Domingo XIII Tiempo Ordinario (A) – Homilías
/ 21 junio, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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2 R 4, 8-11. 14-16a: Es un hombre santo de Dios; se retirará aquí
Sal 88, 2-3. 16-17. 18-19: Cantaré eternamente las misericordias del Señor
Rm 6, 3-4. 8-11: Sepultados con él por el bautismo, andemos en una vida nueva
Mt 10, 37-42: El que no carga con su cruz, no es digno de mí. El que os recibe a vosotros, me recibe a mí
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
San Juan Pablo II, papa
Homilía (30-06-1996): El criterio fundamental del apostolado.
domingo 30 de junio de 19961. «Cantaré eternamente tu misericordia» (Salmo responsorial).
Estas palabras expresan la gratitud de quienes han experimentado el amor misericordioso de Dios: estas son las palabras del profeta lleno del Espíritu Santo, de la mujer estéril que se convirtió en madre, del apóstol elegido por el Maestro. Estas son las palabras de toda persona bautizada, regenerada por el misterio pascual de Cristo.
En realidad, la experiencia cristiana es una circulación de dones que parte de Dios y regresa a Dios, a través de Cristo, para alabanza de su gloria; una circulación de misericordia y gratitud, anticipo y profecía del Reino de los Cielos. Esta es también la dinámica de la misión y el apostolado.
En la primera lectura de este domingo, tomada del ciclo del profeta Eliseo narrado en el Segundo Libro de los Reyes, hemos escuchado un episodio que ejemplifica las palabras de Jesús en el Evangelio: «Quien reciba a un profeta como profeta, tendrá recompensa de profeta» (Mt 10, 41). Eliseo, heredero del espíritu del gran profeta Elías, es recibido por una mujer de Sunem, que actúa con solicitud y hospitalidad hacia él, porque lo reconoce como «un hombre de Dios, un santo» (2 Re 4, 9). Y de él recibe, como recompensa, la promesa de un hijo ahora no esperado, un hijo que vendrá a la luz de inmediato y que, más tarde, incluso será resucitado por el propio Eliseo. ¿Cuál será, en adelante, la vida de esa mujer de Sunem, si no un himno de alabanza incesante a la misericordia de Dios, que la había visitado?
2. «Quien os acoge, me acoge a mi» (Mt 10, 40).
El apóstol del Reino de los cielos es sobre todo un hombre de Dios, uno que ha experimentado personalmente su amor y está llamado a anunciarlo, el cual, lo primero que repite todos los días es: «Cantaré eternamente tu misericordia». De esta manera, el apóstol también se convierte en un dispensador de la gracia de Dios y en testigo de su fidelidad, para despertar en aquellos que reciben su mensaje el mismo cántico de alabanza.
El pasaje del Evangelio que acabamos de escuchar, constituye la parte final del llamado «discurso apostólico» del Evangelio de Mateo. Presenta el criterio fundamental y sintético de la existencia apostólica, a saber, la primacía de Dios, que se convirtió, en la Nueva Alianza, en la primacía de Cristo, el Hijo encarnado de Dios. El apóstol ha «perdido su vida» (Mt 10, 39) por Cristo; convirtiéndose en su discípulo se ha hecho «pequeño» y ahora puede ser un instrumento de su misericordia para todos aquellos que lo acogen en el nombre del Señor.
3. «También vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús» (Rom 6, 11).
Queridos hermanos y hermanas, cada discípulo está llamado a ser apóstol del Evangelio, en virtud del bautismo, del cual el apóstol Pablo nos habló en su Carta a los Romanos. Cristo «perdió su vida» y la recibió renovada por el Padre, para derramarla, por medio del Espíritu Santo sobre aquellos que creen en Él. Su «bautismo» en la muerte (cf. Lc 12, 50) es el comienzo de nuestro bautismo, su resurrección es para nosotros principio de un camino de nueva vida, centrado en la relación con él, que confiere plenitud de significado y valor a cualquier otro vínculo humano.
Queridos amigos, volvamos nuestra mirada a la Virgen María: Ella fue «bautizada» en el misterio pascual de Cristo desde el primer momento de su concepción: por eso es la Inmaculada Concepción. Que nuestra invocación se dirija a ella, para que su intercesión nos obtenga el poder cantar en todo tiempo la misericordia del Señor. ¡Amén!
