Domingo XX Tiempo Ordinario (B) – Homilías
/ 10 agosto, 2015 / Tiempo OrdinarioLecturas (Domingo XX del Tiempo Ordinario – Ciclo B)
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles.
-1ª Lectura: Prov 9, 1-6 : Comed de mi pan y bebed el vino que he mezclado.
-Salmo: 33, 2-15 : R. Gustad y ved qué bueno es el Señor.
-2ª Lectura: Ef 5, 15-20 : Daos cuenta de lo que el Señor quiere.
+Evangelio: Jn 6, 51-58 : Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Agustín, obispo
Comentario: Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna
Sobre el Evangelio de San Juan. Ed. BAC, Madrid, 1968, pp. 588-593
14. Discutían entre sí los judíos, diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Altercaban, es verdad, entre sí, porque no comprendían el pan de la concordia, y es más, no querían comerlo; pues los que comen este pan no discuten entre sí. Somos muchos un mismo pan y un mismo cuerpo. Por este pan hace Dios vivir en su casa de una misma y pacífica manera.
15. A la cuestión causa de litigio entre ellos, es a saber: ¿Cómo es posible que pueda darnos el Señor a comer su carne, no contesta inmediatamente, sino que aun les sigue diciendo: En verdad, en verdad os digo que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. No sabéis cómo se come este pan ni el modo especial de comerlo; sin embargo, si no coméis la carne del Hijo del hombre, y s i no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. Esto, es verdad, no se lo decía a cadáveres, sino a seres vivos. Así que, para que no entendiesen que hablaba de esta vida (temporal) y siguiesen discutiendo de ella, añadió en seguida: Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna. Esta vida, pues, no la tiene quien no come este pan y no bebe esta sangre. Pueden, sí, tener los hombres la vida temporal sin este pan; mas es imposible que tengan la vida eterna. Luego quien no come su carne ni bebe su sangre no tiene en sí mismo la vida; pero sí quien come su carne y bebe su sangre tiene en sí mismo la vida, y a una y otra le corresponde el calificativo de eterna. No es así el alimento que tomamos para sustentar esta vida temporal. Es verdad que quien no lo come no puede vivir; pero también es verdad que no todos los que lo comen vivirán; pues sucede que muchos que no lo comen, sea por vejez, o por enfermedad, o por otro accidente cualquiera, mueren. Con este alimento y bebida, es decir, con el cuerpo y la sangre del Señor, no sucede así. Pues quien no lo toma no tiene vida, y quien lo toma tiene vida, y vida eterna. Este manjar y esta bebida significan la unidad social entre el cuerpo y sus miembros, que es la Iglesia santa, con sus predestinados, y, llamados, y justificados, y santos ya glorificados, y con los fieles. La primera de las condiciones, que es la predestinación, se realizó ya; la segunda y la tercera, que son la vocación y la justificación, se realizó ya, y se realiza y se seguirá realizando; y la cuarta y la última, que es la glorificación, ahora se realiza sólo en la esperanza y en el futuro será una realidad. El sacramento de esta realidad, es decir, de la unidad del cuerpo y de la sangre de Cristo, se prepara en el altar del Señor, en algunos lugares todos los días y en otros con algunos días de intervalo, y es comido de la mesa del Señor por unos para la vida, y por otros para la muerte. Sin embargo, la realidad misma de la que es sacramento, en todos los hombres, sea el que fuere, que participe de ella, produce la vida, en ninguno la muerte.
16. Y para que no se les ocurriese pensar que con este manjar y bebida se promete la vida eterna en el sentido de quienes lo comen no mueren ni aun siquiera corporalmente, tiene el Señor la dignación de adelantarse a este posible pensamiento. Porque después de haber dicho: Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna, añade inmediatamente y Yo lo resucitaré el día postrero. Para que, entretanto, tenga en el espíritu la vida eterna con la paz, que es la recompensa del alma de los santos; y, en cuanto al cuerpo se refiere, no se encuentre defraudado tampoco de la vida eterna, sino que la tenga en la resurrección de los muertos en el día postrero
17. Porque mi carne, dice, es una verdadera comida, y mi sangre es una verdadera bebida. Lo que buscan los hombres en la comida y la bebida es apagar su hambre y su sed; mas esto no lo logra en realidad de verdad sino este alimento y bebida, que a los que lo toman hace inmortales e incorruptibles, que es la sociedad misma de los santos, donde existe una paz y unidad plena y perfecta. Por esto, ciertamente (esto ya lo vieron antes que nosotros algunos hombres de Dios), nos dejó nuestro Señor Jesucristo su cuerpo y su sangre bajo realidades, que de muchas se hace una sola. Porque, en efecto, una de esas realidades se hace de muchos granos de trigo, y la otra, de muchos granos de uva.
18. Finalmente, explica cómo se hace esto que dice qué es comer su cuerpo y beber su sangre. Quien come mi carne y bebe mi sangre, está en mí y yo en él. Comer aquel manjar y beber aquella bebida es lo mismo que permanecer en Cristo y tener a Jesucristo, que permanece en sí mismo. Y por eso, quien no permanece en Cristo y en quien Cristo no permanece, es indudable que no come ni bebe espiritualmente su cuerpo y su sangre, aunque materialmente y visiblemente toque con sus dientes el sacramento del cuerpo y de la sangre de Cristo; sino antes, por el contrario, come y bebe su perdición el sacramento de realidad tan augusta, ya que, impuro y todo, se atreve a acercarse a los sacramentos de Cristo, que nadie puede dignamente recibir sino los limpios, de quienes dice Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
19. Así como mi Padre viviente, dice, me envío y yo vivo por mi Padre, así también quien me come a mí vivirá por mí. No dice: Así como yo como a mi Padre y vivo por mi Padre, así quien me come a mí vivirá por mí. Pues el Hijo no se hace mejor por la participación de su Padre, porque es igual a El por nacimiento; mientras que nosotros sí que nos haremos mejores participando del Hijo por la unidad de su cuerpo y sangre, que es lo que significa aquella comida y bebida. Vivimos, pues nosotros por El mismo comiéndole a Él, es decir, recibiéndole a Él que es la vida eterna, que no tenemos de nosotros mismos. Vive Él por el Padre, que le ha enviado; porque se anonadó a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte de cruz. Si tomamos estas palabras; Vivo por el Padre, en el mismo sentido que aquellas otras: el Padre es mayor que yo, podemos decir también que nosotros vivimos por Él, porque Él es mayor que nosotros. Todo esto es así por el hecho mismo de ser enviado. Su misión es, ciertamente, el anonadamiento de sí mismo y su aceptación de forma de siervo; lo cual rectamente puede así decirse, aun conservando la identidad absoluta de su naturaleza del Hijo con el Padre. El Padre es mayor que el Hijo-hombre; pero el Padre tiene un Hijo-Dios, que es igual a Él, ya que uno y el mismo es Dios y hombre, Hijo de Dios e Hijo del hombre, que es Cristo Jesús. Y en este sentido dijo (si entienden bien estas palabras): Así como el Padre viviente me envió y yo vivo por el Padre, así quien me come vivirá para mí. Como si dijera: La razón de que yo viva por el Padre, es decir, de que yo refiera a Él como a mayor mi vida, es mi anonadamiento en el que me envió, más la razón de que cualquiera viva por mí es la participación de mí cuando me come. Así, yo, humillado, vivo por el Padre, y aquel, ensalzado, vive por mí. Si se dijo Vivo por el Padre en el sentido de que Él viene del Padre y no el Padre de Él, esto se dijo sin detrimento alguno de la identidad de ambos. Pero diciendo: Quien me come a mí, vivirá por mí, no significa identidad entre Él y nosotros, sino que muestra sencillamente la gracia de mediador.
20. Este es el pan que descendió del cielo, con el fin de que, comiéndolo, tengamos vida, y que de nosotros mismos no podemos tener vida eterna. No como comieron, dice, el maná vuestros padres, y murieron; el que come este pan vivirá eternamente. Aquellas palabras, ellos murieron, quieren significar que no vivirán eternamente. Porque morirán en verdad temporalmente también quienes coman a Cristo; pero viven eternamente, ya que Cristo es la vida eterna.
Comentario: Gratuidad
Tratado sobre el Evangelio de San Juan , Tomo XIII , BAC, 2ª Ed., Madrid, 1968, Pág. 573-593
Murmuraban los judíos
«Murmuraban los judíos porque había dicho: «Yo soy el pan que bajó del cielo», hasta este otro: «El que come este pan, vivirá eternamente».
1. Cuando nuestro Señor Jesucristo declaró, como hemos oído leer en el evangelio, que El era el pan que descendió del cielo, comenzaron los judíos a murmurar, diciendo: «¿Por ventura éste no es Jesús el hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos? ¿Cómo, pues, se atreve El a decir que ha bajado del cielo». ¡Qué lejos estaban éstos del pan del cielo! Ni sabían siquiera qué es tener hambre de El. Tenían heridas en el paladar del corazón: eran sordos que oían y ciegos que veían. Este pan del hombre interior, es verdad, pide hambre; por eso habla así en otro lugar: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados». Y Pablo el Apóstol dice que nuestra justicia es Cristo. Y por eso, el que tiene hambre de este pan tiene que tener hambre también de la justicia; de la justicia, digo, que descendió del cielo, de la justicia que da Dios, no de la justicia que se apropia el hombre como obra suya. Porque, si el hombre no se apropia justicia alguna como obra suya, no hablaría así de los judíos el mismo Apóstol: «No conociendo la justicia de Dios y queriendo afirmar la suya propia, no participaron de la justicia de Dios». Así eran estos que no comprendían el pan que bajó del cielo, porque, saturados de su justicia, no tenían hambre de la justicia de Dios. ¿Qué significa esto: justicia de Dios y justicia del hombre? La justicia de Dios de la que aquí se habla, no es la justicia por la que es justo Dios, sino la justicia que comunica Dios al hombre para que llegue el hombre a ser justo por Dios. ¿Cuál es la justicia de aquéllos? Es una justicia que les hacía presumir demasiado de sus fuerzas y les llevaba a decir que ellos mismos, por su propia virtud, cumplían la ley. Mas la ley no la cumple nadie, sino aquel a quien ayuda la gracia; esto es, el pan que bajó del cielo. La plenitud de la ley, como dice el Apóstol, es, en resumen, el amor. El amor, no de la plata, sino de Dios; el amor, no de la tierra ni del cielo, sino el amor de aquel que hizo la tierra y el cielo. ¿De dónde le viene al hombre este amor? Oigamos al mismo Apóstol: «El amor de Dios, dice, se ha difundido en vuestros corazones por el Espíritu Santo, que se nos ha dado». Como, pues, el Señor había de comunicarnos el Espíritu Santo, por eso declara que El es el pan bajado del cielo, exhortándonos a que creamos en El. Creer en El es lo mismo que comer el pan vivo. El que cree, come. Se nutre invisiblemente el mismo que invisiblemente renace. Es niño en la interioridad, y en la interioridad es algo renovado. Donde se renueva, allí mismo se nutre.
2. ¿Cuál es, pues, la respuesta de Jesús a estos murmuradores? «No sigáis murmurando entre vosotros». Como si dijera: Ya se yo por qué no tenéis hambre y por qué no tenéis la inteligencia de este pan ni la buscáis. No sigan esas murmuraciones entre vosotros. «Nadie puede venir a mi si mi Padre, que me envió, no le atrae». ¡Qué recomendación de la gracia tan grande! Nadie puede venir si no es atraído. A quién atrae y a quién no atrae y por qué atrae a uno y a otro no, no te atrevas a sentenciar sobre eso, si es que no quieres caer en el error. ¿No eres atraído aún? No ceses de orar para que logres ser atraído. Oye primero lo que sigue y entiéndelo. Si somos atraídos a Cristo, estamos diciendo que creemos a pesar nuestro y que se emplea la violencia, no se estimula la voluntad. Alguien puede entrar en la iglesia a despecho suyo y puede acercarse al altar y recibir el sacramento muy a pesar suyo; lo que no puede es creer no queriendo. Si fuese el acto de fe función corporal, podría tener lugar en los que no quisiesen; pero el acto de fe no es función del cuerpo. Oído atento a las palabras del Apóstol: «Se cree con el corazón para la justicia». ¿Y qué es lo que sigue? «Y con la boca se hace la confesión para la salud». Esta confesión tiene su raíz en el corazón. A veces oyes tú a alguien que confiesa la fe, y no sabes si tiene fe. Y no debes llamar confesor de la fe al que tengas tú como no creyente. Confesar es expresar lo que tienes en el corazón; y si en el corazón tienes una cosa y con la boca dices tú otra, entonces lo que haces es hablar, no confesar. Luego, siendo así que en Cristo se cree con el corazón (lo que ciertamente nadie hace a la fuerza), y, por otra parte, el que es atraído parece que es obligado por la fuerza, ¿cómo se resuelve el siguiente problema: «Nadie viene a mí si no lo atrae el Padre, que me envió»?
3. Si es atraído, dirá alguien, va a El muy a pesar suyo. Si va a El a despecho suyo, no cree; y si no cree, no va a El. No vamos a Cristo corriendo, sino creyendo; no se acerca uno a Cristo por el movimiento del cuerpo, sino por el afecto del corazón. Por eso, aquella mujer que toca la orla de su vestido le toca más realmente que la turba que le oprime. Por esto dijo el Señor: «¿Quién es el que me ha tocado?» Y los discípulos, llenos de extrañeza, le dicen: «Te están las turbas comprimiendo, ¿y dices todavía quién me ha tocado?» Pero El repitió: «Alguien me ha tocado». Aquélla le toca; la turba le oprime. ¿Qué significa tocó, sino creyó? He aquí por qué, después, de su resurrección, dice a la mujer aquella que quiso echarse a sus pies: «No me toques, que todavía no he subido al Padre». Lo que estás viendo, eso sólo crees que soy yo, nada más. «No me toques». ¿Que significa esto? Crees tú que yo no soy más que lo que estás viendo; no creas así. Este es el sentido de las palabras: «No me toques, porque todavía no he subido al Padre». Para ti aún no he subido, porque yo de allí jamás me distancié. No tocaba ella al que en la tierra tenía delante de los ojos, ¿cómo iba a tocar al que subía al Padre? Sin embargo, así quiere que le toque y así le tocan quienes bien le tocan, subiendo al Padre, y quedando con el Padre, y siendo igual a El.
