Domingo XXIII Tiempo Ordinario (A) – Homilías
/ 4 septiembre, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Ez 33, 7-9: Si no hablas al malvado, te pediré cuenta de su sangre
Sal 94, 1-2. 6-7c. 7d-9: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón.»
Rm 13, 8-10: La plenitud de la ley es el amor
Mt 18, 15-20: Si te hace caso, has salvado a tu hermano
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Benedicto XVI, papa
Homilía (04-09-2011): Cuestión de caridad
domingo 4 de septiembre de 2011Queridos hermanos y hermanas:
Las lecturas bíblicas de la misa de este domingo coinciden en el tema de la caridad fraterna en la comunidad de los creyentes, que tiene su fuente en la comunión de la Trinidad. El apóstol san Pablo afirma que toda la Ley de Dios encuentra su plenitud en el amor, de modo que, en nuestras relaciones con los demás, los diez mandamientos y cada uno de los otros preceptos se resumen en esto: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (cf. Rm 13, 8-10). El texto del Evangelio, tomado del capítulo 18 de san Mateo, dedicado a la vida de la comunidad cristiana, nos dice que el amor fraterno comporta también un sentido de responsabilidad recíproca, por lo cual, si mi hermano comete una falta contra mí, yo debo actuar con caridad hacia él y, ante todo, hablar con él personalmente, haciéndole presente que aquello que ha dicho o hecho no está bien. Esta forma de actuar se llama corrección fraterna: no es una reacción a una ofensa recibida, sino que está animada por el amor al hermano. Comenta san Agustín: «Quien te ha ofendido, ofendiéndote, ha inferido a sí mismo una grave herida, ¿y tú no te preocupas de la herida de tu hermano? ... Tú debes olvidar la ofensa recibida, no la herida de tu hermano» (Discursos 82, 7).
¿Y si el hermano no me escucha? Jesús en el Evangelio de hoy indica una gradualidad: ante todo vuelve a hablarle junto a dos o tres personas, para ayudarle mejor a darse cuenta de lo que ha hecho; si, a pesar de esto, él rechaza la observación, es necesario decirlo a la comunidad; y si tampoco no escucha a la comunidad, es preciso hacerle notar el distanciamiento que él mismo ha provocado, separándose de la comunión de la Iglesia. Todo esto indica que existe una corresponsabilidad en el camino de la vida cristiana: cada uno, consciente de sus propios límites y defectos, está llamado a acoger la corrección fraterna y ayudar a los demás con este servicio particular.
Otro fruto de la caridad en la comunidad es la oración en común. Dice Jesús: «Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en el cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18, 19-20). La oración personal es ciertamente importante, es más, indispensable, pero el Señor asegura su presencia a la comunidad que —incluso siendo muy pequeña— es unida y unánime, porque ella refleja la realidad misma de Dios uno y trino, perfecta comunión de amor. Dice Orígenes que «debemos ejercitarnos en esta sinfonía» (Comentario al Evangelio de Mateo 14, 1), es decir en esta concordia dentro de la comunidad cristiana. Debemos ejercitarnos tanto en la corrección fraterna, que requiere mucha humildad y sencillez de corazón, como en la oración, para que suba a Dios desde una comunidad verdaderamente unida en Cristo. Pidamos todo esto por intercesión de María santísima, Madre de la Iglesia, y de san Gregorio Magno, Papa y doctor, que ayer hemos recordado en la liturgia.
Julio Alonso Ampuero
Meditaciones Bíblicas sobre el Año Litúrgico
Deuda de amor
Rom 13,8-10
«A nadie le debáis nada, mas que amor». Tenemos para con los demás la «deuda» del amor. Cuando hemos realizado un acto de caridad para con el prójimo, cuando hemos hecho el bien a alguien, quisiéramos que nos lo agradeciera, que todo el mundo nos lo reconociera y que Dios mismo nos lo pagase. Sin embargo, somos deudores de los demás. Les debemos amor. No sólo les debemos lo que cae en el campo de la estricta justicia. Si Cristo nos hubiera tratado en estricta justicia, estaríamos condenados. Sin embargo, nos amó, y no en cualquier grado, sino «hasta el extremo» (Jn 13,1). Igualmente nosotros: cuando nos hayamos entregado hasta el extremo, habremos de exclamar: «somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer» (Lc. 17,10).
«El que ama tiene cumplido el resto de la Ley». San Pablo, siguiendo al propio Cristo (Mt 22,34-40), nos recuerda que toda la Ley se resume en el mandamiento del amor. Lo cual no significa que todo lo demás no importe, sino que tenemos que prestar atención a esta fuente de la que todo brota. Por eso san Agustín pudo proclamar: «Ama y haz lo que quieras». El que de verdad ama no hace mal a su prójimo. El que de verdad ama hace el bien siempre y a todos. El que de verdad ama, supera la estricta justicia, cumple los mandamientos y los rebasa. Se trata de cultivar las actitudes profundas del corazón, pues «el árbol bueno da frutos buenos» (Mt 7,17). Si uno está lleno por dentro de caridad, no hay que preocuparse de más: se trata sencillamente de dejar que la caridad rebose hacia fuera. Por el contrario, el que no ama, inútilmente se esforzará en cumplir los mandamientos, pues «el árbol malo da frutos malos» (Mt 7,17).
«Amar es cumplir la Ley entera». Por si quedaba alguna duda, esta frase final subraya que el amor no es un puro sentimiento. El amor a Dios consiste en cumplir su mandamientos (1 Jn 5,3). El amor es delicado, cuidadoso, exigente, hasta en los más mínimos detalles. En cambio, el que no cumple la Ley entera tendrá que reconocer que su amor todavía deja mucho que desear.
