Fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret (B) – Homilías
/ 27 diciembre, 2014 / Tiempo de NavidadLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Gn 15, 1-6; 21, 1-3: Uno salido de tus entrañas será tu heredero
Sal 104, 1-2. 3-4. 5-6. 8-9: El Señor es nuestro Dios, se acuerda de su alianza eternamente
Heb 11, 8. 11-12. 17-19: La fe de Abraham, de Sara y de Isaac
Lc 2, 22-40: El niño iba creciendo, lleno de sabiduría
Lc 2, 22. 39-40: El niño iba creciendo, lleno de sabiduría
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
San Juan XXIII, papa
Discurso (10-01-1960): Que no reine el espíritu mundano en la familia
domingo 10 de enero de 1960Hoy que la Iglesia pone a la consideración de los fieles el ejemplo de virtud de la Sagrada Familia, nos complacemos en invocar la protección de Jesús, María y José sobre las queridas familias de todos nuestros hijos.
Nos las imaginamos a todas aquí presentes, unidas con Nos en un mismo afecto, y comprendemos los deseos, angustias y temores de cada uno. Nuestro corazón sabe alegrarse con el que se alegra y sufrir con el que sufre (Rom 12,15). Conocemos también las dificultades que hay en las familias, especialmente en las numerosas, cuyos sacrificios suelen ignorarse e incluso, a veces, ni se aprecian.
Sabemos que el espíritu mundano, empleando cada vez mayores incentivos, trata de insinuarse en esta santa institución familiar, que Dios ha querido como custodia y salvaguardia de la dignidad del hombre, del primer despertar de la vida a la juventud impetuosa y de la edad madura a la vejez.
Por tanto, dirigimos, mejor, repetimos a todos la invitación de la liturgia a que miren con segura confianza el ejemplo de la Sagrada Familia que Jesús santificó con inefables virtudes.
El secreto de la verdadera paz, de la mutua y permanente concordia, de la docilidad de los hijos, del florecimiento de las buenas costumbres está en la constante y generosa imitación de la amabilidad, modestia y mansedumbre de la familia de Nazaret, en la que Jesús, Sabiduría eterna del Padre, se nos ofrece junto con María, su madre purísima, y San José, que representa al Padre celestial.
En esta luz todo se transforma en las grandes realidades de la familia cristiana como poco ha hemos puesto de manifiesto en la alocución de la misa de Nochebuena: «Esponsales iluminados por la luz de lo alto; matrimonio sagrado e inviolable dentro de respeto a sus cuatro notas características: fidelidad castidad, amor mutuo y santo temor del Señor; espíritu de prudencia y de sacrificio en la educación cuidadosa de los hijos; y siempre, siempre y en toda circunstancia, en disposición de ayudar, de perdonar, de compartir, de otorgar a otros la confianza que nosotros quisiéramos se nos otorgara. Es así como se edifica la casa que jamás se derrumba».
De nuestro corazón brota el deseo de esta segura esperanza que es garantía de paz inalterable y se une a cada uno de vosotros para acompañaron en el año nuevo, y que reforzamos con una oración especial que elevamos al cielo fervorosamente con las familias de todos los que nos escuchan, especialmente de aquellas que por falta de medios, de trabajo y de salud sufren dolorosas privaciones.
Nuestro pensamiento se dirige sobre todo a la juventud esperanza y consuelo de la Iglesia y futuro sostén de la sociedad y más que nada —ya lo repetimos el pasado año— a cuantos jóvenes van a formar un hogar y no pueden por dificultades económicas. A todos deseamos una vida llena de la divina gracia, que se afiance en la defensa de los valores espirituales, y llena de la prosperidad y suavidad de los bienes de este mundo.
San Juan Pablo II, papa
Ángelus (27-12-1981): La familia es lugar por excelencia
domingo 27 de diciembre de 19811. Hoy nuestros pensamientos y nuestros corazones se dirigen hacia la Sagrada Familia de Nazaret. Mediante el misterio de la Navidad del Señor, el Hijo de Dios se ha hecho hijo del hombre, viniendo a formar parte de la familia humana. Dios, que es Amor, ha entrado en una familia, queriendo hacer así de ella un lugar particular del amor y una verdadera "Iglesia doméstica".
Sólo conocemos algunos hechos de la historia de la Familia Nazarena; sin embargo, cada uno de ellos está lleno de elocuencia. El pasaje del Evangelio de San Lucas, que leemos hoy, recuerda la presentación del Niño en el templo de Jerusalén, a los 40 días de su nacimiento en Belén: "Llevaron a Jesús a Jerusalén, para presentarlo al Señor" (Lc 2, 22). De este modo cumplieron el deber previsto por la ley de la Antigua Alianza, que establecía: "Todo primogénito varón será consagrado al Señor" (cf. Ex 13, 2).
Sin embargo, ninguno de los hijos de los hombres, que ha venido al mundo en cualquier tiempo, en cualquier familia humana, ha sido tan consagrado a Dios como Jesús, ya en la misma concepción y en su nacimiento. Por tanto, Él revela más plenamente a la humanidad esta verdad, a saber, que la familia humana es la comunidad en la que nace el hombre a fin de vivir para Dios y para los hombres. Nace para vivir a medida de estos destinos, que tienen su comienzo en el Amor eterno.
2. Durante el Sínodo de los Obispos de 1980, dedicado a la misión de la familia cristiana, la Iglesia rezó la siguiente oración, que yo mismo compuse y que ahora os invito a seguir, mientras la repito ante vosotros: Oh Dios, de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra, / Padre, que eres Amor y Vida, / haz que cada familia humana sobre la tierra se convierta, / por medio de tu Hijo, Jesucristo, "nacido de Mujer", / y mediante el Espíritu Santo, fuente de caridad divina, / en verdadero santuario de la vida y del amor / para las generaciones que siempre se renuevan. / Haz que tu gracia guíe los pensamientos y las obras de los esposos / hacia el bien de sus familias / y de todas las familias del mundo. / Haz que las jóvenes generaciones encuentren en la familia un fuerte apoyo / para su humanidad y su crecimiento en la verdad y en el amor. / Haz que el amor corroborado por la gracia del sacramento del matrimonio, / se demuestre más fuerte que cualquier debilidad y cualquier crisis, / por las que a veces pasan nuestras familias. / Haz finalmente, te lo pedimos por intercesión de la Sagrada Familia de Nazaret, / que la Iglesia en todas las naciones de la tierra / pueda cumplir fructíferamente su misión / en la familia y por medio de la familia. / Por Cristo nuestro Señor que es el camino, la verdad y la vida, / por los siglos de los siglos. Amén.
3. [...] Los frutos del Sínodo, que se celebró en octubre de 1980, conforme al deseo de los obispos que participaron en él, han encontrado su expresión en la Exhortación Apostólica Familiaris consortio. Juntamente con esta Exhortación se han enviado al Consejo para la Familia, instituido recientemente, todas las "Proposiciones" del Sínodo, a fin de que todas juntas constituyan un fundamento para el trabajo con el que la Iglesia quiere manifestar su amor por la familia.
"Amar a la familia significa saber estimar sus valores y posibilidades, promoviéndolos siempre. Amar a la familia significa individuar los peligros y males que la amenazan, para poder superarlos. Amar a la familia significa esforzarse por crear un ambiente que favorezca su desarrollo. Finalmente, una forma eminente de amor es dar a la familia cristiana de hoy, con frecuencia tentada por el desánimo y angustiada por las dificultades crecientes, razones de confianza en sí misma, en las propias riquezas de naturaleza y gracia, en la misión que Dios le ha confiado: "Es necesario que las familias de nuestro tiempo vuelvan a remontarse más alto. Es necesario que sigan a Cristo" (Exh. Apost. Familiaris consortio, 86).
En este espíritu oremos hoy, abrazando con el pensamiento y con el corazón a todas las familias del mundo entero.
Ángelus (30-12-1984): La salvación del mundo vino por la familia
domingo 30 de diciembre de 19841. "El ángel del Señor anunció a María, y concibió por obra del Espíritu Santo".
Esta concepción por obra del Espíritu Santo da comienzo a la vida humana del Verbo eterno. Es concebido en el seno de la Virgen Madre Él que es engendrado eternamente por el Padre como Hijo consustancial con Él.
La concepción por obra del Espíritu Santo es premisa para el nacimiento de Dios. En el tiempo establecido para ello, el Hijo de Dios, concebido en el seno de la Virgen, viene al mundo la noche de Belén y se revela como Hombre.
Con el nacimiento de Jesús de Nazaret alcanza fecunda plenitud, en medio de la humanidad, esta Familia maravillosa en la que el Hijo de Dios llegó a ser Hombre.