4. Si de una parte y de otra lo miras, nadie viene a mí sino quien es atraído por el Padre. No vayas a creer que eres atraído a pesar tuyo. Al alma la atrae el amor. Ni hay que temer el reproche que, tal vez, por estas palabras evangélicas de la Sagrada Escritura, nos hagan quienes sólo se fijan en las palabras y están muy lejos de la inteligencia de las cosas en grado sumo divinas, diciéndonos: ¿Cómo puedo yo creer voluntariamente si soy atraído? Digo yo: Es poco decir que eres atraído voluntariamente; eres atraído también con mucho agrado y placer. ¿Qué es ser atraído por el placer? «Pon tus delicias en el Señor y El te dará lo que pide tu corazón». Hay un apetito en el corazón al que le sabe dulcísimo este pan celestial. Si, pues, el poeta pudo decir: «Cada uno va en pos de su afición», no con necesidad, sino con placer; no con violencia, sino con delectación, ¿con cuánta mayor razón se debe decir que es atraído a Cristo el hombre cuyo deleite es la verdad, y la felicidad, y la justicia, y la vida sempiterna, todo lo cual es Cristo? Los sentidos tienen sus delectaciones, ¿y el alma no tendrá las suyas? Si el alma no tiene sus delectaciones, ¿por qué razón se dice: «Los hijos de los hombres esperarán a la sombra de tus alas, y serán embriagados de la abundancia de tu casa, y les darás a beber hasta saciarlos del torrente de tus delicias, por que en ti está la fuente de la vida y en tu luz veremos la luz»? Dame un corazón amante, y sentirá lo que digo.
Dame un corazón que desee y que tenga hambre; dame un corazón que se mire como desterrado, y que tenga sed, y que suspire por la fuente de la patria eterna; dame un corazón así, y éste se dará perfecta cuenta de lo que estoy diciendo. Mas, si hablo con un corazón que está del todo helado, este tal no comprenderá mi lenguaje. Como éste eran los que entre sí murmuraban: «El que es atraído, dice, por el Padre, viene a mí».
5. ¿Qué sentido, pues, pueden tener estas palabras: «A quien el Padre atrae, sino que el mismo Cristo atrae? ¿Por qué prefirió decir: «A quien el Padre atrae»? Si hemos de ser atraídos, que lo seamos por aquel a quien dice una de esas almas amantes: «Tras el olor de tus perfumes correremos». Pero pongamos atención, hermanos, en lo que quiso darnos a entender, y comprendámoslo en la medida de nuestras fuerzas. Atrae el Padre al Hijo a aquellos que creen en el Hijo precisamente porque piensan que El tiene a Dios por Padre. Dios-Padre engendró un Hijo que es igual a El; y el que piensa y en su fe siente y reflexiona que aquel en quien cree es igual al Padre, ese mismo es quien es llevado al Hijo por el Padre. Arrio le creyó simple criatura; no le atrajo al Padre, porque no piensa en el Padre quien no cree que el Hijo es igual a El. ¿Qué es, ¡oh Arrio!, lo que estás diciendo? ¿Qué lenguaje herético es el tuyo? ¿Qué es Cristo? No es verdadero Dios, responde, sino que El ha sido hecho por el verdadero Dios. No te ha atraído el Padre; no comprendes tú al Padre, cuyo Hijo niegas; tienes en el pensamiento algo muy distinto de lo que es el Hijo; ni el Padre te atrae ni tampoco eres llevado tú al Hijo; el Hijo es una cosa, y lo que tú dices es otra muy distinta. Dijo Fotino: Cristo no es más que un simple hombre; no es Dios también. Quien así piensa no le ha atraído el Padre. El Padre atrae a quien así habla: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo»; tú no eres como un profeta, ni como Juan, ni como un hombre justo, por grande que sea; tú eres como Único, como el Igual; «tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». ¡Mira cómo ha sido atraído, atraído por el Padre! «Eres feliz, Simón hijo de Jonás, porque no ha sido ni la carne ni la sangre los que te han revelado eso, sino mi Padre, que está en los cielos». Esta revelación es atracción también. Muestra nueces a un niño, y se le atrae y va corriendo allí mismo adonde se le atrae; es atraído por la afición y sin lesión alguna corporal; es atraído por los vínculos del amor. Si, pues, estas cosas que entre las delicias y delectaciones terrenas se muestran a los amantes, ejercen en ellos atractivo fuerte, ¿cómo no va a atraer Cristo, puesto al descubierto por el Padre? ¿Ama algo el alma con más ardor que la verdad? ¿Para qué el hambre devoradora? ¿Para qué el deseo de tener sano el paladar interior, capaz de descubrir la verdad, sino para comer y beber la sabiduría, y la justicia, y la verdad, y la eternidad?
6. Pero ¿dónde se realizará esto? Allí mucho mejor, y allí con más verdad, y allí con más plenitud. Aquí nos es más fácil tener hambre, con tal de tener esperanza santa, que saciarnos. «Felices, dice, los que tienen hambre y sed de justicia», pero aquí abajo; «porque serán saciados»; mas esto allá arriba. Por esta razón, después de decir: «Nadie viene a mí si no le atrae mi Padre, que me envió», ¿qué añadió? «Y yo le resucitaré en el día postrero». Yo le doy lo que ama y yo le doy lo que espera; verá lo que creyó sin haberlo visto, y comerá aquello mismo de lo que tiene hambre y será saciado de aquello mismo de lo que tiene sed. ¿Dónde? En la resurrección de los muertos. «Yo le resucitaré en el día postrero».
7. Está escrito en los profetas: «Serán todos enseñados por Dios». ¿Por qué me he expresado así, oh judíos? No os ha enseñado a vosotros el Padre; ¿cómo vais a poder conocerme a mí? Los hombres todos de aquel reino serán adoctrinados por Dios, no por los hombres. Y si lo oyen de los hombres, sin embargo, lo que entienden se les comunica interiormente, e interiormente brilla, e interiormente se les descubre. ¿Qué hacen los hombres cuando hablan exteriormente? ¿Qué estoy haciendo, pues, yo ahora cuando hablo? No logro más que introducir en vuestros oídos ruido de palabras. Luego, si no lo descubre el que está dentro, ¿qué vale mi discurso y qué valen mis palabras? El que cultiva el árbol está por defuera; es el Creador el que está dentro. El que planta y el que riega trabajan por de fuera; es lo que hacemos nosotros. Pero ni el que planta es algo ni el que riega tampoco; es Dios, que es el que da el crecimiento. Este es el sentido de estas palabras: Todos serán enseñados por Dios. ¿Quiénes son esos todos? «Todo el que oye al Padre y aprende de El, viene a mí». Mirad la manera de atraer que tiene el Padre; es por el atractivo de su enseñanza, llena de delectación, y no por imposición violenta alguna; ése es el modo de su atracción. «Serán todos enseñados por Dios»; ahí tenéis el modo de atraer Dios. «Todo el que oye al Padre aprende de El, viene a mí»; así es como atrae Dios.
8. ¿Qué se sigue de esto, hermanos? Si todo el que oye al Padre y aprende se llega a Cristo, ¿luego Cristo no hace aquí nada como maestro? ¿Qué quiere decir que los hombres no vieron al Padre como Maestro y al Hijo sí? Es que el Hijo hablaba, pero el Padre enseñaba. Yo que soy hombre y nada más, ¿a quién enseño? ¿A quién, hermanos, sino al que oye mi palabra? Luego, si yo, que soy hombre, enseño al que oye mi palabra, el Padre enseña también al que oye su palabra. Si el Padre enseña al que oye su palabra, investiga qué cosa es Cristo y conocerás su Palabra: «En el principio existía el Verbo». No dice que en el principio hizo Dios el Verbo, como dice que «en el principio hizo Dios el cielo y la tierra». La razón es porque el Verbo no es criatura. Aprende el modo de ser atraído al Hijo por el Padre, que el Padre te enseñe, oye a su Verbo. ¿A qué Verbo suyo dices que oiga? «En el principio existía el Verbo (no se hizo, sino que existía ya), y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios». ¿Cómo es posible que los hombres, mientras existen en la carne, oigan a este Verbo? «Porque el Verbo se hizo carne y vivió entre nosotros».
9. Todo esto nos lo explica El mismo también y nos muestra el sentido de estas palabras: «El que oye al Padre y recibe su doctrina, viene a mí». Y luego añade algo que se nos hubiera podido ocurrir: «No que hombre alguno haya visto al Padre; únicamente el que es de Dios, ése es el que ha visto al Padre». ¿Cuál es el sentido de estas palabras? Que yo he visto al Padre y vosotros no lo habéis visto; y, sin embargo, no venís a mí si no sois atraídos por el Padre. ¿Y qué significa ser atraído por el Padre sino aprender del Padre? ¿Y qué el aprender del Padre sino oír al Padre? ¿Qué es oír al Padre sino oír la palabra del Padre, es decir, a mí mismo? Para que tal vez, cuando os diga yo: «Todo el que oye al Padre y aprende», no penséis en vuestro interior: Pero, si nunca hemos visto al Padre, ¿cómo hemos podido aprender del Padre? Oíd de mi misma boca: «No es que haya visto alguno al Padre, sino el que es de Dios, ése es el que ha visto al Padre». Yo conozco al Padre y yo procedo de El; pero como procede la palabra de aquel de quien es la palabra, y no la palabra que suena y desaparece, sino la que permanece con el que la pronuncia y atrae al que la escucha.
10. Sirva de advertencia lo que dice a continuación: «En verdad, en verdad os digo que quien cree en mí posee la vida eterna». Quiso descubrir lo que era, ya que pudo decir en síntesis: El que cree en mí me posee. Porque el mismo Cristo es verdadero Dios y vida eterna. Luego el que cree en mí, dice, viene a mí, y el que viene a mí me posee.
¿Qué es Poseerme a mí? Poseer la vida eterna. La vida eterna aceptó la muerte y la vida eterna quiso morir, pero en lo que tenía de ti, no en lo que tenía de sí; recibió de ti lo que pudiese morir por ti. Tomó de los hombres la carne, mas no de modo humano. Pues, teniendo un Padre en el cielo, eligió en la tierra una madre. Nació allí sin madre y aquí nació sin padre. La Vida, pues, aceptó la muerte con el fin de que la Vida diese muerte a la muerte misma. «El que cree en mí, dice, tiene la vida eterna», que no es lo que aparece, sino lo que está oculto. «La vida eterna, el Verbo, existía en el principio en Dios, y el Verbo era Dios, y la vida era luz de los hombres». El mismo que es vida eterna, dio a la carne, que asumió, la vida eterna. El vino para morir, mas al tercer día resucitó. Entre el Verbo, que asumió la carne, y la carne, que resucita, está la muerte, que fue aniquilada.
11. «Yo soy, dice, el pan de vida». ¿De qué se enorgullecían? «Vuestros padres, continúa diciendo, comieron el maná en el desierto y murieron». ¿De qué nace vuestra soberbia? «Comieron el maná y murieron». ¿Por qué comieron y murieron? Porque lo que veían, eso creían, y lo que no veían no lo entendían. Por eso precisamente son vuestros padres, porque sois igual que ellos. Porque, en lo que atañe, mis hermanos, a esta muerte visible y corporal, ¿no morimos por ventura nosotros, que comemos el pan que ha descendido del cielo? Murieron aquéllos, como vamos a morir nosotros, en lo que se refiere, digo, a esta muerte visible y corporal. Mas no sucede lo mismo en lo que se refiere a la muerte aquella con que nos atemoriza el Señor y con la que murieron los padres de éstos; del maná comió Moisés, y Aarón comió también, y Finés, y allí comieron otros muchos que fueron gratos al Señor y no murieron. ¿Por qué razón? Porque comprendieron espiritualmente este manjar visible, y espiritualmente lo apetecieron, y espiritualmente lo comieron para ser espiritualmente nutridos. Nosotros también recibimos hoy un alimento visible; pero una cosa es el sacramento y otra muy distinta la virtud del sacramento. ¡Cuántos hay que reciben del altar este alimento y mueren en el mismo momento de recibirlo! Por eso dice el Apóstol: «El mismo come y bebe su condenación». ¿No fue para Judas un veneno el trozo de pan del Señor? Lo comió, sin embargo, e inmediatamente que lo comió entró en él el demonio. No porque comiese algo malo, sino porque, siendo él malo, comió en mal estado lo que era bueno. Estad atentos, hermanos; comed espiritualmente el pan del cielo y llevad al altar una vida de inocencia. Todos los días cometemos pecados, pero que no sean de esos que causan la muerte. Antes de acercaros al altar, mirad lo que decís: «Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores». ¿Perdonas tú? Serás perdonado tú también. Acércate con confianza, que es pan, no veneno. Mas examínate si es verdad que perdonas. Pues, si no perdonas, mientes y tratas de mentir a quien no puedes engañar. Puedes mentir a Dios; lo que no puedes es engañarle. Sabe El bien lo que debe hacer. Te ve El por dentro, y por dentro te examina, y por dentro te mira, y por dentro te juzga, y por lo de dentro te condena o te corona. Los padres de éstos, es decir, los perversos e infieles y murmuradores padres de éstos, son perversos e infieles y murmuradores como ellos. Pues en ninguna cosa se dice que ofendiese más a Dios aquel pueblo que con sus murmuraciones contra Dios. Por eso, queriendo el Señor presentarlos como hijos de tales padres, comienza a echarles en cara esto: «¿Por qué murmuráis entre vosotros, murmuradores, hijos de padres murmuradores? Vuestros padres comieron del maná en el desierto y murieron, no porque el maná fuese una cosa mala, sino porque lo comieron en mala disposición».
12. «Este es el pan que descendió del cielo». El maná era signo de este pan, como lo era también el altar del Señor Ambas cosas eran signos sacramentales: como signos, son distintos; mas en la realidad por ellos significada hay identidad. Atiende a lo que dice el Apóstol: «No quiero, hermanos, que ignoréis que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube, y que todos atravesaron el mar, y que todos fueron bautizados bajo la dirección de Moisés en la nube y en el mar, y que todos comieron el mismo manjar espiritual». Es verdad que era el mismo pan espiritual, ya que el corporal era distinto. Ellos comieron el maná; nosotros, otra cosa distinta; pero, espiritualmente, idéntico manjar que nosotros. Pero hablo de nuestros padres, no de los de ellos; de aquellos a quienes nos asemejamos, no de aquellos a quienes ellos se parecen. Y añade: «Y todos bebieron la misma bebida espiritual». Una cosa bebieron ellos, otra distinta nosotros; mas sólo distinta en la apariencia visible, ya que es idéntica en la virtud espiritual por ella significada. ¿Cómo la misma bebida? Bebían de la misma piedra espiritual que los seguía, y la piedra era Cristo. Ese es el pan y ésa es la bebida. La piedra es Cristo como en símbolo. El Cristo verdadero es el Verbo y la carne. Y ¿cómo bebieron? Fue golpeada dos veces la piedra con la vara. Los dos golpes significan los dos brazos de la cruz. «Este es, pues, el pan que descendió del cielo para que, si alguien lo comiere, no muera». Pero esto se dice de la virtud del sacramento, no del sacramento visible; del que lo come interiormente, no exteriormente sólo; del que lo come con el corazón, no del que lo tritura con los dientes.
