Domingo XXIX Tiempo Ordinario (A) – Homilías
/ 14 octubre, 2014 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Is 45, 1. 4-6: Llevó de la mano a Ciro para doblegar ante él las naciones
Sal 95, 1 y 3. 4-5. 7-8. 9-10a y c: Aclamad la gloria y el poder del Señor
1 Tes 1, 1-5b: Recordamos vuestra fe, esperanza y caridad
Mt 22, 15-21: Pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
San Juan Pablo II, papa
Homilía (18-10-1981): Estar en el mundo y ser para Dios
domingo 18 de octubre de 19811. En la primera Carta a los Tesalonicenses, cuya lectura comienza en la liturgia dominical de hoy, el Apóstol Pablo, junto con Silvano y Timoteo, escribe: "Nos habíamos propuesto resueltamente ir a vosotros..." (2, 18). Entre los dos viajes pastorales a dos de vuestros países, Alemania y Suiza, estaba especialmente indicado que el Papa hiciera también una visita al Pontificio Colegio Germánico-Húngaro. Conocéis bien la causa que hizo imposible realizar a su debido tiempo, tanto esta visita a vosotros, como mi viaje a Suiza. Pero sabéis también "que Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman" (Rom 8, 28). Así, pues, se nos ha concedido hoy este encuentro tan deseado, en medio de la alegría profunda que brota de la fe y con un redoblado deseo de abrir el corazón ante Dios para darle gracias, queriendo compartir a la vez con todos vosotros estos mismos sentimientos.
Como dice la lectura de hoy, yo también veo en vosotros una "comunidad..., que vive en Dios Padre y en el Señor Jesucristo" (1 Tes 1, 1) y, lo mismo que Pablo, "doy gracias a Dios por todos vosotros, por la actividad de vuestra fe, por el esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza" (cf. 1, 2 s.). Lleno de alegría puedo afirmar con el Apóstol: "Bien sabemos, hermanos amados de Dios, que El os ha elegido" (1, 4). Esta gratuita vocación en Cristo concierne a todos los miembros del nuevo Pueblo de Dios; pero va dirigida de una manera especial a quienes han sido llamados a seguirle más de cerca como discípulos suyos.
[...] 3. Lo inmerecida que es la elección de la que hemos sido objeto y la situación tan radical a que conduce nos lo pone claramente ante los oíos la lectura que hemos hecho del Antiguo Testamento en la liturgia de hoy: "Te di un título, aunque no me conocías. Yo soy el Señor y no hay otro: fuera de mí no hay dios" (Is 45. 4 s.).
El Evangelio que acabamos de escuchar nos muestra con qué fuerza contrapone el Señor esta exigencia radical de Dios a las pretensiones del mundo: "Pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" (Mt 22, 21). Estas palabras conservadas por el Evangelista van más allá del contexto inmediato des la discusión de Jesús con los fariseos, convirtiéndose en clave fundamental para superar la tensión entre nuestro estar en el mundo y nuestro ser para Dios. Quien tome en serio nuestra implicación con él cosmos y con la humanidad debe guardarse de menospreciar dicha exigencia de Dios. Quien ponga a Dios resueltamente en el centro de su vida tiene que pensar que, al mismo tiempo, debe estar en consonancia con la creación de Dios y con las exigencias que surgen de vivir con los demás hombres.
[...] En el esfuerzo personal por descubrir de manera realmente católica y por vivir luego en consecuencia esa orientación nuestra a Dios y nuestra vinculación con el mundo, os puede ser de provecho [lo dicho por] San Ignacio de Loyola. Según el "principio y fundamento" que nos dio en el libro de sus Ejercicios, el hombre ha sido "criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado" (Ejercicios espirituales, núm. 23).
Que vuestra vida sepa dar siempre al cuerpo, a la naturaleza, a las cosas, a las estructuras humanas, lo que les corresponde, pero sin quedarse ahí, sino más bien ofreciéndose en todo a Dios, como nos enseña San Ignacio: "Tomad, Señor, y recibid..." (Ejercicios espirituales,núm. 234).