Francisco, papa
Ángelus (02-07-2017): Dos aspectos esenciales para el discípulo.
domingo 2 de julio de 2017Queridos hermanos y hermanas:
La liturgia nos presenta las últimas frases del discurso misionero del capítulo 10 del Evangelio de Mateo (cf. 10, 37), con el cual Jesús instruye a los doce apóstoles en el momento en el que, por primera vez les envía en misión a las aldeas de Galilea y Judea. En esta parte final Jesús subraya dos aspectos esenciales para la vida del discípulo misionero: el primero, que su vínculo con Jesús es más fuerte que cualquier otro vínculo; el segundo, que el misionero no se lleva a sí mismo, sino a Jesús, y mediante él, el amor del Padre celestial. Estos dos aspectos están conectados, porque cuanto más está Jesús en el centro del corazón y de la vida del discípulo, más «transparente» es este discípulo ante su presencia. Van juntos, los dos.
«El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí...» (v. 37), dice Jesús. El afecto de un padre, la ternura de una madre, la dulce amistad entre hermanos y hermanas, todo esto, aun siendo muy bueno y legítimo, no puede ser antepuesto a Cristo. No porque Él nos quiera sin corazón y sin gratitud, al contrario, es más, sino porque la condición del discípulo exige una relación prioritaria con el maestro. Cualquier discípulo, ya sea un laico, una laica, un sacerdote, un obispo: la relación prioritaria. Quizás la primera pregunta que debemos hacer a un cristiano es: «¿Pero tú te encuentras con Jesús? ¿Tú rezas a Jesús?». La relación. Se podría casi parafrasear el Libro del Génesis: Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a Jesucristo, y se hacen una sola cosa (cf. Génesis 2, 24). Quien se deja atraer por este vínculo de amor y de vida con el Señor Jesús, se convierte en su representante, en su «embajador», sobre todo con el modo de ser, de vivir. Hasta el punto en que Jesús mismo, enviando a sus discípulos en misión, les dice: «Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado» (Mateo 10, 40). Es necesario que la gente pueda percibir que para ese discípulo Jesús es verdaderamente «el Señor», es verdaderamente el centro de su vida, el todo de la vida. No importa si luego, como toda persona humana, tiene sus límites y también sus errores —con tal de que tenga la humildad de reconocerlos—; lo importante es que no tenga el corazón doble —y esto es peligroso. Yo soy cristiano, soy discípulo de Jesús, soy sacerdote, soy obispo, pero tengo el corazón doble. No, esto no va.
No debe tener el corazón doble, sino el corazón simple, unido; que no tenga el pie en dos zapatos, sino que sea honesto consigo mismo y con los demás. La doblez no es cristiana. Por esto Jesús reza al Padre para que los discípulos no caigan en el espíritu del mundo. O estás con Jesús, con el espíritu de Jesús, o estás con el espíritu del mundo. Y aquí nuestra experiencia de sacerdotes nos enseña una cosa muy bonita, una cosa muy importante: es precisamente esta acogida del santo pueblo fiel de Dios, es precisamente ese «vaso de agua fresca» (v. 42) del cual habla el Señor hoy en el Evangelio, dado con fe afectuosa, ¡que te ayuda a ser un buen sacerdote! Hay una reciprocidad también en la misión: si tú dejas todo por Jesús, la gente reconoce en ti al Señor; pero al mismo tiempo te ayuda a convertirte cada día a Él, a renovarte y purificarte de los compromisos y a superar las tentaciones. Cuanto más cerca esté un sacerdote del pueblo de Dios, más se sentirá próximo a Jesús, y un sacerdote cuanto más cercano sea a Jesús, más próximo se sentirá al pueblo de Dios.
La Virgen María experimentó en primera persona qué significa amar a Jesús separándose de sí misma, dando un nuevo sentido a los vínculos familiares, a partir de la fe en Él. Con su materna intercesión, nos ayude a ser libres y felices misioneros del Evangelio.