13. «Yo soy el pan vivo que descendí del cielo». Pan vivo precisamente, porque descendí del cielo. El maná también descendió del cielo; pero el maná era la sombra, éste la verdad. «Si alguien comiere de este pan, vivirá eternamente; y el pan que yo le daré es mi carne, que es la vida del mundo». ¿Cuándo iba la carne a ser capaz de comprender esto de llamar al pan carne? Se da el nombre de carne a lo que la carne no entiende; y tanto menos comprende la carne, porque se llama carne. Esto fue lo que les horrorizó, y dijeron que esto era demasiado y que no podía ser. «Mi carne, dice, es la vida del mundo». Los fieles conocen el cuerpo de Cristo si no desdeñan ser el cuerpo de Cristo. Que lleguen a ser el cuerpo de Cristo si quieren vivir del Espíritu de Cristo. Del Espíritu de Cristo solamente vive el cuerpo de Cristo. Comprended, hermanos, lo que he dicho. Tú eres hombre, y tienes espíritu y tienes cuerpo. Este espíritu es el alma, por la que eres hombre. Tu ser es alma y cuerpo. Tienes espíritu invisible y cuerpo visible. Dime qué es lo que recibe la vida y de quién la recibe. ¿Es tu espíritu el que recibe la vida de tu cuerpo o es tu cuerpo el que recibe la vida de tu espíritu? Responderá todo el que vive (pues el que no puede responder a esto, no sé si vive). ¿Cuál será la respuesta de quien vive? Mi cuerpo recibe ciertamente de mi espíritu la vida. ¿Quieres, pues, tú recibir la vida del Espíritu de Cristo? Incorpórate al cuerpo de Cristo. ¿Por ventura vive mi cuerpo de tu espíritu? Mi cuerpo vive de mi espíritu, y tu cuerpo vive de tu espíritu. El mismo cuerpo de Cristo no puede vivir sino del Espíritu de Cristo. De aquí que el apóstol Pablo nos hable de este pan, diciendo: «Somos muchos un solo pan, un solo cuerpo». Oh qué misterio de amor, y qué símbolo de la unidad, y qué vínculo de la caridad! Quien quiere vivir sabe dónde está su vida y sabe de dónde le viene la vida. Que se acerque, y que crea, y que se incorpore a este cuerpo, para que tenga participación de su vida. No le horrorice la unión con los miembros, y no sea un miembro podrido, que deba ser cortado; ni miembro deforme, de quien el cuerpo se avergüence; que sea bello, proporcionado y sano, y que esté unido al cuerpo para que viva de Dios para Dios, y que trabaje ahora en la tierra para reinar después en el cielo.
14. Discutían entre sí los judíos, diciendo: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Altercaban, es verdad, entre sí, porque no comprendían el pan de la concordia, y es más, no querían comerlo; pues los que comen este pan no discuten entre sí: «Somos muchos un mismo pan y un mismo cuerpo». Por este pan hace Dios vivir en su casa de una misma y pacífica manera.
15. A la cuestión causa de litigio entre ellos, es a saber: ¿Cómo es posible que pueda darnos el Señor a comer su carne, no contesta inmediatamente, sino que aun les sigue diciendo: «En verdad, en verdad os di que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y si no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros». No sabéis cómo se come este pan ni el modo especial de comerlo; sin embargo, «si no coméis la carne del Hijo del hombre y si no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros». Esto, es verdad, no se lo decía a cadáveres, sino a seres vivos. Así que, para que no entendiesen que hablaba de esta vida (temporal) y siguiesen discutiendo de ella, añadió en seguida: «Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna». Esta vida, pues, no la tiene quien no come este pan y no bebe esta sangre. Pueden, sí, tener los hombres la vida temporal sin este pan; mas es imposible que tengan la vida eterna. Luego quien no come su carne ni bebe su sangre no tiene en sí mismo la vida; pero sí quien come su carne y bebe su sangre tiene en sí mismo la vida, y a una y a otra les corresponde el calificativo de eterna. No es así el alimento que tomamos para sustentar esta vida temporal. Es verdad que quien no lo come no puede vivir; pero también es verdad que no todos los que lo comen vivirán; pues sucede que muchos que no lo comen, sea por vejez, o por enfermedad, o por otro accidente cualquiera, mueren. Con este alimento y bebida, es decir, con el cuerpo y la sangre del Señor, no sucede así. Pues quien no lo toma no tiene vida, y quien lo toma tiene vida, y vida eterna. Este manjar y esta bebida significan la unidad social entre el cuerpo y sus miembros, que es la Iglesia santa, con sus predestinados, y llamados, y justificados, y santos ya glorificados, y con los fieles. La primera de las condiciones, que es la predestinación, se realizó ya; la segunda y la tercera, que son la vocación y la justificación, se realizó ya, y se realiza, y se seguirá realizando; y la
cuarta y la última, que es la glorificación, ahora se realiza sólo en la esperanza y en el futuro será una realidad. El sacramento de esta realidad, es decir, de la unidad del cuerpo y de la sangre de Cristo, se prepara en el altar del Señor, en algunos lugares todos los días y en otros con algunos días de intervalo, y es comido de la mesa del Señor por unos para la vida, y por otros para la muerte. Sin embargo, la realidad misma de la que es sacramento, en todos los hombres, sea el que fuere, que participe de ella, produce la vida, en ninguno la muerte.
16. Y para que no se les ocurriese pensar que con este manjar y bebida se promete la vida eterna en el sentido de que quienes lo comen no mueren ni aun siquiera corporalmente, tiene el Señor la dignación de adelantarse a este posible pensamiento. Porque después de haber dicho: «Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene, la vida eterna», añadió inmediatamente: «Y yo le resucitaré en el día postrero». Para que, entretanto, tenga en el espíritu la vida eterna con la paz, que es la recompensa del alma de los santos; y, en cuanto al cuerpo se refiere, no se encuentre defraudado tampoco de la vida eterna, sino que la tenga en la resurrección de los muertos en el día postrero.
17. «Porque mi carne, dice, es una verdadera comida, y mi sangre es una verdadera bebida». Lo que buscan los hombres en la comida y bebida es apagar su hambre y su sed; mas esto no lo logra en realidad de verdad sino este alimento y bebida, que a los que lo toman hace inmortales e incorruptibles, que es la sociedad misma de los santos, donde existe una paz y unidad plenas y perfectas. Por esto, ciertamente (esto ya lo vieron antes que nosotros algunos hombres de Dios), nos dejó nuestro Señor Jesucristo su cuerpo y su sangre bajo realidades, que de muchas se hace una sola. Porque, en efecto, una de esas realidades se hace de muchos granos de trigo, y la otra, de muchos granos de uva.
18. Finalmente, explica ya cómo se hace esto que dice y qué es comer su cuerpo y beber su sangre. «Quien come mi carne y bebe mi sangre, está en mi y yo en él». Comer aquel manjar y beber aquella bebida es lo mismo que permanecer en Cristo y tener a Jesucristo, que permanece en sí mismo. Y por eso, quien no permanece en Cristo y en quien Cristo no permanece, es indudable que no come ni bebe espiritualmente su cuerpo y su sangre, aunque materialmente y visiblemente toque con sus dientes el sacramento del cuerpo y de la sangre de Cristo; sino antes, por el contrario, come y bebe para su perdición el sacramento de realidad tan augusta, ya que, impuro y todo, se atreve a acercarse a los sacramentos de Cristo, que nadie puede dignamente recibir sino los limpios, de quienes dice: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios».
19. «Así como mi Padre viviente, dice, me envió y yo vivo por mi Padre, así también quien me come a mi vivirá por mí». No dice: Así como yo como a mi Padre y vivo por mi Padre, así quien me come a mí vivirá por mí. Pues el Hijo no se hace mejor por la participación de su Padre, porque es igual a El por nacimiento; mientras que nosotros sí que nos haremos mejores participando del Hijo por la unidad de su cuerpo y sangre, que es lo que significa aquella comida y bebida. Vivimos, pues, nosotros por El mismo comiéndole a El, es decir, recibiéndole a El, que es la vida eterna, que no tenemos de nosotros mismos. Vive El por el Padre, que le ha enviado; porque se anonadó a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte de cruz. Si tomamos estas palabras: «Vivo por el Padre», en el mismo sentido que aquellas otras: «El Padre es mayor que yo», podemos decir también que nosotros vivimos por El, porque El es mayor que nosotros. Todo esto es así por el hecho mismo de ser enviado. Su misión es, ciertamente, el anonadamiento de sí mismo y su aceptación de forma de siervo; lo cual rectamente puede así decirse, aun conservando la identidad absoluta de naturaleza del Hijo con el Padre. El Padre es mayor que el Hijo-hombre; pero el Padre tiene un Hijo- Dios, que es igual a El, ya que uno y el mismo es Dios y hombre, Hijo de Dios e Hijo del hombre, que es Cristo Jesús. Y en este sentido dijo (si se entienden bien estas palabras): «Así como el Padre viviente me envió y yo vivo por el Padre, así quien me come vivirá para mí». Como si dijera: La razón de que yo viva por el Padre, es decir, de que yo refiera a El como a mayor mi vida, es mi anonadamiento en el que me envió; mas la razón de que cualquiera viva por mí es la participación de mí cuando me come. Así, yo, humillado, vivo por el Padre, y aquel, ensalzado, vive por mí. Si se dijo «Vivo por el Padre» en el sentido de que El viene del Padre y no el Padre de El, esto se dijo sin detrimento alguno de la identidad entre ambos. Pero diciendo: «Quien me come a mí, vivirá por mí», no significa identidad entre El y nosotros, sino que muestra sencillamente la gracia de mediador.
20. «Este es el pan que descendió del cielo», con el fin de que, comiéndolo, tengamos vida, y que de nosotros mismos no podemos tener la vida eterna. «No como comieron, dice, el maná vuestros padres, y murieron; el que come este pan vivirá eternamente». Aquellas palabras: «Ellos murieron», quieren significar que no vivirán eternamente. Porque morirán en verdad temporalmente también quienes coman a Cristo; pero viven eternamente, ya que Cristo es la vida eterna.
Comentario: El Señor nos invita
Obras completas de San Agustín, B.A.C., Madrid, 1983, pg. 173-175.
¿Qué palabras habéis oído de boca del Señor invitándonos?
1. ¿Qué palabras habéis oído de boca del Señor invitándonos? ¿Quién invitó? ¿A quiénes invitó y qué preparó? Invitó el Señor a sus siervos, y les preparó como alimento a sí mismo. ¿Quién se atreverá a comer a su Señor? Con todo, dice: Quien me come vive por mí. Cuando se come a Cristo, se come la vida. Ni se le da muerte para comerlo, sino que el da la vida a los muertos. Cuando se le come da fuerzas. Pero él no mengua. Por tanto, hermanos, no temamos comer este pan por miedo de que se acabe y no encontremos después qué tomar. Sea comido Cristo; comido vive, puesto que muerto resucitó. Ni siquiera lo partimos en trozos cuando lo comemos. Y, ciertamente, así acontece en el sacramento; saben los fieles como comen la carne de Cristo: cada uno recibe su parte, razón por la que a esa gracia llamamos «partes». Se le come en porciones, y permanece todo entero; en el sacramento se le come en porciones, y permanece todo entero en el cielo, todo entero en tu corazón. En efecto, todo el estaba junto al Padre cuando vino a la Virgen; la llenó, pero sin apartarse de el. Venía a la carne, para que los hombres lo comieran, y, a la vez, permanecía íntegro junto al Padre, para alimentar a los Ángeles. Para que lo sepáis, hermanos -los que ya lo sabéis, y quienes no lo sabéis debéis saberlo-, cuando Cristo se hizo hombre, el hombre comió el pan de los ángeles. ¿En base a qué, cómo, por qué camino, por mérito de quién, por que dignidad iba a comer el hombre pan de los Ángeles si el creador de los Ángeles no se hubiera hecho hombre? Comámosle, pues, tranquilos; no se acaba lo que comemos; comámoslo para no acabar nosotros. ¿En qué consiste comer a Cristo? No consiste solamente en comer su cuerpo en el sacramento, pues muchos lo reciben indignamente, de los cuales dice el Apóstol: Quien come el pan y bebe el cáliz del Señor indignamente, come y bebe su condenación.
2. Pero ¿cómo ha de ser comido Cristo? Como el mismo lo indica: Quien come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Así, pues, si el permanece en mí y yo en el, es entonces cuando me come y bebe; quien, en cambio, no permanece en mí ni yo en él, aunque reciba el sacramento, lo que consigue es un gran tormento. Lo que el dice: Quien permanece en mí, lo repite en otro lugar: Quien cumple mis mandamientos, permanece en mí y yo en el. Ved, pues, hermanos, que, si los fieles os separáis del cuerpo del Señor, hay que temer que muráis de hambre. El mismo dijo: Quien no come ni bebe mi sangre, no tendrá en sí la vida. Si, pues, os separáis Basta el punto de no tomar el cuerpo y la sangre del Señor, es de temer que muráis; en cambio, si lo recibís y bebéis indignamente, es de temer que comáis y bebáis vuestra condenación. Os halláis en grandes estrecheces; vivid bien, y esas estrecheces se dilatarán. No os prometáis la vida si vivís mal; el hombre se engaña cuando se promete a sí mismo lo que no le promete Dios. Mal testigo, te prometes a ti mismo lo que la verdad te niega. ¿Dice la Verdad: «Si vivís mal, moriréis por siempre», y tu te dices: «Vivo ahora mal y viviré por siempre con Cristo»? ¿Cómo puede ser posible que mienta la Verdad y tú digas la verdad? Todo hombre es mentiroso. Así, pues, no podéis vivir bien si él no os ayuda, si el no os lo otorga, si el no os lo concede. Orad y comed de el. Orad y os libraréis de esas estrecheces. El os llenará al obrar el bien y al vivir bien. Examinad vuestra conciencia. Vuestra boca se llenará con la alabanza y el gozo de Dios, y, una vez liberados de tan grandes estrecheces, le diréis: Libraste mis pasos bajo mí y no se han borrado mis huellas.
