Domingo XXV Tiempo Ordinario (A)
/ 19 septiembre, 2014 / Tiempo OrdinarioLecturas (Domingo XXV Tiempo Ordinario – Ciclo A)
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-1ª Lectura: Is 55, 6-9 : Mis planes no son vuestros planes
-Salmo: Sal 144 : Cerca está el Señor de los que lo invocan
-2ª Lectura: Flp 1, 20c-24. 27a : Para mí, la vida es Cristo
+Evangelio: Mt 20, 1-16 : ¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Gregorio Magno, Homilías sobre el Evangelio, n. 19
Los trabajadores de la viña del Señor
El Reino de los cielos se compara a un padre de familia que contrata trabajadores para cultivar su viña. Sin embargo ¿quién puede ser más justamente comparado con este padre de familia que nuestro Creador, que gobierna lo que ha creado, y ejerce en este mundo el derecho de propiedad sobre sus elegidos como un maestro sobre los servidores que tiene en su casa? Posee una viña, la Iglesia universal, que ha tenido siempre, por así decirlo, sarmientos que han producido santos, desde Abel, el justo, hasta el último elegido que nacerá al final del mundo.
Este Padre de familia contrata trabajadores para cultivar su viña, desde el amanecer, a la hora tercera, a la sexta, en la novena y a la undécima hora, ya que no ha cesado, del comienzo del mundo hasta el final, de reunir predicadores para instruir a la multitud de fieles. El amanecer del día, para el mundo, era desde Adán a Noé; la tercera hora, de Noé a Abraham; la sexta, de Abraham a Moisés; la novena, de Moisés hasta la llegada del Señor; y la undécima hora, de la venida del Señor hasta el final del mundo. Los santos apóstoles han sido enviados para anunciar en esta última hora, y aunque han llegado tarde, han recibido un salario completo.
El Señor no deja en ningún momento de enviar obreros para cultivar su viña, es decir para enseñar a su pueblo. Porque mientras hacía fructificar las buenas costumbres de su pueblo por los patriarcas, y luego por los doctores de la ley y los profetas, y, por último, los apóstoles, trabajaba, en cierto modo, cultivando su viña por medio de sus trabajadores. Todos aquellos que, a una fe recta, han unido las buenas obras, han sido los obreros de esta viña.
Los trabajadores del principio del día, de la tercera, de la sexta y de la novena hora representan, pues, el antiguo pueblo hebreo, que, se aplica… desde el comienzo del mundo, a dar culto a Dios con una fe recta, y por tanto, no ha cesado, por así decirlo, de trabajar en el cultivo de la vid. Pero a la undécima hora, son llamados los paganos, y es a ellos a quienes se destinan estas palabras: «¿por qué habéis estado allí, toda la jornada, sin hacer nada? » pues a lo largo de mucho tiempo, los paganos se habían descuidado de trabajar para la vida eterna, y estaban ahí, en cierta forma, toda la jornada, sin hacer nada. Pero observad, hermanos, lo que responden a la pregunta que se les ha planteado: «porque nadie nos ha contratado». En efecto, ningún patriarca, ni ningún profeta habían llegado a ellos. Y ¿qué quiere decir: «nadie nos ha contratado para trabajar» sino: «nadie nos ha
predicado el camino de la vida «?
Pero nosotros, ¿qué excusa pondremos, si no hacemos buenas obras? Recordemos que hemos recibido la fe, al salir del seno de nuestra madre, escuchado las palabras de vida desde nuestra cuna, y fueron las ubres de la santa Iglesia el alimento de la doctrina celestial al mismo tiempo que la leche materna.
***
Podemos repartir estas diversas horas del día entre los años de vida del hombre. El amanecer, es la infancia de nuestra inteligencia. La tercera hora puede aplicarse a la adolescencia, porque el sol deslumbra ya, por decirlo así, desde la altura, en los ardores de la juventud que empiezan a calentarse. La sexta hora, es la edad de la madurez: el sol se establece allí como su punto de equilibrio, ya que el hombre está en la plenitud de su fuerza. La novena hora designa la vejez, dónde el sol desciende, en cierto modo, desde lo alto del cielo, para que los ardores de la edad madura se refresquen. En fin, la undécima hora es la edad que se nombra como vejez avanzada…
Unos son conducidos a una vida honrada desde la infancia, otros durante la adolescencia, otros en la edad madura, otros en la vejez y otros por fin en edad muy avanzada, es como si fueran llamados a la vid, a diferentes horas del día. Examinad pues vuestro modo de vivir, hermanos, y ved si vosotros actuáis como obreros de Dios. Reflexionad bien, y considerad si trabajáis en la vid del Señor… El que se descuidó de vivir para Dios hasta su última edad, es como el obrero que ha estado sin hacer nada hasta la undécima hora… «¿Por qué habéis estado todo el día sin hacer nada?» Es como si dijéramos claramente: «Si no habéis querido vivir para Dios durante vuestra juventud y edad madura, arrepentíos, por lo menos, en vuestra última edad… Venid, a pesar de todo, hacia los caminos de la vida»… ¿No fue a la undécima hora cuando el ladrón regresó? (Lc 23,39s) No fue por su edad avanzada, sino por el suplicio con que se encontró al llegar a la tarde de su vida. Confesó a Dios sobre la cruz, y expiró casi en el momento en el que el Señor le daba su sentencia. Y el
Dueño de todo, admitiendo al ladrón antes que a Pedro en el descanso del paraíso, distribuyó bien el salario comenzando por el último.
