Domingo XVIII Tiempo Ordinario (A) – Homilías
/ 12 agosto, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Is 55, 1-3: Venid y comed
Sal 144, 8-9. 15-16. 17-18: Abres tú la mano, Señor, y nos sacias
Rm 8, 35. 37-39: Ninguna criatura podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo
Mt 14, 13-21: Comieron todos y se saciaron
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Congregación para el Clero
Homilía
La multiplicación de los panes y de los peces y la multitud saciada es un milagro que narran los cuatro Evangelios; cada Evangelista se centra en un aspecto diferente, a pesar de ser contextos más o menos similares, pero cada narración concluye con la misma certeza: es Cristo que sacia el hambre del corazón del hombre.
La liturgia de este domingo esta envuelta por el concepto de la saciedad, que colma el corazón del hombre y viene de Dios: «Abre tu mano Señor y sacia a cada viviente».
No es el hambre o la sed, lo que separa de la fascinación de Cristo, si no la solicitud del hombre de bastarse a sí mismo, de calmarse el hambre por sí solo: «¿por qué gastar el dinero en lo que no es pan, y las ganancias en lo que no sacia?».
San Mateo narra el milagro de la multiplicación de los panes y los peces en tres escenas relacionadas entre sí: la compasión de Jesús por la multitud y la sanación de los enfermos; el hambre del pueblo al atardecer y el milagro de la multiplicación de los panes y los peces; con la consecuente saciedad de la multitud.
El tríptico se abre con la observación de Jesús (la compasión) y se cierra con la experiencia del hambre saciada. En medio está la participación de los discípulos, que en su pequeñez se convierten en signo concreto de la acción omnipotente del Señor.
Como fondo de la narración de este milagro está la llamada al misterio de la Eucaristía. Y es precisamente en la Eucaristía, don de la compasión divina para nuestro destino, que el hombre es saciado del deseo de eternidad, de la verdad y de la libertad, en el encuentro con el Señor que es el Enmanuel, Dios con nosotros y se ofrece por nosotros.
«En el Sacramento del altar, el Señor viene al encuentro del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,27), acompañándole en su camino. En efecto, en este Sacramento el Señor se hace comida para el hombre hambriento de verdad y libertad. Puesto que sólo la verdad nos hace auténticamente libres (cf. Jn 8,36), Cristo se convierte para nosotros en alimento de la Verdad.» (BENEDICTO XVI Exhort. Apost. Sacramentum Caritatis, n.2).
Así como en esta página del Evangelio es Cristo el protagonista y la respuesta al drama de la humanidad, así en la Eucaristía es Él el protagonista y la respuesta a todos los deseos del hombre. «En el sacramento de la Eucaristía Jesús nos muestra en particular la verdad del amor, que es la misma esencia de Dios. Es esta verdad Evangélica lo que interesa a cada hombre y a todo su ser. Por este motivo la Iglesia, que encuentra en la Eucaristía el centro vital, se empeña constantemente en anunciar a todos, a tiempo y a destiempo (cf. 2 Tim 4,2) que Dios es amor» (Ibidem).
¿Con qué estupor, nos acercamos al Sacramento de la Eucaristía?. Si no hay estupor es porque nuestro cuestionamiento existencial se ha opacado; no somos saciados porque no somos capaces de formularnos un cuestionamiento auténtico; nos convertimos progresivamente en extraños frente a la fuente de vida eterna.
Por intercesión de Aquella que como mujer Eucarística en Belen, casa del pan, nos donó el Salvador, el Espíritu Santo nos conceda un corazón que cada vez tenga más hambre de Dios, y sea deseoso del encuentro con el Señor que viene a «saciarnos» de Él.
Julio Alonso Ampuero
Meditaciones Bíblicas sobre el Año Litúrgico: Dadles vosotros de comer
Creer en el Amor
Rom 8,35.37-39
«¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?». San Pablo lanza este grito desafiante desde la atalaya de quien se sabe amado incondicionalmente por Cristo. Nuestra fe es un confianza total y absoluta en el amor de Dios. «Nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios nos tiene» (1 Jn 4,16). San Pablo habla por experiencia. Sabe que este amor nunca falla, nunca defrauda. El amor de Cristo es la única seguridad estable y definitiva aunque todo se hunda. Al que ha construido su vida sobre la roca del amor de Cristo ninguna tempestad puede tambalearle (Cfr. Mt 7,25).