Antes de la concepción por obra del Espíritu Santo, María era ya esposa de José; y tras el nacimiento ?también éste por obra del Espíritu Santo?, el esposo de la Virgen pasa a ser ante los hombres "padre putativo" de Jesús. A él se concedió compartir la solicitud del mismo Padre eterno hacia su Hijo eterno, que nació en cuanto hombre la noche de Belén.
2. Hoy se dirige la Iglesia con veneración y amor particular a la Sagrada Familia de Nazaret. Al mismo tiempo se dirige a todas las familias humanas, a través de esta Familia única en la historia de la humanidad. Y ora por ellas.
Con las palabras del Apóstol, que se oyen en la liturgia de este domingo, les dice:
"La paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón" (Col 3, 15).
"La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza" (Col 3, 16).
Toda familia comienza con la alianza matrimonial del hombre y la mujer, y éstos llegan a ser padres colaborando con la potencia creadora de Dios. En el misterio del nacimiento de Dios están llamados a mirar con los ojos de la fe su vocación, tanto humana como cristiana.
La salvación del mundo vino a través del corazón de la Sagrada Familia y se enraizó en la historia del hombre una vez por siempre. La salvación del mundo, el porvenir de la humanidad de los pueblos y sociedades pasa siempre por el corazón de toda familia. Aquí se forma. Oremos hoy por todas las familias del mundo para que logren responder a su vocación tal y como respondió la Sagrada Familia de Nazaret.
Oremos especialmente por las familias que sufren, pasan por muchas dificultades o se ven amenazadas en su indisolubilidad y en el gran servicio al amor y a la vida para el que Dios las eligió.
Ángelus (27-12-1987): La santidad en la familia es posible y necesaria
domingo 27 de diciembre de 19871. Este domingo, que viene a continuación de la solemnidad de la Natividad del Señor, la Iglesia lo dedica a la celebración de la Sagrada Familia. Después de haber concentrado nuestra atención los días pasados en el misterio del Hijo, de Dios que se ha hecho un Niño para la salvación de todos, se nos invita a meditar en esa cuna de amor y de acogida que llamamos "familia".
El nombre oficial de la fiesta litúrgica es "Sagrada Familia: Jesús, María y José". Y el título expresa por sí solo toda la sublime realidad de un hecho humano-divino, al presentar ante nosotros un modelo que reproducir en la vida, para que cada familia, especialmente la cristiana, se empeñe en realizar en sí misma esa armonía, honradez, paz, amor, que fueron prerrogativas admirables de la Familia de Nazaret.
2. La santidad de la familia es el camino real y el recorrido obligado para construir una sociedad nueva y mejor, para volver a dar esperanza en el futuro a un mundo sobre el que pesan tantas amenazas. Por eso, las familias cristianas de hoy han de saber aprender de ese núcleo de amor y de entrega sin reservas que fue la Sagrada Familia. El Hijo de Dios hecho un niño, como todos los nacidos de mujer, recibía allí continuamente los cuidados de la Madre. María, que siempre había permanecido Virgen, consagraba diariamente su vida a la sublime misión de la maternidad, y por eso también hoy todas las generaciones la llaman bienaventurada. José, designado para proteger el misterio de la filiación divina de Jesús y la maternidad virginal de María, cumplía su papel, de forma consciente, en silencio y en obediencia a la voluntad divina. ¡Qué escuela, qué misterio!
3. El Hijo de Dios vino a la tierra para salvar a todos los seres humanos, transformándolos profundamente desde dentro, para hacerlos semejantes a Él, Hijo del Padre celestial. Para llevar a cabo esa misión, pasó la mayor parte de su vida terrena en el seno de una familia, con el fin de hacernos comprender la importancia insustituible de esta primera célula de la sociedad, que contiene virtualmente todo el organismo.
La familia de por sí es sagrada, porque sagrada es la vida humana, que solamente en el ámbito de la institución familiar se engendra, se desarrolla y perfecciona de forma digna del hombre. La sociedad del mañana será lo que sea hoy la familia.
Ésta, por desgracia, en la actualidad está sometida a toda clase de insidias por parte de quien busca herir su tejido y minar la natural y sobrenatural unidad, disgregando los valores morales sobre los que se funda con todos los medios que hoy pone a su alcance el permisivismo social, especialmente con los "massmedia", y negando el principio esencial del respeto a la sacralidad de toda vida humana, desde el primer estadio de la existencia. Hay que recuperar el sentido vivo de las prerrogativas humanas y cristianas de la familia y de su inderogable función: la de ser una comunidad profundamente imbuida del amor, de modo que ofrezca a la vida que nace un nido cálido y seguro, en el que el nuevo ser humano pueda educarse en la estima de sí mismo y de los demás, reconociendo los verdaderos valores, conociendo y amando al Padre celestial "de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra" (Ef 3, 15).
Queridos hermanos y hermanas: Recemos a Jesús, María y José, para que renazca por todas partes el don inigualable de la santidad de la familia.
Homilía (10-05-1988): La Familia: un lugar para aprender a encontrar a Dios y a amar
martes 10 de mayo de 1988«Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos» (Sal 128 [127], 1).
1. A todos los que escucháis quiero hacer llegar la bendición anunciada en el Salmo de la liturgia de este día. ¡Dios Omnipotente, nuestro Padre y Creador, bendiga a todos! ... A todos os traigo el ósculo de la paz, como Obispo de Roma que viene a vosotros desde la Sede del Apóstol Pedro. A todos os deseo que caminéis por los caminos del Señor, dejándoos guiar por el temor de Dios que es el «comienzo de la sabiduría» (Pr 9, 10).
2. De modo particularquiero dirigirme a todas las familias bolivianas sin excepción.
La liturgia de hoy nos hace partícipes de la vida de la Sagrada Familia, en el hogar de Nazaret. Dios inaugura la plenitud de los tiempos, en las circunstancias más normales y ordinarias: en una familia, en una casa, en una pequeña aldea de Galilea. Allí, junto a José, maestro carpintero, vive y trabaja Jesús, el Hijo de Dios, hecho hombre y nacido de la Virgen María. En esta familia, el que sería la salvación del mundo, aprende como cualquier niño a caminar por la vida. El Hijo de Dios vive en Nazaret hasta que cumple treinta años, junto a su madre terrena y junto a aquel que, por encargo del Padre del cielo, asume la responsabilidad de padre en la tierra.
El Evangelista compendia en una sola frase aquellos años de vida oculta: «El niño iba creciendo y robusteciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios lo acompañaba» (Lc2, 40).
La Sagrada Familia, ejemplo y modelo de toda familia cristiana, manifiesta los ideales que, según el eterno designio de Dios, toda familia debe buscar para ser digna del nombre con el cual ha sido designada por la tradición cristiana: iglesia doméstica.
3. El Salmo que hemos cantadonos muestra la vida familiar y matrimonial donde todos y cada uno –el padre, la madre y los hijos–, hallan su lugar adecuado. Siendo fieles a la propia vocación, dentro de la familia, encuentran también –junto con la bendición divina– una verdadera felicidad humana.
«Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos» (Sal 128 [127], 1).
Dichoso el esposo que, como San José, manifiesta su amor ganando el sustento para su casa con el trabajo de sus manos. «Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien» nos dice el Salmo (Sal 128 [127], 2).
Vuestra sabiduría ancestral, queridos hermanos de Aymara, enseña: Jani lun thata: No seas ladrón. Jani qaira: no seas flojo. Jani kari: no seas mentiroso.
Son éstas unas virtudes que, aplicadas a vuestro trabajo, han de ser manifestación del amor a Dios y al prójimo, ejemplo de fortaleza para vuestros hijos, y que traerán la felicidad a vuestras familias.
Dichosa la esposa, cuya maternidad compara el Salmista a la «vid fecunda» (Ibíd. 3), mujer y madre, corazón de la familia, que constituye verdaderamente la «intimidad de la casa» (Ibíd.), y en torno a la cual todos se congregan sintiendo su amor solícito. La mujer, como María, con su amor y su trabajo, oculto y esforzado, da consistencia al hogar.
Dichosos los hijos, –en palabras del Salmo– que crecen desde niños en la familia «como brotes de olivo» (Ibíd.). No sólo «en torno a la mesa común» (Ibíd.), sino sobre todo en torno a sus padres, que deben ser el mejor modelo para «crecer en sabiduría y gracia» como Jesús en Nazaret.
Dichosa, finalmente, la sociedad que permite y hace posible que crezcan dignamente sus familias, que favorece el sereno y fecundo desarrollo de la vocación de cada uno dentro de los hogares.