Homilía (17-10-1999): ¿Qué es lo que cuenta?
domingo 17 de octubre de 19991. "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" (Mt 22, 21).
En el pasaje del evangelio de hoy resalta la respuesta de Jesús a algunos judíos que, como en otras circunstancias, trataban de ponerlo a prueba. Jesús evita la trampa, actuando como un Maestro de gran sabiduría, que enseña fielmente el camino de Dios sin ceder a componendas.
Dad a Dios lo que es de Dios. Resulta evidente que lo que más cuenta es el reino de Dios. Las palabras de Cristo iluminan la línea de conducta del cristiano en el mundo. La fe no le pide que se aísle de las realidades temporales; por el contrario, es un estímulo mayor para que se comprometa con generoso empeño a transformarlas desde dentro, contribuyendo así a la instauración del reino de los cielos.
También la primera lectura, tomada del libro del profeta Isaías, subraya esta verdad. Para los creyentes existe un solo Dios, que, con su providencia, guía el camino de la humanidad a través de la historia (cf. Is 45, 5-6). Precisamente por esto, se comprometen en la construcción de la ciudad terrena, a fin de hacerla más justa y humana. Los sostiene en este esfuerzo la esperanza de participar un día en la comunión de la ciudad celestial, donde Dios será todo en todos.
Benedicto XVI, papa
Homilía (16-10-2011): Sentido teológico de la historia
domingo 16 de octubre de 2011[...] Pasemos ahora a las lecturas bíblicas, en las que hoy el Señor nos habla. La primera, tomada del libro de Isaías, nos dice que Dios es uno, es único; no hay otros dioses fuera del Señor, e incluso el poderoso Ciro, emperador de los persas, forma parte de un plan más grande, que sólo Dios conoce y lleva adelante. Esta lectura nos da el sentido teológico de la historia: los cambios de época, el sucederse de las grandes potencias, están bajo el supremo dominio de Dios; ningún poder terreno puede ponerse en su lugar. La teología de la historia es un aspecto importante, esencial de la nueva evangelización, porque los hombres de nuestro tiempo, tras el nefasto periodo de los imperios totalitarios del siglo XX, necesitan reencontrar una visión global del mundo y del tiempo, una visión verdaderamente libre, pacífica, esa visión que el concilio Vaticano II transmitió en sus documentos, y que mis predecesores, el siervo de Dios Pablo VI y el beato Juan Pablo II, ilustraron con su magisterio.
La segunda lectura es el inicio de la Primera Carta a los Tesalonicenses, y esto ya es muy sugerente, pues se trata de la carta más antigua que nos ha llegado del mayor evangelizador de todos los tiempos, el apóstol san Pablo. Él nos dice ante todo que no se evangeliza de manera aislada: también él tenía de hecho como colaboradores a Silvano y Timoteo (cf. 1 Ts1, 1), y a muchos otros. E inmediatamente añade otra cosa muy importante: que el anuncio siempre debe ir precedido, acompañado y seguido por la oración. En efecto, escribe: «En todo momento damos gracias a Dios por todos vosotros y os tenemos presentes en nuestras oraciones» (v. 2). El Apóstol asegura que es bien consciente de que los miembros de la comunidad no han sido elegidos por él, sino por Dios: «él os ha elegido», afirma (v. 4). Todo misionero del Evangelio siempre debe tener presente esta verdad: es el Señor quien toca los corazones con su Palabra y su Espíritu, llamando a las personas a la fe y a la comunión en la Iglesia. Por último, san Pablo nos deja una enseñanza muy valiosa, extraída de su experiencia. Escribe: «Cuando os anuncié nuestro Evangelio, no fue sólo de palabra, sino también con la fuerza del Espíritu Santo y con plena convicción» (v. 5). La evangelización, para ser eficaz, necesita la fuerza del Espíritu, que anime el anuncio e infunda en quien lo lleva esa «plena convicción» de la que nos habla el Apóstol. Este término «convicción», «plena convicción», en el original griego, es pleroforía: un vocablo que no expresa tanto el aspecto subjetivo, psicológico, sino más bien la plenitud, la fidelidad, la integridad, en este caso del anuncio de Cristo. Anuncio que, para ser completo y fiel, necesita ir acompañado de signos, de gestos, como la predicación de Jesús. Palabra, Espíritu y convicción —así entendida— son por tanto inseparables y concurren a hacer que el mensaje evangélico se difunda con eficacia.
