Domingo XVI Tiempo Ordinario (A) – Homilías
/ 19 julio, 2014 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Sab 12, 13. 16-19: Concedes el arrepentimiento a los pecadores
Sal 85, 5-6. 9-10. 15-16a: Tú, Señor, eres bueno y clemente
Rm 8, 26-27: El Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables
Mt 13, 24-43: Dejadlos crecer juntos hasta la siega
Mt 13, 24-30: Dejadlos crecer juntos hasta la siega
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
San Juan Pablo II, papa
Ángelus (22-07-1984): Que el Reino crezca en nosotros
domingo 22 de julio de 1984En la liturgia de este domingo la Iglesia nos recuerda la parábola con la que Jesucristo habló del reino de Dios.
"El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza... se parece a la levadura..." (Mt 13, 31-33).
El reino de los cielos se puede comparar a un campo en el que se siembra buena semilla, pero un enemigo siembra cizaña en medio del buen trigo. El amo deja que uno y otra crezcan juntos hasta la siega (cf. Mt 13, 24-30).
Recordando esta enseñanza la Iglesia nos invita a encontrar nuestro puesto en el reino de Diosy actuar de manera que crezca en cada uno de nosotros.
Por ello nos enseña a rezar.
En efecto, el reino de Dios crece en nosotros, ante todo, mediante la oración. En la plegaria, la debilidad del hombre se encuentra con el poder de Dios.
"El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inenarrables. El que escudriña los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu y que su intercesión por los santos es según Dios" (Rom. 8, 26-27). Así escribe San Pablo a los Romanos.
¡Ninguno de los hombres, ninguno de los santos, ha rezado tan intensamente en el Espíritu Santo como María!
Cuando rezamos el "Angelus Domini" rezamos en unión con Ella.
¡Que el Espíritu Santo, por intercesión de la Virgen Santísima, su Templo Inmaculado, sostenga nuestra plegaria a fin de que mediante ella se acerque el reino de Dios a nosotros y a todo lo creado!
Homilía (19-07-1987): Tres enseñanzas de esta palabra.
domingo 19 de julio de 1987«¡Tú, oh Señor, eres bueno, y nos perdonas!».
1. La invocación, que repetimos recitando el salmo responsorial, es de gran consuelo y profunda alegría para nosotros: reconocemos de hecho nuestra fragilidad y nuestra debilidad como criaturas amenazadas por el mal, pero también consideramos la bondad y la misericordia supremas de Dios, quien ve nuestra miseria y arrepentimiento, y nos perdona: «¡Señor, Dios de misericordia, Dios compasivo y fiel, vuelvete hacia mí y ten piedad!» (Sal 86).
Con este sentimiento de inmensa confianza en Dios, que nos ama y nos perdona, os ofrezco a todos, queridos hermanos y hermanas, que servís en las Villas Pontificias, mi más cordial saludo, comenzando mi habitual estancia de verano... Estoy muy contento de veros nuevamente y celebrar esta Santa Misa con vosotros y por vosotros: el Señor os recompense con su infinita amabilidad, mientras que por mi parte os aseguro mi constante recuerdo en la oración.
2. Las lecturas, que la liturgia de este decimosexto domingo durante el año propone para nuestra meditación, ciertamente contienen el núcleo más profundo y más esclarecedor de todo el mensaje cristiano.
De hecho, lo que más atormenta a la inteligencia humana es la presencia del mal en la historia, su origen y su propósito; solo respondiendo estas preguntas puede el hombre sacar luz para la solución del problema de su existencia.
Jesús, con la parábola del buen trigo y la cizaña, que él mismo interpretó y explicó, revela la razón y el significado de esta trágica realidad.
En primer lugar, afirma claramente que existe el mal, está presente y es dinámico en la historia de los hombres. Sin embargo, no puede provenir de Dios, el creador, que por esencia es el bien infinito y eterno.
Dios es el sembrador del buen trigo; primero con la creación misma, que es radical y metafísicamente positiva, y luego con la Redención, porque «el que siembra la buena semilla es el hijo del hombre. La buena semilla son los hijos del reino». El mal proviene del «enemigo» y de quienes lo siguen: «La cizaña son los hijos del maligno y el enemigo que la sembró es el diablo».
