Domingo X Tiempo Ordinario (Ciclo B) – Homilías
/ 5 junio, 2018 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Gn 3, 9-15: Establezco hostilidades entre tu estirpe y la de la mujer
Sal 129, 1 y 2. 3 y 4. 5 y 6a. 6b-8: Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa
2 Cor 4, 13—5, 1: Creemos y por eso hablamos
Mc 3, 20-35: Satanás está perdido
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Julio Alonso Ampuero
Meditaciones Bíblicas sobre el Año Litúrgico
El domingo décimo da un nuevo paso en la autorrevelación de Jesús (3,20-35). A pesar de que es rechazado por sus parientes, que consideran que no está en sus cabales, y por los escribas, que le consideran poseído por Belcebú, Jesús se proclama como el «más fuerte» que vence y expulsa al «fuerte»; con él cambia de signo la historia de los hombres, que había estado marcada por la victoria primitiva del Maligno (1a lectura: Gen 3,9-15); al cumplirse en él el primer anuncio de salvación, establece en su persona el Reino de Dios. Pero es necesario aceptarle por la fe: frente a los que se obstinan en rechazarle, que acaban pecando contra el Espíritu Santo, la actitud correcta es la de los que cumpliendo la voluntad de Dios forman en torno a Él la nueva familia de los hijos de Dios.
El Señor sana lo incurable
Sal 129
El Salmo 129 es un salmo penitencial. Como respuesta a la lectura de Gen 3,9-15 expresa ante todo el desastre que el pecado ha producido en el corazón del hombre y en todas las realidades humanas. El pecado ha dejado al hombre hundido –«desde lo hondo a ti grito»–. El pecado abruma al hombre como una mancha imborrable, como una herida incurable, como una deuda impagable. Es que todo pecado es una victoria de la serpiente, de Satanás, padre de la mentira y homicida (Jn 8,44). De ahí el grito angustiado del salmista: «si llevas cuenta de las culpas, ¿quién podrá resistir?»
Sin embargo, desde la experiencia de culpa, el salmo se abre a la esperanza, a la confianza ilimitada. Pero una confianza que no se apoya en absoluto sobre los propios méritos, sino exclusivamente en Dios, en el Dios que perdona y rescata del pecado. Él es capaz de limpiar lo que parecía imborrable, de sanar lo que parecía incurable y de saldar lo que parecía impagable.
Este salmo nos enseña a orar en la verdad. No disimula ni justifica la propia culpa. Pero desde lo trágico e irremediable del pecado nos traslada a la plena confianza en el Dios misericordioso que infunde paz y sosiego porque incluso el pecado tiene remedio. Y por otra parte nos saca de nuestro individualismo para reconocer que todos los hombres son pecadores y necesitan también del perdón de Dios; dejándonos arrastrar en nuestra oración por su movimiento, el salmo nos ensancha, haciéndonos pedir perdón para todos –«Él redimirá a Israel [es decir, al pueblo entero] de todos sus delitos»–, con una esperanza, con un deseo confiado tal que se convierte en impaciencia –«mi alma aguarda al Señor más que el centinela la aurora»–.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
La victoria de Cristo sobre el demonio había sido ya profetizada en el comienzo del mundo, cuando vemos a Dios anunciar que, si bien la mujer ha sucumbido a la tentación, su descendencia aplastará la cabeza de la serpiente. Por el pecado primero hay miserias y sufrimientos, pero se superan por la fe en Cristo resucitado, como dice San Pablo en la segunda lectura de este Domingo. Cristo, en el Evangelio, acosado por la calumnia, responde a ella proclamando su victoria sobre Satanás
–Génesis 3, 9-15: Establezco enemistades entre ti y la mujer entre tu estirpe y la suya. San Ireneo explica sobre Jesús, nacido de mujer, Hijo del Hombre:
«Recapitulando todas las cosas, Cristo fue constituido Cabeza: declaró la guerra a nuestro enemigo, y destruyó al que en el comienzo nos había hecho prisioneros en Adán, aplastando su cabeza, como está escrito en el Génesis: «Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu descendencia y la suya: él acechará a tu cabeza y tú acecharás a su calcañal» (Gen 3, 15). Estaba predicho, pues, que aquel que tenía que nacer de una mujer virgen y de naturaleza semejante a la de Adán, tenía que acechar a la cabeza de la serpiente. Esta es la descendencia de la que habla el Apóstol en la Carta a los Gálatas: «la ley de las obras fue puesta hasta que viniera la descendencia del que había recibido la promesa» (Gál 3,19). Y todavía lo declara más abiertamente en la misma Carta cuando dice: «cuando llegó la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo, hecho de mujer» (Gál 4,4).