Nos detenemos ahora en el pasaje del Evangelio. Se trata del texto sobre la legitimidad del tributo que hay que pagar al César, que contiene la célebre respuesta de Jesús: «Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios» (Mt 22, 21). Pero antes de llegar a este punto, hay un pasaje que se puede referir a quienes tienen la misión de evangelizar. De hecho, los interlocutores de Jesús —discípulos de los fariseos y herodianos— se dirigen a él con palabras de aprecio, diciendo: «Sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad, sin que te importe nadie» (v. 16). Precisamente esta afirmación, aunque brote de hipocresía, debe llamar nuestra atención. Los discípulos de los fariseos y los herodianos no creen en lo que dicen. Sólo lo afirman como una captatio benevolentiae para que los escuche, pero su corazón está muy lejos de esa verdad; más bien quieren tender una trampa a Jesús para poderlo acusar. Para nosotros en cambio, esa expresión es preciosa y verdadera: Jesús, en efecto, es sincero y enseña el camino de Dios según la verdad y no depende de nadie. Él mismo es este «camino de Dios», que nosotros estamos llamados a recorrer. Podemos recordar aquí las palabras de Jesús mismo, en el Evangelio de san Juan: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (14, 6). Es iluminador al respecto el comentario de san Agustín: «era necesario que Jesús dijera: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» porque, una vez conocido el camino, faltaba conocer la meta. El camino conducía a la verdad, conducía a la vida... y nosotros ¿a dónde vamos sino a él? y ¿por qué camino vamos sino por él?» (In Ioh 69, 2). Los nuevos evangelizadores están llamados a ser los primeros en avanzar por este camino que es Cristo, para dar a conocer a los demás la belleza del Evangelio que da la vida. Y en este camino, nunca avanzamos solos, sino en compañía: una experiencia de comunión y de fraternidad que se ofrece a cuantos encontramos, para hacerlos partícipes de nuestra experiencia de Cristo y de su Iglesia. Así, el testimonio unido al anuncio puede abrir el corazón de quienes están en busca de la verdad, para que puedan descubrir el sentido de su propia vida.
Una breve reflexión también sobre la cuestión central del tributo al César. Jesús responde con un sorprendente realismo político, vinculado al teocentrismo de la tradición profética. El tributo al César se debe pagar, porque la imagen de la moneda es suya; pero el hombre, todo hombre, lleva en sí mismo otra imagen, la de Dios y, por tanto, a él, y sólo a él, cada uno debe su existencia. Los Padres de la Iglesia, basándose en el hecho de que Jesús se refiere a la imagen del emperador impresa en la moneda del tributo, interpretaron este paso a la luz del concepto fundamental de hombre imagen de Dios, contenido en el primer capítulo del libro del Génesis. Un autor anónimo escribe: «La imagen de Dios no está impresa en el oro, sino en el género humano. La moneda del César es oro, la de Dios es la humanidad... Por tanto, da tu riqueza material al César, pero reserva a Dios la inocencia única de tu conciencia, donde se contempla a Dios... El César, en efecto, ha impreso su imagen en cada moneda, pero Dios ha escogido al hombre, que él ha creado, para reflejar su gloria» (Anónimo, Obra incompleta sobre Mateo, Homilía 42). Y san Agustín utilizó muchas veces esta referencia en sus homilías: «Si el César reclama su propia imagen impresa en la moneda —afirma—, ¿no exigirá Dios del hombre la imagen divina esculpida en él? (En. in Ps., Salmo 94, 2). Y también: «Del mismo modo que se devuelve al César la moneda, así se devuelve a Dios el alma iluminada e impresa por la luz de su rostro... En efecto, Cristo habita en el interior del hombre» (Ib., Salmo 4, 8).
