Domingo XXVIII Tiempo Ordinario (A) – Homilías
/ 9 octubre, 2014 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Is 25, 6-10a: Preparará el Señor un festín, y enjugará las lágrimas de todos los rostros
Sal 22, 1b-3a. 3b-4. 5. 6: Habitaré en la casa del Señor por años sin término
Flp 4, 12-14.19-20: Todo lo puedo en aquel que me conforta
Mt 22, 1-14: A todos los que encontréis, llamadlos a la boda
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
San Juan Pablo II, papa
Homilía (11-10-1981): Descubrir la profundidad de la llamada
domingo 11 de octubre de 1981La liturgia de hoy, con las palabras del Salmo 23, habla del Señor que es el Pastor de su pueblo, Pastor de cada una de las almas: realmente el Buen Pastor.
El es quien garantiza a su grey, que somos nosotros, la abundancia y la seguridad de los pastos de su gracia. Por esto, el Señor es la fuente de nuestra alegría:. "Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo" (Sal 23, 4). Bajo su guía estamos tranquilos y avanzamos decididamente por el camino de nuestra vida y de nuestras responsabilidades.
3. San Pablo en la Carta a los Filipenses traduce, en cierto sentido, el texto del antiguo Salmo a la lengua del Nuevo Testamento, cuando escribe: "En pago, mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia, conforme a su riqueza en Cristo Jesús" (Flp 4, 19).
¡Os exhorto, queridos hermanos y hermanas, a vivir la misma fe del Apóstol! ¡Busquemos esta riqueza que Dios ofrece a los hombres en Jesucristo! Sepamos repetir con el Apóstol: "Todo lo puedo en aquel que me conforta" (Flp 4, 13).
Por desgracia, hoy, muchos hombres no parecen tener el sentido de las riquezas espirituales que se derivan de la comunión con el Señor. Muchos son seducidos por una actitud materialista y laicista, que no quiere darse cuenta de esta dimensión superior del hombre. Es necesario estar en guardia ante estas perspectivas secularizantes. Por esto es necesaria una conversión continua de la mente y del corazón. Sólo así las riquezas de Dios, ofrecidas a los hombres en Cristo, se revelan cada vez más plenamente a la mirada de nuestras almas.
4. Y por esto también, con la ocasión de la visita de hoy a vuestra parroquia, deseo a cada uno y a todos que ante la invitación al "banquete de la boda de su hijo", no os comportéis como hemos escuchado en el Evangelio.
Efectivamente, los primeros invitados "no quisieron ir" (Mt 22, 3); después, otros "no hicieron" caso" (ib., 22, 5); otros hasta insultaron o mataron a los criados que llevaban la invitación (cf. ib., 22, 6). Todos ellos, en realidad "no se lo merecían" (ib., 22, 8), probablemente porque con inaudita presunción y autosuficiencia juzgaron el banquete inútil o, al menos, inferior a las propias exigencias y pretensiones. En efecto, fueron los pobres quienes aceptaron la invitación, aquellos que estaban parados "en los cruces de los caminos... buenos y malos" (ib., 22, 9. 10), esto es, aquellos que en su humildad conocieron la riqueza inmerecida del don de Dios y lo aceptaron con sencillez. Es preciso que también nosotros seamos ante todo conscientes de la invitación a una comunión transformante con el Señor, invitación que se nos hace por la Palabra de Dios y la predicación de la Iglesia; y, además, que sepamos acogerla con todo el corazón, con plena disponibilidad, en la certeza de que el Señor sólo quiere nuestra promoción, nuestra salvación. Finalmente, como sugiere la alegoría del traje nupcial con la que se concluye la parábola, también estamos llamados a presentarnos al Señor llevando un traje adecuado; consiste en las buenas obras que deben acompañar nuestra fe, como nos advierte el mismo Jesús: "Si vuestra justicia (esto es, vuestra vida real) no supera a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos" (ib., 5, 20). Pero si esto se realiza, entonces la fiesta es plena e intensa.
5. Pienso que los deseos qué presento hoy a la parroquia... a todos sus feligreses, se resumen del modo mejor y más incisivo en las palabras que hemos escuchado juntos en el canto del "Alleluia": "El Padre de nuestro Señor Jesucristo nos dé espíritu de sabiduría para que podamos conocer cuál es la esperanza de nuestra llamada" (cf. Ef 1, 17-18).
Permitidme que con estas palabras de San Pablo exprese todo lo que, en mi corazón, siento por vosotros, queridos hermanos y hermanas, que vivís aquí... en la perspectiva de la Asunción de la Madre de Dios. A Ella me dirijo también con oración ferviente, para que os ayude en el cumplimiento de estos santos deseos. Amén.
Homilía (10-10-1999): La Eucaristía es el centro de la comunión
domingo 10 de octubre de 19991. "El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo" (Mt 22, 2).
