Domingo VII de Pascua (Ciclo B): Homilías
/ 16 mayo, 2015 / Tiempo de PascuaLecturas (Domingo VII de Pascua – Ciclo B)
Nota: En varios lugares la Solemnidad de la Ascensión del Señor se celebra este Domingo, si es el caso de vuestro país, ver este enlace: Ascensión del Señor (B). De lo contrario, en esta entrada tienen todo lo relativo al Domingo VII de Pascua (Año B).
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles.
-1ª Lectura: Hch 1, 15-17.20a.20c-26 : Hace falta que uno se asocie a nosotros como testigo de la resurrección.
-Salmo: Sal 102, 1-2.11-12.19-20 : El Señor puso en el cielo su trono. O bien: Aleluya.
-2ª Lectura: 1 Jn 4, 11-16 : Quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él.
+Evangelio: Jn 17, 11b-19 : Que se consagren en la verdad.
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Agustín, obispo
Sermón sobre el evangelio de san Juan
Serm. n. 115
«No son del mundo como tampoco yo soy del mundo» (Jn 17, 14b)
¡Escuchad todos, judíos y gentiles…; escuchad, todos los reinos de la tierra! Yo no os impido vuestro dominio sobre el mundo, «mi Reino no es de este mundo» (Jn 18,36). No tengáis ese temor insensato que sobrecogió a Herodes cuando se le anunció mi nacimiento… No, dice el Salvador, «mi Reino no es de este mundo». Venid todos a un reino que no es de este mundo; venid a él por la fe; que el temor no os convierta en crueles. Es verdad que en una profecía, el Hijo de Dios, hablando de su Padre, dice: «Yo mismo he establecido a mi rey en Sión, mi monte santo» (Sal 2,6). Pero ni Sión ni el monte son de este mundo.
¿Qué es pues, efectivamente, su reino? Son los que creen en él, a los que ha dicho: «vosotros no sois del mundo como tampoco yo soy del mundo». Y sin embargo, quiere que estén en el mundo, y pide a su Padre: «No ruego que les retires del mundo, sino que los guardes del mal». Porque no dijo: «Mi reino no está en este mundo» sino: «No es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que yo no cayera en manos de los judíos» (Jn 18,36).
En efecto, su reino está realmente en la tierra hasta el fin del mundo; hasta la siega la cizaña se mezcla con el grano bueno (Mt 13,24s)… Su reino no es de aquí porque es como un viajero en este mundo. A aquellos sobre quienes él reina, dice: « No sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo» (Jn 15,19). Eran, pues, de este mundo cuando todavía no eran de su reino y pertenecían al príncipe de de este mundo (Jn 12,3)… Todos los descendientes de la raza de Adán pecador, pertenecen a este mundo; todos los que han sido regenerados en Cristo pertenecen a su Reino y ya no son de este mundo. «Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido» (Col 1,13).
Tratado 107
Comentario a Jn 17,9-13, dictado en Hipona, probablemente el sábado 22 de mayo de 420
Que todos sean uno
5. Al decir, pues: «Padre santo, guarda en tu nombre a esos que me has dado»(Jn 17,11), encomienda al Padre esos que va a abandonar con ausencia corporal. De seguro, como hombre ruega a Dios por sus discípulos, que ha recibido de Dios.
Pero fíjate en lo que sigue: Para que sean, afirma, una sola cosa como también nosotros. No asevera «para que con nosotros sean una sola cosa» o «para que seamos una sola cosa ellos y nosotros, como una sola somos nosotros», sino que asevera: «Para que sean una sola cosa como también nosotros»: evidentemente, en su naturaleza sean ellos una sola cosa, como también nosotros somos una sola cosa en la nuestra. Sin duda, no diría esto como verdadero si no lo dijese en cuanto que es Dios de idéntica naturaleza que el Padre —conforme a lo que en otra parte ha dicho: Yo y el Padre somos una sola cosa—(Jn 10,30), y no en tanto que es también hombre; efectivamente, en atención a esto ha dicho: El Padre es mayor que yo(Jn 14,28). Pero, porque una sola e idéntica persona es Dios y hombre, en el hecho de que ruegue la entendemos como hombre; en cambio, la entendemos como Dios por el hecho de que son una sola cosa tanto él mismo cuanto ese a quien ruega. Pero en lo que sigue hay aún un pasaje donde este asunto ha de examinarse más concienzudamente.
El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo cuidan de nosotros
6. Pues bien, aquí sigue: Mientras estaba con ellos yo los guardaba en tu nombre(Jn 17,12). Afirma: «Pues yo voy a ti, guárdalos en tu nombre, en el que, cuando estaba con ellos, también yo los guardaba». En el nombre del Padre guardaba a sus discípulos el Hijo hombre, situado con ellos mediante la presencia humana; pero también el Padre guardaba en el nombre del Hijo a los que escuchaba pedir en el nombre del Hijo. Efectivamente, idéntico Hijo les había dicho: En verdad, en verdad os digo: «Si pidiereis algo al Padre en mi nombre, os lo dará» (Jn 16,23).
No debemos entender esto tan carnalmente como si el Padre y el Hijo nos guardasen alternativamente, alternándose la custodia de ambos al custodiarnos, cual si uno se acercase cuando el otro se hubiere retirado; en efecto, a una nos custodian el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, los cuales son el único verdadero y feliz Dios. Pero la Escritura no nos eleva si no desciende a nosotros, como la Palabra hecha carne ha descendido para elevar, no se ha caído para yacer. Si conocemos al que ha descendido, levantémonos con el que eleva y, cuando habla así, entendamos que él distingue las personas, no separa las naturalezas. Cuando, pues, el Hijo guardaba con su presencia corporal a sus discípulos, el Padre, para custodiarlos, no aguardaba suceder al Hijo, tras haberse retirado éste, sino que ambos los guardaban con potencia espiritual y, cuando el Hijo les retiró su presencia corporal, mantuvo con el Padre la custodia espiritual, porque, cuando el Hijo hombre los recibió para custodiarlos, no los retiró de la custodia paterna ni, cuando el Padre los dio al Hijo para custodiarlos, se los dio sin ese mismo a quien se los dio, sino que al hombre Hijo los dio no sin el Dios Hijo, este mismo en persona, evidentemente.
7. El Hijo, pues, sigue y dice: Custodié a los que me has dado, y ninguno de estos pereció, a no ser el hijo de la perdición, para que la Escritura se cumpla(Jn 17,12). «El hijo de la perdición» se ha llamado al traidor de Cristo, predestinado a la perdición, según la Escritura que acerca de él se profetiza máxime en el salmo centésimo octavo.
El gozo cumplido
8. Afirma: Ahora, en cambio, voy a ti y hablo de esto en el mundo, para que en sí mismos tengan colmado mi gozo(Jn 17,13). He ahí que dice que en el mundo habla él, que poco antes había dicho: «Ya no estoy en el mundo». Por qué había dicho esto lo expuse allí, mejor dicho, enseñé que él mismo lo había expuesto. Porque, pues, no se había ido aún, aún estaba aquí; mas, porque iba a irse muy pronto, en cierto modo ya no estaba aquí. Por otra parte, cuál es este gozo acerca del que asevera: «Para que en sí mismos tengan colmado mi gozo», ya ha quedado expresado más arriba, donde asevera: Para que sean una sola cosa como también nosotros. Dice que este gozo suyo, esto es, conferido por él a ellos, ha de colmarse en ellos, por lo cual ha dicho que él ha hablado en el mundo. Ésta es la paz y felicidad en la era futura, por conseguir las cuales hay que vivir en esta edad con moderación, justa y piadosamente.
