lo mismo hacéis respecto de vuestros padres. Porque por todas partes afirma y demuestra que de esta raíz les ha nacido toda su arrogancia. Hay algunos que interpretan este pasaje de otro modo, es decir, aquello de: Cuanto de mí pudiere aprovecharte sea ofrenda. Es decir: No te debo honor alguno; si te honro lo hago sin obligación, puesto que todo podía yo convertirlo en oblación a Dios. Pero Cristo aquí no trató de esa forma de injuria. Marcos lo dice más claro: Corbán, esto es ofrenda, sea todo lo que de mí pudiera serle que propiamente no significa don o regalo, sino oblación en sentido estricto.
Una vez que Cristo les demostró que quienes pisoteaban la ley de Dios no tienen derecho a reprender a otros, por haber traspasado la tradición de los ancianos, luego aduce la prueba con las palabras del profeta. Y tras de haberlos redargüido con vehemencia, prosigue adelante, como lo hace siempre citando las Escrituras, para demostrar además que El está de acuerdo con la palabra de Dios. ¿Qué es lo que dice el profeta?: Este pueblo se me acerca sólo de palabra y me honra sólo con los labios, mientras que su corazón está lejos de mí; y su temor de mí no es sino un mandamiento humano A ¿Ves cuan exactamente consuena la profecía con lo dicho, y cómo ya de antiguo predice la perversidad de ellos? Lo que ahora Cristo dice acusándolos eso mismo ya anteriormente lo había dicho Isaías, o sea que despreciaban los mandatos de Dios.
Porque dice: Sólo me honra con los labios, mientras que cuidan grandemente de sus propios preceptos, enseñando mandatos de hombres. Con razón, pues, los discípulos no los guardan. Dado este golpe mortal y reforzada su acusación por los hechos, las propias sentencias de ellos y lo del profeta, ya no se ocupa de aquellos escribas y fariseos, puesto que era imposible enmendarlos; sino que se vuelve con su discurso a las turbas para exponerles una verdad sublime, grande, llena de alta sabiduría. Y tomando pie de lo dicho, explicó algo más eximio aún y excluyó la diferencia de alimentos. Pero atiende a la ocasión. Habiendo limpiado al leproso, removió la ley del sábado, se declaró rey de tierras y mares, estableció leyes, perdonó pecados, resucitó muertos y dio infinitas pruebas de su divinidad; y finalmente ahora habla de los alimentos. Porque todo el judaismo a esto se había reducido; y si esto suprimes, a todo él lo habrás suprimido. Porque partiendo de aquí demuestra que también es necesario abrogar la circuncisión. Aunque esto último no lo aclaró por entonces, por ser un precepto más antiguo y que con mayor reverencia y piedad se guardaba. Más adelante lo abrogó por medio de sus discípulos. Era un precepto tan magno que cuando los discípulos quisieron abrogarlo, pasado ya mucho tiempo, comenzaron por practicarlo y hasta al fin lo abolieron.
Considera en qué forma Cristo induce la ley. Dice el evangelista: Y llamando en seguida a la multitud, les dijo: Oíd y entended. Porque no simplemente lo anuncia a las turbas, sino que primero procura, mediante el honor y la oficiosidad, ganar atención para sus palabras. Esto es lo que deja entender el evangelista cuando dice: Y llamando enseguida. Lo mismo procura aprovechando la oportunidad del tiempo. Una vez que había refutado victoriosamente a los escribas y fariseos y los había confundido con la autoridad del profeta, entonces comienza a legislar, o sea cuando más fácilmente podían captar lo que les decía. Y no sólo llama a las turbas, sino que las hace atentas diciendo: Entended, es decir, meditad, levantad vuestros ánimos, porque digna es de atención la ley que luego quedará escrita.
Porque si ellos, fuera de oportunidad, quebrantaron la ley por causa de su tradición y vosotros les habéis dado oídos, mucho más conviene que ahora me oigáis a mí que oportunamente os llevo a más alta sabiduría. No dijo: la distinción de alimentos nada es; ni tampoco: Moisés erróneamente mandó eso; ni tampoco: lo hizo para acomodarse a vosotros; sino que, entre amonestando y aconsejando y apoyándose en la naturaleza de las cosas, les dijo: No es lo que entra por la boca lo que hace impuro al hombre, sino lo que sale de la boca. Atendiendo a la naturaleza de las cosas, profiere su ley y establece su parecer. Cuando esto oyeron no lo contradijeron ni le alegaron y objetaron: ¿Qué es lo que dices? Habiendo Dios dado innumerables preceptos acerca de la discriminación de alimentos ¿tú ahora estableces esta ley? Sino que, puesto que con vehemencia los había reprimido, no solamente refutándolos sino poniendo de manifiesto su dolo y revelando lo que ellos a ocultas tramaban y los secretos de sus corazones, se apartaron en silencio.
Pero tú considera cómo ni en público ni claramente había Cristo hablado de los alimentos. Por esto ni siquiera los nombró diciendo alimentos, sino: Lo que entra no mancha al hombre. Cosa que podían ellos suponer referirse a las manos no lavadas. Hablaba de los alimentos, pero podía entenderse de las manos no lavadas. Pues tan sagrada era la discriminación de alimentos, que aún después de la resurrección, Pedro decía: Señor, nunca he comido nada común o inmundo? Pues aun cuando esto lo decía por causa de otros y preparándose una defensa contra sus acusadores y mostrar así que se había resistido, sin embargo con esto demuestra la gran estima y cuidado que en la discriminación de animales se tenía.
Por eso Cristo a los comienzos no habló claramente acerca de los alimentos, sino que dijo: Lo que entra por la boca. Y también cuando luego más claramente parece haber hablado, no lo dio a entender sino hacia el fin, cuando dijo: Pero comer sin lavarse las manos eso no contamina al hombre; como si por aquí comenzara su discurso y que las otras cosas solamente las había intercalado. Por eso no dijo: la comida de los alimentos no contamina al hombre, sino que habló como si tratara de otra cosa, para que nada le pudieran objetar. Añade el evangelista que oyendo esto se escandalizaron, no ciertamente las turbas, sino los fariseos. Porque dice: Se le acercaron los discípulos y le dijeron: ¿Sabes que los fariseos al oírte se han escandalizado? Y sin embargo, Cristo nada había dicho contra ellos. Y ¿qué hace Cristo? No se pone a contradecir el escándalo, sino que los increpa diciendo: Toda planta que no ha plantado mi Padre celestial será arrancada. Porque sabía él muy bien cuándo se ha de despreciar el escándalo y cuándo no. Porque en otra parte dice: Mas, para no escandalizarlos, vete al mar y echa el anzuelo. Aquí, en cambio, dice: Dejadlos, son ciegos y guías de ciegos. Si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en la fosa.
Lo que dijeron los discípulos no fue tanto porque se condolieran de los fariseos, sino porque ellos mismos sentían un poco de turbación. Pero como no se atrevían a decirlo de sí mismos, querían aclarar la cosa contándola como de otros, Y que esto sea así, oye cómo el fervoroso Pedro, que siempre se adelantaba a los demás apóstoles, le dice: Explícanos esta parábola. Declaraba así la turbación de su ánimo, pero sin atreverse a decir abiertamente que aquello le molestaba, sino rogando que mediante la interpretación se le apaciguara su turbación. Pero entonces él a su vez fue reprendido. ¿Qué le dijo Cristo?: Toda planta que no ha plantado mi Padre celestial será arrancada.
Los enfermos de maniqueísmo alegan este pasaje como dicho de la Ley; pero con lo que ya explicamos les quedan cerradas las bocas. Si de la ley lo decía ¿cómo es que poco antes la defendió y argumentó en su favor diciendo: Por qué traspasáis vosotros el mandato de Dios por vuestras tradiciones? ¿Cómo es que alega el testimonio del profeta que dice: Este pueblo me honra con los labios, etc.? ¡No! ¡esto lo afirma hablando de ellos y de sus tradiciones! Pues si Dios dijo: Honra a tu padre y a tu madre ¿cómo puede ser que lo que El dijo no sea implantación de Dios? También lo que sigue demuestra que Cristo hablaba de los fariseos y de sus tradiciones. Porque añade: Son ciegos y guías de ciegos. Si hubiera tratado de la Ley, habría dicho que ella es guía de ciegos. Pero no dijo así, sino: Son ciegos y guía de ciegos, vindicando así a la Ley de toda acusación y refiriéndolo todo a ellos. En seguida, para apartarles las turbas y que no las despeñaran al abismo, dice: Si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en la hoya.
Gran mal es la ceguera. Pero ser ciego y no tener guía y además ofrecerse como guía es doble y triple crimen. Pues si es cosa peligrosísima que el ciego no tenga guía, es más peligroso aún que él se ofrezca como guía. Y ¿qué hace Pedro? No dijo: ¿por qué has dicho eso? Sino que pregunta como si le molestara la oscuridad de lo dicho. Ni dice ¿por qué has hablado en contra de la Ley? Pues temía que lo tuvieran por escandalizado. Tal es el motivo de que hable como si la cosa fuera oscura. Pero es cosa clara que no lo dijo por la oscuridad del dicho, sino por haberse escandalizado, ya que en lo dicho no había tal oscuridad.
Por esto Cristo lo increpa y dice: ¿Tampoco vosotros entendéis? Quizá las turbas no entendieran lo que Cristo decía, pero los discípulos sí se escandalizaron. Por lo cual al principio, como si preguntaran acerca de los fariseos, pedían una explicación. Pero cuando le oyeron que pesadamente conminando decía: Toda planta que no ha plantado mi Padre celestial será arrancada; y luego: Son ciegos y guías de ciegos, se contuvieron. Por su parte Pedro, siempre ardoroso, ni aun así pudo callar, sino que dijo: Explícanos esta parábola. Cristo le responde con vehemencia: ¿Tampoco vosotros entendéis? ¿No comprendéis? Lo dijo en tono de reprensión para quitarles el prejuicio y opinión preconcebida. Y no terminó aquí, sino que añadió: Todo lo que entra por la boca va al vientre y se expele en la letrina. Pero lo que sale de la boca procede del corazón, y eso hace impuro al hombre. Porque del corazón proceden los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las blasfemias. Esto es lo que contamina al hombre; pero comer sin lavarse las manos, eso no contamina al hombre.
¿Observas con cuánta vehemencia los increpa? Además toma sus argumentos de la naturaleza misma de las cosas, para de este modo rectificarles sus ideas. Pues cuando dice: Va al vientre y se expele en la letrina, todavía les habla en el bajo sentido de los judíos, pues dice que esas cosas no permanecen en el hombre, sino que se expelen. Pero aun cuando permanecieran, no manchan al hombre. Pero esto aún no podían entenderlo. Por esto el legislador le concede tanto tiempo cuanto el alimento permanece dentro; pero cuando ya ha salido, no, sino que ordena por la tarde lavarse y estar limpios, midiendo cuidadosamente el tiempo de la digestión y de la expulsión.
En cambio, lo del corazón, dice, permanece dentro, y cuando sale es cuando mancha y no mientras está dentro. Y pone en primer lugar los malos pensamientos, que era lo propio de los judíos. Y no argumenta aún por las leyes naturales, sino por lo que sale del vientre y del corazón, y de que unas cosas sale: y otras no. Pues unas cosas de fuera entran y salen de nuevo; otras, en cambio, nacidas dentro, cuando salen, manchan; y sobre todo al salir. Pero ellos no podían aún entender esto con la debida sabiduría, como ya dije. Marcos añade que Cristo lo dijo para declarar puros todos los alimentos. Pero Cristo no dijo abiertamente que comer tales alimentos no mancha al hombre; sin duda porque no le hubieran dado oídos si tan claramente les hablara.
Aprendamos, pues, qué cosas manchan al hombre: sepámoslo y apartémoslas. Porque veo que hay en la iglesia una costumbre de venir con los vestidos muy limpios y con las manos lavadas, pero en cambio, no se preocupan de presentar al Señor un alma limpia. Y no lo digo prohibiendo lavarse las manos o la boca, sino que yo prefiero que os lavéis no con agua, sino como debe ser con el baño de las virtudes. Las suciedades de la boca son las maldiciones, las blasfemias, las querellas, las palabras llenas de ira u obscenas, los chistes y payasadas. Si tienes conciencia de no haber dicho tales cosas y que no estás manchado con semejantes horruras, acércate confiadamente. Pero si en esto tienes innumerables manchas ¿para qué en vano te lavas con agua la lengua, mientras llevas en ella esas mugres dañinas y perniciosas?