Aquí nos enfrentamos con la libertad que Dios le ha dado a las criaturas racionales: esta es la realidad más sublime y más trágica porque, mal utilizada, es la causa de la germinación de la cizaña en la vida del individuo y en la historia de la humanidad.
El drama de la historia consiste precisamente en esta coexistencia del buen trigo con la cizaña hasta el final de la historia, hasta la cosecha: hoy no es posible pensar la historia humana sin cizaña; es decir, como dice el mismo Jesús, no es posible erradicar totalmente la cizaña porque está mezclada con lo bueno.
La cizaña vive y crece en el mundo; pero el buen trigo también vive y prospera; el grano de mostaza también crece y se desarrolla, hasta convertirse en un árbol frondoso y hospitalario; también la levadura del bien escondida en la humanidad crece y fermenta.
Con extrema simplicidad, pero con suprema autoridad, Jesús nos hace comprender que toda la historia humana, por larga y problemática que sea, tiene como cumbre la «cosecha» final: lo que realmente importa no es la historia que pasa, sino la eternidad que nos espera.
Por lo tanto, de las lecturas litúrgicas debemos derivar tres directivas fundamentales para nuestra vida:
- debemos esforzarnos por ser trigo bueno y sembrar trigo bueno continuamente, eliminando todo lo que pueda causar daño, confusión mental, mal ejemplo, instigación al mal; más aún, debemos esforzarnos por que la cizaña se convierta en buen trigo en la medida de lo posible. Todos tenemos un gran ideal y una empresa magnífica para lograr;
- debemos escuchar atenta y escrupulosamente las inspiraciones que el Señor nos hace sentir acerca de nuestra vida, que se nos dan solo en la perspectiva de la felicidad eterna. Es fácil y natural en nuestras oraciones insistir más bien en intereses temporales y terrenales. Pero, como dice San Pablo en la segunda lectura de la Misa, «el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque ni siquiera sabemos pedir como conviene». Y por lo tanto, «el Espíritu mismo intercede insistentemente por nosotros, con gemidos inefables; y el que escudriña los corazones sabe cuáles son los deseos del Espíritu» (Rom 8, 26-27);
- finalmente, siempre debemos mantener viva y ferviente la fe en el Señor, porque, como dice el Libro de la Sabiduría, Dios juzga con mansedumbre y gobierna con gran indulgencia (cf. Sab 12, 16).
Que la Santísima Virgen, a quien os encomiendo a todos, especialmente en este período de verano, os ayude y os ilumine para que podáis comprender cada vez más profundamente las enseñanzas del Evangelio, en las cuales se encuentra la respuesta satisfactoria a todas las preguntas del corazón. Que en cada día de este «Año Mariano» resplandezca vuestra devoción a nuestra Madre del Cielo.
Homilía (22-07-1990): ¿Por qué no se puede arrancar la cizaña ahora?
domingo 22 de julio de 19901. La liturgia de este domingo, como hemos escuchado, llama a todos a una fuerte reflexión: de hecho, la parábola de la buena semilla y la cizaña, que Jesús mismo ha querido explicar, expresa el verdadero y único significado de la historia humana.
Jesús declara abiertamente que, desafortunadamente, están los «obradores de iniquidad», los «hijos del maligno» que siembran la cizaña en el transcurso del tiempo: esta siembra dramática y terrible está ante nuestros ojos, como lo ha estado en el pasado. Sin lugar a dudas, la libertad es un valor positivo, que otorga a la persona humana su dignidad, siendo creada a imagen y semejanza de Dios, y por lo tanto se le da esa libertad para conocer, amar y servir a Dios y al prójimo, mereciendo así la felicidad eterna e infinita. Del uso negativo de la libertad surge la cizaña, que no puede ser erradicada del campo, porque la libertad no puede ser eliminada. Aquí está realmente el drama. ¡Aquí también se encuentra el misterio de la historia humana! Dios creó al hombre libre para hacerlo digno de su naturaleza y felicidad eterna. En el campo de la historia debemos ser el «buen grano», utilizando la libertad de una manera positiva y constructiva, de acuerdo con los designios del Dios Creador y las directivas salvadoras de la ley moral.