Tratado 108
Comentario a Jn 17,14-19, dictado en Hipona, probablemente el domingo 23 de mayo de 420
Por qué odia el mundo
1. Mientras habla aún el Señor al Padre y ora por sus discípulos, dice: Yo les he dado tu palabra y el mundo les tuvo odio. Aún no habían experimentado esto mediante sus sufrimientos que iban después a acaecerles; pero, según su costumbre, dice esas cosas de modo que con palabras de tiempo pretérito preanuncia lo venidero. Después, para agregar la causa de por qué el mundo los ha odiado, afirma: Porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo (Jn 17,14). Esto les fue conferido mediante la regeneración, porque por generación eran del mundo; por eso les había ya dicho: Yo os elegí del mundo (Jn 15,19). Les ha sido, pues, donado que, como él, tampoco ellos fuesen del mundo, pues del mundo los libró él. Ahora bien, él nunca fue del mundo porque, aun según la forma de esclavo, él ha nacido del Espíritu Santo, del cual ellos han renacido. Por cierto, si ellos no son ya del mundo precisamente porque han renacido del Espíritu Santo, él nunca ha sido del mundo porque ha nacido del Espíritu Santo.
Santificar en la verdad
2. Afirma: «No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal», pues aunque ya no eran del mundo, sin embargo, tenían aún necesidad de estar en el mundo. Repite idéntica idea; afirma: «No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en la verdad» (Jn 17,15-17), pues así son guardados del mal, cosa que más arriba ha pedido que sucediera. Por otra parte, puede preguntarse cómo no eran ya del mundo si aún no estaban santificados en la verdad o, si ya lo estaban, por qué implora que lo estén. ¿Acaso porque, aun santificados, progresan en idéntica santidad y son hechos más santos, y esto no sin la ayuda de la gracia de Dios, sino porque santifica su progreso el que ha santificado su comienzo? Por ende, también el Apóstol dice: Quien comenzó en vosotros una obra buena, la terminará hasta el día de Cristo Jesús(Flp 1,6). Así pues, son santificados en la verdad los herederos del Testamento Nuevo, de cuya realidad habían sido sombras las santificaciones del Viejo Testamento y, evidentemente, cuando son santificados en la verdad son santificados en Cristo, quien ha dicho verazmente: Yo soy el Camino y la Verdad y la Vida(Jn 14,6). Asimismo, cuando aseveró: «La verdad os librará», para exponer poco después por qué lo había dicho afirma: «Si el Hijo os liberare, entonces seréis verdaderamente libres» (Cf Rm 8,3): para mostrar que él había llamado primero «la verdad» a lo que a continuación ha llamado «el Hijo». Qué otra cosa, pues, ha dicho también en este lugar,Santifícalos en la verdad, sino santifícalos en mí?
3. Por eso sigue y no deja de insinuar más abiertamente esto: Tu palabra (sermo), afirma, es verdad(Jn 8,32. 36). Qué otra cosa ha dicho sino: Yo soy la Verdad?. En efecto, el evangelio griego tiene lógos, que se lee también donde está dicho: «En el principio existía la Palabra y la Palabra existía en Dios y la Palabra era Dios», y sabemos que esa Palabra misma es, evidentemente, el Unigénito Hijo de Dios, la cual se hizo hombre y habitó entre nosotros (Jn 17,17). Por ende, ha podido poner aquí y está puesto en algunos códices «Tu Palabra (verbum) es verdad», como en algunos códices está también escrito allí: En el principio existía la Palabra (sermo). En cambio, en griego, tanto allí como aquí, sin diversidad alguna está lógos. Así pues, el Padre santifica en la verdad, esto es, en su Palabra, en su Unigénito, a sus herederos y coherederos de éste.
Apóstoles, es decir, enviados
4. Pero ahora habla aún de los apóstoles, porque al seguir agrega: Como me enviaste al mundo, también yo los envié al mundo(Jn 1,1 14). ¿A quiénes envió sino a sus apóstoles? De hecho, porque aun el nombre mismo de «apóstoles» es griego, en latín no significa, sino «enviados». Envió, pues, Dios a su Hijo no en carne de pecado, sino en semejanza de carne de pecado(Jn 17,18), y su Hijo envió a esos que, nacidos en carne de pecado, santificó en cuanto a la mancha del pecado.
Por ellos me santifico
5. Pero, porque ellos son miembros suyos por haber sido hecho la cabeza de la Iglesia el Mediador de Dios y hombres, Cristo Jesús hombre, por eso asevera lo que sigue: Y en favor de ellos me santifico a mí mismo(Jn 17,19). En efecto, ¿qué significa «Y en favor de ellos me santifico a mí mismo», sino «los santifico en mí mismo, pues también esos mismos son yo»? Porque, como he dicho, esos de quienes asevera esto son miembros suyos y Cristo es uno solo, cabeza y cuerpo, según el Apóstol enseña y dice de la descendencia de Abrahán: «Por otra parte, si vosotros sois de Cristo, sois, pues, descendencia de Abrahán», tras haber dicho más arriba: No dice «y a las descendencias», cual respecto a muchas, sino, cual respecto a una sola, «y a tu descendencia», que es Cristo(Ga 3,29 16). Si, pues, Cristo es esto, descendencia de Abrahán, a quienes está dicho «Sois, pues, descendencia de Abrahán», ¿qué otra cosa les está dicha sino «sois, pues, Cristo»? A esto se debe lo que en otro lugar asevera idéntico apóstol en persona: Ahora me alegro de los padecimientos por vosotros y en mi carne completo lo que falta de las aflicciones de Cristo(Col 1,24). No ha dicho«de las aflicciones mías», sino «de Cristo», porque era miembro de Cristo y mediante sus persecuciones, cuales era preciso que Cristo sufriera en su cuerpo entero, también ese mismo completaba proporcionalmente las aflicciones de éste.
A fin de que esto sea también cierto en este pasaje, atiende a lo siguiente. En efecto, tras haber dicho: «Y en favor de ellos me santifico a mí mismo», para que entendiéramos que él había dicho esto, que los santificaría en él, ha añadido inmediatamente: Para que también esos mismos sean santificados en la verdad(Jn 17,19). Esto ¿qué otra cosa significa, sino «en mí», en tanto que la verdad es la Palabra aquella, Dios en el principio? También ese mismo, hijo de hombre, fue santificado en ella desde el inicio de su creación, cuando la Palabra se hizo carne, porque la Palabra y el hombre devinieron una única persona. Entonces, pues, se santificó en sí, esto es, a él, hombre, en él, la Palabra.
En cambio, por causa de sus miembros afirma: «Y en favor de ellos, yo» —esto es, para que, como me ha aprovechado en mí porque sin ellos soy hombre, les aproveche también a ellos porque también ésos son yo—, «y yo me santifico a mí mismo» —esto es, en mí los santifico cual a mí mismo yo, porque también ellos son, en mí, yo—, para que también esos mismos sean santificados en la verdad. ¿Qué significa «también esos mismos», sino «como yo, en la verdad, cosa que soy yo mismo»? Después comienza a hablar ya no sólo de los apóstoles, sino también de sus demás miembros, de lo cual, si ese mismo lo concede, se ha de tratar otro sermón.
San Gregorio de Nisa
Homilía sobre el Cantar de los Cantares
(Homilía 15 : PG 44, 1115-1118)
Les di a ellos la gloria que me diste
Si el amor logra expulsar completamente al temor y éste, transformado, se convierte en amor, entonces veremos que la unidad es una consecuencia de la salvación, al permanecer todos unidos en la comunión con el solo y único bien, santificados en aquella paloma simbólica que es el Espíritu.