Esta palabra de Jesús es rica en contenido antropológico, y no se la puede reducir únicamente al ámbito político. La Iglesia, por tanto, no se limita a recordar a los hombres la justa distinción entre la esfera de autoridad del César y la de Dios, entre el ámbito político y el religioso. La misión de la Iglesia, como la de Cristo, es esencialmente hablar de Dios, hacer memoria de su soberanía, recordar a todos, especialmente a los cristianos que han perdido su identidad, el derecho de Dios sobre lo que le pertenece, es decir, nuestra vida.
[...]
Queridos hermanos y hermanas, vosotros estáis entre los protagonistas de la nueva evangelización que la Iglesia ha emprendido y lleva adelante, no sin dificultad, pero con el mismo entusiasmo de los primeros cristianos. En conclusión, hago mías las palabras del apóstol san Pablo que hemos escuchado: doy gracias a Dios por todos vosotros. Y os aseguro que os llevo en mis oraciones, consciente de la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y la firmeza de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor (cf. 1 Ts 1, 3). La Virgen María, que no tuvo miedo de responder «sí» a la Palabra del Señor y, después de haberla concebido en su seno, se puso en camino llena de alegría y esperanza, sea siempre vuestro modelo y vuestra guía. Aprended de la Madre del Señor y Madre nuestra a ser humildes y al mismo tiempo valientes, sencillos y prudentes, mansos y fuertes, no con la fuerza del mundo, sino con la de la verdad. Amén.
Congregación para el Clero
Homilía: Sentido teológico de la historia
En el pasaje evangélico que la Liturgia nos presenta este Domingo, el Señor se dirige a nosotros en distintos planos: desde su actitud e infinita paciencia que manifiesta a sus interlocutores; desde el contenido mismo de su respuesta; desde la clara indicación de método que en ella se presenta. Vamos a detenernos especialmente en este último aspecto: la indicación sobre el método.
Se le pregunta y se le pone a prueba en relación con las llamadas «cuestiones temporales». El Verbo encarnado no inventa una nueva doctrina, no revoluciona el orden de las cosas, no pretende el reconocimiento abstracto de su propia divina Realeza, sino que, sencillamente, lleva a sus adversarios a «leer» la realidad, la realidad misma en la cual Él, que es verdadero Dios, ha querido entrar definitivamente como verdadero hombre.
«Enseñadme la moneda del tributo». Para comprender el real valor de las cosas, de las relaciones interpersonales, de los propios deberes y responsabilidades, para recibir la respuesta auténtica a cada pregunta, el método es uno solo: presentar cada realidad a la mirada de Cristo. Haciéndolo así no se recibirá una indicación extraña a la inteligencia humana. Los mismos fariseos y herodianos que interrogaban a Jesús, no recibieron de Él una respuesta basada sobre criterios nuevos y desconocidos, que podría ser rechazada por ellos como incomprensible o subversiva del orden constituido.
«Él les preguntó: ¿de quién es esta imagen y esta inscripción? – Del César, contestaron». Cristo no le responde al hombre saltando por encima de su inteligencia y libertad, sino, más bien, a través de ellas. Al mismo tiempo, no obstante, la verdad y profundidad de su respuesta son siempre increiblememnte nuevas. «¿De quién es esta imagen y esta inscripción?». El les pide que le muestren la realidad en cuestión –la moneda del tributo-, para después guiar a los presentes a la observación simple y atenta de ese objeto. Cristo no ofrece doctrinas nuevas, en virtud de su Sabiduría divina, ni quiere sobrepasar a los hombres en virtud de su perfección humana. Él decide vivir desde dentro nuestra propia condición, para llevarnos como de la mano al real significado de las cosas que nos rodean, a la verdad de nuestro corazón y de todo nuestro ser, a la verdad del prójimo, a la Verdad última que sostiene todo y que es Dios: hasta alcanzar una familiaridad «ontológica» con Él, que es llegar a participar de su misma filiación divina.