2. La parábola misma y las otras lecturas propuestas por la liturgia de hoy nos dicen que el bien y el mal, el trigo y la cizaña, coexisten y crecen juntos en el campo de la historia, hasta su final. Ciertamente, la historia concluirá y luego tendrá lugar la separación definitiva entre aquellos que habrán querido ser trigo y aquellos que optaron por ser y sembrar cizaña. Jesús dice: «La cosecha representa el fin del mundo, y los segadores son los ángeles. Así como la cizaña se recoge y se quema en el fuego, así será en el fin del mundo. El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles, quienes reunirán todos los escándalos y todos los trabajadores de la iniquidad de su reino y los arrojarán al horno de fuego donde habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre» (Mt 13, 41-43). No podemos dejar de ver que son palabras muy fuertes; son palabras severas, pero también son muy consoladoras, consoladoras si nos hacen reflexionar: aquí estamos todos, cada uno somos criaturas de Dios y debemos someternos a su voluntad, someternos humildemente, pero sobre todo someternos amorosamente. Ambas condiciones, humilde y amorosamente, siempre van juntas.
3. Durante el desarrollo de la historia, y por lo tanto prácticamente durante el tiempo de nuestra existencia terrenal, ¡siempre debemos esforzarnos por ser el buen trigo! Ciertamente, la cizaña, con su difusión, impresiona y asusta. Y, sin embargo, Jesús afirma, nuevamente, que el reino de los cielos, al principio tan pequeño como una semilla de mostaza, se ha expandido y se ha convertido en un árbol grande: el árbol de la Iglesia, el árbol de la gracia, que invita a todos a la Verdad y acoge a todos; el reino de los cielos es como la levadura, escondido en la masa, que mantiene vivo el bien y lo hace fermentar en nuestras almas.
Por muy vasto y violento que sea el trabajo de la cizaña, nunca debemos desanimarnos, porque el reino de los cielos está entre nosotros, está en nuestras almas a través de la gracia santificante, a través de la gracia sacramental, también a través del Magisterio auténtico y perenne de la Iglesia, Magisterio que nos guía e ilumina a través del ejemplo de los santos y las buenas inspiraciones que el Señor mismo nos otorga. Ser «buena semilla» y «sembrar buena semilla» en el campo de la historia es una gran dignidad y un ideal supremo que hace que la vida cristiana, sea humana, sea bella y responsable; da serenidad y entusiasmo, da consuelo y descanso, especialmente en los momentos más difíciles y en las decisiones más importantes.
4. He aquí la parábola de la buena semilla y la cizaña; esta parábola destaca el drama y el misterio de la historia, en la que el hombre actúa, y en la que también actúa la libre voluntad creadora y redentora de Dios y actúa la libre voluntad del hombre.
En las dificultades y complicaciones de la vida, San Pablo escribió a los romanos: «El espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque ni siquiera sabemos pedir como conviene, pero el Espíritu intercede constantemente por nosotros, con gemidos inefables» (Rom 8, 26-27). Así, el Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra debilidad.
Después de esta reflexión sobre la Palabra de Dios en la liturgia dominical de hoy, nos preparamos para confesar nuestra fe recitando el Credo.
Benedicto XVI, papa
Ángelus (17-07-2011): El cielo es mucho más
domingo 17 de julio de 2011Las parábolas evangélicas son breves narraciones que Jesús utiliza para anunciar los misterios del reino de los cielos. Al utilizar imágenes y situaciones de la vida cotidiana, el Señor «quiere indicarnos el verdadero fundamento de todas las cosas... Nos muestra... al Dios que actúa, que entra en nuestras vidas y nos quiere tomar de la mano» (Jesús de Nazaret I, Benedicto XVI-Joseph Ratzinger, La esfera de los libros, 2007, p. 233). Con este tipo de discursos, el divino Maestro invita a reconocer ante todo la primacía de Dios Padre: donde no está él, nada puede ser bueno. Es una prioridad decisiva para todo. Reino de los cielos significa, precisamente, señorío de Dios, y esto quiere decir que su voluntad se debe asumir como el criterio-guía de nuestra existencia.