Porque, dime: ¿Si tuvieras en tus manos estiércol y lodo te atreverías a orar? ¡De ningún modo! Y sin embargo, eso no causa daño alguno; mientras que lo otro es dañosísimo. Entonces ¿por qué en lo que es indiferente te muestras pío, mientras que eres negligente en lo que está prohibido? Dirás: ¿qué pues? Entonces: ¿no se ha de orar? En verdad que es necesario, pero no manchado con horruras, no cubierto de tanto lodo. Pero ¿y si por casualidad he caído? ¡Limpíate! ¿Cómo? Llora, gime, haz limosna, ponte de acuerdo con aquel a quien injuriaste, reconcíliate con él, limpia tu lengua, para que no irrites a Dios más gravemente.
Si alguien se te acercara como suplicante a tocar tus pies con las manos llenas de excremento, sin duda que no sólo no lo oirías, sino que a puntapiés lo rechazarías. Entonces ¿cómo te atreves a presentarte así a Dios? Porque manos del que suplica es la lengua y con ella toca las rodillas de Dios. ¡No la manches, para que no te diga: Cuanto multiplicáis las plegarias yo no escucho. Y también: La muerte y la vida están en el poder de la lengua. Y además: Pues por tus palabras serás declarado justo o por tus palabras serás condenado. Guarda, pues, tu lengua más que la pupila de tus ojos. Corcel regio es la lengua. Si le pones freno y la enseñas a caminar rítmicamente, el rey se sentará en ella con quietud; pero si la dejas ir sin freno y que ande saltando, será cabalgadura del diablo y de los demonios. Cuando tú has dormido con tu mujer, cosa que no es pecado, no te atreves a orar; y en cambio, tras de la querella y las injurias, merecedoras de la gehena ¿te atreves a levantar en oración tus manos antes de purificarte?
Pero yo pregunto: ¿cómo es que no te horrorizas? ¿No oyes a Pablo que dice: El matrimonio sea tenido por todos en honor y la unión conyugal sea sin mancha? Pues si levantándote de esa unión que es sin mancha, no te atreves a orar, cuando lo haces de una unión diabólica ¿cómo te atreves a invocar aquel tremendo y venerando nombre? Porque lecho del demonio es querer lavarse con oprobios y querellas. La ira a la manera de un dañino adúltero, nos acomete con gran deleite y arroja en nosotros simientes perversas y engendra enemistades diabólicas y hace todo lo contrario del desposorio. Porque el desposorio hace que dos sean uno en una carne, mientras que la ira a los que estaban unidos los separa y aun rasga y hiere al alma misma. En consecuencia, para que te acerques confiadamente a Dios, no des cabida a la ira que te acomete, sino apártala como se hace con un can rabioso. Pues Pablo ordenó: Levantando las manos puras, sin ira ni discusiones.
No manches tu lengua, pues ¿rogará ella por ti no teniendo ya tú confianza? Adórnala con la modestia y la humildad en las palabras; hazla digna de Dios a quien ella ruega; llénala de bendiciones mediante la limosna Porque también con la lengua puedes hacer limosna. Pues dice el Eclesiástico: La buena palabra es mejor que el don; y también: Responde al pobre con mansedumbre y con palabras amables. Y el resto del tiempo, adórnala con la narración de las leyes divinas. Tu conversación sea toda según la ley del Altísimo. Acerquémonos al Rey eterno adorándolo en esta forma y caigamos en sus rodillas no sólo corporalmente, sino también con la mente. Pensemos a quién nos acercamos y en favor de quiénes y con qué finalidad. Nos acercamos a Dios ante el cual los serafines apartan su rostro porque no pueden soportar su esplendor, y a quien la tierra al verlo tiembla. Nos acercamos a Dios que habita en una luz inaccesible. Nos acercamos para que nos libre de la gehena y para alcanzar perdón de nuestros pecados; para vernos libres de aquel intolerable suplicio; y para conseguir el Cielo con todos los bienes que allá están preparados.
Postrémonos, pues, ante El con el cuerpo y con la mente, para que El, a nosotros postrados, nos levante. Hablémosle con toda modestia y mansedumbre. Preguntarás: ¿quién hay tan miserable e infeliz que no sea humilde en su oración? El que al orar lanza maldiciones contra sus prójimos y está lleno de furor y clama contra sus enemigos. Si quieres acusar, acúsate a ti mismo. Si quieres aguzar la espada de tu lengua, agúzala contra ti mismo, contra tus pecados. No hables del mal que otro te ha causado, sino del mal que tú le has hecho: lo contrario sería el mayor de los males. Porque nadie puede dañarte si tú no te dañas a ti mismo. Si quieres, pues, levantarte contra los que te dañan, levántate primero contra ti mismo. Nadie te lo impide. Si acometes a otros saldrás con mayor daño.
Pero ¿qué injuria que se te haya hecho puedes alegar? Dirás que fulano me injurió, me arrebató mis bienes, me puso en peligro. Pero esto, si estamos vigilantes, no nos es dañoso, porque todo eso puede sernos de gran provecho. El dañado es aquel que causó esos males, no el que los sufre. Y esto sobre todo es causa de todos los males: que no caemos en la cuenta de quién es el que daña y quién el dañado. Si bien lo supiéramos, nunca nos vengaríamos, nunca pecaríamos contra otro, sabiendo ya que nadie puede dañarnos. Que no es daño ser robado, sino robar. Si robaste, acúsate a ti mismo; si otro robó lo tuyo, ora por el ladrón, pues en gran manera te ha aprovechado. Pues aun cuando él no pensara en aprovecharte, tú, si con fortaleza lo sufres, habrás logrado máximas utilidades. Al ladrón las leyes divinas y humanas lo llaman mísero, mientras que a ti, como a dañado, te celebran y te coronan.
Si uno que padece fiebre arrebata a otro un vaso lleno de agua y así satisface su dañoso deseo de beber, nunca diremos que ha sido dañado por aquel a quien arrebató el vaso, sino que se ha dañado a sí mismo aquel que lo arrebató, porque a sí mismo se aumentó el ardor de la fiebre e hizo más grave su enfermedad. Piensa tú lo mismo acerca del codicioso de dineros y riquezas. Porque éste, más aún que el enfermo de fiebre, con la rapiña enciende su propia llama. Si alguno furioso arrebata a otro la espada y con ella se atraviesa ¿quién es el que recibe daño? ¿aquel a quien arrebató la espada o aquel que la arrebató? Ciertamente éste. Pues pensemos lo mismo acerca del robo de las riquezas. Lo que es la espada para el loco, eso son las riquezas para el avaro.
Y aun son más dañosas. Porque el que está loco furioso y se traspasa con la espada, al fin queda libre de su locura y no recibe ya nuevas heridas. En cambio, el avaro, día por día recibe nuevas y más graves heridas, sin que se vea libre de semejante locura; antes bien, la aumenta cada día. Cuantas más son las heridas que recibe, tanto mayor ocasión presenta de recibir otras mayores. Considerando estas cosas, huyamos de semejante espada, de semejante locura; y aunque sea tardíamente, vigilemos. Razonablemente a tal virtud le damos el nombre de continencia, no menos que a la otra que así comúnmente se llama. Porque en ésta se lucha contra la tiranía de una sola concupiscencia; pero en aquélla otra se hace necesario vencer muchas y variadas concupiscencias. Nadie hay más necio ¡nadie! que quien es esclavo de la riqueza. Cree que reina y es súbdito; le parece que señorea y es siervo; cuando se ata con cadenas, se goza; mientras vuelve cada vez más feroz a la fiera, se alegra; mientras es llevado cautivo, salta de gozo; mientras ve al can atacado de rabia y que acomete a su alma, mientras convenía encadenarlo y domarlo por el hambre, él largamente lo alimenta, para que con mayor vehemencia lo acometa y se torne más feroz.
Pues bien: pensando todo esto, rompamos las ataduras, demos muerte a la fiera, echemos de nosotros semejante enfermedad, librémonos de esa locura, para que disfrutemos de tranquilidad y tengamos verdadera salud; y así con abundante placer lleguemos al puerto sereno y sin olas, y alcancemos los bienes eternos. Ojalá que todos los obtengamos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
San Juan Pablo II, papa
Homilía en Portugués (29-08-1982): El fondo del corazón.
Se coloca esta homilía en portugués, con el propósito de traducirla más adelante.
Visita Pastoral a São Marinho y Rímini. Santa Misa, Rímini, 29 de Agosto de 1982.
1. «Quem, Senhor, poderá ser hóspede do Vosso tabernáculo? / Quem poderá habitar na Vossa montanha santa?«, pergunta o Salmista, na liturgia de hoje, ao Deus de Israel e Deus da Aliança (Sl 14/15, 1).
E a tal pergunta recebe esta resposta:
— Habitará na montanha santa / «O que leva uma vida sem mancha, / e pratica com rectidão e diz a verdade no seu interior, / o que hão calunia com a sua língua» (w. 2-3).
— Na montanha santa e no tabernáculo de Deus habitará o que «Não faz mal ao seu próximo /,e não ultraja o seu semelhante: / O que despreza com o seu olhar os ímpios, / mas estima os que temem o Senhor» (w. 3-4).
— Na montanha santa, no tabernáculo de Deus habitará, enfim, o que «não falta ao seu juramento; / o que não empresta o seu dinheiro com usura, / nem se deixa subornar contra o inocente. / O que assim procede — conclui o Salmista — / jamais sucumbirá» (w. 4-5).
Portanto, duas são as dimensões com que o Salmista julga as obras do homem: uma dimensão que está no próprio homem e é a consciência, que mediante a voz interior procura a certeza do bem e do mal. A segunda dimensão está em Deus, e é a perspectiva da montanha santa à qual sobe cada homem por Ele guiado com o apelo dos mandamentos e chamado, ao mesmo tempo, pela voz da consciência. Sobe segundo o ritmo das suas obras justas e dignas. No caso oposto desce e para ele não há lugar no .tabernáculo santo de Deus.
2. Assim a liturgia deste domingo fala a todos nós, aqui reunidos. Assim fala aos habitantes da cidade de Rímini, da diocese e dos arredores. Assim fala também a quantos aqui vieram de diversas partes da Itália e de diferentes países da Europa. Rímini de facto é um centro turístico bem conhecido, particularmente no verão.
O salmo responsorial da presente liturgia torna-se deste modo uma particular saudação, a todos e a cada um.
Bem-vindos os que desejam subir a montanha santa do Senhor.
Bem-vindos, vós todos que viestes participar nesta Santa Missa.
Sim, esta liturgia dirige-se às pessoas, às famílias de língua francesa, em viagem ou em repouso nesta hospitaleira região, todas bem-vindas aqui.
Saúdo também os visitantes de língua inglesa, presentes nesta celebração litúrgica: que o amor de Deus se difunda nos vossos corações.
A minha saudação dirige-se com particular afecto ao Bispo, D. Locatelli, ao Clero, aos Religiosos, às Religiosas e aos Agentes pastorais: ela estende-se depois, com deferência, às Autoridades civis e quer atingir todos os presentes.
Cada um de vós, de qualquer parte que venha, para participar na Eucaristia desta tarde, traz em si profundamente gravados aquele convite e aquele chamamento que o encaminham para a montanha santa, para a Casa do Senhor.
A vida passa, dia a dia, entre compromissos e entretenimentos diversos, entre o repouso e o contacto com a natureza — aqui com o belo mar Adriático — … e este convite, este chamamento inscrevem-se constantemente no conjunto da nossa existência.
Este convite para o encontro com Deus passa através da intimidade do homem, ressoa na sua consciência. Durante longo tempo o homem convive com ele, mais profundamente o escruta, torna-se mais consciente de que aquele convite para a santa montanha, para a casa de Deus, não o conduz para fora de si mesmo. Ele, de facto, identifica-se, de maneira mais profunda, com o que cada um é e com aquilo, afinal, que por ele é aspirado.
Por isso vos saúdo, caros Irmãos e Irmãs, na perspectiva deste convite. Agradeço-vos terdes vindo. Eu mesmo venho para me encontrar convosco, seguindo as pegadas do Salmo litúrgico, e para responder ao convite de Deus que actua em cada um de vós.
Devemos encontrar-nos, como cristãos, na Eucaristia. Ainda que nos conheçamos apenas de passagem, devemos reconhecer-nos muito profundamente «no repartir o pão» (Lc 24, 35).