«¿De quién es esta imagen y esta inscripción?» ¿Dónde podemos experimentar hoy una compañía tal en nuestra existencia, que alcanza a ofrecer el propio amor a cada hombre, incluso al más hostil? ¿Dónde podemos experimentar al Emmanuel, el Dios-con-nosotros que, poniéndose a nuestro lado, camina con nosotros para llevarnos, a través de su humanidad perfecta, al océano eterno de la Divinidad? ¿Dónde permanece hoy la presencia de Cristo, que sigue dirigiéndole a los hombres la misma pregunta: «¿De quién es esta imagen y esta inscripción?».
Es en la unidad de quienes Él ha querido asociar a Sí mismo, como los sarmientos a la vid, donde Él continúa presente y operante en la historia de la humanidad. Es en la comunidad de los creyentes, regenerados a una Vida nueva en el Bautismo, conformados cada vez más a su Corazón adorable, a través de la comunión del Pan eucarístico y guiados en el camino por el «dulce Cristo en la tierra», el Sucesor de Pedro, que Él recuerda a los hombres: «Dad, pues, al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios».
Pero, ¿qué es lo que pertenece al César? ¿Qué es lo que él puede, también hoy, reclamar a los hombres? Puede exigir el tributo; el respeto por su autoridad, indispensable para la convivencia; la colaboración en favor de la paz social, que permite al hombre cumplir con las exigencias propias de su altísima dignidad. Esta colaboración se presta con la honradez de la propia vida y la obediencia, en las materias legales-administrativas que están «disponibles» a la voluntad del legislador.
¿Y qué es lo que pertenece a Dios? ¿En dónde está impresa su imagen y la inscripción? Todo, también el César, es decir, la autoridad, que nunca está solamente más allá de cada uno para servir al pueblo, sino que con cada uno y con el pueblo, está «bajo el Cielo», bajo la mirada de Dios, teniendo como coordenadas de la propia actuación la naturaleza y la razón. Como afirmaba Tertuliano: «¡Es grande el emperador porque es más pequeño que el Cielo!».
El hombre, pues, tiene como coordenadas fundamentales para comprender qué es lo justo, la ley natural, que está inscrita en las cosas, y la inteligencia, capaz de reconocerla. Como ha enseñado recientemente el Santo Padre Benedicto XVI en su visita al Parlamento federal, en el Reichstag de Berlín: «Quita el derecho y, entonces, ¿qué distingue el Estado de una gran banda de bandidos?», dijo en cierta ocasión San Agustín. Nosotros, los alemanes, (...) hemos experimentado cómo el poder se separó del derecho, se enfrentó contra él; cómo se pisoteó el derecho, de manera que el Estado se convirtió en el instrumento para la destrucción del derecho; se transformó en una cuadrilla de bandidos muy bien organizada (...)Servir al derecho y combatir el dominio de la injusticia es y sigue siendo el deber fundamental del político. En un momento histórico, en el cual el hombre ha adquirido un poder hasta ahora inimaginable, este deber se convierte en algo particularmente urgente».
Queridos hermanos, miremos el mandamiento de amor que Cristo nos ha dado en la misma comunión con la vida divina; seamos promotores auténticos de los «derechos de Dios», sin relativismos ni anarquías, sino conscientes de la única verdadera dependencia que anima y sostiene toda la realidad: la dependencia de Dios, Creador y Redentor. Y repitamos al mundo, junto con la Santísima Virgen: «Familia de los pueblos, dad al Señor la gloria de su nombre».
Julio Alonso Ampuero
Meditaciones Bíblicas sobre el Año Litúrgico
El milagro de la Gracia
1Tes 1,1-5
Después de la carta a los filipenses, la Iglesia nos presenta durante los próximos domingos la primera carta a los tesalonicenses, que es el primer escrito de san Pablo y de todo el Nuevo Testamento. Asistimos en ella a los primeros pasos de la comunidad cristiana de Tesalónica.