El tema contenido en el Evangelio de este domingo es precisamente el reino de los cielos. El «cielo» no se debe entender sólo en el sentido de la altura que está encima de nosotros, pues ese espacio infinito posee también la forma de la interioridad del hombre. Jesús compara el reino de los cielos con un campo de trigo para darnos a entender que dentro de nosotros se ha sembrado algo pequeño y escondido, que sin embargo tiene una fuerza vital que no puede suprimirse. A pesar de todos los obstáculos, la semilla se desarrollará y el fruto madurará. Este fruto sólo será bueno si se cultiva el terreno de la vida según la voluntad divina. Por eso, en la parábola del trigo y la cizaña (Mt 13, 24-30), Jesús nos advierte que, después de la siembra del dueño, «mientras todos dormían», intervino «su enemigo», que sembró la cizaña. Esto significa que tenemos que estar preparados para custodiar la gracia recibida desde el día del Bautismo, alimentando la fe en el Señor, que impide que el mal eche raíces. San Agustín, comentando esta parábola, observa que «muchos primero son cizaña y luego se convierten en trigo». Y añade: «Si estos, cuando son malos, no fueran tolerados con paciencia, no llegarían al laudable cambio» (Quaest. septend. in Ev. sec. Matth., 12, 4: pl 35, 1371).
Queridos amigos, el libro de la Sabiduría, del que está tomada la primera lectura de hoy, subraya esta dimensión del Ser divino. Dice: «pues fuera de ti no hay otro Dios que cuide de todo... porque tu fuerza es el principio de la justicia y tu señorío sobre todo te hace ser indulgente con todos» (Sb 12, 13.16). Y el Salmo 85 lo confirma: «Tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan» (v. 5). Por tanto, si somos hijos de un Padre tan grande y bueno, ¡tratemos de parecernos a él! Este era el objetivo que Jesús se proponía con su predicación. En efecto, decía a quienes lo escuchaban: «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5, 48). Dirijámonos con confianza a María, a quien ayer invocamos con la advocación de Nuestra Señora del Carmen, para que nos ayude a seguir fielmente a Jesús, y de este modo a vivir como verdaderos hijos de Dios.
Francisco, papa
Ángelus (20-07-2014): El mal en el mundo y la espera de Dios.
domingo 20 de julio de 2014Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En estos domingos la liturgia propone algunas parábolas evangélicas, es decir, breves narraciones que Jesús utilizaba para anunciar a la multitud el reino de los cielos. Entre las parábolas presentes en el Evangelio de hoy, hay una que es más bien compleja, de la cual Jesús da explicaciones a los discípulos: es la del trigo y la cizaña, que afronta el problema del mal en el mundo y pone de relieve la paciencia de Dios (cf. Mt 13, 24-30.36-43). La escena tiene lugar en un campo donde el dueño siembra el trigo; pero una noche llega el enemigo y siembra la cizaña, término que en hebreo deriva de la misma raíz del nombre «Satanás» y remite al concepto de división. Todos sabemos que el demonio es un «sembrador de cizaña», aquel que siempre busca dividir a las personas, las familias, las naciones y los pueblos. Los servidores quisieran quitar inmediatamente la hierba mala, pero el dueño lo impide con esta motivación: «No, que al recoger la cizaña podéis arrancar también el trigo» (Mt 13, 29). Porque todos sabemos que la cizaña, cuando crece, se parece mucho al trigo, y allí está el peligro que se confundan.
La enseñanza de la parábola es doble. Ante todo dice que el mal que hay en el mundo no proviene de Dios, sino de su enemigo, el Maligno. Es curioso, el maligno va de noche a sembrar la cizaña, en la oscuridad, en la confusión; él va donde no hay luz para sembrar la cizaña. Este enemigo es astuto: ha sembrado el mal en medio del bien, de tal modo que es imposible a nosotros hombres separarlos claramente; pero Dios, al final, podrá hacerlo.