3. «Com efeito, que povo há tão grande que tenha deuses como o Senhor, nosso Deus, sempre pronto a atender-nos quando O. invocamos? (Dt 4, 7).
Celebrar a Eucaristia significa testemunhar a aproximação de Deus. Pode-se dizer: a penetrante aproximação de Deus!
Aquele que habita na santa montanha, Aquele para o qual peregrinamos com toda a nossa existência, obedecendo à nossa consciência e realizando as obras da nossa vida, ao mesmo tempo, está perto de modo penetrante.
Está perto com o alimento do Pão e do Vinho, que recebemos com a boca, para acolher, com a nossa alma e o nosso coração, a Ele, o Deus Vivo.
«Qual é o grande povo, que possua mandamentos e preceitos tão justos como esta Lei que hoje vos apresento?» (Dt 4, 8) pergunta Moisés aos Israelitas que peregrinavam da escravidão do Egipto para a Terra prometida.
E de igual modo pergunta Cristo, indicando o Evangelho da graça e do Amor: «Ouvi-Me todos e procurai compreender. Nada há fora do homem que, entrando nele, o possa tornar impuro»:.. Ao contrário, «todos estes vícios saem de dentro e tornam o homem impuro» (Mc 7, 14-15.23).
4. Assim, então, somos convidados a reflectir uma vez mais, diante da Eucaristia e de Deus que está perto de maneira tão penetrante, sobre o problema do bem e do mal.
Talvez isto seja contrário aos nossos desejos. Talvez tenhamos vindo aqui, neste lugar de repouso, para quem sabe estar longe deste problema, para esquecer o bem, e de modo particular o mal existente no mundo e em nós mesmos.
Todavia o homem em nenhuma parte pode fugir de si mesmo. Não pode separar-se do mundo que, de algum modo, cada um forma.
Repousar-se não quer dizer separar-se de si mesmo. Antes, repousar-se significa encontrar-se consigo mesmo e reconciliar-se com o próprio íntimo. Só então repousamos verdadeiramente.
O convite que provém de Cristo, conduz à Eucaristia. Somente diante da Eucaristia, participando nela, podemos meditar sobre a questão do bem e do mal, sem nos render ao aviltamento, mas reforçando-nos na esperança.
5. Reflictamos, uma vez mais, com maior atenção, qual é o mundo delineado pela palavra da liturgia diante de nós neste domingo.
Sim. É o mundo em que o bem está separado do mal, e lhe é contraposto, por vontade mesma de Deus.
Esta vontade está expressa nas palavras de Moisés, como narra a primeira leitura:
«Israel, ouve as leis e os preceitos que hoje vos vou ensinar. Ponde-os em prática…
Não acrescenteis nada ao que hoje vos prescrevo e nada eliminareis…
Observai-os e ponde-os em prática, porque isso manifestará a vossa sabedoria e a vossa inteligência aos olhos dos povos…» (Dt 4, 1-2.6).
O bem está contraposto ao mal, e o mal ao bem, por vontade do próprio Deus.
O único lugar no mundo, em que esta contraposição se torna realidade experimentável, é o íntimo do homem.
Cristo diz: «É do interior do coração dos homens, de facto, que saem os maus pensamentos, prostituições, roubos, assassínios, adultérios…» e continua a nomear uma série de transgressões e de culpas.
O homem é portanto chamado a julgar o seu íntimo, a examinar a fundo o seu coração e a formar em si uma consciência amadurecida.
Se o homem é chamado para a santa montanha, se é convidado à Eucaristia, então neste convite está, ao mesmo tempo, contido para ele um apelo a analisar o seu intimo com o olhar da fé e com a luz do Evangelho.
Deus está de modo tão penetrante perto de cada um de nós, a fim de que em cada um o mal esteja separado do bem e para que o mal seja desenraizado e o bem se reforce e lance mais profundamente as raízes.
6. Sim. A realidade que nos é proposta pelas palavras da liturgia de hoje, é o mundo do bem e do mal. O mal contraposto ao bem, e este ao mal. E tudo isto acontece no homem.
Contudo a presente liturgia proclama, ao mesmo tempo, o primado do bem.
Eis, leiamos:
«Toda a boa dádiva e todo o dom perfeito vêm do alto, descendo do Pai das luzes, no Qual não há mudança nem sombra de variação» (Tg 1, 17).
Sim. Em Deus não há variação nem mudança. Não há a contraposição do bem e do mal.
Deus é o próprio Bem.
A liturgia de hoje não apenas nos convida a meditar na questão do bem e do mal que existem no homem e no mundo.
Convida-nos ela a ver toda a nossa realidade — a do homem e a do mundo — à luz de Deus!
Então se confirma o primado do bem.
De facto, Deus é o próprio Bem.
Deus é o Dom.
Eis que «por sua livre vontade é que nos gerou pela palavra da verdade, para que sejamos como que as primícias das suas criaturas» (Th 1, 18).
Deus é o Pai do dom.
E Deus é, neste dom, o Pai do homem.
É preciso portanto que vejamos o homem e o mundo em que ele habita, à luz de Deus.
7. Então revelar-se-ão para nós de modo pleno aqueles recursos do homem, dos quais durante os dias passados tanto se falou, precisamente aqui, em Rímini.
Foi uma iniciativa muito oportuna, profundamente coerente com a palavra desta Eucaristia. Nos tempos que parecem trazer em si uma crescente tensão entre o bem e o mal, convém ver o homem e o mundo no horizonte do Primado do Bem.
É preciso que um tal olhar se comunique não apenas a todos os participantes no encontro de Rímini, mas também a todos os que participam agora na Eucaristia: aos habitantes de Rímini e a quantos aqui vieram.
O homem pode enfrentar o horror do mal, ou melhor, pode vencer o mal somente reforçando em si o testemunho do Primado do Bem.
O testemunho que, uma vez mais, Cristo nos dá.
Na base deste testemunho se revelam também extraordinários recursos do homem.
8. E por isso, permiti-me repetir ainda, no final desta reflexão, as frases da epístola de São Tiago Apóstolo, que hoje escutámos: «Recebei, com mansidão, a palavra em vós enxertada, a qual pode salvar as vossas almas…
Sede cumpridores da palavra e não apenas ouvintes, enganando-vos a vós mesmos» (Tg 1, 21-22).
Que o convite por vós acolhido contribua para o renovamento da vossa «religiosidade», tanto no sentido «ontológico» como no «ético». Segundo as palavras do mesmo Apóstolo Tiago seja esta a «religião pura e sem mácula diante de Deus, nosso Pai. Ela exprime-se no «visitar os órfãos e as viúvas nas tribulações»: assim escreve o Apóstolo (1, 27). Quantas aflições existem no mundo actual, e quantos são os homens, nossos irmãos e irmãs, carregando nos seus ombros o peso destas penas!
Enfim, esta «religião pura e sem mácula» poderia ser definida em linguagem moderna: o cristianismo maduro sob o ponto de vista ontológico e ético, que se exprime no «conservar-se isento da corrupção deste mundo» (ibidem).
Dever-se-á, então, falar do medo do mundo, de fuga do mundo? Não.
Somente é necessário estarmos conscientes de que o Pai «por sua livre vontade nos gerou pela palavra da verdade» (Tg 1, 18). E gerou-nos no mundo: «para que fôssemos como uma primícia das Suas criaturas».
Para que, em toda a criatura, também neste difícil mundo contemporâneo, se renove, mediante a nossa fé e o nosso serviço, o Primado do Bem!
Caros Irmãos de língua alemã! Os textos bíblicos desta celebração eucarística, que nos reuniu aqui, fizeram-me falar da diferença entre o bem e o mal. Tudo isto é válido e actual tanto no período das férias como no tempo passado na própria casa, porque assim devemos ser na decisão para o bem. E nesta decisão encontramos a Deus, que nos ajuda a fazer o bem e nos obriga a isto. N’Ele somos mais fortes do que o mal!
Caros Irmãos e Irmãs, a Palavra de Deus dirige-se hoje à consciência de cada um de nós, para nos fazer desejar o bem e reencontrar eventualmente o caminho do bem, para nos convencer de que, com a ajuda de Deus, o bem pode e deve suplantar o mal. É a prática do bem, conhecido pela consciência e a Palavra de Deus, que torna a religião verdadeira, que dá ao homem a sua dignidade, a sua maturidade, que o salva e salva o mundo.
Caros Irmãos e Irmãs, a liturgia de hoje coloca-nos diante do bem e do mal no coração do homem. Revigorados pela Eucaristia, devemos encorajar-nos na garantia dada pela Palavra de Deus sobre a vitória do bem contra o mal. Que o bem reforce a amizade do homem, a sua dignidade e o seu destino! Sejamos cumpridores da palavra e não apenas ouvintes!
Benedicto XVI, papa
Ángelus (02-09-2012): Cuando la Ley se convierte en un revestimiento
En la liturgia de la Palabra de este domingo destaca el tema de la Ley de Dios, de su mandamiento: un elemento esencial de la religión judía e incluso de la cristiana, donde encuentra su plenitud en el amor (cf. Rm 13, 10). La Ley de Dios es su Palabra que guía al hombre en el camino de la vida, lo libera de la esclavitud del egoísmo y lo introduce en la «tierra» de la verdadera libertad y de la vida. Por eso en la Biblia la Ley no se ve como un peso, como una limitación que oprime, sino como el don más precioso del Señor, el testimonio de su amor paterno, de su voluntad de estar cerca de su pueblo, de ser su Aliado y escribir con él una historia de amor.
El israelita piadoso reza así: «Tus decretos son mi delicia, no olvidaré tus palabras. (…) Guíame por la senda de tus mandatos, porque ella es mi gozo» (Sal 119, 16.35). En el Antiguo Testamento, es Moisés quien en nombre de Dios transmite la Ley al pueblo. Él, después del largo camino por el desierto, en el umbral de la tierra prometida, proclama: «Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os enseño para que, cumpliéndolos, viváis y entréis a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de vuestros padres, os va a dar» (Dt 4, 1).
Y aquí está el problema: cuando el pueblo se establece en la tierra, y es depositario de la Ley, siente la tentación de poner su seguridad y su gozo en algo que ya no es la Palabra del Señor: en los bienes, en el poder, en otros «dioses» que en realidad son vanos, son ídolos.
Ciertamente, la Ley de Dios permanece, pero ya no es lo más importante, ya no es la regla de la vida; se convierte más bien en un revestimiento, en una cobertura, mientras que la vida sigue otros caminos, otras reglas, intereses a menudo egoístas, individuales y de grupo.
Así la religión pierde su auténtico significado, que es vivir en escucha de Dios para hacer su voluntad —que es la verdad de nuestro ser—, y así vivir bien, en la verdadera libertad, y se reduce a la práctica de costumbres secundarias, que satisfacen más bien la necesidad humana de sentirse bien con Dios. Y este es un riesgo grave para toda religión, que Jesús encontró en su tiempo, pero que se puede verificar, por desgracia, también en el cristianismo.
Por eso, las palabras de Jesús en el evangelio de hoy contra los escribas y los fariseos nos deben hacer pensar también a nosotros. Jesús hace suyas las palabras del profeta Isaías: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos» (Mc 7, 6-7; cf. Is 29, 13). Y luego concluye: «Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres» (Mc 7, 8).
También el apóstol Santiago, en su carta, pone en guardia contra el peligro de una falsa religiosidad. Escribe a los cristianos: «Poned en práctica la palabra y no os contentéis con oírla, engañándoos a vosotros mismos» (St 1, 22). Que la Virgen María, a la que nos dirigimos ahora en oración, nos ayude a escuchar con un corazón abierto y sincero la Palabra de Dios, para que oriente todos los días nuestros pensamientos, nuestras decisiones y nuestras acciones.
Congregación para el Clero
Dt 4,1-2.6-8; Sal 14 (15); St 1,17-18.21b-22.27; Mc 7,1-8.14-15.21-23
En las lecturas de la liturgia de hoy encontramos destacada fuertemente la acción. Se se subraya un principio correcto, puesto que el hombre se conoce a sí mismo, se hace propiamente hombre, madura el proprio yo solamente en su actuar: los factores constitutivos de lo humano se perciben allí donde está comprometida la acción.
En esta exhortación evangélica a actuar, caemos en la cuenta de que está en juego la entera existencia. Pero, ¿cuáles son los senderos por los que debemos movernos, para que nuestros pasos se dirijan en verdad hacia el significado auténtico de la vida? ¿Cómo caminar verdaderamente hacia Dios, pleno cumplimiento de nuestro yo?