San Juan Crisóstomo, obispo
Homilía: Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida
Homilías, Vol. IV. Ed. Tradición, S. A., México, 1981
«Díjoles Jesús: en verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros. Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna en sí mismo» (Jn VI, 53-54)
Cuando tratemos de cosas espirituales, cuidemos de que nada haya en nuestras almas de terreno y secular; sino que dejadas a un lado y rechazadas todas esas cosas, total e íntegramente nos entreguemos a la divina palabra. Si cuando el rey llega a una ciudad se evita todo tumulto, mucho más debemos escuchar con plena quietud y grande temor cuando nos habla el Espíritu Santo. Porque son escalofriantes las palabras que hoy se nos han leído. Escúchalas de nuevo: en verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros. Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna en sí mismo.
Puesto que le habían dicho: eso es imposible, El declara ser esto no solamente posible, sino sumamente necesario. Por lo cual continúa; El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré al final de los tiempos. Había Él dicho: Si alguno come de este pan no morirá para siempre; y es verosímil que ellos tomaran a mal, como cuando anteriormente dijeron: Nuestro Padre Abraham murió y los profetas también murieron; entonces ¿cómo dices tú: no gustará de la muerte? Por tal motivo ahora, como solución a la pregunta, pone la resurrección; y declara que ese tal no morirá para siempre.
Con frecuencia habla Cristo de los misterios, demostrando cuán necesarios son y que en absoluto conviene celebrarlos. Dice: Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. ¿Qué significa esto? Quiere decir o bien que es verdadero alimento que conserva la vida del alma; o bien quiere hacer creíbles su palabras y que no vayan a pensar que los dijo por simple enigma o parábola, sino que entiendan que realmente es del todo necesario comer su cuerpo.
Continúa luego: Quien come mi carne permanece en Mí, para dar a entender que íntimamente se mezcla con Él. Lo que sigue, en cambio, no parece consonar con lo anterior, si no ponemos atención. Porque dirá alguno: ¿qué enlace lógico hay entre haber dicho. Quien come mi carne permanece en Mí, y a continuación añadir: como me envió el Padre que vive, así Yo vivo por el Padre? Pues bien, lo cierto es que tienen muy estrecho enlace ambas frases. Puesto que con frecuencia había mencionado la vida eterna, para confirmar lo dicho añade: En Mí permanece. Pues si en Mi permanece y Yo vivo, es manifiesto que también él vivirá. Luego prosigue: Así como me envió el Padre que vive. Hay aquí una comparación y semejanza; y es como si dijera: vivo Yo como vive el Padre. Y para que no por eso lo creyeras Ingénito, continúa al punto: así Yo vivo por el Padre, no porque necesite de alguna operación para vivir, puesto que ya anteriormente suprimió esa sospecha, cuando dijo: Así como el Padre tiene vida en Sí mismo, así dio al Hijo tener vida en Sí mismo. Si necesitara de alguna operación, se seguiría o que el Padre no le dio vida, lo que es falso; o que, si de la dio, en adelante la tendría sin necesidad de que otro le ayudara para eso.
¿Qué significa; Por el Padre? solamente indica la causa. Y lo que quiere decir es esto: Así como mi Padre vive, así también Yo vivo. Y el que me come también ibirá por Mi. no habla aquí de una vida cualquiera, sino de una vida esclarecida. Y que no hable aquí de la vida simplemente, sino de otra gloriosa e inefable, es manifiesto por el hecho de que todos los infieles y los no iniciados viven, a pesar de no haber comido su carne. ¿Ves cómo no se trata de esta vida, sino de aquella otra? De modo que lo que dice es lo siguiente: Quien come mi carne, aunque muera no perecerá ni será castigado. Más aún, ni siquiera habla de la resurrección común y ordinaria, puesto que todos resucitarán; sino de una resurrección excelentísima y gloriosa, a la cual surgirá la recompensa.
Este es el pan bajado del cielo. No como el que comieron vuestros padres, el maná, y murieron. Quien come de este pan vivirá para siempre. Frecuentemente repite esto mismo para elevarlo hondamente en el pensamiento de los oyentes (ya que era esta la última enseñanza acerca de estas cosas); y también para confirmar de su doctrina acerca de la resurrección y acerca de la vida eterna. Por esto añadió lo de la resurrección, tanto con decir: Tendrán vida eterna, como dando a entender que esa vida no es la presente, sino la que seguirá a la resurrección.
Preguntarás: ¿cómo se comprueba esto? Por las Escrituras, pues a ellas los remite continuamente para que aprendan. Y cuando dice; Que da vida al mundo, excita la emulación a fin de que otros, viendo a los que disfrutan don tan alto, no permanezcan extraños. También recuerda con frecuencia el maná, tanto para mostrar para diferencia con este otro pan, como para más excitarlos a la fe. Puesto que si pudo Dios, sin siega y sin trigo y demás aparato de los labradores, alimentarlos durante cuarenta años, mucho más los alimentará ahora que ha venido a ejecutar hazañas más altas y excelentes. Por lo demás, si aquellas eran figuras, y sin trabajos y sudores recogían el alimento los israelitas, mucho mejor será ahora, habiendo tan grande diferencia y no existiendo una muerte verdadera y gozando nosotros de una verdadera vida.
Y muy propósito con frecuencia hace también mención de la vida, puesto que ésta es lo que más anhelan los hombres y nada les es tan dulce como el no morir. En el Antiguo Testamento se prometía una larga existencia, pero ahora se nos promete no una existencia larga, sino una vida sin acabamiento. Quiere también declarar que el castigo que introdujo el pecado queda abolido y revocada la sentencia de muerte, puesto que pone ahora él e introduce una vida no cualquiera sino eterna, contra lo que allá al principio había decretado.
Esto lo dijo enseñando en la sinagoga de Cafarnaúm; ciudad en la había obrado muchos milagros; y en la que por lo mismo convenía que se le escuchara y creyera. Preguntarás: ¿por qué enseñaba en la sinagoga y en el templo? Tanto para atraer a la multitud, como para demostrar que no era contrario al Padre. Pero muchos de los discípulos que lo oyeron decían: este lenguaje resulta intolerable. ¿Qué significa intolerable? Es decir áspero, trabajoso sobremanera, penoso. Pero a la verdad, no decía Jesús nada que tal fuera. Porque no trataba entonces del modo de vivir correctamente, sino acerca de los dogmas, insistiendo en que se debía tener fe en Cristo.
Entonces ¿por qué es lenguaje intolerable? ¿Porque promete la vida y la resurrección? ¿Porque afirma haber venido él del Cielo? ¿Acaso porque dice que nadie puede salvarse si no come su carne? Pero pregunto yo: ¿son intolerables estas cosas? ¿Quién se atreverá a decirlo? Entonces ¿qué es lo que significa intolerable? Quiere decir difícil de entender, que supera la rudeza de los oyentes, que es altamente aterrador. Porque pensaban ellos que Jesús decía cosas que superaban su dignidad y que estaban por encima de su naturaleza. Por esto decían, ¿Quién podrá soportarlo? Quizá lo decían en forma de excusa, puesto que lo iban a abandonar.
San Cirilo de Alejandría, obispo
Comentario: Alimento para la vida eterna
Comentarios elegantes [glaphyra] sobre el libro del Exodo, Lib 2, 3: PG 69, 455-459.
Liturgia de las Horas
Nuestro Señor Jesucristo nos alimenta para la vida eterna
El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre.
Pienso que el maná es sombra y tipo de la doctrina y dones de Cristo, que proceden de lo alto y nada tienen de terreno, sino que están más bien en franca oposición con esta carnal execración y que en realidad son pasto no sólo de los hombres, sino también de los ángeles. En efecto, el Hijo nos ha manifestado en sí mismo al Padre, y por medio de él hemos sido instruidos en la razón de ser de la santa y consustancial Trinidad, y hasta nos ha introducido egregiamente en el camino de todas las virtudes.
De hecho, el recto y sincero conocimiento de estas realidades es alimento del espíritu. Ahora bien, Cristo ha impartido en abundancia la doctrina a plena luz y de día. También el maná fue dado a los antepasados al irrumpir el día y a plena luz. Efectivamente, en nosotros, los creyentes, ya ha despuntado el día, como está escrito, y el lucero ha nacido en todos los corazones, y ha salido el sol de justicia, es decir, Cristo, el dador del maná inteligible. Y que aquel maná sensible fuera algo así como una figura, y éste, en cambio, el maná verdadero, Cristo mismo nos lo asegura con todas las garantías, cuando dice a los judíos: Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron.
El, por el contrario, es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo. Nuestro Señor Jesucristo nos alimenta para la vida eterna tanto con sus preceptos que estimulan a la piedad, como mediante sus místicos dones. El es, pues, realmente en persona aquel maná divino y vivificante.
El que comiere de él, no experimentará la futura corrupción y escapará a la muerte; no así los que comieron el maná sensible, pues el tipo no era portador de salvación, sino que era únicamente figura de la verdad. Al hacer Dios caer el maná del cielo en forma de lluvia, manda que cada uno recoja lo que pueda comer, y si quiere, puede recoger también para los que vivan en la misma tienda. Que cada uno —dice— recoja lo que pueda comer y para todas las personas que vivan en cada tienda. Que nadie guarde para mañana. Debemos estar bien imbuidos de la doctrina divina y evangélica.
Así pues, Cristo distribuye la gracia en igual medida a pequeños y grandes, y a todos alimenta igualmente para la vida; quiere reunir con los demás a los más débiles y que los fuertes se sacrifiquen por sus hermanos hasta asumir sobre sí los trabajos de ellos, y hacerles partícipes de la gracia celestial. Esto es lo que —a mi juicio— dijo a los mismos santos apóstoles: Gratis habéis recibido, dad gratis. Así pues, los que recogieron para sí abundante maná, se apresuraron a repartirlo entre los que vivían bajo las mismas tiendas, esto es, en la Iglesia. Exhortaban efectivamente los discípulos a todos y los estimulaban a las cosas más nobles; comunicaban a todos en abundancia la gracia que de Cristo habían conseguido.
Homilía: Él se une a nosotros y nosotros nos unimos a Él
Comentarios a San Juan. En: Jesús Solano, Textos Eucarístico primitivos (San Cirilo de Alejandría), B.A.C., Madrid, 1979, pg. 417-421.
[…] Porque el que nosotros estamos unidos espiritualmente a Cristo con afecto de caridad perfecta, con una fe recta e invencible y con una conciencia pura y virtuosa, ésa es nuestra creencia, con la que estamos enteramente de acuerdo. Mas atreverse a decir que no hay ninguna unión según la carne entre Cristo y nosotros, mostraremos que está en absoluto desacuerdo con las Escrituras inspiradas. Porque, ¿cómo es equívoco o quién que esté, en su sano juicio podrá dudar de que por esto [por la unión según la carne] Cristo es la vid; y nosotros, realizando la imagen de sarmientos [cf. Jn 15,1], recibimos la vida de Él y por Él, siendo así que San Pablo dice: Todos somos un solo cuerpo en Cristo [Rom 12,5], ya que todos formamos un solo pan, pues todos participamos de un mismo pan? [1 Cor 10,17].
Díganos, pues, alguno la causa y muéstrenos de paso la fuerza de la bendición mística. Pues ¿para qué penetra en nosotros la Eucaristía? ¿Acaso no es para hacer habitar a Cristo corporalmente por la participación y comunión de su santa carne? Creo que está bien dicho. Pues escribe San Pablo que los gentiles se han hecho concorpóreos y coparticipes y coherederos de Cristo [cf. Eph 3,6]. ¿De qué manera se han hecho concorpóreos? Habiendo sido honrados con la participación de la bendición mística, formaron un cuerpo con él, como en realidad [lo formaron] cada uno de los Santos apóstoles. De otra suerte, ¿por qué razón a sus miembros, más aún, a los de todos, los llamó miembros de Cristo? Pues escribe: ¿No sabéis que vuestros miembros son miembros de Cristo? Y tomando los miembros de Cristo, ¿los haré miembros de una ramera? Jamás [1 Cor 6,15]. Y el mismo Salvador: El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él [Jn 6,56].
Aquí tenemos que considerar que Cristo no dice que esta él en nosotros solamente con cierta relación de afecto, sino también con una participación carnal o física. Porque así como cuando uno junta dos trozos de cera y los derrite por medio del fuego, de los dos se forma una sola cosa, así también por la participación del cuerpo de Cristo y de su preciosa sangre, El se une a nosotros y nosotros nos unimos a El. Porque lo que por su naturaleza es corruptible, no puede vivificarse de otro modo que uniéndose corporalmente al cuerpo del que es vida por su propia naturaleza, es decir, del Unigénito, Y si no te dejas persuadir por mis palabras, cree al mismo Cristo, que clama: En verdad, en verdad os digo: Si no comiereis la carne del Hijo del hombre y bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo le resucitaré en el ultimo día [Jn 6,53s]. ¿Le oyes ya decir claramente que si no comemos su carne y bebemos su sangre no tendremos en nosotros, esto es, en nuestra propia carne, la vida eterna? Pues vida eterna se debe juzgar, sin duda y con pleno derecho, la carne de la vida, esto es, del Unigénito.
Pero cómo y de qué manera nos resucitará esta carne en el último día, tú lo oirás sin duda alguna y para mí no será molesto el explicártelo. Después que [esta carne] se hizo carne de la vida, esto es, del Verbo que procede del Dios y Padre como un fulgor, pasó a tener la fuerza de la vida, y es imposible que la vida sea vencida por la muerte. Y como quiera que en nosotros está la vida, no sufrirá de ninguna manera las ataduras de la muerte, sino que superará la corrupción, ya que no puede soportar las cosas corruptibles. Porque la corrupción no heredará la incorrupción [1 Cor 15,50], según la frase del Apóstol. Y, efectivamente, cuando Cristo dice: Yo le resucitaré [Jn 6,54], de ninguna manera atribuye a su carne sola el poder de resucitar a los muertos, sino que, siendo una misma cosa con su carne el Dios Verbo que está en ella, dice aquel Yo con toda verdad. Porque no se divide Cristo en dos hijos ni habrá nadie que piense que su cuerpo no pertenece al Unigénito, como nadie dirá creo yo, que a nuestra alma es ajeno su cuerpo.
Quedando, pues, evidenciado así que Cristo es por esto [por la unión según la carne] vid, y nosotros sarmientos, puesto que tenemos con él una participación no solo espiritual, sino también corporal, ¿por qué dice [Nestorio] necedades inútilmente contra nosotros, afirmando que, puesto que no estamos unidos a Él corporalmente, sino por la fe y por afecto de legítima caridad, por eso no llama vid a su carne, sino más Bien a la divinidad?..
Por tanto nada dañará a los discípulos el no estar con ellos en carne, siendo así que fácilmente puede el poder divino del Unigénito salvarlos, aunque no aparezca presente la carne.