Te pediré cuentas
Mt 18,15-20
El evangelio de hoy nos presenta un aspecto que en la mayoría de las comunidades cristianas está sin estrenar. Jesús dice: «Si tu hermano peca, repréndelo». La lógica es muy sencilla: si a cualquier madre le importa su hijo y le duele lo que es malo para su hijo y le reprende porque le quiere y desea que no tenga defectos, con mayor razón al cristiano le debe importar todo hombre, sencillamente por que es su hermano. ¿Me duele cuando alguien peca?
La lectura de Ezequiel es incluso más fuerte en esto : «Si tú no hablas poniendo en guardia al malvado para que cambie de conducta, a ti te pediré cuenta de su sangre». Somos responsables de los hermanos. Si viéramos a alguien que va a caer en un precipicio, le gritaríamos una y mil veces. Pues bien, da escalofrío la indiferencia con que vemos alejarse personas de Cristo y de la Iglesia y vivir en el pecado y no les decimos ni palabra. «Si tu hermano peca, repréndelo». «Si no le pones en guardia, te pediré cuenta de su sangre». ¿Me siento responsable? Recordemos que fue Caín el que dijo: «¿Acaso soy yo guardián de mi hermano?»
Por lo demás, está claro que se trata de reprender por amor y con amor. No con fastidio y rabia o porque a uno le moleste. Es una necesidad del amor. El amor a los hermanos lleva a luchar para que no se destruyan a sí mismos. Tenemos con ellos una deuda de amor que nos impide callar, precisamente para su bien. Todo menos la indiferencia.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
La corrección fraterna es una gran forma de caridad, a esto alude también la lectura primera, tomada del profeta Ezequiel. San Pablo nos exhorta a observar la ley suprema del amor.
El misterio de la Iglesia de Cristo, en cuanto comunidad fraterna, impone a todos sus miembros actitudes de celo apostólico por la salvación de todos los hombres, ya que se alimenta de la Eucaristía, sacramento de unidad y de amor. El amor a Cristo nos lleva al amor a los hermanos y viceversa.
–Ezequiel 3,7-9: Si no hablas al malvado te pediré cuenta de su sangre. Testigo del amor de Dios, el creyente debe ayudar también a su hermano en su reconciliación con el Padre. Escribe San Gregorio Magno:
«Mas es de notar por cuán contumaz es tenido aquel cuya contumacia tan frecuentemente se repite. Luego el pecador debe ser reprendido y jamás temido; debería, sí, ser temido el hombre, si él mismo, en cuanto hombre, temiera al autor de todo; pero quien no usa de la razón para temer a Dios, tanto menos debe ser temido en nada cuanto él es menor en lo que debe ser... Hay que mirar atentamente y con cuidado lo que el Señor dice al profeta: que primero oiga sus palabras y que después hable. Oímos las palabras de Dios si las cumplimos; y entonces las hablamos rectamente a los prójimos cuando primero las hubiéremos cumplido nosotros» (Homilías sobre Ezequiel 1,10).
–El Salmo 94 nos ayuda a meditar la lectura anterior: «Ojalá escuchéis hoy su voz. No endurezcáis vuestro corazón». La voz del Señor es la corrección fraterna que hemos de recibir con alegría, plena disponibilidad y agradecimiento.
–Romanos 13,8-10: La plenitud de la Ley es el amor. La trascendencia de la caridad evangélica es tal que hace al cristiano responsable de la gloria de Dios y de la salvación de los hermanos por encima de cualquier otra urgencia religiosa o legalista. Comenta San Agustín:
«Solo la caridad distingue a los hijos de Dios de los del diablo. Sígnense todos con la señal de la Cruz de Cristo; respondan todos: Amén; canten todos: Aleluya; bautícense todos, frecuenten la iglesia, apíñense en las basílicas. No se distinguirán los hijos de Dios de los del diablo, si no es por la caridad. Los que tienen caridad nacieron de Dios; los que no la tienen no nacieron de Él. Gran distintivo y señal. Ten todo lo que quieras, si te falta solo la caridad, de nada te aprovecha todo lo que tengas. Si no tienes otras cosas, ten ésta, y cumplirás la Ley. «Quien ama a su prójimo cumple la Ley», dice el Apóstol. Y también: «El pleno cumplimiento de la Ley es la caridad»(Rom 13,8.10)» (Exposición de la Carta a los Romanos 5,7).
–Mateo 18,15-20: Si te hace caso has salvado a tu hermano. La búsqueda evangélica de la persona humana, para salvarla y redimirla, fue la clave de la misión personal del Corazón de Jesucristo y su entrega amorosa. Así comenta este pasaje San Agustín:
«Debemos reprender con amor; no con deseo de dañar, sino con afán de corregir. Si fuéramos así, cumpliríamos con exactitud lo que hoy se nos ha aconsejado... ¿Por qué le corriges? ¿Porque te duele el que haya pecado contra ti? En ningún modo. Si lo haces por amor propio nada haces. Si lo haces por amor hacia él, obras excelentemente. Considera en las mismas palabras por amor de quien debes hacerlo, si por el tuyo o por el de él... Hazlo por él, para ganarlo a él. Si haciéndolo ganas, no haciéndolo pierdes... Que nadie desprecie el pecado contra el hermano... Precisamente porque todos hemos sido hechos miembros de Cristo. ¿Cómo no vas a pecar contra Cristo, si pecas contra un miembro de Cristo?» (Sermón 82).
En medio del mundo nos espera la responsabilidad de hacer el bien, venciendo el mal con sobreabundancia de amor. Procuremos la salvación de todos.