4. Dios es amor. Así nos lo muestra la Sagrada Familia, ya que ninguna otra cosa puede ocupar el centro de la vida familiar, y de toda vida cristiana sino el amor. Es más, según el designio divino, la familia está constituida precisamente como «íntima comunidad de vida y de amor» (Gaudium et spes, 48; cf. Familiaris consortio, 17) y a ella le compete «la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la comunidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia, su esposa» (Familiaris consortio, 17).
Por el amor conyugal, el hombre y la mujer «ya no son dos, sino una sola carne» (Mt 19, 6; Gen 2, 24), llamados a crecer continuamente en su comunión a través de la fidelidad cotidiana a la promesa matrimonial de la recíproca donación total (Familiaris consortio, 19).
Dios Padre quiso, además, confirmar, purificar y elevar a la perfección la unión entre varón y mujer, convirtiéndola en sacramento grande, símbolo de la unión entre Cristo y la Iglesia (cf Ef 5, 32). En este misterio, el Espíritu Santo da a los esposos la gracia necesaria para desarrollar esta comunión de vida y mantenerla indisoluble hasta la muerte (Familiaris consortio, 19-20). Por eso, siguiendo la enseñanza de Jesucristo, es preciso recordar con firmeza la doctrina de la indisolubilidad del matrimonio, haciendo llegar la ayuda maternal de la Iglesia a «cuantos consideran difícil o incluso imposible vincularse a una persona de por vida, y a cuantos son arrastrados por una cultura que rechaza la indisolubilidad matrimonial y se mofa abiertamente del compromiso de los esposos a la fidelidad» (Ibíd. 20).
Hermanos míos ... No os dejéis seducir por el fácil recurso al divorcio, ni rechacéis la gracia del sacramento, optando por modos de unión contrarios al querer de Dios y a la ley natural, como el concubinato, en donde no puede estar presente el amor pleno. Ayudad a vuestros amigos, parientes y conocidos que puedan hallarse todavía en estas situaciones, o en lo que vosotros llamáis «sirviñacuy», a que entiendan el verdadero significado del matrimonio cristiano y lleguen, con la gracia de Dios, a la riqueza y plenitud del sacramento, como os han aconsejado vuestros obispos (cf. Episcopado boliviano, Epistula Pastoralis «De familia», 109). Sólo un matrimonio indisoluble puede ser la base firme y duradera de una comunidad familiar, que cumpla su vocación de centro de manifestación y difusión del amor. «El amor no pasa nunca» (1Co 13, 8), nos dice San Pablo.
5. El verdadero amor es fiel. Construid, pues vuestra familia, vuestro hogar sobre la base de la fidelidad, de la donación sin reservas, dando vida en vosotros al amor que «es comprensivo, es servicial, no busca su interés, no se irrita, todo lo excusa, todo lo soporta» (Ibíd. 13, 4-7), compartiendo bienes, alegrías y sufrimientos.
El amor es grande y auténtico no sólo cuando parece sencillo y agradable, sino también y sobre todo cuando se confirma en las pequeñas o grandes pruebas de la vida. Los sentimientos que animan a las personas manifiestan su más honda consistencia en los momentos difíciles. Es entonces cuando arraigan en los corazones la entrega mutua y el cariño, porque el verdadero amor no piensa en sí mismo, sino en cómo acrecentar el verdadero bien de la persona amada.
Las pequeñas discrepancias, lógicas en una convivencia tan intensa, no deben enfriar la mutua unión; han de ser motivo para renovar la donación generosa. Vuestras familias cristianas y bolivianas deben ser un remanso de paz donde, por encima de las pequeñas contrariedades cotidianas, se pueda palpar un amor hondo y sincero, una serenidad profunda, fruto del cariño y de una fe real y vivida.
Evitad asimismo la altanería, el amor propio, que es el mayor enemigo de la armonía entre los esposos. No huyáis de las obligaciones familiares poniendo el corazón en otros objetivos –como los problemas del trabajo, de la sociedad o de la política–, o peor aún, buscando refugio en la bebida excesiva u otros hábitos degradantes para la persona, o en una liberación femenina que no proporciona, sino que subyuga aún más a la mujer.
La familia debe ser vuestro lugar de encuentro con Dios. Cada familia está llamada por el Dios de la paz a construir día a día su felicidad en la comunión. En esta ciudad, que vive bajo la advocación de la Reina de la Paz, os aliento a acudir con frecuencia al sacramento de la reconciliación, a la comunión del único Cuerpo de Cristo y a cuidar el cumplimiento del precepto dominical. Fundaréis así sólidamente la presencia del amor de vuestras familias y vuestra paz en Cristo será fuente de felicidad para toda Bolivia (Familiaris consortio, 21).
6. El auténtico amor de Dios dentro de la comunión matrimonial se manifiesta necesariamente en una actitud positiva ante la vida, y fructifica en la procreación, como enseñó el Papa Pablo VI: «Todo acto conyugal debe permanecer abierto a la transmisión de la vida» (Humanae vitae, 11), El anticoncepcionismo es una falsificación del amor conyugal, que convierte el don de participar en la acción creadora de Dios en una mera convergencia de egoísmos mezquinos (Familiaris consortio, 30 y 32).
Además, defender la vida es defender la dignidad de las personas. Es defender vuestra patria, vuestros recursos naturales y vuestra riquísima cultura y tradiciones. No permitáis que otros, persiguiendo propios intereses materiales, os impongan soluciones que pretenden induciros a cegar las fuentes de la vida; ni toleréis la injusticia de que condicionen la ayuda económica para la promoción de vuestras comunidades a la limitación de los nacimientos (Sollicitudo rei socialis, 25).
La Iglesia, como Madre y Maestra, sabe que los esposos pueden pasar por situaciones difíciles y, en consecuencia, quiere ayudarles a encontrar los modos de resolverlas según el designio divino. También aquí, el recurso frecuente a la oración y a los sacramentos será la sólida base sobre la cual edificar la cooperación con la divina Providencia (Familiaris consortio, 33) .
Y, ¿cómo no recordar en este momento, que si no se pueden poner obstáculos a la vida, menos aún se puede eliminar a pequeños no nacidos aún, como se hace con el aborto? Quien niegue la defensa del ser humano más inocente y débil, esto es, la persona humana ya concebida pero todavía no nacida, cometerá una gravísima violación del orden moral y de los derechos humanos, que ninguna persona o institución puede justificar (cf. Gaudium et spes, 51; Homilía durante la santa misa para las familias, Madrid, 2 de noviembre de 1982).
«Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos» (Sal 128 [127], 1). Dichosos los esposos que aceptan el amor del Señor en el amor mutuo, dando vida a nuevos seres, creados a imagen y semejanza de Dios, que serán su alegría y el sentido de sus vidas.
7. El Evangelio que acabamos de proclamar nos muestra en detalle una escena muy significativa de la Sagrada Familia con ocasión de las fiestas de la Pascua: Jesús, muchacho de doce años, sube a Jerusalén con sus padres, y se queda en el templo, de modo que no lo encuentran hasta después de tres días de haber emprendido el regreso a Nazaret. El Evangelista nos cuenta cómo lo buscaron, y cómo finalmente «lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros escuchándolos y haciéndoles preguntas» (Lc2, 46).
Jesús, de manos de María y de José, sube al templo como nos narra San Lucas. También vosotros, como Jesús, María y José, habéis de ir a la casa del Señor. En vuestras iglesias y parroquias, sed asiduos en la oración, en los sacramentos, en la catequesis, llevando a vuestros hijos por los caminos del bien mediante la constante y íntegra educación en las verdades de la fe y de las virtudes cristianas.
El niño debe recibir de sus padres y del ambiente familiar la primera catequesis. Las breves oraciones que le enseñan sus padres son el principio de un diálogo cariñoso con ese Dios oculto, cuya Palabra comienzan a escuchar más tarde, en la escuela y en el templo, donde son introducidos de una manera progresiva y pedagógica en la vida de Dios y de su Iglesia (Catechesi tradendae, 36).
La acción del amor de Dios en el amor de los padres y de los hijos se manifiesta como principio de construcción de la Iglesia. Una deseada primavera de vocaciones sacerdotales y religiosas que sigan más de cerca a Jesús, tiene estrecha relación con la vida en familia. Donde sea normal acoger la vida como don de Dios, donde el amor ponga a los niños en contacto inmediato con el Padre celestial, es fácil que se oiga su voz y encuentre una acogida generosa para entregarse al servicio total de los hermanos en la Iglesia.