«En todo esto vencemos fácilmente por Aquel que nos ha amado». A veces quisiéramos que el Señor eliminase las dificultades. Sin embargo, no suele actuar así. Más bien nos da la fuerza para vencerlas y superarlas apoyados en su amor. Cristo lo había dicho bien claro: «En el mundo tendréis luchas, pero tened valor: Yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). Y san Pablo lo sabía por experiencia. De ahí su confianza desbordante y su gozo en medio de las pruebas y tribulaciones (2 Cor 7,4). «Esta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe» (1 Jn 5,4).
«Estoy convencido...» No se trata de una opinión, sino de una certeza absoluta. La certeza de estar afianzados en un amor más fuerte que el mal, más fuerte que la muerte. Un amor que nos precede y nos acompaña, que nunca nos abandona, que nos conduce con su sabiduría y su poder infinitos. No queda lugar para la duda o para el temor, no tienen razón de ser la cobardía ni el desaliento. «Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo» (Sal 23,4). «Si un ejército acampa contra mí, mi corazón no tiembla, si me declaran la guerra me siento tranquilo» (Sal 27,3). «Sólo en Dios descansa mi alma..., sólo Él es mi roca y mi salvación, mi alcázar, no vacilaré (Sal 62,2-3).
Dadles vosotros de comer
Mt 14,13-21
También a nosotros nos dice hoy Jesús: «Dadles vosotros de comer». Con cinco panes y dos peces dio de comer a la multitud. Pero ¿qué hubiera ocurrido si los discípulos se hubieran guardado los cinco panes y los dos peces? Probablemente, Jesús no hubiera hecho el milagro y la multitud se hubiera quedado sin comer.
Lo mismo que a los discípulos, ni a ti ni a mí nos pide Jesús que solucionemos todos los problemas ni que hagamos milagros. Los milagros los hace Él. Pero sí nos pide una cosa: que pongamos a su disposición todo lo que tenemos; poco o mucho, da igual, pero que sea todo lo que tienes. Ante el hambre de pan material y el hambre de la verdad de Cristo que tanta gente padece, ¿vas a negarle a Cristo tus cinco panes y tus dos peces?
Si los discípulos no hubieran entregado a Jesús lo poco que tenían alegando que lo necesitaban para ellos, varios miles se hubieran quedado sin comer y, sobre todo, se hubieran quedado sin conocer el poder de Cristo realizando tal milagro. Si tú le niegas tus panes y tus peces, eres responsable de que Cristo hoy no siga alimentando a la gente y de que muchos no le conozcan al no darle la posibilidad de hacer milagros multiplicando tus pocos panes y peces.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
La multiplicación de los panes y peces (lectura evangélica) ha sugerido el texto de Isaías 55,1-3, en el que el Señor invita a comer y a beber gratis. En la segunda lectura San Pablo corona su exposición con un himno al amor de Dios.
La liturgia de la palabra es hoy una proclamación de la condición vivificante de Cristo y una meditación profunda sobre la grandeza de cuantos, por la fe, hemos conocido el gran acontecimiento de la Eucaristía. Por lo mismo, es un día de gratitud y de responsabilidad, de amor intenso y de fidelidad amorosa al Padre que así nos ha amado en su Hijo unigénito.
–Isaías 55, 1-3: Daos prisa y comed. La idea de convite de comunión con Dios y de llamamiento divino a participar en él aparece en los vaticinios mesiánicos como un reclamo amoroso de Dios invitándonos a la salvación. En todos los dones que nos ofrece ese texto de Isaías se subraya la «gratuidad». A tal gratuidad de amor y de benevolencia se contrapone la desidia del hombre, que pretende busca en sí mismo su felicidad. San Jerónimo dice:
«Había dicho que todo vaso falso había de ser machacado contra la Iglesia, y toda voz y lengua que se armara contra la lengua de Dios había de ser superada. Provoca a los creyentes a venir al río de Dios, lleno de aguas, y cuyo ímpetu alegra la ciudad de Dios, para que beban en las fuentes del Salvador. Dice a la Samaritana: «si conocieras el don de Dios..., te habría dado agua viva» (Jn 4,10). Y en el templo: «si alguno tiene sed, que venga a Mí y beba... » (Jn 7,37-38), significando al Espíritu Santo... De ella se dice con palabra mística: «mi alma tiene sed de Dios» (Sal 41,2), y en otro lugar: «me han abandonado a Mí, fuente de aguas vivas, para cavarse aljibes agrietados» (Jer, 2,13). Estas aguas las esparcen las nubes, por las que llega la verdad de Dios (Is 45,8)» (Comentario al profeta Isaías).