Este parece ser el sentido de las palabras que siguen: Una sola es mi paloma, sin defecto. Una sola, predilecta de su madre.
Esto mismo nos lo dice el Señor en el Evangelio aún más claramente: Al pronunciar la oración de bendición y conferir a sus discípulos todo su poder, también les otorgó otros bienes mientras pronunciaba aquellas admirables palabras con las que él se dirigió a su Padre. Entonces les aseguró que ya no se encontrarían divididos por la diversidad de opiniones al enjuiciar el bien, sino que permanecerían en la unidad, vinculados en la comunión con el solo y único bien. De este modo, como dice el Apóstol, unidos en el Espíritu Santo y en el vínculo de la paz, habrían de formar todos un solo cuerpo y un solo espíritu, mediante la única esperanza a la que habían sido llamados. Este es el principio y el culmen de todos los bienes.
Pero será mucho mejor que examinemos una por una las palabras del pasaje evangélico: Para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti; que ellos también lo sean en nosotros.
El vínculo de esta unidad es la gloria. Por otra parte, si se examinan atentamente las palabras del Señor, se descubrirá que el Espíritu Santo es denominado «gloria». Dice así, en efecto: Les di a ellos la gloria que me diste.
Efectivamente les dio esta gloria, cuando les dijo: Recibid el Espíritu Santo.
Aunque el Señor había poseído siempre esta gloria, incluso antes de que el mundo existiese, la recibió, sin embargo, en el tiempo, al revestirse de la naturaleza humana; una vez que esta naturaleza fue glorificada por el Espíritu Santo, cuantos tienen alguna participación en esta gloria se convierten en partícipes del Espíritu, empezando por los apóstoles.
Por eso dijo: Les di a ellos la gloria que me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos y tú en mí, para que sean completamente uno. Por lo cual todo aquel que ha crecido hasta transformarse de niño en hombre perfecto ha llegado a la madurez del conocimiento. Finalmente, liberado de todos los vicios y purificado, se hace capaz de la gloria del Espíritu Santo; éste es aquella paloma perfecta a la que se refiere el Esposo cuando dice: Una sola es mi paloma, sin defecto.
San Máximo el Confesor
Mistagogía
n. 1
«Para que ellos sean uno, como Nosotros lo somos»
La Iglesia lleva la impronta y la imagen de Dios ya que Ella tiene la misma actividad que Él… Dios ha llevado todas las cosas a la existencia por su potencia infinita, las contiene, los reúne y los circunscribe. Él une fuertemente a todos los seres entre sí y a sí mismo, en su Providencia…
La santa Iglesia aparecerá operando por nosotros los mismos efectos que Dios, de quien Ella es imagen. Muchos, casi innumerables, son los hombres, mujeres, los niños, distantes unos de otros, infinitamente diferentes por el nacimiento, los rasgos, la nacionalidad y la lengua; el tipo de vida y la edad, la habilidad, las costumbres, los hábitos, el conocimiento, la posición económica, el carácter y las relaciones. Pero todos nacen en esta Iglesia y, por su obra, todos renacen a una nueva vida, recreados por el Espíritu Santo.
A todos, la Iglesia ha dado…una única forma, un solo nombre divino: ser de Cristo y llevar su nombre. A todos, ofrece también, una manera de ser único, que no permite distinguir las numerosas diferencias existentes entre unos y otros…, a causa de la reunión de todos en Ella. Es por ellos, sus miembros, por los que absolutamente nadie ha estado separado de la Comunidad, porque todos convergen los unos con los otros, todos están reunidos por la acción de la fuerza indivisible de la gracia y la fe. «Todos, se ha escrito, no tenían más que un solo corazón y una sola alma» (Hch. 4,32)… ser un solo cuerpo formado por miembros que aunque diversos son realmente dignos de Cristo, que es nuestra verdadera cabeza (Col 1,18). «En Él, dice el apóstol san Pablo, no hay hombre ni mujer, ni judío ni griego…, ni esclavo ni libre, porque Él lo es todo en todos «(Gal 3,28)… Así pues la santa Iglesia es a la imagen de Dios, ya que realiza entre los creyentes la misma unión que Dios.
Carta a Diogneto
n. 5-6 : PG 2, 1174B-1175C
«No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno.»
Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por su modo de vivir. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres.
Viven en ciudades griegas o bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña… viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes.
Aman a todos, y todos los persiguen. Se los condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos; carecen de todo, y abundan en todo. Sufren la deshonra, y ello les sirve de gloria… Son ultrajados y ellos bendicen… Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo, lo que el alma es en el cuerpo.
San Juan Crisóstomo
Homilía 82
«Yo les he comunicado tu palabra, pero el mundo los aborrece porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo» (Jn 17,14)
CUANDO LOS malvados nos molestan y se burlan de nosotros porque cultivamos la virtud, no lo llevemos a mal. Así es la virtud por su misma naturaleza: suele en todas partes engendrar odio de parte de los malos; porque ellos envidian a los de buen vivir; y pensando que detraerlos es una defensa, puesto que ellos siguen caminos contrarios, toman todos los medios para poner en su modo de vivir mancha y defecto. No nos acongojemos por eso, pues al fin y al cabo es una señal de nuestra virtud. Por esto dice Cristo: Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo que es suyo. Y en otra parte dice: ¡Ay de vosotros cuando os bendigan los hombres!
Por igual motivo dice aquí: Yo les he comunicado tu palabra, pero el mundo los aborrece. Pone luego la razón de que sean dignos de tan grande cuidado de parte del Padre, pues continúa aseverando que el mundo los aborrece por causa del Padre y de su propia palabra; de modo que son plenamente dignos de la providencia del Padre. No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno. Explica lo que ya dijo y lo torna más claro; y declara el mucho cuidado que tiene de sus discípulos, pues con tanta diligencia los recomienda al Padre.
El les había dicho que cuanto pidieran al Padre, todo lo concedería el Padre. Entonces ¿por qué aquí ruega por ellos? Como ya dije, lo hace no por otro motivo, sino para demostrarles su cariño. No son del mundo, como tampoco Yo soy del mundo. ¿Por qué, pues, en otro sitio dijo: Los que me diste del mundo tuyos eran? Es porque ahí habla de la naturaleza, mientras que acá se refiere a las obras perversas. Grandemente encomia a los discípulos afirmando desde luego que no son del mundo; además que el Padre a El se los dio; en tercer lugar, que han guardado la palabra del Padre y que por eso el mundo los aborrece.
No te conturbe lo que añade: Como Yo no soy del mundo. Esa partícula como no significa igualdad exacta. Cuando ella se dice del Padre y del Hijo sí indica una igualdad plena a causa de la unidad de substancia. Pero cuando se dice de El y de nosotros, entraña una enorme diferencia; porque hay entre ambas naturalezas, la suya y la nuestra, una enorme diferencia. ¿Cómo se le van a comparar los apóstoles, puesto que El: No cometió pecado ni en su boca se encontró dolor.