8. Al encontrar a Jesús en el templo, nos cuenta el Evangelista San Lucas que su Madre le preguntó: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados. El les contestó: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?» (Lc2, 49). ¡Cómo nos hace meditar la respuesta de Jesús a su Madre!A los doce años ya da a conocer que ha venido a cumplir la Divina Voluntad. María y José le habían buscado con angustia, y en aquel momento no comprendieron la respuesta que Jesús les dio (cf. Ibíd. 2, 48. 50).
¡Qué dolor tan profundo en el corazón de los padres! ¡Cuántas madres conocen dolores semejantes! A veces porque no se entiende que un hijo joven siga la llamada de Dios al servicio de los demás; una llamada que los mismos padres, con su generosidad y espíritu de sacrificio, seguramente contribuyeron a suscitar. Ese dolor, ofrecido a Dios por medio de María, será después fuente de un gozo incomparable para vosotros y para vuestros hijos.
Pero María guardaba todas estas cosas en su corazón, concluye el Evangelista (cf. Ibíd. 2, 50. 51). Como nos manifiesta el último Concilio, María, guiada por la luz interior del Espíritu Santo desde el momento de la Anunciación, seguía a su divino Hijo en «la peregrinación de la fe», y en ese camino se mantuvo hasta la cruz en el Gólgota (cf. Lumen gentium, 58-61).
María siempre, y de modo particular en este Año Mariano, acompañará a las familias bolivianas, y a toda la gran familia de la Iglesia en este país, siendo su fundamento oculto y silencioso, firme en las adversidades y fuente de sus alegrías.
También la esposa boliviana, estrechamente unida a María Santísima, ha de ser la base, columna y consuelo de los esposos y hijos de esta tierra, cualesquiera que sean las dificultades que deban superar, para poder caminar todos por las sendas del Señor con la seguridad de su guía maternal.
9. Cuando ayer, sobrevolaba los nevados andinos, me aproximaba a esta querida ciudad, pude apreciar, tras el inmenso altiplano, el espléndido lago azul, el Titicaca, en cuyas orillas, en Copacabana, se venera a la Santísima Virgen, Madre de Dios y Madre nuestra, que ha querido quedarse junto a sus hijos, para compartir sus penas y alegrías.
María es fruto de ese amor maravilloso de Dios a los hombres. El amor es a su vez el mayor don de Dios y la virtud más grande del hombre. Por el amor se construye la familia y la comunidad, y sólo el amor permanecerá para siempre en nuestra eterna unión con Dios.
Por tanto, ¿qué cosa puedo desearos más ardientemente, queridos hijos e hijas de esta tierra boliviana, sino aquel amor del que nos habla San Pablo en su Carta a los Corintios? ¿Qué cosa mejor puedo desearos a vosotros esposos, madres, hijos; a ti, familia boliviana?
No existe un don más grande que el verdadero amor; y no existe mayor bien para la persona y para la comunidad que el amor.
«Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos» (Sal 128 [127], 1).
¡Caminad por las sendas del Señor! Las sendas del Señor son el amor. El amor es lo más grande (cf. 1Co 13, 13).
Ángelus (30-12-1990): La familia tiene su fundamento en la Ley Natural
domingo 30 de diciembre de 19901. La fiesta de la Sagrada Familia, que celebramos hoy, nos lleva con el pensamiento a la casa de Jesús, de su madre y de su padre putativo. La liturgia nos hace recorrer una línea no sólo geográfica, sino también espiritual, que va desde Belén, lugar del nacimiento del Niño, hasta Jerusalén, lugar de su oblación a Dios, y desde Egipto, lugar del refugio de la primera persecución, hasta Nazaret en Galilea, patria de María. Allí se establece esa familia de artesanos, compuesta por José, carpintero, María, ama de casa; y Jesús, al que le quedará el sobrenombre de "hijo del carpintero" (cf. Mt 13, 55; Mc 6, 3).
Esa familia de pobres se encuentra en el centro de la economía de la salvación como custodio del misterio de la Encarnación, pero también como espejo de los pobres, de los necesitados, cuya exaltación cantó María (cf. Lc 1, 52-53) y cuya bienaventuranza proclamaría Jesús (cf. Mt 5, 3).
2. La familia de Nazaret, sin embargo, no se encuentra en la condición de los miserables, de los que nada poseen, o de los llamados "proletarios" que con la revolución industrial irán multiplicándose y terminarán constituyendo una enorme masa de hombres obligados a trabajar y a vivir en un estado de inseguridad y de envilecimiento.
Sensible a la situación de estas personas, León XIII intervino con la encíclica "Rerum novarum" no sólo para proponer a la atención de todos el ejemplo de la Sagrada Familia, sino también para defender los derechos humanos y civiles de los esposos y de sus hijos. El gran Pontífice presenta a la familia como "sociedad doméstica, sociedad pequeña, pero verdadera y anterior a todo tipo de sociedad civil y, por tanto, con derechos y obligaciones independientes del Estado".
3. La familia es una institución que tiene su fundamento en la ley natural: de allí -insiste León XIII- el derecho de la familia a adquirir los bienes económicos necesarios para su mantenimiento, de allí la prioridad de los derechos de la familia sobre la sociedad civil y el Estado en lo que atañe al matrimonio y la educación de los hijos; y de allí la función de apoyo, que el Estado debe desempeñar con respecto a la familia. La enseñanza de la Rerum novarum es clara: "Si el hombre, si la familia, al entrar a formar parte de la sociedad civil, no encontraran en el Estado ayuda, sino ofensa y no encontraran tutela, sino disminución de sus propios derechos, sería mejor rechazar que desear la convivencia civil...".
Por la misma razón, León XIII, que tenía presente de forma especial a la masa obrera, cuyas familias son las más necesitadas de tutela y de apoyo, reivindicaba para los trabajadores un salario justo que les permitiera vivir decorosamente y proveer también a un ahorro razonable.
Es una enseñanza de cosas sanas y buenas, que la Iglesia no puede menos de repetir también hoy, exhortando a todos a esforzarse especialmente por solucionar el problema de la seguridad del trabajo y de la casa, y por practicar esa parsimonia que es fruto de virtud y manantial de verdadero bienestar.
Esta línea de sabiduría, en el trabajo y en la vida, nos viene de la familia artesana de Nazaret, cuya luz y bendición recibimos principalmente en este día.
Ángelus (26-12-1993): Redescubrir la familia es fundamental
domingo 26 de diciembre de 19931. ... Fue allí [en Nazaret] donde, en la Anunciación, «la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros» (Jn 1 14). Fue allí donde Cristo, viviendo bajo la mirada amorosa de la Virgen santísima y de san José, valorizó y santificó la familia.
Hace casi exactamente treinta años, el 5 de enero de 1964, mi venerado predecesor Pablo VI, precisamente desde la basílica de la Anunciación en Nazaret, pronunciaba una vigorosa meditación, que conserva una palpitante actualidad. Presentaba a Nazaret como escuela de Evangelio y escuela de vida familiar. «Enseñe Nazaret —decía— lo que es la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable; enseñe lo dulce e insustituible que es su pedagogía; enseñe lo fundamental e insuperable de su sociología».
2. Hoy es más urgente que nunca, amadísimos hermanos y hermanas, redescubrir el valor de la familia, como comunidad basada en el matrimonio indisoluble de un hombre y de una mujer que en el amor funden juntos su existencia y se abren al don de la vida; redescubrir la familia como ambiente vital donde cada niño que viene al mundo es acogido, desde su concepción, con ternura y gratitud, y encuentra todo lo que necesita para crecer serenamente, como dice el evangelio refiriéndose a Jesús, «en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2, 52). El redescubrimiento de ese originario plan divino es de importancia decisiva, en la crisis que atraviesa la humanidad en nuestra época. El futuro depende, en gran parte, de la familia, pues, como escribí en el mensaje para la próxima Jornada mundial de la paz, «lleva consigo el porvenir mismo de la sociedad, su papel especialísimo es el de contribuir eficazmente a un futuro de paz» (n. 2; cf. L"Osservatore Romano, edición en lengua española, 17 de diciembre de 1993, p. 5).
3. Encomendamos este Año ... a la intercesión maternal de la Virgen de Nazaret.
Quiera Dios que sea un año de gracia, que traiga la consolidación de ese valor fundamental, y que sea un año de bendición para todas las familias, de consuelo y serenidad para cuantos viven una situación de crisis y dificultad.
Que toda familia del mundo pueda repetir con verdad lo que afirma el salmista: «Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos» (Sal 133, 1).