San Agustín, Sermón 87, 1.4-6
«La recompensa es la vida eterna»
Los primeros justos venidos al mundo, como Abel y Noé, son como los llamados a primera hora, recibirán al mismo tiempo que nosotros la felicidad de la resurrección. Posteriormente otros justos después que ellos, Abrahán, Isaac, Jacob y sus contemporáneos, llamados a media mañana, recibirán al mismo tiempo que nosotros la felicidad de la resurrección. Otros justos: Moisés, Aarón y los que como ellos fueron llamados al mediodía, recibirán el mismo tiempo que nosotros la felicidad de la resurrección; después de los santos profetas, llamados como al caer de la tarde, recibirán la misma felicidad que nosotros.
Al fin del mundo todos los cristianos, cual los llamados a la hora undécima, recibirán junto con ellos la felicidad de la resurrección. Todos la recibirán al mismo tiempo, pero fijaos después de cuánto tiempo, la recibirán los primeros. Por tanto si los primeros llamados reciben la felicidad después de tanto tiempo, mientras que nosotros la recibimos después de un breve intervalo, aunque todos la recibimos simultáneamente, parece como si nosotros la recibiéramos primero, por aquello de que nuestra recompensa no se hará esperar.
En cuánto a recibir la recompensa, todos seremos iguales: los últimos igual que los primeros y los primeros igual que los últimos, pues aquel denario, es la vida eterna.
San Cirilo de Jerusalén, Catequesis bautismal, 13
El hombre de la hora undécima
Uno de los ladrones crucificados con Jesús exclamó: «¡Acuérdate de mi, Señor! Es ahora que me dirijo a ti… No te voy a decir mis obras porque me hacen temblar. Cualquier hombre se siente bien dispuesto hacia su compañero de camino, y aquí me tienes como compañero de camino hacia la muerte. Acuérdate de mi, tu compañero de viaje, no ahora, sino cuando llegues a tu Reino» (Lc 24,42).
¿Cuál es el poder que te ha iluminado, buen ladrón? ¿Quién te ha enseñado a adorar así al que es despreciado y crucificado contigo? ¡Oh luz eterna que iluminas a los que viven en tinieblas (Lc 1,79)! «Ánimo… En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso, puesto que hoy has escuchado mi voz y no se te ha endurecido el corazón (Sl 94,8). Porque Adán desobedeció, pronto fue expulsado del huerto del paraíso… Tú que hoy obedeces a la fe, hoy serás salvado. Para Adán, el árbol fue ocasión de caída; a ti, el árbol te hace entrar en el paraíso…
Oh gracia inmensa e inexpresable: Abraham, el fiel por excelencia, no había todavía entrado cuando entra el ladrón. Pablo se siente lleno de estupor y dice: «¡Allí donde creció el pecado, más desbordante fue la gracia!» (Rm 5,20). Los que habían trabajado todo el día, no habían entrado todavía en el Reino, y a él, el hombre de la hora undécima, se le admite sin hacerle esperar. Que nadie murmure contra el dueño: «No hago ninguna injusticia a nadie. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos?» El ladrón quiere ser justo…, me basta su fe… Yo, el pastor, he encontrado la oveja perdida, y la cargo sobre mis hombros (Lc 15,5) porque ella me ha dicho: «Me he equivocado, pero acuérdate de mi, Señor, cuando llegues a tu Reino».
San Agustín, Sermón 87, 1.5.6
PL 38, 530. 531.532.533
El denario es la vida eterna
Acabáis de escuchar la parábola evangélica de los jornaleros de la viña, que encaja perfectamente con la presente estación. Pues nos hallamos ahora en la época de la vendimia material. Y digo material, porque existe una vendimia espiritual, en la que Dios se goza con los frutos de su viña. El reino de los cielos se parece a un propietario que salió a contratar jornaleros para su viña.