En el evangelio que acabamos de proclamar, Jesús describe el reino de Dios como un gran banquete de boda, con abundancia de alimentos y bebidas, en un clima de alegría y fiesta que embarga a todos los convidados. Al mismo tiempo, Jesús subraya la necesidad del "traje de fiesta" (Mt 22, 11), es decir, la necesidad de respetar las condiciones requeridas para la participación en esa fiesta solemne.
La imagen del banquete está presente también en la primera lectura, tomada del libro del profeta Isaías, donde se subrayan la universalidad de la invitación "para todos los pueblos" (Is 25, 6) y la desaparición de todos los sufrimientos y dolores: "Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros" (Is 25, 8).
Son las grandes promesas de Dios, que se cumplieron en la redención realizada por Cristo, y que la Iglesia, en su misión evangelizadora, anuncia y ofrece a todos los hombres. La comunión de vida con Dios y con los hermanos, que por obra del Espíritu Santo se actúa en la existencia de los creyentes, tiene su centro en el banquete eucarístico, fuente y cumbre de toda la experiencia cristiana. Nos lo recuerda la liturgia cada vez que nos disponemos a recibir el cuerpo de Cristo. Antes de la comunión, el sacerdote se dirige a los fieles con estas palabras: "Dichosos los invitados a la cena del Señor". Sí, somos verdaderamente dichosos, porque hemos sido invitados al banquete eterno de la salvación, preparado por Dios para todo el mundo.
5. "Todo lo puedo en aquel que me conforta" (Flp 4, 13). Con estas palabras, san Pablo expresa el sentido profundo de su vida misionera. Ésta es también la síntesis de la experiencia espiritual de de todos los fieles servidores del Evangelio. Deseo que también vuestra comunidad repita con el apóstol san Pablo y con los verdaderos discípulos de Cristo: "Todo lo puedo en aquel que me conforta".
Pidamos al Señor, con las palabras de la oración Colecta de la liturgia de hoy, que su gracia continuamente nos preceda y acompañe en nuestro camino personal y comunitario, de manera que, sostenidos por su ayuda paterna y por la intercesión materna de María, Madre de la Iglesia, no nos cansemos jamás de hacer el bien.
Amén
Congregación para el Clero
Homilía
La fiesta de bodas de la que hablan las Escrituras de hoy tiene un doble valor: eucarístico y escatológico.
La Eucaristía es, en efecto, la «Fiesta de la fe», como la definía J. Ratzinger en uno de sus conocidos ensayos teológicos. En ella confluye la esencia del misterio cristiano: el misterio de un Dios que se aproxima a la humanidad compartiendo su caminar histórico, hasta el punto de ofrecer su propia vida por la salvación de los hombres, se renueva realmente en la celebración eucarística, la cual, por tanto, se hace «fiesta».
La celebración de la salvación hunde sus raíces y encuentra su propia razón de ser en el misterio de la Cruz, que hace posible las «nuevas bodas» entre el Creador y la criatura: cada uno es invitado a la «fiesta de bodas».
Si la invitación es acogida o rechazada –como sucede en la parábola- es por la iniciativa del Señor, que entrega a los hombres la invitación para la fiesta. La salvación no es en ningún caso una «auto redención» que podría estar destinada a fallar, sino la respuesta libre y cierta a una invitación del mismo Dios. Él llama a la comunión consigo mismo, a través de la mediación histórica, hecha de Tradición viva e ininterrumpida, de escucha humilde de su Palabra en la Sagrada Escritura, de dócil acogida del Magisterio y de viva participación y seguimiento de las experiencias, personales y comunitarias, en las cuales la presencia del Resucitado aparece con mayor fuerza y es más atrayente y convincente.
Escribe Benedicto XVI en la encíclica Deus Caritas est: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (DCE n. 1). Esta persona es el Señor, que nos invita a la Fiesta de bodas que celebramos en la fe cada domingo y que estamos llamados a celebrarla cada día en la vida.
La Eucaristía, pues, es la real anticipación de aquella «Fiesta de bodas» que es el Banquete escatológico y definitivo. La comunión plena con Dios, a la cual serán llamados los salvados al final de los tiempos, está anticipada en el hoy de la fe por vía pneumática: el Espíritu Santo nos permite gustar, en el banquete eucarístico, las inefables dulzuras del «banquete celestial», que tiene su razón de ser en la Cruz y Resurrección de Cristo.
Aun permaneciendo la total gratuidad de la iniciativa divina al invitar a los hombres a participar de su alegría, y en definitiva de su propia vida, para ser admitidos a estas «fiestas de bodas», la eucarística y la escatológica, es necesario llevar el vestido de fiesta. Es necesario estar revestidos de Cristo.