Audiencia General (29-12-1993): La familia está llamada a la comunión
miércoles 29 de diciembre de 19931. El domingo pasado, en la fiesta litúrgica de la Sagrada Familia, la Iglesia ha dado inicio al Año de la familia, en sintonía con la iniciativa promovida por la Organización de las Naciones Unidas. La inauguración eclesial de ese Año se ha realizado con la eucaristía celebrada por el legado pontificio en Nazaret. En efecto, el Año de la familia debe ser sobre todo un año de oración, para implorar al Señor gracia y bendición para todas las familias del mundo.
Pero la ayuda que pedimos al Señor, como siempre, supone nuestro esfuerzo y exige nuestra correspondencia. Debemos pues, ponernos a la escucha de la palabra de Dios, valorando este año como ocasión privilegiada para una catequesis sobre la familia, realizada sistemáticamente en todas las Iglesias locales esparcidas por el mundo, a fin de ofrecer a las familias cristianas la oportunidad de una reflexión que les ayude a crecer en la conciencia de su vocación. En esta catequesis deseo, por tanto, ofrecer algunos puntos de meditación, tomados de varios pasajes de la sagrada Escritura.
2. Un primer tema nos lo propone el evangelio de san Mateo (2, 13-23) y se refiere a la amenaza que sufrió la Sagrada Familia casi inmediatamente después del nacimiento de Jesús. La violencia gratuita que pone en peligro su vida afecta también a muchas otras familias provocando la muerte de los santos inocentes, cuya memoria celebramos ayer.
Recordando esa terrible prueba vivida por el Hijo de Dios y sus coetáneos, la Iglesia se siente invitada a orar por todas las familias amenazadas desde dentro o desde fuera. Y ora, en particular, por los padres, cuya gran responsabilidad pone de relieve especialmente el evangelio de san Lucas. En efecto, Dios confía su Hijo a María, y ambos a José. Es preciso orar con insistencia por todas las madres y todos los padres, para que sean fieles a su vocación y sean dignos de la confianza que Dios deposita en ellos al encomendarles el cuidado de sus hijos.
3. Otro tema es el de la familia como lugar donde madura la vocación. Podemos ver este aspecto en la respuesta que dio Jesús a María y a José, que lo buscaban angustiados mientras él se encontraba con los doctores en el templo de Jerusalén: "¿No sabíais que yo debía ocuparme de las cosas de mi Padre?" (Lc 2, 49). En la carta que dirigí a los jóvenes de todo el mundo el año 1985 con ocasión de la Jornada de la juventud, quise destacar el gran valor que tiene ese proyecto de vida que cada joven debe tratar de elaborar precisamente durante el tiempo de su juventud. Como Jesús, a sus doce años, estaba completamente entregado a las cosas del Padre, así cada uno está llamado a plantearse la pregunta: ¿Cuáles son esas "cosas del Padre", de las que debo ocuparme durante toda la vida?
4. La parenesis apostólica, como se encuentra por ejemplo en las cartas de san Pablo a los Efesios y a los Colosenses, nos presenta otros aspectos de la vocación de la familia. Para los Apóstoles al igual que más tarde para los Padres dé la Iglesia, la familia es la iglesia doméstica. A esta gran tradición permanece fiel el Papa Pablo VI en su admirable homilía sobre Nazaret y sobre el ejemplo que nos da la Sagrada Familia: "Enseñe Nazaret lo que es la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable..." (cf. L"Osservatore Romano, edición en lengua española. 23 de enero de 1964. p. 3)
5. Así, desde el inicio, la Iglesia escribe su Carta a las familias, y yo mismo he querido seguir esa tradición, preparando una Carta para el Año de la familia, que se publicará dentro de poco tiempo. La Sagrada Familia de Nazaret es para nosotros un desafío permanente, que nos obliga a profundizar el misterio de la iglesia doméstica y de toda familia humana. Nos sirve de estímulo para orar por las familias y con las familias, y a compartir todo lo que para ellas constituye alegría y esperanza, pero también preocupación e inquietud.
6. La experiencia familiar, dentro de la vida cristiana, está llamada a convertirse en el contenido de un ofertorio diario, como una ofrenda santa, un sacrificio agradable a Dios (cf. 1 P 2, 5; Rm 12, 1). Nos lo sugiere también el evangelio de la presentación de Jesús en el templo. Jesús, que es "la luz del mundo" (Jn 8, 12), pero también "signo de contradicción" (Lc 2, 34), desea aceptar este ofertorio de toda familia como acepta el pan y el vino en la eucaristía. Quiere unir esas alegrías y esperanzas humanas, pero también los inevitables sufrimientos y preocupaciones, propios de toda vida de familia, al pan y al vino destinados a la transubstanciación asumiéndolos así, en cierto modo, en el misterio de su cuerpo y su sangre. Este cuerpo y esta sangre nos los ofrece en la comunión como fuente de energía espiritual, no sólo para cada persona sino también para cada familia.
7. La Sagrada Familia de Nazaret nos ayude a comprender cada vez más profundamente la vocación de toda familia que encuentra en Cristo la fuente de su dignidad y de su santidad. En la Navidad Dios ha salido al encuentro del hombre y lo ha unido indisolublemente a sí: este "admirabile consortium" incluye también el "familiare consortium". Contemplando esta realidad la Iglesia se pone de rodillas como ante un "gran misterio" (cf. Ef 5, 32): en la experiencia de comunión a que está llamada la familia ve un reflejo, en el tiempo, de la comunión trinitaria y sabe bien que el matrimonio cristiano no es sólo una realidad natural sino también el sacramento de la unidad esponsal de Cristo con su Iglesia. El concilio Vaticano II nos ha invitado a promover esta sublime dignidad de la familia y del matrimonio. Benditas las familias que sepan comprender y realizar este proyecto originario y maravilloso de Dios, caminando por las sendas marcadas por Cristo.
Ángelus (26-12-1999): El futuro de la humanidad se fragua en la familia
domingo 26 de diciembre de 19991. En este domingo celebramos la fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret, y es muy significativo que este año tenga lugar al día siguiente de la Navidad y de la apertura del gran jubileo.
Por eso, deseo felicitar de manera especial a las familias: ¡Feliz Navidad y feliz Año jubilar a todas vosotras, familias de Roma y del mundo entero! El jubileo bimilenario del nacimiento de Cristo es vuestro de modo particular, porque recuerda que Dios quiso entrar en la historia humana a través de la familia.
2. La fiesta de hoy me brinda la ocasión propicia para renovar, al inicio del Año santo 2000, un llamamiento en favor de los derechos de la familia, de la vida y de la infancia, reconocidos también por la Declaración universal de derechos del hombre. En efecto, para promover los derechos humanos es necesario defender los de la familia, puesto que a partir de ella se puede dar una respuesta plena a los desafíos del presente y del futuro.
La familia es una comunidad de amor y de vida, que se realiza cuando un hombre y una mujer se entregan de forma recíproca y total en el matrimonio, dispuestos a acoger el don de los hijos. El hombre goza desde la concepción del derecho fundamental a la vida y eso pertenece a la esencia de la ley natural y a las tradiciones de las grandes religiones, así como al espíritu del artículo 3 de la Declaración universal de derechos del hombre.
La unión entre madre y concebido y la función insustituible del padre exigen que el hijo sea acogido en una familia que le garantice, en la medida de lo posible, la presencia de ambos progenitores. La contribución específica que ofrecen a la familia, y a través de ella a la sociedad, es digno de la mayor consideración.
3. Hoy la familia necesita una especial tutela por parte de los poderes públicos, que con frecuencia se hallan sometidos a la presión de grupos interesados en que se considere derecho lo que en realidad es fruto de una mentalidad individualista y subjetivista.
"¡El futuro de la humanidad se fragua en la familia!" (Familiaris consortio, 86); y la gran familia de las naciones se construye a partir de su célula más pequeña, pero fundamental. Que Dios ilumine a los legisladores, a los gobernantes y a todas las personas de buena voluntad para que promuevan la defensa efectiva de los derechos de la familia, de la vida y de los niños.
Que nos ayude en esto la Sagrada Familia de Nazaret, que acogió y ayudó a crecer al Redentor del mundo.
Ángelus (29-12-2002): Mirar a la Familia de Nazaret
domingo 29 de diciembre de 20021. Pocos días después de la Navidad, la liturgia nos invita este domingo a contemplar a la Sagrada Familia de Nazaret, modelo admirable de virtudes humanas y sobrenaturales para todas las familias cristianas. Meditemos en el misterio de esta singular familia, de la que podemos aprender valores y enseñanzas que, hoy más que nunca, son indispensables para dar fundamentos sólidos y estables a la sociedad humana.