¿Qué significa entonces: No son del mundo? Quiere decir que miran a otra parte, que nada tienen de común con lo terreno, que han sido hechos ciudadanos del Cielo. Y les demuestra su cariño alabándolos ante el Padre y recomendándolos a su Engendrador. Y cuando dijo: Guárdalos, no rogaba únicamente que los librara de los peligros, sino que perseveraran en la fe. Por lo mismo añade: Conságralos en la verdad. O sea hazlos santos por el don del Espíritu Santo y los dogmas correctos. Es como cuando dijo: Ya vosotros estáis purificados por la fe en la doctrina que os he enseñado. Y lo mismo dice ahora: enséñalos, adoctrínalos en la verdad. Pero antes dijo que esto lo hace el Espíritu Santo. Entonces ¿por qué ahora se lo pide al Padre? Para que una vez más conozcas la igualdad. El conocimiento correcto de los dogmas acerca a Dios y santifica las almas. Y no te admires de que diga que son santificados por la palabra. Cierto que aquí se refiere a la doctrina, como lo insinúa diciendo: Tu palabra es la verdad. Es decir, que en ella nada hay de mentira, puesto que es en absoluto necesario que se cumpla todo lo que ella ha dicho. Y que no habla figuradamente ni de cosas materiales, lo manifiesta; como también lo dijo Pablo acerca de la Iglesia: La santificó con su doctrina (Ep 5,26).
Suele la palabra divina operar la purificación. Pero a mí me parece que la palabra conságralos tiene además otro sentido; o sea: sepáralos para la predicación de la doctrina, cosa que por lo que sigue queda manifiesta. Pues dice: Como me enviaste Tú al mundo, Yo también los envío al mundo. Lo mismo dice Pablo: Nos confió a nosotros el ministerio de la reconciliación. Pues para lo que Cristo se fue al Padre, para eso los apóstoles conquistaron el mundo. La partícula como no significa igualdad entre El y los apóstoles (¿en qué otra forma podían ellos ser enviados, hombres como eran?), sino que acostumbra Cristo hablar de lo futuro como ya sucedido.
Por ellos Yo me consagro a Mí mismo, para que también ellos sean consagrados en tu verdad. ¿Qué significa: Me consagro a Mí mismo? Es decir, te me ofrezco en sacrificio. Porque todos los sacrificios se dicen santos; y hablando con profundidad, son cosas santas y consagradas a Dios. Antiguamente el sacrificio estaba figurado en la oveja; pero ahora ya no es la figura, sino la realidad. Por lo cual dice Cristo: Para que sean consagrados en tu verdad. Yo te los consagro y los hago oblación tuya. Lo dice en referencia a Sí mismo, como cabeza o también porque ellos mismos serán inmolados.
Dice Pablo: Ofreced vuestros cuerpos como víctima viviente, santap y el profeta: Se nos trata como ovejas de matadero. De modo que sin muerte los constituye hostia y oblación. Y que al decir me consagro indicara su propia inmolación, es claro por lo que sigue: No ruego únicamente por éstos, sino también por los que han de creer en Mí por su predicación. Puesto que moría por ellos (pues dijo: Yo por ellos me consagro a Mí mismo) , para que no se pensara que moría únicamente por los apóstoles, añadió: No ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en Mí por su predicación.
Así les infunde nuevamente ánimos con aseverar que habrá muchos discípulos. Una vez que extendió a todos en común lo que los discípulos tenían como especial y propio, de nuevo los consuela con declararles que son ellos causa de salvación para muchos. Luego, tras de hablarles así de su salvación y de que serán consagrados por la fe y el sacrificio, finalmente se refiere a la concordia y caridad; y termina su discurso con lo mismo con que lo había comenzado. Antes dijo: Os doy un mandamiento nuevo; y ahora dice: A fin de que sean uno como Tú, Padre, en Mí y Yo en Ti. De nuevo esa partícula como no significa aquí una igualdad perfecta, pues no podían los apóstoles ser uno con semejante unidad; sino en cuanto es posible al hombre, como cuando les dijo: Sed misericordiosos como lo es vuestro Padre que está en los cielos.
¿Qué significa: Sean uno en nosotros? Es decir, por la fe en nosotros. Puesto que no hay cosa que así perturbe como la discusión, procura Jesús que sean uno. Pero ¿qué? ¿Acaso lo consiguió? preguntarás. Sí, en verdad. Pues todos los que creyeron por la predicación de los apóstoles se hicieron uno, aun cuando algunos se hayan vuelto disidentes; cosa que no se le ocultó a Jesús, sino que El mismo la predijo; y dio a entender que esto sucedería por la humana desidia.
Para que el mundo crea que Tú me enviaste. Es lo mismo que dijo al principio: En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os amáis los unos a los otros. Mas ¿cómo será este el medio para que crean? Porque El es Dios de paz. De modo que si guardan lo que de los discípulos aprendieron, los que Juego vengan conocerán por los discípulos al Maestro. Pero si andan con mutuas querellas, no darán testimonio de ser discípulos del Dios de paz. Si Yo no soy Dios de paz, no confesarán que Tú me enviaste. ¿Observas cómo hasta el fin demuestra su concordia con el Padre?
Yo les he comunicado la gloria que Tú me diste; o sea, por la doctrina y los milagros, para que sean concordes. Porque esta es la gloria: que seamos uno, la cual es mayor que los milagros. Así como admiramos a Dios porque en esa substancia no hay disensión alguna, ninguna querella, y esta es una gloria suprema, así que también ellos, dice, sean por esta unión glorificados. Preguntarás: ¿por qué ruega al Padre que les dé esa glorificación, siendo así que al mismo tiempo asegura ser El quien se la concede? Puesto que ya hable de los milagros, ya de la concordia, ya de la paz, se ve luego ser El quien lo concede. Respondo que por aquí se ve que lo pedía por consolarlos.
Yo en ellos y Tú en mí. ¿Cómo los glorificó? Viniendo a ellos y trayendo consigo al Padre, para que los junte en unidad. No hay otro lugar en que se exprese así. No fueron ellos glorificados porque el Padre vino a ellos, sino porque Cristo juntamente con el Padre vino a ellos e hizo ahí su mansión. Refutó así de una parte la opinión de Arrio y de otra la de Sabelio. Para que alcancen la unidad perfecta y conozca el mundo que Tú me has enviado. Con frecuencia repite esto para demostrar que más atrae la unión que los milagros; pues así como las querellas dividen, así la concordia une. Y Yo los he amado como Tú me amaste. Otra vez la partícula como significa al modo de, como los hombres pueden ser amados. Y la señal de su amor es que dio su vida por ellos.
Habiéndoles ya asegurado que estarían seguros y no serían destruidos y que serían consagrados y que muchos por su predicación creerían en El y que gozarían de grande glorificación y que no sólo El los había amado, sino también el Padre, finalmente les habla de lo que les sucederá después de que salgan de esta vida, o sea, del premio y de las coronas que les están preparadas. Porque dice: Padre, quiero que los que me diste donde estoy Yo estén ellos conmigo. Esto es lo que ellos continuamente inquirían diciéndole: ¿A dónde te vas? Pero, Señor: ¿qué es lo que dices? ¿Eso lo recibes por fuerza de tu petición y no lo tienes aún? Entonces ¿por qué les decías: Os sentaréis sobre doce tronos? ¿Cómo les prometías aun cosas mayores? Advierte por aquí que se expresa de ese modo atemperándose. Si no fuera así ¿cómo dijo a Pedro: Me seguirás después? Claro es que se lo decía para una mayor confirmación en el amor.
Para que contemplen la gloria que Tú me diste. Es este un nuevo argumento de la concordia con su Padre, más elevado aún que los otros (pues dice: Antes de la creación del mundo), pero siempre contiene cierta atemperación, puesto que añade: Que Tú me diste. Si no es esto así, entonces yo con gusto preguntaría a los contrarios: El que da, ciertamente da a quien ya existe. Entonces ¿el Padre dio la gloria al Hijo después de haberlo engendrado, mientras que antes de dársela lo tuvo destituido de ella? Pero semejante cosa ¿quién puede razonablemente apoyarla? ¿Adviertes cómo por aquí me diste se ha de entender cuando me engendraste?