Y aquí pasamos al segundo tema: la contraposición entre la impaciencia de los servidores y la paciente espera del propietario del campo, que representa a Dios. Nosotros a veces tenemos una gran prisa por juzgar, clasificar, poner de este lado a los buenos y del otro a los malos... Pero recordad la oración de ese hombre soberbio: «Oh Dios, te doy gracias porque yo soy bueno, no soy como los demás hombres, malos...» (cf. Lc 18, 11-12). Dios en cambio sabe esperar. Él mira el «campo» de la vida de cada persona con paciencia y misericordia: ve mucho mejor que nosotros la suciedad y el mal, pero ve también los brotes de bien y espera con confianza que maduren. Dios es paciente, sabe esperar. Qué hermoso es esto: nuestro Dios es un padre paciente, que nos espera siempre y nos espera con el corazón en la mano para acogernos, para perdonarnos. Él nos perdona siempre si vamos a Él.
La actitud del propietario es la actitud de la esperanza fundada en la certeza de que el mal no tiene ni la primera ni la última palabra. Y es gracias a esta paciente esperanza de Dios que la cizaña misma, es decir el corazón malo con muchos pecados, al final puede llegar a ser buen trigo. Pero atención: la paciencia evangélica no es indiferencia al mal; no se puede crear confusión entre bien y mal. Ante la cizaña presente en el mundo, el discípulo del Señor está llamado a imitar la paciencia de Dios, alimentar la esperanza con el apoyo de una firme confianza en la victoria final del bien, es decir de Dios.
Al final, en efecto, el mal será quitado y eliminado: en el tiempo de la cosecha, es decir del juicio, los encargados de cosechar seguirán la orden del patrón separando la cizaña para quemarla (cf. Mt 13, 30). Ese día de la cosecha final el juez será Jesús, Aquél que ha sembrado el buen trigo en el mundo y que se ha convertido Él mismo en «grano de trigo», murió y resucitó. Al final todos seremos juzgados con la misma medida con la cual hemos juzgado: la misericordia que hemos usado hacia los demás será usada también con nosotros. Pidamos a la Virgen, nuestra Madre, que nos ayude a crecer en paciencia, esperanza y misericordia con todos los hermanos.
Ángelus (23-07-2017): La paciencia de Dios, también conmigo.
domingo 23 de julio de 2017Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La página evangélica de hoy propone tres parábolas con las cuales Jesús habla a las masas del Reino de Dios. Me detengo en la primera: la del grano bueno y la cizaña , que ilustra el problema del mal en el mundo y pone de relieve la paciencia de Dios (cf. Mateo 13, 24-30. 36-43). ¡Cuánta paciencia tiene Dios! También cada uno de nosotros puede decir esto: «¡Cuánta paciencia tiene Dios conmigo!». La narración se desarrolla en un campo con dos protagonistas opuestos.
Por una parte el dueño del campo que representa a Dios y esparce la semilla buena; por otra el enemigo que representa a Satanás y esparce la hierba mala. Con el pasar del tiempo, en medio del grano crece también la cizaña y ante este hecho el dueño y sus siervos tienen actitudes distintas. Los siervos querrían intervenir arrancando la cizaña; pero el dueño, que está preocupado sobre todo por salvar el grano, se opone diciendo: «no, no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo» (v. 29). Con esta imagen, Jesús nos dice que en este mundo el bien y el mal están tan entrelazados, que es imposible separarlos y extirpar todo el mal. Solo Dios puede hacer esto, y lo hará en el juicio final. Con sus ambigüedades y su carácter complejo, la situación presente es el campo de la libertad, el campo de la libertad de los cristianos, en el cual se cumple el difícil ejercicio del discernimiento entre el bien y el mal. Y en este campo se trata entonces de combinar, con gran confianza en Dios y en su providencia, dos actitudes aparentemente contradictorias: la decisión y la paciencia . La decisión es la de querer ser buen grano —todos lo queremos—, con todas nuestras fuerzas, y entonces alejarse del maligno y de sus seducciones. La paciencia significa preferir una Iglesia que es levadura en la pasta, que no teme ensuciarse las manos lavando las ropas de sus hijos, antes que una Iglesia de «puros», que pretende juzgar antes del tiempo quién está en el Reino y quién no.