2. Deseo fervientemente que en las familias de hoy reinen la serenidad, la concordia y el amor de la casa de Nazaret. En mi oración pido con insistencia al Señor que todos los padres cristianos sean conscientes de la tarea irrenunciable que han de desempeñar, tanto con respecto a sus hijos como con respecto a la sociedad. De ellos se espera un verdadero y eficaz testimonio evangélico.
Toda familia cristiana está llamada a dar "un ejemplo convincente de la posibilidad de un matrimonio vivido de manera plenamente conforme al proyecto de Dios y a las verdaderas exigencias de la persona humana: tanto de la de los cónyuges como, sobre todo, de la de los más frágiles, que son los hijos" (Novo millennio ineunte, 47).
Una familia unida, que camina siguiendo estos principios, supera con más facilidad las pruebas y las dificultades que encuentra en su camino. En el amor fiel de los padres, don que es preciso alimentar y conservar continuamente, los hijos pueden hallar las mejores condiciones para madurar ellos mismos, con la ayuda de Jesús, que "crecía en sabiduría, en estatura y en gracia" (Lc 2, 52).
3. A la Sagrada Familia de Nazaret le encomendamos hoy las familias del mundo entero, especialmente las que más sufren y las que se encuentran en dificultades. De modo particular, deseo poner bajo la protección especial de la Virgen santísima, de san José y del Niño Jesús el IV Encuentro mundial de las familias, que tendrá lugar en Manila (Filipinas) del 22 al 26 del próximo mes de enero. El tema elegido -"La familia cristiana: buena nueva para el tercer milenio"- expresa la misión propia de toda familia cristiana y la confianza que la Iglesia deposita en ella. Ojalá que esta cita tan importante produzca los deseados frutos espirituales para la Iglesia y para toda la humanidad.
Benedicto XVI, papa
Ángelus (28-12-2008): La Familia de Nazaret nos muestra a Dios
domingo 28 de diciembre de 2008En este domingo, que sigue al Nacimiento del Señor, celebramos con alegría a la Sagrada Familia de Nazaret. El contexto es el más adecuado, porque la Navidad es por excelencia la fiesta de la familia. Lo demuestran numerosas tradiciones y costumbres sociales, especialmente la de reunirse todos, precisamente en familia, para las comidas festivas y para intercambiarse felicitaciones y regalos. Y ¡cómo no notar que en estas circunstancias, el malestar y el dolor causados por ciertas heridas familiares se amplifican!
Jesús quiso nacer y crecer en una familia humana; tuvo a la Virgen María como madre; y san José le hizo de padre. Ellos lo criaron y educaron con inmenso amor. La familia de Jesús merece de verdad el título de "santa", porque su mayor anhelo era cumplir la voluntad de Dios, encarnada en la adorable presencia de Jesús.
Por una parte, es una familia como todas las demás y, en cuanto tal, es modelo de amor conyugal, de colaboración, de sacrificio, de ponerse en manos de la divina Providencia, de laboriosidad y de solidaridad; es decir, de todos los valores que la familia conserva y promueve, contribuyendo de modo primario a formar el entramado de toda sociedad.
Sin embargo, al mismo tiempo, la Familia de Nazaret es única, diversa de todas las demás, por su singular vocación vinculada a la misión del Hijo de Dios. Precisamente con esta unicidad señala a toda familia, y en primer lugar a las familias cristianas, el horizonte de Dios, el primado dulce y exigente de su voluntad y la perspectiva del cielo al que estamos destinados. Por todo esto hoy damos gracias a Dios, pero también a la Virgen María y a san José, que con tanta fe y disponibilidad cooperaron al plan de salvación del Señor...
[...] La familia es ciertamente una gracia de Dios, que deja traslucir lo que él mismo es: Amor. Un amor enteramente gratuito, que sustenta la fidelidad sin límites, aun en los momentos de dificultad o abatimiento. Estas cualidades se encarnan de manera eminente en la Sagrada Familia, en la que Jesús vino al mundo y fue creciendo y llenándose de sabiduría, con los cuidados primorosos de María y la tutela fiel de san José.
Queridas familias, no dejéis que el amor, la apertura a la vida y los lazos incomparables que unen vuestro hogar se desvirtúen. Pedídselo constantemente al Señor, orad juntos, para que vuestros propósitos sean iluminados por la fe y ensalzados por la gracia divina en el camino hacia la santidad. De este modo, con el gozo de vuestro compartir todo en el amor, daréis al mundo un hermoso testimonio de lo importante que es la familia para el ser humano y la sociedad. El Papa está a vuestro lado, pidiendo especialmente al Señor por quienes en cada familia tienen mayor necesidad de salud, trabajo, consuelo y compañía. En esta oración del Ángelus, os encomiendo a todos a nuestra Madre del cielo, la Santísima Virgen María.
Queridos hermanos y hermanas... encomendemos al Señor a cada familia, especialmente a las más probadas por las dificultades de la vida y por las plagas de la incomprensión y la división. El Redentor, nacido en Belén, conceda a todas la serenidad y la fuerza para avanzar unidas por el camino del bien.
Audiencia General (28-12-2011): La oración en la Familia de Nazaret
miércoles 28 de diciembre de 2011La Familia de Nazaret nos enseña a relacionarnos con Dios|Fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret (Ciclo B) El encuentro de hoy tiene lugar en el clima navideño, lleno de íntima alegría por el nacimiento del Salvador. Acabamos de celebrar este misterio, cuyo eco se expande en la liturgia de todos estos días. Es un misterio de luz que los hombres de cada época pueden revivir en la fe y en la oración. Precisamente a través de la oración nos hacemos capaces de acercarnos a Dios con intimidad y profundidad. Por ello, teniendo presente el tema de la oración que estoy desarrollando durante las catequesis en este período, hoy quiero invitaros a reflexionar sobre cómo la oración forma parte de la vida de la Sagrada Familia de Nazaret. La casa de Nazaret, en efecto, es una escuela de oración, donde se aprende a escuchar, a meditar, a penetrar el significado profundo de la manifestación del Hijo de Dios, siguiendo el ejemplo de María, José y Jesús.
Sigue siendo memorable el discurso del siervo de Dios Pablo VI durante su visita a Nazaret. El Papa dijo que en la escuela de la Sagrada Familia nosotros comprendemos por qué debemos «tener una disciplina espiritual, si se quiere llegar a ser alumnos del Evangelio y discípulos de Cristo». Y agrega: «En primer lugar nos enseña el silencio. ¡Oh! Si renaciese en nosotros la valorización del silencio, de esta estupenda e indispensable condición del espíritu; en nosotros, aturdidos por tantos ruidos, tantos estrépitos, tantas voces de nuestra ruidosa e hipersensibilizada vida moderna. Silencio de Nazaret, enséñanos el recogimiento, la interioridad, la aptitud a prestar oídos a las secretas inspiraciones de Dios y a las palabras de los verdaderos maestros» (Discurso en Nazaret, 5 de enero de 1964).
De la Sagrada Familia, según los relatos evangélicos de la infancia de Jesús, podemos sacar algunas reflexiones sobre la oración, sobre la relación con Dios. Podemos partir del episodio de la presentación de Jesús en el templo. San Lucas narra que María y José, «cuando se cumplieron los días de su purificación, según la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor» (2, 22). Como toda familia judía observante de la ley, los padres de Jesús van al templo para consagrar a Dios a su primogénito y para ofrecer el sacrificio. Movidos por la fidelidad a las prescripciones, parten de Belén y van a Jerusalén con Jesús que tiene apenas cuarenta días; en lugar de un cordero de un año presentan la ofrenda de las familias sencillas, es decir, dos palomas. La peregrinación de la Sagrada Familia es la peregrinación de la fe, de la ofrenda de los dones, símbolo de la oración, y del encuentro con el Señor, que María y José ya ven en su hijo Jesús.
La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El rostro del Hijo le pertenece a título especial, porque se formó en su seno, tomando de ella también la semejanza humana. Nadie se dedicó con tanta asiduidad a la contemplación de Jesús como María. La mirada de su corazón se concentra en él ya desde el momento de la Anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo; en los meses sucesivos advierte poco a poco su presencia, hasta el día del nacimiento, cuando sus ojos pueden mirar con ternura maternal el rostro del hijo, mientras lo envuelve en pañales y lo acuesta en el pesebre. Los recuerdos de Jesús, grabados en su mente y en su corazón, marcaron cada instante de la existencia de María. Ella vive con los ojos en Cristo y conserva cada una de sus palabras. San Lucas dice: «Por su parte [María] conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Lc 2, 19), y así describe la actitud de María ante el misterio de la Encarnación, actitud que se prolongará en toda su existencia: conservar en su corazón las cosas meditándolas. Lucas es el evangelista que nos permite conocer el corazón de María, su fe (cf. 1, 45), su esperanza y obediencia (cf. 1, 38), sobre todo su interioridad y oración (cf. 1, 46-56), su adhesión libre a Cristo (cf. 1, 55). Y todo esto procede del don del Espíritu Santo que desciende sobre ella (cf. 1, 35), como descenderá sobre los Apóstoles según la promesa de Cristo (cf. Hch 1, 8).