Mas ¿por qué no dijo: para que participen, sino: Para que contemplen la gloria? Deja entender que éste es el pleno y omnímodo descanso: contemplar al Hijo de Dios. Esto es lo que glorifica a los discípulos, como también lo dijo Pablo: Contemplando la gloria sin velo. Así como los que contemplan los rayos solares gozando de un aire tenuísimo, reciben de semejante vista placer, así sucederá entonces. O por mejor decir, nos producirá un gozo mucho más intenso. También declara que eso no es cosa de las que se ven, sino una substancia escalofriante y tremenda.
Padre justo. Paréceme que aquí declara con pesar que no lo han querido reconocer, siendo El tan bueno y justo. Como los judíos afirmaban conocer a Dios pero no conocer a Jesús, a esto se refiere El cuando dice: Me amaste antes de la creación del mundo, con lo que se defiende de la acusación de los judíos. Puesto que quien fue glorificado, quien fue amado antes de la creación del mundo, quien quiso tenerlos como testigos de su glorificación ¿cómo podría ser contrario al Padre? Es como si dijera que no es verdad eso que aseguran los judíos: que te conocen y que Yo no te conozco. Es todo lo contrario. Yo te conozco y ellos no te conocen.
Y éstos han conocido que Tú me has enviado. ¿Adviertes cómo aquí deja entender a los que decían que El no venía de Dios y todo lo reducían a esto? Yo les he manifestado tu nombre y se lo manifestaré. Pero ¿cómo es entonces que dijiste que el perfecto conocimiento venía del Espíritu Santo? Sí, nos responde; porque todo lo suyo es mío. Para que el amor con que me amaste permanezca en ellos y también Yo permanezca en ellos. Pues si llegan a conocer quién eres, verán entonces que Yo no estoy separado de Ti, sino que soy en gran manera amado de Ti, como verdadero Hijo unido a Ti. Los que esto crean, como es necesario creerlo, guardarán la fe en Mí y la firme caridad. Si ellos aman como se debe, Yo permaneceré en ellos. ¿Adviertes cuán óptimamente termina, es a saber, con la caridad, madre de todos los bienes?
Creamos, pues, en Dios; amemos a Dios, para que no se diga de nosotros: Profesan conocer a Dios, pero con las obras lo niegan. – Y también: Ha negado la fe y es peor que el paganos. Cuando el infiel presta auxilio a sus criados, a sus parientes, a los extraños, y tú en cambio ni siquiera de tus allegados te cuidas ¿qué defensa tendrás, puesto que Dios es blasfemado e injuriado? Observa cuántas ocasiones de hacer el bien nos ha dado Dios. Nos dice: Compadécete de éste porque es tu consanguíneo; de este otro, porque es tu amigo; de aquel otro, porque es tu vecino; del de más allá, porque es tu conciudadano; del de acullá porque es del humano linaje. Pero si nada de esto te doblega, sino que rompes por sobre todos los vínculos, oye a Pablo que dice que eres peor que un infiel. Puesto que el infiel, sin haber oído predicar de la limosna, ni de las cosas del Cielo, sin embargo es más humano que tú. Por el contrario, tú, a quien se le ordena amar a los enemigos, miras a tus allegados como si fueran enemigos; y te cuidas más de guardar tus dineros que del bien corporal de los otros.
Por cierto que tus dineros así gastados nada padecerán; pero si procedes al revés, entonces el pobre perecerá despreciado. Pues ¿qué locura es esta de conservar los dineros y despreciar a los parientes? ¿Por dónde te acometió y se acrecentó semejante codicia? ¿De dónde te nació tan grande crueldad y tan inhumana? Si alguno mira el universo todo como si se hallara presente a un espectáculo… o, si te parece mejor, contemplemos una ciudad. Digo que si alguno levantado a un altísimo asiento pudiera contemplar y abarcar el conjunto de las cosas humanas, mira cuán grandes necedades encontraría que reprender, cuántas lágrimas derramaría, cuán abundantemente se reiría, cuán enorme odio concebiría.
Porque hacemos cosas que son dignas de risa, de cólera, de lágrimas y de odio. Uno se dedica a dar de comer a sus perros con el objeto de cazar fieras, y él mismo se torna feroz. El otro cría asnos y toros para acarrear piedra, mientras descuida a los hombres que perecen de hambre. Aquél gasta sumas inmensas de oro en fabricarse de piedra estatuas de hombres, mientras que a los que son hombres de verdad, pero andan hechos como de piedra a causa de la desgracia, los desprecia. Otro se dedica a recoger planchas de oro y miserablemente adorna con ellas las paredes de su casa, y aunque ve desnudos los pechos de los hombres, no se compadece. Otro se ocupa de añadir a sus múltiples vestidos, otros nuevos y selectos, mientras el pobre no tiene un trapo para cubrir la desnudez de su cuerpo.
También en los tribunales se devoran unos a otros. Hay quien derrocha en meretrices y parásitos sus haberes y hay quien los derrocha en bailarines y mimos. Y el de más allá lo hace en edificios espléndidos; y el de acullá en comprar predios y casas. Hay quien se ocupa en ir contando las usuras de sus dineros. Y uno hace contratos que redundan en muertes, y ni siquiera descansa de noche, siempre vigilando para causar daños a otros. Apenas amanece y uno se marcha al lucro injusto; otro a pagos lascivos; otro al peculado. Total: gran cuidado en lo prohibido y superfluo y gran descuido en lo necesario.
Los que juzgan sólo tienen de jueces el nombre, pero en la realidad son ladrones y asesinos. Si alguno examina los litigios y testamentos, encontrará también en éstos infinitos crímenes, fraudes, hurtos, asechanzas. Y en esto gastamos todo nuestro descanso. Pero de las cosas espirituales no se tiene cuidado ninguno ; ¡todos frecuentan la iglesia, pero nada más por curiosidad! Sin embargo, no es eso lo que anhelamos, sino que necesitamos un ánimo puro y buenas obras. Si todo el día lo gastas en tratos de avaro, y cuando entras en la iglesia apenas recitas algunas palabras, no has aplacado a Dios, sino que mucho lo has irritado. Si quieres de verdad aplacarlo, muéstrale tus buenas obras: date cuenta de la cantidad de desgracias, mira benigno a los desnudos, a los hambreados, a los que han sufrido injusticia. Dios te ha abierto muchos caminos para que demuestres tu benevolencia y humanidad.
No nos engañemos viviendo inútilmente y para nada; ni tampoco despreciemos a los demás por el hecho de que nosotros ahora gozarnos de salud. Pensemos en el tiempo en que tal vez estuvimos enfermos y llegados al último extremo, y cómo casi morimos de terror ante lo futuro, y temblemos de ir a dar en lo mismo y en iguales temores; y con esto mejoremos nuestra conducta, porque ahora somos reos de infinitos pecados. Los que se asientan como jueces se parecen a los canes, a los leones; los que tratan en el agora, a las zorras. Los que se entregan al descanso no lo gozan como conviene, sino que gastan todo su tiempo en el teatro y otras perversiones semejantes.
Y nadie hay que procure la enmienda; pero en cambio hay muchos que envidian y muerden a semejantes hombres, sólo porque ellos no pueden hacer lo mismo. De manera que también ellos han de ser castigados, aun cuando nada hagan positivamente de malo. Dice Pablo: No sólo hacen estas cosas, sino que aplauden a quienes tales acciones perpetran Tienen el ánimo igualmente corrompido. Por donde se ve que el castigo sólo depende de la voluntad y de la intención. Todos los días digo esto y no dejaré de decirlo. Si algunos hacen caso, será una ganancia; si nadie atiende, atenderéis cuando ya en eso no haya utilidad alguna; y entonces vosotros mismos os culparéis. Pero nosotros no tendremos en ello culpa alguna.