El Señor, que es la Sabiduría encarnada, hoy nos ayuda a comprender que el bien y el mal no se pueden identificar con territorios definidos o determinados grupos humanos: «Estos son los buenos, estos son los malos». Él nos dice que la línea de frontera entre el bien y el mal pasa por el corazón de cada persona, pasa por el corazón de cada uno de nosotros, es decir : todos somos pecadores. Me gustaría preguntaros: «quien no es pecador levante la mano». ¡Nadie! Porque todos lo somos, todos somos pecadores. Jesucristo, con su muerte en la cruz y su resurrección, nos ha liberado de la esclavitud del pecado y nos da la gracia de caminar en una vida nueva; pero con el Bautismo nos ha dado también la Confesión, porque siempre necesitamos ser perdonados por nuestros pecados. Mirar siempre y solamente el mal que está fuera de nosotros, significa no querer reconocer el pecado que está también en nosotros.
Y luego Jesús nos enseña un modo diverso de mirar el campo del mundo, de observar la realidad. Estamos llamados a aprender los tiempos de Dios —que no son nuestros tiempos— y también la «mirada» de Dios: gracias al influjo benéfico de una trepidante espera, lo que era cizaña o parecía cizaña, puede convertirse en un producto bueno. Es la realidad de la conversión. ¡Es la perspectiva de la esperanza!
La Virgen María nos ayude a percibir en la realidad que nos rodea no solo la suciedad y el mal, sino también el bien y lo bonito; a desenmascarar la obra de Satanás, pero sobre todo a confiar en la acción de Dios que fecunda la historia.
Congregación para el Clero
Homilía
En la liturgia del día la Iglesia le pide a Dios: «danos los tesoros de tu gracia» (colecta).
Es posible comprender que es verdaderamente la Gracia a través de las tres breves palabras con las cuales Jesús describe el Reino de los Cielos.
Tres imágenes unidas por el verbo «crecer»: el trigo bueno y la cizaña crecen juntos para después ser separados, la semilla de mostaza crece para convertirse en un gran árbol, un poco de levadura en la harina hace crecer la masa.
La primera característica del Reino de los Cielos es por lo tanto, el dinamismo. El Reino no es estático. Está destinado a crecer cada día y en cada circunstancia. A la petición de los discípulos, Jesús explica la parábola de la cizaña y permite descubrir la grandeza de Dios frente a la fragilidad del hombre.
¿Cuál es la respuesta del patrón del campo a la propuesta del sirviente, de andar a cortar la cizaña que ha crecido en medio al trigo? «No, les dijo el dueño, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo, dejen que crezcan juntos hasta la cosecha».
La orden del patrón sorprende a los sirvientes los cuales sufren de la impaciencia que se traduce, como suele suceder, en un juicio temerario, quizá poco meditado, instintivo. La solución del patrón no es dictada por la inconsciencia de la presencia de la cizaña o de la apariencia del bien, la cual es tomada muy en cuenta: «Esto lo ha hecho algún enemigo».
En la explicación que el mismo Jesús ofrece de esta parábola, las comparaciones con las imágenes (campo, trigo, cizaña...) nos ayudan a reconocer cómo el Reino de los Cielos se afirma allí donde el hombre deja espacio a la iniciativa y a la paciencia infinita de Dios. La paciencia de Dios, que es misericordia, se llama Jesucristo.
Es la paciencia de Cristo que hace posible la victoria en la lucha contra el mal, la impaciencia del hombre corre el riesgo de ser auto-destructiva: todo sería destruido, el trigo bueno y la hierba mala, y el campo correría el riesgo convertirse en un desierto.
Podemos de esta manera acoger en toda su realidad la perspectiva profética de las palabras del antiguo libro de la Sabiduría: «Porque, fuera de ti, no hay otro Dios que cuide todas las cosas».
Las tres parábolas de la cizaña, de la semilla de mostaza y de la levadura, hablan de este amor, con el cual Dios cuida todas las cosas; de la sorprendente iniciativa Divina que con «justicia» y «mansedumbre» tiene en la palma de su mano la vida del hombre.
El Reino de los Cielos siempre viene, vence y se afirma si, con humildad el hombre se deja guiar por Dios, quien da a sus hijos «la buena esperanza», que hace al corazón humano, a pesar de ser pequeño capaz de contener toda la gracia.
A la Virgen Santa, a quien invocamos como «Mater misericordiae» y «Virgo fidelis», pidámosle el don de la fidelidad a la vocación que nos ha dado Dios: ser testigos de su acción en la historia.