Es el Evangelio quien nos indica una dirección, entre las más importantes, sobre las que detener nuestra atención. Este particular sendero constituye también el objeto de la fuerte crítica de Jesús a los fariseos: el sendero de la Tradición, aspecto ineludible de la vida y de cualquier cultura seria. La tradición es como la hipótesis de trabajo inicial, con la cual cada uno está puesto en el mundo, en la confrontación de la vida, teniendo como parámetro ineludible las exigencias y las evidencias fundamentales del yo.
Los fariseos, sencillamente, no son leales a la propia tradición: en su tenaz y casi feroz apegamiento a ella, en realidad traicionan el espíritu e impiden a la tradición misma ser un instrumento pedagógico completo. No son leales porque, en última instancia, su modo de actuar está bloqueado en una observancia inmutable, que no tiene en cuenta la realidad y, lo que es más grave aún, no es vista en la gran Presencia de Dios, que es el fin de cualquier tradición. Ellos cambian la seguridad, que parece ofrecer la inmutabilidad de una forma, por la certeza que proviene únicamente de la dinámica de un acontecimiento, de un encuentro que, cada tanto, se encarna en la necesidad de la situación presente.
Para vivir de veras en la tradición es necesario renunciar a ser árbitros de las condiciones a través de las cuales Dios nos encuentra. Lo que importa, en realidad, no es la fijeza, o incluso la mutabilidad de las formas tradicionales, sino saber captar en las circunstancias qué es lo que de verdad facilita el encuentro con el misterio. “Tradición” viene de tradere, consignar, comunicar; la tradición debe poner en comunicación en el hoy, con asombro y vivacidad, la gran Presencia de Dios con nuestra vida y la vida del mundo.
La tradición existe para que la gran Presencia de Dios sea “compañera”de nuestro presente, mientras que la observancia de los fariseos no la reconocía, es más, los alejaba irremediablemente del corazón de Dios, de tal manera que así se alejaban cada vez más del proprio corazón, que es el punto sobre el que se juega la verdadera construcción de la vida. Y, alejándose de Dios y del proprio corazón, uno se aleja irremediablemente de los otros hombres. “Del corazón de los hombres nacen las malas intenciones” que contaminan al hombre haciéndolo inhumano: no había misericordia en los fariseos, porque no le hacían sitio a la misericordia; en efecto, la misericordia es la verdadera medida de la fe; es el perdón y el abrazo que supera cualquier medida humana; la misericordia es imagen y signo de la presencia de Dios en el mundo. Sólo la misericordia hace grande y verdadera una tradición. Una tradición, una forma tradicional, una “regla” es tanto más verdadera, grande, adecuada a su fin, cuando sostiene y genera misericordia.
Nuestro Señor ha cumplido siempre todas las normas y las leyes de su pueblo, pero, precisamente porque las vivía en la presencia de Dios, las ha superado a todas; sólo así el Padre podía llegar a estar cercano al presente de cada hombre, de entonces y de hoy.
He aquí el motivo por el que Jesucristo ha acusado a los fariseos de hipocresía, es decir, de ausencia de un compromiso verdadero y, por tanto, de esa pereza vital que aleja el corazón de Dios y del propio corazón: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí»; este pueblo pone todo su empeño en vivir la observancia, y se queda en la superficie de sí y de Mí.
Cristo, en cambio, quiso que hubiera un pueblo que, con su tradición, acercara el corazón de Dios al corazón de cada hombre. Y existe este pueblo: es la Iglesia católica, somos nosotros: «¿Qué gran nación tiene la divinidad tan cercana a sí, como el Señor nuestro Dios está cercano a nosotros cada vez que lo invocamos? (…) sólo esta nación es el único pueblo sabio e inteligente». Inteligente porque comprendió que es la tradición, es decir, qué es la misericordia que, purificando el corazón, lo hace creativamente habitación de Dios, para sí y para todos: «Los limpios de corazón habitarán en la casa del Señor». La Iglesia es el “lugar” de la tradición, es la única capaz de valorizarlo todo, entregando siempre lo que tiene valor para el destino eterno, para que en todo esté presente la misericordia, para que habite el Misterio.
Que la Santísima Virgen María, Mater Misericordiae, camino de prudente discernimiento, nos ayude a vivir en la auténtica tradición eclesial siendo siempre testimonio de la caridad de Cristo.
Julio Alonso Ampuero: Año Litúrgico
Cambiar el interior del hombre
En el domingo vigésimo segundo encontramos una nueva polémica de tipo legalista ritual con los escribas y fariseos. Esto da pie a Jesús para afirmar una de sus enseñanzas morales más importantes: frente al legalismo puramente externo, lo que importa es la interioridad del hombre. Una vez más la enseñanza de Jesús se presenta como noticia gozosa (evangelio) y profundamente liberadora. Más allá de la mera observancia casuística, es en el corazón del hombre –de donde brota lo bueno y lo malo– donde se da la verdadera batalla; es ahí, en el corazón, donde se realiza la auténtica adhesión a la voluntad santa y sabia de Dios (1ª lectura: Dt 4,1-2.6-8).
El reproche de Jesús a los fariseos también nos afecta a nosotros. Los mandamientos de Dios son portadores de sabiduría y vida. Pero muchas veces hacemos más caso a otros criterios distintos de la Palabra de Dios. Incluso muchos refranes y dichos de la llamada «sabiduría popular» chocan con el evangelio. De esa manera despreciamos el evangelio y nos quedamos con unas palabras que sólo llevan muerte y mentira. Es necesario estar atentos para no aferrarnos a preceptos y tradiciones humanas contrarias a veces a la Palabra.
Uno de los aspectos más importantes de la Buena Nueva que Jesús ha traído es la interioridad. No basta la limpieza exterior, que puede ir unida a la suciedad interior. Cristo ha venido a cambiar el interior del hombre, a darnos un corazón nuevo. Cuando el corazón ha sido transformado por Cristo, también lo exterior es limpio y bueno. De lo contrario, todo esfuerzo por alcanzar obras buenas será inútil. ¿Hasta qué punto me creo esta capacidad de Cristo para renovar mi vida y deseo intensamente esta renovación?
Ser cristiano no consiste en «hacer» cosas distintas o mejores, sino en «ser» distinto y mejor, es decir, de otra calidad: la divina. El amor y el poder de Cristo se manifiestan en que no se conforma con un barniz superficial. Somos una «nueva creación» (2Cor 5,17), hemos sido hechos «hombres nuevos» (Ef 4,24) y por eso estamos llamados a vivir una «vida nueva» (Rom 6,4).
Manuel Garrido Bonaño: Año Litúrgico Patrístico
Tomo VI
Observar la ley sin glosas. Esto es lo que nos enseñan las lecturas primera y tercera y la segunda explica que el verdadero culto se ha de manifestar en las obras de caridad y en no contaminarse con el mundo.
El ser humano, propenso siempre a la supervaloración de lo externo y socialmente cotizable en su vida y en su conducta, fácilmente se inclina el formalismo religioso. Se ha de insistir en la interiorización de los cultos religiosos, pues la trascendencia de la fe cristiana y del Evangelio radica, fundamentalmente, en la transformación interior del hombre según el diseño y la gracia santificadora del Corazón de Jesucristo.
–Deuteronomio 4,1-2.6-8: No añadáis nada a lo que os mando y así cumpliréis los preceptos del Señor. Ya la Antigua Alianza, fruto de la iniciativa salvífica de Dios, supuso y exigía un compromiso de fidelidad personal y colectivo, suficiente para condicionar la vida del pueblo de Dios. Revelación del amor de Dios, la ley es también revelación y don de sabiduría. La posterior tradición bíblica sapiencial mantuvo este concepto: la sabiduría divina se manifestará a Israel en el don divino de la ley (Prov 1,7; 9,10). Sabiduría práctica y vivida que difunde existencialmente en la vida del fiel la visión que Dios mismo tiene de la historia y del destino del hombre. La Sabiduría de Dios se proyecta sobre los otros pueblos, con unión universalística de la salvación.
–El Salmo 14 nos ayuda a meditar la lectura anterior: «Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda? El que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones leales y no calumnia, el que no hace mal a su prójimo… Este es el que cumple con la ley del Señor».
–Santiago 1,17-18.21.23-27: Llevad la palabra a la práctica. La fe cristiana es un don de Dios; sus exigencias son siempre de iniciativa divina. La única postura coherente por parte del hombre elegido e iluminado es la de convertirse, de hecho y por sus obras, en una nueva criatura. Comenta San Agustín:
«El bienaventurado Apóstol Santiago amonesta a los oyentes asiduos de la Palabra de Dios, diciéndole: “Sed cumplidores de la palabra y no solo oyentes, engañándoos contra vosotros mismos” (Sant 1,22). A vosotros mismos os engañáis, no al autor de la palabra ni al ministro de la misma. Partiendo de una frase que da la fuente misma de la Verdad a través de la veracísima boca del Apóstol; también yo me atrevo a exhortaros, y mientras os exhorto a vosotros, pongo la mirada en mi mismo. Pierde el tiempo predicando exteriormente la palabra de Dios, quien no es oyente de ella en su interior. Quienes predicamos la palabra de Dios a los pueblos no estamos tan alejados de la condición humana y de la reflexión apoyada en la fe que no advirtamos nuestros peligros.
«Pero nos consuela el que donde está nuestro peligro por causa del ministerio, allí tenemos la ayuda de vuestras oraciones… Debéis orar y levantar a quienes obligáis a ponerse en peligro… Yo que tan frecuentemente os hablo por mandato de mi señor y hermano, vuestro obispo, y porque vosotros me lo pedís, solo disfruto verdaderamente cuando escucho, no cuando predico. Entonces mi gozo carece de temor, pues tal placer no lleva consigo la hinchazón. No hay lugar para temer el precipicio de la soberbia, allí donde está la piedra sólida de la verdad» (Sermón 179,1-2).
–Marcos 7,1-8.14-15.21-23: Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres. Sustituir la fe por ritos convencionales, aun legítimos, la moral por una ética convencional humana, la santidad por una mera educación sociopolítica… es tan antievangélico como lo fuera en tiempo de Cristo el farisaísmo judáico. ¡Una suplantación real de la Voluntad divina en nuestra vida!
La observancia de la pureza legal se sobreponía con rigorismo a la más general y benigna ley mosaica. Los signos externos religiosos son buenos si manifiestan la religiosidad interior del corazón. Cristo no cree en un moralismo que mira superficialmente a algunos resultados sin pasar a través del corazón del hombre para transformarlo radicalmente. A esto tiende todo el mensaje evangélico.
En el cristianismo, toda religiosidad no avalada por una auténtica formación de la conciencia personal degenera normal-mente en farisaísmo, en pietismo subjetivo irresponsable. Esto es lo que condenó el Señor en su tiempo y se hace en nuestros días por el magisterio constante de la Iglesia. Seamos consecuentes con nuestra participación en las acciones litúrgicas, que exigen una voluntad decidida de fe vivida, de caridad afectiva y efectiva, de verdadera santidad en toda nuestra vida.
Comentarios exegéticos
José Ma. Solé Roma
Comentario a las tres Lecturas
Ministros de la Palabra, Ciclo «B», Herder, Barcelona (1979).
Primera lectura: Deuteronomio 4, 1-2. 6-8:
En este discurso, que se pone en boca de Moisés, se contiene una exhortación cálida a la fidelidad y obediencia a la Alianza pactada en el Sinaí y a sus leyes:
– «No añadiréis nada a lo que os mando ni nada quitaréis, sino que guardaréis los preceptos de Yahvé, vuestro Dios, tal como os los prescribo» (2).
– A esta obediencia y fidelidad están condicionadas todas las promesas de Dios a Israel: «Para que viváis y entréis en posesión de la tierra que Yahvé os da» (1). Esta fidelidad los hará Pueblo de Dios, «Testigo» de Dios a los ojos de todas las naciones. La mejor apología del Dios de Israel serán ellos mismos si son fieles a Dios: «¡Qué pueblo tan sabio e inteligente! ¡Qué grande nación!» (6).