Mas no ¡lejos tal cosa! ¡que no vayamos a tener nosotros sino esta defensa! Al contrario, ojalá seáis vosotros nuestra gloria ante el tribunal de Cristo, para que juntos disfrutemos de aquellos bienes, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, con el cual sea la gloria al Padre en unión con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
Santa Teresa de Calcuta
Jesús, la Palabra para ser hablada
cap. 12, 21-22
«Para que mi alegría este en ellos»
Jesús puede tomar totalmente posesión de nuestra alma si solamente se le entrega con alegría. «Un santo triste es un triste santo», tenía la costumbre de decir san Francisco de Sales. Santa Teresa de Ávila se inquietaba por sus hermanas sólo cuando veía a una de ellas perder su alegría.
A los niños, a los pobres, a todos aquellos que sufren y están solos, dadles una sonrisa alegre; no les ofrezcáis sólo vuestros cuidados sino también vuestro corazón. Posiblemente que no nos encontremos en situación de dar mucho, pero siempre podemos dar la alegría que brota de un corazón que ama a Dios. La alegría es muy comunicativa. Estad pues llenos de alegría cuando estéis entre los pobres.
San Juan Pablo II, papa
Homilía: 02-07-1980
Viaje Apostólico a Brasil. Concelebración Eucarística y Ordenación Sacerdotal de Diáconos. Estadio de Maracaná. Miércoles 2 de julio de 1980.
*Este trozo de la homilía, aunque dirigido a los futuros sacerdotes, aplica para todo cristiano…
7. Es necesario, además, que toméis conciencia, amados sacerdotes, de que vuestro ministerio se desarrolla hoy en el ámbito de una sociedad secularizada, cuya característica es el eclipse progresivo de lo sagrado y la eliminación sistemática de los valores religiosos. Estáis llamados a realizar en ella la salvación como signos e instrumentos del mundo invisible.
Prudentes, pero confiados, viviréis entre los hombres para compartir sus angustias y esperanzas, para alentarles en sus esfuerzos de liberación y de justicia. No os dejéis, sin embargo, poseer por el mundo ni por su príncipe, el maligno (cf. Jn 17, 14-15). No os acomodéis a las opiniones y a los gustos de este mundo, como exhorta San Pablo: «Nolíte conformari huic saeculo» (Rom 12, 1-2). Por el contrario, ajustad vuestra personalidad, con sus aspiraciones, a la línea de la voluntad de Dios.
La fuerza del signo no está en el conformismo, sino en la distinción. La luz es distinta de las tinieblas para poder iluminar el camino de quien anda en la oscuridad. La sal es distinta de la comida para darle sabor. El fuego es distinto del hielo para calentar los miembros ateridos por el frío. Cristo nos llama luz y sal de la tierra. En un mundo disipado y confuso como el nuestro, la fuerza del signo está exactamente en ser diferente. El signo debe destacarse tanto más cuanto que la acción apostólica exige mayor inserción en la masa humana.
A este propósito, ¿cómo negar que una cierta absorción de la mentalidad del mundo, la frecuentación de ambientes disipadores, así como también el abandono del modo externo de presentarse, distintivo de los sacerdotes, pueden disminuir la sensibilidad del propio valor del signo?
Cuando se pierden de vista esos horizontes luminosos, la figura del sacerdote se oscurece, su identidad entra en crisis, sus deberes peculiares no se justifican ya y se contradicen, se debilita su razón de ser.
Y no se recupera esa fundamental razón de ser haciéndose el sacerdote «un hombre para los demás». ¿Acaso no lo debe ser quienquiera que desee seguir al Divino Maestro? . «Hombre para los demás» el sacerdote lo es, ciertamente, pero en virtud de su manera peculiar de ser «hombre para Dios». El servicio de Dios es el cimiento sobre el que hay que construir el genuino servicio de los hombres, el que consiste en liberar a las almas de la esclavitud del pecado y volver a conducir al hombre al necesario servicio de Dios. Dios, en efecto, quiere hacer de la humanidad un pueblo que lo adore, «en espíritu y en verdad» (Jn 4, 23).
Quede así bien claro que el servicio sacerdotal, si quiere permanecer fiel a sí mismo, es un servicio excelente y esencialmente espiritual. Que se acentúe esto hoy, contra las multiformes tendencias a secularizar el servicio del cura, reduciéndolo a una función meramente filantrópica. Su servicio no es el del médico, del asistente social, del político o del sindicalista. En ciertos casos, tal vez, el cura podrá prestar, quizá de manera supletoria, esos servicios y, en el pasado, los prestó de forma muy notable. Pero hoy, esos servicios son realizados adecuadamente por otros miembros de la sociedad, mientras que nuestro servicio se especifica cada vez más claramente como un servicio espiritual. Es en el campo de las almas, de sus relaciones con Dios, y de su relación interior con sus semejantes, donde el sacerdote tiene una función esencial que desempeñar. Es ahí donde debe realizar su asistencia a los hombres de nuestro tiempo. Ciertamente, siempre que las circunstancias lo exijan, no debe eximirse de prestar también una asistencia material, mediante las obras de caridad y la defensa de la justicia. Pero, como he dicho, eso es en definitiva un servicio secundario, que no debe jamás perder de vista el servicio principal, que es el de ayudar a las almas a descubrir al Padre, abrirse a El y amarlo sobre todas las cosas.
Solamente así, es como el sacerdote jamás podrá sentirse un inútil, un fracasado, aun cuando se viere obligado a renunciar a alguna actividad exterior. El Santo Sacrifico de la Misa, la oración, la penitencia, lo mejor, —más aún, lo esencial— de su sacerdocio, permanecería íntegro, como lo fue para Jesús en los treinta años de su vida oculta. A Dios le sería dada una gloria todavía más inmensa. La Iglesia y el mundo no quedarían privados de un auténtico servicio espiritual.
8. Queridos ordenandos, carísimos sacerdotes: al llegar aquí, mi plática se transforma en oración, en una oración que deseo confiar a la intercesión de María Santísima, Madre de la Iglesia y Reina de los Apóstoles. En la ansiosa espera del sacerdocio, os colocasteis ciertamente cerca de Ella, como los Apóstoles en el Cenáculo. Que Ella os obtenga las gracias que más necesitáis para vuestra santificación y para la prosperidad religiosa de vuestro país. Que Ella os conceda sobre todo el amor, su amor, el que le dio la gracia de engendrar a Cristo, para ser capaces de cumplir la misión de engendrar a Cristo en las almas. Que Ella os enseñe a ser puros, como Ella lo fue, os haga fieles al llamamiento divino, os haga comprender, toda la belleza, la alegría y la fuerza de un ministerio vivido sin reservas en la dedicación y en la inmolación por el servicio de Dios y de las almas. Pedimos finalmente a María, para vosotros y para todos nosotros los aquí presentes, que nos ayude a decir, a ejemplo suyo, la gran palabra: SÍ a la voluntad de Dios, aun cuando sea exigente, aun cuando sea incomprensible, aun cuando sea dolorosa para nosotros. ¡Así sea!
Benedicto XVI, papa
Catequesis: Audiencia General (25-01-2012)
En la catequesis de hoy centramos nuestra atención en la oración que Jesús dirige al Padre en la «Hora» de su elevación y glorificación (cf. Jn 17, 1-26). Como afirma el Catecismo de la Iglesia católica: «La tradición cristiana acertadamente la denomina la oración “sacerdotal” de Jesús. Es la oración de nuestro Sumo Sacerdote, inseparable de su sacrificio, de su “paso” [pascua] hacia el Padre donde él es “consagrado” enteramente al Padre» (n. 2747).