Julio Alonso Ampuero
Meditaciones Bíblicas sobre el Año Litúrgico: ¿Soy cizaña?
El maestro interior
Rom 8,26-27
«Nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene». No podemos presentarnos delante de Dios a darle lecciones, a enseñarle lo que nos tiene que conceder. Es al revés: no sabemos lo que realmente nos conviene y, en cambio, Dios sí lo sabe. Por tanto, no cabe otra postura que la de una profunda humildad de quien no se fía de sí mismo ni de su propia inteligencia (Prov 3,5). Es absurdo «pedir cuentas a Dios» (Job 42,1-6). El verdadero creyente se abandona confiadamente a Dios, a su bondad, a su poder, a su sabiduría, aunque no entienda... convencido de que no sabe lo que le conviene pero Dios sí lo sabe.
«El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad». El Espíritu vive en nosotros y está pronto para actuar en nuestro favor. Pero hace falta que le invoquemos. Sin una invocación consciente e intensa del Espíritu Santo no hay verdadera oración cristiana, pues sólo Él nos da el verdadero conocimiento de Cristo y del Padre. Sólo Él puede levantarnos de nuestra debilidad natural, de la oscuridad de nuestro juicio, del egoísmo de nuestros deseos, de lo rastrero de nuestros planes...
«Su intercesión por los santos es según Dios». Puesto que «nadie conoce lo íntimo de Dios sino el Espíritu de Dios» (1 Cor 2,11), sólo su influjo en nosotros nos hace capaces de pedir «según Dios», según sus planes, según su sabiduría. Y lo hace «con gemidos inefables», pues la voluntad de Dios es misteriosa y a nosotros se nos escapa. Por eso, nuestra oración muchísimas veces consistirá en adherirnos a la voluntad de Dios, sea cual sea, y en desearla, aún sin conocerla en sus detalles particulares.
¿Soy cizaña?
Mt 13,24-43
¡En la Iglesia hay cizaña! En el campo de Cristo también brota el mal. Sin embargo, eso no es para rasgarnos las vestiduras. El amo del sembrado lo sabe, pero quiere dejarlo. No hemos de escandalizarnos por los males que vemos en la Iglesia. Eso no es obra de Cristo, sino del Maligno y de los que pertenecen al Maligno aunque parezcan pertenecer a Cristo. Si Cristo lo permite es para que ante el mal reaccionemos con el bien con mucho mayor entusiasmo. Lo que tendremos que preguntarnos y examinar es si no estaremos siendo nosotros cizaña dentro de la Iglesia en lugar de semilla buena que da fruto.
Porque la semilla buena tiene fuerza para crecer y desarrollarse ilimitadamente como el grano de mostaza o la masa que fermenta. ¿Creemos de verdad en la fuerza de la Palabra de Dios y en la eficacia de la gracia de Cristo? Entonces, ¿por qué nuestras comunidades no tienen esta vitalidad que indica la parábola?, ¿por qué no crecen continuamente?, ¿acaso Cristo no es el mismo ayer, hoy y siempre? Entonces, ¿qué es lo que esteriliza la palabra de Cristo?
La parábola de la cizaña nos sitúa también ante el juicio. Es absurdo engañarnos a nosotros mismos y pretender engañar a los demás, porque a Dios no se le engaña. Al final todo se pondrá en claro y la cizaña será arrancada y echada al fuego. ¡Cuántas cosas serían muy distintas en nuestra vida si viviésemos y actuásemos como si hubiéramos de ser juzgados esta misma noche!
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
Dios castiga al perverso, pero es paciente y espera la conversión. Esto es lo que se deduce de la primera lectura y de la tercera con la parábola del trigo y la cizaña. El Espíritu intercede por nosotros y obra en nosotros, según nos enseña San Pablo en la segunda lectura.
En el mundo que nos rodea, en las personas con quienes convivimos, en nosotros mismos, aparece el mal como una realidad que nos condiciona. Es un verdadero misterio. Dios nos da los medios adecuados para conocer el mal y superarlo. Pero el hombre es libre y puede rechazar el don de Dios y preferir las tinieblas del error, de la mentira, del pecado.