– Bien que la Nueva Alianza es de Espíritu y no de «Ley», no quiere esto decir que podemos vivir nuestras relaciones con Dios a nuestro capricho. San Pablo, el abanderado de la Libertad con que Cristo nos ha rescatado de la servidumbre de la Ley Mosaica, dice: «Yo, que no estoy sin la Ley de Dios, pues me liga la Ley de Cristo…» (1 Cor 9, 21). Y San Pedro, con no menor precisión: «Comportaos como libres; pero no convirtáis la libertad en un velo que encubra la maldad. Vivid como siervos de Cristo» (1 Pe 2, 16). Vivir en la Ley de Cristo, vivir como siervos de Cristo exige amoldarse a las normas que nos prescribe la Iglesia de Cristo. Paulo VI lamenta: «Las enfermedades que sufre hoy la Iglesia son principalmente debidas a la contestación tácita o pública de su autoridad; es decir, de la confianza, de la unidad, de la armonía, de la unión en la verdad y en la caridad según la cual Cristo la ha concebido e instituido y la tradición la ha desarrollado y transmitido para nosotros» (3-XII-1969). Y rechaza la doctrina de quienes, defensores de una Iglesia carismática a su talante, se desentienden de la Iglesia institucional: «Como si la Iglesia comunitaria y jerárquica, visible y responsable, organizada y disciplinada, apostólica y sacramental fuese una expresión del cristianismo ya superada» (24-VIII-1968). Quien rompe la alianza con la Iglesia la rompe con Cristo. Que el misterio de este Sacramento realice plenamente su virtud: Nos una a Cristo y a su Iglesia (Sup. Oblata).
Segunda Lectura: Santiago 1, 17-18. 21-22. 27:
Santiago, muy empapado en las enseñanzas de la Escritura, nos las recuerda a los cristianos, pero iluminadas y enriquecidas con los valores que ha aportado el Evangelio:
– Lo que Dios nos dice en el v 17 se acerca mucho a aquellas definiciones de San Juan: «Dios es Luz», «Dios es Padre», «Dios es Amor». Santiago nos define a Dios como: «Dador de toda dádiva buena y de todo don perfecto. Como Luz: Luz sin alternativas, sin variación, sin ocaso. Luz Creador de toda luz. Por tanto: Inter mundanas varietates ibi nostra fixa sint corda ubi vera sunt gaudia. Asimismo Dios es: «Padre que por amor nos engendra. Con ello somos entre todas sus creaturas las primicias de su amor, sus predilectos, sus hijos» (18). Ya en la Antigua Alianza es llamado Israel «hijo de Dios»: «Has abandonado la Roca que te creó, has olvidado al Dios que te engendró» (Dt 32, 18). Pero en la Nueva Alianza las realidades de regeneración, renacimiento, filiación, se aplican a la vida sobrenatural que cada creyente recibe de Dios. La filiación es real, plena: Una semel hostia, Domine, adoptionis tibi populum acquisisti (Super Oblata).
– A este amor de Dios que nos engendra respondemos nosotros con la «Fe»: «Nos engendró por la fe en la Palabra de la verdad» (18); es decir, por la fe en el Evangelio de Cristo. Es la Fe la que lo acepta, lo acoge, como semilla divina. «Semilla que plantada en el alma es poderosa para salvaros» (21). En esto el «Evangelio» supera a la vieja «Ley». El «Evangelio» es llamado por Santiago: Palabra de vida, Palabra salvadora, Palabra sembrada en el alma, Ley perfecta, Ley regia, Ley de libertad, en oposición a la Ley Mosaica, que era imperfecta y sólo preparaba a la Gracia de Cristo.
– Santiago insiste en que la Fe auténtica es «operativa»; debe traducirse en vida, en obras. «Sed ejecutores de la Palabra; y no meros oyentes que os engañáis a vosotros mismos» (22). Y así concuerda con lo que reiteradamente nos avisan los Evangelistas: Mt 7, 24; Lc 47; Jn 13, 17. Como asimismo Pablo, el predicador de la fe, que justifica: «Que no los que oyen la Ley son justos ante Dios, sino los que cumplen la Ley serán justificados» (Rom 2, 13). No olvidemos, con todo, que en la Nueva Alianza la «Ley» está escrita en los corazones por el Espíritu Santo, «el dedo de la diestra del Padre».
Evangelio: Marcos 7, 1-8:
Los fariseos no pueden comprender que la Ley Mosaica, escrita en piedras, el Mesías va a suplantarla por la Ley del Espíritu, escrita en los corazones:
– Unos escribas venidos de Jerusalén para espiar a Jesús en su predicación y en su conducta encuentran inmediatamente un motivo de acusación: Los discípulos de Jesús no cumplen con los lavatorios impuestos. Los rabinos y puritanos fundaban estas prácticas en la Ley Mosaica. Dado que según la Ley (Lev 5, 2) todo contacto con un objeto impuro manchaba, antes de comer todo judío piadoso cumplía con las lociones rituales (Jn 2, 6). ¿Con qué derecho no exige Jesús a los suyos la práctica de tan piadosa tradición? (5).
– Jesús aprovecha aquel lance para dar una de sus más interesantes lecciones: La pureza y la impureza están en el corazón. Convertir el culto de Dios en rutinas exteriores es hipocresía (7).
– En la Iglesia primitiva hubo el grupo de los «Judaizantes» (fariseos convertidos a la fe cristiana), que querían imponer la práctica de las leyes Mosaicas: circuncisión, purificaciones rituales, alimentos puros e impuros, etc. Era la supervivencia del formulismo religioso. Jesús deja resuelta esta cuestión (v 20); y Pedro la acabará de comprender con la visión de Jope (Act. 10, 9-22).
R. Schnackenburg: El Evangelio según san Marcos: Jesús repudia la piedad externa y legalista judía
El Nuevo Testamento y su Mensaje, Herder, Barcelona (1980).
Esta sección, como los otros fragmentos doctrinales del Evangelio de Marcos, tiene por sí sola un fuerte significado teológico, y pone de relieve una exigencia que mira directamente a los oyentes cristianos.
Históricamente se mantiene el escenario de Galilea -han llegado de Jerusalén algunos doctores de la ley, cf. 3,22-; pero el panorama espiritual es mucho más amplio: aquellos fariseos y escribas son los representantes de la religión legalista judía. Los lectores tienen ya noticia de algunos conflictos legales -la cuestión del sábado, 2,23-28 y 3,1-6-; las asechanzas y calumnias contra Jesús no constituyen nada nuevo (cf. 2,1-22). Jesús ya ha defendido con anterioridad a sus discípulos; pero ahora el enfrentamiento adquiere caracteres fundamentales. Ya no se trata de una transgresión cualquiera de la ley tal como la exponen los fariseos -concretamente la purificación levítica-, sino que los discípulos de Jesús no observan «la tradición de los antepasados». Jesús no duda en derribar este «vallado» que rodea la ley divina y revalorizar así la pura voluntad de Dios. Jesús hace una dura crítica de la piedad externa del judaísmo de entonces. Esto le da ocasión para hablar de la pureza auténtica, de una moralidad que procede del corazón y del convencimiento interno, estableciendo así las bases de la moral cristiana.
Que Jesús quiera dirigirse a su comunidad es algo que se manifiesta claramente por el hecho de volver a impartir a los discípulos -como en el caso de las parábolas- una instrucción particular «en casa» y sin la presencia del pueblo (v. 17). Comparando esta sección con la última composición oratoria del capítulo 4, se reconoce una cierta continuación en la enseñanza. Así como allí se desarrollaba el mensaje del reino de Dios aplicándolo a los lectores cristianos a quienes se exhortaba a una escucha atenta y a una conducta moral fecunda, así ahora es la moral cristiana el tema central de la instrucción. En este aspecto la sección viene a ser una especie de réplica del sermón de la montaña que aparece en Mateo y en Lucas, pero que Marcos no nos ha transmitido. Es verdad que Mateo trae expresamente también la controversia a propósito de lo que es puro e impuro (c. 15), pero la presenta de un modo algo distinto; Lucas la suprime porque las circunstancias y las cosas concretas judías, de que aquí se trata, no le parecieron lo bastante comprensibles para sus lectores cristianos procedentes de la gentilidad.
El problema de en qué consiste la verdadera moralidad y cómo es posible realizarla, resultaba inevitable para la fe cristiana, pues que Jesús ha vinculado de manera indisoluble religión y moral, fe y amor. Para la moral cristiana siempre resulta actual el problema acerca de la ley y la conciencia, los mandamientos externos y la obligatoriedad interna, aun cuando ya no tenga que enfrentarse con el legalismo judío. De la doctrina de Jesús Marcos ha conservado aquí una respuesta, que representa una decisión fundamental y que apunta al futuro.
Que en este capítulo se trata de algo más que de reproducir un episodio histórico, lo demuestran su disposición y su orientación ideológica. Los fariseos y los doctores de la ley plantean el problema de la purificación levítica, es decir, de determinados lavatorios rituales prescritos (v. 1-6). Mas Jesús pasa inmediatamente al ataque en un terreno mucho más amplio. A la pregunta y reproche de sus enemigos: «¿Por qué tus discípulos no siguen la tradición de los antepasados?», Jesús responde afirmando que ellos abandonan el mandamiento divino por conformarse a la tradición de los hombres (v. 8), y se lo demuestra con un ejemplo (v. 10-13). Sólo en la instrucción al pueblo (v 14 ss) y a los discípulos (v. 17-23) se trata más tarde el problema de lo puro y lo impuro, pero de una forma radical que desborda el planteamiento inicial del problema. De este modo la disputa circunstancial sirve de ocasión a una exposición más profunda y a una declaración fundamental de Jesús. Esta presentación no es casual; con fina sensibilidad ha anticipado el evangelista la polémica para exponer después la instrucción positiva. La aplicación a la comunidad se manifiesta hasta en el mismo catálogo de vicios, formulado en un tono, más helenista que en Mateo. Por eso leemos la sección con la mirada puesta en la comunidad distinguiendo en ella dos temas: estatutos humanos y precepto divino (v. 1-13); lo puro y lo impuro (v. 14-23).
a) Estatutos humanos y precepto divino (Mc 7,1-13)
1 Se reúnen en torno a él los fariseos y algunos de los escribas llegados de Jerusalén. 2 Y al ver que algunos de sus discípulos se ponían a comer con manos impuras, esto es, sin lavárselas -3 pues los fariseos y los judíos en general, no comen sin lavarse antes las manos con un puñado de agua, por guardar fielmente la tradición de los antepasados, 4 y al volver de la plaza no se ponen a comer sin antes sumergir sus manos en el agua, y hay otras muchas prácticas que aprendieron a guardar por tradición, como lavar los vasos, las jarras y la vajilla de metal-, 5 le preguntan, pues, los fariseos y los escribas: «¿Por qué tus discípulos no siguen la tradición de los antepasados, sino que se ponen a comer con manos impuras?» 6 Pero él les contestó «Bien profetizó Isaías de vosotros los hipócritas según está escrito: «Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí; 7 vano es, pues, el culto que rinden, cuando enseñan doctrinas que sólo son preceptos humanos» (Is 29,13). 8 Dejáis el mandamiento de Dios, por aferraros a la tradición de los hombres.»
Los fariseos (cf. 2,16.18.24) eran una fraternidad organizada o un partido religioso, sobre los que fácilmente nos forjamos falsas ideas. En modo alguno se identificaban sin más ni más con lo que hoy entendemos por hipócrita, con quienes sólo pretenden deslumbrar con una piedad de apariencias. Por fidelidad a la ley de los padres querían cumplir en conciencia todas las prescripciones para alcanzar el beneplácito divino y la salvación prometida por Dios teniendo parte en el mundo futuro. Querían dar al pueblo una santidad sacerdotal y acelerar así la venida de los tiempos mesiánicos. A causa de su serio empeño y de su entrega en favor del pueblo gozaban de gran consideración en amplios sectores. Por lo demás en su celo religioso daban gran valor hasta a las prescripciones más insignificantes. No se contentaban con los preceptos contenidos en el Antiguo Testamento, sino que seguían otras muchas prescripciones que sus doctores de la ley habían dado mediante la interpretación y acomodación de la ley mosaica. Estas son las tradiciones de los antepasados que Jesús ataca.