Esta imagen de María que nos ofrece san Lucas presenta a la Virgen como modelo de todo creyente que conserva y confronta las palabras y las acciones de Jesús, una confrontación que es siempre un progresar en el conocimiento de Jesús. Siguiendo al beato Papa Juan Pablo II (cf. Carta ap. Rosarium Virginis Mariae) podemos decir que la oración del Rosario tiene su modelo precisamente en María, porque consiste en contemplar los misterios de Cristo en unión espiritual con la Madre del Señor. La capacidad de María de vivir de la mirada de Dios es, por decirlo así, contagiosa.
San José fue el primero en experimentarlo. Su amor humilde y sincero a su prometida esposa y la decisión de unir su vida a la de María lo atrajo e introdujo también a él, que ya era un «hombre justo» (Mt 1, 19), en una intimidad singular con Dios. En efecto, con María y luego, sobre todo, con Jesús, él comienza un nuevo modo de relacionarse con Dios, de acogerlo en su propia vida, de entrar en su proyecto de salvación, cumpliendo su voluntad. Después de seguir con confianza la indicación del ángel —«no temas acoger a María, tu mujer» (Mt 1, 20)— él tomó consigo a María y compartió su vida con ella; verdaderamente se entregó totalmente a María y a Jesús, y esto lo llevó hacia la perfección de la respuesta a la vocación recibida. El Evangelio, como sabemos, no conservó palabra alguna de José: su presencia es silenciosa, pero fiel, constante, activa. Podemos imaginar que también él, como su esposa y en íntima sintonía con ella, vivió los años de la infancia y de la adolescencia de Jesús gustando, por decirlo así, su presencia en su familia. José cumplió plenamente su papel paterno, en todo sentido. Seguramente educó a Jesús en la oración, juntamente con María. Él, en particular, lo habrá llevado consigo a la sinagoga, a los ritos del sábado, como también a Jerusalén, para las grandes fiestas del pueblo de Israel. José, según la tradición judía, habrá dirigido la oración doméstica tanto en la cotidianidad —por la mañana, por la tarde, en las comidas—, como en las principales celebraciones religiosas. Así, en el ritmo de las jornadas transcurridas en Nazaret, entre la casa sencilla y el taller de José, Jesús aprendió a alternar oración y trabajo, y a ofrecer a Dios también la fatiga para ganar el pan necesario para la familia.
Por último, otro episodio en el que la Sagrada Familia de Nazaret se halla recogida y unida en un momento de oración. Jesús, como hemos escuchado, a los doce años va con los suyos al templo de Jerusalén. Este episodio se sitúa en el contexto de la peregrinación, como lo pone de relieve san Lucas: «Sus padre solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua. Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre» (2, 41-42). La peregrinación es una expresión religiosa que se nutre de oración y, al mismo tiempo, la alimenta. Aquí se trata de la peregrinación pascual, y el evangelista nos hace notar que la familia de Jesús la vive cada año, para participar en los ritos en la ciudad santa. La familia judía, como la cristiana, ora en la intimidad doméstica, pero reza también junto a la comunidad, reconociéndose parte del pueblo de Dios en camino, y la peregrinación expresa precisamente este estar en camino del pueblo de Dios. La Pascua es el centro y la cumbre de todo esto, y abarca la dimensión familiar y la del culto litúrgico y público.
En el episodio de Jesús a los doce años se registran también sus primeras palabras: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre? (2, 49). Después de tres días de búsqueda, sus padres lo encontraron en el templo sentado entre los doctores en el templo mientras los escuchaba y los interrogaba (cf. 2, 46). A su pregunta sobre por qué había hecho esto a su padre y a su madre, él responde que hizo sólo cuánto debe hacer como Hijo, es decir, estar junto al Padre. De este modo él indica quién es su verdadero Padre, cuál es su verdadera casa, que él no había hecho nada extraño, que no había desobedecido. Permaneció donde debe estar el Hijo, es decir, junto a su Padre, y destacó quién es su Padre. La palabra «Padre» domina el acento de esta respuesta y aparece todo el misterio cristológico. Esta palabra abre, por lo tanto, el misterio, es la llave para el misterio de Cristo, que es el Hijo, y abre también la llave para nuestro misterio de cristianos, que somos hijos en el Hijo. Al mismo tiempo, Jesús nos enseña cómo ser hijos, precisamente estando con el Padre en la oración. El misterio cristológico, el misterio de la existencia cristiana está íntimamente unido, fundado en la oración. Jesús enseñará un día a sus discípulos a rezar, diciéndoles: cuando oréis decid «Padre». Y, naturalmente, no lo digáis sólo de palabra, decidlo con vuestra vida, aprended cada vez más a decir «Padre» con vuestra vida; y así seréis verdaderos hijos en el Hijo, verdaderos cristianos.
Aquí, cuando Jesús está todavía plenamente insertado en la vida la Familia de Nazaret, es importante notar la resonancia que puede haber tenido en el corazón de María y de José escuchar de labios de Jesús la palabra «Padre», y revelar, poner de relieve quién es el Padre, y escuchar de sus labios esta palabra con la consciencia del Hijo Unigénito, que precisamente por esto quiso permanecer durante tres días en el templo, que es la «casa del Padre». Desde entonces, podemos imaginar, la vida en la Sagrada Familia se vio aún más colmada de un clima de oración, porque del corazón de Jesús todavía niño —y luego adolescente y joven— no cesará ya de difundirse y de reflejarse en el corazón de María y de José este sentido profundo de la relación con Dios Padre. Este episodio nos muestra la verdadera situación, el clima de estar con el Padre. De este modo, la Familia de Nazaret es el primer modelo de la Iglesia donde, en torno a la presencia de Jesús y gracias a su mediación, todos viven la relación filial con Dios Padre, que transforma también las relaciones interpersonales, humanas.
Queridos amigos, por estos diversos aspectos que, a la luz del Evangelio, he señalado brevemente, la Sagrada Familia es icono de la Iglesia doméstica, llamada a rezar unida. La familia es Iglesia doméstica y debe ser la primera escuela de oración. En la familia, los niños, desde la más temprana edad, pueden aprender a percibir el sentido de Dios, gracias a la enseñanza y el ejemplo de sus padres: vivir en un clima marcado por la presencia de Dios. Una educación auténticamente cristiana no puede prescindir de la experiencia de la oración. Si no se aprende a rezar en la familia, luego será difícil colmar ese vacío. Y, por lo tanto, quiero dirigiros la invitación a redescubrir la belleza de rezar juntos como familia en la escuela de la Sagrada Familia de Nazaret. Y así llegar a ser realmente un solo corazón y una sola alma, una verdadera familia. Gracias.
Mensaje (30-12-2011): La puerta por la que Dios entra en el mundo
viernes 30 de diciembre de 2011Jesús se hizo hombre para traer al mundo la bondad y el amor de Dios; y lo hizo allí donde el ser humano está más dispuesto a desear lo mejor para el otro, a desvivirse por él, y anteponer el amor por encima de cualquier otro interés y pretensión. Así, vino a una familia de corazón sencillo, nada presuntuoso, pero henchido de ese afecto que vale más que cualquier otra cosa. Según el Evangelio, los primeros de nuestro mundo que fueron a ver a Jesús, los pastores, «vieron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre» (Lc 12,6). Aquella familia, por decirlo así, es la puerta de ingreso en la tierra del Salvador de la humanidad, el cual, al mismo tiempo, da a la vida de amor y comunión hogareña la grandeza de ser un reflejo privilegiado del misterio trinitario de Dios.
Esta grandeza es también una espléndida vocación y un cometido decisivo para la familia, que mi venerado predecesor, el beato Juan Pablo II, describía hace treinta años como una participación «viva y responsable en la misión de la Iglesia de manera propia y original, es decir, poniendo al servicio de la Iglesia y de la sociedad su propio ser y obrar, en cuanto comunidad íntima de vida y amor» (Familiaris consortio, 50). Os animo, pues, especialmente a las familias que participan en esa celebración, a ser conscientes de tener a Dios a vuestro lado, y de invocarlo siempre para recibir de él la ayuda necesaria para superar vuestras dificultades, una ayuda cierta, fundada en la gracia del sacramento del matrimonio. Dejaos guiar por la Iglesia, a la que Cristo ha encomendado la misión de propagar la buena noticia de la salvación a través de los siglos, sin ceder a tantas fuerzas mundanas que amenazan el gran tesoro de la familia, que debéis custodiar cada día.