Esta oración de Jesús es comprensible en su extrema riqueza sobre todo si la colocamos en el trasfondo de la fiesta judía de la expiación, el Yom kippur. Ese día el Sumo Sacerdote realiza la expiación primero por sí mismo, luego por la clase sacerdotal y, finalmente, por toda la comunidad del pueblo. El objetivo es dar de nuevo al pueblo de Israel, después de las transgresiones de un año, la consciencia de la reconciliación con Dios, la consciencia de ser el pueblo elegido, el «pueblo santo» en medio de los demás pueblos. La oración de Jesús, presentada en el capítulo 17 del Evangelio según san Juan, retoma la estructura de esta fiesta. En aquella noche Jesús se dirige al Padre en el momento en el que se está ofreciendo a sí mismo. Él, sacerdote y víctima, reza por sí mismo, por los apóstoles y por todos aquellos que creerán en él, por la Iglesia de todos los tiempos (cf. Jn 17, 20).
La oración que Jesús hace por sí mismo es la petición de su propia glorificación, de su propia «elevación» en su «Hora». En realidad es más que una petición y que una declaración de plena disponibilidad a entrar, libre y generosamente, en el designio de Dios Padre que se cumple al ser entregado y en la muerte y resurrección. Esta «Hora» comenzó con la traición de Judas (cf. Jn 13, 31) y culminará en la ascensión de Jesús resucitado al Padre (cf. Jn 20, 17). Jesús comenta la salida de Judas del cenáculo con estas palabras: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él» (Jn 13, 31). No por casualidad, comienza la oración sacerdotal diciendo: «Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti» (Jn 17, 1).
[…] En el centro de esta oración de intercesión y de expiación en favor de los discípulos está la petición de consagración. Jesús dice al Padre: «No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los envío también al mundo. Y por ellos yo me consagro a mí mismo, para que también ellos sean consagrados en la verdad» (Jn 17, 16-19). Pregunto: En este caso, ¿qué significa «consagrar»? Ante todo es necesario decir que propiamente «consagrado» o «santo» es sólo Dios. Consagrar, por lo tanto, quiere decir transferir una realidad —una persona o cosa— a la propiedad de Dios. Y en esto se presentan dos aspectos complementarios: por un lado, sacar de las cosas comunes, separar, «apartar» del ambiente de la vida personal del hombre para entregarse totalmente a Dios; y, por otro, esta separación, este traslado a la esfera de Dios, tiene el significado de «envío», de misión: precisamente porque al entregarse a Dios, la realidad, la persona consagrada existe «para» los demás, se entrega a los demás. Entregar a Dios quiere decir ya no pertenecerse a sí mismo, sino a todos. Es consagrado quien, como Jesús, es separado del mundo y apartado para Dios con vistas a una tarea y, precisamente por ello, está completamente a disposición de todos. Para los discípulos, será continuar la misión de Jesús, entregarse a Dios para estar así en misión para todos. La tarde de la Pascua, el Resucitado, al aparecerse a sus discípulos, les dirá: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (Jn 20, 21).
[…]
«Podemos decir que en la oración sacerdotal de Jesús se cumple la institución de la Iglesia… Precisamente aquí, en el acto de la última Cena, Jesús crea la Iglesia. Porque, ¿qué es la Iglesia sino la comunidad de los discípulos que, mediante la fe en Jesucristo como enviado del Padre, recibe su unidad y se ve implicada en la misión de Jesús de salvar el mundo llevándolo al conocimiento de Dios? Aquí encontramos realmente una verdadera definición de la Iglesia.
La Iglesia nace de la oración de Jesús. Y esta oración no es solamente palabra: es el acto en que él se “consagra” a sí mismo, es decir, “se sacrifica” por la vida del mundo» (cf. Jesús de Nazaret, II, 123 s).
Jesús ruega para que sus discípulos sean uno. En virtud de esa unidad, recibida y custodiada, la Iglesia puede caminar «en el mundo» sin ser «del mundo» (cf. Jn 17, 16) y vivir la misión que le ha sido confiada para que el mundo crea en el Hijo y en el Padre que lo envió. La Iglesia se convierte entonces en el lugar donde continúa la misión misma de Cristo: sacar al «mundo» de la alienación del hombre de Dios y de sí mismo, es decir, sacarlo del pecado, para que vuelva a ser el mundo de Dios.
Queridos hermanos y hermanas, hemos comentado sólo algún elemento de la gran riqueza de la oración sacerdotal de Jesús, que os invito a leer y a meditar, para que nos guíe en el diálogo con el Señor, para que nos enseñe a rezar. Así pues, también nosotros, en nuestra oración, pidamos a Dios que nos ayude a entrar, de forma más plena, en el proyecto que tiene para cada uno de nosotros; pidámosle que nos «consagre» a él, que le pertenezcamos cada vez más, para poder amar cada vez más a los demás, a los cercanos y a los lejanos; pidámosle que seamos siempre capaces de abrir nuestra oración a las dimensiones del mundo, sin limitarla a la petición de ayuda para nuestros problemas, sino recordando ante el Señor a nuestro prójimo, comprendiendo la belleza de interceder por los demás; pidámosle el don de la unidad visible entre todos los creyentes en Cristo —lo hemos invocado con fuerza en esta Semana de oración por la unidad de los cristianos—; pidamos estar siempre dispuestos a responder a quien nos pida razón de la esperanza que está en nosotros (cf. 1 P 3, 15). Gracias.
Catecismo de la Iglesia Católica
«Santificado sea tu nombre»
2807 El término “santificar” debe entenderse aquí, en primer lugar, no en su sentido causativo (solo Dios santifica, hace santo) sino sobre todo en un sentido estimativo: reconocer como santo, tratar de una manera santa. Así es como, en la adoración, esta invocación se entiende a veces como una alabanza y una acción de gracias (cf Sal 111, 9; Lc 1, 49). Pero esta petición es enseñada por Jesús como algo a desear profundamente y como proyecto en que Dios y el hombre se comprometen. Desde la primera petición a nuestro Padre, estamos sumergidos en el misterio íntimo de su Divinidad y en el drama de la salvación de nuestra humanidad. Pedirle que su Nombre sea santificado nos implica en “el benévolo designio que Él se propuso de antemano” (Ef 1, 9) para que nosotros seamos “santos e inmaculados en su presencia, en el amor” (Ef 1, 4).
2808 En los momentos decisivos de su Economía, Dios revela su Nombre, pero lo revela realizando su obra. Esta obra no se realiza para nosotros y en nosotros más que si su Nombre es santificado por nosotros y en nosotros.
2809 La santidad de Dios es el hogar inaccesible de su misterio eterno. Lo que se manifiesta de Él en la creación y en la historia, la Escritura lo llama Gloria, la irradiación de su Majestad (cf Sal 8; Is 6, 3). Al crear al hombre “a su imagen y semejanza” (Gn 1, 26), Dios “lo corona de gloria” (Sal 8, 6), pero al pecar, el hombre queda “privado de la Gloria de Dios” (Rm 3, 23). A partir de entonces, Dios manifestará su Santidad revelando y dando su Nombre, para restituir al hombre “a la imagen de su Creador” (Col 3, 10).