Las prescripciones purificadoras, a que alude el presente texto, obligaban en su origen a los sacerdotes que ejercían el servicio litúrgico en el santuario; pero los fariseos querían extenderlas a todo el pueblo y a la vida cotidiana para preparar así a Dios un pueblo sacerdotal y santo. Las crecientes prescripciones de acuerdo con «la tradición de los antepasados» llegaron a equipararse a la ley mosaica y representaban una carga pesada para la gente en su vida de todos los días. Los judíos que no se acomodaban a tales prescripciones eran considerados como «plebe que no conoce la ley» (cf. Jn 7.49) y hasta como transgresores de la misma ley. El afán farisaico por la observancia externa de la ley es siempre un peligro para los hombres «piadosos», que por lo mismo se consideran mejores que los demás, posponen el amor y se hacen duros y orgullosos (cf. Mt 23,23). Se olvidan fácilmente de que también ellos necesitan de la misericordia divina. Cuando se impone el legalismo -cumplimiento de la ley al pie de la letra- junto con la complacencia del hombre en sí mismo, surge la caricatura del fariseo. (…)
Las fraternidades farisaicas estaban extendidas por todo el país; los doctores de la ley tenían sus escuelas, sobre todo en Jerusalén, donde reunían a los discípulos en torno suyo. Ahora han llegado algunos a Galilea y advierten que los discípulos de Jesús no observan los lavatorios prescritos antes de las comidas. No se trata simplemente del descuido de la limpieza, sino del desprecio de las prescripciones rituales relativas a la pureza. Marcos da a sus lectores unas ciertas aclaraciones al respecto: en general era necesario purificarse antes de comer al menos con un «puñado» de agua. Cuando se volvía de la plaza, donde había un mayor peligro de impurificación levítica -en razón del trato con los paganos-, había que meter los brazos hasta el codo en un gran recipiente (cf. Jn 2,6). Incluso se prescribían ciertos lavatorios de copas, jarros y otros cacharros. Jesús pasa por alto todas estas prescripciones minúsculas, estos estatutos humanos con una sentencia profética (v. 6-7).
Los profetas se habían pronunciado a menudo contra una piedad cúltica meramente externa y habían exigido una conciencia recta, el refrendo moral y la penitencia. No un servicio de labios afuera sino la entrega del corazón a Dios, no unos estatutos humanos sino el mandamiento de Dios: ésas son las exigencias que Jesús opone a los críticos. Estas palabras del libro de Isaías tuvieron seguramente gran importancia para la naciente Iglesia cristiana, que aspiraba a un culto espiritual y moralmente fecundo (Rom 12:1), y quería ofrecer a Dios «sacrificios espirituales» (1Pe 2:5), obras de amor que el Espíritu Santo hacía posibles.
Sin embargo, no hay que arrancar esas palabras de su contexto histórico. No se reprueba cualquier culto, sino sólo el servicio de labios sin el sentimiento correspondiente, la estrechez ritualista que olvida y posterga la voluntad de Dios ética o moral por encima de las prescripciones externas. En una época en que muchos teólogos quieren reducir el servicio de Dios a un servicio en el mundo y para el mundo, abogando por un cristianismo claramente «arreligioso» limitado a un encuentro «entre los hombres», en una época así conviene recordar que Jesús personalmente visitó el templo y tomó parte en las fiestas religiosas de su pueblo, y que la Iglesia primitiva desarrolló nuevas formas de culto según el legado de su Señor: el servicio adecuado a la palabra divina y a la celebración eucarística. También aquí vale aquello de que conviene hacer una cosa sin abandonar la otra (cf. Mt 23:23). Existe un culto divino directo en la alabanza, la acción de gracias y la súplica, un encuentro de la comunidad con Dios en la mesa de la palabra y en la celebración de la cena del Señor; y existe también un culto indirecto en el cumplimiento de las obligaciones terrenas que imponen la profesión y la familia, en la ayuda a los necesitados, en el amor y lealtad a los semejantes.
b) Lo puro y lo impuro (Mc 7,14-23)
14 Y llamando de nuevo junto a sí al pueblo, les decía: «Oídme todos y entended: 15 Nada hay externo al hombre que, al entrar en él, pueda contaminarlo; son las cosas que salen del interior del hombre las que lo contaminan.» [16 «El que tenga oídos para oír, que oiga.»] 17 Y cuando entró en casa, alejado ya de la gente, le preguntaban sus discípulos el sentido de 1a parábola. 18 Y les contesta: «¿Tan faltos de entendimiento estáis también vosotros? ¿No comprendéis que nada de lo externo que entra en el hombre puede contaminarlo, 19 porque no entran en el interior de su corazón -con lo cual declaraba puros todos los alimentos-, sino que pasa al vientre y luego va a parar a la cloaca?» 20 Y seguía diciendo: «Lo que sale del interior del hombre, eso es lo que contamina al hombre. 21 Porque de lo interior, del corazón de los hombres, proceden las malas intenciones, fornicaciones, robos, homicidios, 22 adulterios, codicias, maldades, engaño, lujuria, envidia, injuria, soberbia, insensatez. 23 Todos estos vicios proceden del interior y son los que contaminan al hombre.»
Después del enfrentamiento con los enemigos, Jesús convoca al pueblo para impartirle una doctrina importante; es también un aviso a la comunidad cristiana para que escuche atentamente las palabras de su Maestro. La ocasión, que fue el lavatorio ritual de las manos (v. 2), queda ya en un segundo plano, pues la palabra de Jesús a la multitud no trata ya de los lavatorios sino de los alimentos y de su uso. La doctrina de Jesús no mira sólo a algunas prescripciones legales judías, sino al problema fundamental de qué es puro y qué impuro. Con una frase enigmática y al modo de las parábolas invita a sus oyentes a la reflexión.
La sentencia en su formulación general resulta difícil de entender; pero la gente, al igual que en la predicación en parábolas (c. 4) debe «oír y entender». La sentencia exhortando a escuchar atentamente (v. 16) es la misma que aparece al final de la parábola del sembrador (4,9), (pero sólo está parcialmente testificada y no parece original). No se dice lo que Jesús continuó exponiendo al pueblo ni cómo éste entendió su palabra. La explicación se reserva al estrecho círculo de los discípulos, a los que estaban con él (4,10), y a través de ellos se brinda a la comunidad cristiana y creyente. Tampoco a los discípulos se les alcanza el sentido de la frase enigmática; pero, como son hombres dispuestos a creer y leales, Jesús se lo descifra todo a solas -como ya hizo con las parábolas, 4, 34-, «en casa», como se dirá aún varias veces (9,28.33; 10,10). La comprensión de los discípulos pertenece al tiempo del ministerio terrenal de Jesús exactamente igual que su «secreto mesiánico» y es una constante exhortación a meditar sus palabras y sus hechos profundamente y con fe. Jesús explica a sus discípulos que bajo la frase enigmática late la imagen de los alimentos que llegan al hombre desde fuera y siguen su camino natural. Jesús habla sin reparos de las cosas naturales. El comer y la expulsión de los alimentos es una cosa natural y nada tiene que ver con la «pureza» en un sentido moral y religioso. Esto constituye una postura libre y audaz para los judíos que conservaban las ideas antiguas acerca de la «impureza» de determinados animales y alimentos así como sobre la contaminación que implicaban ciertos procesos naturales -en el terreno sexual- y ciertos contactos -con los leprosos y los cadáveres-, y que observaban en general muchos tabúes-culticos. Ese punto de vista de Jesús responde a su apertura al mundo y a su afirmación de las cosas creadas, punto de vista que adopta también la Iglesia primitiva. Esta elimina la distinción entre animales puros e impuros y las correspondientes prescripciones dietéticas (Hec 10:11-15.28), suprimiendo así el obstáculo que representaban para el mundo pagano. En la lucha contra el gnosticismo, que despreciaba la materia, el cuerpo y el matrimonio, las cartas pastorales afirman: «Todo lo que Dios ha creado es bueno, y nada que se tome con acción de gracia puede ser rechazado» (1Ti 4:4). Este es uno de los aspectos del veredicto de Jesús, a sus ojos no el más importante, pero que para la Iglesia primitiva y para nosotros no carece de gran interés.
Más importante es la segunda parte de la sentencia de Jesús relativa a la verdadera contaminación. Del interior del hombre, de su corazón, suben los pensamientos y deseos que inducen a las malas acciones y a los vicios. Con ello ha establecido Jesús el principio decisivo de la moral, anclando la moralidad en la decisión consciente del hombre, al mismo tiempo que inserta la vida religiosa en el terreno moral y le da una mayor interioridad. Para aquella época esto representaba un esclarecimiento necesario, para nosotros es algo que se ha hecho evidente. Mas ni siquiera hoy resulta superfluo referirse a la tendencia del corazón humano a producir pensamientos y deseos. Jesús conoce el corazón humano cuyas «tendencias son malas desde su juventud» (Gen 8:21), aunque Dios creó al hombre a su imagen (Gen 9:6).
Pese a la afirmación de lo creado y de su bondad natural, pese a la alta valoración del hombre y de su imagen y semejanza divina, la experiencia de este mundo muestra que el hombre tiene una tendencia oscura y misteriosa hacia el mal, que es la fuente de la inmoralidad, de los pecados y vicios. Puede extrañar que Jesús no hable aquí de los pensamientos y acciones del hombre buenos y puros. Ello se debe en parte al planteamiento de la cuestión: ¿Qué es lo que contamina al hombre? Pero es evidente un cierto pesimismo en el enjuiciamiento moral del hombre. Ello está en relación con las exigencias de conversión que proclama Jesús y que afectan a todos los oyentes sin distinción.
Pablo ha interpretado correctamente la doctrina de Jesús al decir que «todos pecaron y están privados de la gloria de Dios» (Rom 3:23). Así no nos extraña que siga ahora un largo catálogo de vicios. Esta especie de exhortación moral, que pretende despertar el temor y horror al vicio y al pecado, puede tal vez decirnos muy poco. Nuestro tiempo ha perdido algo que el paganismo antiguo, aun cuando moralmente no estuviese a gran altura, todavía poseía: un sentimiento natural hacia la belleza de la virtud y la fealdad del vicio. Los catálogos de vicios y de virtudes gozaban de gran popularidad en la predicación moral de los filósofos itinerantes paganos, y también se encuentran, aunque de otra forma, en la literatura judía1. Se exponen más desde un punto de vista retórico que sistemático, y en su elaboración se descubre algo del espíritu de sus autores.
En el mismo pasaje Mateo da a este catálogo de vicios una forma distinta mencionando siete vicios y ordenándolos según el decálogo. Marcos enumera trece en los que apenas es posible señalar un orden ideológico. Pensando en sus lectores cristianos, procedentes del paganismo le interesa más el efecto retórico: los siete primeros aparecen en plural y los otros seis en singular, todos dispuestos en un ritmo sonoro; la pluralidad de malas acciones -«todos estos vicios»- debe mostrar de un modo sobrecogedor hasta dónde puede llegar el corazón humano. Hacia el comienzo del catálogo de vicios (después de las «malas intenciones» en general) figuran las malas acciones que hoy como siempre constituyen los pecados y crímenes más frecuentes: fornicaciones, robos, homicidios; se mencionan después los adulterios, codicias y maldades. Más adelante aparece la envidia («mal ojo» en el texto original), y así es como en el Antiguo Testamento se designan tanto los deseos sexuales como las miradas envidiosas y codiciosas. Hacia el final, la «injuria» empareja bien con la «soberbia» o el orgullo, el pecado del espíritu que encastilla al hombre en sí mismo al tiempo que le hace insensible a los derechos de sus semejantes y de Dios. Por ello, el último miembro «la insensatez» tiene probablemente un sentido más profundo que entre nosotros. En la Biblia el «insensato» es el hombre que no conoce a Dios, que le olvida y desprecia en su ceguera y satisfacción de sí mismo (cf. Sal 10:3s; Sal_14:1; Lc 12:20).
Marcos, que no nos ha transmitido el sermón de la montaña, nos ha conservado así un fragmento esencial de la doctrina moral de Jesús. Y nos muestra a Jesús con toda su seriedad moral, pero también con su conocimiento profundo del corazón humano. Este fragmento doctrinal es un guía inestimable para conocer el interior del hombre: su conciencia o, como dice Jesús, el corazón como fuente primera y factor decisivo de nuestra conducta buena o mala. Si el corazón del hombre está limpio y puro, brotan de él, como de un manantial transparente, también los pensamientos y las acciones buenos.
[1] En el Nuevo Testamento aparecen numerosos catálogos de vicios y virtudes. Si antes se pensaba sobre todo -y en especial por lo que a Pablo se refiere- en modelos de ética estoica, ahora los escritos de Qumrán nos han demostrado que también en el judaísmo existía una doctrina precisa sobre las virtudes y los vicios.