Y ¿qué significa el gesto ése de pagar el jornal empezando por los últimos? ¿No leemos en otro pasaje del evangelio que todos recibirán simultáneamente la recompensa? Leemos efectivamente en otro texto del evangelio que el rey dirá a los de su derecha: Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Si, pues, todos han de recibir el denario a la vez, ¿cómo entender lo que aquí se dice sobre que primero recibirán el jornal los contratados al atardecer, y, por último, los del amanecer? Si consigo explicarme de modo que logréis entenderlo, loado sea Dios. Pues a él debéis agradecerle cuanto se os da por mi mano: porque lo que yo os doy no os lo doy de mi cosecha.
Si preguntas, por ejemplo, quién de los dos jornaleros recibió primero la paga: el que la recibió después de una hora de trabajo o el que la recibió después de una jornada laboral de doce horas, todo el mundo responderá que quien la recibió al cabo de tan sólo una hora, la recibió antes que quien la recibió después de doce horas. Así pues, aunque todos cobraron al mismo tiempo, sin embargo, como unos recibieron el jornal al cabo de una hora y los otros después de doce horas, se dice que aquéllos lo recibieron primero, puesto que lo recibieron en breve espacio de tiempo.
Los primeros justos —Abel, Noé—, que son como los llamados a primera hora, recibirán al mismo tiempo que nosotros la felicidad de la resurrección. Posteriormente, otros justos después de ellos —tales como Abrahán, Isaac, Jacob y sus contemporáneos—, llamados a media mañana, recibirán al mismo tiempo que nosotros la felicidad de la resurrección. Otros justos: Moisés, Aarón y los que como ellos fueron llamados al mediodía, recibirán al mismo tiempo que nosotros la felicidad de la resurrección. Después de ellos, los santos profetas, llamados como al caer la tarde, recibirán al mismo tiempo que nosotros la felicidad de la resurrección. Al fin del mundo, todos los cristianos, cual los llamados a la hora undécima, recibirán junto con ellos la felicidad de la resurrección. Todos la recibirán al mismo tiempo, pero fijaos después de cuánto tiempo la recibirán los primeros. Por tanto, si los primeros llamados reciben la felicidad después de tanto tiempo, mientras que nosotros la recibimos después de un breve intervalo, aunque todos la recibamos simultáneamente, parece como si nosotros la recibiéramos primero, por aquello de que nuestro galardón no se hará esperar.
En cuanto a la retribución, todos seremos iguales: los últimos igual que los primeros, y los primeros igual que los últimos, pues aquel denario es la vida eterna, y en la vida eterna todos serán iguales. Y aunque según la diversidad de méritos, diversamente resplandecerán, en lo que atañe a la vida eterna, será igual para todos. Lo que para todos es eterno, mal podría ser para unos más largo y más corto para otros: lo que no tiene fin, no lo tendrá ni para ti ni para mí. Diferentemente brillarán allí la castidad conyugal y la integridad virginal; uno será el fruto de las buenas obras y otra la corona del martirio; pero en lo que a vivir eternamente se refiere, ni éste vivirá más que aquél, ni aquél más que éste. Todos vivirán una vida sin fin, si bien cada cual con su brillo y aureola peculiar. Y aquel denario es la vida eterna.
Benedicto XVI, papa
Ángelus, Castelgandolfo, 21-09-2008
[…] En el evangelio de hoy (cf. Mt 20, 1-16) Jesús cuenta precisamente la parábola del propietario de la viña que, en diversas horas del día, llama a jornaleros a trabajar en su viña. Y al atardecer da a todos el mismo jornal, un denario, suscitando la protesta de los de la primera hora. Es evidente que este denario representa la vida eterna, don que Dios reserva a todos. Más aún, precisamente aquellos a los que se considera «últimos», si lo aceptan, se convierten en los «primeros», mientras que los «primeros» pueden correr el riesgo de acabar «últimos».
Un primer mensaje de esta parábola es que el propietario no tolera, por decirlo así, el desempleo: quiere que todos trabajen en su viña. Y, en realidad, ser llamados ya es la primera recompensa: poder trabajar en la viña del Señor, ponerse a su servicio, colaborar en su obra, constituye de por sí un premio inestimable, que compensa por toda fatiga. Pero eso sólo lo comprende quien ama al Señor y su reino; por el contrario, quien trabaja únicamente por el jornal nunca se dará cuenta del valor de este inestimable tesoro.