2810 En la promesa hecha a Abraham y en el juramento que la acompaña (cf Hb 6, 13), Dios se compromete a sí mismo sin revelar su Nombre. Empieza a revelarlo a Moisés (cf Ex 3, 14) y lo manifiesta a los ojos de todo el pueblo salvándolo de los egipcios: “se cubrió de Gloria” (Ex 15, 1). Desde la Alianza del Sinaí, este pueblo es “suyo” y debe ser una “nación santa” (cf Ex 19, 5-6) (o “consagrada”, que es la misma palabra en hebreo), porque el Nombre de Dios habita en él.
2811 A pesar de la Ley santa que le da y le vuelve a dar el Dios Santo (cf Lv 19, 2: “Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios soy santo”), y aunque el Señor “tuvo respeto a su Nombre” y usó de paciencia, el pueblo se separó del Santo de Israel y “profanó su Nombre entre las naciones” (cf Ez 20, 36). Por eso, los justos de la Antigua Alianza, los pobres que regresaron del exilio y los profetas se sintieron inflamados por la pasión por su Nombre.
2812 Finalmente, el Nombre de Dios Santo se nos ha revelado y dado, en la carne, en Jesús, como Salvador (cf Mt 1, 21; Lc 1, 31): revelado por lo que Él es, por su Palabra y por su Sacrificio (cf Jn 8, 28; 17, 8; 17, 17-19). Esto es el núcleo de su oración sacerdotal: “Padre santo … por ellos me consagro a mí mismo, para que ellos también sean consagrados en la verdad” (Jn 17, 19). Jesús nos “manifiesta” el Nombre del Padre (Jn 17, 6) porque “santifica” Él mismo su Nombre (cf Ez 20, 39; 36, 20-21). Al terminar su Pascua, el Padre le da el Nombre que está sobre todo nombre: Jesús es Señor para gloria de Dios Padre (cf Flp 2, 9-11).
2813 En el agua del bautismo, hemos sido “lavados […] santificados […] justificados en el Nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios” (1 Co 6, 11). A lo largo de nuestra vida, nuestro Padre “nos llama a la santidad” (1 Ts 4, 7) y como nos viene de Él que “estemos en Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros […] santificación” (1 Co 1, 30), es cuestión de su Gloria y de nuestra vida el que su Nombre sea santificado en nosotros y por nosotros. Tal es la exigencia de nuestra primera petición.
«¿Quién podría santificar a Dios puesto que Él santifica? Inspirándonos nosotros en estas palabras “Sed santos porque yo soy santo” (Lv 20, 26), pedimos que, santificados por el bautismo, perseveremos en lo que hemos comenzado a ser. Y lo pedimos todos los días porque faltamos diariamente y debemos purificar nuestros pecados por una santificación incesante […] Recurrimos, por tanto, a la oración para que esta santidad permanezca en nosotros» (San Cipriano de Cartago, De dominica Oratione, 12).
2814 Depende inseparablemente de nuestra vida y de nuestra oración que su Nombre sea santificado entre las naciones:
«Pedimos a Dios santificar su Nombre porque Él salva y santifica a toda la creación por medio de la santidad. […] Se trata del Nombre que da la salvación al mundo perdido, pero nosotros pedimos que este Nombre de Dios sea santificado en nosotros por nuestra vida. Porque si nosotros vivimos bien, el nombre divino es bendecido; pero si vivimos mal, es blasfemado, según las palabras del apóstol: “el nombre de Dios, por vuestra causa, es blasfemado entre las naciones”(Rm 2, 24; Ez 36, 20-22). Por tanto, rogamos para merecer tener en nuestras almas tanta santidad como santo es el nombre de nuestro Dios (San Pedro Crisólogo, Sermo 71, 4).
«Cuando decimos “santificado sea tu Nombre”, pedimos que sea santificado en nosotros que estamos en él, pero también en los otros a los que la gracia de Dios espera todavía para conformarnos al precepto que nos obliga a orar por todos, incluso por nuestros enemigos. He ahí por qué no decimos expresamente: Santificado sea tu Nombre “en nosotros”, porque pedimos que lo sea en todos los hombres» (Tertuliano, De oratione, 3, 4).
2815 Esta petición, que contiene a todas, es escuchada gracias a la oración de Cristo, como las otras seis que siguen. La oración del Padre Nuestro es oración nuestra si se hace “en el Nombre” de Jesús (cf Jn 14, 13; 15, 16; 16, 24. 26). Jesús pide en su oración sacerdotal: “Padre santo, cuida en tu Nombre a los que me has dado” (Jn 17, 11).
Joseph Ratzinger (Benedicto XVI)
Jesús de Nazaret, Tomo I
Capítulo 10, 2 (in fine)
Volvamos a la exclamación de júbilo. Este ser uno con el Padre que, como hemos visto en los versículos 25 y 27, se puede entender como ser uno en la voluntad y el conocimiento, enlaza en la primera mitad del versículo 27 con la misión universal de Jesús y, por tanto, en relación con la historia universal: «Todo me lo ha entregado mi Padre». Si analizamos en toda su profundidad la exclamación de júbilo de los sinópticos, podemos apreciar cómo en ella está contenida toda la teología del Hijo que encontramos en Juan. También allí el ser Hijo consiste en un conocimiento mutuo y una unidad en la voluntad; también allí el Padre es el dador, pero que ha confiado «todo» al Hijo, convirtiéndole precisamente por ello en Hijo, en igual a Él: «Todo lo mío es tuyo, y todo lo tuyo es mío» (Jn 17, 10). Y también allí este «dar» del Padre llega hasta la creación, al «mundo»: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo unigénito» (Jn 3, 16). La palabra «unigénito» remite, por un lado, al Prólogo, donde el Logos es definido como el «unigénito Dios»: monogenes theos» (1, 18). Pero, por otro, recuerda a Abraham, que no le negó a Dios a su hijo, a su «único hijo» (Gn 22, 2.12). El «dar» del Padre se consuma en el amor del Hijo «hasta el extremo» (Jn 13, 1), esto es, hasta la cruz. El misterio de amor trinitario que se perfila en la palabra «Hijo» es uno con el misterio de amor en la historia que se cumple en la Pascua de Jesús.
En Juan, la expresión «el Hijo» encuentra también su lugar en la oración de Jesús, que sin embargo es diferente a la oración de las criaturas: es el diálogo de amor en Dios mismo, el diálogo que es Dios. Así, a la palabra «Hijo» le corresponde el simple apelativo de «Padre», que el evangelista Marcos ha conservado para nosotros en su forma aramea primitiva, «Abbá», en la escena del monte de los Olivos.
En diversos estudios minuciosos, Joachim Jeremías ha demostrado la singularidad de esta forma que tiene Jesús de llamar a Dios que, dada su intimidad, era impensable en el ambiente en que Jesús se movía. En ella se expresa la «unicidad» del «Hijo». Pablo nos dice que los cristianos, gracias a la participación en el Espíritu de Hijo que Jesús les ha dado, están autorizados a decir: «Abbá, Padre» (cf. Rm 8,15; Ga 4,6). Con ello queda claro que este nuevo modo de rezar de los cristianos sólo es posible a partir de Jesús, a partir de El, el Unigénito.
La palabra Hijo, con su correspondiente de Padre-Abbá, nos permite asomarnos al interior de Jesús, más aún, al interior de Dios mismo. La oración de Jesús es el verdadero origen de la expresión «el Hijo». No tiene antecedentes en la historia, de la misma manera que el Hijo mismo «es nuevo», aunque en él confluyan Moisés y los Profetas. El intento de reconstruir, a partir de la literatura postbíblica, como las Odas de Salomón (siglo II d.C), por ejemplo, unos antecedentes precristianos, «gnósticos», de los cuales dependería el mismo Juan, carece de sentido si se respetan las posibilidades y los límites del método histórico. Existe la originalidad de Jesús. Sólo El es «el Hijo».