M. de Tuya, Biblia comentada: Discusión sobre las tradiciones rabínicas.
Evangelio de San Juan, Tomo Vb, BAC, Madrid (1977).
1 Se reunieron en torno a El fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén, 2 los cuales vieron que algunos de los discípulos comían pan con las manos impuras, esto es, sin lavárselas, 3 pues los fariseos y todos los judíos, si no se lavan cuidadosamente, no comen, cumpliendo la tradición de los antiguos; 4 y de vuelta de la plaza, si no se aspergen, no comen, y otras muchas cosas que han aprendido a guardar por tradición: el lavado de las copas, de las ollas y de las bandejas. 5 Le preguntaron, pues, fariseos y escribas: ¿Por qué tus discípulos no siguen la tradición de los antiguos, sino que comen pan con manos impuras? 6 El les dijo: Muy bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí, 7 pues me dan un culto vano, enseñando doctrinas que son preceptos humanos». 8 Dejando de lado el precepto de Dios, os aferráis a la tradición humana. 9 Y les decía: En verdad que anuláis el precepto de Dios para establecer vuestra tradición. 10 Porque Moisés ha dicho: Honra a tu padre y a tu madre, y el que maldiga a su padre o a su madre es reo de muerte. 11 Pero vosotros decís: Si un hombre dijere a su padre o a su madre: «Corbán», esto es, ofrenda, sea todo lo que de mí pudiera serle útil, 12 ya no le permitís hacer nada por su padre o por su madre, 13 anulando la palabra de Dios por vuestra tradición que se os ha transmitido, y hacéis otras muchas cosas por el estilo.
Tratan este tema Mc-Mt. La narración de Mc es más extensa, sobre todo por razón de la explicación que hace de ciertos usos judíos a los lectores gentiles (v.2-4). Los puntos característicos de la narración de Mc son los siguientes:
V. 1. Los «escribas» venidos de Jerusalén eran «algunos». El número de éstos está restringido con relación a los fariseos venidos. Acaso vienen, como especialmente técnicos en la Ley, para garantizar la obra de espionaje, o para completar esta representación de espionaje enviada, más o menos oficiosamente, por el sanedrín, o al menos con su implícita complacencia (Jn 1,19.22).
V.3-4. Mc explica a los lectores lo que significaban estos usos en la mentalidad judía y en la preceptiva rabínica. Se expone en el Comentario a Mt 15,2ss.
V.2. «Comer pan» es hebraísmo para expresar la comida (v.34; cf. Mt 15,2).
V.2.5. «Comer con las manos impuras». Manos «impuras», literalmente «manos comunes» (koinaís) para todo, es equivalente al calificativo rabínico khol, y significa profano, impuro (Act 10,14- 28; II, 8; Rom 14,14; Heb 10,29) 1
V.3. Una expresión de este versículo es oscura: «Los fariseos y los judíos, si no se lavan (pygmé) las manos», etc. Esta expresión griega es discutible. Se ha propuesto: a) lavarse las manos frotando con el puño, es decir, fuertemente, diligentemente 2; o «meticulosamente», como hace la Peshitta 3; b) la Vulgata y el códice sinaítico lo traducen por «frecuente» (pyhna) como sinónimo, y por influjo de Lc 5,33, en la Vulgata; c) con el «puño» cerrado, indicando la juntura de los dedos para purificarlos 4; d) podría tener, como en otros casos, un sentido más amplio: sería lavarse no sólo las manos, sino el antebrazo: del puño o dedos al codo 5; e) con abundante agua, que había de ser recogida en un recipiente con la mano (pygmé).
V. 13 b. Mc no sólo recoge un caso concreto de «qorbán» como motivo de censura, por anular la Ley de Dios por las «tradiciones» de los hombres, sino que alude a otra perspectiva mayor: «Y hacéis otras muchas cosas por el estilo».
V.8- 10. Es muy fuerte la contraposición de lo que legisló Moisés y la «tradición» humana. Aquello tiene valor; esto es presentado como capricho y elaboración simplemente humana: farisaico- rabínica. Anulan «la palabra de Dios» (Moisés) por «vuestra tradición».
La verdadera pureza. 7,14-23 (Mt 15,10-20)
Cf. Comentario a Mt 15,10-20
14 Llamando de nuevo a la muchedumbre, les decía: Oídme todos y entended: 15 Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda mancharle; lo que sale del hombre, eso es lo que mancha al hombre. 16 El que tenga oídos para oír, que oiga. 17 Cuando se hubo retirado de la muchedumbre y entrado en casa, le preguntaron los discípulos por la parábola. 18 El les contestó: ¿Tan faltos estáis vosotros de sentido? ¿No comprendéis-añadió, declarando puros todos los alimentos- que todo lo que de fuera entra en el hombre no puede mancharle, 19 porque no entra en el corazón, sino en el vientre y va al seceso? 20 Decía, pues: Lo que del hombre sale, eso es lo que mancha al hombre, 21 porque de dentro, del corazón del hombre, proceden los pensamientos malos, las fornicaciones, los hurtos, los homicidios, 22 los adulterios, las codicias, las maldades, el fraude, la impureza, la envidia, la maledicencia, la altivez, la insensatez. 23 Todas estas maldades proceden del hombre y manchan al hombre.
Tema propio de Mc-Mt. Después de la exposición anterior, Cristo llama a la muchedumbre y les expone la «parábola» contenida en los y. 15-17. La negligencia del pueblo no pidió más explicaciones de la misma. Pero, ya en casa, los «discípulos», acaso a iniciativa de Pedro (Mt), le piden una explicación. Y la explicación se la hace detalladamente, no sin antes dirigirles un reproche de afecto y pedagogía, registrado en ambos evangelistas: «¿Tan faltos estáis vosotros de sentido?» (Mc). En realidad, el sentido fundamental de la «parábola» era claro. Pero esto hace ver la necesidad de ilustración que tenían los apóstoles, y la fidelidad de su narración a la hora de la composición de los evangelios. No deja de extrañar el que, si Cristo declara la verdadera pureza e impureza moral de la legislación «legal» sobre los alimentos (Lc II; Dt c.14), aparezcan en la primitiva Iglesia dudas y discusiones sobre ello (Act 15,28-29; 10,14; Gál 2,11-17, etc,). Pero se explica teniendo en cuenta que la exposición de Cristo era una enseñanza genérica, destacándose el aspecto moral de la misma legislación, mientras que los «judaizantes» planteaban el aspecto jurídico de la vigencia de la ley mosaica como soporte del cristianismo.
V.2 La clasificación de estas faltas morales que trae Mt se presta a una triple clasificación moral. Pero Mc trae una amplificación mucho mayor de éstas, acaso teniendo en cuenta los lectores a quienes iba destinada, ya que no era otra cosa que explicitación de la doctrina de Cristo.
Mc trae como propios: iniquidades, lascivias, la envidia, que la describe como «ojo indigno» ; la «maledicencia» contra el prójimo, y no blasfemia contra Dios, pues es el sentido que parece reclamar aquí el contexto ; embrutecimiento moral (aphrosyne), embrutecimiento racional culpable, que desprecia las cosas divinas.
Isidro Gomá y Tomás: La pureza legal. Discute Jesús con unos escribas y fariseos
El Evangelio Explicado, Vol. II, Ed. Acervo, 6ª ed., Barcelona (1967), p. 9-16.
Explicación.
El episodio que vamos a comentar, como el hecho de la multiplicación de los panes, de la tempestad calmada y del discurso de Cafarnaúm, ocurrieron en las inmediaciones de la Pascua, la tercera de la vida pública de Jesús. No subió este año el Señor a Jerusalén para celebrarla, según costumbre; tanto había crecido el odio de los principales judíos contra él, que le buscaban para matarle: no debía Jesús presentarse aún espontáneamente a sus enemigos. Por ello se entretuvo recorriendo la Galilea, particularmente la región de Genesaret: «Después de esto andaba Jesús por la Galilea, pues no quería andar por la Judea, porque los judíos le buscaban para matarle». Pasada ya probablemente la gran fiesta, tal vez comisionados por el Sinedrio para hacer indagatoria sobre la doctrina de Jesús, como otro tiempo lo hicieron con el Bautista (Ioh. 1, 19), vinieron a la Galilea unos escribas y fariseos, con los que sostiene Jesús la siguiente discusión sobre la pureza legal.
Pregunta impertinente de los escribas y fariseos (1-2).
«Entonces se llegaron a él unos escribas y fariseos de Jerusalén». Lléganse a Jesús, mientras obra estupendos prodigios, no para convertirse a él, sino para atacarle, a él personalmente o en la persona de sus discípulos si observan algo digno de reprobación, en las palabras o en los hechos. La visita, según se deduce del texto griego, no debía ser rápida, sino que se iba a entablar una como inquisición sobre Jesús, tanto había crecido su fama. Pero nada ven en él vituperable sino que algunos discípulos infringen un precepto impuesto desde no mucho tiempo por los doctores de la ley: «Y cuando vieron a algunos de sus discípulos comer con manos inmundas, esto es, sin habérselas lavado, lo vituperaron».
Las abluciones de manos eran frecuentísimas y minuciosas entre los judíos. No era esto un mal, porque les acostumbraba a los hábitos de limpieza e higiene. El abuso estaba en lo ridículo de estos lavatorios y en la carga insoportable que eran estas prácticas las conciencias. «Quien come el pan sin lavarse las manos, peca igual que si se juntara a una meretriz»; «Quien no lava sus manos después de comer, es igual que si perpetrara un homicidio», dice el Talmud. Sobre el féretro del rabino Eleazar, que había sido negligente en estas prácticas, se colocó una gruesa piedra, para significar que se había hecho acreedor a la lapidación.
En el concepto de los escribas y fariseos que, como tales y en virtud de funciones inquisidoras, debían defender la rigidez de las prácticas legales, la falta de los discípulos del Señor es gravísima. Y a él se dirigen para depurar responsabilidades, diciendo: «¿Por qué tus discípulos traspasan la tradición de los antiguos? Pues no se lavan las manos cuando comen pan». Marcos, que escribía para los cristianos de Roma, nos da una serie de detalles sobre las abluciones, que concuerdan con las prescripciones del Talmud: «Porque los fariseos y todos los judíos, si no se lavan las manos muchas veces, no comen, siguiendo la tradición de los antiguos: y cuando vuelven de la plaza, no comen, si antes no se bañan; y guardan muchas cosas que tienen por tradición: lavatorios de vasos y de jarros, y de vasijas de metal, y de lechos», es decir, el maderamen de los divanes donde se reclinan para comer.
La acusación que ante Jesús hacen escribas y fariseos contra sus discípulos es de carácter general y en materia gravísima. Era la tradición para los judíos algo aun más intangible que la misma ley. La integraban una serie de prácticas, estatuidas por el cuerpo de escribas, para garantir la pureza y la observancia de la ley. Hacia el siglo II de nuestra era, fueron recogidas estas prácticas en las enormes compilaciones del Talmud: «Quien peca contra la ley mosaica, decían los doctores, puede lograr su perdón; pero quien se rebela contra la decisión de los doctores, es digno de muerte». Todo ello justifica la gravedad de la imputación concreta que los adversarios de Jesús hacen a sus discípulos. Pero en realidad el ataque va contra el mismo Jesús: porque ¿cómo puede ser un profeta, ni siquiera un justo, quien consiente tales transgresiones a sus discípulos?
Respuesta de Jesús (3-9).
Es un irrefutable argumento ad hominem, calcado en los mismos moldes que el de sus contrarios. Primero, una imputación de carácter general, mucho más grave que la que hicieron ellos a sus discípulos: «Mas él, respondiendo, les dijo: Y vosotros ¿por qué traspasáis el mandamiento de por vuestra tradición?» No justifica ni condena Jesús la conducta de sus discípulos; no aprueba ni desdeña las tradiciones judías: no quiere entablar cuestión sobre ello; sino que a una denuncia responde con otra mucho más grave: si sus discípulos han pecado, ha sido contra la tradición establecida por los hombres; pero ellos pecan directamente contra la ley de Dios.