El que narra la parábola es san Mateo, apóstol y evangelista… Me complace subrayar que san Mateo vivió personalmente esta experiencia (cf. Mt 9, 9). En efecto, antes de que Jesús lo llamara, ejercía el oficio de publicano y, por eso, era considerado pecador público, excluido de la «viña del Señor». Pero todo cambia cuando Jesús, pasando junto a su mesa de impuestos, lo mira y le dice: «Sígueme». Mateo se levantó y lo siguió. De publicano se convirtió inmediatamente en discípulo de Cristo. De «último» se convirtió en «primero», gracias a la lógica de Dios, que —¡por suerte para nosotros!— es diversa de la del mundo. «Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos», dice el Señor por boca del profeta Isaías (Is 55, 8).
También san Pablo… experimentó la alegría de sentirse llamado por el Señor a trabajar en su viña. ¡Y qué gran trabajo realizó! Pero, como él mismo confiesa, fue la gracia de Dios la que actuó en él, la gracia que de perseguidor de la Iglesia lo transformó en Apóstol de los gentiles, hasta el punto de decir: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia» (Flp 1, 21). Pero añade inmediatamente: «Pero si el vivir en la carne significa para mí trabajo fecundo, no sé qué escoger» (Flp 1, 22). San Pablo comprendió bien que trabajar para el Señor ya es una recompensa en esta tierra.
La Virgen María, a la que hace una semana tuve la alegría de venerar en Lourdes, es sarmiento perfecto de la viña del Señor. De ella brotó el fruto bendito del amor divino: Jesús, nuestro Salvador. Que ella nos ayude a responder siempre y con alegría a la llamada del Señor y a encontrar nuestra felicidad en poder trabajar por el reino de los cielos.
San Juan Pablo II, papa
Ángelus, Castelgandolfo, 23-09-1984
1. En la liturgia de este domingo la Iglesia ofrece en la mesa de la Palabra de Dios la parábola de los obreros enviados a la viña, que relata el Evangelio de San Mateo.
«El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña» (Mt 20, 1).
A esta »invitación» a la viña corresponde la vocación que Dios dirige al hombre en Jesucristo.
El Concilio Vaticano II enseña que todo el Pueblo de Dios y todos los que pertenecen a él están llamados a participar en la triple misión mesiánica de Cristo: Sacerdote, Profeta y Rey. En esto consiste la sustancia de la vocación cristiana.
Esta participación en la misión de Cristo constituye el contenido de la llamada a la viña del Señor. Esta llamada se dirige a la persona y, al mismo tiempo, se extiende a la comunidad que, participando en la misión mesiánica de Cristo, forman la Iglesia en la tierra y, a la vez, preparan la forma definitiva del reino de los cielos.
Hoy, al rezar el Ángelus, damos gracias al Señor, juntamente con María, la primera entre los llamados, por todos los obreros de la viña del Señor.
Y simultáneamente pedimos que esta llamada ―o sea, la vocación al reino de Dios― se dilate continuamente y llegue a los corazones humanos.
Ángelus, 20-09-1981
1. «El reino de los cielos es semejante a un amo de casa que salió muy de mañana a ajustar obreros para su viña…» (Mt 20, 1).
Con estas palabras comienza el pasaje evangélico de la liturgia de hoy. La tan conocida parábola de los trabajadores de la viña contiene en sí muchos temas. Entre éstos es fundamental la idea de que es Dios quien llama al hombre al trabajo y que el trabajo debe contribuir a la plasmación continua del mundo según el proyecto del mismo Dios. Todo tipo de trabajo humano, todas sus variantes, están incluidas en la parábola evangélica.
En el punto de partida esta parábola incluye la llamada al hombre a redescubrir el significado del trabajo, teniendo presente el designio salvífico de Dios.
2. ¿Qué es el trabajo humano?
A este interrogante hay que dar una respuesta articulada. Ante todo es una prerrogativa del hombre-persona, un factor de plenitud humana que ayuda precisamente al hombre a ser más hombre. Sin el trabajo no sólo no puede alimentarse, sino que tampoco puede autorrealizarse, es decir, llegar a su dimensión verdadera. En segundo lugar y consecuentemente el trabajo es una necesidad, un deber, que da al ser humano, vida, serenidad, interés, sentido. El Apóstol Pablo advierte severamente, recordémoslo: «el que no quiere trabajar, no coma» (2 Tes 3, 10). Por consiguiente, cada uno está llamado a desempeñar una actividad sea al nivel que fuere, y el ocio y el vivir a costa de otros quedan condenados. El trabajo es, además, un derecho, «es el grande y fundamental derecho del hombre», como dije hace dos años en Polonia, en Nowy Targ. En cuanto tal, debe ser mantenido y salvaguardado por la sociedad también cuando entre en conflicto con otros derechos. Bajo estas condiciones, el trabajo llega a ser igualmente un servicio, de tal modo que «el hombre crece en la medida en que se entrega por los demás» (A los agricultores de Legazpi City, 21 de febrero de 1981). Y de esta armonía se beneficia no sólo el individuo sino también, y sobre todo diría yo, la misma sociedad.