El Niño Jesús, que crecía y se fortalecía, lleno de sabiduría, en la intimidad del hogar de Nazaret (cf. Lc 2,40), aprendió también en él de alguna manera el modo humano de vivir. Esto nos lleva a pensar en la dimensión educativa imprescindible de la familia, donde se aprende a convivir, se transmite la fe, se afianzan los valores y se va encauzando la libertad, para lograr que un día los hijos tengan plena conciencia de la propia vocación y dignidad, y de la de los demás. El calor del hogar, el ejemplo doméstico, es capaz de enseñar muchas más cosas de las que pueden decir las palabras...
Cuando sigo evocando con emoción inolvidable la alegría de los jóvenes... pido a Dios, por intercesión de Jesús, María y José, [que los jóvenes] no dejen de darle gracias por el don la familia, que sean agradecidos también con sus padres, y que se comprometan a defender y hacer brillar la auténtica dignidad de esta institución primaria para la sociedad y tan vital para la Iglesia. Con estos sentimientos, os imparto de corazón la Bendición Apostólica.
Francisco, papa
Ángelus (28-12-2014): ¿Por qué la Familia de Nazaret es santa?
domingo 28 de diciembre de 2014Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este primer domingo después de Navidad, mientras estamos aún inmersos en el clima gozoso de la fiesta, la Iglesia nos invita a contemplar a la Sagrada Familia de Nazaret. El Evangelio de hoy nos presenta a la Virgen y a san José en el momento en que, cuarenta días después del nacimiento de Jesús, van al templo de Jerusalén. Lo hacen en religiosa obediencia a la Ley de Moisés, que prescribe ofrecer el primogénito al Señor (cf. Lc2, 22-24).
Podemos imaginar a esta pequeña familia, en medio de tanta gente, en los grandes atrios del templo. No sobresale a la vista, no se distingue... Sin embargo, no pasa desapercibida. Dos ancianos, Simeón y Ana, movidos por el Espíritu Santo, se acercan y comienzan a alabar a Dios por ese Niño, en quien reconocen al Mesías, luz de las gentes y salvación de Israel (cf. Lc2, 22-38). Es un momento sencillo pero rico de profecía: el encuentro entre dos jóvenes esposos llenos de alegría y de fe por las gracias del Señor; y dos ancianos también ellos llenos de alegría y de fe por la acción del Espíritu. ¿Quién hace que se encuentren? Jesús. Jesús hace que se encuentren: los jóvenes y los ancianos. Jesús es quien acerca a las generaciones. Es la fuente de ese amor que une a las familias y a las personas, venciendo toda desconfianza, todo aislamiento, toda distancia. Esto nos hace pensar también en los abuelos: ¡cuán importante es su presencia, la presencia de los abuelos! ¡Cuán precioso es su papel en las familias y en la sociedad! La buena relación entre los jóvenes y los ancianos es decisivo para el camino de la comunidad civil y eclesial. Y mirando a estos dos ancianos, a estos dos abuelos —Simeón y Ana— saludamos desde aquí, con un aplauso, a todos los abuelos del mundo.
El mensaje que proviene de la Sagrada Familia es ante todo un mensaje de fe. En la vida familiar de María y José Dios está verdaderamente en el centro, y lo está en la Persona de Jesús. Por eso la Familia de Nazaret es santa. ¿Por qué? Porque está centrada en Jesús.
Cuando padres e hijos respiran juntos este clima de fe, poseen una energía que les permite afrontar pruebas incluso difíciles, como muestra la experiencia de la Sagrada Familia, por ejemplo, en el hecho dramático de la huida a Egipto: una dura prueba.
El Niño Jesús con su Madre María y con san José son una imagen familiar sencilla pero muy luminosa. La luz que ella irradia es luz de misericordia y de salvación para todo el mundo, luz de verdad para todo hombre, para la familia humana y para cada familia. Esta luz que viene de la Sagrada Familia nos alienta a ofrecer calor humano en esas situaciones familiares en las que, por diversos motivos, falta la paz, falta la armonía y falta el perdón. Que no disminuya nuestra solidaridad concreta especialmente en relación con las familias que están viviendo situaciones más difíciles por las enfermedades, la falta de trabajo, las discriminaciones, la necesidad de emigrar... Y aquí nos detenemos un poco y en silencio rezamos por todas esas familias en dificultad, tanto dificultades de enfermedad, falta de trabajo, discriminación, necesidad de emigrar, como dificultades para comprenderse e incluso de desunión. En silencio rezamos por todas esas familias... (Dios te salve María...).
Encomendamos a María, Reina y madre de la familia, a todas las familias del mundo, a fin de que puedan vivir en la fe, en la concordia, en la ayuda mutua, y por esto invoco sobre ellas la maternal protección de quien fue madre e hija de su Hijo.
Julio Alonso Ampuero
Meditaciones Bíblicas sobre el Año Litúrgico
Pertenencia exclusiva de Dios
Lc 2,22-40
«Llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo al Señor». Jesús es ofrecido, consagrado a Dios. María y José saben que Jesús es santo (Lc 1,35), que ha sido consagrado por el Espíritu Santo. No necesita ser consagrado, pues ya está consagrado desde el momento mismo de su concepción. Sin embargo, realizan este pacto para ratificar públicamente que Jesús pertenece a Dios, que es pertenencia exclusiva del Padre y por consiguiente sólo a sus cosas se va a dedicar (Lc 2,49).
También nosotros estamos consagrados a Él por el bautismo. No es cuestión de que nos consagremos a Dios, sino de tomar conciencia de que ya lo estamos y que cuando no vivimos así, estamos profanando y degradando nuestra condición y nuestra dignidad de hijos de Dios.
«Éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten». Ya desde el inicio Jesús es signo de contradicción. Lo fue durante toda su vida terrena y lo seguirá siendo hasta el fin de los tiempos. También durante este año litúrgico. El Señor se nos irá revelando y conviene tener presente que existe el peligro de que le rechacemos cuando sus planes y sus caminos no coincidan con los nuestros, cuando sus exigencias nos parezcan excesivas, cuando la cruz se presente en nuestra vida... Para que no rechacemos a Cristo necesitamos la actitud de Simón y de Ana, los pobres de Yahvé que lo esperan todo de Dios y que no le ponen condiciones. «¡Dichoso aquel que no se sienta escandalizado por mí!» (Mt 11,6).
Por otra parte, si Cristo se presenta ya desde el principio como signo de contradicción –que llegará a su culmen en la cruz–, esto nos debe hacer examinar cómo le manifestamos. No debe extrañarnos que el mundo nos odie por ser cristianos (Jn 15,19-20). Más bien debería sorprendernos que nuestra vida no choque ni provoque reacciones en un mundo totalmente pagano. ¿No será que hemos dejado de ser luz del mundo y sal de la tierra?
Modelo de toda familia
En estos versículos del evangelio de la infancia se nos presenta la familia de Nazaret como modelo de toda familia cristiana. En primer lugar, todo el episodio está marcado por el hecho de cumplir la ley del Señor –cinco veces aparece la expresión en estos pocos versículos–. San Lucas subraya cómo María y José cumplen con todo detalle lo que manda la ley santa; lejos de sentirse dispensados, se someten dócilmente a ella. De igual modo, no puede haber familia auténticamente cristiana si no está modelada toda ella, en todos sus planeamientos y detalles, según la ley de Dios, según sus mandamientos y su voluntad.
Por otra parte, para los israelitas, presentar el hijo primogénito en el santuario era reconocer que pertenecía a Dios (Ex 13,2). Más que nadie, Jesús pertenece a Dios, pues es el Hijo del Altísimo (Lc 1,32). Este gesto es muy iluminador para toda familia, que ha de recibir cada nuevo hijo como un don precioso de Dios, que es el verdadero Padre (Mt 23,9), y ha de saber ofrecerle de nuevo a Dios, sabiendo para toda la vida que en realidad ese hijo no les pertenece a ellos, sino a Dios; por lo cual han de educarle según la voluntad del Señor, no la suya propia, de manera que crezca en gracia y sabiduría.
En la vida de la familia de Nazaret también está presente la cruz. Jesús es signo de contradicción y a María una espada le traspasa el alma. ¡Qué consolador para una familia cristiana saber que José, María y Jesús han sufrido antes que ellos y más que ellos! También en esas situaciones de dificultad, de enfermedad, de persecución por sus convicciones y conducta cristiana, lo decisivo es saber que «la gracia de Dios les acompaña».