Y esto decimos no porque tengamos en nada el santo cuerpo de Cristo— ¡lejos de nosotros tal pensamiento!—, sino porque ha de atribuirse principalmente a la gloria de la divinidad la eficacia en hacer las cosas que eran realizadas. Pero también estaba santificado el cuerpo mismo del Señor, por la fuerza del Verbo unido con Él, y tan eficaz es para nosotros en la bendición mística, que llega a poder plantar en nosotros su propia santificación.
Per eso el Salvador mismo, explicando en otra ocasión los judíos muchas cosas acerca de su propia carne, y llamándola pan en realidad vivificador y verdadero, dice: Porque el pan que yo os daré es mi carne, la cual daré por la vida del mundo [Io 6,51]. Y quedando ellos atónitos y no poco inciertos de cómo la naturaleza de la carne terrena les sería intermediaria de la vida eterna, respondió (el Señor) con esta defensa: La carne de nada aprovecha, el espíritu es el que vivifica; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida [ibíd., 63]; pues también aquí dice que de nada puede aprovechar la carne, se entiende para la santificación y vivificación de los que la reciben, por lo que se refiere a la naturaleza de la carne humana; mas si se piensa y se cree que [la carne] es templo del Verbo, será mediadora de santificación y de vida, aunque no por ella, sino por el (Dios que está unido con ella, el cual es santo y vida….
San Pedro Julián Eymard
Obras: El Pan de Vida
Obras Eucarísticas. Ed. Eucaristía, Madrid, 1963, pp. 272-275.
«Ego sum panis vitae».
«Yo soy el pan de vida.» (Juan 6, 35)
El mismo Jesús es quien se ha dado el nombre de pan de vida. ¡Qué nombre! Sólo Él podía imponérselo. Si un ángel hubiera recibido el encargo de poner un nombre a nuestro Señor, habríale dado uno conforme a alguno de sus atributos; pero nunca se hubiera atrevido a llamar pan a Dios. ¡Ah! pan de vida: esto es el verdadero nombre de Jesús, el que le comprende por entero con su vida, muerte y resurrección: en la cruz será molido y cernido como la harina; resucitado, tendrá para nuestras almas iguales propiedades que el pan material para nuestro cuerpo; será realmente nuestro pan de vida.
Ahora bien: el pan material alimenta y mantiene la vida. Es necesario sustentarnos con la alimentación, so pena de sucumbir. Y la base de esta alimentación es el pan, manjar más sustancial para nuestro cuerpo que todos los demás, pues sólo él basta para poder vivir.
Físicamente hablando, el alma ha recibido de Dios una vida que no puede extinguirse, por ser inmortal. Mas la vida de la gracia, recibida en el bautismo, recuperada y reparada por la penitencia; la vida de la santidad, mil veces más noble que la natural, no se sostiene sin comer, y su alimento principal es Jesús sacramentado. La vida que recobramos por la penitencia completase en alguna manera con la Eucaristía, la cual nos purifica del apego al pecado, borra las faltas cotidianas, nos infunde fuerzas para ser fieles a nuestras buenas resoluciones y aleja las ocasiones de pecar.
«El que come mi carne tiene la vida», ha dicho el Señor. ¿Qué vida? La misma de Jesús: «Así como el Padre, que me ha enviado, vive, y yo vivo por el Padre, así quien me come, también él vivirá por mí”. El alimento comunica su sustancia a quien lo come. No se transforma Jesús en nosotros, sino que a nosotros nos transforma en sí.
Hasta nuestro cuerpo recibe en la Comunión una prenda de resurrección; y merced a ella podrá ser, aún desde esta vida, más templado y dócil al alma. Después no hará más que descansar en la tumba, conservando siempre el germen eucarístico, que en el día de premios será manantial de una gloria más esplendorosa.
No se come sólo para conservar la vida, sino también para sacar fuerzas con que realizar los trabajos necesarios. Comer para no morir, a duras penas llega a la más elemental prudencia. Eso no basta. El cuerpo debe trabajar y en el trabajo se gastan fuerzas, que han de sacarse, no de la propia sustancia, que bien pronto se agotaría, sino de las reservas producidas por la alimentación. Es ley que no puede darse lo que no se tiene; bien pronto cae exhausto el hombre Condenado a un trabajo duro que, llegada la tarde, no puede alimentarse sino insuficientemente.
Cuanto más queramos acercarnos a Dios y practicar la virtud, mayores son los combates que nos aguardan, y mayores han de ser, por tanto, las fuerzas de que debemos proveernos para no salir derrotados. Pues bien: sólo la Eucaristía puede darnos fuerzas suficientes para todas estas luchas de la vida cristiana. La oración y la piedad bien pronto languidecen sin la Eucaristía. La vida piadosa es un continuo crucificarse de la naturaleza, y en sí misma considerada pocos alicientes presenta; no sale uno al encuentro de la cruz si no se siente suave, pero fuertemente sostenido. Regla general: piedad sin Comunión, piedad muerta.
Por lo demás, ved lo que os dice vuestra experiencia. ¿Cómo habéis cumplido vuestros deberes al dejar de comulgar? No bastan ni el bautismo que da la vida, ni la confirmación que la aumenta, ni la penitencia que la repara: todos estos sacramentos no son más que preparación de la Eucaristía, corona y complemento de todos ellos.
Jesús ha dicho: Sígueme. Sólo que es difícil, porque eso pide muchos esfuerzos, exige la práctica de las virtudes cristianas. Únicamente el que mora en nuestro Señor produce mucho fruto, y ¿cómo morar en nuestro Señor sino comiendo su carne y bebiendo su sangre? Qui manducat meam carnem et bibit meum sanguinem, in me menet et ego in eo.
Somos dos cuando Jesucristo está en nosotros. El peso dividido entre dos resulta más ligero. Por eso dice san Pablo: «Todo lo puedo en Aquél que me fortifica.» Quien le fortifica es el que vive en nosotros: Cristo Jesús.
Además, el pan, sean cuales fueren las apariencias, no carece de ciertas delicias. La prueba, que nunca se cansa uno con él. ¿A quién le hastía el pan aun cuando los demás alimentos le parezcan insípidos? Ahora bien: ¿dónde, a no ser o este panal de miel que llamamos Eucaristía, puede hallarse la dulzura substancial? De ahí que esa piedad que no se alimenta frecuentemente de la Eucaristía no sea suave ni se trasluzca en ella el amor de Jesucristo. Es dura, austera; salvaje; no gusta ni atrae, no va sembrada en el amor de Jesús. Pretenden ir a Dios sólo por el sacrificio. Buen camino es éste, seguramente; pero sobradas razones hay para temer que el desaliento rompa al fin ese arco demasiado tirante. Los que van por este camino tienen sin género de duda mucho mérito; pero les falta el corazón, la ternura de la santidad, que no se encuentra más que en Jesús.
¿Sin la Comunión quieres vivir? ¡Pero, hermano, si la tradición cristiana te condena! No digas más el Pater, pues en esta oración pides el pan de cada día sin el que pretendes pasarte.
Sí, sin la Comunión queda uno siempre en lo arduo del combate; no se conocen las virtudes más que por lo que cuestan para adquirirlas y se desconoce su aspecto más atrayente, esto es, el gusto de trabajar, no sólo para sí, sino también por la gloria de Dios, por amor para con El, por amistad, como hijos, sin que la esperanza de la recompensa sea el único móvil que a ello nos impulse. El que comulga fácilmente comprende que, como recibe mucho, mucho debe también devolver, y en esto consiste la piedad inteligente, filial y amante. De ahí que la Comunión nos haga felices con felicidad amable y dulce aun en las mayores pruebas. Es perfección consumada mantenerse unido con Dios en medio de las más violentas tentaciones interiores. Al tentarnos más, más nos ama Dios. Pero, para que estas tempestades no acaben con vosotros, habéis de volver a menudo al manantial del amor para cobrar nuevas fuerzas y purificaros más cabalmente en este torrente de gracias y de amor.
Comulgad, por tanto; comed el pan de vida, si queréis disfrutar de una vida sana, de fuerzas bastantes para el combate cristiano y de felicidad en el seno mismo de la adversidad.
La Eucaristía es pan de los débiles y de los fuertes; es necesario a los débiles, está claro; pero también lo es a los fuertes, pues en vasos de arcilla, rodeados por todas partes de enemigos encarnizados, llevan su tesoro.
Asegurémonos, pues, una guardia, una escolta fiel, un viático que nos conforte. Todo eso lo será Jesús nuestro pan de vida.
Obras: El don de la personalidad
Obras Eucarísticas. Ed. Eucaristía, Madrid, 1963, pp. 343–347.
«Qui manducat me ipse vivet propter me».
“Quien me come vivirá por mí” (Jn 6, 58)
I
Por medio de la Comunión viene Jesús a tomar posesión de nosotros, trocándonos en cosa suya; para conformarnos con sus designios debemos despojarnos en sus manos de todo derecho de propiedad sobre nosotros mismos; dejarnos la dirección y la iniciativa sobre nuestros actos; no hacer nada por nosotros y para nosotros, sino todo por Él y para Él.
Así se realiza la nueva encarnación del Verbo en nosotros y continúa para gloria de su Padre lo que hizo en la naturaleza humana de Jesús. Ahora bien; en el misterio de la encarnación la humanidad de Jesús fue privada de aquel último elemento que hace a una naturaleza dueña de sí misma e incomunicable a otro ser. No recibió la subsistencia o la personalidad que le era connatural, sino que la persona del Verbo remplazó la personalidad que la naturaleza humana hubiera naturalmente debido recibir. Y como en un ser perfecto es la persona la que obra por medio de la naturaleza y de sus facultades, como ella es lo más noble y lo que nos hace seres completos y perfectos, a ella se refieren los actos naturales, de los cuales es primer principio y a los que confiere el valor que tienen. Mando a las facultades de mi alma; mis miembros me obedecen; soy yo, hombre completo, quien obro y hago obrar, y de todos los movimientos, así como de todos los actos, yo soy el responsable; mis potencias me sirven ciegamente; el principio que les hace obrar es el único responsable de lo que hacen, pues trabajan sólo por él y para él y no para sí mismas.
Síguese de ahí que en nuestro Señor, en quien había dos naturalezas y una sola persona, la del Verbo, ambas naturalezas obraban por el Verbo y el menor acto humano de nuestro Señor era al mismo tiempo divino, una acción del Verbo, puesto que sólo Él podía haberla inspirado y sólo Él le daba su valor, valor infinito por lo mismo que procedía de una persona divina. De ahí también que la naturaleza humana no fuese principio de nada, ni tuviese interés alguno propio, ni obrase para sí, sino que en todo se condujese como sierva del Verbo, único motor de todos sus actos. El Verbo quería divinamente y quería también humanamente; obraba por cada una de sus naturalezas.
Así debe ocurrir también en nosotros, o cuando menos debemos, poniendo en juego todos nuestros esfuerzos, aproximarnos a este divino ideal, en que el hombre no obra más que como instrumento pasivo, conducido, guiado por un divino motor, el espíritu de Jesucristo, con el único fin proponible en un Dios que obra, que no puede ser otro que Él mismo, su propia gloria. Debemos, por consiguiente, estar muertos a todo deseo propio, a todo propio interés. No miremos a otra cosa que lo que mira Jesús, quien no mora en nosotros más que para seguir viviendo todavía, por la mayor gloria de su Padre. Se da en la sagrada Comunión sólo para alimentar y estrechar esta unión inefable.
Cuando el Verbo dice en el Evangelio (Jn 6,57) Sicut misit me vivens Pater, et ego vivo propter Patrem et qui manducat me, et ipse vivet propter me, es igual que si dijera; así como, al enviarme al mundo por la encarnación para ser la personalidad divina de una naturaleza que no había de tener otra, el Padre me cortó toda raíz de estima propia para que no viviese más que para El, así también yo me uno a vosotros por la Comunión para vivir en vosotros y para que vosotros no viváis más que para mí, moraré vivo en vosotros y llenaré vuestra lama de mis deseos, consumiré y aniquilaré todo interés propio; yo desearé, yo querré, yo me pondré en vuestro lugar; vuestras facultades serán las mías, yo viviré y obraré por medio de vuestro corazón, de vuestra inteligencia y de vuestro sentidos; yo seré vuestra personalidad divina, por la que vuestras acciones participarán de una dignidad sobrehumana, merecerán una recompensa divina, serán actos dignos de Dios, merecedores de la bienaventuranza, de la visión intuitiva de Dios. Seréis por gracia lo que yo soy por naturaleza, hijos de Dios, herederos en toda justicia de su reino, de sus riquezas y de su gloria.
Cuando nuestro Señor vive en nosotros por su Espíritu somos sus miembros, somos El. El Padre celestial tiene por agradables nuestras acciones, viéndolas, ve las de su divino hijo y en ellas encuentra sus complacencias; el Padre, inseparablemente unido al Hijo, vive y reina también en nosotros, y esta vida y reino divinos paralizan y destruyen el reino de satanás. Entonces es cuando las criaturas rinden a Dios el fruto de honor y de gloria a que tiene derecho por su parte.
Así que la gloria del Padre en sus miembros es el primer motivo por el que nuestro Señor desea que le estemos sobrenaturalmente unidos por la vida de la caridad perfecta; por eso nos llama San Pablo tan a menudo Membra Christi, miembros, cuerpo de Jesucristo; por eso repite también muchas veces nuestro Señor estas palabras: “Morad en mí”. Trátase del don de sí mismo, puesto que ya no reside uno en sí, puesto que trabaja por aquel en quien moramos, quedándonos por completo a su disposición.
II
También desea nuestro Señor esta unión por amor hacia nosotros, con el fin de ennoblecernos por medio de sí mismo, de comunicarnos un día su gloria celestial con todo lo que la compone: poder, belleza, felicidad cumplida. Y como nuestro Señor sólo puede comunicarnos su gloria por ser miembros suyos y porque sus miembros son santos, quiere unirnos consigo y hacer que compartamos así su gloria.
Aún acá abajo nuestras acciones se truecan en acciones de nuestro Señor, y de Él toman más o menos valor, según sea el grado en que estén unidas a las suyas. Esta unión guarda relación con las costumbres, las virtudes y el espíritu de Jesús que habita en nosotros. De ahí estas hermosas palabras; “Christianus alter Christus, vivit vero in me Christus” Gal 2, 20; non ego solus sed gratia Dei mecum ICor 15, 10. “El cristiano es otro Cristo; no estoy solo sino también la gracia de Dios conmigo.”
Esta unión es el fruto del amor de Jesucristo; es el fin de toda la economía divina, así en el orden sobrenatural como en el natural; cuanto ha establecido la Providencia, tiende a realizar, a consumar la unión del cristiano con Jesucristo y a perfeccionar esta unión, pues que en ella consiste toda la gloria de Dios en la criatura y toda la santificación de las almas; en suma, todo el fruto de la redención.