Confirma luego su acusación general con un ejemplo de alto relieve: Pues Dios dijo: Honra a tu padre y a tu madre; y quien maldijere al padre o a la madre, muera de muerte (Ex. 20,12; 21, 17; Deut. 5,16). El precepto de la ley es terminante: el hijo viene obligado, bajo pena de muerte, a honrar a su padre y a su madre, dándoles de lo suyo lo que para su sostén necesiten. Pero los escribas subvierten la ley, hasta el punto de hacer sacrílegos a los padres que reclaman este derecho que la voluntad de Dios les concede: Mas vosotros decís: Quien dijere a su padre o a su madre: Ofrenda, «corban», hice a Dios de cuanto mío te pudiera aprovechar, éste ya no tendrá que honrar a su padre y a su madre. Es decir: ¡Oh padre y madre! Lo que os debo por prescripción de la ley de Dios, y que podría aprovecharos, lo he consagrado ya a Dios. Esta consagración, llamada ofrenda o «corban», palabra aramaica que significa ofrenda, hacía intangible el don hecho a Dios, y era un sacrílego quien pusiera sobre ello sus manos, aunque fue sen los mismos padres. Así quedaban burlados la ley y los padres por artificio legal de los escribas: Ya habéis hecho vano el mandamiento de Dios por vuestra tradición.
Después de la aplastante demostración, ningún epíteto podía salir mejor de los labios de Jesús que el de ¡Hipócritas!, con que estigmatiza el Señor a sus adversarios. Hipócrita es el que hace lo contrario de lo que dice o defiende. Los defensores de la ley son, en este caso, sañudos enemigos de la misma ley. Y luego les aplica Jesús unas palabras que Isaías dijo a los judíos de su tiempo, cuyo espíritu han heredado los actuales escribas: Bien profetizó de vosotros Isaías, como está escrito, diciendo: «Este pueblo con los labios me honra; mas el corazón de ellos lejos está de mí» (Is. 29,13). Lejos está de Dios el corazón que se resiste a hacer su voluntad, como el de los escribas, que la frustran: Y en vano me honran enseñando doctrinas y mandamientos de hombres; esto es, han suplantado mi voluntad por preceptos humanos contrarios a los míos, siendo por ello falso el honor que pretenden tributarme. Y hunde más Jesús el clavo de su raciocinio en el corazón soberbio de sus adversarios, y lo remacha enumerando las minucias de sus preceptos, que anteponen a la ley de Dios: Porque dejando el mandamiento de Dios, os cogéis a la doctrina de los hombres: el lavar de los jarros y de los vasos; y hacéis otras muchas cosas semejantes a éstas. Es decir, que anteponen sus invenciones a la ley de Dios, y luego llegan al desprecio de la misma ley divina. Han venido para acusar a Jesús y son ellos los condenados ante el pueblo, que oiría estupefacto la palabra libérrima y triunfante del Señor.
La verdadera pureza (10-11).
Escribas y fariseos quedaron confundidos ante la argumentación irrefragable de Jesús. Fue entonces cuando el Señor llama a la multitud, que respetuosa se había retirado para ceder el lugar a los escribas, y les llama la atención sobre una sentencia que va a pronunciar y que encierra gravísimo sentido moral: «Y habiendo otra vez llamado a sí a las gentes, les dijo: Oídme todos, y entended». He aquí el grave principio sobre la verdadera pureza de vida: «No ensucia al hombre lo que, estando fuera del hombre, entra en la boca». Siendo todo manjar criatura de Dios, ni el manjar mismo, ni menos la manera de tomarlo, pueden hacer al hombre inmundo ante Dios; en todo caso la impureza vendrá de la transgresión del precepto legítimo, no de una minucia farisaica, como pecaron Adán y Eva, como pecan los intemperantes y los infractores de las leyes de la Iglesia: «Mas lo que sale de la boca, eso ensucia al hombre»; lo que sale de la boca es la manifestación del corazón malvado, y es la revelación de la inmundicia interior y espiritual: esto es lo que contamina al hombre y le hace indigno del trato de Dios. Y levantando la voz, hincaba Jesús la frase en el corazón de sus oyentes, diciendo: «Quien tenga oídos para oír, oiga». Era la que acababa de enseñar una doctrina emancipadora de las conciencias, que convenía retener, y en cuyo contenido moral se debía ahondar.
Plática de Jesús con sus discípulos.
Confundidos sus adversarios y adoctrinadas las turbas, dejó Jesús a la gente y entró en casa, probablemente la de Cafarnaúm en que se hospedaba. Entretanto, recogían sus discípulos las impresiones de los interlocutores de Jesús, que le transmiten luego: Entonces, habiendo entrado en la casa, dejada la gente, acercándose sus discípulos, dijéronle: ¿Sabes que los fariseos se han escandalizado cuando han oído esta palabra? Refiérense sin duda al apotegma moral que acaba de sentar Jesús; quizás los mismos discípulos han recibido su parte de escándalo de una doctrina tan abiertamente contraria a las costumbres del pueblo judío. Jesús responde en forma autoritaria, claramente condenatoria de sus enemigos, que serán por su Padre eliminados del magisterio de su pueblo: «Mas él, respondiendo, dijo: Toda planta que no plantó mi Padre celestial, arrancada será de raíz». Y luego, para dar firmeza a los fluctuantes espíritus de los discípulos, les dice con energía: «Dejadlos, ciegos son y guías de ciegos»; son ciegos porque cierra los ojos a la luz del Cristo de Dios; son guías de ciegos porque el pueblo está aferrado a sus doctrinas. La consecuencia es tremenda: «Y si un ciego guía a otro ciego, entrambos caen en el hoyo», que es el abismo del error y de la mala vida.
Estas graves palabras de Jesús contra sus adversarios no sosiegan la conciencia de sus discípulos, perturbada por el aforismo moral del Señor, contrario a las abluciones legales. Por ello Pedro, cabeza de todos y que hablaba en nombre de todos, le pide a Jesús una aclaración del principio moral propuesto en forma figurada: «Y respondiendo Pedro, le dijo: Explícanos esta parábola».
Jesús reprende, primero, a sus discípulos por lo tardío de su inteligencia, después de tanto tiempo de tratar con él: Y dijo Jesús: «¿También vosotros sois aún sin entendimiento?». Con ello acucia su para que penetren el sentido del aforismo, y luego así se lo explica: «¿No comprendéis que toda cosa que desde fuera entra en la boca, no puede hacer inmundo al hombre, por que no entra en su corazón, sino que va al vientre, y es echado en un lugar secreto, purgando todas las viandas?». Es decir, todo alimento es bueno, como criatura de Dios; si no atraviesa un precepto divino o eclesiástico que interese el entendimiento y la voluntad del que come, el manjar no mancilla al hombre, porque no entra en juego su espíritu: hace su natural camino hasta que se separa, echándolo fuera, lo inútil de lo útil para el organismo.
«Mas lo que sale de la boca, del corazón sale, y esto ensucia al hombre». El corazón, en el lenguaje de 1a Biblia, es el alma, el entendimiento y la voluntad, como centro de la vida espiritual; por ello es la fuente de donde mana todo acto criminal del hombre: el pensamiento y la voluntad se desvían de la ley de Dios, y de forman la vida: «Porque del corazón salen los pensamientos malos», origen toda acción mala, «homicidios, adulterios, fornicaciones, hurtos, falsos testimonios, blasfemias, ambiciones, maldades, dolos, deshonestidades, envidia, soberbia, locura», es decir, toda suerte de extravagancias pecaminosas.
Recapitula Jesús y acentúa la doctrina que acaba de exponer: «Todas estas cosas malas son las que salen de adentro y manchan al hombre». Y termina por donde empezaron los escribas su acusación: «Mas el comer con las manos sin lavar, no ensucia al hombre»; será ello incultura personal, no pecado.
Lecciones morales.
A) v. 2. – «¿Por qué tus discípulos traspasan la tradición de los antiguos?» Aparece aquí con todo su relieve el espíritu farisaico, material, ritualista, tan complicado en las prácticas exteriores de la religión como vacío del verdadero espíritu. La religión verdadera es en espíritu y verdad, como dice el mismo Jesús (Ioh. 4, 23); todo acto externo de religión debe ser como la floración de un acto interno, solidario del acto externo; un rito vacío de verdad, de sentimiento, de atención, de intención, de poco sirve. Y aun puede ser nocivo, como lo eran estas prácticas farisaicas de las abluciones múltiples y minuciosas, cuando se les da un alcance moral que no tienen o cuando son una sobrecarga para los espíritus.
B) v. 3. – «Y vosotros, ¿por qué traspasáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición?» – Jesús, dice el Crisóstomo, no excusa a sus discípulos, sino que re-acusa rápidamente a sus adversarios, demostrando con ello que 1os que cometen grandes pecados no tienen derecho a señalar y reprender las pequeñas faltas de los demás. Es ésta grave lección para quienes, como los escribas, tienen el deber de celar por la observancia de la ley; los pecados propios les atan las manos para la corrección de los ajenos.
C) v. 5 – «Quien dijere a su padre o a su madre…» – Según la interpretación talmúdica, el hijo que pronunciaba sobre sus propios bienes la palabra sacramental «Corban», que equivale a «ofrenda a Dios», no venía obligado a socorrer con ellos a sus padres; ni éstos podían, sin un sacrilegio, dice San Jerónimo, tocar los bienes ofrendados del hijo; antes debían perecer de inedia. En lo que aparece la crueldad y el egoísmo de aquellos malos legisladores que, con pretexto del templo y de Dios, derivaban los bienes de los hijos para el provecho de los sacerdotes, a cuya clase pertenecían la mayor parte, autorizando la infracción de un precepto divino y natural, como es el del honor y auxilio a los padres. Para que aprendan los superiores y legisladores a no favorecer la injusticia, cegados como pueden estar por el propio interés o conveniencia, que puede llevarles al abuso de la autoridad y de la fuerza.
D) v. 11. -«No ensucia al hombre lo que entra en la boca…» – Si es así, ¿por qué el Apóstol prohíbe comer de las mesas de los ídolos (1 Cor. 8, 7-10), y por qué la Iglesia nos manda abstenernos de ciertos manjares en determinados días? Porque la invocación del demonio hace inmundos los manjares idolátricos, que a su vez contaminan espiritualmente a quienes los comen con conciencia idolátrica. Cuanto a los manjares vedados por la Iglesia, en su naturaleza o en su cantidad, no es el alimento lo que coinquina al hombre, sino el menosprecio de la ley que lo prohíbe. Como no hay pecado sin voluntad, así no puede haber contaminación por un manjar si no entra en juego una ley, que es la que regula la voluntad.
E) v. 13. – «Toda planta que no plantó mi Padre celestial, arrancada será de raíz». – No quiere, Dios en su campo, que es la Iglesia, como antiguamente era la Sinagoga, haya nada plantado por otro que no sea Él, o por otros inspirados de Él. «Plantó Pablo, regó Apolo, y Dios dio el crecimiento» (1 Cor. 3, 6). Aunque no fue Dios en este caso quien plantó, pero fue en el espíritu de Dios que Pablo plantó, y vino la ayuda de Dios que dio incremento a la obra. Pero si viene otro a plantar fuera de Dios o contra Él, Dios, celoso de su obra y de su campo, cuidará de arrancar, esterilizándola, hundiéndola tal vez estrepitosamente, la obra que no viene de Dios y que no cuenta por ello con el vigor y la savia de Dios.
F) v. 14. – «Ciegos son y guías de ciegos…» – Hay muchos de estos ciegos que lo son porque están privados de la luz de la fe y de los mandamientos de Dios; y son guías de ciegos porque hay infelices que se entregan a su dirección; y éstos son ciegos porque ni tienen luz de Dios ni saben ver la ceguera de los que tomaron por guías. La consecuencia es fatal: todos, guías y guiados, caen en el precipicio de la mala vida y caerán en el del infierno. Dejémonos guiar siempre por los hombres iluminados de Dios, y pidamos a Dios nos libre de la ceguera propia y de la de los hombres ciegos.
G) v. 19. – «Del corazón salen los pensamientos malos…» – No está en el cerebro lo principal del alma, como quiso Platón, dice San Jerónimo, sino en el corazón, es decir, en la voluntad. Porque se le pueden a uno sugerir malos pensamientos, por el demonio, por los sentidos, por una conversación; pero la voluntad es la que los hace malos, aceptándolos, fomentándolos, llevándolos a la práctica. Una sugestión mala no lo es más que objetivamente si la rechazamos con un acto de nuestra voluntad; entonces no sólo no nos daña, sino que puede acarrearnos mérito; mas si la voluntad la admite y se complace en ella, no sólo pasa a ser un mal moral personal, sino que puede ser origen de todos los crímenes; porque el pensamiento es el principio de la acción si la voluntad se alía con él. Por esto dice el Señor: «Del corazón salen los malos pensamientos, homicidios, adulterios», etc.