«Siempre damos gracias a Dios por todos vosotros y os tenemos presentes en nuestras oraciones». Como en las demás cartas, la oración empapa las palabras de san Pablo. Ha asistido al milagro de la gracia que supone la conversión de un buen número de paganos. La Iglesia ha echado raíces en Tesalónica. Más aún, se mantienen fieles en medio de dificultades y persecuciones. Y el alma de Pablo desborda de gratitud a Dios. Sabe que es un milagro de la gracia. Pero un milagro que ha de mantenerse cada día. Y por eso sigue pidiendo, en la certeza de que Dios quiere continuar el milagro de la gracia. ¿Cómo no vivir nosotros la misma admiración y la misma gratitud por la acción de Dios? ¿Cómo no implorar cada día humilde y confiadamente, el milagro de la gracia, la única que puede mover y cambiar los corazones?
«Recordamos sin cesar la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza». Motivo especial de gratitud es que el don de Dios no ha quedado vacío. La fe recibida por los tesalonicenses se ha traducido en obras, su amor se ha prolongado en entrega esforzada por el Señor y por los hermanos, su esperanza se ha manifestado en la tenacidad y el aguante. ¿Y en nosotros?
«Cuando se proclamó el evangelio entre vosotros no hubo sólo palabras, sino además fuerza del Espíritu Santo y convicción profunda». Aquí está el secreto: no son las simples palabras las que convierten, por bien dichas que estén, sino la acción potente del Espíritu Santo en el interior de cada hombre. Y esta acción ha de ser suplicada en la oración y testimoniada con fuerza mediante la convicción y el entusiasmo.
A Dios lo que es de Dios
Mt 22, 15-21
Este episodio del evangelio nos pone de relieve en primer lugar la admirable sabiduría de Jesús. Como en otras ocasiones, intentan meterle en un callejón sin salida: o dice que hay que pagar y entonces se gana la antipatía de los judíos que no podían soportar la opresión de los romanos; o dice que no hay que pagar y entonces se gana las iras de los romanos que le verán como un revolucionario. Pero Jesús sale de este dilema remontándose a un nivel superior.
No sólo escapa de la trampa, sino que además les hace ver a sus interlocutores su mala voluntad. «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios»; la moneda lleva la imagen del emperador y por eso le pertenece a él; pues bien, el hombre es imagen de Dios y por eso le pertenece a Dios, que es su Creador, su Dueño y Señor. Es como decir: vosotros pertenecéis a Dios; obedecedle, someteos a Él y a su voluntad.
Este evangelio no lleva a posturas revolucionarias. Jesús afirma claramente: «Dad al César lo que es del César», pues toda autoridad humana viene de Dios. Pero a la vez relativiza los poderes humanos: «Dad a Dios lo que es de Dios». Si la autoridad humana obedece a Dios es instrumento de Dios, pero si desobedece a Dios y pretende ponerse en el lugar de Dios, entonces hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
El poder temporal de los hombres está o debe estar al servicio del Señor. De Él viene la autoridad y la debemos respetar (lecturas primera y tercera). San Pablo agradece al Señor la gracia de estar al servicio de la fe, la esperanza y la caridad.
El verdadero cristiano, ante cualquier situación conflictiva, sabe adoptar un actitud de testimonio integral: trascendente, temporal y solidario a un mismo tiempo. ¡En su convivencia con los hermanos en el tiempo hay en él siempre una esperanza responsable hacia la eternidad!
?Isaías 45,1.4-6: Llevó de la mano a Ciro para doblegar ante Él las naciones. La Providencia salvífica de Dios hace que la misma autoridad humana, aun la pagana o increyente, pueda servir a sus planes de salvación sobre sus elegidos. Dios está siempre por encima de la historia, rigiendo misteriosamente los destinos de la humanidad. Dios se sirve del poder humano para castigar y para salvar. Para lo primero emplea a Nabucodonosor, que lleva los israelitas al destierro; y para darles la libertad se sirve ahora de Ciro, rey de Persia.