El primer modo para ser revestidos de Cristo es sacramental, por medio del santo bautismo. Leemos en el Catecismo de la Iglesia Católica: «El Señor mismo afirma que el Bautismo es necesario para la salvación (cf Jn 3,5). Por ello mandó a sus discípulos a anunciar el Evangelio y bautizar a todas las naciones (cf Mt 28, 19-20; cf DS 1618; LG 14; AG 5). El Bautismo es necesario para la salvación en aquellos a los que el Evangelio ha sido anunciado y han tenido la posibilidad de pedir este sacramento (cf Mc 16,16). La Iglesia no conoce otro medio que el Bautismo para asegurar la entrada en la bienaventuranza eterna». (CEC n. 1257).
Revestirse de Cristo, además, significa revestirse de todas aquellas virtudes, humanas y cristianas, naturales y sobrenaturales, que son el fruto maduro de la justa cooperación entre la libertad del hombre y la gracia, y que estamos llamados constantemente a cultivar, para poder ser dignamente admitidos en la «Fiesta de bodas».
La Santísima Virgen María, Esposa del Señor, que tiene por excelencia un vestido nupcial sin mancha, nos acompañe y nos proteja, para que nuestra participación en la la Sagrada Eucaristía sea siempre digna y, en la hora de nuestra muerte, seamos introducidos por su dulce maternidad en la Fiesta definitiva de la comunión con Dios.
Julio Alonso Ampuero
Meditaciones Bíblicas sobre el Año Litúrgico
Dar con generosidad
Fil 4,12-14.19-20
«Todo lo puedo en Aquel que me conforta». Admirable grito de confianza de Pablo. Y tanto más admirable en cuanto que no tiene nada de ingenuidad infantil. El contexto nos lo dice: es una confianza en medio de la pobreza, del hambre y de la privación. Porque es ahí sobre todo donde se manifiesta la confianza. Mientras todo va bien y hay abundancia de medios y de ayudas, es fácil confiar en Dios. La confianza se prueba sobre todo en medio de las dificultades, de las carencias y de todo tipo de problemas. Es entonces, cuando no hay ningún otro apoyo o agarradero, cuando se puede decir con plena verdad: «Todo lo puedo en Aquel que me conforta», «sé de quién me he fiado» (2 Tim 1,12).
«En todo caso, hicísteis bien en compartir mi tribulación». San Pablo agradece los donativos recibidos. Pero no tanto por el favor que le hacen a él –que ha aprendido a vivir en pobreza y está preparado para todo–, sino por el favor que se hacen a sí mismos. En efecto dice en el versículo 17: «No es que yo busque el don; lo que busco es que los intereses se acumulen en vuestra cuenta». San Pablo no instrumentaliza a nadie. En su caridad y desinterés, se alegra, más que por la ayuda recibida, porque descubre el amor y la generosidad que hay en el corazón de los filipenses. Efectivamente, el dar a los demás es una inmensa gracia que Dios concede (2 Cor 8,1-5).
«Mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia». Desde luego que Dios no es tacaño. El que hace el bien y da a los demás es porque confía en Dios. Y Dios no permitirá que falte lo necesario al que da con generosidad y confianza, pues proveerá a sus necesidades materiales y aumentará en él los frutos espirituales de una vida santa (2 Cor 9,8-10); por el contrario, «el que siembra tacañamente, tacañamente cosechará» (2 Cor 9,6).
La gravedad de la repulsa
Mt 22, 1-14
La parábola de hoy –lo mismo que las de los dos domingos anteriores– subraya la gravedad de la repulsa de Jesús. Más aún que en la parábola de los viñadores homicidas, se subraya la ternura de Dios. Él es el Rey que invita a los hombres a las bodas de su Hijo. Jesús aparece como el Esposo que va a desposarse con la humanidad y todo hombre –se llama a todos los que se encuentren en los cruces de los caminos– es invitado a este festín nupcial, a esta intimidad gozosa.
Las fuertes expresiones de la parábola –el rey que monta en cólera, manda sus tropas y destruye la ciudad– indican las tremendas consecuencias del rechazo de Cristo. Nosotros, que somos tan sensibles a las relaciones sociales humanas, ¿nos damos cuenta de verdad de lo que significa rechazar las invitaciones de Dios? El hecho de que a Dios no le veamos con los ojos o de que Él no «proteste» cuando le decimos «no», no quiere decir que el rechazo de sus invitaciones no sea un desprecio bochornoso. Las excusas –el campo, los negocios...– no son más que excusas y en realidad significan no querer responder.
