Domingo IX Tiempo Ordinario (Ciclo B) – Homilías
/ 2 junio, 2018 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Dt 5, 12-15: Recuerda que fuiste esclavo de Egipto
Sal 80, 3-4. 5-6. 7-8. 10-11: Aclamad a Dios, nuestra fuerza
2 Cor 4, 6-11: La vida de Jesús se manifiesta en vuestra carne mortal
Mc 2, 23—3, 6: El Hijo del Hombre es Señor también del sábado
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Julio Alonso Ampuero
Meditaciones Bíblicas sobre el Año Litúrgico
El Señor del sábado
Mc 2,23-3,6
«El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado». En el relato de la creación vemos que Dios crea todo y lo pone al servicio del hombre (Gén 1,26-30). En efecto, «el hombre es la única criatura que Dios ha amado por sí misma» (Gaudium et Spes, 24). Por eso no puede ser instrumentalizado para ningún fin. Las normas, los planes, las tareas... todo, absolutamente todo, debe estar al servicio del hombre, y no al revés. Utilizar a las personas es degradarlas, es rebajarlas de la dignidad en que Dios los ha constituido.
«El Hijo del hombre es Señor también del sábado». Cristo es el centro de todo. Todo tiene sentido y valor en función de Él. «Todo fue creado por Él y para Él y todo se mantiene en Él» (Col 1,16-17). Cada cosa, cada práctica, cada tarea... vale en tanto en cuanto nos lleva a Cristo; y si nos aparta de Él, ha de ser eliminada. Esto vale para todo, incluidas las prácticas religiosas, que sólo tienen valor en función de Cristo. Él es el único Absoluto.
«Dolido de su obstinación». A Jesús le importa el bien del hombre. Por eso le duele la cerrazón de los fariseos. Por eso proclama la verdad y actúa en consecuencia, aunque ello conduzca a que decidan matarlo. Jesús explica sus razones, pero no se empeña en convencer. Al que está cerrado a la verdad de nada le sirven los argumentos más claros y contundentes...
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
La trascendencia cristiana del domingo reclama una fuerte conciencia comunitaria, que nuestra sociedad neopaganizada está muy lejos hoy de poseer. Poco a poco amplios sectores cristianos están paganizando de nuevo el Día del Señor. Y esto, aunque muchos sean inconscientes de su gravedad, es en realidad inmoral y escandaloso. Inmoral porque se trata de quebrantar un precepto grave; escandaloso, porque fomenta un ambiente mundano y conformista, suficiente para arrastrar a los débiles de conciencia hacia la irreligiosidad masiva o la apostasía anticristiana.
–Deuteronomio 5,12-15: Guarda el día del sábado, santificándolo, como el Señor tu Dios te ha mandado. No es Dios quien necesita de nuestro descanso o de nuestra adoración. Lo necesitamos nosotros, para que no se ahogue nuestra fe y nuestra condición de hijos de Dios en el materialismo cotidiano de la vida. Escribe San Justino a mediados del siglo II:
«Nos reunimos precisamente el día del Sol [Domingo], porque éste es el primer día de la creación, cuando Dios empezó a obrar sobre las tinieblas y la materia, y también porque es el día en que Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó de entre los muertos» (Apología I, 67).
Y en el siglo IV exhorta la Didascalia:
«Ya que sois miembros de Cristo, no os queráis separar de la Iglesia, faltando a la reunión. Teniendo a Cristo Cabeza presente y en comunicación con vosotros, de acuerdo con su promesa, no os tengáis en poco a vosotros mismos, y no dividáis, ni separéis su Cuerpo. No habéis de preferir las necesidades de vuestra vida a la Palabra de Dios; por el contrario, el domingo dejadlo todo y acudid a la Iglesia», esto es, a la asamblea litúrgica (Didascalia de los Apóstoles II, 59,2).
–Con el Salmo 80 rendimos culto a Dios: «Aclamad a Dios, nuestra fuerza. Acompañad, tocad los panderos, las cítaras templadas y las arpas; tocad la trompeta por la luna nueva, por la luna llena, que es nuestra fiesta. Porque es una ley de Israel, un precepto del Dios de Jacob, una norma establecida para José, al salir de la tierra de Egipto. Oigo un lenguaje desconocido: Retiré mis hombros de la carga, y sus manos dejaron la espuerta; clamaste en la aflicción y te libré. No tendrás un dios extraño, no adorarás un dios extranjero. Yo soy el Señor Dios tuyo, que te saqué del país de Egipto».
–2 Corintios 4,6-11: La vida de Jesús se manifiesta en nuestra carne mortal. En medio de un mundo pagano de increyentes, el genuino cristiano es siempre un ser consciente de su vinculación a Cristo y un testigo fiel de su vida. El verdadero apóstol de Jesús, entregado por entero a los demás, participa de la agonía de Cristo en su debilidad, pero al mismo tiempo recibe la fuerza y la luz del Resucitado de Pascua. Escribe San Gregorio de Nisa:
«Considerando que Cristo es la Luz verdadera, sin mezcla posible de error alguno, nos damos cuenta de que también nuestra vida ha de estar iluminada con los rayos de la Luz verdadera. Los rayos del Sol de justicia son las virtudes que de Él emanan para iluminarnos... Y para que obrando en todo a plena luz, nos convirtamos también nosotros en Luz, y, según es propio de la Luz, iluminemos a los demás con nuestras obras» (Tratado sobre la ejemplaridad de los cristianos 3).
San Agustín dice:
«¿Quiénes son los que trabajan en la construcción de la Casa [la Iglesia]? Los dispensadores de los misterios de Dios. Todos nos esforzamos, todos trabajamos, todos construimos ahora; y también antes de nosotros se esforzaron, trabajaron y construyeron otros; pero si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles» (Comentario al Salmo 126).
–Marcos 2,23-3,6: El Hijo del Hombre es Señor también del sábado. El día del Señor ha sido instituido para la santificación de los hijos de Dios. No podemos reducirlo a un mero formalismo moral o ritualista, cifrado en la mera observancia material de un precepto.
El concilio Vaticano II enseña:
«La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día en que es llamado con razón «día del Señor» o Domingo. En este día los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recuerden la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús, y den gracias a Dios, que los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos (1 Pe 1,3). Por esto el Domingo es la fiesta primordial, que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles de modo que sea también día de alegría y de liberación del trabajo. No se antepongan otras solemnidades, a no ser que sean de suma importancia, puesto que el Domingo es el fundamento y el núcleo de todo el año litúrgico» (Sacrosanctum Concilium 106).