Julio Alonso Ampuero
Meditaciones Bíblicas sobre el Año Litúrgico: La gracia ha desbordado
Injertados en Cristo: Rom 6,3-4,8-11
«Así como Cristo ... también nosotros». He aquí la base de la novedad cristiana. Lo que Cristo es y vive estamos llamados a serlo y vivirlo también nosotros. Pero no como una imitación «desde fuera». Por el bautismo hemos sigo injertados a Cristo y Él vive en nosotros (Gal 2,20). Todo lo suyo es nuestro: sus virtudes, sus sentimientos, sus actitudes... Por eso, para un cristiano lo más natural es vivir como Cristo. No se nos pide nada extraño o imposible: se trata sencillamente de dejar que se desarrolle plenamente esa vida que ya está en nosotros.
«Consideraos muertos al pecado...» La fe nos hace vernos a nosotros mismos como Dios nos ve. Por el bautismo hemos muerto al pecado, a quedado destruida «nuestra personalidad pecadora» y hemos cesado de ser esclavos del pecado (Rom 6,6). Se trata de tomar conciencia de este don recibido. ¿Por qué seguir pensando y actuando como si el pecado fuera insuperable? El pecado no tiene por qué esclavizarnos, pues Cristo nos ha liberado y la fuerza del pecado ha quedado radicalmente neutralizada. Hemos muerto al pecado: vivamos como tales muertos. «Los que hemos muerto al pecado, ¿cómo seguir viviendo en él? (Rom 6,2).
«...Y vivos para Dios en Cristo Jesús». La muerte al pecado es sólo la cara negativa. Lo más importante es la vida nueva que ha sido depositada en nuestra alma. Y esta vida nueva es esencialmente positiva: consiste en vivir –lo mismo que Cristo– para Dios, en la pertenencia total y exclusiva a Dios, dedicados a Él en alma y cuerpo. Esta es la riqueza y la eficacia de nuestro bautismo. Se trata sencillamente de cobrar conciencia de ello y dejar que aflore en nuestra vida lo que ya somos. ¡Reconoce, cristiano tu dignidad! ¡Sé lo que eres!
Un gran negocio: Mt 10,37-42
Ante evangelios como este, hemos adquirido el hábito de no darnos por aludidos, como si fueran dirigidos sólo a las monjas de clausura. Y, sin embargo, estas palabras de Jesús van dirigidas a todos (cfr. Lc 14,25-26), para indicar que ningún lazo familiar, incluso bueno y legítimo, debe ser estorbo para seguirle a Él; y en el caso de que se plantease conflicto entre un lazo familiar y el seguir a Jesús, habría que elegir seguir a Jesús. Lo contrario significa no ser dignos de Él.
Se necesita la lógica de la fe y la luz del Espíritu para entender que lo que parece perder la vida es ganarla y lo que parece muerte es en realidad vida. Porque se trata de preferir a Cristo no solo por encima de los cariños familiares, sino incluso antes que la propia vida, antes que la propia comodidad, antes que la propia fama... estando dispuestos a ser despreciados y perseguidos por Cristo, a perderlo todo por Él, a sacrificarlo todo por Él. Perderlo todo por Cristo: en realidad este evangelio nos está proponiendo un gran negocio, pues se trata de ganar a Cristo, cuyo amor vale infinitamente más que todo lo demás. Deberíamos mirar más a Cristo para dejarnos embelesar por Él. Es infinitamente más lo que recibimos que lo que damos.
Además, el evangelio de hoy nos propone otro «negocio» continuo. Un simple vaso de agua dado a un pobrecillo cualquiera, sólo porque es discípulo de Jesús, no perderá su paga. ¿Cuántas pagas perdemos cada día?
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
La primera y la tercera lecturas se corresponden. En la primera Dios bendice el hogar que había acogido al profeta Eliseo; en el Evangelio, Jesús, después de haber invitado a los apóstoles a dejarlo todo para que le sigan a Él solo, promete su bendición a los que los acojan con generosidad y cariño. En la segunda lectura San Pablo que ya nos enseñó que hemos sido salvados por la muerte y resurrección del Señor, nos muestra ahora cómo el bautismo nos introduce en este misterio.