«El enemigo no hubiese sido vencido de una manera adecuada, si no hubiese sido hombre nacido de mujer el que lo venció. Porque en aquel comienzo el enemigo esclavizó al hombre valiéndose de la mujer, poniéndose en situación de enemistad con el hombre. Y por esto el Señor se confiesa a sí mismo Hijo del Hombre, recapitulando así en sí mismo aquel hombre original del cual había sido modelada la mujer. De esta suerte, así como por un hombre vencido se propagó la muerte en nuestro linaje, así también por un hombre vencedor podamos levantarnos a la vida. Y así como la muerte obtuvo la victoria contra nosotros por culpa de un hombre, así también nosotros obtengamos la victoria contra la muerte gracias a un hombre» (Contra las herejías, V,21,1-2).
–Con el Salmo 129 proclamamos: «Desde lo hondo a ti grito». El cristiano ha de saber aplicarse este salmo a sí mismo, reconociéndose pecador y sepultado en el abismo de la muerte, que es el pecado. De este abismo sólo la misericordia de Dios podrá salvarlo, porque sólo de Dios procede el perdón y la redención completa. Esto le hará ser precavido y temeroso de Dios, consciente de que el perdón es un acto libre de la misericordia divina y exige la colaboración del hombre con el arrepentimiento.
–2 Corintios 4, 13-5,1: Creemos y por eso hablamos. «Lo que se ve es transitorio; lo que no se ve es eterno». San León Magno explica estas palabras:
«Aunque os damos estas exhortaciones y estos consejos, amadísimos, no es para que despreciéis las obras de Dios o para que penséis que en las obras que Dios ha creado buenas (Gén 1,18) puede haber algo contrario a la fe, sino para que uséis con mesura y razonablemente de toda la belleza de las criaturas y del ornato de este mundo (Gén 2,1), ya que como dice el Apóstol, «las cosas visibles son temporales, las invisibles eternas» (2 Cor 4,18). Hemos nacido para la vida presente, pero hemos renacido para la vida futura; no nos entreguemos, pues, a los bienes temporales, sino apliquémonos a los eternos; a fin de que podamos contemplar más de cerca el objeto de nuestra esperanza, en el misterio mismo del nacimiento del Señor, lo que la gracia divina ha conferido a nuestra naturaleza. Escuchemos al Apóstol que nos dice: «estáis muertos y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, vida nuestra, entonces os manifestaréis gloriosos con Él» (Col 3,3-4)» (Sermón 27,6).
–Marcos 3, 20-35: Blasfemia contra el Espíritu Santo. San Agustín comenta a qué se refiere Jesús:
«La blasfemia contra el Espíritu Santo que no se perdonará ni en este siglo ni en el futuro es la impenitencia. Contra este Espíritu, en efecto, de quien recibe el bautismo la virtud de borrar todos los crímenes –perdón que refrenda el cielo–, contra este Espíritu habla, y de modo bien perverso el impío, ya con la lengua, ya con el corazón, quien, llamado a la penitencia por la bondad divina, él se va atesorando ira para el día de la ira y para la revelación del justo juicio de Dios (Rom 2,4-6). Esta impenitencia –nombre impreciso con el que podemos designar a la vez la blasfemia y la palabra contra el Espíritu Santo–, no tiene perdón jamás..., esta impenitencia no tiene perdón alguno ni en este siglo ni en el venidero, por ser la penitencia quien en este siglo nos obtiene el perdón que ha de valernos en el futuro» (Sermón 71,20).