III
La unión de Jesucristo con nosotros será en razón de nuestra unión con Él: “Morad en mí, así como yo en vosotros, también yo moro en aquel que mora en mí” (Jn 15, 4.5). Puedo, pues, estar seguro de que Jesús morará en mí si yo quiero morar con Él. Del propio modo que el viento se precipita en el vacío y el agua en el abismo, llena el espíritu de Jesús en un momento el vacío que hace el alma en sí misma.
Esta unión con nuestro Señor es lo que confiere al hombre su dignidad. Cierto que no llego a ser una porción de la divinidad ni nada que merezca adoración, pero sí algo sagrado; mi naturaleza sigue siendo una nada ante Dios, y de sí misma podría volver a caer en el abismo; pero Dios la eleva hasta unírsela por la gracia, por su presencia en mí. Esta unión me hace pariente de nuestro Señor: parentesco tanto más estrecho cuanto más lo sea mi unión, cuanto mayor sea mi pureza y santidad, porque el parentesco con nuestro Señor no es otra cosa que la participación de su santidad, conforme a esta afirmación: “ el que practica mi palabra, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” Mt, 12, 50
De esta unión nace el poder del hombre: “Así como los sarmientos no pueden llevar frutos por sí mismos si no permanecen en la vid, así tampoco ustedes pueden llevar frutos si no permanecen en mí. Sin mí nada podéis hacer. Sine me nihil potestis facere” (Jn.15,4.5). Esto sí que es cosa clara, nihil, nada. Así como la fecundidad de la rama procede de su unión al tronco y a la savia, así también la fecundidad espiritual proviene de nuestra unión con Jesucristo, de la unión de nuestros pensamientos con los suyos, de nuestras palabas con sus palabras, de nuestras acciones con sus acciones. De la sangre del corazón mana la vida de los miembros, y la sangre a su vez es producto del alimento; pues nuestro alimento es Jesús, pan de vida, y sólo el que lo come tiene en sí la vida. Ese es el principio de nuestro poder de santidad: la unión con nuestro Señor. La nulidad, el vacío y la inutilidad de las obras obedecen a la ausencia de esta unión; es imposible que la rama seca, que no guarda comunicación con la vida del árbol, pueda producir fruto.
Gracias a esta unión son también meritorias nuestras obras. Es un mérito de sociedad. Nuestro Señor se apodera de nuestra acción, la hace suya y merecedora de un premio infinito, de una eterna recompensa; y esta acción que, como nuestra, casi nada valía, revestida de los merecimientos de Jesucristo, se hace digna de Dios, y cuanto mayor se a nuestra unión con Jesús, mayor será también la gloria de nuestras santas obras.
¡Oh! ¿Por qué será que descuidamos tanto esta divina unión? ¡Cuánto méritos perdidos, cuántas acciones estériles por no haberlas hecho en unión con Jesucristo; cuántas gracias sin fruto! ¿Cómo es posible haber ganado tan poco con tantos medios y en negocio tan fácil?
Estemos, pues, unidos con nuestro Señor Jesucristo, seamos dóciles a su dirección y sumisos a su voluntad, dejémonos guiar por su pensamiento, obremos conforme a su inspiración y ofrezcámosle todos los actos, del propio modo que la naturaleza humana estuvo en el Verbo sometida, unida y obediente a la persona divina que la gobernaba. Mas para esta imitación es menester estar unido con unión de vida recibida, renovada y mantenida por medio de una comunicación incesante con Jesús; hace falta que, como la rama del árbol es dilatada por el sol, la divina savia nos penetre plenamente. El sol que atrae la savia divina nos dispone a recibirla y la mantiene, es el recogimiento, la oración, es el don de sí mismo de todos los momentos; es el amor que sin cesar anhela por Jesús, lanzándose hacia Él en todo instante; Veni, domine Jesu. Esta savia no es más que la sangre de Jesús, que nos comunica su vida, su fuerza y su fecundidad. La vida de Comunión puede, por tanto, reducirse a estos dos términos: comulgar sacramentalmente y vivir de recogimiento.
Benedicto XVI, papa
Ángelus (16-08-2009): Transformación recíproca
Castelgandolfo, Domingo 16 de agosto de 2009
Queridos hermanos y hermanas:
Ayer celebramos la gran fiesta de la Asunción de María al cielo, y hoy leemos en el Evangelio estas palabras de Jesús: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo» (Jn 6, 51). No se puede permanecer indiferente ante esta correspondencia que gira alrededor del símbolo del «cielo»: María fue «elevada» al lugar del que su Hijo había «bajado». Naturalmente este lenguaje, que es bíblico, expresa en términos figurados algo que jamás se inserta completamente en el mundo de nuestros conceptos y de nuestras imágenes. Pero detengámonos un momento a reflexionar.
Jesús se presenta como el «pan vivo», esto es, el alimento que contiene la vida misma de Dios y es capaz de comunicarla a quien come de él, el verdadero alimento que da la vida, que nutre realmente en profundidad. Jesús dice: «El que coma de este pan vivirá para siempre y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo» (Jn 6, 51). Pues bien, ¿de quién tomó el Hijo de Dios esta «carne» suya, su humanidad concreta y terrena? La tomó de la Virgen María. Dios asumió de ella el cuerpo humano para entrar en nuestra condición mortal. A su vez, al final de la existencia terrena, el cuerpo de la Virgen fue elevado al cielo por parte de Dios e introducido en la condición celestial. Es una especie de intercambio en el que Dios tiene siempre la iniciativa plena, pero, como hemos visto en otras ocasiones, en cierto sentido necesita también de María, del «sí» de la criatura, de su carne, de su existencia concreta, para preparar la materia de su sacrificio: el cuerpo y la sangre que va a ofrecer en la cruz como instrumento de vida eterna y en el sacramento de la Eucaristía como alimento y bebida espirituales.
Queridos hermanos y hermanas, lo que sucedió en María vale, de otras maneras, pero realmente, también para cada hombre y cada mujer, porque a cada uno de nosotros Dios nos pide que lo acojamos, que pongamos a su disposición nuestro corazón y nuestro cuerpo, toda nuestra existencia, nuestra carne —dice la Biblia—, para que él pueda habitar en el mundo. Nos llama a unirnos a él en el sacramento de la Eucaristía, Pan partido para la vida del mundo, para formar juntos la Iglesia, su Cuerpo histórico. Y si nosotros decimos sí, como María, es más, en la medida misma de este «sí» nuestro, sucede también para nosotros y en nosotros este misterioso intercambio: somos asumidos en la divinidad de Aquel que asumió nuestra humanidad.
La Eucaristía es el medio, el instrumento de esta transformación recíproca, que tiene siempre a Dios como fin y como actor principal: él es la Cabeza y nosotros los miembros, él es la Vid y nosotros los sarmientos. Quien come de este Pan y vive en comunión con Jesús dejándose transformar por él y en él, está salvado de la muerte eterna: ciertamente muere como todos, participando también en el misterio de la pasión y de la cruz de Cristo, pero ya no es esclavo de la muerte, y resucitará en el último día para gozar de la fiesta eterna con María y con todos los santos.
Este misterio, esta fiesta de Dios, comienza aquí abajo: es misterio de fe, de esperanza y de amor, que se celebra en la vida y en la liturgia, especialmente eucarística, y se expresa en la comunión fraterna y en el servicio al prójimo. Roguemos a la santísima Virgen que nos ayude a alimentarnos siempre con fe del Pan de vida eterna para experimentar ya en la tierra la gloria del cielo.
Ángelus (19-08-2012): Humildad y santidad de Dios
Castelgandolfo, Domingo 19 de agosto de 2012
Queridos hermanos y hermanas:
El Evangelio de este domingo (cf. Jn 6, 51-58) es la parte final y culminante del discurso pronunciado por Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, después de que el día anterior había dado de comer a miles de personas con sólo cinco panes y dos peces. Jesús revela el significado de ese milagro, es decir, que el tiempo de las promesas ha concluido: Dios Padre, que con el maná había alimentado a los israelitas en el desierto, ahora lo envió a él, el Hijo, como verdadero Pan de vida, y este pan es su carne, su vida, ofrecida en sacrificio por nosotros. Se trata, por lo tanto, de acogerlo con fe, sin escandalizarse de su humanidad; y se trata de «comer su carne y beber su sangre» (cf. Jn 6, 54), para tener en sí mismos la plenitud de la vida. Es evidente que este discurso no está hecho para atraer consensos. Jesús lo sabe y lo pronuncia intencionalmente; de hecho, aquel fue un momento crítico, un viraje en su misión pública. La gente, y los propios discípulos, estaban entusiasmados con él cuando realizaba señales milagrosas; y también la multiplicación de los panes y de los peces fue una clara revelación de que él era el Mesías, hasta el punto de que inmediatamente después la multitud quiso llevar en triunfo a Jesús y proclamarlo rey de Israel. Pero esta no era la voluntad de Jesús, quien precisamente con ese largo discurso frena los entusiasmos y provoca muchos desacuerdos. De hecho, explicando la imagen del pan, afirma que ha sido enviado para ofrecer su propia vida, y que los que quieran seguirlo deben unirse a él de modo personal y profundo, participando en su sacrificio de amor. Por eso Jesús instituirá en la última Cena el sacramento de la Eucaristía: para que sus discípulos puedan tener en sí mismos su caridad —esto es decisivo— y, como un único cuerpo unido a él, prolongar en el mundo su misterio de salvación.
Al escuchar este discurso la gente comprendió que Jesús no era un Mesías, como ellos querían, que aspirase a un trono terrenal. No buscaba consensos para conquistar Jerusalén; más bien, quería ir a la ciudad santa para compartir el destino de los profetas: dar la vida por Dios y por el pueblo. Aquellos panes, partidos para miles de personas, no querían provocar una marcha triunfal, sino anunciar el sacrificio de la cruz, en el que Jesús se convierte en Pan, en cuerpo y sangre ofrecidos en expiación. Así pues, Jesús pronunció ese discurso para desengañar a la multitud y, sobre todo, para provocar una decisión en sus discípulos. De hecho, muchos de ellos, desde entonces, ya no lo siguieron.
Queridos amigos, dejémonos sorprender nuevamente también nosotros por las palabras de Cristo: él, grano de trigo arrojado en los surcos de la historia, es la primicia de la nueva humanidad, liberada de la corrupción del pecado y de la muerte. Y redescubramos la belleza del sacramento de la Eucaristía, que expresa toda la humildad y la santidad de Dios: el hacerse pequeño, Dios se hace pequeño, fragmento del universo para reconciliar a todos en su amor. Que la Virgen María, que dio al mundo el Pan de la vida, nos enseñe a vivir siempre en profunda unión con él.
Congregación para el Clero
El discurso sobre el “Pan de vida”, que ha acompañado la liturgia de estos últimos cuatro domingos, alcanza hoy su vértice.
Jesús invita a los judíos a “comer su Cuerpo y beber su Sangre”, es decir, les invita a acoger sin reservas a su Persona. Una vez más, y de modo siempre evidente, está clara la referencia a la Eucaristía.
La perícopa evangélica ya parece llegar a una primera conclusión de todo el discurso de Jesús sobre el “Pan de vida”, pero la verdadera conclusión llegará el próximo domingo, con el directo involucramiento de los discípulos, “ministros” de la presencia del Resucitado.
Las palabras de Jesús desorientan a sus escuchas. Para la cultura del pueblo hebreo, en efecto, es algo inaudito beber la sangre (el Antiguo Testamento lo prohíbe, porque en la sangre está la vida, que pertenece a Dios). En su discurso, el Señor renuncia incluso al lenguaje simbólico; más aún, incluso frente al estupor de los judíos, subraya de modo indudable la verdad sobre Sí, usando dos términos reales y concretos: “carne” y “sangre”.
Frente a la reacción incrédula de los judíos, Él subraya con decisión la Palabra, introduciendo el discurso con la fórmula solemne: “en verdad, en verdad os digo”…
En unos pocos versículos, el término “carne” aparece seis veces. Es un término querido por san Juan, el cual lo utiliza desde el Prólogo. La referencia a la “carne” adquiere así una carga decisiva en toda la arquitectura del discurso sobre el “Pan de vida”.
Si hasta ahora era el Padre el que donaba el Pan del Cielo, ahora es Cristo quien se dona a Sí mismo: dona su Cuerpo, continuando así en el tiempo el misterio de la Encarnación: la carne sacrificada se hace pan de vida, alimento para la vida y para el camino del hombre, camino de progresiva y plena conformación de la vida cristiana con la de Cristo. Se descubre de este modo la explícita referencia que Juan, sin narrar la Última Cena, hace de la Eucaristía.
La invitación de Jesús a comer su Carne y beber su Sangre, prologa de manera sacramental la Encarnación. En la unicidad de la relación entre lo Divino y lo humano, que implica la Eucaristía, el hombre es glorificado en su humanidad, porque es atraído por el Padre, dador de todo bien, “que supera cualquier deseo” (Colecta).
“Nos llama a unirnos a Él en el sacramento de la Eucaristía, Pan para la vida del mundo, para formar juntos la Iglesia, su Cuerpo histórico. Y si nosotros decimos sí, como María, en la misma medida de este nuestro “sí” ocurre para nosotros y en nosotros este misterioso cambio: somos asumidos en la divinidad de Aquel que ha asumido nuestra humanidad. La Eucaristía es el medio, el instrumento de este recíproco transformarnos, que siempre tiene a Dios como fin y como actor principal: Él es la Cabeza y nosotros los miembros; Él es la Vid y nosotros los sarmientos. Quien come de este Pan y vive en comunión con Jesús dejándose transformar por Él y en Él, es salvado de la muerte eterna: ciertamente, muere como todos, participando también en el misterio de la pasión y de la cruz de Cristo, pero ya no es más esclavo de la muerte y resucitará en el último día, para gozar de la fiesta eterna con María y con todos los santos” (Benedicto XVI).
Pidamos a la Santísima Virgen María, Reina del Cielo, la que más experimentado “la carne de Cristo», que nos haga desear siempre más la comunión plena con su Hijo Jesús, para ser atraídos y alcanzar así su misma gloria.
Julio Alonso Ampuero: Año Litúrgico
Hambre de Dios
Dios Padre, que nos ha preparado el alimento, nos invita con insistencia a su banquete: «Venid a comer de mi pan» Dios desea colmarnos de Vida. Las fuerzas del cuerpo se agotan, la vida física decae, pero Cristo nos quiere dar otra vida: «el que come este pan vivirá para siempre». Sólo en la Eucaristía se contiene la vida verdadera y plena, la vida definitiva.