–En el Salmo 144 prosigue el tema de la lectura: «Abres tú la mano, Señor, y nos sacias de favores... Todos aguardan a que Él nos dé la comida a su tiempo... Él abre la mano y sacia de favores a todos viviente... está cerca de los que lo invocan sinceramente». Alabamos a Dios, digno de toda alabanza por su infinita grandeza, por la sublimidad maravillosa de sus obras. Pero, sobre todo, por su inmensa bondad, por su misericordia y generosidad, ya que todos los dones que tenemos lo debemos a Él.
–Romanos 8, 35.37-39: Ninguna criatura podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo. Frente al mundo increyente o anticristiano que dramáticamente pretende arrancar al creyente del amor de Dios garantizado por Cristo, el mismo Cristo es quien nos mantiene en el amor del Padre y nos vivifica. Comenta San Agustín:
«Por la paciencia fueron coronados los mártires: Deseaban lo que no veían y despreciaban los sufrimientos. Fundados en esta esperanza decían: «¿Quién nos separará del amor de Cristo?»... (Rom 8,23 s.). ¿Dónde está el por quién? Porque por Ti vamos a la muerte cada día. Por Ti. ¿Y dónde está?: «Dichosos los que no vieron y creyeron» (Jn 20,29). Mira dónde está: En ti, pues en ti está tu misma fe. ¿O nos engaña el Apóstol que dice que «Cristo habita por la fe en nuestros corazones»? (Ef 3,17). Ahora habita por la fe, luego por la visión; por la fe mientras estamos en camino, mientras dura nuestro peregrinar... Todo lo que aquí buscamos, todo lo que aquí tenemos por grande, todo eso será para ti... Estando en posesión de la caridad y nutriéndola en nosotros, perseveremos con confianza en Dios, con su ayuda, y digamos hasta que Él se apiade y lo lleve a la perfección: ¿Quién nos separará del amor de Cristo...? (Sermón 158,8-9).
La garantía del cristiano es el amor inquebrantable y gratuito de Dios, no la propia voluntad de corresponder a Él, aunque sea muy decidida y comprometida. Toda la teología de la gracia de modo incisivo y entusiasta está contenida en esa lectura paulina, corta, pero densa y luminosa.
–Mateo 14, 13-21: Comieron hasta quedar satisfechos. Si Jesucristo, Dios-Hombre entre los hombres, tenía poderes divinos para dar vida a los cuerpos, mucho más para dar vida a las almas. Comenta este evangelio San Jerónimo:
«Levanta los ojos al cielo para enseñarnos a dirigir hacia allí nuestra mirada. Tomó en sus manos los cinco panes y los dos pececitos, los partió y se los dio a sus discípulos. Cuando el Señor parte los panes abundan los alimentos. En efecto, si hubieran permanecido enteros, si no hubieran sido cortados en trozos ni divididos en cosecha multiplicada no hubieran podido alimentar a las gentes, los niños, las mujeres, a una multitud tan grande. Comenta San Jerónimo:
«Por eso la Ley con los profetas es fraccionada en trozos y son anunciados los misterios que contiene para que lo que estaba íntegro y en su primer estado no alimentaba, dividido en partes, alimente a la multitud de los pueblos. Cada uno de los apóstoles llena su canasto con los restos del Salvador para tener luego que alimentar a los pueblos o bien para mostrar con esos restos que los panes multiplicados eran panes verdaderos. Trata a la vez de explicar cómo en un desierto, en una soledad tan vasta donde no se encuentran sino cinco panes y dos pececitos, tan fácilmente se hallan doce canastos» (Comentario al Evangelio de Mateo 14,19-20.
Jesús «rompe» la ley, y los misterios que contiene escondidos en su interior son ahora revelados. Es lo que quiere decir San Jerónimo y lo mismo dice San Agustín (La ciudad de Dios 4,33 y 16,26,2).