–2 Reyes 4,8-11.14-16: Este hombre de Dios es un santo, se quedará aquí. Todo profeta auténtico es un signo de la presencia de Dios en la vida de los hombres. La plenitud del profetismo fue Cristo Jesús. El Hijo de Dios comprometido en la vida de los hombres y conviviendo con ellos.
–Por siempre jamás cantamos las misericordias del Señor. Así lo proclamamos en el Salmo 88. En Cristo nos lo ha dado todo. La alianza sellada por Dios con la casa de David no fue quebrantada nunca por parte de Dios, aun cuando por parte de los hombres hubo muchos fallos e infidelidades. Dios conducía la historia por caminos desconcertantes hasta que llegara el Descendiente de David esperado, el Ungido por antonomasia, Cristo Jesús, Salvador de los hombres. Desde entonces la Alianza sellada con su sangre será eterna, irrompible, no obstante las deficiencias de unos y los insultos y persecuciones de otros. «Reinará para siempre en la Casa de Jacob» (Lc 1,32).
–Romanos 6,3-4.8-11: Por el bautismo fuimos sepultados con Él en la muerte para que andemos en una vida nueva.
La vocación cristiana es, por su propia naturaleza, vocación de santidad cristiforme; ruptura total con el pecado y nueva existencia en Cristo. Comenta San Agustín:
«Mas centremos nuestra reflexión, amadísimos, en la resurrección de Cristo, pues del mismo modo que su pasión era símbolo de nuestra antigua vida, así su resurrección encierra el misterio de la vida nueva. Por eso dice el Apóstol: «Hemos sido sepultados con Cristo por medio del bautismo, para la muerte, a fin de que, como Cristo resucitó de entre los muertos, así también nosotros caminemos en una vida nueva» (Rom 6,4). Has creído y te has bautizado: murió la vida antigua, recibió la muerte en la cruz, fue sepultado en el bautismo. Ha sido sepultada la vida antigua, en la que viviste mal; resucita la vida nueva. Vive bien; vive para vivir; vive de tal manera que cuando mueras, no mueras... Comenzad a realizar en el espíritu, viviendo santamente, lo que Cristo nos manifestó mediante la resurrección de su cuerpo» (Sermón 229,E,3-4).
–Mateo 10,37-42: El que no toma su cruz, no es digno de Mí. El que os recibe a vosotros a Mí me recibe. San Juan Crisóstomo explica las palabras de Jesús:
«Mirad la dignidad del Maestro. Mirad cómo se muestra a Sí mismo hijo legítimo del Padre, pues manda que todo se abandone y todo se posponga a su amor... La propia vida que antepongáis a mi amor, estáis ya lejos de ser mis discípulos... Y si es cierto que Pablo ordena muchas cosas acerca de los padres y manda que se les obedezca en todo, no hay que maravillarse de ello, pues sólo manda que se les obedezca en aquello que no va contra la piedad para con Dios... Con este modo de hablar quería el Señor templar el valor de los hijos y amansar también a los padres que tal vez hubieran de oponerse al llamamiento de sus hijos...
«Nada hay más íntimo al hombre que su propia vida. Pues bien, si aun a tu propia vida no aborreces, sufrirás todo lo contrario del que ama, será como si no me amaras. Y no nos manda simplemente que la aborrezcamos, sino que lleguemos hasta entregarla a la guerra, a las batallas, a la espada y a la sangre. Porque el que no lleva su cruz y me sigue no puede ser mi discípulo. Porque no dijo simplemente que hay que estar preparado para la muerte, sino para la muerte violenta y no sólo para la muerte violenta, sino también para la ignominia...
«Ahora bien, ¿no es cosa de admirarse y pasmarse que, oyendo todo esto, no se les saliera a los apóstoles el alma de su cuerpo? Porque lo duro por todas partes se les venía a la mano; pero el premio estaba todo en esperanza. ¿Cómo es pues, que no se les salió? Porque era mucha la virtud del que hablaba y mucho también el amor de los que oían... Un simple vaso de agua fría que des, que nada ha de costarte, aun de tan sencilla obra tienes señalada recompensa. Porque por vosotros, que acogéis a mis enviados, yo estoy dispuesto a hacerlo todo» (Homilía 35,1-2 sobre San Mateo).