El pueblo de Dios no ha sido elegido para la guerra, sino que está destinado a una obra de paz. Sobre los intereses humanos está la voluntad suprema de Dios. Con el retorno de Babilonia se abre para los israelitas uno de los períodos más intensos de su vida espiritual, durante el cual se ponen las bases para la historia futura del pueblo elegido. Por eso se aclama la grandeza de Dios, que es el Todo Otro.
?Lo hacemos también nosotros con el Salmo 95: «Aclamad la gloria y el poder del Señor. Cantemos al Señor un cántico nuevo... Contemos a los pueblos su gloria, sus maravillas a todas la naciones... Los dioses de los gentiles son apariencia. Sólo Él hizo el cielo y cuanto existe. Familias de los pueblos, aclamad al Señor... Postraos ante el Señor en el atrio sagrado».
?1 Tesalonicenses 1,1-5: Recordamos vuestra fe, esperanza y caridad. Por la fe viva y la esperanza filial, bajo la acción del Espíritu Santo, los cristianos están llamados a ser en el mundo testigos auténticos del Misterio de Cristo, el Salvador. Y es que la fe se ha de reflejar en el comportamiento, porque «la fe sin obras está muerta», como dice Santiago (2,26). Es la enseñanza de San Juan Crisóstomo:
«La creencia y la fe se prueban por las obras; no diciendo que se cree, sino con acciones reales, cumplidas con perseverancia y con un corazón encendido de amor» (Homilía sobre I Tes. 1,1-5).
La Evangelización es obra del Espíritu Santo. El Espíritu del primer Pentecostés de la historia cristiana sigue vivificando la vida de la Iglesia y alentando a los apóstoles y misioneros, para que encuentren en Dios Padre y en Cristo su principio generador y su ambiente vital, a fin de vivir en la fe, la esperanza y la caridad.
En todo esto reconocemos que la llamada al Cristianismo es siempre una elección que Dios hace y un don que Él otorga. Eso nos muestra la solicitud particularísima de Dios por la salvación de todos los hombres que, de suyo, ningún mérito tienen para alcanzarla. Colaboremos, pues, fielmente con la gracia de Dios.
?Mateo 22,15-21: Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. El cristiano, peregrino de Dios hacia la eternidad, es ante las estructuras humanas un testigo consciente de la Providencia del Padre, que rige la vida humana mediante la condición solidaria y jerarquizada de los propios hombres. El cristiano, dando culto solo a Dios, ha de perfeccionar por la gracia en sí mismo la imagen divina. Comenta San Agustín:
«Adorando la imagen del hombre que hizo el Artífice, quebrantas la imagen de Dios, que Dios imprimió en ti mismo. Por tanto, cuando te llame para que vuelvas, quiere devolverte aquella imagen que tú, estropeándola con la ambición terrena, perdiste y oscureciste.
«De aquí procede, hermanos, el que Dios busque su imagen en nosotros. Esto fue lo que recordó a aquellos judíos que le presentaron una moneda... Conoció que le tentaban; conoció, por así decir, la verdad de la falsedad, y con pocas palabras dejó al descubierto la mentira procedente de la boca de los mentirosos. No emitió la sentencia contra ellos por su boca, sino que dejó que ellos mismos la emitieran contra sí... Como el César busca su imagen en su moneda, así Dios busca la suya en tu alma. ?Da al César, dice, lo que es del César?. ¿Qué te pide el César? Su imagen. ¿Qué te pide Dios? Su imagen. Pero la del César está en la moneda, la de Dios está en ti. Si alguna vez pierdes una moneda, lloras porque perdiste la imagen del César; ¿y no lloras cuando, adorando un ídolo, sabes que estás destrozando la imagen de Dios que hay en ti?» (Sermón 113,A,7-8).