3. Estos son solamente algunos pensamientos sobre el tema acerca de la naturaleza del trabajo humano. Los ponemos juntos aquí haciendo referencia a la llamada del amo de casa que sigue saliendo a contratar obreros para su viña para la jornada, como dice la parábola evangélica. Recordemos que en su mismo punto de partida esta parábola contiene la invitación al hombre a que encuentre su significado último en el designio salvífico de Dios, sea cual fuere el tipo de trabajo que desarrolle. Y oremos para que crezca y se ahonde en cada hombre la conciencia de este significado. Pues según el designio de Dios, con el trabajo no sólo debemos dominar la tierra, sino también alcanzar la salvación. Por tanto, al trabajo está vinculado no sólo la dimensión de la temporalidad, sino también la dimensión de la eternidad.
Congregación para el Clero
«Busquen al Señor mientras se deja encontrar, llámenlo mientras está cerca» (Is. 55,6). Con estas palabras, el Profeta Isaías exhorta a sus contemporáneos y a cada uno de nosotros, a no dejar nunca de buscar al Señor, de anhelarlo, pero sobre todo, nos exhorta a reconocer la presencia del Señor «mientras esta cerca».
La cercanía de Dios se ha manifestado en la historia, sobre todo en la alianza que Él ha querido hacer con los hombres, a través del pueblo de Israel, cuyo vértice es el Misterio extraordinario e inesperado de la Encarnación del Verbo. El Padre nos envió a su Hijo para manifestarnos su Amor, su infinita Misericordia. «Como el cielo se alza por encima de la tierra, así sobrepasan mis caminos y mis pensamientos a los caminos y a los pensamientos de ustedes» (Is. 55,9). Lo más lejano, lo más inimaginable para los hombres, Dios lo cumplió: se hizo hombre.
La Presencia del Salvador, muerto y resucitado, permanece en el tiempo a través del extraordinario Misterio de la Iglesia. Esta es el Cuerpo de Cristo Resucitado, y unido a su Cabeza, continúa la Obra de anuncio y de Salvación. Hoy el Señor «se deja encontrar» en la Iglesia: en su Palabra proclamada en la asamblea litúrgica, en el cuerpo viviente de los bautizados, en el agua viviente de los ordenados y sobre todo, en su Santísima Eucaristía, en la cual la Presencia humano-divina de Cristo Resucitado, permanece entre nosotros y se nos dona continuamente. Queridos hermanos, estemos entonces sumergidos en el Misterio de la Presencia de Cristo.
Del primado de Dios y del primado de la Eucaristía nace toda posibilidad de bien para la Iglesia y para la sociedad. La Eucaristía es la Verdad presente, de la cual surge cualquier otra verdad, sobre el hombre y sobre el mundo. De cara a este Misterio, extraordinario y tremendo, resuena la voz del profeta: «Que el malvado abandone su camino y el hombre perverso, sus pensamientos; que vuelva el Señor, y él le tendrá compasión, a nuestro Dios, que es generoso en perdonar» (Is. 55,7). La Misericordia, de hecho, es la señal más grande de la proximidad definitiva de Dios con los hombres; de la radical elección, que Dios ha hecho, de estar definitivamente de parte de los hombres, contra el mal, contra el pecado y contra satanás.
En este horizonte, en el cual vemos a Cristo, a la Iglesia y a los Sacramentos de nuestra Salvación, particularmente a la Eucaristía, el Señor «se deja encontrar» y «está cerca». Quien hace experiencia de la proximidad de Dios, en el encuentro con Cristo, en la Iglesia, a través de los Sacramentos, puede decir como San Pablo: «Porque para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia» (Flp 1,21). «La vida es Cristo» significa reconocer que toda nuestra existencia consiste en Él, en el Señor Crucificado y Resucitado.
Pidamos la intercesión de la Beata Virgen María, para que nos acompañe, como acompañó a su Hijo, al mejor cumplimiento en nuestra vida, de la voluntad de Dios. Para que siempre, en esta vida terrenal podamos comportarnos «como dignos seguidores del Evangelio de Cristo» (Flp 1,27), capaces de alegrarnos porque «el Señor es bueno con todos y tiene compasión de todas sus criaturas» (Sal 144).
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