–Sabiduría 12, 13.16-19: En el pecado das lugar al arrepentimiento. Dios aparece como el Soberano absoluto del universo. Lo muestra el orden de todo el cosmos. Quien conoce el poder divino y no se le revela puede tener confianza y abandonarse a la misericordia infinita de Dios. Dos enseñanzas deducimos de la lectura. Una lección de bondad, de amor para con todos los hombres: encontramos aquí una superación de los confines de la religión y raza, como pretendían los escribas y fariseos contemporáneos de Jesucristo, que traía una misión de salvación universal para todos los hombres. Y una lección de esperanza: el hombre no puede pretender por sí mismo ser impecable, pero le conforta el pensamiento de que Dios perdona a los que se arrepienten de corazón.
–Con el Salmo 85 proclamamos: «Tú, Señor, eres bueno y clemente... Todos los pueblos vendrán a postrarse en tu presencia, Señor bendecirán tu nombre. El Señor es bondadoso y misericordioso, perdona nuestros pecados...»
–Romanos 8, 26-27: El Espíritu intercede por nosotros con gemidos inenarrables. Por la obra redentora de Cristo el Padre nos da su propio Espíritu, capaz de superar en nosotros el mal y transformarnos en hijos suyos. San Agustín explica:
«Eso quiere decir que hay en nosotros una docta ignorancia, por decirlo así, pero docta por el Espíritu de Dios, que soporta nuestra debilidad. En efecto dice el Apóstol: «Si lo que no vemos lo esperamos, por la presencia lo aguardamos»; y a continuación dice: «De un modo semejante el Espíritu socorre nuestra debilidad... pues intercede según Dios por los santos» (Rom 8, 25-27).
«No hemos de entender estas palabras como si el Espíritu de Dios, que en la Trinidad de Dios es inmutable y un solo Dios con el Padre y con el Hijo, interpelase a Dios como alguien distinto de Dios. Se dice que interpela por los santos, porque impulsa a los santos a interpelar. Del mismo modo que se dice: «Os tienta el Señor, vuestro Dios, para ver si le amáis» (Dt 13,3), es decir, para que vosotros lo conozcáis. El Espíritu Santo impulsa a interpelar a los santos con gemidos inenarrables, inspirándoles el deseo de esa tan grande realidad, que todavía nos es desconocida y que esperamos con paciencia. Pero ¿cómo es que, cuando se desea, se pide lo que se ignora? Porque en verdad, si enteramente nos fuese ignorada, no la desearíamos ni la pediríamos con gemidos» (Carta 130, a Proba).
–Mateo 13, 24-43: Dejadlos crecer hasta la siega. Porque es eterno y paciente, Dios tolera el mal en los seres libres, hasta el día de su juicio en que dará a cada uno una eternidad según sus obras. Comenta San Juan Crisóstomo:
«A la verdad, traza suele ser del diablo mezclar siempre el error a la verdad, coloreándolo muy bien con apariencia de ella a fin de engañar fácilmente a los ingenuos. De ahí que el Señor no habla de otra semilla, sino que la llama cizaña, pues, ésta a primera vista, se asemeja al trigo. Seguidamente explica cómo procede el diablo en su asechanza: «mientras sus hombres dormían». No es pequeño el peligro que aquí amenaza a los superiores, a quienes está encomendada la guarda del campo; y no sólo a los superiores, sino también a los súbditos. Y da a entender el Señor que el error viene después de la verdad, cosa que comprueban los hechos mismos. Después de los profetas vinieron los falsos profetas; después de los apóstoles, los falsos apóstoles; después de Cristo, el anticristo. Y es que el diablo, si no ve algo que imitar ni a quienes tender sus lazos, ni lo intenta ni lo sabe...
«Así sucedió también en los comienzos de la Iglesia. Porque muchos prelados, introduciendo en las Iglesias hombres perversos, heresiarcas solapados, facilitaron enormemente estas insidias del diablo, pues una vez plantados estos hombres en medio de los fieles, poco trabajo le queda ya al diablo... Mientras los herejes estén junto al trigo hay que perdonarlos, pues cabe aún que se conviertan en trigo, mas una vez que hayan salido de este mundo sin provecho alguno de tal proximidad, entonces necesariamente les alcanzará el castigo inexorable» (Homilía 46, 1-2, sobre San Mateo).