Además, sólo alimentándonos de la Eucaristía podemos tener experiencia de la bondad y ternura de Dios «Gustad y ved qué bueno es el Señor». Pero, ¿cómo saborear esta bondad sin masticar la carne de Dios? Es increíble hasta dónde llega la intimidad que Cristo nos ofrece: hacerse uno con nosotros en la comunión, inundándonos con la dulzura y el fuego de su sangre vestida en la cruz.
Comer a Cristo es sembrar en nosotros la resurrección de nuestro propio cuerpo. Por eso, en la Eucaristía está todo: mientras «los ricos empobrecen y pasan hambre, los que buscan al Señor no carecen de nada». En comer a Cristo consiste la máxima sabiduría. Pero no comerle de cualquier forma, no con rutina o indiferencia, sino con ansia insaciables, con hambre de Dios, llorando de amor.
Manuel Garrido Bonaño: Año Litúrgico Patrístico
Tomo VI
La lectura ininterrumpida del capítulo sexto del Evangelio según San Juan sobre la promesa de la institución de la Eucaristía, provoca la elección de la primera lectura, tomada del Libro de los Proverbios y en parte también la segunda lectura. Cristo Jesús es una realidad que se ha de vivir personalmente, mediante una asimilación profunda por parte del creyente, y el sacramento ordinario que verifica y perfecciona esta cristificación es, por designio divino, la Eucaristía.
–Proverbios 9, 1-6: Venid a comer mi pan y a beber mi vino que he mezclado. En la revelación divina, intimidad y unión entre Dios y sus elegidos aparece frecuentemente bajo el símil de un convite a su mesa lleno de amor. La actitud más adecuada para participar en él es la pobreza, la humildad, los corazones abiertos a esta intimidad. San Jerónimo dice:
«Y los que antes tenían sus miembros cansados, descansen y vean la alegría de las aves y las colas de los rebaños. Para que tomen alas de paloma y, abandonado los lugares bajos, se apresuren a subir a las alturas y puedan decir con el salmista: “dichoso el que, con vida intachable, camina en la voluntad del Señor” (Sal 118,1). Y este camino, esto es, nuestro Dios, será para nosotros tan recto, tan llano, tan campestre, que no habrá equivocación alguna y los tontos y los insensatos podrán entrar por él. De ellos habla la Sabiduría en los Proverbios: “Quien sea simple, lléguese acá”. Al carente de seso le dice: “Venid a comer mi pan y beber del vino que he mezclado. Dejad la simpleza y viviréis e id derechos por el camino de la inteligencia” (Prov 9,4-6). Dios “escogió a los torpes del mundo” (1 Cor 1,27). Entre los que el primero dice: “Dios mío, tú conoces mi ignorancia” (Sal 68,6). “La locura de Dios es más sabia que los hombres” (1 Cor 1,25)» (Comentario sobre el profeta Isaías 3,5).
–De nuevo el Salmo 33 ofrece materia adecuada para meditar en las realidades de la lectura anterior: «Gustad y ved qué bueno es el Señor…, los ricos empobrecen y pasan hambre, los que buscan al Señor no carecen de nada». La Iglesia ha dado siempre gran importancia a este Salmo, como cántico adecuado para la comunión.
–Efesios 5,15-20: Daos cuenta de lo que el Señor quiere. La fidelidad y la conducta responsable de cada creyente ante el Corazón Redentor de Cristo constituyen el índice de autenticidad que define su vida cristiana en el tiempo y para la eternidad. Comenta San Agustín:
«Dos cosas, hermanos, hacen que los días sean malos: la maldad y la miseria. Se habla de días malos a causa de la malicia y de la miseria de los hombres… La miseria es común a todos, pero no debe serlo la malicia» (Sermón 167).
El Apóstol va contra el relativismo moral que tan graves consecuencias tiene siempre. La nueva vida recibida en el Bautismo se ha de caracterizar por la sensatez, frente a la necedad de quienes se empeñan en vivir de espaldas a Dios. Por eso el Concilio Vaticano II exhortó a todo el mundo:
«Como en nuestra época se plantean nuevos problemas, y se multiplican errores gravísimos que pretenden destruir desde sus cimientos la religión, el orden moral e incluso la sociedad humana, este santo Concilio exhorta de corazón a los seglares, para que cada uno, según las cualidades personales y la porción recibida, cumpla con suma diligencia la parte que le corresponde, según la mente de la Iglesia, en aclarar los principios cristianos, difundirlos y aplicarlos certera-mente a los problemas de hoy» (Apostolicam Actuositatem 6).
En las celebraciones litúrgicas los cánticos son manifestaciones de júbilo por los inmensos dones de Dios, tanto en lo material cuanto en lo espiritual. San Pablo nos da aquí una lección magnífica de cómo ha de ser nuestra participación en la liturgia de la Iglesia. La acción del Espíritu Santo en las almas hace que se sientan ebrios de gozo espiritual que se traduce en «salmos, himnos y cánticos inspirados» (Ef 5,19).
–Juan 6,51-58: Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El Cristo real y viviente es el que en el tiempo y en el espacio se nos da en la realidad misteriosa de la Eucaristía y por la que el hombre se deja transformar realmente en Cristo. Sin Eucaristía vivida no hay vida real cristiana. Escribe Clemente de Alejandría:
«¡Oh maravilla de misterio! Uno es el Padre de todo, uno el Logos de todo, y uno el Espíritu Santo, el mismo en todas partes; y una sola también es la Virgen Madre: me complazco en llamarla Iglesia. Únicamente esta madre no tuvo leche, porque solo ella no llegó a ser mujer, sino que es al mismo tiempo virgen y madre, intacta como virgen, pero amante como madre. Ella llama a sus hijos para alimentarlos con una leche santa, el Logos acomodado a los niños. Por esto no tuvo leche, porque la leche era ese niño hermoso y querido: el Cuerpo de Cristo. Con el Logos alimentaba ella a estos hijos que el mismo Señor dio a luz con dolores de carne, que el Señor envolvió en los pañales de su sangre preciosa.
«¡Oh santos alumbramientos! ¡Oh santos pañales! El Logos lo es todo para el niño, padre, madre, pedagogo y nodriza: “Comed mi carne y bebed mi sangre”, dice (Jn 6,53). Estos son los alimentos apropiados que el Señor nos proporciona generosamente; nos ofrece su carne y derrama su sangre. Nada falta a los hijos para que puedan crecer» (Pedagogo 1,6,42).
Y San Cirilo de Alejandría:
«El Cuerpo de Cristo vivifica a los que de Él participan; aleja a la muerte al hacerse presente en nosotros, sujetos a la muerte, y aparta la corrupción, ya que contiene en Sí mismo la virtualidad necesaria para anularla» (Comentario al Evangelio de San Juan 4).
Comentarios exegéticos
José Ma. Solé Roma
Comentario a las tres Lecturas
Ministros de la Palabra, Ciclo «B», Herder, Barcelona (1979).
Primera lectura: (Prov. 9, 1-6)
Hermosa personificación de la «Sabiduría» de Dios: Ella prepara un Banquete para alimentar con la Palabra (=la Ley) de Dios a sus fieles:
-El «Anfitrión» que lo dispone e invita es la Sabiduría: En palacio riquísimo, con mesa espléndida. Los invitados y comensales son los «sencillos», pobres y humildes (4). El alimento es el «pan» y el «vino» de la Sabiduría: la Palabra de Dios (5). El fruto de tan rico convite es alejarse del pecado y entrar en el reino de la «Vida» (6). Israel, alimentado por Dios con el «maná», entendió que aquel alimento era «signo» de otro más precioso con el que Dios alimentaba sus almas y les conducía a la Vida: «Para que aprendieran tus hijos que no son los frutos de la tierra los que alimentan al hombre, sino que es tu Palabra quien guarda a los que confían en Ti» (Sab 16, 26). Cuando la Palabra que nos regala Dios sea el Verbo Encarnado entenderemos estos «signos» y los gozaremos en su plenitud.
-Jesús en sus parábolas (Mt 22, 1-4; Lc 14, 15-24) compara su Reino, el Reino de los cielos, a un Banquete. Banquete en el que El, «Sabiduría» y «Palabra» del Padre, nos da luz y vida; y se nos da a Sí mismo en manjar: «Tomad, comed. Esto es mi Cuerpo». Los Apóstoles son enviados por Cristo a invitar y compeler a todos a llenar la sala del Banquete. Los pobres y sencillos acogen con gozo la invitación. Los egoístas y orgullosos, sensuales y disipados la rechazan.
-El premio del cielo también nos lo propone Jesús como un Banquete a su mesa: «Vosotros comeréis y beberéis a mi mesa en mi Reino» (Lc 22, 30). Será la plenitud de la felicidad el eterno Banquete nupcial: «Comed, amigos. Bebed y embriagaos, queridos» (Cantar 5, 1). Será Banquete eternamente embriagador, porque la Sabiduría misma, Cristo Verbo Encarnado, se nos entregará en perpetuo desposorio: «La amé (la Sabiduría) y la busqué desde mi juventud; me la procuré como esposa enamorado de su hermosura. En su posesión y convivencia tendré gozo, inmortalidad y riqueza inagotable» (Sab 8, 1. 16).
Segunda Lectura: Efesios 5, 15-20:
Esta exhortación o programa de vida cristiana que nos traza San Pablo armoniza con la doctrina de los Libros Sapienciales: Debemos tomar por Maestra a la Sabiduría y huir de la necedad. «Necedad» significa toda impiedad y todo pecado. «Sabiduría» significa toda verdad y toda bondad.
-Buenos discípulos educados en la escuela de la «Sabiduría», cumplimos nuestros deberes con Dios: Buscar su voluntad. Apartarse de ella o prescindir de ella es la suma necedad o imprudencia. Otro deber con Dios: Vivir en perenne «Eucaristía» (= Acción de gracias) a Dios Padre en nombre de Nuestro Señor Jesucristo (20).
-Deberes cristianos con los Hermanos: Edificarse y animarse mutuamente. De manera especial en las gozosas y festivas celebraciones litúrgicas (19).
-En la conducta individual es también muy exigente la Sabiduría con sus discípulos: Rescatar el tiempo perdido; vivir en vela, pues «los tiempos son malos» (16); huir de todo desenfreno y sensualidad.
-Este programa no nos es difícil, pues, henchidos de Espíritu Santo (18 b), tenemos la doctrina de la Sabiduría «escrita no con tinta, sino con Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne: en los corazones» (2 Cor 3, 3): Labor que todavía realiza con mayor suavidad y eficacia el Sacramento Eucarístico: «Señor, partícipes del Sacramento de Cristo, confórmanos ahora a su imagen y haznos compañeros suyos en la gloria» (Domingo XX- Postcom.).
Evangelio: Juan 6, 5 1-59:
Jesús, al darnos el significado del «Maná» del Desierto, nos promete el Convite que El va a disponer para el Pueblo de la Nueva Alianza mientras dure su período de prueba y peregrinación:
-El «Maná» era el «signo» expresivo de la Providencia, la ternura, la dulzura de Dios (Sab 16, 26). Y debía comerse en actitud de fe, confianza, amor, gratitud, obediencia. Al comer el «maná» actuaban la fe en la Palabra de Dios que era la que los nutría.
-Pero aquel «maná» era sólo promesa y preanuncio. Cuanto se dice del «Maná» sólo en Cristo tiene cumplimiento pleno: Cristo, sí, es «Pan de Dios»: El Hijo de Dios enviado al mundo, don y gracia de Dios. Cristo, sí, es «Pan de Vida». Pan de verdad Viviente y Vivificante. El «Maná» saciaba unas horas el hambre; conservaba unos años la vida; y sólo a unos pocos hombres. Cristo es Pan Celeste, saciativo, espiritual, divino: Pan de Vida Eterna.
-El mismo Jesús nos ha dado la plena teología del «Maná». Tras multiplicar los panes en el Desierto, tras pasar a pie el estrecho mar de Galilea, nos promete al Nuevo Israel el Nuevo Maná. Y nos lo da en la Última Cena. Nos da el pan de los hijos de Dios: «No como el que comieron los padres y no les libró de la muerte. El que come este Pan vivirá por siempre» (58). Este «Pan» es Cristo mismo. Le comemos con la fe (35) y con el Sacramento (54). Comamos este Pan con la fe del mártir Ignacio: «No apetezco comida corruptible ni deleites terrenos. El Pan de Dios quiero, que es la Carne de Cristo. Y quiero por bebida su Sangre, que es amor incorruptible» (Rom 7, 3). Y no olvides el consejo del Maestro Ávila: «El comulgar hoy te acrecentará el aparejo para comulgar mañana».
-En el convite Eucarístico: Cristo se nos da en comida. Establece mutua y personal inmanencia entre él y quien le come. Esta comunión con Cristo nos lleva y nos allega al Padre, Fuente de Vida (57). Lo es directamente para Cristo; para nosotros, a través y por medio de Cristo.
M. de Tuya, Biblia comentada: Diferencia y necesidad de un alimento espiritual
Evangelio de San Juan, Tomo Vb, BAC, Madrid (1977).
Este segundo discurso de Cristo sobre el “Pan de vida,” con el que se identifica, es evidentemente eucarístico. Literariamente está estructurado en “inclusión semítica,” sin que exija esto una rigidez matemática de correlación. Esta inclusión semítica se puede establecer así:
Tema: “Yo Soy el Pan de Vida” (v.48).
a) Los padres comieron el maná y murieron (v.49).
no morir (v.50; aspecto negativo).
b) Cristo es el pan “bajado” del cielo, para….
c) Objeción de los judíos (v.52).
b) Hay que comer y beber la carne y la sangre de Cristo, que “es el Pan bajado del cielo a’) si no no se tendrá vida (v.53).
b’) El que la come tiene la Vida(v.54-58) aspecto positivo…
a’) No sucederá como a los padres, que murieron (v.58 b-c).
Como anteriormente, Cristo se proclama a sí mismo: “Yo soy el pan de vida.” Es pan de vida, en el sentido que El causa y dispensa esta vida (Jn 6:35.50.51.53-58).
Le habían argüido antes los judíos (v.30.31) con el prodigio del maná, que Dios hizo en favor de los padres en el desierto. Y Cristo recoge ahora aquella alusión para decirles, una vez más, que aquel pan no era el pan verdadero. Era sólo un alimento temporal. Por eso, los padres “comieron de él,” pero “murieron.”
Hay, en cambio, un pan verdadero. Y éste es el que “está bajando” del cielo, precisamente para que el que coma de él “no muera.” No morirá en el espíritu, ni eternamente en el cuerpo. Porque este pan postula la misma resurrección corporal.
Es interesante notar la formulación de este versículo. Cristo no dice: “Yo soy el pan vivo,” sino “Este es el pan.,” con lo que “se roza muy de cerca la fórmula de la consagración eucarística: “Este es mi cuerpo.”.