También puede parecernos dura la última parte de la parábola –el invitado que es arrojado fuera porque no lleva vestido de bodas–. Dios invita a todos, no hace distinciones, la entrada en la Iglesia es gratuita, pero no hemos de olvidar que se trata de la Iglesia del Rey. El vestido de bodas, es decir, una vida según el evangelio, es necesario. La gracia es exigente. Con Dios no se juega y no podemos juntar a Cristo y a Satanás.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
El Reino de Dios es presentado como un banquete de bodas (lecturas primera y tercera). Para San Pablo, Cristo es toda su vida, Lo único que cuenta para él es Cristo, en quien lo puede todo. Hemos de meditar seriamente sobre nuestra postura personal ante el llamamiento amoroso y vinculante de Dios a cada uno de nosotros. No basta haber sido invitado, llamado a entrar en el Reino. Hemos de responder con toda fidelidad a esta llamada, hasta quedar transformados interior y externamente según el Corazón de Jesucristo, y recibir plenamente la salvación que Él nos ofrece.
?Isaías 25,6-10: El Señor preparará un festín y enjugará las lágrimas de todos los rostros. El banquete descrito por el profeta aparece como una celebración de la entronización de Yahvé. Y en el fondo de este texto está presente la idea del banquete con que se concluye el sacrificio ritual de acción de gracias. Yahvé prepara a sus convidados una alegre participación al sacrificio de acción de gracias, en señal de perfecta comunión. La abundancia y la exquisitez de los alimentos y bebidas es símbolo de la plenitud de los bienes celestes y de la alegría de la comunión divina. En general el banquete es en todas partes el signo característico de la amistad, de la protección divina y de la bienaventuranza celestial. La comunión perfecta con Dios realiza tal cambio en la presente condición humana que hace desaparecer de ella sus propias características: las tribulaciones, las pruebas y el mal. Encontramos aquí el ápice del mensaje escatológico del Antiguo Testamento. La esperanza de Israel está fundada en la fidelidad a Dios. Todo esto se realiza plenamente en el Nuevo Testamento con la Sagrada Eucaristía.
?Cantamos el Salmo 22 y con él expresamos nuestros anhelos: habitaremos en la Casa del Señor por años sin término... «Preparas una mesa ante mí, me unges la cabeza con perfume y mi copa rebosa». Lo principal es en esto que la bondad y la misericordia del Señor nos acompaña todos los días de nuestra vida, y luego en la gloria eterna.
?Filipenses 4,12-14.19-20: Todo lo puedo en Aquel que me conforta. El Padre nos ha dado una garantía de salvación: la gracia de Cristo, capaz de transformar nuestras vidas en el tiempo y para la eternidad. Escribe Orígenes:
«Cuando Dios permite al tentador que nos persiga, dándole poder para ello, somos perseguidos; mas cuando Dios no quiere que suframos persecución, gozamos maravillosamente de paz, aun en medio de un mundo que nos aborrece, y tenemos buen ánimo, confiados en Aquel que dijo: ?tened buen ánimo; yo he vencido al mundo? (Jn 16, 33). Y, realmente, Él venció al mundo, y por ello el mundo solo tiene fuerza en la medida que quiere su vencedor, que recibió del Padre la victoria sobre el mundo, y gracias a esa victoria nosotros tenemos buen ánimo. Mas, si Dios quiere que de nuevo luchemos y combatamos por nuestra religión, acérquense los contrarios, y les diremos: ?todo lo puedo en Aquel que me conforta? (Flp 4,13)» (Contra Celso 8,70).
?Mateo 22,1-14: Convidad a todos los que encontréis. El verdadero riesgo de nuestra vida está en nuestra actitud ante la salvación que Dios nos ofrece: o aceptación fiel y agradecida o repulsa indigna del llamamiento divino. Comenta San Agustín:
«Todos los bautizados conocen cuál es la boda del Hijo del Rey y cuál el banquete. La mesa del Señor está dispuesta para todo el que quiera participar de ella. A nadie se le prohibe acercarse, pero lo importante es el modo de hacerlo. Las sagradas Escrituras nos enseñan que no son dos los banquetes del Señor; sino uno, al que vienen buenos y malos. Todos los que rechazaron la invitación fueron malos, pero no todos los que entraron fueron buenos. Me dirijo a vosotros que, siendo buenos, os sentáis en este banquete, vosotros los que prestáis atención a aquellas palabras: ?quien come y bebe indignamente, come y bebe su condenación?. Me dirijo a todos los que sois así, es decir, buenos, para que no busquéis buenos fuera del banquete y toleréis a los malos dentro [los donatistas]... Poneos el vestido nupcial. Me dirijo a vosotros, los que todavía no lo tenéis [catecúmenos, penitentes]. Ya estáis dentro, ya os acercáis al banquete, pero aún no tenéis el vestido digno del esposo... Amad al Señor y en Él aprended a amaros a vosotros» (Sermón 90).
En nuestro vivir de cada día nos estamos jugando nuestra salvación eterna. Estamos llamados al banquete nupcial, llevemos el vestido de fiesta que, para San Agustín, no es otro que el de la caridad.