Y este pan hasta aquí aludido encuentra de pronto su concreción: “Yo soy el pan vivo que bajó del cielo.” Antes (v.48) se definió como el “Pan de vida,” acusando el efecto que causaría su manducación en el alma; ahora se define por la naturaleza misma viviente: tiene en sí mismo la vida (Jn 5:26).
Y la tiene, porque ese pan es el mismo Cristo, que “bajó” del cielo en la encarnación, cuyo momento histórico en que se realizó esa bajada se acusa por el aoristo (v.51). Es el verbo que tomó carne. Y al tomarla, es pan “vivo.” Porque es la carne del Verbo, en quien, en el “principio,” ya “estaba la vida” (Jn 1:4) que va a comunicar a los seres humanos.
Si ese pan es “viviente,” no puede menos de conferir esa vida y vivificar así al que lo recibe. Y como la vida que tiene y dispensa es eterna, se sigue que el que coma de este pan “vivirá para siempre.” El tema, una vez más, se presenta, según la naturaleza de las cosas, “sapiencialmente,” sin considerarse posibles defecciones que impidan o destruyan en el sujeto esta vida eterna (Jn 15:1-7).
Y aún se matiza más la naturaleza de este pan: “Y el pan que yo os daré es mi carne, en provecho de la vida del mundo.”
Al hablarles antes del “Pan de vida,” que era asimilación de Cristo por la fe, se exigía el “venir” y el “creer” en El, ambos verbos en participio de presente, como una necesidad siempre actual (v.35); pero ahora este “Pan de vida” se anuncia que él lo “dará” en el futuro. Es, se verá, la santa Eucaristía, que aún no fue instituida. Un año más tarde de esta promesa, este pan será manjar que ya estará en la tierra para alimento de los seres humanos. Con ello se acusa la perspectiva eclesial eucarística.
Éste “pan” es, dice Cristo, “mi carne,” pero dada en favor y “en provecho de la vida del mundo.” Este pasaje es, doctrinalmente, muy importante.
Se trata, manifiestamente, de destacar la relación de la Eucaristía con la muerte de Cristo, como lo hacen los sinópticos y Pablo. Jn utilizará el término más primitivo y original de “carne” ; heb. = basar; aram. = bim). 40. El que los sinópticos y Pablo usen s?µa “parece estar en los LXX, que generalmente, traducen el hebreo basar (carne) por s?µa (cuerpo)” (A. Wikenhauser).
Si la proposición “vida del mundo” concordase directamente con “el pan,” se tendría, hasta por exigencia gramatical, la enseñanza del valor sacrifical de la Eucaristía. Pero “vida del mundo” ha de concordar lógicamente con “mi carne,” y esto tanto gramatical corno conceptualmente.
Pero ya, sin más, se ve que esta “carne” de Cristo, que se contiene en este pan que Cristo “dará,” es la “carne” de Cristo; pero no de cualquier manera, v.gr., la carne de Cristo como estaba en su nacimiento, sino en cuanto entregada a la muerte para provecho del mundo. “Mi carne en provecho de la vida del mundo” es la equivalente, y está muy próxima de la de Lucas-Pablo: “Esto es mi cuerpo, que se da por vosotros (a la muerte)” (Luc_22:19; 1Co_11:24).
Aquí Cristo no habla de la entrega de su vida (???? ; cf. Jn 10:15.17; Jn 15:13), sino de la entrega de su carne” (sa?? ). Podría ser porque se piensa en la participación del cuerpo y sangre en el banquete eucarístico, o porque se piensa en la unidad del sacrificio eucarístico/Calvario.
El pan que Cristo “dará” es la Eucaristía. Y ésta, para Jn, es el pan que contiene la “carne” de Cristo. En el uso semita, carne, o carne y sangre, designa el hombre entero, el ser humano completo. Aquí la Eucaristía es la “carne” de Cristo, pero en cuanto está sacrificada e inmolada “por la vida del mundo” Precisamente el uso aquí de la palabra “carne,” que es la palabra aramea que, seguramente, Cristo usó en la consagración del pan, unida también al “pan que yo os daré,” es un buen índice de la evocación litúrgica de la Eucaristía que Jn hace con estas palabras.
Si por una lógica filosófica no se podría concluir que por el solo hecho de contener la Eucaristía la “carne” de Cristo inmolada no fuese ella actualmente verdadero sacrificio, esto se concluye de esta enseñanza de Jn al valorar esta expresión tanto en el medio ambiente cultual judío como grecorromano.
En este ambiente, la víctima de los sacrificios se comía, y por el hecho de comerla se participaba en el sacrificio del que procedía. Si las viandas eran carnes, se participaba en un sacrificio de animales, puesto que lo que se comía era precisamente la misma carne sacrificada. Si lo que se ha de comer es la carne de Cristo, pero eucaristiada, es que esta carne eucaristiada es la carne de un sacrificio eucarístico. No es otra la argumentación de San Pablo para probar el valor sacrifical de la Eucaristía (1Co_10:18-21). Así se ve que, con esta frase, Jn enseña el valor sacrifical de la Eucaristía. “El punto de vista sacrifical es evocado sin ambigüedad (por Juan) por la fórmula “mi carne por la vida del mundo,” tan próxima de la fórmula eucarística paulina: “Esto es mi cuerpo por vosotros” (1Co_11:24).
En esta proposición se enseña también el valor redentivo de la muerte de Cristo, y con la proyección universal de ser en provecho de la “vida del mundo.”
Ante la afirmación de Cristo de dar a comer un “pan” que era precisamente su “carne,” los judíos no sólo susurraban o murmuraban como antes, al decir que “bajó” del cielo (v.41), sino que, ante esta afirmación, hay una protesta y disputa abierta, acalorada y prolongada “entre ellos,” como lo indica la forma imperfecta en que se expresa: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” Esto sugiere acaso, más que un bloque cerrado de censura, el que unos rechazasen la proposición de comer ese pan, que era su “carne,” como absurda y ofensiva contra las prescripciones de la misma Ley, por considerársela con sabor de antropofagia, mientras que otros pudiesen opinar (Jn 6:68), llenos de admiración y del prestigio de Cristo, el que no se hubiesen entendido bien sus palabras, o que hubiese que entenderlas en un sentido figurado y nuevo, como lo tienen en el otro discurso (Jn 7:42.43; Jn 10:19-21).
Preguntaban despectivamente el “cómo” podía darles a comer su “carne.” ¡El eterno “cómo” del racionalismo!
Ante este alboroto, Cristo no sólo no corrige su afirmación, la atenúa o explica, sino que la reafirma, exponiéndola aún más clara y fuertemente, con un realismo máximo. La expresión se hace con la fórmula introductoria solemne de “en verdad, en verdad os digo.” El pensamiento expuesto con el ritmo paralelístico, hecho sinónimo una vez, antitético otra, e incluso sintético, está redactado así:
53”Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. 54 El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna, y yo le resucitaré en el último día. 55 Porque mi carne es comida verdadera, y mi sangre es bebida verdadera.”
La doctrina que aquí se expone es: 1) la necesidad de comer y beber la carne y sangre de Cristo; 2) porque sin ello no se tiene la “vida eterna” como una realidad que ya está en el alma (Jn 4:14.23), y que sitúa ya al alma en la “vida eterna”; 3) y como consecuencia de la posesión de la “vida eterna,” que esta comida y bebida confieren, se enseña el valor escatológico de este alimento, pues exigido por él, por la “vida eterna” por él conferida, Cristo, a los que así hayan sido nutridos, los resucitará en el cuerpo “en el último día.”
Por eso, en este sentido, la Eucaristía es “un sacramento escatológico” (Vawter).
La enseñanza trascendental que aquí se hace es la de la realidad eucarística del cuerpo y sangre de Cristo como medio de participar en el sacrificio de Cristo: necesidad absoluta para el cristiano. Sacrificio que está y se renueva en esta ingesta sacrificial eucarística.
Y acaso esta sección tenga un valor polémico contra los judeo-cristianos, que repugnaban, conforme a la mentalidad del A.T., beber la “sangre” de Cristo (Hch 15:20.29).
Una síntesis de las razones que llevan a esto es la siguiente:
1) Si se toman las expresiones “comer carne” y “beber sangre” en un sentido metafórico ambiental, significan, la primera, injuriar a uno (Sal 27:2; Miq 3:1-4, etc.), y la segunda, ser homicida, por el concepto semita de que en la sangre estaba la vida (Lev 17:11, etc.).
2) Si se supusiese un sentido metafórico nuevo, éste sólo puede darlo a conocer el que lo establece, y Cristo no lo hizo. Por ello, los contemporáneos tenían que entenderlo en un sentido realístico, que es lo que hacen los cafarnaítas, pensando que se tratase de comer su carne sangrante y partida y beber su sangre; pero todo ello en forma antropofágica. Por lo que lo abandonan. Pero, como Cristo no da ese sentido nuevo, y en un sentido metafórico ambiental no pueden admitirlo, se seguiría — por un error invencible — , de no ser esta enseñanza eucarística, que Cristo sembraba la idolatría entre los suyos.
3) La redacción del pasaje es de un máximo realismo. Tan claras fueron las palabras, que los cafarnaítas se preguntaron cómo podría darles a “comer su carne.” “Si Cristo hubiese querido hablar tan sólo de la necesidad de la fe en El, no pudo usar metáforas menos aptas: para expresar una cosa sencilla, recurre a expresiones oscuras, imposibles de entenderse. Si las palabras se entienden de la Eucaristía, todas son claras y evidentes.”
Pero, al mismo tiempo, el evangelista lo expresa con un climax de realismo progresivo. Primero expresa la necesidad de “comer” esta carne de Cristo con un verbo griego que significa comer en general pero luego, cuando los judíos disputan sobre la posibilidad de que les dé a comer su “carne,” a partir del ”paralelismo” positivo de la respuesta (v.54), reitera la necesidad de esto, y usa otro verbo, que significa, en todo su crudo realismo, masticar, ese crujir que se oye al triturar la comida. Es expresión de un máximo realismo, aunque sin tener matiz ninguno peyorativo. “La misma cosa es repetida positivamente con la palabra trógon, masticar, crujir; no por variar de estilo, sino para evitar de raíz toda escapatoria simbolista.”
Efectivamente, en los v.53.54.55 se ve una progresión manifiesta en la afirmación del realismo eucarístico. No sólo en cada uno de ellos se dice o repite esto, sino que se repite con una. progresión en la afirmación clara de esta comida eucarística, manteniéndose luego este término, máximamente realista, en las repetidas ocasiones en que se vuelve a hablar de “comer” en este discurso del “Pan de vida.”
A este realismo viene a añadirse explícitamente la negación de un valor metafórico. Pues se dice: Mi carne es comida verdadera, y mi sangre es bebida verdadera; y una comida y bebida verdaderas son todo lo opuesto a una comida y bebida metafóricas.
5) El concilio de Trento definió de fe que, con las palabras “Haced esto en memoria mía” (Lc 22:19), Cristo instituyó sacerdotes a los apóstoles, y ordenó que ellos y los otros sacerdotes realizasen el sacrificio eucarístico. Por eso, esta adecuación entre la “promesa” y la “institución” exige, basada en un dato de fe, la interpretación eucarística del pasaje de Jn.
Como verdadera comida y bebida que son la carne y la sangre eucarísticas de Cristo, producen en el alma los efectos espirituales del alimento. “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.” El verbo griegoque aquí se usa para expresar esta presencia de Cristo en el alma, la unión de ambos, tiene en los escritos de Jn el valor, no de una simple presencia física, aunque eucarística, sino el de una unión y sociedad muy estrecha, muy íntima (Jn 14:10.20; Jn 15:4.5; Jn 17:21; 1Jn 3:24; 1Jn 4:15.16). Este es el efecto eucarístico en el alma: así como el alimento se hace uno con la persona, así aquí la asimilación es a la inversa: el alma es poseída por la fuerza vital del alimento eucarístico.
“Así como me envió el Padre vivo, y yo vivo por (ata) el Padre, así también el que me come vivirá por mí.”
La partícula griega empleada (d?a ) por el evangelista puede tener dos sentidos: de finalidad y de causalidad.
En el segundo caso — causalidad — , el sentido es: Así como Cristo vive “por” el Padre, del que recibe la vida (Jn 5:26), así también el que recibe eucarísticamente a Cristo vive “por” Cristo, pues El es el que le comunica, por necesidad, esa vida (Jn 1.16; Jn 15:4-7). “El Padre es la fuente de la vida que el Hijo goza; esta vida, difundiéndose luego a su humanidad, constituye aquella plenitud de que todos hemos de recibir” (Jn 1:16).
En el primer caso — finalidad — , el sentido del versículo sería: Así como Cristo vive, como legado,”para” el Padre, así también el que recibe eucarísticamente a Cristo vivirá “para” Cristo. Del mismo modo que Cristo, como legado del Padre, tiene por misión emplearse en promover los intereses de Aquel que le envía (Jn 17:8), así el discípulo que se nutre del “Pan de vida” eucarístico se consagrará enteramente, por ello, a promover los intereses de Cristo.
Con esta interpretación “estaríamos en presencia de una noción nueva. Unido a Cristo en la Eucaristía, el fiel se consagraría enteramente a promover los intereses de aquel que se le da a él.”
Sin embargo, el primer pensamiento parece ser el preferente, postulado por el contexto, si no el exclusivo.
El evangelista añade una nota topográfica: “Estas cosas las dijo en reunión, enseñando en Cafarnaúm.” Juan ha querido situar con exactitud un discurso de importancia excepcional.
El porqué fueron estos discursos pronunciados en “reunión,” sin artículo, acusa preferentemente, no la sinagoga, aunque en éstas hablaba frecuentemente Cristo (Mt 4:23; Mt 9:35; Mt 13:54; Mc 1:39; Mc 1:3, etc.), sino que fueron pronunciados en público: fue algo público, no en forma clandestina. Cristo aludirá a esta conducta suya ante el pontífice (Jn 18:20). Mt, hablando de cómo Cristo “enseñaba” a las gentes en el local de la sinagoga de Nazaret, escribe: Cristo “enseñaba en la sinagoga de ellos” (Mt 13:54 par.). El contraste de estos pasajes, con la ausencia en Jn del artículo, parece deliberado, para indicar que estas cosas fueron dichas por Cristo en público: “en reunión.”
La Cafarnaúm de los tiempos de Cristo, el actual Tell-Hum, conserva las ruinas de una magnífica sinagoga, probablemente del siglo II d.C., aunque puede estar construida sobre la sinagoga de los tiempos de Cristo. La capacidad máxima que presentan estas ruinas de la sinagoga de Cafarnaúm hace suponer que rebase las 700 personas.